La segunda Mîmânsâ (Uttara-Mîmânsâ) se atribuye a Vyâsa, es decir, a la entidad colectiva que puso en orden y fijó definitivamente los textos tradicionales que constituyen el Vêda mismo; y esta atribución es particularmente significativa, ya que es fácil ver que aquí se trata, no de un personaje histórico o legendario, sino más bien de una verdadera función intelectual, que es incluso lo que se podría llamar una función permanente, puesto que a Vyâsa se le designa como uno de los siete Chirajîvis, literalmente seres dotados de longevidad, cuya existencia no está limitada a una época determinada (Se encuentra algo semejante en otras tradiciones: así, en el taoísmo, se trata de ocho Inmortales; en otra parte, es Melki-Tsedeq que es sin padre, sin madre, sin genealogía, que no tiene ni comienzo ni fin de su vida (San Pablo Epístola a los Hebreos, VII,3); y sin duda sería fácil encontrar todavía otras aproximaciones del mismo género. ). Para caracterizar la segunda Mîmânsâ en relación a la primera, puede considerársela como la Mîmânsâ del orden puramente intelectual y contemplativo; no podemos decir Mîmânsâ teórica, por simetría con la Mîmânsâ práctica, porque esta denominación se prestaría a un equívoco. En efecto, si la palabra teoría es etimológicamente sinónimo de contemplación, por eso no es menos verdad que, en el lenguaje corriente, ella ha tomado una acepción mucho más restringida; ahora bien, en una doctrina que está completa desde el punto de vista metafísico, la teoría, entendida en esta acepción ordinaria, no se basta a sí misma, sino que va siempre acompañada o seguida por una REALIZACIÓN correspondiente, de la cual ella no es en suma más que la base indispensable, y en vistas de la cual está ordenada toda entera, como el medio en vistas del fin. 26 HDV I
El Sí mismo es el principio trascendente y permanente del que el ser manifestado, el ser humano por ejemplo, no es más que una modificación transitoria y contingente, modificación que, por lo demás, no podría afectar de ninguna manera al principio, así como lo explicaremos más ampliamente después. En tanto que tal, el Sí mismo jamás se individualiza y no puede individualizarse, ya que, debiendo ser considerado siempre bajo el aspecto de la eternidad y de la inmutabilidad que son los atributos necesarios del Ser puro, evidentemente no es susceptible de ninguna particularización, que le haría ser otro que sí mismo. Inmutable en su naturaleza propia, solo desarrolla las posibilidades indefinidas que conlleva en sí mismo, por el paso relativo de la potencia al acto a través de una indefinidad de grados, y eso sin que su permanencia esencial sea afectada por ello, precisamente porque este paso no es más que relativo, y porque este desarrollo no es tal, a decir verdad, sino en tanto que se considera del lado de la manifestación, fuera de la cual ya no puede tratarse de ninguna sucesión cualquiera que sea, sino solamente de una perfecta simultaneidad, de suerte que eso mismo que es virtual bajo una cierta relación por eso no se encuentra menos realizado en el eterno presente. Al respecto de la manifestación, se puede decir que el Sí mismo desarrolla sus posibilidades en todas las modalidades de REALIZACIÓN, en multitud indefinida, que son para el ser integral otros tantos estados diferentes, estados de los que solo uno, sometido a unas condiciones de existencia muy especiales que le definen, constituye la porción o más bien la determinación particular de este ser que es la individualidad humana. El Sí mismo es así el principio por el cual existen, cada uno en su dominio propio, todos los estados del ser; y esto debe entenderse, no solo de los estados manifestados de los cuales acabamos de hablar, individuales como el estado humano o supraindividuales, sino también, aunque la palabra existir deviene entonces impropia, del estado no manifestado, que comprende todas las posibilidades que no son susceptibles de ninguna manifestación, al mismo tiempo que las posibilidades de manifestación mismas en modo principial; pero este Sí mismo no es más que por sí mismo, puesto que no tiene y no puede tener, en la unidad total e indivisible de su naturaleza íntima, ningún principio que le sea exterior (Expondremos más completamente, en otros estudios, la teoría metafísica de los estados múltiples del ser; aquí no indicamos de ella más que lo que es indispensable para comprender lo que concierne a la constitución del ser humano.). 43 HDV II
El Sí mismo como lo hemos visto en lo que precede, no debe ser distinguido de Âtmâ; y, por otra parte, Âtmâ se identifica a Brahma mismo: es lo que podemos llamar la Identidad Suprema, por una expresión tomada al esoterismo islámico, cuya doctrina, sobre este punto como sobre muchos otros, y a pesar de grandes diferencias en la forma, es en el fondo la misma que la de la tradición hindú. La REALIZACIÓN de esta identidad se opera por el Yoga, es decir, la unión íntima y esencial del ser con el Principio Divino o, si se prefiere, con lo Universal; el sentido propio de esta palabra Yoga, en efecto, es unión y nada más (La raíz de esta palabra se encuentra, apenas alterada, en el latín jungere y sus derivados.), a pesar de las interpretaciones múltiples y completamente fantasiosas que han propuesto los orientalistas y los teosofistas. Es menester destacar que esta REALIZACIÓN no debe considerarse propiamente como una efectuación, o como la producción de un resultado no preexistente, según la expresión de Shankarâchârya, ya que la unión de que se trata, incluso no realizada actualmente en el sentido en el que lo entendemos aquí, por eso no existe menos potencialmente, o más bien virtualmente; así pues, se trata solo, para el ser individual (ya que no es más que en relación a éste como se puede hablar de REALIZACIÓN), de tomar efectivamente consciencia de lo que es realmente y por toda la eternidad. 67 HDV III
Si decimos que el Sí mismo está potencialmente en el individuo, y que la Unión no existe más que virtualmente antes de la REALIZACIÓN, no hay que decir que eso no debe entenderse sino desde el punto de vista del individuo mismo. En efecto, el Sí mismo no es afectado por ninguna contingencia, puesto que es esencialmente incondicionado; es inmutable en su permanente actualidad, y así no podría tener en sí nada de potencial. Así pues, es menester estar atento a distinguir potencialidad y posibilidad: la primera de estas dos palabras implica la aptitud para un cierto desarrollo, supone una actualización posible, y no puede aplicarse pues más que al respecto del devenir o de la manifestación; al contrario, las posibilidades, consideradas en el estado principial y no manifestado, que excluye todo devenir, no podrían verse de ninguna manera como potenciales. Solamente, para el individuo, todas las posibilidades que le rebasan aparecen como potenciales, porque, mientras él se considera en modo separativo, como si tuviera por sí mismo su ser propio, lo que puede alcanzar de ellas no es propiamente más que un reflejo (âbhâsa), y no esas posibilidades mismas; y, aunque eso no sea más que una ilusión, se puede decir que éstas permanecen siempre potenciales para el individuo, puesto que no es en tanto que individuo como él puede alcanzarlas, y puesto que, desde que son realizadas, ya no hay verdaderamente más individualidad, como lo explicaremos más completamente cuando tengamos que hablar de la Liberación. Pero, aquí, debemos colocarnos más allá del punto de vista individual, al que, aunque le declaramos ilusorio, por eso no le reconocemos menos la realidad de la que es susceptible en su orden; de manera que, si consideramos al individuo, eso no puede ser sino en tanto que depende esencialmente del Principio, único fundamento de esta realidad, y en tanto que, virtual o efectivamente, se integra en el ser total; en definitiva, metafísicamente, todo debe ser referido al Principio, que es el Sí mismo. 71 HDV III
