El esoterismo, considerado así como comprendiendo a la vez tarîqah y haqîqah, en tanto que medios y fin, es designado en árabe por el término general et-taçawwuf, que uno no puede traducir exactamente más que por «iniciación»; volveremos por lo demás sobre este punto después. Los occidentales han forjado el término «çufismo» para designar especialmente al esoterismo islámico (cuando es que taçawwuf puede aplicarse a toda doctrina esotérica e iniciática, en cualquier forma Tradicional a que la misma pertenezca); pero este término, además de que no es más que una denominación enteramente convencional, presenta un inconveniente bastante enojoso: Es que su terminación evoca así inevitablemente la idea de una doctrina propia a una escuela particular, cuando es que nada hay de tal en realidad, y cuando es que las escuelas no son aquí más que turuq, es decir, en suma, métodos diversos, sin que pueda haber ahí en el fondo ninguna diferencia doctrinal, ya que «la doctrina de la UNIDAD es única» (et-tawhîdu wâhidun). Por lo que es de la desviación de estas designaciones, las mismas vienen evidentemente del término çûfî; pero, al respecto de éste, hay lugar primeramente a precisar esto: Es que nadie puede decirse jamás çûfî, si ello no es por pura ignorancia, ya que prueba por ahí mismo que no lo es realmente, siendo esta cualidad necesariamente un «secreto» (sirr) entre el verdadero çûfî y Allah; uno puede solamente decirse mutaçcawwuf, término que se aplica a quienquiera que entra en la «vía» iniciática, y ello, a cualquier grado que haya llegado, pero el çûfî, en el verdadero sentido de esta palabra, es solamente aquel que ha alcanzado el grado supremo. Se ha pretendido asignar a la palabra çûfî orígenes muy diversos; pero esa cuestión, bajo el punto de vista en que uno se coloca lo más habitualmente, es sin duda insoluble: Diríamos de muy buena gana que la palabra en cuestión tiene demasiadas etimologías supuestas, y ni más ni menos plausibles las unas que las otras, como para tener alguna verdaderamente; en realidad, es menester ver ahí antes una denominación puramente simbólica, una especie de «cifra», si se quiere, que, como tal, no tiene necesidad de tener una derivación lingüística propiamente hablando; y este caso no es por lo demás único, sino que se los podría encontrar comparables en otras Tradiciones. En cuando a las así dichas etimologías, no son en el fondo más que similitudes fonéticas, que, por lo demás, según las leyes de un cierto simbolismo, corresponden efectivamente a relaciones entre diversas ideas que vienen a agruparse así más o menos accesoriamente alrededor del término en cuestión; pero aquí, siendo dado el carácter de la lengua árabe (carácter que le es por otra parte común con la lengua hebraica), el sentido primero y fundamental debe ser dado por los números; y, de hecho, lo que hay de particularmente sobresaliente, es que por la adición de los valores numéricos de las letras de las que está formada, la palabra çûfî tiene el mismo número que El-Hekmah el-ilahiyah, es decir, «la Sabiduría Divina». El çûfî verdadero es pues el que posee esa Sabiduría, o, en otros términos, es el-ârif bi’ Llah, es decir, «el que conoce por Dios», ya que Él no puede ser conocido más que por Él mismo; y es éste efectivamente el grado supremo y «total» en el conocimiento de la haqîqah (En una obra sobre el Taçawwuf, escrita en árabe, pero de tendencias muy modernas, a un autor sirio, que nos conoce por lo demás bastante poco como para habernos tomado por un orientalista, se le ha ocurrido dirigirnos una crítica ante todo singular; habiendo leído, no sabemos como, eç-çûfiah en lugar de çûfî (número especial de los «Cuadernos del Sur» de 1935 sobre El islam y occidente), se ha imaginado que nuestro cálculo era inexacto; ha llegado, gracias a varios errores en el valor numérico de las letras, a encontrar (esta vez como equivalente de eç-çûfî, lo que es todavía falso) el-hakîm el-ilahî, sin siquiera apercibirse de que valiendo un ye dos he, estos términos forman exactamente el mismo total que el hekmah el-ilahiyah! Sabemos bien que el abjad es ignorado por la enseñanza escolar actual, que ya no conoce más que el orden simplemente gramatical de las letras; pero, sin embargo, en alguien que tiene la pretensión de tratar estas cuestiones, una tal ignorancia rebasa los límites permitidos… Sea lo que fuere, el-hakîm el-ilahî y el ilahiyah dan efectivamente el mismo sentido en el fondo; pero la primera de estas dos expresiones tiene un carácter un poco insólito, mientras que la segunda, la que hemos indicado, es al contrario enteramente Tradicional.). 6 AEIT EL ESOTERISMO ISLÁMICO
La doctrina de la UNIDAD, es decir, la afirmación de que el Principio de toda existencia es esencialmente Uno, es un punto fundamental común a todas las Tradiciones ortodoxas, y podemos incluso decir que es sobre este punto que su identidad de fondo aparece más claramente, traduciéndose hasta en la expresión misma. En efecto, cuando se trata de la UNIDAD, toda diversidad se desvanece, y no es sino cuando se desciende hacia la multiplicidad cuando las diferencias de formas aparecen, siendo entonces múltiples, ellos mismos, los modos de expresión como aquello a lo que se refieren, y susceptibles de variar indefinidamente para adaptarse a las circunstancias de tiempo y de lugares. Pero «la doctrina de la UNIDAD es única» (según la fórmula árabe: Et-Tawhîdn wâhidun), es decir, que la misma es por todas partes y siempre la misma, invariable como el Principio, independiente de la multiplicidad y del cambio que no pueden afectar más que a las aplicaciones de orden contingente. 21 AEIT Et-Tawhid
Es así que podemos decir que contrariamente a la opinión corriente, jamás ha habido en ninguna parte doctrina ninguna realmente «politeísta», es decir, admitiendo una pluralidad de principios absoluta e irreductible. Ese «pluralismo» no es posible más que como una desviación resultante de la ignorancia y de la incomprensión de las masas, de su tendencia a vincularse exclusivamente a la multiplicidad de lo manifestado: De ahí la «idolatría» bajo todas sus formas, que nace de la confusión del símbolo en sí mismo con lo que está destinado a expresar, y la personificación de los atributos divinos considerados como otros tantos seres independientes, lo que es el único origen de un «politeísmo» de hecho. Esta tendencia va por lo demás acentuándose a medida que se avanza en el desarrollo del ciclo de la manifestación, porque ese desarrollo mismo es un descenso a la multiplicidad, y en razón del oscurecimiento espiritual que le acompaña inevitablemente. Por eso es por lo que las formas Tradicionales más recientes son las que deben enunciar de la manera más aparente al exterior la afirmación de la UNIDAD; y, de hecho, esta afirmación en ninguna parte es expresada tan explícitamente y con tanta insistencia como en el islamismo donde la misma parece incluso, si así puede decirse, absorber en ella toda otra afirmación. 22 AEIT Et-Tawhid
La única diferencia entre las doctrina Tradicionales, a este respecto, es la que acabamos de indicar: La afirmación de la UNIDAD está por todas partes, pero, en el origen, no tenía la misma necesidad de ser formulada expresamente para aparecer como la más evidente de todas las verdades, ya que los hombres estaban entonces demasiado cerca del Principio como para desconocerla o perderla de vista. Ahora al contrario, puede decirse que la mayoría de entre ellos, comprometidos y encepados por entero en la multiplicidad, y habiendo perdido el conocimiento intuitivo de las verdades de orden superior, no llegan sino con esfuerzo a la comprensión de la UNIDAD; y es por lo que deviene poco a poco necesario, en el curso de la historia de la humanidad terrestre, formular esta afirmación de la UNIDAD en múltiples ocasiones y de más en más claramente, podríamos decir, de más en más enérgicamente. 23 AEIT Et-Tawhid
Si consideramos el estado actual de las cosas, vemos que esta afirmación está en cierto modo más envuelta en algunas formas Tradicionales, que constituye incluso a veces como el lado esotérico de las mismas, tomando este término en su sentido más amplio, mientras que, en otras, aparece a todas las miradas, si bien se llega a no ver más que la afirmación en cuestión, aunque haya seguramente, ahí también muchas otras cosas, pero que no son sino secundarias frente a ésta. Este último caso es el del islamismo, inclusive exotérico; el esoterismo no hace aquí más que explicar y desarrollar todo lo que está contenido en esta afirmación y todas las consecuencias que derivan de la misma, y, si lo hace en términos frecuentemente idénticos a los que encontramos en otras Tradiciones, tales como el Vêdânta y el Taoísmo, no hay lugar a sorprenderse de ello, ni a ver ahí el efecto de préstamos que son históricamente contestables, ello es simplemente así porque la verdad es una, y porque, en el orden principal, como lo decíamos al comienzo, la UNIDAD se traduce necesariamente hasta en la expresión misma. 24 AEIT Et-Tawhid
Por otra parte, es de observar, considerando siempre las cosas en su estado presente, que los pueblos occidentales y más especialmente los pueblos nórdicos, son los que parecen tener las mayores dificultades en comprender la doctrina de la UNIDAD, ello, al mismo tiempo que están comprometidos en mayor grado que los demás en el cambio y la multiplicidad. Las dos cosas van evidentemente conjuntas, y quizás que hay algo ahí que se debe, al menos en parte, a las condiciones de existencia de esos pueblos: Cuestión de temperamento, pero también cuestión de clima, estando la una en función de la otra, o al menos hasta un cierto punto. En los países del Norte, en efecto, donde la luz solar es débil y frecuentemente velada, todas las cosas aparecen a las miradas con un igual valor, si así puede decirse, y de una manera que afirma pura y simplemente su existencia individual sin dejar entrever nada más allá; así, en la experiencia ordinaria misma, uno no ve verdaderamente más que la multiplicidad. Es muy distinta cosa en los países en los que el sol, por su radiación intensa, absorbe por así decir todas las cosas en sí mismo, haciéndolas desaparecer delante de él, como la multiplicidad desaparece ante la UNIDAD, no porque la misma deje de existir según su modo propio, sino porque esa existencia no es rigurosamente nada al respecto del Principio. Así, la UNIDAD deviene en cierto modo sensible: Ese brillo solar, es la imagen de la fulguración del ojo de Shiva, que reduce a cenizas toda manifestación. El sol se impone aquí como el símbolo por excelencia del Principio Uno (Allahn Ahad), que es el Ser necesario, El único que se basta a Sí mismo en Su absoluta plenitud (Allahn Es-Samad), y de quien dependen enteramente la existencia y la subsistencia de todas las cosas, que fuera de Él no serían sino nada. 25 AEIT Et-Tawhid
