En cuanto a presentar una exposición de conjunto, eso es una cosa completamente imposible: o sería un trabajo interminable, o debería ponerse bajo una forma tan sintética que sería perfectamente incomprehensible para espíritus occidentales. Además, sería muy difícil evitar, en una obra de ese género, la apariencia de una sistematización que es incompatible con los caracteres más esenciales de las doctrinas metafísicas; no sería sin duda más que una apariencia, pero por eso no sería menos inevitablemente una causa de errores extremadamente graves, tanto más cuanto que los occidentales, en razón de sus hábitos mentales, están muy inclinados a ver sistemas allí mismo donde no podría haberlos. Importa pues no dar el menor pretexto a esas asimilaciones injustificadas a las que los orientalistas están acostumbrados; y valdría más abstenerse de exponer una doctrina que contribuir a desnaturalizarla, aunque no sea más que por simple torpeza. Pero afortunadamente hay un medio de escapar al inconveniente que acabamos de señalar: es no tratar, en una misma exposición, más que un punto o un aspecto más o menos definido de la doctrina, salvo para tomar a continuación otros puntos para hacer de ellos el objeto de otros tantos estudios distintos. Por lo demás, estos estudios jamás correrán el riesgo de devenir lo que los eruditos y los especialistas llaman monografías, ya que los principios fundamentales jamás serán perdidos de vista, y los puntos secundarios mismos no deberán aparecer en ellos más que como aplicaciones directas o indirectas de estos principios de los que todo deriva: en el orden metafísico, que se refiere al dominio de lo Universal, no podría haber el menor sitio para la especialización. 7 HDV PREFACIO
El Vêdânta, contrariamente a las opiniones que tienen curso más generalmente entre los orientalistas, no es ni una filosofía, ni una religión, ni algo que participe más o menos de una y de la otra. Es un error de los más graves querer considerar esta doctrina bajo tales aspectos, y es condenarse de antemano a no comprender nada de ella; en efecto, eso es mostrarse completamente extraño a la verdadera naturaleza del pensamiento oriental, cuyos modos son completamente diferentes a los del pensamiento occidental y no se dejan encerrar en los mismos cuadros. Ya hemos explicado en una obra precedente que la religión, si se quiere guardar a esta palabra su sentido propio, es algo completamente occidental; no se puede aplicar el mismo término a doctrinas orientales sin extender abusivamente su significación, hasta tal punto que deviene entonces completamente imposible dar una definición de él que sea un tanto precisa. En cuanto a la filosofía, representa también un punto de vista exclusivamente occidental, y por lo demás mucho más exterior que el punto de vista religioso, y por consiguiente más alejado todavía de aquello de lo que se trata al presente; como lo decíamos más atrás, es un género de conocimiento esencialmente profano (No habría que hacer ninguna excepción excepto para un sentido muy particular, el de filosofía hermética; no hay que decir que no es este sentido, por lo demás casi ignorado por los modernos, el que tenemos en vista al presente.), cuando no puramente ilusorio, y, sobre todo cuando consideramos lo que es la filosofía en los tiempos modernos, no podemos impedirnos pensar que su ausencia en una civilización no tiene nada de particularmente lamentable. En un libro reciente, un orientalista afirmaba que la filosofía es por todas partes la filosofía, lo que abre la puerta a todas las asimilaciones, comprendidas aquellas contra las que él mismo protestaba muy justamente en otra parte; lo que contestamos precisamente, es que haya filosofía por todas partes; y nos negamos a tomar por el pensamiento UNIVERSAL, según la expresión del mismo autor, lo que no es en realidad más que una modalidad de pensamiento extremadamente especial. Otro historiador de las doctrinas orientales, aunque reconoce en principio la insuficiencia y la inexactitud de las etiquetas occidentales que se pretende imponer a éstas, declaraba que no veía a pesar de todo medio alguno de prescindir de ellas, y hacía uso de las mismas tan ampliamente como no importa cual de sus predecesores; la cosa nos ha parecido tanto más llamativa cuanto que, en lo que nos concierne, jamás hemos sentido la menor necesidad de hacer llamada a esa terminología filosófica, que incluso si no se aplicara mal a propósito como lo es siempre en parecido caso, todavía tendría el inconveniente de ser bastante cargante e inútilmente complicada. Pero no queremos entrar aquí en las discusiones a las que todo eso podría dar lugar; solo queríamos mostrar, con estos ejemplos, cuán difícil les es a algunos salir de los cuadros clásicos donde su educación occidental ha encerrado su pensamiento desde el origen. 20 HDV I
Para volver al Vêdânta, diremos que es menester, en realidad, ver en él una doctrina puramente metafísica, abierta sobre posibilidades de concepción verdaderamente ilimitadas, y que, como tal, no podría acomodarse de ninguna manera a los límites más o menos estrechos de un sistema cualquiera. Bajo esta relación, y sin ir más lejos, hay una diferencia profunda e irreductible, una diferencia de principio con todo lo que los europeos designan bajo el nombre de filosofía. En efecto, la ambición confesada de todas las concepciones filosóficas, sobre todo en los modernos, que llevan al extremo la tendencia individualista y la búsqueda de la originalidad a todo precio que es su consecuencia, es precisamente constituirse en sistemas definidos, acabados, es decir, esencialmente relativos y limitados por todas partes; en el fondo, un sistema no es otra cosa que una concepción cerrada, cuyos límites más o menos estrechos están naturalmente determinados por el horizonte mental de su autor. Ahora bien, toda sistematización es absolutamente imposible para la metafísica pura, al respecto de la cual todo lo que es del orden individual es verdaderamente inexistente, y que es enteramente libre de todas las relatividades, de todas las contingencias filosóficas u otras; y ello es necesariamente así, porque la metafísica es esencialmente el conocimiento de lo Universal, y porque un tal conocimiento no podría dejarse encerrar en ninguna fórmula, por comprehensiva que pueda ser. 21 HDV I
Otra expresión que nos parece todavía más desafortunada que la de brâhmanismo esotérico, es la de teosofía brâhmanica, que ha sido empleada por M. Oltramare; y éste, por lo demás, confiesa él mismo que no la ha adoptado sin vacilación, porque parece legitimar las pretensiones de los teósofos occidentales a certificarse en la India, pretensiones que reconoce mal fundadas. En efecto, es verdad que es menester evitar todo lo que se arriesgue a mantener algunas confusiones de lo más fastidioso; pero hay todavía otras razones más graves y más decisivas para no admitir la denominación propuesta. Si los pretendidos teósofos de los que habla Oltramare ignoran casi todo de las doctrinas hindúes y no les han tomado más que palabras que emplean a diestro y siniestro, tampoco se vinculan más a la verdadera teosofía, ni siquiera occidental; y es por eso por lo que tenemos que distinguir cuidadosamente teosofía y teosofismo. Pero, dejando de lado el teosofismo, diremos que ninguna doctrina hindú, o incluso más generalmente ninguna doctrina oriental, tiene con la teosofía suficientes puntos comunes como para que pueda dársele el mismo nombre; eso resulta inmediatamente del hecho de que este vocablo designa exclusivamente concepciones de inspiración mística, y por tanto religiosa, e incluso específicamente cristiana. La teosofía es algo propiamente occidental; por qué querer pues aplicar esta misma palabra a unas doctrinas para las que no está hecha, y a las que no conviene mucho más que las etiquetas de los sistemas filosóficos de occidente? Todavía una vez más, no es de religión de lo que aquí se trata, y, por consiguiente tampoco puede tratarse más de teosofía que de teología; estos dos términos han comenzado por ser casi sinónimos, aunque, por razones puramente históricas, hayan llegado a tomar acepciones muy