Buddhi, considerada en relación a la individualidad humana o a todo otro estado individual, es pues su principio inmediato, pero transcendente, como, desde el punto de vista de la Existencia universal, la manifestación informal lo es de la manifestación formal; y es al mismo tiempo lo que se podría llamar la expresión de la personalidad en la manifestación, y por consiguiente lo que unifica el ser a través de la multiplicidad indefinida de sus estados individuales (puesto que el estado humano, en toda su extensión, no es más que uno de estos estados entre los demás). En otros términos, si se considera el Sí mismo (Âtmâ) o la personalidad como el Sol espiritual (Para el sentido que conviene dar a esta expresión, remitimos a la observación que ya hemos hecho a propósito del Espíritu Universal.) que brilla en el centro del ser total, Buddhi será el rayo emanado directamente de este Sol y que ilumina en su integralidad el estado individual que vamos a considerar más especialmente, ligándole a los demás estados individuales del mismo ser, o incluso, más generalmente todavía, a todos sus estados manifestados (individuales y no individuales), y, por encima de éstos, al centro mismo. Por lo demás, conviene destacar, sin insistir demasiado en ello aquí para no apartarnos del hilo de nuestra exposición, que, en razón de la unidad fundamental del ser en todos sus estados, se debe considerar el centro de cada estado, en el que se proyecta este rayo espiritual, como identificado virtualmente, sino efectivamente, con el centro del ser total; y por eso es por lo que un estado cualquiera, el estado humano tanto como todo otro, puede ser tomado como base para la REALIZACIÓN de la Identidad Suprema. Es precisamente en este sentido, y en virtud de esta identificación, por lo que se puede decir, como lo hemos hecho al comienzo, que Purusha mismo reside en el centro de la individualidad humana, es decir, en el punto donde la intersección del rayo espiritual con el dominio de las posibilidades vitales determina el alma viva (jîvâtmâ) (Es evidente que queremos hablar aquí, no de un punto matemático, sino de lo que se podría llamar analógicamente un punto metafísico, sin que no obstante una tal expresión deba evocar la idea de la mónada Leibnitziana, puesto que jîvâtmâ no es más que una manifestación particular y contingente de Âtmâ, y puesto que su existencia separada es propiamente ilusoria. El simbolismo geométrico al que nos referimos será expuesto por lo demás en otro estudio con todos los desarrollos a los que es susceptible de dar lugar.). 124 HDV VII
Vaishwânara, como lo indica la derivación etimológica de este nombre (NA: Sobre la derivación, ver el comentario de Shankarâchâya sobre los Brahma-Sûtras, 1er Adhyâya, 2 Pâda, sûtra 28: es Âtmâ quien es a la vez todo (vishwa), en tanto que personalidad, y hombre (nara), en tanto que individualidad (es decir, como jîvâtmâ). Así pues Vaishwânara es efectivamente una denominación que conviene propiamente a Âtmâ; por otra parte, es también un nombre de Agni, así como lo veremos más adelante (cf. Shatapata Brâhmana).), es lo que hemos llamado el Hombre Universal, pero considerado más particularmente en el desarrollo completo de sus estados de manifestación, y bajo el aspecto especial de este desarrollo. Aquí, la extensión de este término parece estar incluso restringida a uno de esos estados, el más exterior de todos, el de la manifestación grosera que constituye el mundo corporal; pero este estado particular puede tomarse como símbolo de todo el conjunto de la manifestación universal, de la cual es un elemento, y eso porque para el ser humano es la base y el punto de partida obligado de toda REALIZACIÓN; bastará pues, como en todo simbolismo, efectuar las transposiciones convenientes según los grados a los que la concepción deberá aplicarse. Es en este sentido como el estado del que se trata puede referirse al Hombre Universal y describirse como constituyendo su cuerpo, concebido por analogía con el del hombre individual, analogía que es, como ya lo hemos dicho, la del macrocosmo (adhidêvaka) y del microcosmo (adhyâtmika). Bajo este aspecto, Vaishwânara se identifica también con Virâj, es decir, con la Inteligencia cósmica en tanto que rige y unifica en su integralidad el conjunto del mundo corporal. Finalmente, bajo otro punto de vista, que corrobora por lo demás el precedente, Vaishwânara significa también lo que es común a todos los hombres; es entonces la especie humana, entendida como naturaleza específica, o más precisamente lo que se puede llamar el genio de la especie (Bajo esta relación, nara o uri es el hombre en tanto que individuo perteneciente a la especie humana, mientras que mânava es más propiamente el hombre en tanto que ser pensante, es decir, el ser dotado de mente, lo que es por lo demás el atributo esencial inherente a su especie y por el que se caracteriza su naturaleza. Por otra parte, el nombre de Nara por eso no es menos susceptible de una transposición analógica, por la cual se identifica a Purusha; y es así como Vishnu es llamado a veces Narottama o el Hombre Supremo, designación en la que es menester no ver el menor antropomorfismo, como tampoco hay que verlo en la concepción misma del Hombre Universal bajo todos sus aspectos, y eso precisamente en razón de esta transposición. No podemos emprender desarrollar aquí los sentidos múltiples y complejos que están implícitos en la palabra nara; y, en lo que concierne a la naturaleza de la especie, sería menester todo un estudio especial para exponer las consideraciones a las que puede dar lugar.); y, además, conviene destacar que el estado corporal es efectivamente común a todas las individualidades humanas, cualesquiera que sean las demás modalidades en las que son susceptibles de desarrollarse para realizar, en tanto que individualidades y sin salir del grado humano, la extensión integral de sus posibilidades respectivas (Convendría todavía establecer aproximaciones con la concepción de la naturaleza adámica en las tradiciones judaica e islámica, concepción que, ella también, se aplica a grados diversos y en sentidos jerárquicamente superpuestos; pero eso nos llevaría muy lejos de nuestro tema, y al presente debemos limitarnos a esta simple indicación.). 195 HDV XII
El estado de vigilia, en el que se ejerce la actividad de los órganos y de las facultades que acabamos de tratar, es considerado como la primera de las condiciones de Âtmâ, aunque la modalidad grosera o corporal a la que corresponde constituye el último grado en el orden de desarrollo (prapancha) de lo manifestado a partir de su principio primordial y no manifestado, puesto que marca el término de este desarrollo, al menos en relación al estado de existencia en el que se sitúa la individualidad humana. La razón de esta anomalía aparente ya se ha indicado: es en esta modalidad corporal donde se encuentra para nosotros la base y el punto de partida de la REALIZACIÓN individual primero (queremos decir de la extensión integral hecha efectiva para la individualidad), y a continuación de toda otra REALIZACIÓN que rebase las posibilidades del individuo y que implique una toma de posesión de los estados superiores del ser. Por consiguiente, si uno se coloca, como lo hacemos aquí, no bajo el punto de vista del desarrollo de la manifestación, sino bajo el punto de vista y en el orden de esta REALIZACIÓN con sus diversos grados, orden que va al contrario necesariamente de lo manifestado a lo no manifestado, este estado de vigilia debe considerarse en efecto como precediendo a los estados de sueño y de sueño profundo, que corresponden, uno a las modalidades extracorporales de la individualidad, y el otro a los estados supraindividuales del ser. 198 HDV XII
