Guénon Enel 1937

GUÉNON RESEÑAS: ENEL: A Message from the Sphinx (Rider and Co, London).

Las reservas que hemos formulado el año pasado, en cuanto al carácter puramente hipotético de todo ensayo de reconstitución y de interpretación de la antigua Tradición egipcia, a propósito de otra obra del mismo autor, se aplicarían igualmente a ésta, en cuya primera parte reencontramos, más brevemente expuestas algunas de las mismas ideas. El libro comienza por un estudio de la escritura jeroglífica, que reposa sobre principios perfectamente justos y por lo demás bastante generalmente conocidos, en lo que concierne a la pluralidad de los sentidos de esta escritura; pero, cuando se quiere hacer aplicación de los mismos y entrar en el detalle, ¿cómo estar bien seguro de no mezclar ahí más o menos fantasía? Destacamos también que el término «ideográfico» no se aplica, como se dice aquí, a la simple representación de objetos sensibles, y que, cuando se trata de la escritura, es en suma sinónimo de «simbólico»; y hay muchas otras impropiedades de lenguaje que no son menos deplorables: Así, es bien cierto que la doctrina egipcia debía ser «monoteísta» en el fondo, puesto que toda doctrina Tradicional sin excepción lo es esencialmente, en ese sentido de que no puede no afirmar la unidad principal; pero, si esta palabra de «monoteísmo» presenta así una significación aceptable, incluso fuera de las formas específicamente religiosas, ¿habría derecho, por otra parte, a llamar «panteísmo» a lo que todo el mundo ha convenido en nombrar «politeísmo»? Otra equivocación más grave es la que concierne a la magia, que el autor confunde visiblemente en muchos casos con la teúrgia (confusión que es la misma en suma que la de lo psíquico con lo espiritual) pues la ve por todas partes donde se trata del «poder del verbo», lo que le lleva a creer que la magia ha debido jugar un papel capital en el origen mismo, cuando es que al contrario su predominio, así como lo hemos explicado frecuentemente, no ha podido ser, en Egipto tanto como por cualquier otra parte, más que el hecho de una degeneración más o menos tardía. Anotamos todavía, antes de ir más lejos, una concesión bastante infeliz a las teorías «evolucionistas» modernas: Si los hombres de aquellas épocas antiguas hubieran tenido la mentalidad grosera o rudimentaria que se les presta, ¿dónde habrían en efecto podido reclutarse esos «iniciados» entre quienes, en las mismas épocas, se constata justamente todo lo contrario? Entre el «evolucionismo» antitradicional y la aceptación de los datos Tradicionales, es menester necesariamente escoger, y todo compromiso no puede conducir más que a insolubles contradicciones.

