Guénon Flamel

René Guénon — Nicholas Flamel

Lo que acabamos de decir está indicado por la «leyenda» misma de Christian Rosenkreutz, cuyo nombre es por lo demás puramente simbólico, y en el que es muy dudoso que sea menester ver un personaje histórico, hayan dicho lo que hayan dicho algunos de él, sino que aparece más bien como la representación de lo que se puede llamar una «entidad colectiva» (NA: Esta «leyenda» es en suma del mismo género que las demás «leyendas» iniciáticas a las que ya hemos hecho alusión precedentemente.). El sentido general de la «leyenda» de este fundador supuesto, y en particular los viajes que le son atribuidos (NA: Recordaremos aquí la alusión que hemos hecho más atrás al simbolismo iniciático del viaje; por lo demás, sobre todo en conexión con el hermetismo, hay muchos otros viajes, como los de Nicolás Flamel por ejemplo, que parecen tener ante todo una significación simbólica.), parece ser que, después de la destrucción de la Orden del Temple, los iniciados al esoterismo cristiano se reorganizaron, de acuerdo con los iniciados al esoterismo islámico, para mantener, en la medida de lo posible, el lazo que había sido aparentemente roto por esta destrucción; pero esta reorganización debió hacerse de una manera más oculta, invisible en cierto modo, y sin tomar su apoyo en una institución conocida exteriormente y que, como tal, habría podido ser destruida todavía una vez más (NA: De ahí el nombre de «Colegio de los Invisibles» dado algunas veces a la colectividad de los Rosa-Cruz.). Los verdaderos Rosa-Cruz fueron propiamente los inspiradores de esta reorganización, o, si se quiere, fueron los poseedores del grado iniciático del que hemos hablado, considerados especialmente en tanto que desempeñaron este papel, que se continuó hasta el momento donde, a consecuencia de otros acontecimientos históricos, el lazo tradicional del que se trata fue definitivamente roto para el mundo occidental, lo que se produjo en el curso del siglo XVII (NA: La fecha exacta de esta ruptura está marcada, en la historia exterior de Europa, por la conclusión de los tratados de Westfalia, que pusieron fin a lo que subsistía todavía de la «Cristiandad» medieval para sustituirla por una organización puramente «política» en el sentido moderno de esta palabra.). Se dice que los Rosa-Cruz se retiraron entonces a oriente, lo que significa que, en adelante, ya no ha habido en occidente ninguna iniciación que permita alcanzar efectivamente este grado, y también que la acción que se había ejercido a su través hasta entonces para el mantenimiento de la enseñanza tradicional correspondiente dejó de manifestarse, al menos de una manera regular y normal (NA: Sería completamente inútil buscar determinar «geográficamente» el lugar de retiro de los Rosa-Cruz; de todas las aserciones que se encuentran sobre este punto, la más verdadera es ciertamente aquella según la cual se «retiraron al reino del Prestejuan», no siendo éste otra cosa, como lo hemos explicado en otro parte (NA: El Rey del Mundo, pp. 13-15, ed. francesa), que una representación del centro espiritual supremo, donde se conservan efectivamente en estado latente, hasta el fin del ciclo actual, todas las formas tradicionales, que por una razón o por otra, han dejado de manifestarse en el exterior.). APERCEPCIONES SOBRE LA INICIACIÓN : ROSA-CRUZ Y ROSACRUCIANOS

«Estas importantes manifestaciones del ocultismo, dice también Éliphas Lévi, coinciden con la época de la caída de los Templarios, puesto que Jean de Meung o Clopinel, contemporáneo de la ancianidad de Dante, florecía durante sus más bellos años en la corte de Felipe el Hermoso. Es un libro profundo bajo una forma ligera (Se puede decir lo mismo, en el siglo XVI, de las obras de Rabelais, que encierran también una significación esotérica que podría ser interesante estudiar de cerca.), es una revelación tan sabia como la de Apuleyo de los misterios del ocultismo. La rosa de Flamel, la de Jean de Meung y la de Dante han nacido sobre el mismo rosal» (Éliphas Lévi, Histoire de la Magie, 1860, pp. 359-360. — Importa precisar también a este propósito que existe una suerte de adaptación italiana del Roman de la Rose, titulada Il Fiore, cuyo autor, «Ser Durante Fiorentino», parece no ser otro que Dante mismo; el verdadero nombre de éste era en efecto Durante, del que Dante no es más que una forma abreviada.). Esoterismo de Dante CAPÍTULO IV