En el orden de la manifestación, del mismo modo que el mundo sensible, en su conjunto, se identifica a Virâj, este mundo ideal del que acabamos de hablar se identifica a Hiranyagarbha (es decir, literalmente el Embrión de oro) (Este nombre tiene un sentido muy próximo al de Taijasa, ya que el oro, según la doctrina hindú, es la luz mineral; los alquimistas le consideraban también como correspondiendo analógicamente, entre los metales, al sol entre los planetas; y es al menos curioso notar que el nombre mismo del oro (aurum) es idéntico a la palabra hebrea aôr, que significa Luz.), que es Brahmâ (determinación de Brahma como efecto, Kârya) (Es menester destacar que Brahmâ es una forma masculina, mientras que Brahma es neutro; esta distinción indispensable, y de la más alta importancia (puesto que no es otra que la del Supremo y del No-Supremo), no puede hacerse por el empleo, corriente en lo orientalistas, de la única forma Brahman, que pertenece igualmente a uno y otro género, de donde surgen perpetúas confusiones, sobre todo en una lengua como el francés, donde el género neutro no existe.) envolviéndose en el Huevo del mundo (Brahmânda) (Este símbolo cosmogónico del Huevo del Mundo no es en modo alguno especial a la India; se encuentra concretamente también en el mazdeísmo, en la tradición egipcia (el Huevo de Kneph), en la de los druidas y en la de los órficos. — La condición embrionaria, que corresponde para cada ser individual a lo que es el Brahmânda en el orden cósmico, se llama pinda en sánscrito; y la analogía constitutiva del microcosmo y del macrocosmo considerados bajo este aspecto se expresa por esta fórmula: Yathâ pinda tathâ Brahmânda, tal embrión individual, tal Huevo del Mundo.), a partir del cual se desarrollará, según su modo de REALIZACIÓN, toda la manifestación formal que está virtualmente contenida en él como concepción de este Hiranyagarbha, germen primordial de la Luz cósmica (Es por lo que Virâj procede de Hiranyagarbha, y Manu, a su vez, procede de Virâj.). Además, Hiranyagarbha es designado como conjunto sintético de vida (jîva-ghana) (NA: La palabra ghana significa primitivamente una nube, y por consecuencia una masa compacta e indiferenciada.); en efecto, él es verdaderamente la Vida Universal (Y la Vida era la Luz de los hombres (San Juan, I, 4).), en razón de esa conexión ya señalada del estado sutil con la vida, la cual, considerada incluso en toda la extensión de la que es susceptible (y no limitada únicamente a la vida orgánica o corporal a la que se limita el punto de vista fisiológico) (Hacemos alusión más particularmente a la extensión de la idea de vida que está implícita en el punto de vista de las religiones occidentales, y que se refiere efectivamente a posibilidades situadas en un prolongamiento de la individualidad humana; como lo hemos explicado en otra parte, es lo que la tradición extremo oriental designa bajo el nombre de longevidad.), no es por lo demás más que una de las condiciones especiales del estado de existencia al que pertenece la individualidad humana; así pues, el dominio de la vida no rebasa las posibilidades que conlleva este estado, que, bien entendido, debe tomarse aquí integralmente, y cuyas modalidades sutiles forman parte de él tanto como la modalidad grosera. 212 HDV XIII
En este estado, los diferentes objetos de la manifestación, incluso los de la manifestación individual, tanto externos como internos, no son destruidos, sino que subsisten en modo principial, puesto que están unificados por eso mismo de que ya no son concebidos bajo el aspecto secundario y contingente de la distinción; vuelven a encontrarse necesariamente entre las posibilidades del Sí mismo, y éste permanece consciente por sí mismo de todas estas posibilidades, consideradas no distintivamente en el Conocimiento integral, desde que es consciente de su propia permanencia en el eterno presente (Es esto lo que permite transponer metafísicamente la doctrina teológica de la resurrección de los muertos, así como la concepción del cuerpo glorioso; éste, por lo demás, no es un cuerpo en el sentido propio de esta palabra, sino que es su transformación (o su transfiguración), es decir, su transposición fuera de la forma y de las demás condiciones de la existencia individual, o también, en otros términos, es la REALIZACIÓN de la posibilidad permanente e inmutable de la que el cuerpo no es más que la expresión transitoria en modo manifestado.). Si ello fuera de otro modo, y si los objetos de la manifestación no subsistieran así principialmente (suposición que, por lo demás, es imposible en sí misma, ya que estos objetos no serían entonces más que una pura nada, que no podría existir de ninguna manera, ni siquiera en modo ilusorio), no podría haber ningún retorno del estado de sueño profundo a los estados de sueño y de vigilia, puesto que toda manifestación formal sería irremediablemente destruida para el ser desde que ha entrado en el sueño profundo; ahora bien, antes al contrario, un tal retorno es siempre posible, y se produce efectivamente, al menos para el ser que no está actualmente liberado, es decir, definitivamente libre de las condiciones de la existencia individual. 226 HDV XIV
Vaishwânara, cuya sede está en el estado de vigilia, es (representado por) A, la primera mâtrâ, porque es la conexión (âpti, de todos los sonidos, puesto que el sonido primordial A, que es emitido por los órganos de la palabra en su posición natural, está como inmanente en todos los demás, que son sus modificaciones diversas y que se unifican en él, del mismo modo que Vaishwânara está presente en todas las cosas del mundo sensible y constituye su unidad), así como porque es el comienzo (âdi, a la vez del alfabeto y del monosílabo Om, como Vaishwânara es la primera de las condiciones de Âtmâ y la base a partir de la cual, para el ser humano, debe cumplirse la REALIZACIÓN metafísica). El que conoce esto obtiene en verdad (la REALIZACIÓN de) todos sus deseos (puesto que, por su identificación con Vaishwânara, todos los objetos sensibles devienen dependientes de él y parte integrante de su propio ser), y deviene el primero (en el dominio de Vaishwânara o de Virâj, de quien se hace el centro en virtud de este conocimiento mismo y por la identificación que implica cuando es plenamente efectivo). 254 HDV XVI
En lo que concierne a los efectos que se obtienen por medio de la meditación (upâsanâ) del monosílabo Om, en cada una de sus tres mâtrâs primero, y después en sí mismo, independientemente de estas mâtrâs, agregaremos solamente que estos efectos corresponden a la REALIZACIÓN de diferentes grados espirituales, que pueden caracterizarse de la manera siguiente: el primero es el pleno desarrollo de la individualidad corporal; el segundo es la extensión integral de la individualidad humana en sus modalidades extracorporales; el tercero es la obtención de los estados supraindividuales del ser; finalmente, el cuarto es la REALIZACIÓN de la Identidad Suprema. 258 HDV XVI
Esta retirada o este abandono de la forma corporal (tal como se ha descrito hasta aquí) es por lo demás común al pueblo ignorante (avidwân) y al Sabio contemplativo (vidwân), hasta el punto donde comienzan para uno y para el otro sus vías respectivas (y en adelante diferentes); y la inmortalidad (amrita, no obstante sin que se obtenga desde entonces la Unión inmediata con el Supremo Brahma) es el fruto de la simple meditación (upâsanâ, cumplida durante la vida sin haber sido acompañada por una REALIZACIÓN efectiva de los estados superiores del ser), mientras las trabas individuales, que resultan de la ignorancia (avidyâ), todavía no pueden ser completamente destruidas (Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 2 Pâda, sûtras 1 a 7.). 283 HDV XVIII
