La más eficaz de las claves de que disponemos para descifrar el universo es probablemente la poesía, en sentido lato la poesía de los poemas, pero también la que se difunde sobre las modas de expresión. Desde el momento en que una literatura sobrepasa la totalidad de los modos de expresión, se carga en determinada medida de poesía y se preocupa entonces de iluminar determinadas relaciones existentes entre las cosas, las relaciones mutuas de los hombres, la situación de los entes y sobre todo la de los hombres en el conjunto de un universo en constante devenir. No es posible componer un verso hermoso, no se puede crear una obra que merezca la pena y que no revele esta concepción de la literatura, y no pueda encajarse en este esquema.
¿Cómo sería posible, en estas condiciones, que no existieran estrechas relaciones entre el arte y el ocultismo y, más particularmente, entre el ocultismo y la literatura? Más próximo a la ciencia que al arte, porque constituye una forma más explícita del conocimiento, el ocultismo está también muy cerca del arte, más que las ciencias, por los medios que utiliza para alcanzar este conocimiento. Esta posición equívoca ha contribuido con frecuencia a su descrédito, por parecerle demasiado literaria a los científicos y excesivamente pedante a los literatos. Pero ocurre también, y es uno de los fines de esta antología el demostrarlo, que determinados escritores, entre los más grandes, han comprendido el valor de las especulaciones ocultistas y el magnífico trampolín que pueden representar para su propio pensamiento. En suma, para el artista, como para el ocultista, el objetivo supremo es un conocimiento, un conocimiento de orden subjetivo, es decir, relacionado especialmente con el sujeto, o mejor aún, como hemos dicho más arriba, un conocimiento que se esfuerza por situarse en una región en la que la oposición entre lo subjetivo y lo objetivo no tiene demasiado sentido, puesto que todo corresponde con todo. Tanto para el ocultista como para el artista, este conocimiento—incluso si utiliza técnicas ya constituidas, como es el caso de la alquimia (o de la prosodia)—es, ante todo, el fruto de una experiencia interior.
Resultaría fácil subrayar el paralelismo general de los rasgos principales y citar los puntos de contacto particulares. Para nosotros hay un punto, que es capital, cuando se piensa en la noción de las analogías. «La imaginación es la más científica de las facultades humanas—decía Baudelaire—, porque ella sola comprende en sí misma la analogía universal.» Llevándonos de esta forma más allá de toda oposición entre la ciencia y el arte, la analogía nos conduce también al punto interior en que existe una perspectiva única, en la que la creación poética y la metodología ocultista aparecen como singularmente idénticas. La imagen poética, la de las correspondencias y las alquimias verbales, la que definía en una ocasión Pierre Reverdy, aparece como la intuición de las analogías ocultas, de las que el ocultismo es la ciencia, y altera el orden establecido de los fenómenos; más aún, limita el valor de este orden y destruye su pretensión universalista. El ocultista, el poeta, buscan más allá de la realidad social y del mundo racional el cosmos regido por las correspondencias. El ocultismo y la poesía son, de esta manera, un juego, el movimiento gratuito de la inspiración, de la escritura automática y de las mesas espiritualistas. Solamente la voluntad de sus adeptos es capaz de ponerlas al servicio de la sociedad. Durkheim señalaba de manera acertada que no existe una iglesia mágica. Pero el ocultismo realiza esta paradoja: escapa a lo social, pero se apoya en lo sagrado que se opone a lo profano y, sin embargo, le sirve de base. De esta forma, los poetas y los ocultistas comparten el mismo gusto por la utopía, idénticas tendencias revolucionarias, y las mismas reacciones los acogen en la sociedad que los retiene a pesar de todo ello.
Estas reacciones son: asombro, sorpresa, escándalo y hostilidad, que se manifiestan también en forma de burla.
Pero al mismo tiempo, y esto es sin duda lo que más importa, el poeta y el ocultista pueden hacer una buena parte del camino juntos hacia otras realidades, las de la vida mística. Ha sido una vez más André Bretón el que ha expresado mejor la relación de la analogía poética (u ocultista) con la analogía mística. «La analogía poética—dice—tiene en común con la analogía mística que transgrede las leyes de la deducción para hacer apreciar al espíritu la interdependencia dé dos objetos de pensamiento, situados en planos diferentes, entre los cuales el funcionamiento lógico del espíritu no es apto para proporcionar ningún punto y se opone, a priori, a que se proporcione ningún punto. La analogía poética difiere en gran medida de la analogía mística, precisamente en el hecho de que no presupone de ninguna forma, a través de la trama del mundo visible, un universo invisible que tiende a manifestarse. Es sin duda empírica en su quehacer y solamente el empirismo puede asegurarle la total libertad de movimiento necesaria para el fin que debe cumplir. Considerada en sus efectos, es cierto que la analogía poética parece, como la analogía mística, militar a favor de una concepción de un mundo ramificado hasta perderse de vista, y en su totalidad recorrido por la misma energía, pero se mantiene sin ningún obstáculo en el cuadro de lo sensible, es decir, de lo sensual, sin marcar ninguna propensión a verterse sobre lo extranatural. Tiende a hacer entrever y valorar la verdadera vía «ausente» y no apoya en el ensueño metafísico su substancia, no soñando ni un instante en hacer girar sus conquistas hacia la gloria de cualquier tipo de más allá.» Es verdad que la empresa ocultista, lo mismo que la empresa poética, exige de sus fieles el disfrute de la más absoluta libertad y que lleven sus experiencias hasta más allá de toda sujeción intelectual. Pero también es cierto que, como ha admitido André Bretón, el mundo conocido por la analogía aparece como un mundo unido, en el que todas las cosas se manifiestan sin número, peso, ni medida. Es verdad que la contemplación activa de este universo eleva el alma de sus profetas hacia el principio de orden y unidad, que después de haberlo instaurado mantiene el orden y la unidad sin cesar. En la cúspide del ocultismo, el sabio encuentra la teosofía, y su revelación es tanto más viva, cuanto que él nunca hubiera soñado en poder hallarla. Consideremos solamente el camino recorrido por los autores, tan diversos sin embargo, que se han reunido en este volumen. ¿Cómo no encontrar a Dios, que permanece inmanente menos que se le busque? El ocultismo es una filosofía y se utilizaría inadecuadamente con otro fin que no fuera la búsqueda de una especial visión del universo. La poesía no es sino una visión expresada del mundo, y estas dos visiones son similares. Pero circula la misma savia por el tronco y a través de las ramas.