diferentes (Se podría hacer una precisión semejante para las palabras astrología y astronomía, que eran primitivamente sinónimas, y cada una de las cuales, entre los griegos, designaba a la vez lo que una y otra han designado después por separado.). Se nos objetará quizás que nos mismo hemos empleado más atrás la expresión de Conocimiento Divino, que es en suma equivalente a la significación primitiva de las palabras teosofía y teología; eso es verdad, pero, primeramente, no podemos considerar estas últimas teniendo en cuenta solo su etimología, ya que son de aquellas para las cuales ha devenido completamente imposible hacer abstracción de los cambios de sentido que un uso demasiado largo les ha hecho sufrir. Después, reconocemos de buena gana que esta expresión de Conocimiento Divino misma no es perfectamente adecuada pero no tenemos otra mejor a nuestra disposición para hacer comprender de qué se trata, dada la inaptitud de las lenguas europeas para expresar las ideas puramente metafísicas; y por lo demás no pensamos que haya serios inconvenientes en emplearla, desde que nos tomamos el cuidado de advertir que no debe prestársele el matiz religioso que tendría casi inevitablemente si se refiriera a concepciones occidentales. A pesar de eso, todavía podría subsistir un equívoco, ya que el término sánscrito que puede traducirse menos inexactamente por Dios no es Brahma, sino Îshwara; solamente, el empleo del adjetivo divino, incluso en el lenguaje ordinario, es menos estricto, más vago quizás, y así se presta mejor que el substantivo del que deriva a una transposición como la que efectuamos aquí. Lo que es menester retener, es que términos tales como teología y teosofía, incluso tomados etimológicamente y fuera de toda intervención del punto de vista religioso, no podrían traducirse en sánscrito más que por Îshwara-Vidyâ; por el contrario, lo que traducimos aproximadamente por Conocimiento Divino, cuando se trata del Vêdântâ, es Brahma-Vidyâ, ya que el punto de vista de la metafísica pura implica esencialmente la consideración de Brahma o del Principio Supremo, del que Îshwara o la Personalidad Divina no es más que una determinación en tanto que principio de la manifestación UNIVERSAL y en relación a ésta. La consideración de Îshwara es pues ya un punto de vista relativo: es la más alta de las relatividades, la primera de todas las determinaciones, pero por eso no es menos verdad que es calificado (saguna), y concebido distintamente (savishêsha), mientras que Brahma es no calificado (nirguna), más allá de toda distinción (nirvishêsha), absolutamente incondicionado, y que la manifestación UNIVERSAL toda entera es rigurosamente nula al respecto de Su Infinitud. Metafísicamente, la manifestación no puede considerarse más que en su dependencia al respecto del Principio Supremo, y a título de simple soporte para elevarse al Conocimiento transcendente, o también, si se toman las cosas en sentido inverso, a título de aplicación de la Verdad principial; en todo caso, es menester no ver, en lo que se refiere a ella, nada más que una suerte de ilustración destinada a hacer más fácil la comprehensión de lo no manifestado, objeto esencial de la metafísica, y permitir así, como lo decíamos al interpretar la denominación de las Upanishads, la aproximación al Conocimiento por excelencia (Para más detalles sobre las todas las consideraciones preliminares que hemos debido limitarnos a indicar bastante sumariamente en este capítulo, no podemos hacer nada mejor que remitir a nuestra Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, donde nos hemos propuesto tratar precisamente estas cuestiones de una manera más particular.) 32 HDV I
El Sí mismo, considerado en relación a un ser como acabamos de hacerlo, es propiamente la personalidad; ciertamente, se podría restringir el uso de esta última palabra al Sí mismo como principio de los estados manifestados, del mismo modo que la Personalidad Divina, Îshwara, es el principio de la manifestación UNIVERSAL; pero también puede extenderse analógicamente al Sí mismo como principio de todos los estados del ser, manifestados y no manifestados. Esta personalidad es una determinación inmediata, primordial y no particularizada, del principio que en sánscrito es llamado Âtmâ o Paramâtmâ, y que podemos, a falta de un término mejor, designar como el Espíritu Universal, pero, bien entendido, a condición de no ver en este empleo de la palabra espíritu nada que pueda recordar las concepciones filosóficas occidentales, y, concretamente, de no hacer de él un correlativo de materia como lo hacen casi siempre los modernos, que sufren a este respecto, incluso inconscientemente, la influencia del dualismo cartesiano (Teológicamente, cuando se dice que Dios es espíritu puro, es verosímil que eso no debe entenderse tampoco en el sentido en el que espíritu se opone a materia y en el que estos dos términos no pueden comprenderse sino el uno en relación al otro, ya que con ello se llegaría a una suerte de concepción demiúrgica más o menos vecina de la que se atribuye al maniqueísmo; por eso no es menos verdad que una tal expresión es de las que pueden dar nacimiento fácilmente a falsas interpretaciones, que desembocan en la sustitución del Ser puro por un ser.). La metafísica verdadera, lo repetimos todavía a este propósito, está mucho más allá de todas las oposiciones de las que la del espiritualismo y del materialismo puede proporcionarnos el tipo, y no tiene que preocuparse de ninguna manera de las cuestiones más o menos especiales, y frecuentemente completamente artificiales, que hacen surgir semejantes oposiciones. 44 HDV II
Âtmâ penetra todas las cosas, que son como sus modificaciones accidentales, y que, según la expresión de Râmânuja, constituyen en cierto modo su cuerpo (esta palabra no debe tomarse aquí más que en un sentido puramente analógico), ya sean por lo demás de naturaleza inteligente o no inteligente, es decir, según las concepciones occidentales, tanto espirituales como materiales, ya que eso, que no expresa más que una diversidad de condiciones en la manifestación, no constituye ninguna diferencia al respecto del principio incondicionado y no manifestado. En efecto, éste es el Supremo Sí mismo (es la traducción literal del Paramâtmâ) de todo lo que existe, bajo cualquier modo que sea, y permanece siempre el mismo a través de la multiplicidad indefinida de los grados de la Existencia, entendida en el sentido UNIVERSAL, así como también más allá de la Existencia, es decir, en la no manifestación principial. 45 HDV II
La personalidad, insistimos todavía en ello, es esencialmente del orden de los principios en el sentido más estricto de esta palabra, es decir, del orden UNIVERSAL; no puede considerarse pues sino desde el punto de vista de la metafísica pura, que tiene precisamente lo Universal como dominio: los pseudometafísicos de occidente tienen por hábito confundir con lo Universal cosas que, en realidad, pertenecen a orden individual; o más bien, como no conciben de ninguna manera lo Universal, aquello a lo que aplican abusivamente este nombre es ordinariamente lo general, que no es propiamente más que una simple extensión de lo individual. Algunos llevan la confusión todavía más lejos: los filósofos empiristas, que no pueden concebir siquiera lo general, lo asimilan a lo colectivo, que no es verdaderamente más que lo particular; y, por estas degradaciones sucesivas, se llega finalmente a rebajar todas las cosas al nivel del conocimiento sensible, que muchos consideran en efecto como el único posible, porque su horizonte mental no se extiende más allá de este dominio y porque querrían imponer a todos las limitaciones que no resultan más que de su propia incapacidad, ya sea natural, ya sea adquirida por una educación especial. 47 HDV II