El «monoteísmo», si puede emplearse este término para traducir Et-Tawhîd, si bien que restringe un poco su significación haciendo pensar casi inevitablemente en un punto de vista casi exclusivamente religioso, el «monoteísmo», decimos, tiene pues un carácter esencialmente «solar». En ninguna parte es más sensible que en el desierto, donde la diversidad de las cosas está reducida a su mínimo, y donde, al mismo tiempo, los espejismos hacen aparecer todo lo que tiene de ilusorio el mundo manifestado. Ahí, la radiación solar produce las cosas y las destruye unas tras de otras; o antes, ya que es inexacto decir que las destruye, las transforma y las reabsorbe luego de haberlas manifestado. No se podría encontrar una imagen más verdadera de la UNIDAD desplegándose exteriormente en la multiplicidad sin dejar de ser ella misma y sin ser afectada por ello, y llevando a ella misma después, siempre según las apariencias, esa multiplicidad que, en realidad, jamás ha salido, ya que nada podría haber fuera o en el exterior del Principio, al cual nada puede añadirse y de quien nada puede sustraerse, porque Él es la indivisible totalidad de la Existencia única. En la luz intensa de los países de Oriente, basta ver para comprender estas cosas, para percibir inmediatamente su verdad profunda; y sobre todo parece imposible no comprenderla así en el desierto, donde el sol traza los Nombres divinos en letras de fuego en el cielo. 26 AEIT Et-Tawhid
Fo-hi, para fijar los principios de la Tradición, hizo uso de símbolos lineales tan simples y al mismo tiempo tan sintéticos como es posible: el trazo continuo y el trazo quebrado, signos respectivos del yang y del ying, es decir, de los dos principios activo y pasivo que, procediendo de una especie de polarización de la suprema UNIDAD metafísica, dan nacimiento a toda la manifestación universal. De las combinaciones de estos dos signos, en todas sus disposiciones posibles, son formados los ocho koua o «trigrammas», que han permanecido siempre como los símbolos fundamentales de la Tradición Extremo-Oriental. Se dice que, «antes de trazar los trigrammas, Fo-hi miró el Cielo, después bajo los ojos hacia la Tierra, observó las particularidades de ésta, consideró los caracteres del cuerpo humano y de todas las cosas exteriores» (Libro de los Ritos de Tcheou.). Este texto es particularmente interesante porque contiene la expresión formal de la Gran Tríada: El Cielo y la Tierra, o los dos principios complementarios de los que son producidos todos los seres, y el hombre que, participando de uno y otro por su naturaleza, es el término medio de la Tríada, el mediador entre el Cielo y la Tierra. Conviene precisar que se trata del «hombre verdadero», es decir, del que, llegado al pleno desarrollo de sus facultades superiores, «puede ayudar al Cielo y a la Tierra en el mantenimiento y la transformación de los seres, y, por eso mismo, constituir un tercer poder con el Cielo y la Tierra» (Tchoung-young, XXII.). Se dice también que Fo-hi vio un dragón salir del río, uniendo en él las potencias del Cielo y de la Tierra, y llevando los trigrammas inscritos sobre su espalda, y no hay ahí más que otra manera de expresar simbólicamente la misma cosa. 118 AEIT TAOÍSMO Y CONFUCIANISMO
Aquel que ha llegado a este punto, es el que ha alcanzado, por un conocimiento directo y profundo (y no sólo teórico o verbal), el fondo idéntico de todas las doctrinas tradicionales, el que ha encontrado, colocándose en el punto central desde donde han emanado, la verdad una que se oculta bajo la diversidad y la multiplicidad de las formas exteriores. En efecto, la diferencia no está nunca más que en la forma y en la apariencia; el fondo esencial es por todas partes y siempre el mismo, porque no hay más que una verdad, aunque tenga aspectos múltiples según los puntos de vista más o menos especiales bajo los cuales se la considera, y porque, como lo dicen los iniciados musulmanes, «la doctrina de la UNIDAD es única» (NA: En árabe Et-tawhîdu wâhidun.); pero es menester una variedad de formas para adaptarse a las condiciones mentales de tal o cual país, de tal o cual época, o, si se prefiere, para corresponder a los diversos puntos de vista particularizados que son determinados por esas condiciones; y aquellos que se detienen en la forma ven sobre todo las diferencias, hasta el punto de tomarlas a veces incluso por oposiciones, mientras que ellas desaparecen al contrario para aquellos que van más allá. Seguidamente, éstos pueden redescender a la forma, pero sin ser ya afectados por ella de ninguna manera, y sin que su conocimiento profundo sea modificado por ella en nada; así mismo, pueden realizar, como se sacan las consecuencias de un principio, es decir, procediendo desde arriba hacia abajo, desde lo interior a lo exterior (y es en eso donde la verdadera síntesis es, como ya lo hemos explicado precedentemente, todo lo opuesto del vulgar «sincretismo»), todas las adaptaciones de la doctrina fundamental. Es así como, para retomar siempre el mismo simbolismo, puesto que ya no están obligados a hablar una lengua determinada, pueden hablarlas todas, porque han tomado conocimiento del principio mismo del que todas las lenguas se derivan por adaptación; lo que llamamos aquí las lenguas, son todas las formas tradicionales, religiosas u otras, que no son, en efecto, más que adaptaciones de la gran Tradición primordial y universal, vestiduras diversas de la única verdad. Aquellos que han rebasado todas las formas particulares y han llegado a la universalidad, y que «saben» así lo que los demás sólo «creen», son necesariamente «ortodoxos» al respecto de toda tradición regular; y, al mismo tiempo, son los únicos que puedan llamarse plena y efectivamente «católicos», en el sentido rigurosamente etimológico de esta palabra (NA: La palabra «católico», tomada así en su acepción original, aparece frecuentemente en los escritos de inspiración más o menos directamente rosacruciana.), mientras que los demás no pueden serlo nunca más que virtualmente, por una suerte de aspiración que todavía no ha realizado su objeto, o de movimiento que, aunque está dirigido hacia el centro, no ha llegado a alcanzarle realmente. 864 RGAI EL DON DE LENGUAS
Señalemos aún, sin dejar a Francesco da Barberino, un fallo bastante curioso del Sr. Ricolfi a propósito de su figura andrógina, que es claramente hermética y no tiene absolutamente nada de «mágica», pues son dos cosas completamente distintas; él habla a este respecto incluso de «magia blanca», mientras que querría ver «magia negra» en el Rebis de Basilio Valentin, a causa del dragón, que como ya lo hemos dicho (NA: Ver el capítulo V.)representa simplemente el mundo elemental, y que además se coloca bajo los pies del Rebis, así pues dominado por él, y también, cosa más divertida, ¡a causa de la escuadra y el compás, esto por razones que es fácil adivinar y que provienen seguramente mucho más de contingencias políticas que de consideraciones de orden iniciático! Finalmente, para terminar, puesto que el Sr. Ricolfi parece tener alguna duda sobre el carácter esotérico de la figura en la que, bajo la apariencia de una simple «letra adornada», Francesco da Barberino se hace representar en adoración ante la letra I, precisemos el significado de ésta, que fue según Dante el primer nombre de Dios: designa propiamente la «UNIDAD divina» (NA: y además es por eso por lo que este nombre es primero la unidad de la esencia, precediendo necesariamente a la multiplicidad de los atributos); en efecto, no solamente ella es el equivalente de la iod hebrea, hieroglifo del Principio y en sí misma principio de todas las demás letras del alfabeto, y cuyo valor numérico 10 se refiere a la unidad (NA: es la unidad desarrollada en el cuaternario: 1+2+3+4=10, o el punto central que produce por su expansión el círculo de la manifestación universal); no solamente la letra I representa la unidad en la numeración latina, en razón de su forma rectilínea, que es la más simple de todas las formas geométricas (NA: siendo el punto «sin forma»), sino que incluso en la lengua china, la palabra i significa «unidad», y Taï-i es la «Gran unidad», que está representada simbólicamente como residiendo en la estrella polar, lo cual está lleno de significado pues, volviendo a la letra I de los alfabetos occidentales, apercibimos que, siendo una recta vertical, es por ello mismo adecuada para simbolizar el «Eje del Mundo», cuya importancia en todas las doctrinas tradicionales conocemos; (NA: En la Masonería operativa, la plomada, figura del «Eje del Mundo», está suspendida de la estrella polar o de la letra G, que en ese caso toma su lugar, y que no es, como lo habíamos indicado, más que un sustituto de la iod hebrea. (NA: Cf. La Gran Tríada, Cap. XXV).) así pues, este «primer nombre de Dios» nos recuerda la anterioridad del simbolismo «polar» respecto al simbolismo «solar». 1372 ESOTERISMO CRISTIANO «FIELES DE AMOR» Y «CORTES DE AMOR»
Consideraciones semejantes podrían aplicarse a toda otra posibilidad de no manifestación; podríamos tomar otro ejemplo, como el silencio, pero la aplicación sería demasiado fácil de hacer como para que sea útil insistir más en ello. Así pues, a este propósito, nos limitaremos con hacer observar esto: como el No Ser, o lo no manifestado, comprende o envuelve al Ser, o al principio de la manifestación, así también el silencio conlleva en sí mismo el principio de la palabra; en otros términos, del mismo modo que la UNIDAD ( el Ser ) no es más que el Cero metafísico ( el No Ser ) afirmado, así también la palabra no es más que el silencio expresado; pero, inversamente, el Cero metafísico, aunque es la UNIDAD no afirmada, es también algo más ( e inclusive infinitamente más ), y, del mismo modo, el silencio, que es uno de sus aspectos en el sentido que acabamos de precisar, no es simplemente la palabra no expresada, ya que es menester dejar subsistir en él, además, lo que es inexpresable, es decir, no susceptible de manifestación ( pues quien dice expresión dice manifestación, e incluso manifestación formal ), y por consiguiente de determinación en modo distintivo ( Es lo inexpresable ( y no lo incomprensible como se cree vulgarmente ) lo que se designa primitivamente por la palabra «misterio», ya que, en griego mysterion deriva de muein que significa «callar», «ser silencioso». A la misma raíz verbal mu ( de donde el latín mutus, «mudo» ) se vincula también el término mythos, «mito», que, antes de ser desviado de su sentido hasta no designar ya más que un relato fantástico, significaba aquello que, no siendo susceptible de expresarse directamente, solo podía ser sugerido por una representación simbólica, ya fuera por lo demás verbal o figurada. ). La relación establecida así entre el silencio ( no manifestado ) y la palabra ( manifestada ) muestra como es posible concebir posibilidades de no manifestación que corresponden, por transposición analógica, a algunas posibilidades de manifestación ( Se podrían considerar de la misma manera las tinieblas, en un sentido superior, como lo que está más allá de la manifestación luminosa, mientras que, en su sentido inferior y más habitual, son simplemente, en lo manifestado, la ausencia o la privación de la luz, es decir, algo puramente negativo; por lo demás, en el simbolismo, el color negro tiene usos que se refieren efectivamente a esta doble significación. ), sin pretender por lo demás en modo alguno, aquí todavía, introducir en el No Ser una distinción efectiva que no podría encontrarse en él, puesto que la existencia en modo distintivo ( que es la existencia en el sentido propio de la palabra ) es esencialmente inherente a las condiciones de la manifestación ( por lo demás, modo distintivo no es aquí, en todos los casos, forzosamente sinónimo de modo individual, puesto que este último no implica especialmente la distinción formal ) ( Se podrá observar que las posibilidades de no manifestación que hemos considerado aquí corresponden al «Abismo» ( buthos ) y al «Silencio» ( sige ) de algunas escuelas del gnosticismo alejandrino, las cuales son en efecto aspectos del No Ser. ). 1747 EMS EL SER Y EL NO SER