La segunda parte está consagrada a la Qabbalah hebraica, lo que podría sorprender si uno no conociera las ideas del autor sobre este punto: Para él, en efecto, la Tradición hebraica ha salido directamente de la Tradición egipcia, las mismas son como «dos eslabones consecutivos de una misma cadena». Hemos dicho ya lo que pensamos de ello, pero precisaremos todavía: El autor tiene seguramente razón en admitir que la Tradición egipcia fue derivada de la Atlántida (que por otra parte, podemos declararlo más claramente de lo que él lo hace, no fue ella misma por eso la sede de la Tradición Primordial), pero ella no fue la única, y la misma cosa parece verdad concretamente de la Tradición Caldea; la enseñanza árabe sobre los «tres Hermes», de la cual hemos hablado en otra ocasión, indica con bastante claridad este parentesco; pero, si la fuente principal es así la misma, la diferencia de estas formas fue probablemente determinada sobre todo por el encuentro con otras corrientes, viniendo una del Sur para Egipto, y la otra del Norte para Caldea. Ahora bien, la Tradición hebraica es esencialmente «abrahámica», y por tanto, de origen Caldeo; la «readaptación» operada por Moisés ha podido sin duda, a consecuencia de las circunstancias de lugar, ayudarse accesoriamente de elementos egipcios, sobre todo en lo que concierne a algunas ciencias Tradicionales más o menos secundarias; pero la misma no podría de ninguna manera haber tenido por efecto hacer salir a esta Tradición de su línea propia, para trasladarla a otra línea, extranjera al pueblo al cual estaba expresamente destinada y en la lengua del cual debía ser formulada. Por lo demás, desde que se reconoce la comunidad de origen y de fondo de todas las doctrinas Tradicionales, la constatación de ciertas similitudes no entraña de ningún modo la existencia de una filiación directa: La cosa es así, por ejemplo, en relaciones como las que el autor quiere establecer entre los sephiroth y la «Eneada» egipcia, ello, admitiendo que las mismas estén justificadas; y, en rigor, incluso si se estima que se trata de semejanzas incidentes sobre puntos muy particulares como para remontarse hasta la Tradición Primordial, el parentesco de las Tradiciones egipcia y caldea bastaría en todo caso ampliamente para rendir cuenta de ello. En cuanto a pretender que la escritura hebraica primitiva fue sacada de los jeroglíficos, es esa una hipótesis del todo gratuita, dado que, de hecho, nadie sabe con justeza lo que era esta escritura; todos los indicios que pueden encontrarse a este respecto tienden inclusive antes bien a hacer pensar lo contrario; y, además, uno no ve del todo como la asociación de los números a las letras, que es esencial en lo que concierne al hebreo, habría en efecto podido ser tomada al sistema jeroglífico. Además, las similitudes estrechas que existen entre el hebreo y el árabe, y a las cuales no se hace aquí la menor alusión, van todavía manifiestamente a la contra de esta hipótesis, pues sería sin embargo bien difícil de sostener seriamente que la Tradición árabe también ha debido salir de Egipto! Pasaremos rápidamente sobre la tercera parte, donde se encuentran primero pareceres sobre el arte que, si contienen a despecho de todo cosas justas, por ello no parten menos de una afirmación más que contestable; no es posible decir, al menos sin precisar más, que «no hay más que un arte», ya que es demasiado evidente que la unidad de fondo, es decir, de las ideas expresadas simbólicamente, no excluye de ningún modo la multiplicidad de las formas. En los capítulos siguientes, el autor da una apercepción, no de las ciencias Tradicionales auténticas como uno habría podido desearlo, sino de algunos residuos más o menos deformados que de las mismas han subsistido hasta nuestra época, sobre todo bajo el aspecto «adivinatorio»; la influencia que ejercen sobre él las concepciones «ocultistas» se muestra aquí de una manera particularmente enojosa. Agregamos también que es del inexacto decir que algunas de las ciencias que eran enseñadas en los templos antiguos equivalían pura y simplemente a las ciencias modernas y «universitarias»; en realidad, incluso ahí donde puede haber una aparente similitud de objeto, el punto de vista no era por ello menos totalmente diferente, y hay siempre un verdadero abismo entre las ciencias Tradicionales y las ciencias profanas. En fin, no podemos dispensarnos de revelar algunos errores de detalle, pues los hay que son verdaderamente sorprendentes; ¡Así, la imagen bien conocida del «batimiento del mar» es dada por la de un «dios Samudra Mutu» (sic)! Pero eso es quizás todavía más excusable que las faltas concernientes a cosas que deberían ser más familiares al autor que la Tradición hindú, y especialmente la lengua hebraica. No hablamos de lo que no es más que un asunto de transcripción, aún cuando que ésta esté terriblemente «descuidada»; pero, ¿cómo se puede llamar constantemente Ain Bekar lo que es en realidad Aiq Bekar (sistema criptográfico conocido en árabe tanto como en hebreo, y donde podría verse el prototipo de los alfabetos masónicos), confundir además, en cuanto a sus valores numéricos, la forma final del kaph con la del noun, y mencionar todavía por añadidura un «samek final» que jamás ha existido y que no es otra cosa que un mem? ¿Cómo puede uno asegurar que los traductores del Génesis han traducido thehôm por las «aguas», en un lugar donde el término que se encuentra en el texto hebreo es maim y no en punto ninguna thehôm, o que «Ain Soph significa literalmente el Antiguo de los Años», cuando es que la traducción estrictamente literal de este nombre es «sin límite»? Ietsirah es «Formación» y no «Creación» (que se dice Beriah); Zohar no significa «Carro celeste» (confusión evidente con Merkabah), sino «Esplendor»; el autor parece ignorar completamente lo que es el Talmud, dado que le considera como formado del Notarikon, de la Temourah y de la Gematria, que por lo demás no son «libros» como dice, sino métodos de interpretación kabbalística! Nos detendremos ahí; pero se convendrá en que semejantes errores no invitan apenas a aceptar ciegamente las aserciones del autor sobre puntos menos fácilmente verificable y a acordar una confianza sin reserva a sus teorías egiptológicas…


Enel