Importa agregar que la distinción de lo Universal y de lo individual no debe considerarse como una correlación, ya que el segundo de los dos términos, al anularse rigurosamente al respecto del primero, no podría oponérsele de ninguna manera. Ocurre lo mismo en lo que concierne a lo no manifestado y lo manifestado; por lo demás, podría parecer a primera vista que lo Universal y lo no manifestado deben coincidir, y desde un cierto punto de vista, su identificación estaría en efecto justificada, puesto que, metafísicamente, es lo no manifestado lo que es todo lo esencial. Sin embargo, es menester tener en cuenta algunos estados de manifestación que, siendo informales, son por eso mismo supraindividuales; por consiguiente, si no se distingue más que lo Universal y lo individual, esos estados deberán remitirse forzosamente a lo Universal, lo que se podrá hacer tanto mejor cuanto que se trata de una manifestación que en cierto modo es todavía principial, al menos por comparación con los estados individuales; pero, entiéndase bien, eso no debe hacer olvidar que todo lo que es manifestado, incluso a esos grados superiores, es necesariamente condicionado, es decir, relativo. Si se consideran las cosas de esta manera, lo Universal será, no solo lo no manifestado, sino también lo informal, que comprende a la vez lo no manifestado y los estados de manifestación supraindividuales; en cuanto a lo individual, contiene todos los grados de la manifestación formal, es decir, todos los estados donde los seres están revestidos de formas, ya que lo que caracteriza propiamente la individualidad y la constituye esencialmente como tal, es precisamente la presencia de la forma entre las condiciones limitativas que definen y determinan un estado de existencia. Podemos resumir también estas últimas consideraciones en la tabla siguiente: 52 HDV II
Las expresiones de estado sutil y de estado grosero, que se refieren a grados diferentes de la manifestación formal, serán explicadas más adelante; pero podemos indicar desde ahora que esta última distinción no vale sino a condición de tomar como punto de partida la individualidad humana, o más exactamente el mundo corporal o sensible. El estado grosero en efecto, no es otra cosa que la existencia corporal misma, a la cual la individualidad humana, como se verá, no pertenece más que por una de sus modalidades, y no en su desarrollo integral; en cuanto al estado sutil, comprende, por una parte, las modalidades extracorporales del ser humano, o de cualquier otro ser situado en el mismo estado de existencia, y también, por otra, todos los estados individuales diferentes de ese. Se ve que estos dos términos no son verdaderamente simétricos y que no pueden tener una común medida, puesto que uno de ellos no representa más que una porción de uno de los estados indefinidamente múltiples que constituyen la manifestación formal, mientras que el otro comprende todo el resto de esta manifestación (Podemos hacer comprender esta asimetría por una precisión de aplicación corriente, que depende simplemente de la lógica ordinaria: si se considera una atribución o una cualidad cualquiera, por eso mismo se dividen todas las cosas posibles en dos grupos, que son, por una parte, las cosas que poseen esta cualidad, y, por otra, las cosas que no la poseen; pero, mientras que el primer grupo se encuentra así definido y determinado positivamente, el segundo, que no está caracterizado más que de una manera puramente negativa, no está limitado de ningún modo por eso y es verdaderamente indefinido; por consiguiente, no hay ni simetría, ni común medida entre estos dos grupos, que así no constituyen realmente una división binaria, y cuya distinción no vale evidentemente más que desde el punto de vista especial de la cualidad tomada como punto de partida, puesto que el segundo grupo no tiene homogeneidad alguna y puede comprender cosas que no tienen nada de común entre ellas, lo que, no obstante, no impide que esta división sea verdaderamente válida bajo la relación considerada. Ahora bien, es de esta manera como nos distinguimos lo manifestado y lo no manifestado, después, en lo manifestado, lo formal y lo informal, y finalmente, en lo formal mismo, lo corporal y lo incorporal.). La simetría no se encuentra, hasta un cierto punto, más que si uno se restringe a la consideración de la individualidad humana únicamente, y por lo demás, es desde este punto de vista como la distinción de que se trata es establecida en primer lugar por la doctrina hindú; incluso si se rebasa después este punto de vista, e incluso si uno no le ha considerado más que para llegar a rebasarle efectivamente, por eso no es menos verdad que es este punto de vista el que tenemos que tomar inevitablemente como base y como término de comparación, puesto que es el que concierne al estado donde nos encontramos actualmente. Diremos pues que el ser humano, considerado en su integralidad, conlleva un cierto conjunto de posibilidades que constituyen su modalidad corporal o grosera, más una multitud de otras posibilidades que, extendiéndose en diversos sentidos más allá de ésta, constituyen sus modalidades sutiles; pero, no obstante, todas estas posibilidades reunidas no representan más que un único y mismo grado de la Existencia UNIVERSAL. Resulta de eso que la individualidad humana es a la vez mucho más y mucho menos de lo que creen ordinariamente los occidentales: mucho más, porque apenas conocen de ella más que la modalidad corporal, que no es más que una porción ínfima de sus posibilidades; pero también mucho menos, porque esta individualidad, lejos de ser realmente el ser total, no es más que un estado de este ser, entre una indefinidad de otros estados, cuya suma misma no es todavía nada al respecto de la personalidad, única que es el ser verdadero, porque únicamente ella es su estado permanente o incondicionado, y porque no hay más que eso que pueda ser considerado como absolutamente real. Todo lo demás, sin duda, es real también, pero solo de una manera relativa, en razón de su dependencia al respecto del principio y en tanto que refleja algo de él, como la imagen reflejada en un espejo saca toda su realidad del objeto sin el cual ella no tendría ninguna existencia; pero esta menor realidad, que no es más que participada, es ilusoria en relación a la realidad suprema, como la misma imagen es también ilusoria en relación al objeto; y, si se pretendiera aislarla del principio, esta ilusión devendría irrealidad pura y simple. Se comprende por eso que la existencia, es decir, el ser condicionado y manifestado, sea a la vez real en un cierto sentido e ilusorio en otro; y éste es uno de los puntos esenciales que no han comprendido nunca los occidentales que han deformado ultrajantemente el Vêdânta con sus interpretaciones erróneas y llenas de prejuicios. 56 HDV II
Debemos advertir todavía más especialmente a los filósofos que lo Universal y lo individual no son para nos lo que ellos llaman categorías; y les recordaremos, ya que los modernos parecen haberlo olvidado un poco, que las categorías, en el sentido aristotélico de esta palabra, no son otra cosa que los más generales de todos los géneros, de suerte que pertenecen todavía al dominio individual, cuyo límite marcan por lo demás desde un cierto punto de vista. Sería más justo asimilar a lo Universal lo que los escolásticos llaman los transcendentales, que rebasan precisamente todos los géneros, comprendidas las categorías; pero, si estos transcendentales son en efecto del orden UNIVERSAL, sería todavía un error creer que constituyen todo lo Universal, o incluso que son lo más importante que deba considerar la metafísica pura: son coextensivos al Ser, pero no van más allá del Ser, en el que se detiene por lo demás la doctrina en la que se consideran así. Ahora bien, si la ontología o el conocimiento del Ser depende en efecto de la metafísica, está muy lejos de ser la metafísica completa y total, ya que el Ser no es lo no manifestado en sí mismo, sino solo el principio de la manifestación; y, por consiguiente, lo que está más allá del Ser importa mucho más todavía, metafísicamente, que el Ser mismo. En otros términos, es Brahma, y no Îshwara, el que debe ser reconocido como el Principio Supremo; es lo que declaran expresamente y ante todo los Brahma-Sûtras, que comienzan por estas palabras: ahora comienza el estudio de Brahma, a lo cual Sankarâchârya agrega este comentario: al prescribir la búsqueda de Brahma este primer sûtra recomienda un estudio reflexivo de los textos de las Upanishads, hecho con la ayuda de una dialéctica que (tomándolos como base y como principio) no esté jamás en desacuerdo con ellos, y que, como ellos (pero a título de simple medio auxiliar), se proponga como fin la Liberación. 57 HDV II