Ahora, puede agregarse que la libertad es, no solo una posibilidad, en el sentido más universal, sino también una posibilidad de ser o de manifestación; basta aquí, para pasar del No Ser al Ser, con pasar de la «no dualidad» a la unidad: el Ser es «uno» ( puesto que el Uno es el Cero afirmado ), o más bien es la UNIDAD metafísica misma, primera afirmación, pero también, por eso mismo, primera determinación ( Ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. VI. ). Lo que es uno está manifiestamente exento de toda constricción, de suerte que la ausencia de constricción, es decir, la libertad, se rencuentra en el dominio del Ser, donde la unidad se presenta en cierto modo como una especificación de la «no dualidad» principial del No Ser; en otros términos, la libertad pertenece también al Ser, lo que equivale a decir que es una posibilidad de ser, o según lo que hemos explicado precedentemente, una posibilidad de manifestación, puesto que el Ser es ante todo el principio de la manifestación. Además, decir que esta posibilidad es esencialmente inherente al Ser como consecuencia inmediata de su unidad, es decir que se manifestará, a un grado cualquiera, en todo lo que procede del Ser, es decir, en todos los seres particulares, en tanto que pertenecen al dominio de la manifestación universal. Solamente que, desde que hay multiplicidad, como es el caso en el orden de las existencias particulares, es evidente que ya no puede tratarse sino de una libertad relativa; y se puede considerar, a este respecto, ya sea la multiplicidad de los seres particulares mismos, ya sea la de los elementos constitutivos de cada uno de ellos. En lo que concierne a la multiplicidad de los seres, cada uno de ellos, en sus estados de manifestación, está limitado por los otros, y esta limitación puede traducirse por una restricción de la libertad; pero decir que un ser cualquiera no es libre a ningún grado, sería decir que no es él mismo, que él es «los otros», o que no tiene en sí mismo su razón de ser, ni siquiera inmediata, lo que, en el fondo, equivaldría a decir que no es en modo alguno un ser verdadero ( Todavía se puede hacer observar que, puesto que la multiplicidad procede de la unidad, en la cual está implícita o contenida en principio, no puede destruir de ninguna manera la unidad, ni lo que es una consecuencia de la unidad, como la libertad. ). Por otra parte, puesto que la unidad del Ser es el principio de la libertad, tanto en los seres particulares como en el Ser universal, un ser será libre en la medida en la que participe de esta unidad; en otros términos, será tanto más libre cuanta más unidad tenga en sí mismo, o cuanto más sea «uno» ( Todo ser, para ser verdaderamente tal, debe tener una cierta unidad cuyo principio lleva en sí mismo; en este sentido, Leibnitz ha tenido razón al decir: «Lo que no es verdaderamente un ser ya no es tampoco verdaderamente un ser»; pero esta adaptación de la fórmula escolástica «ens et unum convertuntur» pierde en él su alcance metafísico por la atribución de la unidad absoluta y completa a las «substancias individuales». ); pero, como ya lo hemos dicho, los seres individuales jamás lo son sino relativamente ( Por lo demás, es en razón de esta relatividad por lo que se puede hablar de grados de unidad, y también, por consiguiente, de grados de libertad, ya que no hay grados más que en lo relativo, y ya que lo que es absoluto no es susceptible de «más» o de «menos» ( «más» y «menos» deben tomarse aquí analógicamente, y no solo en su acepción cuantitativa ). ). Por lo demás, importa destacar, a este respecto, que no es precisamente la mayor o menor complejidad de la constitución de un ser lo que le hace más o menos libre, sino más bien el carácter de esta complejidad, según que esté más o menos unificada efectivamente; esto resulta de lo que ha sido expuesto precedentemente sobre las relaciones de la unidad y de la multiplicidad ( Es menester distinguir entre la complejidad que no es más que pura multiplicidad y la que es por el contrario una expansión de la unidad ( Asrâr-rabbâniyah en el esoterismo islámico: ver L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. IX, y Le Symbolisme de la Croix, cap. IV ); se podría decir que, en relación a las posibilidades del Ser, la primera se refiere a la «substancia», y la segunda a la «Esencia».- Se podrían considerar del mismo modo las relaciones de un ser con los otros ( relaciones que, para este ser considerado en el estado en el que tienen lugar, entran como elementos en la complejidad de su naturaleza, puesto que forman parte de sus atributos como otras tantas modificaciones secundarias de sí mismo ) bajo dos aspectos aparentemente opuestos, pero en realidad complementarios, según que, en esas relaciones, el ser de que se trata se asimile a los demás o sea asimilado por ellos, constituyendo esta asimilación la «comprehensión» en el sentido propio de la palabra. La relación que existe entre dos seres es a la vez una modificación del uno y del otro; pero se puede decir que la causa determinante de esta modificación reside en aquel de los dos seres que actúa sobre el otro, o que se le asimila cuando la relación se toma bajo el punto de vista precedente, que es, no ya el de la acción, sino el del conocimiento en tanto que implica identificación entre sus dos términos. ). 1926 EMS NOCIÓN METAFÍSICA DE LA LIBERTAD
Si el Verbo es Pensamiento en lo interior y Palabra en lo exterior, y si el mundo es el efecto de la Palabra divina proferida en el origen de los tiempos, la naturaleza entera puede tomarse como un símbolo de la realidad sobrenatural. Todo lo que es, cualquiera sea su modo de ser, al tener su principio en el Intelecto divino, traduce o representa ese principio a su manera y según su orden de existencia; y así, de un orden en otro, todas las cosas se encadenan y corresponden para concurrir a la armonía universal y total, que es como un reflejo de la UNIDAD divina misma. Esta correspondencia es el verdadero fundamento del simbolismo, y por eso las leyes de un dominio inferior pueden siempre tomarse para simbolizar la realidad de orden superior, donde tienen su razón profunda, que es a la vez su principio y su fin. Señalemos, con ocasión de esto, el error de las modernas interpretaciones “naturalistas” de las antiguas doctrinas tradicionales, interpretaciones que invierten pura y simplemente la jerarquía de relaciones entre los diferentes órdenes de realidades: por ejemplo los símbolos o los mitos nunca han tenido por función representar el movimiento de los astros, sino que la verdad es que se encuentran a menudo en ellos figuras inspiradas en ese movimiento y destinadas a expresar analógicamente muy otra cosa, porque las leyes de aquel traducen físicamente los principios metafísicos de que dependen. Lo inferior puede simbolizar lo superior, pero la inversa es imposible; por otra parte, si el símbolo no estuviese más próximo al orden sensible que lo representado por él, ¿cómo podría cumplir la función a la que está destinado? En la naturaleza, lo sensible puede simbolizar lo suprasensible; el orden natural íntegro puede, a su vez, ser un símbolo del orden divino; y, por lo demás, si se considera más particularmente al hombre, ¿no es legítimo decir que él también es un símbolo, por el hecho mismo de que ha sido “creado a imagen de Dios” (Génesis, 1, 26-27)? Agreguemos aún que la naturaleza solamente adquiere su plena significación si se la considera en cuanto proveedora de un medio para elevarnos al conocimiento de las verdades divinas, lo que es, precisamente, también el papel esencial que hemos reconocido al simbolismo. 2003 EMS IV: EL VERBO Y EL SÍMBOLO
El Centro es, ante todo, el origen, el punto de partida de todas las cosas; es el punto principial, sin forma ni dimensiones, por lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la UNIDAD primordial. En él, por su irradiación, son producidas todas las cosas, así como la UNIDAD produce todos los números, sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en manera alguna. Hay aquí un paralelismo completo entre dos modos de expresión: el simbolismo geométrico y el simbolismo numérico, de tal modo que se los puede emplear indiferentemente y que inclusive se pasa de uno al otro de la manera más natural. No hay que olvidar, por lo demás, que en uno como en otro caso se trata siempre de simbolismo: la unidad aritmética no es la UNIDAD metafísica; no es sino una figura de ella, pero una figura en la cual no hay nada de arbitrario, pues existe entre una y otra una relación analógica real, y esta relación es lo que permite transponer la idea de la UNIDAD más allá del dominio cuantitativo, al orden trascendental. Lo mismo ocurre con la idea del Centro; éste es capaz de una transposición semejante, por la cual se despoja de su carácter espacial, el cual ya no se evoca sino a título de símbolo: el punto central es el Principio, el Ser puro; y el espacio que colma con su irradiación, y que no es sino esa irradiación misma (el Fiat Lux del Génesis), sin la cual tal espacio no sería sino “privación” y nada, es el Mundo en el sentido más amplio del término, el conjunto de todos los seres y todos los estados de Existencia que constituyen la manifestación universal. 2057 EMS VIII: LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS
Ahora, lo que es menester comprender bien antes de ir más lejos, es que, en una doctrina cualquiera, no podría haber «dualismo» más que si dos términos opuestos o complementarios (y entonces serían concebidos más bien como opuestos) se propusieron en ella primero y se consideraran después como últimos e irreductibles, sin ninguna derivación de un principio común, lo que excluye evidentemente la consideración de todo ternario del primer género; así pues, en una tal doctrina, no se podrían encontrar más que ternarios del segundo género, y, como éstos, así como ya lo hemos indicado, no se podrían referir nunca más que al dominio de la manifestación, con esto se ve inmediatamente que todo «dualismo» es necesariamente al mismo tiempo un «naturalismo». Pero el hecho de reconocer la existencia de una dualidad y de situarla en el lugar que le conviene realmente no constituye de ninguna manera un «dualismo», desde que los dos términos de esta dualidad proceden de un principio único, que pertenece como tal a un orden superior de realidad; y ello es así, ante todo, en lo que concierne a la primera de todas las dualidades, la de la Esencia y de la Substancia universal, salidas de una polarización del Ser o de la UNIDAD principial, y entre las cuales se produce toda manifestación. Son los dos términos de esta primera dualidad los que se designan como Purusha y Prakriti en la tradición hindú, y como el Cielo (NA: Tien) y la Tierra (NA: Ti) en la tradición extremo oriental; pero ni la una ni la otra, como tampoco por lo demás ninguna otra tradición ortodoxa, pierden de vista, al considerarlos, el principio superior del que se derivan. Hemos expuesto ampliamente, en otras ocasiones, lo que hay a este respecto en la tradición hindú; en cuanto a la tradición extremo oriental, considera no menos explícitamente, como principio común del Cielo y de la Tierra (NA: Y también, bien