El ser puede permanecer así (en esta misma condición individual donde está unido a la forma sutil) hasta la disolución exterior (pralaya, vuelta al estado indiferenciado) de los mundos manifestados (del ciclo actual, que comprende a la vez el estado grosero y el estado sutil, es decir, todo el dominio de la individualidad humana considerada en su integralidad) (El conjunto de la manifestación universal se designa frecuentemente en sánscrito por el término samsâra; así como ya lo hemos indicado, este conjunto conlleva una indefinidad de ciclos, es decir, de estados y de grados de existencia, de tal suerte que cada uno de estos ciclos, que se termina en el pralaya como el que es considerado aquí más particularmente, no constituye propiamente más que un momento del samsâra. Por lo demás, recordaremos todavía una vez más, para evitar todo equívoco, que el encadenamiento de estos ciclos es en realidad de orden causal y no sucesivo, y que las expresiones empleadas a este respecto por analogía con el orden temporal deben considerarse como puramente simbólicas.), disolución en la que se sumerge (con el conjunto de los seres de estos mundos) en el seno del Supremo Brahma; pero, incluso entonces, puede estar unido a Brahma solo de la misma manera que en el sueño profundo (es decir, sin la REALIZACIÓN plena y efectiva de la Identidad Suprema). En otros términos, y para emplear el lenguaje de algunas escuelas esotéricas occidentales, el caso al que se hace alusión en último lugar no corresponde más que a una reintegración en modo pasivo, mientras que la verdadera REALIZACIÓN metafísica es una reintegración en modo activo, la única que implica verdaderamente la toma de posesión por el ser de su estado absoluto y definitivo. Es eso lo que indica precisamente la comparación con el sueño profundo, tal como se produce durante la vida del hombre ordinario: del mismo modo que hay retorno de ese estado a la condición individual, puede haber también, para el ser que no está unido a Brahma más que en modo pasivo, retorno a otro ciclo de manifestación, de suerte que el resultado obtenido por él, a partir del estado humano, no es todavía la Liberación o la verdadera inmortalidad, y que su caso se encuentra finalmente comparable (aunque con una diferencia notable en cuanto a las condiciones de su nuevo ciclo) al del ser que, en lugar de permanecer hasta el pralaya en los prolongamientos de estado humano, ha pasado, después de la muerte corporal, a otro estado individual. Al lado de este caso, hay lugar a considerar aquel donde la REALIZACIÓN de los estados superiores e incluso la de la Identidad Suprema, que no han sido cumplidas durante la vida corporal, lo son en los prolongamientos póstumos de la individualidad; de virtual que era, la inmortalidad deviene entonces efectiva, y, por lo demás, eso puede no tener lugar sino al fin mismo del ciclo; es la Liberación diferida de la que ya hemos hablado precedentemente. En uno y otro caso, el ser, al que debe considerarse como jîvâtmâ unido a la forma sutil, se encuentra, por toda la duración del ciclo, incorporado (Esta palabra, que empleamos aquí para hacernos comprender mejor con la ayuda de la imagen que evoca, no debe entenderse literalmente puesto que el estado del que se trata no tiene nada de corporal.) en cierto modo a Hiranyagarbha, que es considerado como jîva-ghana, así como ya lo hemos dicho; así pues, permanece sometido a esta condición especial de existencia que es la vida (jîva), por la cual está delimitado el dominio propio de Hiranyagarbha en el orden jerárquico de la Existencial universal. 295 HDV XIX
Pero el que ha obtenido (antes de la muerte, entendida siempre como la separación del cuerpo) el verdadero Conocimiento de Brahma (que implica, por la REALIZACIÓN metafísica sin la que no habría más que un conocimiento imperfecto y completamente simbólico, la posesión efectiva de todos los estados de su ser) no pasa (en modo sucesivo) por todos los mismos grados de retirada (o de reabsorción de su individualidad, desde el estado de manifestación grosera al estado de manifestación sutil, con las diversas modalidades que ello conlleva, y después al estado no manifestado, donde las condiciones individuales son finalmente enteramente suprimidas). Procede directamente (a este último estado, e incluso más allá de éste si se considera solo como principio de la manifestación) a la Unión (ya realizada al menos virtualmente durante su vida corporal) (Si la Unión o la Identidad Suprema no ha sido realizada más que virtualmente, la Liberación tiene lugar inmediatamente en el momento mismo de la muerte; pero esta Liberación puede tener lugar también durante la vida misma, si la Unión está desde entonces realizada plena y efectivamente; la distinción de estos dos casos se expondrá más completamente a continuación.) con el Supremo Brahma, al que se identifica (de una manera inmediata), como un río (que representa aquí la corriente de la existencia a través de todos los estados y de todas las manifestaciones), en su desembocadura (que es la conclusión o el término final de esa corriente), se identifica (por penetración íntima) con las olas del mar (samudra, donde la unión de las aguas simboliza la totalización de las posibilidades en el Principio Supremo). Sus facultades vitales y los elementos de los que estaba constituido su cuerpo (considerados todos en principio y en su esencia suprasensible) (Puede ocurrir incluso, en algunos casos excepcionales, que la transposición de estos elementos se efectúe del tal manera que la forma corporal misma desaparezca sin dejar ningún rastro sensible, y que, en lugar de ser abandonada por el ser como ocurre de ordinario, pase así toda entera, ya sea al estado sutil, ya sea al estado no manifestado, de suerte que ahí no hay muerte hablando propiamente; a propósito de esto, hemos recordado en otra parte los ejemplos bíblicos de Henoch, de Moisés y de Elías. ), las dieciséis partes (shodasha-kalâh) componentes de la forma humana (es decir, los cinco tanmâtras, el manas y las diez facultades de sensación y de acción), pasan completamente al estado no manifestado (avyakta, donde, por transposición, se reencuentran todos en modo permanente, en tanto que posibilidades inmutables), y, por lo demás, este paso no implica para el ser mismo ningún cambio (tal como lo implican los estadios intermediarios, que, al pertenecer todavía al devenir, conllevan necesariamente una multiplicidad de modificaciones). El nombre y la forma (nâma-rûpa, es decir, la determinación de la manifestación individual en cuanto a su esencia y en cuanto a su substancia, como lo hemos explicado precedentemente) cesan igualmente (en tanto que condiciones limitativas del ser); y, siendo no dividido, y por consiguiente sin las partes o los miembros que componían su forma terrestre (en el estado manifestado, y en tanto que esta forma estaba sometida a la cantidad bajo diversos modos) (NA: Los modos principales de la cantidad se designan expresamente en esta fórmula bíblica: Tú has dispuesto todas las cosas en peso, número y medida (Sabiduría, XI, 21), a la cual responde término a término (salvo la intervención de los dos primeros) el Mane, Theqel, Fares, (contado, pesado, dividido) de la visión de Baltasar (Daniel, V, 25 a 28).), está liberado de las condiciones de la existencia individual (así como de todas las demás condiciones referentes a un estado especial y determinado de existencia cualquiera que sea, incluso supraindividual, puesto que el ser está en adelante en el estado principial, absolutamente incondicionado) (Prashna Upanishad, 6 Prashna, shruti 5; Mundaka Upanishad, 3er Mundaka, 2 Khanda, shruti 8. — Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 2 Pâda, sûtras 8 a 16.). 297 HDV XIX
Debemos volver ahora a lo que se produce para el ser que, al no estar liberado en el momento mismo de la muerte, debe recorrer una serie de grados, representados simbólicamente como las etapas de un viaje, y que son otros tantos estados intermediarios, no definitivos, por los que le es menester pasar antes de llegar al término final. Importa destacar, por lo demás, que todos estos estados, que son todavía relativos y condicionados, no tienen ninguna común medida con el único que es absoluto e incondicionado; así pues, por elevados que puedan ser algunos de entre ellos cuando se les compara al estado corporal, parece que su obtención no acerca de ninguna manera al ser a su meta última que es la Liberación; y, puesto que al respecto del Infinito la manifestación toda entera es rigurosamente nula, las diferencias entre los estados que la constituyen evidentemente deben serlo también, por considerables que sean en sí mismas y en tanto que se consideran únicamente los diversos estados condicionados que separan unos de los otros. No obstante, por eso no es menos verdad que el paso a algunos estados superiores constituye como un encaminamiento hacia la Liberación, que es entonces gradual (krama-mukti), de la misma manera que el empleo de algunos medios apropiados, tales como los del Hatha-Yoga, es una preparación eficaz, aunque no haya ciertamente ninguna comparación posible entre estos medios contingentes y la Unión que se trata de realizar al tomarlos como soportes (Se podrá observar una analogía entre lo que decimos aquí y lo