Hemos visto que Mme Blavatsky estuvo en relación con organizaciones rosicrucianas que, aunque estaban extremadamente alejadas bajo todos los puntos de vista de la Rosa-Cruz original, no obstante habían conservado algunas nociones relativas a los «Adeptos». Por otra parte, había tenido conocimiento de diversas obras donde se encontraban algunos datos sobre esta cuestión; así, entre los libros que estudió en Norteamérica en compañía de Olcott, y de los que tendremos que volver a hablar, se encuentran mencionados La Etoile Flamboyante del Barón de Tschoudy y la Magia Adámica de Eugenius Philalethes. El primero de estos dos libros, publicado en 1766, cuyo autor fue creador de varios altos grados masónicos, contiene un «Catecismo de los Filósofos Desconocidos», cuya mayor parte está sacada de los escritos del rosicruciano Sendivogius, llamado también el Cosmopolita, y que algunos creen que era Miguel Maier. En cuanto al autor del segundo, que data de 1650, es otro rosicruciano cuyo verdadero nombre era, según se dice, Tomás Vaughan, aunque haya sido conocido también bajo otros nombres en diversos países: Childe en Inglaterra, Zheil en América, Carnobius en Holanda; por lo demás, es un personaje muy misterioso, y lo que quizás es más curioso, es que «una tradición pretende que todavía no ha dejado esta tierra». Las historias de este género no son tan raras como se podría creer, y se citan «Adeptos» que habrían vivido varios siglos y que, apareciéndose en fechas diversas, parecían tener siempre la misma edad; citaremos como ejemplos la historia del conde de Saint-Germain, que es sin duda la más conocida, y la de Gualdi, el alquimista de Venecia; pues bien, los teosofistas cuentan exactamente las mismas cosas a propósito de los «Mahâtmâs». Por consiguiente, no hay que buscar en otras partes el origen de éstos, y la misma idea de situar su residencia en la India o en Asia Central, proviene de las mismas fuentes. En efecto, en una obra publicada en por Sincerus Renatus, el fundador de la «Rosa-Cruz de Oro», se dice que los maestros de la Rosa-Cruz han partido para la India desde hace algún tiempo, y que ya no queda ninguno en Europa; la misma cosa había sido anunciada ya precedentemente por Henri Neuhaus, que agregaba que esa partida había tenido lugar después de la declaración de la guerra de los Treinta Años. Se piense lo que se piense de estas aserciones (a las que conviene agregar la de Swedenborg, a saber, que en adelante es entre los Sabios del Tíbet y de la Tartaria donde es menester buscar la «Palabra Perdida», es decir, los secretos de la iniciación), es cierto que los Rosa-Cruz tuvieron lazos con organizaciones orientales, sobre todo musulmanas; además de sus propias afirmaciones, hay a este respecto aproximaciones destacables: el viajero Paul Lucas, que recorrió Grecia y Asia Menor bajo Luis XIV, cuenta que encontró en Brousse a cuatro derviches de los que uno, que parecía hablar todas las lenguas del mundo (lo que es también una facultad atribuida a los Rosa-Cruz), le dijo que formaba parte de un grupo de siete personas que se encontraban cada veinte años en una ciudad designada de antemano; le aseguró que la piedra filosofal permitía vivir un millar de años, y le contó la historia de Nicolás Flamel, que se creía muerto, y que vivía en la India con su mujer. El Teosofismo : IV — LA CUESTIÓN DE LOS MAHÂTMÂS

36.- Eliphas Lévi. La Clef des Grands mystères. (Editions Niclaus, Paris). Nuestros lectores saben cuáles reservas hemos de hacer sobre las obras de Eliphas Lévi, conviene, por otra parte, no tomar lo que ellas contienen más que como la expresión de “visiones personales”, pues el autor mismo no ha jamás pretendido reivindicar ninguna filiación tradicional; ha incluso declarado siempre no deber nada más que a sus propias investigaciones, y las afirmaciones contrarias no son sin duda más que leyendas debidas a sus admiradores demasiado entusiastas. En el presente libro, lo que hay quizá de más interesante son los detalles verdaderamente curiosos que da sobre ciertos “entresijos” de la época en la cual fue escrito; aunque no fuese más que a causa de ello, merecería ser reeditado. En otro orden, hay que señalar algunos de los documentos que se adjuntan en apéndice, especialmente las figuras herméticas de Nicolás Flamel, de las que se puede sin embargo preguntar hasta que punto si no han sido “arregladas” y la traducción del Asch Mezareph del Judío Abraham; para esta última, es muy de lamentar que la proveniencia de los fragmentos que se dan separadamente como complementos de los ocho capítulos, no sea indicada expresamente, lo que hubiese sido garantía de su autenticidad; la reconstitución del conjunto del tratado no es, por lo demás presentada más que como “hipotética”, pero es bien difícil saber en qué medida los copistas que” lo habrían troceado para tornarlo ininteligible” son en ello responsables y cuál es justamente la parte de Eliphas Lévi mismo. El Teosofismo : RESEÑAS DE LIBROS — Febrero de 1940


René Guénon