entendido, de los términos de todas las demás dualidades más particulares, que no son nunca en suma más que especificaciones de ésta, de suerte que, directa o indirectamente, todas se derivan en definitiva del mismo principio.), lo que llama el «Gran Extremo» (NA: Tai-ki), en el que están indisolublemente unidos, en el estado «indiviso» e «indistinguido» (NA: Esta indistinción principial no debe ser confundida con la indistinción potencial que es solo la de la Substancia o de la materia prima.), anteriormente a toda diferenciación (NA: Debe entenderse bien que aquí no se trata de ninguna manera de una anterioridad temporal, ni de una sucesión en un modo cualquiera de la duración.), y que es el Ser puro, identificado como tal a la «Gran UNIDAD» (NA: Tai-i) (NA: El carácter ki es el que designa literalmente el «techo» de un edificio; así se dice simbólicamente que Tai-i reside en la Estrella polar, que es efectivamente el «techo» del Cielo visible, y que, como tal, representa naturalmente el del Cosmos todo entero.). Además, Tai-ki, el Ser o la UNIDAD trascendente, presupone él mismo otro principio, Wou-ki, el No Ser o el Zero metafísico (NA: Wou-ki corresponde, en la tradición hindú, al Brahma neutro y supremo (NA: Para-Brahma), y Tai-ki a Îshwara o al Brahma «no supremo» (NA: Apara-Brahma).); pero éste no puede entrar con nada en una relación tal que sea el primer término de un ternario cualquiera, puesto que toda relación de este tipo no es posible más que a partir de la afirmación del Ser o de la UNIDAD (NA: Por encima de todo principio, hay todavía el Tao, que, en su sentido más universal, es a la vez No Ser y Ser, pero que, por lo demás, no es realmente diferente del No Ser en tanto que éste contiene al Ser, que es él mismo el principio primero de toda manifestación, y que se polariza en Esencia y Substancia (o Cielo y Tierra) para producir efectivamente esta manifestación.). Así, en definitiva, se tiene primero un ternario del primer género, formado de Tai-ki, Tien y Ti, y después solo un ternario del segundo género, formado de Tien, Ti y Jen, y que es el que se ha tomado el hábito de designar como la «Gran Tríada»; en estas condiciones, es perfectamente incomprehensible que algunos hayan podido pretender atribuir un carácter «dualista» a la tradición extremo oriental. 2657 RGGT DIFERENTES GÉNEROS DE TERNARIOS
Se dice también que el Cielo, que envuelve o abarca a todas las cosas, presenta al Cosmos una cara «ventral», es decir, interior, y la Tierra, que las soporta, presenta una cara «dorsal», es decir, exterior (NA: Esta asimilación aparecería como inmediatamente evidente en una lengua tal como el árabe, donde el vientre es el-batn, y lo interior el-bâten, la espalda es ez-zahr y lo exterior ez-zâher.); esto es fácil de ver con la simple inspección de la figura adjunta, donde el Cielo y la tierra, naturalmente, están representados respectivamente por un círculo y un cuadrado concéntricos (NA: Fig. 8). Se observará que esta figura reproduce la forma de las monedas chinas, forma que, por lo demás, es originariamente la de algunas tablillas rituales (NA: Sobre el valor simbólico de las monedas en las civilizaciones tradicionales en general, ver El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, cap. XVI.): entre el contorno circular y el vacío cuadrado de en medio, la parte plana, donde se inscriben los caracteres, corresponde evidentemente al Cosmos, donde se sitúan los «diez mil seres» (NA: Apenas hay necesidad de hacer observar que los caracteres son los nombres de los seres, y que, por consiguiente, representan a éstos de una manera completamente natural, sobre todo cuando se trata de una escritura ideográfica como es el caso para la lengua china.), y el hecho de que esté comprendida entre dos vacíos expresa simbólicamente que lo que no está entre el Cielo y la Tierra está por eso mismo fuera de la manifestación (NA: La expresión Tien-hia, literalmente «bajo el Cielo», se emplea corrientemente en chino para designar el conjunto del Cosmos.). No obstante, hay un punto sobre el que la figura puede parecer inexacta, y que corresponde por lo demás a un defecto necesariamente inherente a toda representación sensible: si solo se prestase atención a las posiciones respectivas aparentes del Cielo y de la Tierra, o más bien a lo que les figura, podría parecer que el Cielo está en el exterior y la Tierra en él interior; pero es que, aquí todavía, es menester no olvidar hacer la aplicación de la analogía en sentido inverso: en realidad, bajo todos los puntos de vista, la «interioridad» pertenece al Cielo y la «exterioridad» a la Tierra, y encontraremos de nuevo esta consideración un poco más adelante. Por lo demás, incluso tomando simplemente la figura tal cual es, se ve que, en relación al Cosmos, el Cielo y la Tierra, por eso mismo de que son sus extremos límites, no tienen verdaderamente más que una sola cara, y que esta cara es interior para el Cielo y exterior para la Tierra; si se quisiera considerar su otra cara, sería menester decir que ésta no puede existir más que en relación al principio común en el que se unifican, y donde desaparece toda distinción de lo interior y de lo exterior, como toda oposición e incluso todo complementarismo, para no dejar subsistir más que la «Gran UNIDAD». 2671 RGGT CIELO Y TIERRA
Por otra parte, estos dos mismos términos yang y yin, cuando están unidos, son representados por el símbolo que, por esta razón, se llama yin-yang (NA: Fig. 9) (NA: Esta figura se coloca habitualmente en el centro de los ocho trigramas dispuestos circularmente.), símbolo que ya hemos estudiado en otra parte desde el punto de vista donde representa más particularmente el «círculo del destino individual» (NA: El Simbolismo de la Cruz, cap. XXII. — A este respecto, la parte yin y la parte yang representan respectivamente la huella de los estados inferiores y el reflejo de los estados superiores en relación a un estado dado de la existencia, tal como el estado individual humano, lo que concuerda estrictamente con lo que indicábamos hace un momento sobre la relación del encadenamiento de los ciclos con la consideración del yin como anterior al yang.). Conformemente al simbolismo de la luz y de la sombra, la parte clara de la figura es yang, y su parte obscura es yin; y los puntos centrales, obscuro en la parte clara y claro en la parte obscura, recuerdan que, en realidad, el yang y el yin no se encuentran nunca el uno sin el otro. En tanto que el yang y el yin están ya distinguidos aunque están unidos (y es por eso por lo que la figura es propiamente yin-yang), es el símbolo del «Andrógino» primordial, puesto que sus elementos son los dos principios masculino y femenino; es también, según otro simbolismo tradicional más general todavía, el «Huevo del Mundo», cuyas dos mitades, cuando se separen, serán respectivamente el Cielo y la Tierra (NA: La figura considerada como plana corresponde a la sección diametral del «Huevo del Mundo», en el nivel del estado de existencia en relación al que se considera el conjunto de la manifestación.). Por otro lado, la misma figura, considerada como formando un todo indivisible (NA: Las dos mitades están delimitadas por una línea sinuosa, que indica una interpenetración de los dos elementos, mientras que, si lo estuvieran por un diámetro, se podría ver en ello más bien una simple yuxtaposición. — Hay que precisar que esta línea sinuosa está formada de dos semi-circunferencias cuyo radio es la mitad del radio de la circunferencia que forma el contorno de la figura, y cuya longitud total es por consiguiente igual a la mitad de la de esta circunferencia, de suerte que cada una de las dos mitades de la figura está envuelta por una línea igual en longitud a la que envuelve la figura total.), lo que corresponde al punto de vista principial, deviene el símbolo de Tai-ki, que aparece así como la síntesis del yin y del yang, pero a condición de precisar bien que esta síntesis, al ser la UNIDAD primera, es anterior a la diferenciación de sus elementos, y por consiguiente absolutamente independiente de éstos; de hecho, no puede tratarse propiamente de yin y de yang más que en relación al mundo manifestado, que, como tal, procede todo entero de las «dos determinaciones». Estos dos puntos de vista según los que puede considerarse el símbolo se resumen en la fórmula siguiente: «Los diez mil seres son producidos (tsao) por Tai-i (que es idéntica a Tai-ki), modificados (houa) por yin-yang», ya que todos los seres provienen de la UNIDAD principial (NA: Tai-i, es el Tao «con un nombre», que es la «madre de los diez mil seres» (NA: Tao-te-king, cap. I). — El Tao «sin nombre» es el No-Ser, y el Tao «con un nombre» es el Ser: «Si fuera menester dar un nombre al Tao (aunque realmente no pueda ser nombrado), se le llamaría (como equivalente aproximado) la Gran UNIDAD».), pero sus modificaciones en el «devenir» se deben a las acciones y reacciones recíprocas de las «dos determinaciones». 2684 RGGT «YIN» Y «YANG»
Puesto que los números impares son yang, pueden llamarse «celestes», y puesto que los números pares son yin, pueden llamarse «terrestres»; pero además de esta consideración enteramente general, hay ciertos números que son atribuidos más especialmente al Cielo y a la Tierra, y esto requiere otras explicaciones. Primero, son sobre todo los primeros números impar y par respectivamente los que se consideran como los números propios del Cielo y de la Tierra, o como la expresión de su naturaleza misma, lo que se comprende sin esfuerzo, ya que, en razón de la primacía que tienen cada uno en su orden, todos los demás números son como derivados en cierto modo de ellos y no ocupan más que un rango secundario en relación a ellos en sus series respectivas; así pues, son éstos los que representan, se podría decir, el yang y el yin en el grado más alto, o, lo que equivale a lo mismo, los que expresan más puramente la naturaleza celeste y la naturaleza terrestre. Ahora bien, a lo que es menester prestar atención, es que aquí la unidad, al ser propiamente el principio del número, no se cuenta ella misma como un número; en realidad, lo que la unidad representa no puede ser sino anterior a la distinción del Cielo y de la Tierra, y ya hemos visto en efecto que corresponde al principio común de éstos, Tai-ki, el Ser que es idéntico a la UNIDAD metafísica misma. Así pues, mientras que 2 es el primero número par, es 3, y no 1, el que se considera como el primer número impar; por consiguiente, 2 es el número de la Tierra y 3 el número del Cielo; pero entonces, puesto que 2 es antes que 3 en la serie de los números, la Tierra parece estar antes que el Cielo, del mismo modo que el yin aparece antes que el yang; se encuentra así en esta correspondencia numérica otra expresión, equivalente en el fondo, del mismo punto de vista cosmológico de que hemos hablado más atrás a propósito del yin y del yang. 2731 RGGT NÚMEROS CELESTES Y NÚMEROS TERRESTRES