que, desde el punto de vista de la teología católica, podría decirse de los sacramentos: en efecto, en estos también, las formas exteriores son propiamente soportes, y estos medios eminentemente contingentes tienen un resultado que es de un orden completamente diferente al de ellos mismos. Es en razón de su constitución misma y de sus condiciones propias por lo que el individuo humano tiene necesidad de tales soportes como punto de partida de una REALIZACIÓN que le rebasa; y la desproporción entre los medios y el fin no hace sino corresponder a la que existe entre el estado individual, tomado como base de esta REALIZACIÓN, y el estado incondicionado que es su término. No podemos desarrollar al presente una teoría general de la eficacia de los ritos; diremos simplemente, para hacer comprender su principio esencial, que todo lo que es contingente en tanto que manifestación (a menos de que se trate de determinaciones puramente negativas) y no lo es si se considera en tanto que posibilidades permanentes e inmutables, es decir, que todo lo que tiene alguna existencia positiva debe rencontrarse así en lo no manifestado, y, que es eso lo que permite una transposición de lo individual a lo Universal, por supresión de las condiciones limitativas (y por consiguiente negativas) que son inherentes a toda manifestación.). Pero debe entenderse bien que la Liberación, cuando se realice, implicará siempre una discontinuidad en relación al estado en el que se encuentre el ser que la obtiene, y que, cualquiera que sea este estado, esta discontinuidad no será por ello ni más ni menos profunda, puesto que, en todos los casos, no hay, entre el estado de ser no liberado y el de ser liberado, ninguna relación como la que existe entre diferentes estados condicionados. Eso es verdad incluso para los estados que están tan por encima del estado humano que, considerados desde éste, podrían tomarse por el término al que el ser debe tender finalmente; y esta ilusión es posible incluso para estados que no son en realidad más que modalidades del estado humano, aunque muy alejados a todos los respectos de la modalidad corporal; hemos pensado que era necesario llamar la atención sobre este punto, a fin de prevenir toda equivocación y todo error de interpretación, antes de retomar nuestra exposición de las modificaciones póstumas a las que puede estar sometido el ser humano. 307 HDV XX
Lo que acaba de decirse es completamente independiente de las circunstancias temporales y de todas las demás contingencias similares que acompañan a la muerte; no es que estas contingencias carezcan siempre de influencia sobre la condición póstuma del ser, pero solo hay que considerarlas en algunos casos particulares, que, por lo demás, no podemos más que indicar aquí sin otro desarrollo. La preferencia por el verano, en ejemplo de lo cual se cita el caso de Bhîshma, que esperó para morir el retorno de esta estación favorable, no concierne al Sabio que, en la contemplación de Brahma, ha cumplido los ritos (relativos al encantamiento) (Por esta palabra de encantamiento en el sentido en el que la empleamos aquí, es menester entender esencialmente una aspiración del ser hacia lo Universal, que tiene por cometido obtener una iluminación interior, cualesquiera que sean por lo demás los medios exteriores, gestos (mudrâs), palabras o sonidos musicales (mantras), figuras simbólicas (yantras) u otros, que pueden emplearse accesoriamente como soporte del acto interior, y cuyo efecto es determinar vibraciones rítmicas que tienen una repercusión a través de la serie indefinida de los estados del ser. Un tal encantamiento no tiene pues absolutamente nada de común con las prácticas mágicas a las cuales se da a veces el mismo nombre en occidente, como tampoco con un acto religioso tal como la plegaria; todo aquello de lo que se trata aquí se refiere exclusivamente al dominio de la REALIZACIÓN metafísica.) tal como se prescriben por el Veda, y que, por consiguiente, ha adquirido (al menos virtualmente) la perfección de Conocimiento Divino (Decimos virtualmente, porque, si esta perfección fuera efectiva, la Liberación ya habría sido obtenida por eso mismo; el Conocimiento puede ser teóricamente perfecto, aunque la REALIZACIÓN correspondiente no se haya cumplido todavía más que parcialmente. ); pero concierne a aquellos que han seguido las observancias enseñadas por el Sânkhya o el Yoga-Shâstra, según las cuales el tiempo del día y el de la estación del año no son indiferentes, sino que tienen (para la liberación del ser que sale del estado corporal después de una preparación cumplida conformemente a los métodos de que se trata) una acción efectiva en tanto que elementos inherentes al rito (en el que intervienen como condiciones de las que dependen los efectos que pueden obtenerse de él) (Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 2 Pâda, sûtras 17 a 21.). No hay que decir que, en este último caso, la restricción considerada se aplica solo a seres que no han alcanzado más que los grados de REALIZACIÓN que corresponden a extensiones de la individualidad humana; para el que ha rebasado efectivamente los límites de la individualidad, la naturaleza de los medios empleados en el punto de partida de la REALIZACIÓN ya no podría influir en nada sobre su condición ulterior. 310 HDV XX
La posesión efectiva de los estados de que se trata puede obtenerse por la identificación con los principios que se designan como sus Regentes respectivos, identificación que, en todos los casos, se opera por el conocimiento, a condición de que éste no sea simplemente teórico; la teoría no debe considerarse más que como la preparación, por lo demás indispensable, de la REALIZACIÓN correspondiente. Pero, para cada uno de estos principios, considerado en particular y aisladamente, los resultados de una tal identificación no se extienden más allá de su propio dominio, de suerte que la obtención de tales estados, todavía condicionados, no constituye más que una etapa preliminar, una especie de encaminamiento (en el sentido que hemos precisado más atrás y con las restricciones que conviene aportar a una semejante manera de hablar) hacia la Identidad Suprema, meta última alcanzada por el ser en su completa y total universalización, y cuya REALIZACIÓN, para aquellos que tienen que cumplir previamente el dêva-yâna, puede diferirse, así como se ha dicho precedentemente, hasta el pralaya, puesto que el paso de cada estado al siguiente no deviene posible más que para el ser que ha obtenido el grado correspondiente de conocimiento efectivo (Es muy importante notar aquí que es a la REALIZACIÓN inmediata de la Identidad Suprema a lo que los Brâhmanes se han dedicado siempre casi exclusivamente, mientras que los Kshatriyas han desarrollado de preferencia el estudio de los estados que corresponden a las diversas etapas del dêva-yâna así como a las del pitri-yâna.). 325 HDV XXI
Por consiguiente, en el caso considerado al presente y que es el de krama-mukti, el ser, hasta el pralaya, puede permanecer en el orden cósmico y no alcanzar la posesión efectiva de estados transcendentes, en la cual consiste propiamente la verdadera REALIZACIÓN metafísica; pero por eso no ha obtenido menos desde entonces, y por el hecho mismo de que ha rebasado la Esfera de la Luna (es decir, porque ha salido de la corriente de las formas), esa inmortalidad virtual que hemos definido más atrás. Por eso es por lo que el Centro espiritual que hemos tratado no es todavía más que el centro de un cierto estado o de un cierto grado de existencia, ese al que pertenece el ser en tanto que humano, y al que continúa perteneciendo de una cierta manera, puesto que su total universalización, en modo supraindividual, no está actualmente realizada; y es también por eso por lo que se ha dicho que, en una tal condición, las trabas individuales todavía no pueden ser completamente destruidas. Es muy exactamente en este punto donde se detienen las concepciones que se pueden llamar propiamente religiosas, que se refieren siempre a extensiones de la individualidad humana, de suerte que los estados que permiten alcanzar deben conservar forzosamente alguna relación con el mundo manifestado, incluso