El Sí mismo como lo hemos visto en lo que precede, no debe ser distinguido de Âtmâ; y, por otra parte, Âtmâ se identifica a Brahma mismo: es lo que podemos llamar la Identidad Suprema, por una expresión tomada al esoterismo islámico, cuya doctrina, sobre este punto como sobre muchos otros, y a pesar de grandes diferencias en la forma, es en el fondo la misma que la de la tradición hindú. La realización de esta identidad se opera por el Yoga, es decir, la unión íntima y esencial del ser con el Principio Divino o, si se prefiere, con lo Universal; el sentido propio de esta palabra Yoga, en efecto, es unión y nada más (La raíz de esta palabra se encuentra, apenas alterada, en el latín jungere y sus derivados.), a pesar de las interpretaciones múltiples y completamente fantasiosas que han propuesto los orientalistas y los teosofistas. Es menester destacar que esta realización no debe considerarse propiamente como una efectuación, o como la producción de un resultado no preexistente, según la expresión de Shankarâchârya, ya que la unión de que se trata, incluso no realizada actualmente en el sentido en el que lo entendemos aquí, por eso no existe menos potencialmente, o más bien virtualmente; así pues, se trata solo, para el ser individual (ya que no es más que en relación a éste como se puede hablar de realización), de tomar efectivamente consciencia de lo que es realmente y por toda la eternidad. 67 HDV III
Por eso es por lo que se dice que es Brahma quien reside en el centro vital del ser humano, y eso para todo ser humano cualquiera que sea, y no solo para el que está actualmente unido o liberado, pues estas dos palabras designan en suma la misma cosa considerada bajo dos aspectos diferentes, el primero en relación al Principio, y el segundo en relación a la manifestación o a la existencia condicionada. Este centro vital se considera que corresponde analógicamente al más pequeño ventrículo (guhâ) del corazón (hridaya), pero no obstante no debe confundirse con el corazón en el sentido ordinario de esta palabra, queremos decir con el órgano fisiológico que lleva este nombre, ya que, en realidad, es el centro, no solo de la individualidad corporal, sino de la individualidad integral, susceptible de una extensión indefinida en su dominio (que por lo demás no es más que un grado de la Existencia), y de la que la modalidad corporal no constituye más que una porción, e incluso una porción muy restringida, así como ya lo hemos dicho. El corazón se considera como el centro de la vida, y lo es en efecto, desde el punto de vista fisiológico, en relación a la circulación de la sangre, a la que la vitalidad misma está esencialmente ligada de una manera muy particular, así como todas las tradiciones están de acuerdo en reconocerlo; pero se considera además como tal, en un orden superior, y simbólicamente en cierto modo, en relación a la Inteligencia UNIVERSAL (en el sentido del término árabe El-Aqlu) en sus relaciones con el individuo. Conviene notar a este propósito que los griegos mismos, y Aristóteles entre otros, atribuían el mismo papel al corazón, al que hacían también la sede de la inteligencia, si se puede emplear esta manera de hablar, y no del sentimiento como lo hacen ordinariamente los modernos; el cerebro, en efecto, no es verdaderamente más que el instrumento de la mente, es decir, del pensamiento en modo reflexivo y discursivo; y así, según un simbolismo que ya hemos indicado precedentemente, el corazón corresponde al sol y el cerebro a la luna. No hay que decir, por lo demás, que, cuando se designa el corazón como el centro de la individualidad integral, es menester estar atento a que lo que no es más que una analogía no debe considerarse como una asimilación, y a que en eso no hay propiamente más que una correspondencia, que por lo demás no tiene nada de arbitrario, sino que está perfectamente fundada, aunque nuestros contemporáneos se dejen sin duda llevar por sus hábitos a desconocer sus razones profundas. 68 HDV III
Así pues, lo que reside en el centro vital, desde el punto de vista físico, es el Éter; desde el punto de vista psíquico, es el alma viva, y, hasta aquí, no rebasamos el dominio de las posibilidades individuales; pero también, y sobre todo, desde el punto de vista metafísico, es el Sí mismo principial e incondicionado. Por consiguiente, es verdaderamente el Espíritu Universal (Âtmâ), que es, en realidad, Brahma mismo, el Supremo Ordenador; y así se encuentra plenamente justificada la designación de este centro como Brahma-pura. Ahora bien, Brahma, considerado de esta manera en el hombre (y se le podría considerar semejantemente en relación a todo estado del ser), es llamado Purusha, porque reposa o habita en la individualidad (se trata, lo repetimos todavía una vez más, de la individualidad integral, y no solo de la individualidad restringida a su modalidad corporal) como en una ciudad (puri-shaya), ya que pura, en el sentido propio y literal, significa ciudad (Esta explicación de la palabra Purusha sin duda no debe considerarse como una derivación etimológica; depende del Nirukta, es decir, de una interpretación que se basa principalmente sobre el valor simbólico de los elementos de los que están compuestas las palabras, y este modo de explicación, generalmente incomprendido por los orientalistas, es bastante comparable al que se encuentra en la Qabbalah hebraica; no era enteramente desconocido por los griegos, y se pueden encontrar ejemplos de ello en el Cratilo de Platón. — En cuanto a la significación de Purusha, se podría hacer destacar también que pura expresa una idea de plenitud.). 72 HDV III
En el centro vital, residencia de Purusha, el sol no brilla, ni la luna, ni las estrellas, ni los relámpagos; mucho menos todavía este fuego visible (el elemento ígneo sensible, o Têjas, cuya cualidad propia es la visibilidad). Todo brilla según la irradiación de Purusha (reflejando su claridad); es por su esplendor por lo que este todo (la individualidad integral considerada como microcosmo) es iluminado (Katha Upanishad, 2 Adhyaya 5 Vallî, shruti 15; Mundaka Upanishad, 2 Mundaka, 2 Khanda, shurti 10; Shwêtâshwatara Upanishad, 6 Adhyâya, shruti 14.). Y se lee igualmente en la Bhagavad-Gîtâ (Se sabe que la Bhagavat-Gîtâ es un episodio del Mahâbhârata, y recordaremos a este propósito que los Itihâsas, es decir, el Râmâyana y el Mahâbhârata, que forman parte de la Smriti, son algo muy diferente de simples poemas épicos en el sentido profano en el que lo entienden los occidentales.): es menester buscar el lugar (que simboliza un estado) de donde no hay retorno (a la manifestación), y refugiarse en el Purusha primordial de quien ha salido la impulsión original (de la manifestación UNIVERSAL)… Este lugar, ni el sol, ni la luna, ni el fuego lo iluminan: es mi morada suprema (Bhagavad-Gîtâ, 4 y 6. — En estos textos hay una similitud interesante que señalar con este pasaje de la descripción de la Jerusalén Celeste en el Apocalipsis, XXI, 23: Y esta ciudad no tiene necesidad de ser iluminada por el sol o por la luna, porque es la gloria de Dios quien la ilumina, y porque el Cordero es su lámpara. Se ve por esto que la Jerusalén Celeste no carece de relaciones con la ciudad de Brahma; y, para aquellos que conocen la relación que une al Cordero del simbolismo cristiano con el Agni vêdico, la aproximación es todavía más significativa. — Sin poder insistir sobre este último punto, diremos, para evitar toda falsa interpretación, que no pretendemos en modo alguno establecer una relación etimológica entre Agnus e Ignis (equivalente latín de Agni); pero aproximaciones fonéticas como la que existen entre estas dos palabras juegan frecuentemente un papel importante en el simbolismo; y por lo demás, para nos, en eso nada hay de fortuito, puesto que todo lo que es tiene una razón de ser, comprendidas las formas del lenguaje. Conviene anotar todavía, bajo la misma relación, que el vehículo