Esta distinción del espíritu, del alma y del cuerpo ha sido aplicada al «macrocosmo» tanto como al «microcosmo», puesto que la constitución del uno es análoga a la del otro, de suerte que se deben encontrar necesariamente elementos que se correspondan rigurosamente por una parte y por otra. Esta consideración, en los Griegos, parece vincularse sobre todo a la doctrina cosmológica de los Pitagóricos, que, por lo demás, no hacía en realidad más que «readaptar» enseñanzas mucho más antiguas; Platón se ha inspirado de esta doctrina y la ha seguido mucho más de cerca de lo que se cree de ordinario, y es en parte por su mediación como algo de ella se ha transmitido a los filósofos posteriores, tales por ejemplo como los Estoicos, cuyo punto de vista mucho más exotérico ha mutilado y deformado muy frecuentemente las concepciones de que se trata. Los Pitagóricos consideraban un cuaternario fundamental que comprendía primero el Principio, transcendente en relación al Cosmos, después el Espíritu y el Alma universales, y por último la Hylê primordial (NA: Cf. el comienzo de los Rasâïl Ikhwân Eç-Çafâ, que contiene una exposición muy clara de esta doctrina pitagórica.); importa precisar que esta última, en tanto que pura potencialidad, no puede ser asimilada al cuerpo, y que corresponde más bien a la «Tierra» de la Gran Tríada que a la del Tribhuvana, mientras que el Espíritu y el Alma universales recuerdan manifiestamente a los otros dos términos de este último. En cuanto al Principio transcendente, corresponde en alguno aspectos al «Cielo» de la Gran Tríada, pero no obstante, por otra parte, se identifica también al Ser o a la UNIDAD metafísica, es decir, a Tai-ki; parece faltar aquí una distinción clara, que, por lo demás, no era quizás exigida por el punto de vista, mucho menos metafísico que cosmológico, en el que estaba establecido el cuaternario de que se trata. Sea como sea, los Estoicos deformaron está enseñanza en un sentido «naturalista», al perder de vista su Principio transcendente, y al no considerar ya más que un «Dios» inmanente que, para ellos, se asimilaba pura y simplemente al Spiritus Mundi; no decimos al Anima Mundi, contrariamente a lo que parecen creer algunos de sus intérpretes afectados por la confusión moderna del espíritu y del alma, ya que en realidad, para los Estoicos tanto como para aquellos que seguían más fielmente la doctrina tradicional, esta Anima Mundi no ha tenido nunca más que un papel simplemente «demiúrgico», en el sentido más estricto de esta palabra, en la elaboración del Cosmos a partir de la Hylê primordial. 2764 RGGT «SPIRITUS», «ANIMA», «CORPUS»
Así, a los ojos de los hombres ordinarios, e incluso de los iniciados que no han acabado el curso de los «misterios menores», no solo el «hombre transcendente», sino también el «hombre verdadero», aparece como el «mandatario» o el representante del Cielo, que se manifiesta a ellos a través de él en cierto modo, ya que su acción, o más bien su influencia, por eso mismo que es «central» (y aquí el eje no se distingue del centro que es su «huella»), imita la «Actividad del Cielo», así como ya lo hemos explicado precedentemente, y la «encarna» por así decir al respecto del mundo humano. Esta influencia, que es «no-actuante», no implica ninguna acción exterior: desde el centro, el «Hombre Único», que ejerce la función del «motor inmóvil», ordena todas las cosas sin intervenir en ninguna, como el Emperador, sin salir del Ming-tang, ordena todas las regiones del Imperio y regula el curso del ciclo anual, ya que, «concentrarse en el no actuar, tal es la Vía del Cielo» (NA: Tchoang-tseu, cap. XII.). «Los antiguos soberanos, absteniéndose de toda acción propia, dejaban al Cielo gobernar por ellos… En el techo del Universo, el Principio influencia al Cielo y a la Tierra, los cuales transmiten a todos los seres esta influencia, que, devenida en el mundo de los hombres buen gobierno, hace manifestarse los talentos y las capacidades. En sentido inverso, toda prosperidad viene del buen gobierno, cuya eficacia deriva del Principio, por la intermediación del Cielo y de la Tierra. Por eso es por lo que, los antiguos soberanos no deseaban nada, y el mundo estaba en la abundancia (NA: Hay algo comparable a esto en la noción occidental del Emperador según la concepción de Dante, que ve en la «codicia» el vicio inicial de todo mal gobierno (cf., Convito, IV, 4).); no actuaban, y todas las cosas se modificaban según la norma (NA: De igual modo, en la tradición hindú, el Chakravartî o «monarca universal» es literalmente «el que hace girar la rueda», sin participar él mismo en su movimiento.); permanecían abismados en su meditación, y el pueblo estaba en el orden más perfecto. Es lo que el adagio antiguo resume así: para aquel que se une a la UNIDAD, todo prospera; a aquel que no tiene ningún interés propio, incluso los genios le están sometidos» (NA: Tchoang-tseu, cap. XII.). 2850 RGGT EL HOMBRE VERDADERO Y EL HOMBRE TRANSCENDENTE
Para completar lo que hemos dicho del ternario Deus, Homo, Natura, hablaremos un poco de otro ternario que le corresponde manifiestamente término a término: es el que está formado por la Providencia, la Voluntad y el Destino, considerados como las tres potencias que rigen el Universo manifestado. Las consideraciones relativas a este ternario han sido desarrolladas sobre todo, en los tiempos modernos por Fabre d’Olivet (NA: Concretamente en su Histoire philosophique du Genre humain; es de la disertación introductoria de esta obra (publicada primeramente bajo el título De l’État social de l’Homme) de donde se han sacado, salvo indicación contraria, las citas que siguen. — En los Examens des Vers dorés de Pythagore, aparecidos anteriormente, se encuentran también puntos de vista sobre este tema, pero expuestos de una manera menos clara: Fabre d’Olivet parece considerar a veces en ellos el Destino y la Voluntad como correlativos, dominando la Providencia a la vez al uno y a la otra, lo que no concuerda con la correspondencia que tenemos en vista al presente. — Señalamos incidentalmente que es sobre una aplicación de la concepción de estas tres potencias universales al orden social como Saint-Yves d’Alveydre ha construido su teoría de la «sinarquía».), sobre datos de origen pitagórico; por lo demás, también se refiere secundariamente, en diversas ocasiones, a la tradición china (NA: Por lo demás, no parece haber conocido de ella más que el lado Confucionista, aunque, en los Examens des Vers dorés de Pythagore, se le ocurre citar una vez a Lao-tseu.), de una manera que implica que ha reconocido su equivalencia con la Gran tríada. «El hombre, dice, no es ni un animal ni una inteligencia pura; es un ser intermediario, colocado entre la materia y el espíritu, entre el Cielo y la Tierra, para ser su lazo»; y se puede reconocer claramente aquí el lugar y el papel del término mediano de la Tríada extremo oriental. «Que el Hombre universal (NA: Esta expresión debe ser entendida aquí en un sentido restringido, ya que no parece que su concepción se haya extendido más allá del estado propiamente humano; en efecto, es evidente que, cuando se transpone a la totalidad de los estados del ser, ya no se podría hablar del «reino hominal», lo que no tiene realmente sentido más que en nuestro mundo.) es una potencia, es lo que es constatado por todos los códigos sagrados de las naciones, es lo que es sentido por todos los sabios, es lo que es confesado incluso por los verdaderos conocedores… Las otras dos potencias, en medio de las que se encuentra colocado, son el Destino y la Providencia. Por debajo de él está el Destino, naturaleza necesitada y naturada; por encima de él está la Providencia, naturaleza libre y naturante. Él, como reino hominal, es la Voluntad mediadora, eficiente, colocada entre estas dos naturalezas para servirles de lazo, de medio de comunicación, y para reunir dos acciones, dos movimientos que serían incompatibles sin él». Es interesante notar que los dos términos extremos del ternario son designados expresamente como Natura naturans y Natura naturata, conformemente a lo que hemos dicho más atrás; y las dos acciones o los dos movimientos de que se trata no son otra cosa en el fondo que la acción del Cielo y la reacción de la Tierra, es decir, el movimiento alternado del yang y del yin. «Estas tres potencias, la Providencia, el Hombre considerado como reino hominal, y el Destino, constituyen el ternario universal. Nada escapa a su acción, todo les está sometido en el Universo, todo, excepto Dios mismo que, envolviéndolos en su insondable UNIDAD, forma con ellos esa tétrada de los antiguos, ese inmenso cuaternario, que es todo en todos, y fuera del cual no hay nada». Aquí hay una alusión al cuaternario fundamental de los Pitagóricos, simbolizado por la Tetraktys, y lo que hemos dicho precedentemente, a propósito del ternario Spiritus, Anima, Corpus, permite comprender suficientemente de qué se trata como para que no haya necesidad de volver sobre ello. Por otra parte, es menester precisar todavía, ya que esto es particularmente importante bajo el punto de vista de las concordancias, que «Dios» es considerado aquí como el Principio en sí mismo, a diferencia del primer término del ternario Deus, Homo, Natura, de suerte que, en estos dos casos, la misma palabra no está tomada en la misma acepción; y, aquí, la Providencia es solo el instrumento de Dios en el gobierno del Universo, exactamente lo mismo que el Cielo es el instrumento del Principio según la tradición extremo oriental. 2876 RGGT PROVIDENCIA, VOLUNTAD, DESTINO
Otro punto que es también muy digno de observación, es éste: la Voluntad humana, al unirse a la Providencia y al colaborar con ella conscientemente (NA: Colaborar así con la Providencia, es lo que se llama propiamente, en la terminología masónica, trabajar en la realización del «plan del Gran Arquitecto del Universo» (cf. Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XXXI).), puede equilibrar al Destino y llegar a neutralizarle (NA: Es lo que los Rosacrucianos expresaban por el adagio Sapiens dominabitur astris, donde las «influencias astrales» representan, como lo hemos explicado más atrás, el conjunto de todas las influencias que emanan del medio cósmico y que actúan sobre el individuo para determinarle exteriormente.). Fabre d’Olivet dice que «el acuerdo de la Voluntad y de la Providencia constituye el Bien; el Mal nace de su oposición (NA: En el fondo, esto identifica el bien y el mal a las dos tendencias contrarias que vamos a indicar, con todas sus consecuencias respectivas.)… El hombre se perfecciona o se deprava según que tienda a confundirse con la UNIDAD universal o a distinguirse de ella» (NA: Examens des Vers dorés de Pythagore, 12 Examen.), es decir, según que, tendiendo hacia el uno o hacia el otro de los polos de la manifestación (NA: Se trata de las dos tendencias contrarias, ascendente una y descendente la otra, que son designadas como sattwa y tamas en la tradición hindú.), que corresponden en efecto a la unidad y a la multiplicidad, alíe su voluntad a la Providencia o al Destino y se dirija así, ya sea del lado de la «libertad», o ya sea del lado de la «necesidad». El autor dice también que «la ley providencial es la ley del hombre divino, que vive principalmente de la vida intelectual, de la que ella es la reguladora»; por lo demás, no precisa más la manera en que comprende a este «hombre divino», que, según los casos, puede ser sin duda asimilado al «hombre trancendente» o solo al «hombre verdadero». Según la doctrina pitagórica, seguida sobre este punto como sobre tantos otros por Platón, «la Voluntad animada por la fe (y por consiguiente asociada por eso mismo a la Providencia) podía sojuzgar a la Necesidad misma, mandar a la Naturaleza, y operar milagros». El equilibrio entre la Voluntad y la Providencia, por una parte, y el Destino por la otra, estaba simbolizado geométricamente por el triángulo rectángulo cuyos lados son respectivamente proporcionales a los números 3, 4 y 5, triángulo al que el pitagorismo daba una gran importancia (NA: Este triángulo se encuentra también en el simbolismo masónico, y ya hemos hecho alusión a él a propósito de la escuadra del Venerable; el triángulo mismo completo aparece en las insignias del Past Master. Diremos en esta ocasión que una parte notable del simbolismo masónico se deriva directamente del pitagorismo, por una «cadena» ininterrumpida, a través de los Collegia fabrorum romanos y las corporaciones de constructores de la Edad Media; el triángulo de que se trata aquí es un ejemplo de ello, y tenemos otro en la Estrella radiante, idéntica al Pentalpha que servía de «medio de reconocimiento» a los pitagóricos (cf. Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XVI).), y que, por una coincidencia muy sorprendente también, no la tiene menor en la tradición extremo oriental. Si la Providencia es representada (NA: Aquí encontramos de nuevo 3 como número «celeste» y 5 como número «terrestre», de igual modo que en la tradición extremo oriental, aunque ésta no los considera así como correlativos, puesto que 3 se asocia en ella a 2 y 5 a 6, así como lo hemos explicado más atrás; en cuanto a 4, corresponde a la cruz como símbolo del «Hombre Universal».) por 3, la Voluntad humana por 4 y el Destino por 5, se tiene en este triángulo: 32 + 42 = 52; la elevación de los números a la segunda potencia indica que esto se refiere al dominio de las fuerzas universales, es decir, propiamente al dominio anímico (NA: Este dominio es en efecto el segundo de los «tres mundos», ya sea que se los considere en el sentido ascendente o en el sentido descendente; la elevación a las potencias sucesivas, que representan grados de universalización creciente, corresponde al sentido ascendente (cf. El Simbolismo de la Cruz, cap. XII, y Los Principios del Cálculo infinitesimal, cap. XX).), el que corresponde al Hombre en el «macrocosmo», y en el centro del cual, en tanto que término mediano, se sitúa la voluntad en el «microcosmo» (NA: Según el esquema dado por Fabre d’Olivet, este centro de la esfera anímica es al mismo tiempo el punto de tangencia de las otras dos esferas intelectual e instintiva, cuyos centros están situados en dos puntos diametralmente opuestos de la circunferencia de esta misma esfera mediana: «Este centro, al desplegar su circunferencia, alcanza a los otros centros, y reúne en sí mismo los puntos opuestos de las dos circunferencias que despliegan (es decir, el punto más bajo de la una y el punto más alto de la otra), de suerte que las tres esferas vitales, al moverse la una en la otra, se comunican sus naturalezas diversas, y llevan de la una a la otra su influencia respectiva y recíproca» — Así pues, las circunferencias representativas de dos esferas consecutivas (intelectual y anímica, anímica e instintiva) presentan la disposición cuyas propiedades hemos señalado a propósito de la figura 3, puesto que cada una de ellas pasa por el centro de la otra.). 2878 RGGT PROVIDENCIA, VOLUNTAD, DESTINO
A este propósito, mencionaremos otro símbolo «polar» no menos interesante, que se encuentra en los antiguos rituales de la Masonería operativa: según algunos de estos rituales, la letra G está figurada en el centro de la bóveda, en el punto mismo que corresponde a la Estrella Polar (NA: Por otra parte, la Osa Mayor está figurada también actualmente todavía en el techo de muchas Logias masónicas, incluso «especulativas».); una plomada, suspendida de esta letra G, cae directamente en el centro de un swastika trazado sobre el piso, que representa así el polo terrestre (NA: Señalamos muy particularmente esto a la atención de aquellos que pretenden que «hacemos del swastika el signo del polo», cuando solo decimos que tal es en realidad su sentido tradicional; ¡quizás no podrán igualmente llegar hasta suponer que somos nosotros quienes hemos «hecho» también los rituales de la Masonería operativa!): es la «plomada del Gran Arquitecto del Universo», que, suspendida del punto geométrico de la «Gran UNIDAD» (NA: Este mismo punto es también, en la Kabbala hebraica, del que está suspendida la balanza de que se habla en el Siphra di-Tseniutha, ya que es sobre el polo donde reposa el equilibrio del mundo; y este punto es designado como «un lugar que no es», es decir, como lo «no manifestado», lo que corresponde, en la tradición extremo oriental, a la asimilación de la Estrella polar, en tanto que «techo del Cielo», al «lugar» del Principio mismo; esto está igualmente en relación con lo que hemos dicho más atrás de la balanza a propósito de la Osa Mayor. Los dos platillos de la balanza, con su movimiento alternativo de subida y de bajada, se refieren naturalmente a las vicisitudes del yin y del yang; por lo demás, la correspondencia con el yin de un lado y el yang del otro vale, de una manera general, para todos los símbolos que presentan una simetría axial.), desciende del polo celeste al polo terrestre, y es así la figura del «Eje del Mundo». Puesto que hemos sido llevado a hablar de la letra G, diremos que ésta debería ser en realidad un iod hebraico, al que sustituyó, en Inglaterra, a consecuencia de una asimilación fonética de iod con God, lo que, por lo demás, en el fondo, no cambia en nada su sentido (NA: La substitución del iod por la G está indicada concretamente, pero sin que la razón de ello sea explicada, en la Récapitulation de toute la Maçonnerie ou description et explication de l’Hiéroglyphe universel du Maître des Maîtres, obra anónima atribuida a Delaulnaye.); puesto que las diversas interpretaciones que se han dado de ello ordinariamente (y de las que la más importante es la que se refiere a la «Geometría»), no son en su mayor parte posibles más que en las lenguas occidentales modernas, no representan, digan lo que digan algunos (NA: Hay quienes parecen creer incluso que no es sino después que la letra G habría sido considerada como la inicial de God; éstos ignoran evidentemente el hecho de que sustituyó al iod, que es lo que le da toda su verdadera significación bajo el punto de vista esotérico e iniciático.), más que acepciones secundarias que han venido a agruparse accesoriamente alrededor de esta significación esencial (NA: Los rituales recientes del grado de Compañero, para encontrar cinco interpretaciones a la letra G, le dan frecuentemente sentidos que son más bien forzados e insignificantes; por lo demás, este grado ha sido particularmente maltratado, si se puede decir así, a consecuencia de los esfuerzos que se han hecho para «modernizarle». — En el centro de la Estrella radiante, la letra G representa el principio divino que reside en el «corazón» del hombre «dos veces nacido» (cf. Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XLVIII).). La letra iod, primera del Tetragrama, representa el Principio, de suerte que es considerada como constituyendo ella sola un nombre divino; por lo demás, por su forma, ella es en sí misma el elemento principal del que se derivan todas las demás letras del alfabeto hebraico (NA: Se sabe que el valor numérico de esta letra es 10, y, a este propósito, remitimos a lo que ha sido dicho más atrás sobre el simbolismo del punto en el centro del círculo.). Es menester agregar que la letra correspondiente I del alfabeto latino es también, tanto por su forma rectilínea como por su valor en las cifras romanas, un símbolo de la unidad (NA: Quizás tendremos algún día la ocasión de estudiar el simbolismo geométrico del algunas letras del alfabeto latino y el uso que se ha hecho de ellas en las iniciaciones occidentales.); y lo que es al menos curioso, es que el sonido de esta letra es el mismo que el de la palabra china i, que, como lo hemos visto, significa igualmente la unidad, ya sea en su sentido aritmético, o ya sea en su transposición metafísica (NA: El carácter i es también un trazo rectilíneo; no difiere de la letra latina I más que en que está colocado horizontalmente en lugar de estarlo verticalmente. — En el alfabeto árabe, es la primera letra alif, que vale numéricamente la unidad y que tiene la forma de un trazo rectilíneo vertical.). Lo que es quizás más curioso aún, es que Dante, en la Divina Comedia, hace decir a Adam que el primer nombre de Dios fue I (NA: Paradiso XXVI, 133-l34. — En un epigrama atribuido a Dante, la letra I es llamada la «novena figura», según su rango en el alfabeto latino, aunque el iod, al cual corresponde, sea la décima letra del alfabeto hebraico; por otra parte, se sabe que el número 9 tenía para Dante una importancia simbólica muy particular, como se ve concretamente en la Vita Nuova (cf. El Esoterismo de Dante, cap. II y VI).) (lo que corresponde todavía, según lo que acabamos de explicar, a la «primordialidad» del simbolismo «polar»), siendo el nombre que vino después Él, y que Francesco da Barberino, en su Tractatus Amoris, se ha hecho representar a sí mismo en una actitud de adoración delante de la letra I (NA: Ver Luigi Valli, Il Linguaggio segreto di Dante e dei «Fedeli d’Amore», volumen II, PP. 120-l21, donde se encuentra la reproducción de esta figura.). Es fácil comprender ahora lo que significa esto: ya sea que se trate del iod hebraico o del i chino, este «primer nombre de Dios», que era también, según toda verosimilitud, su nombre secreto en los Fedeli d’Amore, no es otra cosa, en definitiva, que la expresión misma de la UNIDAD principial (NA: Estas precisiones habrían podido ser utilizadas por aquellos que han buscado establecer aproximaciones entre la Tien-ti-houei y las iniciaciones occidentales; pero es probable que las hayan ignorado, ya que, sin duda, no tenían apenas datos precisos sobre la Masonería operativa, y todavía menos sobre los Fedeli d’Amore.). 2917 RGGT LA CIUDAD DE LOS SAUCES