cuando le rebasan, y no son esos estados transcendentes a los que no hay otro acceso que por el Conocimiento metafísico puro. Esto puede aplicarse concretamente a los estados místicos; y, en lo que concierne a los estados póstumos, entre la inmortalidad o la salvación entendidas en el sentido religioso (el único que consideran de ordinario los occidentales) y la Liberación, hay precisamente la misma diferencia que entre la REALIZACIÓN mística y la REALIZACIÓN metafísica cumplida durante la vida terrestre; así pues, en todo rigor, aquí no puede hablarse más que de inmortalidad virtual y, como conclusión última, de reintegración en modo pasivo; este último término escapa por lo demás al punto de vista religioso tal como se entiende comúnmente, y sin embargo es solo por eso por lo que se justifica el empleo que se hace ahí de la palabra inmortalidad en un sentido relativo, y por lo que puede establecerse una suerte de vinculamiento o de paso de este sentido relativo al sentido absoluto y metafísico en el que este mismo término es tomado por los orientales. Por lo demás, todo eso no nos impide admitir que las concepciones religiosas son susceptibles de una transposición por la cual reciben un sentido superior y más profundo, y eso porque este sentido está también en las Escrituras sagradas sobre las que reposan; pero, por una tal transposición, pierden su carácter específicamente religioso, porque este carácter está vinculado a algunas limitaciones, fuera de las cuales se está en el orden metafísico puro. Por otra parte, una doctrina tradicional que, como la doctrina hindú, no se coloca en el punto de vista de las religiones occidentales, por eso no reconoce menos la existencia de los estados que son considerados más especialmente por estas últimas, y ello debe ser así forzosamente, desde que esos estados son efectivamente posibilidades del ser; pero no puede acordarles una importancia igual a la que les dan las doctrinas que no van más allá (puesto que, si puede decirse así, la perspectiva cambia con el punto de vista), y, además, debido a que los rebasa, los sitúa en su lugar exacto en la jerarquía total. 326 HDV XXI
La Identidad Suprema es pues la finalidad del ser liberado, es decir, libre de las condiciones de la existencia individual humana, así como de todas las demás condiciones particulares y limitativas (upâdis), que se consideran como otros tantos lazos (Se aplican a estas condiciones palabras tales como bandha y pâsha, cuyo sentido propio es lazo; del segundo de estos términos deriva la palabra pashu, que significa así, etimológicamente, un ser vivo cualquiera, ligado por tales condiciones. Shiva es llamado Pashupati, el Señor de los seres ligados, porque es por su acción transformadora como se liberan. — La palabra pashu se toma frecuentemente en una acepción especial, para designar una víctima animal del sacrificio (yagna, yâga o medha), la cual, por otra parte, es liberada, al menos virtualmente, por el sacrificio; pero no podemos pensar en establecer aquí, ni siquiera sumariamente, una teoría del sacrificio, que, entendido así, está esencialmente destinado a establecer una cierta comunicación con los estados superiores, y deja completamente al margen las ideas enteramente occidentales de rescate o de expiación y otras de este género, ideas que no pueden comprenderse más que desde el punto de vista específicamente religioso.). Cuando el hombre (o más bien el ser que estaba precedentemente en el estado humano) se libera así, el Sí mismo (Âtmâ) está plenamente realizado en su propia naturaleza no dividida, y entonces, según Audulomi, es una consciencia omnipresente (que tiene por atributo chaitanya); es lo que enseña también Jaimini, pero especificando además que esta consciencia manifiesta los atributos divinos (aishwarya), como facultades transcendentes, por eso mismo de que está unida a la Esencia Suprema (Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 4 Pâda, sûtras 5 a 7.). Es ese el resultado de la liberación completa, obtenida en la plenitud del Conocimiento Divino; en cuanto a aquellos cuya contemplación (dhyâna) no ha sido más que parcial, aunque activa (REALIZACIÓN metafísica que ha quedado incompleta), o que ha sido puramente pasiva (como lo es la de los místicos occidentales), gozan de algunos estados superiores (La posesión de tales estados, que son idénticos a los diversos Cielos, constituye, para el ser que goza de ella, una adquisición personal y permanente a pesar de su relatividad (se trata siempre de estados condicionados, aunque supraindividuales), adquisición a la que no podría aplicarse de ninguna manera la idea occidental de recompensa, por eso mismo de que no se trata de un fruto de la acción, sino del conocimiento; por lo demás, esta idea, así como la de mérito, de la que es un corolario, es una noción de orden exclusivamente moral, para la cual no hay ningún lugar en el dominio metafísico.), pero sin poder llegar desde entonces a la Unión perfecta (Yoga), que no forma más que uno con la Liberación (A este respecto, el conocimiento es pues de dos tipos, y se dice supremo o no supremo, según que concierna a Para-Brahma o a Apara-Brahma, y que, por consiguiente, conduzca al uno o al otro.). 328 HDV XXI
La Liberación (Moksha o Mukti), es decir, esta liberación definitiva del ser de la que acabamos de hablar en último lugar, y que es el término último al que tiende, difiere absolutamente de todos los estados por los que ese ser ha podido pasar para llegar a ella, ya que es la obtención del estado supremo e incondicionado, mientras que todos los demás estados, por elevados que sean, son todavía condicionados, es decir, sometidos a algunas limitaciones que los definen, que les hacen ser lo que son, y que los constituyen propiamente en tanto que estados determinados. Eso se aplica tanto a los estados supraindividuales como a los estados individuales, aunque sus condiciones sean diferentes; y el grado mismo del Ser puro, que está más allá de toda existencia en el sentido propio de la palabra, es decir, de toda manifestación tanto informal como formal, no obstante implica todavía una determinación, que, aunque es primordial y principial, por eso no es menos una limitación. Es por el Ser por quien subsisten todas las cosas en todos los modos de la Existencia universal, y el Ser subsiste por sí mismo; determina todos los estados de los que Él es el principio, y Él no es determinado más que por sí mismo; pero determinarse a sí mismo, es todavía ser determinado, y por consiguiente limitado en cierta manera, de suerte que la Infinitud no puede ser atribuida al Ser, que no debe considerarse de ninguna manera como el Principio Supremo. Se puede ver por esto toda la insuficiencia metafísica de las doctrinas occidentales, queremos decir de aquellas mismas en las que hay sin embargo una parte de metafísica verdadera (Así pues, no hacemos alusión más que a las doctrinas filosóficas de la antigüedad y de la Edad Media, ya que los puntos de vista de la filosofía moderna son la negación misma de la metafísica; y eso es igualmente verdadero para las concepciones con matices pseudometafísicos y para aquellas donde la negación se expresa francamente. Naturalmente, lo que decimos aquí no se aplica más que a las doctrinas conocidas en el mundo profano, y no concierne a las tradiciones esotéricas de occidente, que, al menos cuando han tenido un carácter verdadera y plenamente iniciático, no podían estar limitadas así, sino que debían ser al contrario metafísicamente completas bajo la doble relación de la teoría y de la REALIZACIÓN; lo que ocurre es que estas tradiciones jamás han sido conocidas más que por una elite incomparablemente más restringida que la de los países orientales.): al detenerse en el Ser, son incompletas, incluso teóricamente (sin hablar aquí de la REALIZACIÓN que no consideran de ninguna manera), y, como ocurre de ordinario en parecido caso, tienen una fastidiosa tendencia a negar todo lo que las rebasa, que es precisamente lo que más importa desde el punto de vista de la metafísica pura. 337 HDV XXII