de Agni es un carnero.). Purusha es representado como una luz (jyotis), porque la luz simboliza el Conocimiento; y es la fuente de toda otra luz, que no es en suma más que su reflexión, puesto que todo conocimiento relativo no puede existir más que por participación, por indirecta y por lejana que sea, en la esencia del Conocimiento supremo. En la luz de este Conocimiento, todas las cosas son en perfecta simultaneidad, ya que, principialmente, no puede haber más que un eterno presente, puesto que la inmutabilidad excluye toda sucesión; y no es más que en el orden de lo manifestado donde se traducen en modo sucesivo (lo que no quiere decir forzosamente temporal) las relaciones de las posibilidades que, en sí mismas, están contenidas eternamente en el Principio. Este Purusha, de la magnitud de un pulgar (angustha-mâtra, expresión que no debe entenderse literalmente como asignándole una dimensión espacial, sino que se refiere a la misma idea que la comparación con un grano) (A propósito de esto, se podría establecer también una comparación con la endogenía del Inmortal, tal como se enseña por la tradición taoísta, así como con el luz o núcleo de inmortalidad de la tradición hebraica.), es de una luminosidad clara como un fuego sin humo (sin mezcla alguna de obscuridad o de ignorancia); es el señor del pasado y del futuro (puesto que es eterno, y por tanto omnipresente, de suerte que contiene actualmente todo lo que aparece como pasado y como futuro en relación a un momento cualquiera de la manifestación, y, por lo demás, esto puede transponerse fuera del modo especial de sucesión que es propiamente el tiempo); es hoy (en el estado actual que constituye la individualidad humana) y será mañana (y en todos los ciclos o estados de existencia) tal cual es (en sí mismo, principialmente, por toda la eternidad) (Katha Upanishad 2 adhyâya, 4 Vallî, shrutis 12 y 13. — En el esoterismo islámico, la misma idea es expresada, en términos casi idénticos, por Mohyiddin-ibn-Arabi en su Tratado de la Unidad (Risâlatud-Ahadiyah): Él (Allah) es ahora tal cual era (por toda la eternidad) todos los días en el estado de Creador Sublime. La única diferencia recae sobre la idea de creación, que no aparece más que en las doctrinas tradicionales que, parcialmente al menos, se vinculan al judaísmo; por lo demás, eso no es en el fondo, más que una manera especial de expresar lo que se refiere a la manifestación UNIVERSAL y a su relación con el Principio.). 73 HDV III
Si, en lugar de considerar cada individuo aisladamente, se considera el conjunto del dominio formado por un grado determinado de la Existencia, tal como el dominio individual donde se despliega el estado humano, o no importa cual otro dominio análogo de la existencia manifestada, definido semejantemente por un cierto conjunto de condiciones especiales y limitativas, Purusha es, para un tal dominio (que comprende todos los seres que desarrollan en él, tanto sucesiva como simultáneamente, sus posibilidades de manifestación correspondientes), asimilado a Prajâpati, el Señor de los seres producidos, expresión de Brahma mismo en tanto que es concebido como Voluntad Divina y Ordenador Supremo (Prajâpati es también Vishwakarma, el principio constructivo UNIVERSAL; su nombre y su función son por lo demás susceptibles de aplicaciones múltiples y más o menos especializadas, según se les refiera o no a la consideración de tal o cual estado determinado.). Esta Voluntad se manifiesta más particularmente, en cada ciclo especial de existencia, como el Manu de ese ciclo, que le da su Ley (Dharma); en efecto, así como ya lo hemos explicado en otra parte, Manu no debe considerarse en modo alguno como un personaje ni como un mito (al menos en el sentido vulgar de esta palabra), sino más bien como un principio, que es propiamente la Inteligencia cósmica, imagen reflejada de Brahma (y en realidad una con Él), que se expresa como el Legislador primordial y UNIVERSAL (Es interesante notar que, en otras tradiciones, el Legislador primordial es designado también por nombres cuya raíz es la misma que la del Manu hindú: tales son, concretamente, el Menés o Mina de los egipcios, el Minos de los griegos y el Menw de los celtas; es pues un error considerar estos nombres como designando personajes históricos.). Del mismo modo que Manu es el prototipo del hombre (mânava), la pareja Purusha-Prakriti, en relación a un estado de ser determinado, puede considerarse como equivalente, en el dominio de la existencia que corresponde a ese estado, a lo que el esoterismo islámico llama el Hombre Universal (El-Insânul-Kâmil) (NA: Es el Adam Qadmon de la Qabbalah hebraica; es también el Rey (Wang) de la tradición extremo oriental (Tao-Te-King, XXV)), concepción que, por lo demás, puede extenderse después a todo el conjunto de los estados manifestados, y que establece entonces la analogía constitutiva de la manifestación UNIVERSAL y de su modalidad individual humana (Recordamos que es sobre esta analogía donde reposa esencialmente la institución de las castas. — Sobre el papel de Purusha considerado desde el punto de vista que indicamos aquí, ver concretamente el Purusha-Sûkta del Rig Vêda, X, 90. — Vishwakarma, aspecto o función del Hombre Universal, corresponde al Gran arquitecto del Universo de las iniciaciones occidentales.), o, para emplear el lenguaje de algunas escuelas occidentales, del macrocosmo y del microcosmo (Estos términos pertenecen en propiedad al hermetismo, y son de aquellos para los cuales estimamos no tener que ocuparnos del empleo más o menos abusivo que ha podido hacerse de ellos por los pseudoesoteristas contemporáneos.). 83 HDV IV
Ahora, es indispensable destacar que la concepción de la pareja Purusha-Prakriti no tiene ninguna relación con una concepción dualista cualquiera, y que, en particular, es totalmente diferente del dualismo espíritu-materia de la filosofía occidental moderna, cuyo origen es en realidad imputable al cartesianismo. Purusha no puede considerarse como correspondiendo a la noción filosófica de espíritu, así como ya lo hemos indicado a propósito de la designación de Âtmâ como el Espíritu Universal, que no es aceptable sino a condición de ser entendida en un sentido completamente diferente de ese; y, a pesar de las aserciones de buen número de orientalistas, Prakriti corresponde todavía mucho menos a la noción de materia, que, por otra parte, es tan completamente extraña al pensamiento hindú que no existe en sánscrito ninguna palabra por la que pueda traducirse, ni siquiera aproximadamente, lo que prueba que una tal noción no tiene nada de verdaderamente fundamental. Por lo demás, es muy probable que los griegos mismos no tuvieran la noción de la materia tal como la entienden los modernos, tanto filósofos como físicos; en todo caso, el sentido de la palabra hyle, en Aristóteles, es más bien el de substancia en toda su UNIVERSALidad, y, eidos (que la palabra forma traduce bastante mal al castellano, a causa de los equívocos a los que puede dar lugar muy fácilmente) corresponde no menos exactamente a la esencia considerada como correlativa de esta substancia. En efecto, estos términos de esencia y de substancia, tomados en su acepción más extensa, son quizás, en las lenguas occidentales, los que dan la idea más exacta de la concepción de que se trata, concepción de orden mucho más UNIVERSAL que la del espíritu y de la materia, y de la cual esta última no representa todo lo más sino un aspecto muy particular, una especificación en relación a un estado de existencia determinado, fuera del cual la misma deja enteramente de ser válida, en lugar de ser aplicable a la integralidad de la manifestación UNIVERSAL, como lo es la de la esencia y de la substancia. Es menester agregar todavía que la distinción de estas últimas, por primordial que sea en relación a toda otra, por eso no es menos relativa: es la primera de todas las dualidades, aquella de la que derivan todas las demás directa o indirectamente, y es ahí donde comienza propiamente la multiplicidad; pero es menester no ver en esta dualidad la expresión de una irreductibilidad absoluta que en modo alguno podría encontrarse en ella: es el Ser Universal el que, en relación a la manifestación, de la que es su principio, se polariza en esencia y en substancia, sin que su unidad íntima sea afectada por ello de ninguna manera. Recordaremos a este propósito que el Vêdânta, por eso mismo de que es puramente metafísico, es esencialmente la doctrina de la no-dualidad (adwaita-vâda) (Hemos explicado, en nuestra Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, que este no dualismo no debe ser confundido con el monismo, que, bajo cualquier forma que tome, es, como el dualismo, de orden simplemente filosófico y no metafísico; no tiene nada de común tampoco con el panteísmo, y puede serle asimilado tanto menos cuanto que esta última denominación, cuando se emplea en un sentido racional, implica siempre un cierto naturalismo que es propiamente antimetafísico.); y, si el Sânkhya ha podido parecer dualista a aquellos que no lo han comprendido, es porque su punto de vista se detiene en la consideración de la primera dualidad, lo que no le impide dejar posible todo lo que le rebasa, contrariamente a lo que tiene lugar para las concepciones sistemáticas que son lo propio de los filósofos. 84 HDV IV