En el centro vital, residencia de Purusha, “el sol no brilla, ni la luna, ni las estrellas, ni los relámpagos; mucho menos todavía este fuego visible ( el elemento ígneo sensible, o Têjas, cuya cualidad propia es la visibilidad ). Todo brilla según la irradiación de Purusha ( reflejando su claridad ); es por su esplendor por lo que este todo ( la individualidad integral considerada como “microcosmo” ) es iluminado” ( Katha Upanishad, 2 Adhyaya 5 Vallî, shruti 15; Mundaka Upanishad, 2 Mundaka, 2 Khanda, shurti 10; Shwêtâshwatara Upanishad, 6 Adhyâya, shruti 14. ). Y se lee igualmente en la Bhagavad-Gîtâ ( Se sabe que la Bhagavat-Gîtâ es un episodio del Mahâbhârata, y recordaremos a este propósito que los Itihâsas, es decir, el Râmâyana y el Mahâbhârata, que forman parte de la Smriti, son algo muy diferente de simples “poemas épicos” en el sentido “profano” en el que lo entienden los occidentales. ): “es menester buscar el lugar ( que simboliza un estado ) de donde no hay retorno ( a la manifestación ), y refugiarse en el Purusha primordial de quien ha salido la impulsión original ( de la manifestación universal )… Este lugar, ni el sol, ni la luna, ni el fuego lo iluminan: es mi morada suprema” ( NA: Bhagavad-Gîtâ, 4 y 6. — En estos textos hay una similitud interesante que señalar con este pasaje de la descripción de la “Jerusalén Celeste” en el Apocalipsis, XXI, 23: “Y esta ciudad no tiene necesidad de ser iluminada por el sol o por la luna, porque es la gloria de Dios quien la ilumina, y porque el Cordero es su lámpara”. Se ve por esto que la “Jerusalén Celeste” no carece de relaciones con la “ciudad de Brahma”; y, para aquellos que conocen la relación que une al “Cordero” del simbolismo cristiano con el Agni vêdico, la aproximación es todavía más significativa. — Sin poder insistir sobre este último punto, diremos, para evitar toda falsa interpretación, que no pretendemos en modo alguno establecer una relación etimológica entre Agnus e Ignis ( equivalente latín de Agni ); pero aproximaciones fonéticas como la que existen entre estas dos palabras juegan frecuentemente un papel importante en el simbolismo; y por lo demás, para nos, en eso nada hay de fortuito, puesto que todo lo que es tiene una razón de ser, comprendidas las formas del lenguaje. Conviene anotar todavía, bajo la misma relación, que el vehículo de Agni es un carnero. ). Purusha es representado como una luz ( jyotis ), porque la luz simboliza el Conocimiento; y es la fuente de toda otra luz, que no es en suma más que su reflexión, puesto que todo conocimiento relativo no puede existir más que por participación, por indirecta y por lejana que sea, en la esencia del Conocimiento supremo. En la luz de este Conocimiento, todas las cosas son en perfecta simultaneidad, ya que, principialmente, no puede haber más que un “eterno presente”, puesto que la inmutabilidad excluye toda sucesión; y no es más que en el orden de lo manifestado donde se traducen en modo sucesivo ( lo que no quiere decir forzosamente temporal ) las relaciones de las posibilidades que, en sí mismas, están contenidas eternamente en el Principio. “Este Purusha, de la magnitud de un pulgar ( angustha-mâtra, expresión que no debe entenderse literalmente como asignándole una dimensión espacial, sino que se refiere a la misma idea que la comparación con un grano ) ( A propósito de esto, se podría establecer también una comparación con la “endogenía del Inmortal”, tal como se enseña por la tradición taoísta, así como con el luz o “núcleo de inmortalidad” de la tradición hebraica. ), es de una luminosidad clara como un fuego sin humo ( sin mezcla alguna de obscuridad o de ignorancia ); es el señor del pasado y del futuro ( puesto que es eterno, y por tanto omnipresente, de suerte que contiene actualmente todo lo que aparece como pasado y como futuro en relación a un momento cualquiera de la manifestación, y, por lo demás, esto puede transponerse fuera del modo especial de sucesión que es propiamente el tiempo ); es hoy ( en el estado actual que constituye la individualidad humana ) y será mañana ( y en todos los ciclos o estados de existencia ) tal cual es ( en sí mismo, principialmente, por toda la eternidad )” ( NA: Katha Upanishad 2 adhyâya, 4 Vallî, shrutis 12 y 13. — En el esoterismo islámico, la misma idea es expresada, en términos casi idénticos, por Mohyiddin-ibn-Arabi en su Tratado de la UNIDAD ( Risâlatud-Ahadiyah ): “Él ( Allah ) es ahora tal cual era ( por toda la eternidad ) todos los días en el estado de Creador Sublime”. La única diferencia recae sobre la idea de “creación”, que no aparece más que en las doctrinas tradicionales que, parcialmente al menos, se vinculan al judaísmo; por lo demás, eso no es en el fondo, más que una manera especial de expresar lo que se refiere a la manifestación universal y a su relación con el Principio. ). 3072 HDV III
Por otra parte, cuando hablamos de los diferentes grados de la manifestación individual, se debe comprender fácilmente que estos grados corresponden a los de la manifestación universal, en razón de esa analogía constitutiva del “macrocosmo” y del “microcosmo” a la que hemos hecho alusión más atrás. Se comprenderá mejor todavía si se reflexiona que todos los seres manifestados están igualmente sometidos a las condiciones generales que definen los estados de existencia en los que están situados; si, al considerar un ser cualquiera, no se puede aislar realmente un estado de este ser del conjunto de todos los demás estados entre los que se sitúa jerárquicamente a un nivel determinado, tampoco se puede, desde otro punto de vista, aislar ese estado de todo lo que pertenece, no ya al mismo ser, sino al mismo grado de la Existencia universal; y así todo aparece como ligado en varios sentidos, ya sea en la manifestación misma, ya sea en tanto que ésta, que forma un conjunto único en su multiplicidad indefinida, se vincula a su principio, es decir, al Ser, y por tanto al Principio Supremo. La multiplicidad existe según su modo propio, desde que ella es posible, pero este modo es ilusorio, en el sentido que ya hemos precisado ( el de una “menor realidad” ), porque la existencia misma de esta multiplicidad se funda sobre la unidad, de la que ha salido y en la que está contenida principialmente. Al considerar de esta manera el conjunto de la manifestación universal, se puede decir que, en la multiplicidad misma de sus grados y de sus modos, “la Existencia es única”, según una fórmula que tomamos al esoterismo islámico; y aquí hay que observar un matiz importante entre “unicidad” y “unidad”: la primera envuelve la multiplicidad como tal, la segunda es su principio ( no la “raíz”, en el sentido en que esta palabra se aplica a Prakriti, sino como encerrando en sí todas las posibilidades de manifestación, tanto “esencialmente” como “substancialmente” ). Así pues, se puede decir propiamente que el Ser es uno, y que él es la UNIDAD misma ( Es lo que expresa también el adagio escolástico: Esse et unun convertuntur. ), en el sentido metafísico, por lo demás, y no en el sentido matemático, ya que aquí estamos más allá del dominio de la cantidad: entre la UNIDAD metafísica y la unidad matemática, hay analogía, pero no identidad; y del mismo modo, cuando se habla de la multiplicidad de la manifestación universal, no es tampoco de una multiplicidad cuantitativa que se trata, ya que la cantidad no es más que una condición especial de algunos estados manifestados. Finalmente, si el Ser es uno, el Principio Supremo es “sin dualidad”, como se verá a continuación: la unidad, en efecto, es la primera de todas las determinaciones, pero es ya una determinación, y, como tal, no podría aplicarse propiamente al Principio Supremo. 3134 HDV VI
Aquí, nos es menester insistir un poco sobre un punto esencial: es que todos los principios o elementos de que hemos hablado, que se describen como distintos, y que lo son en efecto desde el punto de vista individual, no lo son no obstante más que desde este punto de vista únicamente, y no constituyen en realidad sino otras tantas modalidades manifestadas del “Espíritu Universal” ( Âtmâ ). En otros términos, aunque accidentales y contingentes en tanto que manifestados, son la expresión de algunas de las posibilidades esenciales de Âtmâ ( las que por su naturaleza propia, son posibilidades de manifestación ); y estas posibilidades, en principio y en su realidad profunda, no son nada distinto de Âtmâ. Por eso es por lo que, en lo Universal ( y no ya en relación a los seres individuales ), deben considerarse como siendo verdaderamente Brahma mismo, que es “sin dualidad”, y fuera del cual no hay nada, ni manifestado ni no manifestado ( NA: Mohyiddin ibn Arabi, en su Tratado de la UNIDAD ( Risâlatul-Ahadiyah ), dice en el mismo sentido: “Allah Exaltado sea- está exento de todo semejante así como de todo rival, contraste u oponente”. Por lo demás, a este respecto también, hay una perfecta concordancia entre el Vêdanta y el esoterismo islámico. ). Por lo demás, eso fuera de lo cual hay algo no puede ser infinito, puesto que es limitado, por eso mismo que deja fuera; y así el Mundo, entendiendo por esta palabra el conjunto de la manifestación universal, no puede distinguirse de Brahma más que en modo ilusorio, mientras que, por el contrario, Brahma es absolutamente “distinto de lo que Él penetra” ( NA: Ver el texto del tratado del Conocimiento del Sí mismo ( Âtmâ-Bodha ) de Shankârâchârya, que se citará más adelante. ), es decir, del Mundo, puesto que no se Le pueden aplicar ninguno de los atributos determinativos que convienen a éste, y puesto que la manifestación universal toda entera es rigurosamente nula al respecto de Su Infinitud. Como ya lo hemos hecho destacar en otra parte, esta irreciprocidad de relación entraña la condena formal del “panteísmo”, así como de todo “inmanentismo”; y también se afirma muy claramente en estos términos por la Bhagavad-Gîtâ: “Todos los seres están en mí y yo no estoy en ellos… Mi ser soporta los seres, y, sin que esté en ellos, es por El que ellos existen” ( Bhagavad-Gîtâ, IX, 4 y 5. ). Se podría decir también que Brahma es el Todo absoluto, por eso mismo de que Es infinito, pero que, por otra parte, si todas las cosas están en Brahma, ellas no son Brahma en tanto que se consideran bajo el aspecto de la distinción, es decir, precisamente en tanto que cosas relativas y condicionadas, puesto que su existencia como tales no es más que una ilusión frente a la realidad suprema; lo que se dice de las cosas y que no podría convenir a Brahma, no es más que la expresión de la relatividad, y al mismo tiempo, puesto que ésta es ilusoria, la distinción lo es igualmente, porque uno de sus términos se desvanece delante del otro, ya que nada puede entrar en correlación con el Infinito; es en principio solamente como todas las cosas son Brahma, pero también es eso solo lo que es su realidad profunda; y es eso lo que es menester no perder de vista jamás si se quiere comprender lo que seguirá ( NA: Citaremos aquí un texto taoísta en el que se encuentran expresadas las mismas ideas: “No preguntéis si el Principio está en esto o en eso; está en todos los seres. Por eso es por lo que se Le dan los epítetos de grande, de supremo, de entero, de universal, de total… El que ha hecho que los seres fuesen seres, no está Él mismo sometido a las mismas leyes que los seres. El que ha hecho que todos los seres fuesen limitados, es Él mismo ilimitado, infinito… En lo que concierne a la manifestación, el Principio produce la sucesión de estas fases, pero no es esta sucesión ( ni está implicado en esta sucesión ). Él es el autor de las causas y de los efectos ( la causa primera ), pero no es las causas y los efectos ( particulares y manifestados ). Él es el autor de las condensaciones y de las disipaciones ( nacimientos y muertes, cambios de estados ), pero no es Él mismo condensación o disipación. Todo procede de Él, y se modifica por y bajo Su influencia. Él está en todos los seres, por una terminación de norma; pero Él no es idéntico a los seres, puesto que no es ni diferenciado, ni limitado” ( Tchoang-tseu, XXII; traducción de P.Wieger, p. 395-397 ). ). 3210 HDV X