La Liberación, con las facultades y los poderes que implica en cierto modo por añadidura, y porque todos los estados, con todas sus posibilidades, se encuentran comprendidos necesariamente en la absoluta totalización del ser, pero que, lo repetimos, no deben considerarse más que como resultados accesorios e incluso accidentales, y de ninguna manera como constituyendo una finalidad por sí mismos, la Liberación, decimos, puede ser obtenida por el Yogî (o más bien por el que deviene tal en razón de esta obtención) con la ayuda de las observancias indicadas en el Yoga-Shâstra de Patanjali. Puede ser facilitada también por la práctica de algunos ritos (Estos ritos son completamente comparables a los que los musulmanes colocan bajo la denominación general de dhikr; reposan principalmente, como ya lo hemos indicado, sobre la ciencia del ritmo y de sus correspondencias en todos los órdenes. Tales son también, en la doctrina, por otra parte parcialmente heterodoxa, de los Pâshupatas, los que se llaman vrata (voto) y dwâra (puerta); bajo formas diversas, en el fondo todo eso es idéntico o por lo menos equivalente al Hatha-Yoga.), así como de diversos modos particulares de meditación (harda-vidyâ o dahara-vidyâ) (Chhândogya Upanishad, 8 Prapâthaka.); pero, entiéndase bien, todos estos medios no son más que preparatorios y no tienen, a decir verdad, nada de esencial, ya que el hombre puede adquirir el verdadero Conocimiento, incluso sin observar los ritos prescritos (para cada una de los diferentes categorías humanas, en conformidad con sus caracteres respectivos y concretamente para los diversos âshramas o periodos regulares de la vida) (Por lo demás, del hombre que ha alcanzado un cierto grado de REALIZACIÓN se dice que es ativarnâshrami, es decir, más allá de las castas (varnas) y de los estados de la existencia terrestre (âshramas); ninguna de las distinciones ordinarias se aplica ya a un tal ser, desde que ha rebasado efectivamente los límites de la individualidad, incluso sin haber llegado todavía al resultado final.); y, en efecto, se encuentran en el Vêda muchos ejemplos de personas que han descuidado cumplir tales ritos (cuya función el mismo Vêda la compara a la de un caballo de silla que ayuda a un hombre a llegar más fácil y más rápidamente a su meta, pero sin el cual puede llegar no obstante también), o que han sido impedidos de hacerlo, y que, sin embargo, a causa de su atención perpetuamente concentrada y fijada sobre el Supremo Brahma (lo que constituye la única preparación realmente indispensable), han adquirido el verdadero Conocimiento que Le concierne (y que, por esta razón, se llama igualmente supremo) (Brahma-Sûtras, 3er Adhyâya, 4 Pâda, sûtras 36 a 38.). 339 HDV XXII
Así pues, la Liberación no es efectiva sino en tanto que implica esencialmente el perfecto Conocimiento de Brahma; e, inversamente, este Conocimiento, para ser perfecto, supone necesariamente la REALIZACIÓN de lo que ya hemos llamado la Identidad Suprema. Así, la Liberación y el Conocimiento total y absoluto no son verdaderamente más que una sola y misma cosa; si se dice que el Conocimiento es el medio de la Liberación, es menester agregar que, aquí, el medio y el fin son inseparables, puesto que el Conocimiento lleva su fruto en sí mismo, contrariamente a lo que tiene lugar para la acción (Además, la acción y su fruto son igualmente transitorios y momentáneos; por el contrario, el Conocimiento es permanente y definitivo, y es lo mismo para su fruto, que no es distinto de él mismo.); y por lo demás, en este dominio, una distinción como la de medio y de fin ya no puede ser más que una simple manera de hablar, sin duda inevitable cuando se quieren expresar estas cosas en el lenguaje humano, en la medida en la que son expresables. Por consiguiente, si se considera la Liberación como una consecuencia del Conocimiento, es menester precisar que es una consecuencia rigurosamente inmediata; es lo que indica muy claramente Shankarâchârya: No hay ningún otro medio de obtener la Liberación completa y final que el Conocimiento; únicamente éste desata los lazos de las pasiones (y de todas las demás contingencias a las que está sometido el ser individual); sin el Conocimiento, no puede obtenerse la Beatitud (Ânanda). Puesto que la acción (karma, ya sea que esta palabra se entienda en su sentido general, o ya sea que se aplique especialmente al cumplimiento de los ritos) no es opuesta a la ignorancia (avidyâ) (Algunos querrían traducir avidyâ o ajnâna por nescencia y no por ignorancia; confesamos no ver claramente la razón de esta sutileza.), no puede alejarla; pero el Conocimiento disipa la ignorancia, como la luz disipa las tinieblas. Desde que la ignorancia que nace de las afecciones terrestres (y de otros lazos análogos) es alejada (y con ella toda ilusión ha desaparecido), el Sí mismo (Âtmâ), por su propio esplendor, brilla a lo lejos (a través de todos los grados de existencia) en un estado indiviso (que lo penetra todo y que ilumina la totalidad del ser), como el sol difunde su claridad cuando la nube se dispersa (NA: Âtmâ-Bodha (Conocimiento del Sí mismo).). 340 HDV XXII
Uno de los puntos más importantes es éste: la acción, cualquiera que sea, no puede liberar de ninguna manera de la acción; en otros términos, no podría acarrear frutos más que en el interior de su propio dominio, que es el de la individualidad humana. Así, no es por la acción como es posible rebasar la individualidad, considerada aquí en su extensión integral, ya que no pretendemos en modo alguno que las consecuencias de la acción se limitan a la modalidad corporal únicamente; se puede aplicar a este respecto lo que hemos dicho precedentemente a propósito de la vida, que es efectivamente inseparable de la acción. De ello, resulta inmediatamente que, puesto que la salvación, en el sentido religioso en que los occidentales entienden esta palabra, es el fruto de algunas acciones (La expresión usual labrar su salvación es pues perfectamente exacta.), no puede ser asimilada a la Liberación; y es tanto más necesario declararlo expresamente e insistir en ello cuanto que la confusión entre la una y la otra es cometida constantemente por los orientalistas (Es así como M. Oltramare, concretamente, traduce Moksha por salvación de un cabo al otro de sus obras, sin parecer sospechar siquiera, no decimos ya la diferencia real que indicamos aquí, sino la simple posibilidad de una inexactitud en esta asimilación.). La salvación es propiamente la obtención del Brahma-Loka; y precisaremos incluso que, por el Brahma-Loka, es menester entender aquí exclusivamente la morada de Hiranyargabha, puesto que todo aspecto mas elevado del No-Supremo rebasa las posibilidades individuales. Esto concuerda perfectamente con la concepción occidental de la inmortalidad, que no es más que una prolongación indefinida de la vida individual, transpuesta al orden sutil, y que se extiende hasta el pralaya; y todo eso, como ya lo hemos explicado, no representa más que una etapa en el proceso de krama-mukti; la posibilidad de retorno a un estado de manifestación (por lo demás supraindividual) todavía no está definitivamente descartada para el ser que no ha rebasado este grado. Para ir más lejos, y para liberarse enteramente de las condiciones de vida y de duración que son inherentes a la individualidad, no hay otra vía que la del Conocimiento, ya sea no-supremo y conductivo a Îshwara (Apenas hay necesidad de decir que la teología, incluso si conlleva una REALIZACIÓN que la hiciera verdaderamente eficaz, en lugar de permanecer simplemente teórica como lo es de hecho (a menos, no obstante, de que se considere una tal REALIZACIÓN como constituida por los estados místicos, lo que no es verdad más que parcialmente y bajo algunos respectos), estaría siempre integralmente comprendida en este Conocimiento no supremo.), ya sea supremo y que da inmediatamente la Liberación. Por consiguiente, en este último caso, ya no hay que considerar siquiera, a la muerte, un paso por diversos estados superiores, pero todavía transitorios y condicionados: El Sí mismo (Âtmâ, puesto que desde entonces ya no puede tratarse de jîvâtmâ, dado que toda distinción y toda separatividad ha desaparecido) del que ha llegado a la perfección del Conocimiento Divino (Brahma-Vidyâ), y que, por consecuencia, ha obtenido la Liberación final, sube, al abandonar su forma corporal (y sin pasar por estados intermediarios), a la Suprema Luz (espiritual) que es Brahma, y se identifica con Él, de una manera conforme e indivisa, como el agua pura, al mezclarse con el lago límpido (no obstante, sin perderse de ninguna manera), deviene en todo conforme a él (Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 4 Pâda, sûtras 1 a 4.). 341 HDV XXII