Nos es menester precisar todavía lo que es Prakriti, que es el primero de los veinticinco principios (tattwas) enumerados en el Sânkhya; pero hemos debido considerar a Purusha antes de Prakriti, porque es inadmisible que el principio plástico o substancial (en el sentido estrictamente etimológico de esta última palabra, que expresa el substratum UNIVERSAL, es decir, el soporte de toda manifestación) (Para evitar todo error de interpretación posible, agregamos que el sentido en el que entendemos así la substancia no es en modo alguno aquel en el que Spinoza ha empleado este mismo término, ya que, por un efecto de la confusión panteísta, se sirve de él para designar al Ser Universal mismo, al menos en la medida en la que es capaz de concebirle; y, en realidad, el Ser Universal está más allá de la distinción de Purusha y Prakriti, que se unifican en él como en su principio común.) esté dotado de espontaneidad, puesto que es puramente potencial y pasivo, apto para toda determinación, pero que no posee actualmente ninguna. Así pues, Prakriti no puede ser verdaderamente causa por sí misma (queremos hablar de la causalidad eficiente), fuera de la acción o más bien de la influencia del principio esencial, que es Purusha, y que es, se podría decir, el determinante de la manifestación; todas las cosas manifestadas son en efecto producidas por Prakriti, de la que son como modificaciones o determinaciones, pero, sin la presencia de Purusha, estas producciones estarían desprovistas de toda realidad. La opinión según la cual Prakriti se bastaría a sí misma como principio de la manifestación no podría sacarse más que de una concepción completamente errónea del Sânkhya, que proviene simplemente de que, en esta doctrina, lo que se llama producción se considera siempre exclusivamente por el lado substancial, y quizás también de que Purusha no se enumera en ella sino como el vigesimoquinto tattwa, por lo demás enteramente independiente de los otros, que comprenden a Prakriti y a todas sus modificaciones; una opinión semejante, por lo demás, sería formalmente contraria a la enseñanza del Vêda. 85 HDV IV
Mûla-Prakriti es la Naturaleza Primordial (llamada en árabe El-Fitrah), raíz de todas las manifestaciones (ya que mûla significa raíz); también se la designa como Pradhâna, es decir, lo que está puesto antes de todas las cosas, como conteniendo en potencia todas las determinaciones; según los Purânas, se identifica con Mâyâ, concebida como madre de las formas. Es indiferenciada (avyakta) e indistinguible, puesto que no está compuesta de partes ni dotada de cualidades, pudiendo solo ser inducida por sus efectos, puesto que no podría percibírsela en sí misma, y productiva sin ser ella misma producción. Raíz, ella es sin raíz, ya que no sería raíz, si tuviera una raíz (Sânkhya-Sûtras, 1er Adhyâya, sûtra 67.). Prakriti, raíz de todo, no es producción. Siete principios, el grande (Mahat, que es el principio intelectual o Buddhi) y los demás (ahamkâra o la consciencia individual, que engendra la noción del yo, y los cinco tanmâtras o determinaciones esenciales de las cosas), son al mismo tiempo producciones (de Prakriti) y productivos (en relación a los siguientes). Dieciséis (los once indriyas o facultades de sensación y de acción, comprendido el manas o la mente, y los cinco bhûtas o elementos substanciales y sensibles) son producciones (improductivas). Purusha no es ni producción ni productivo (en sí mismo) (Sânkhya-Kârikâ, shloka 3.), aunque sea su acción, o mejor su actividad no-actuante, según una expresión que tomamos a la tradición extremo oriental, la que determina esencialmente todo lo que es producción substancial en Prakriti (Colebrooke (Ensayos sobre la Filosofía de los Hindúes, traducidos al francés por G. Pauthier, 1er Ensayo) ha señalado con razón la concordancia sorprendente que existe entre el último pasaje citado y los siguientes, sacados del tratado De Divisione Naturae de Scot Erigène: La división de la Naturaleza ME parece que debe ser establecida según cuatro diferentes especies, la primera de las cuales es lo que crea y no es creado; la segunda lo que es creado y crea; la tercera, lo que es creado y no crea; y la cuarta finalmente, lo que no es creado y no crea (Libro I). Pero la primera especie y la cuarta (respectivamente asimilables a Prakriti y a Purusha) coinciden (confundiéndose o más bien uniéndose) en la Naturaleza Divina, ya que ésta puede ser dicha creadora e increada, como es en sí misma, pero igualmente ni creadora ni creada, puesto que, siendo infinita, no puede producir nada que esté fuera de sí misma, y puesto que no hay tampoco ninguna posibilidad de que ella no sea en sí misma y por sí misma (Libro III). Se observará no obstante la sustitución de la idea de producción por la de creación; por otra parte, la expresión de Naturaleza Divina no es perfectamente adecuada, ya que lo que designa es propiamente el Ser Universal: en realidad, es Prakriti la que es la naturaleza primordial, y Purusha, esencialmente inmutable, está fuera de la Naturaleza, cuyo nombre mismo expresa una idea de devenir.). 86 HDV IV
Para completar estas nociones, agregamos que Prakriti, aunque es necesariamente una en su indistinción, contiene en sí misma una triplicidad que, al actualizarse bajo la influencia ordenadora de Purusha, da nacimiento a sus múltiples determinaciones. En efecto, posee tres gunas o cualidades constitutivas, que están en perfecto equilibrio en su indiferenciación primordial; toda manifestación o modificación de la substancia representa una ruptura de este equilibrio, y los seres, en sus diferentes estados de manifestación, participan de los tres gunas a grados diversos y, por así decir, según proporciones indefinidamente variadas. Estos gunas no son pues estados, sino condiciones de la Existencia UNIVERSAL, a las que están sometidos todos los seres manifestados, y que es menester tener cuidado de distinguir de las condiciones especiales que determinan y definen tal o cual estado o modo de la manifestación. Los tres gunas son: sattwa, la conformidad a la esencia pura del Ser (Sat), que se identifica a la Luz inteligible o al Conocimiento, y que se representa como una tendencia ascendente; rajas, la impulsión expansiva, según la cual el ser se desarrolla en un cierto estado y, en cierto modo, a un nivel determinado de la existencia; y finalmente, tamas, la obscuridad, asimilado a la ignorancia, y representado como una tendencia descendente. Nos limitaremos aquí a estas definiciones, que habíamos indicado ya en otra parte; no es éste el lugar de exponer más completamente estas consideraciones, que están un poco fuera de nuestro tema, ni de hablar de las aplicaciones diversas a las que dan lugar, concretamente en lo que concierne a la teoría cosmológica de los elementos; estos desarrollos encontraran mejor su lugar en otros estudios. 87 HDV IV
Purusha, considerado como idéntico a la Personalidad, es por así decir (NA: La palabra iva indica que se trata de una comparación (upamâ) o de una manera de hablar destinada a facilitar la comprehensión, pero que no debe tomarse al pie de la letra. — He aquí un texto taoísta que expresa una idea similar: las normas de todo tipo, como la que hace un cuerpo de varios órganos (o un ser de varios estados)… son otras tantas participaciones del Rector Universal. Estas participaciones no Le aumentan ni Le disminuyen, ya que son comunicadas por Él, no desgajadas del Él (Tchoang-tseu, II; traducción del P. Wieger, p. 277)) una porción (ansha) del Supremo Ordenador (que, no obstante, no tiene realmente partes, puesto que como es absolutamente indivisible y sin dualidad), como una chispa lo es del fuego (cuya naturaleza está por lo demás toda entera en cada chispa) (Brahma-Sûtras, 2 Adhyâya, 3er Pâda, sûtra 43. — Recordamos que seguimos principalmente, en nuestra interpretación, el comentario de Shankarâchârya.). Él no está sometido a las condiciones que determinan la individualidad, e, incluso en sus relaciones con ésta, permanece inafectado por las modificaciones individuales (tales, por ejemplo, como el placer y el dolor), que son puramente contingentes y accidentales, no esenciales al ser, y que provienen todas del principio plástico, Prakriti o Pradhâna, como de su única raíz. Es de esta substancia, que contiene en potencia todas las posibilidades de manifestación, de donde son producidas las modificaciones en el orden manifestado, por el desarrollo mismo de estas posibilidades, o, para emplear el lenguaje aristotélico, por su paso de la potencia al acto. Toda modificación (parinâma), dice Vijnâna-Bhikshu, desde la producción original del mundo (es decir, de cada ciclo de existencia) hasta su disolución final, proviene exclusivamente de Prakriti y de sus derivados, es decir, de los veinticuatro primeros tattwas del Sânkhya. 98 HDV V
Es el alma viva (jîvâtmâ) lo que es comparable aquí a la imagen del sol en el agua, como la reflexión (âbhâsa), en el dominio individual y en relación a cada individuo, de la Luz, principialmente una, del Espíritu Universal (Âtmâ); y el rayo luminoso que hace existir esta imagen y que la une a su fuente es, así como lo veremos más adelante, el intelecto superior (Buddhi), que pertenece al dominio de la manifestación informal (NA: Es menester destacar que el rayo supone un medio de propagación (manifestación en modo no individualizado), y que la imagen supone un plano de reflexión (individualización por las condiciones de un cierto estado de existencia).). En cuanto al agua, que refleja la luz solar, es habitualmente el símbolo del principio plástico (Prakriti), la imagen de la pasividad UNIVERSAL; y por lo demás este símbolo, con la misma significación, es común a todas las doctrinas tradicionales (A este respecto, uno puede remitirse en particular al comienzo del Génesis, I, 2: Y el Espíritu Divino era llevado sobre la faz de las Aguas. Hay en este pasaje una indicación muy clara relativamente a los dos principios complementarios de los que hablamos aquí, donde el Espíritu corresponde a Purusha y las aguas a Prakriti. Desde un punto de vista diferente, pero no obstante relacionado analógicamente con el precedente, el Ruahh Elohim del texto hebraico es asimilable también a Hamsa, el Cisne simbólico, vehículo de Brahma, que incuba el Brahmânda, el Huevo del Mundo contenido en las Aguas primordiales; y es menester destacar que Hamsa es igualmente el soplo (spiritus), lo que es el sentido primero de Ruahh en hebreo. En fin, si uno se coloca especialmente en el punto de vista de la constitución del mundo corporal, Ruahh es el Aire (Vâyu); y si eso no debiera llevarnos a consideraciones demasiado largas, podríamos mostrar que hay una concordancia perfecta entre la Biblia y el Vêda en lo que concierne al orden de desarrollo de los elementos sensibles. En todo caso, se puede encontrar, en lo que acabamos de decir, la indicación de tres sentidos superpuestos, que se refieren respectivamente a los tres grados fundamentales de la manifestación (informal, sutil y grosera), que son designados como los tres mundos (Tribhuvana) por la tradición hindú. — Estos tres mundos figuran también en la Qabbalah hebraica bajo los nombres de Beriah, Ietsirah y Asiah; por encima de ellos está Atsiluth que es el estado principial de no manifestación.). Aquí, sin embargo, es menester aportar una restricción a su sentido general, ya que Buddhi, aunque es informal y supraindividual, es todavía manifestado, y, por consecuencia, depende de Prakriti de quien es la primera producción; así pues, el agua no puede representar aquí más que el conjunto potencial de las posibilidades formales, es decir, el dominio de la manifestación en modo individual, y así deja fuera de ella esas posibilidades informales que, aunque corresponden a estados de manifestación, sin embargo deben ser referidas a lo Universal (Si se deja al símbolo del agua su significación general, el conjunto de las posibilidades formales es designado como las Aguas inferiores, y el de las posibilidades informales como las Aguas superiores. La separación de las Aguas inferiores y de las Aguas superiores, bajo el punto de vista cosmogónico, se encuentra descrito también en el Génesis, I, 6 y 7; hay que destacar que la palabra Maim, que designa el agua en hebreo, tiene la forma del dual, lo que, entre otras significaciones, puede referirse al doble caos de las posibilidades formales e informales en el estado potencial. Las Aguas primordiales antes de la separación, son la totalidad de las posibilidades de manifestación, en tanto que constituyen el aspecto potencial del Ser Universal, lo que es propiamente Prakriti. Hay todavía otro sentido superior del mismo simbolismo, que se obtiene transponiéndole más allá del Ser mismo: las Aguas representan entonces la Posibilidad Universal, considerada de una manera absolutamente total, es decir, en tanto que abarca a la vez, en su infinitud, el dominio de la manifestación y el de la no manifestación. Este último sentido es el más elevado de todos; en el grado inmediatamente inferior, en la polarización primordial del Ser, tenemos a Prakriti, con la cual no estamos todavía más que en el principio de la manifestación. Después, al continuar descendiendo, podemos considerar los tres grados de ésta como hemos hecho precedentemente: tenemos entonces, para los dos primeros, el doble caos del que hemos hablado, y finalmente, para el mundo corporal, el Agua en tanto que elemento sensible (Ap), que se encuentra comprendida por lo demás ya implícitamente, como todo lo que pertenece a la manifestación grosera, en el dominio de las Aguas inferiores, ya que la manifestación sutil desempeña el papel de principio inmediato y relativo en relación a esta manifestación grosera. — Aunque estas explicaciones sean un poco largas, pensamos que no serán inútiles para hacer comprender, con ejemplos, como se puede considerar una pluralidad de sentidos y de aplicaciones en los textos tradicionales.). 100 HDV V