La Liberación, en el caso del que acabamos de hablar en último lugar, es propiamente la liberación fuera de la forma corporal (vidêha-mukti), obtenida a la muerte de una manera inmediata, puesto que el Conocimiento es ya virtualmente perfecto antes del término de la existencia terrestre; por consiguiente, debe ser distinguida de la Liberación diferida y gradual (krama-mukti), pero debe serlo también de la liberación obtenida por el Yogî desde la vida actual (jîvan-mukti), en virtud del Conocimiento, ya no solo virtual y teórico, sino plenamente efectivo, es decir, que realiza verdaderamente la Identidad Suprema. En efecto, es menester comprender bien que el cuerpo, como cualquier otra contingencia, no puede ser un obstáculo al respecto de la Liberación; nada puede entrar en oposición con la totalidad absoluta, frente a la cual todas las cosas particulares son como si no fueran; en relación a la meta suprema, hay una perfecta equivalencia entre todos los estados de existencia, de suerte que, entre el hombre vivo y el hombre muerto (entendiendo estas expresiones en el sentido terrestre), aquí ya no subsiste ninguna distinción. Aquí vemos todavía una diferencia esencial entre la Liberación y la salvación: ésta, tal como la consideran las religiones occidentales, no puede ser obtenida efectivamente, y ni siquiera asegurada (es decir, obtenida virtualmente), antes de la muerte; lo que la acción permite alcanzar, la acción puede también hacerlo perder siempre; y puede haber incompatibilidad entre algunas modalidades de un mismo estado individual, al menos accidentalmente y bajo condiciones particulares (Esta restricción es indispensable, ya que, si hubiera incompatibilidad absoluta o esencial, la totalización del ser se tornaría imposible, puesto que ninguna modalidad puede permanecer fuera de la REALIZACIÓN final. Por lo demás, la interpretación más exotérica de la resurrección de los muertos basta para mostrar que, incluso desde el punto de vista teológico, no puede haber una antinomia irreductible entre la salvación y la incorporación.), mientras que ya no hay nada de tal desde que se trata de estados supraindividuales, ni con mayor razón para el estado incondicionado. Considerar las cosas de otro modo, es atribuir a un modo especial de manifestación una importancia que no podría tener, y que incluso la manifestación toda entera no tiene tampoco; únicamente la prodigiosa insuficiencia de las concepciones occidentales relativas a la constitución del ser humano puede hacer posible una semejante ilusión, y únicamente ella puede también hacer encontrar sorprendente que la Liberación pueda cumplirse tanto en la vida terrestre como en todo otro estado. 350 HDV XXIII
La Liberación o la Unión, lo que es una sola y misma cosa, implica por añadidura, ya lo hemos dicho, la posesión de todos los estados, puesto que es la REALIZACIÓN perfecta y la totalización del ser; por lo demás, importa poco que estos estados estén actualmente manifestados o que no lo estén, ya que es solo en tanto que posibilidades permanentes e inmutables como deben considerarse metafísicamente. Señor de varios estados por el simple efecto de su voluntad, el Yogî no ocupa más que uno solo, dejando los otros vacíos del soplo animador (prâna), como otros tantos instrumentos inutilizados; puede animar más de una forma, de la misma manera que una sola lámpara puede alimentar más de una mecha (Comentario de Bhavadêva-Mishra sobre los Brahmas-Sûtras.). El Yogî, dice Aniruddha, está en conexión inmediata con el principio primordial del Universo, y por consecuencia (secundariamente) con todo el conjunto del espacio, del tiempo y de las cosas, es decir, con la manifestación, y más particularmente con el estado humano en todas sus modalidades (He aquí un texto taoísta donde se expresan las mismas ideas: Ese (el ser que ha llegado a este estado en el que está unido a la totalidad universal) no dependerá ya de nada; será perfectamente libre… Así se dice muy justamente: el ser sobrehumano ya no tiene individualidad propia; el hombre transcendente ya no tiene acción propia; el Sabio ya no tiene siquiera un nombre propio; pues es uno con el Todo (Tchoang-tseu, cap. I; traducción del P. Wieger, p. 211). El Yogî o el jîvan-mukta, en efecto, está liberado del nombre y de la forma (nâma-rûpa) que son los elementos constitutivos y característicos de la individualidad; ya hemos mencionado los textos de las Upanishads donde esta cesación del nombre y de la forma se afirma expresamente. ). 351 HDV XXIII
Shankarâchârya enumera tres atributos que corresponden en cierto modo a otras tantas funciones del Sannyâsî poseedor del Conocimiento, el cual, si este conocimiento es plenamente efectivo, no es otro que el Yogî (El estado de Sannyâst es propiamente el último de los cuatro âshramas (los tres primeros son los de Brahmachârî o estudiante de la Ciencia sagrada, discípulo de un Guru, de Grihastha o amo de la casa, y de Vanaprastha o anacoreta); pero el nombre de Sannyâts también se extiende a veces, como se ve aquí, al Sâdhu, es decir, al que ha cumplido la REALIZACIÓN perfecta, y que es ativarnâshramî, así como lo hemos dicho más atrás.): estos tres atributos son en el orden ascendente, bâlya, pânditya, y mauna (Comentario sobre los Brahma-Sûtras, 3er Adhyâya, 4 Pâda, sûtras 47 a 50.). El primero de estos términos designa literalmente un estado comparable al de un niño (bâla) (NA: Cf. estas palabras del Evangelio: El Reino del Cielo es para los que se asemejan a estos niños… Quienquiera que no reciba al Reino de Dios como un niño, no entrará en él (San Mateo XIX, 24; San Lucas, XVIII, 16 y 17).): es un estado de no expansión, si se puede hablar así, donde todas las potencias del ser están por así decir concentradas en un punto, y realizan por su unificación una simplicidad indiferenciada, aparentemente semejante a la potencialidad embrionaria (Este estadio corresponde al Dragón oculto del simbolismo extremo oriental. — Otro símbolo que se emplea frecuentemente es el de la tortuga que se retira enteramente al interior de su concha.). En un sentido un poco diferente, pero que completa el precedente (ya que ahí hay a la vez reabsorción y plenitud), es también el retorno al estado primordial del que hablan todas la tradiciones, y sobre el que insisten más especialmente el taoísmo y el esoterismo islámico; este retorno es efectivamente una etapa necesaria en la vía que conduce a la Unión, ya que es solo a partir de este estado primordial como es posible rebasar los límites de la individualidad humana para elevarse a los estados superiores (NA: Es el estado edénico de la tradición judeocristiana; por eso es por lo que Dante sitúa el Paraíso terrestre en la cima de la montaña del Purgatorio, es decir, precisamente en el punto donde el ser abandona la Tierra o el estado humano, para elevarse a los Cielos (designados como el Reino de Dios en la precedente cita del Evangelio).). 354 HDV XXIII
Acabamos de considerar los tres atributos de que se trata como caracterizando a otros tantos estadios preparatorios a la Unión; pero, naturalmente, el Yogî, llegado a la meta suprema, los posee con mayor razón, como posee todos los estados en la plenitud de su esencia (Se puede destacar también que estos tres atributos son en cierto modo prefigurados respectivamente, y en el mismo orden, por los tres primeros âshramas; y el cuarto âshrama, el del Sannyâsi (entendido aquí en su sentido más ordinario), conjunta y resume por así decir los otros tres, como el estado final del Yogî comprende eminentemente todos los estados particulares que han sido recorridos primero como otros tantos estadios preliminares.). Por lo demás, estos tres atributos están implícitos en lo que