Por otra parte, cuando hablamos de los diferentes grados de la manifestación individual, se debe comprender fácilmente que estos grados corresponden a los de la manifestación UNIVERSAL, en razón de esa analogía constitutiva del macrocosmo y del microcosmo a la que hemos hecho alusión más atrás. Se comprenderá mejor todavía si se reflexiona que todos los seres manifestados están igualmente sometidos a las condiciones generales que definen los estados de existencia en los que están situados; si, al considerar un ser cualquiera, no se puede aislar realmente un estado de este ser del conjunto de todos los demás estados entre los que se sitúa jerárquicamente a un nivel determinado, tampoco se puede, desde otro punto de vista, aislar ese estado de todo lo que pertenece, no ya al mismo ser, sino al mismo grado de la Existencia UNIVERSAL; y así todo aparece como ligado en varios sentidos, ya sea en la manifestación misma, ya sea en tanto que ésta, que forma un conjunto único en su multiplicidad indefinida, se vincula a su principio, es decir, al Ser, y por tanto al Principio Supremo. La multiplicidad existe según su modo propio, desde que ella es posible, pero este modo es ilusorio, en el sentido que ya hemos precisado (el de una menor realidad), porque la existencia misma de esta multiplicidad se funda sobre la unidad, de la que ha salido y en la que está contenida principialmente. Al considerar de esta manera el conjunto de la manifestación UNIVERSAL, se puede decir que, en la multiplicidad misma de sus grados y de sus modos, la Existencia es única, según una fórmula que tomamos al esoterismo islámico; y aquí hay que observar un matiz importante entre unicidad y unidad: la primera envuelve la multiplicidad como tal, la segunda es su principio (no la raíz, en el sentido en que esta palabra se aplica a Prakriti, sino como encerrando en sí todas las posibilidades de manifestación, tanto esencialmente como substancialmente). Así pues, se puede decir propiamente que el Ser es uno, y que él es la Unidad misma (Es lo que expresa también el adagio escolástico: Esse et unun convertuntur.), en el sentido metafísico, por lo demás, y no en el sentido matemático, ya que aquí estamos más allá del dominio de la cantidad: entre la Unidad metafísica y la unidad matemática, hay analogía, pero no identidad; y del mismo modo, cuando se habla de la multiplicidad de la manifestación UNIVERSAL, no es tampoco de una multiplicidad cuantitativa que se trata, ya que la cantidad no es más que una condición especial de algunos estados manifestados. Finalmente, si el Ser es uno, el Principio Supremo es sin dualidad, como se verá a continuación: la unidad, en efecto, es la primera de todas las determinaciones, pero es ya una determinación, y, como tal, no podría aplicarse propiamente al Principio Supremo. 110 HDV VI
Después de haber dado estas pocas nociones indispensables, volvemos de nuevo a la consideración de los grados de la manifestación: hay lugar a hacer primeramente, como lo hemos visto, una distinción entre la manifestación informal y la manifestación formal; pero, cuando uno se limita a la individualidad, es siempre de la segunda que se trata exclusivamente. El estado propiamente humano, del mismo modo que todo otro estado individual, pertenece todo entero al orden de la manifestación formal, puesto que es precisamente la presencia de la forma entre las condiciones de un cierto modo de existencia la que caracteriza a este modo como individual. Así pues, si tenemos que considerar un elemento informal, ese será un elemento supraindividual, y, en cuanto a sus relaciones con la individualidad humana, jamás deberá considerarse como constitutivo de ésta, o como formando parte de ella a un título cualquiera, sino como ligando la individualidad a la personalidad. Esta última, en efecto, es no manifestada, incluso en el caso de que se la considere más especialmente como el principio de los estados manifestados, del mismo modo que el Ser, aunque es propiamente el principio de la manifestación UNIVERSAL, está fuera y más allá de ésta manifestación (y uno puede acordarse aquí del motor inmóvil de Aristóteles); pero, por otro lado, la manifestación informal es todavía principial, en un sentido relativo, en relación a la manifestación formal, y así establece un lazo entre ésta y su principio superior no manifestado, que es por lo demás el principio común de estos dos órdenes de manifestación. Del mismo modo, si se distingue después, en la manifestación formal o individual, el estado sutil y el estado grosero, el primero es, más relativamente todavía, principial en relación al segundo, y, por consiguiente, se sitúa jerárquicamente entre este último y la manifestación informal. Se tiene pues, por una serie de principios cada vez más relativos y determinados, un encadenamiento a la vez lógico y ontológico (puesto que los dos puntos de vista se corresponden por lo demás de tal manera que no se les puede separar más que artificialmente), que se extiende desde lo no manifestado hasta la manifestación grosera, pasando por la intermediación de la manifestación informal, y seguidamente por la de la manifestación sutil; y, ya sea que se trate del macrocosmo o del microcosmo, tal es el orden general que debe seguirse en el desarrollo de las posibilidades de manifestación. 111 HDV VI
Por otra parte en el segundo grupo, los bhûtas pertenecen incontestablemente al dominio de la manifestación grosera, puesto que son los elementos corporales; pero el manas, que no es corporal, debe ser referido a la manifestación sutil, en sí mismo al menos, aunque su actividad se ejerce también en relación a la manifestación grosera; y los demás indriyas tienen en cierto modo un doble aspecto, puesto que pueden considerarse a la vez en tanto que facultades y en tanto que órganos, y por consiguiente psíquica y corporalmente, es decir, en el estado sutil y en el estado grosero. Debe entenderse bien, por lo demás, que lo que se considera de la manifestación sutil, en todo esto, no es propiamente más que lo que concierne al estado individual humano, en sus modalidades extracorporales; y, aunque éstas sean superiores a la modalidad corporal, puesto que contienen su principio inmediato (al mismo tiempo que su dominio se extiende mucho más lejos), no obstante, si se las recoloca en el conjunto de la Existencia UNIVERSAL, pertenecen todavía al mismo grado de esta existencia, en el que está situado el estado humano todo entero. La misma precisión se aplica también cuando decimos que la manifestación sutil es productiva de la manifestación grosera: para que eso sea rigurosamente exacto, es menester aportar ahí, en lo que concierne a la primera, la restricción que acabamos de indicar, ya que, la misma relación, no puede ser establecida para otros estados igualmente individuales, pero no humanos, y enteramente diferentes por sus condiciones (salvo la presencia de la forma), estados que uno está obligado a comprender también en la manifestación sutil, como lo hemos explicado, desde que se toma la individualidad humana como término de comparación, así como debe hacerse inevitablemente, aunque dándose cuenta bien de que este estado no es en realidad nada más ni nada menos que otro estado cualquiera. 113 HDV VI
Todavía es necesaria una última observación: cuando se habla del orden de desarrollo de las posibilidades de manifestación, o del orden en el que deben enumerarse los elementos que corresponden a las diferentes fases de este desarrollo, es menester tener cuidado de precisar bien que un tal orden no implica más que una sucesión puramente lógica, que traduce por lo demás un encadenamiento ontológico real, y que aquí no podría tratarse de ninguna manera de una sucesión temporal. En efecto, el desarrollo en el tiempo no corresponde más que a una condición especial de la existencia, que es una de las que definen el dominio en el que está contenido el estado humano; y hay una indefinidad de modos diferentes de desarrollo igualmente posibles, e igualmente comprendidos en la manifestación UNIVERSAL. Así pues, la individualidad humana no puede estar situada temporalmente en relación a los demás estados del ser, puesto que éstos, de una manera general, son extratemporales, y eso incluso cuando no se trata más que de estados que dependen igualmente de la manifestación formal. Podríamos agregar todavía que algunas extensiones de la individualidad humana, fuera de su modalidad corporal, escapan ya al tiempo, sin estar por eso sustraídas a las demás condiciones generales del estado al que pertenece esta individualidad, de suerte que se sitúan verdaderamente en simples prolongamientos de este mismo estado; y, en otros estudios, tendremos sin duda la ocasión de explicar cómo tales prolongamientos pueden alcanzarse precisamente por la supresión de una u otra de las condiciones cuyo conjunto completo define el mundo corporal. Si ello es así, se concibe que, con mayor razón, no podría tratarse de hacer intervenir la condición temporal en lo que ya no pertenece al mismo estado, ni por consiguiente en las relaciones del estado humano integral con otros estados; y, con mayor razón todavía, uno no puede hacer que intervenga cuando se trata de un principio común a todos los estados de manifestación, o de un elemento que, aunque es ya manifestado, es superior a toda manifestación formal, como