“Ninguna distinción ( que se apoye sobre modificaciones contingentes, como la distinción del agente, de la acción, y de la meta o del resultado de esta acción ) invalida la unidad y la identidad esenciales de Brahma como causa ( Kârana ) y efecto ( Kârya ) ( NA: Es en tanto que nirguna como Brahma es Kârana, y en tanto que saguna como es Kârya; el primero es el “Supremo” o Para-Brahma, y el segundo es el “No Supremo” o Apara-Brahma ( que es Îshwara ); pero de ello no resulta que Brahma deje en cierta manera de ser “sin dualidad” ( adwaita ), ya que el “No Supremo” mismo es completamente ilusorio en tanto que se distingue del “Supremo”, como el efecto no es nada que sea verdadera y esencialmente diferente de la causa. Hacemos notar que jamás debe traducirse Para-Brahma y Apara-Brahma por “Brahma superior”, y “Brahma inferior”, ya que estas expresiones suponen una comparación o una correlación que no podría existir de ninguna manera. ). El mar es lo mismo que sus aguas y no es diferente de ellas ( en naturaleza ), aunque las olas, la espuma, las corrientes, las gotas y las demás modificaciones accidentales que sufren estas aguas existan separada o conjuntamente como diferentes unas de las otras ( cuando se consideran en particular, ya sea bajo el aspecto de la sucesión, ya sea bajo el de la simultaneidad, pero sin que su naturaleza deje por eso de ser la misma ) ( Esta comparación con el mar y sus aguas muestra que Brahma es considerado aquí como la Posibilidad Universal, que es la totalidad absoluta de las posibilidades particulares. ). Un efecto no es otro ( en esencia ) que su causa ( aunque la causa, por el contrario, sea más que el efecto ); Brahma es uno ( en tanto que Ser ) y sin dualidad ( en tanto que Principio Supremo ); Sí mismo, no está separado ( por limitaciones cualesquiera ) de Sus modificaciones ( tanto formales como informales ); Él es Âtmâ ( en todos sus estados posibles ), y Âtmâ ( en sí mismo, en el estado incondicionado ) es Él ( y no otro que Él ) ( Es la fórmula misma de la “Identidad Suprema”, bajo la forma más clara que sea posible darle. ). La misma tierra ofrece diamantes y otros minerales preciosos, rocas de cristal, y piedras vulgares y sin valor; el mismo sol produce una diversidad de plantas que presentan la mayor variedad en sus hojas, sus flores y sus frutos; el mismo alimento es convertido en el organismo en sangre, en carne, y en excrecencias variadas, tales como los cabellos y las uñas. Como la leche se cambia espontáneamente en cuajada y el agua en hielo ( sin que este paso de un estado a otro implique por lo demás ningún cambio de naturaleza ), así Brahma Se modifica diversamente ( en la multiplicidad indefinida de la manifestación universal ), sin la ayuda de instrumentos o de medios exteriores de cualquier especie que sea ( y sin que Su UNIDAD y Su identidad sean afectadas por ello, y por consiguiente sin que se pueda decir que Él sea modificado en realidad, aunque todas las cosas no existen efectivamente más que como Sus modificaciones ) ( NA: Para resolver esta aparente dificultad, es menester no olvidar que aquí estamos mucho más allá de la distinción de Purusha y de Prakriti, y que éstos, al estar ya unificados en el Ser, están comprendidos con mayor razón el uno y la otra en el Supremo Brahma, de donde, si es permisible expresarse así, dos aspectos complementarios del Principio, que no son por lo demás dos aspectos sino en relación a nuestra concepción: en tanto que Él Se modifica, es el aspecto análogo de Prakriti; en tanto que no obstante Él no es modificado, es el aspecto análogo de Purusha; y se destacará que este último responde más profunda y más adecuadamente que el otro a la realidad suprema en su inmutabilidad. Por eso es por lo que Brahma mismo es Purushottama, mientras que Prakriti representa solamente, en relación a la manifestación, a Su Shakti, es decir, Su “Voluntad productora”, que es propiamente la “omnipotencia” ( actividad “no-actuante” en cuanto al Principio, que deviene pasividad en cuanto a la manifestación ). Conviene agregar que, cuando se transpone así la concepción más allá del Ser, ya no es de la “esencia” y de la “substancia” de lo que se trata, sino más bien del Infinito y de la Posibilidad, así como lo explicaremos en alguna otra ocasión; es también, lo que la tradición extremo oriental designa como la “perfección activa” ( Khien ) y la “perfección pasiva” ( Khouen ), que coincide por lo demás en la Perfección en el sentido absoluto. ). Así la araña forma su tela de su propia substancia, los seres sutiles toman formas diversas ( no corporales ), y el loto crece de marisma en marisma sin órganos de locomoción. Que Brahma sea indivisible y sin partes ( como lo es ), no es una objeción ( a ésta concepción de la multiplicidad universal en Su unidad, o más bien en Su “no-dualidad” ); no es Su totalidad ( eternamente inmutable ) lo que se modifica en las apariencias del Mundo ( ni ninguna de Sus partes, puesto que no las tiene, sino que es Él mismo considerado bajo el aspecto especial de la distinción o de la diferenciación, es decir, como saguna o savishêsha; y, si Él puede ser considerado así, es porque conlleva en Sí mismo todas las posibilidades, sin que éstas sean en modo alguno partes de Sí mismo ) ( NA: Para el esoterismo islámico también, la UNIDAD, considerada en tanto que contiene todos los aspectos de la Divinidad ( Asrâr rabbâniyah o “misterios dominicales” ), “es la superficie reverberante en innumerables facetas del Absoluto que magnifica a toda criatura que se mira directamente en ella”. Esta superficie, es igualmente Mâyâ considerada en su sentido más elevado, como la Shakti de Brahma, es decir, la “omnipotencia” del Principio Supremo. — De una manera completamente semejante también, en la Qabblah hebraica, Kether ( el primero de los diez Sephiroth ) es la “vestidura” de Ain-Soph ( El Infinito o el Absoluto ). ). Diversos cambios ( de condiciones y de modos de existencia ) se ofrecen a la misma alma ( individual ) que sueña ( y que percibe en ese estado los objetos internos, que son los del dominio de la manifestación sutil ) ( Las modificaciones que se producen en el sueño proporcionan una de las analogías más sorprendentes que se puedan indicar para ayudar a comprender la multiplicidad de los estados del ser. ); diversas formas ilusorias ( que corresponden a diferentes modalidades de manifestación formal, otras que la modalidad corporal ) son revestidas por el mismo ser sutil sin alterar en nada su unidad ( puesto que una tal forma ilusoria, mâyavi-rûpa, se considera como puramente accidental y como no perteneciendo en propiedad al ser que se reviste de ella, de suerte que éste debe considerarse como no afectado por esta modificación completamente aparente ) ( Sobre este punto, habría que hacer una comparación interesante con lo que los teólogos católicos, y concretamente Santo Tomás de Aquino, enseñan sobre el tema de las formas de que pueden revestirse los ángeles; la semejanza es tanto más destacable cuanto que los puntos de vista son forzosamente muy diferentes. A propósito de esto, recordaremos de pasada lo que ya hemos tenido la ocasión de señalar en otra parte, a saber, que casi todo lo que se dice teológicamente de los ángeles puede decirse también metafísicamente de los estados superiores del ser. ). Brahma es omnipotente ( puesto que Él contiene todo en principio ), propio a todo acto ( aunque “no-actuante”, o más bien por eso mismo ) sin órgano o instrumento de acción cualquiera; así ningún motivo o meta especial ( tal como el de un acto individual ), otro que Su voluntad ( que no se distingue de Su omnipotencia ) ( NA: Es su Shakti, de la que hemos hablado en precedentes notas, y es también Él mismo en tanto que Él es considerado como la Posibilidad Universal; por lo demás, en sí misma, la Shatki no puede ser más que un aspecto del Principio, y, si se distingue de Él para considerarla “separativamente”, ella no es más que la “Gran ilusión” ( Mahâ-Moha ), es decir, Mâyâ en su sentido inferior y exclusivamente cósmico. ), debe ser asignado a la determinación del Universo. Ninguna diferenciación accidental debe ser-Le imputada ( como a una cosa particular ), ya que cada ser individual se modifica ( al desarrollar sus posibilidades ) conformemente a su propia naturaleza ( Es la idea misma del Dharma, como “conformidad a la naturaleza esencial de los seres” aplicada al orden total de la Existencia Universal. ); así la nube lluviosa distribuye la lluvia con imparcialidad ( sin consideración por los resultados especiales que provendrán de circunstancias secundarias ), y esta misma lluvia fecundante hace crecer diversamente diferentes semillas, que producen una variedad de plantas según sus especies ( en razón de las diferentes potencialidades respectivamente propias a esas semillas ) ( NA: “¡Oh Principio! Tú que das a todos los seres lo que les conviene, Tú jamás has pretendido ser llamado equitativo. Tú cuyos beneficios se extienden a todos los tiempos, Tú jamás has pretendido ser llamado caritativo. Tú que fuiste antes del origen, y que no pretendes ser llamado venerable; Tú que envuelves y soportas el Universo, produciendo todas las formas, sin pretender ser llamado hábil; es en Ti donde yo ME muevo” ( Tchoang-tseu, cap. VI; traducción de P. Wieger, p. 261 ). — “Del Principio se puede decir únicamente que Él es el origen de todo, y que influencia a todo permaneciendo indiferente” ( idem., cap. XXII; ibid., p. 391 ). — “El Principio, indiferente, imparcial, deja a todas las cosas seguir su curso, sin influenciarlas. Él no pretende ningún título ( cualificación o atribución cualquiera ). Él no actúa. No haciendo nada, nada hay que Él no haga” ( idem., cap. XXV; ibid., p. 437 ). ). Todo atributo de una causa primera está ( en principio ) en Brahma, que ( en Sí mismo ) está sin embargo desprovisto de toda cualidad ( distinta )” ( NA: Brahma-Sûtras, 2 Adtyâya, 1er Pâda, sûtras 13 a 37. — Cf. Bhagavad-Gîtâ, IX, 4 y 8: “Soy yo, desprovisto de toda forma sensible, quien ha desarrollado todo este Universo… Inmutable en mi potencia productora ( la Shakti, que aquí se la llama Prakriti porque se considera en relación a la manifestación ), produzco y reproduzco ( en todos los ciclos ) la multitud de los seres, sin meta determinada, y únicamente por la virtud de esta potencia productora”. ). 3212 HDV X
Shankarâchârya agrega a este pasaje el comentario siguiente: “Un discípulo que ha seguido atentamente la exposición de la naturaleza de Brahma debe ser llevado a pensar que conoce perfectamente a Brahma ( al menos teóricamente ); pero, a pesar de las razones aparentes que puede tener para pensar así, por eso no es menos una opinión errónea. En efecto, la significación bien establecida de todos los textos concernientes al Vêdânta es que el “Sí mismo” de todo ser que posee el Conocimiento es idéntico a Brahma ( puesto que, por este Conocimiento mismo, se realiza la “Identidad Suprema” ). Ahora bien, de toda cosa que es susceptible de devenir un objeto de conocimiento, es posible un conocimiento distinto y definido; pero ello no es así para Lo que no puede devenir un tal objeto. Eso es Brahma, ya que Él es el Conocedor ( total ), y el Conocedor puede conocer las demás cosas ( puesto que las encierra a todas en Su infinita comprehensión, que es idéntica a la Posibilidad Universal ), pero no hacerse a Sí mismo el objeto de Su propio Conocimiento ( ya que, en Su identidad que no resulta de ninguna identificación, no se puede hacer siquiera, como en la condición de Prâjna, la distinción principial de un sujeto y de un objeto que son sin embargo “el mismo”, y ya que no puede dejar de ser Sí mismo “omniconocedor”, para devenir “omniconocido”, lo que sería otro Sí mismo ), de la misma manera que el fuego puede quemar otras cosas, pero no quemarse a sí mismo, ( puesto que su naturaleza esencial es indivisible, como, analógicamente, Brahma es “sin dualidad” ) ( NA: Ver Brihad-Âranyaka Upanishad, 4 Adhyâya, 5 Brâhmana, shruti 14: “¿Cómo el Conocedor ( total ) podría ser conocido?”. ). Por otra parte, no puede decirse tampoco que Brahma pueda ser un objeto de conocimiento para otro que Sí mismo, ya que, fuera de Él, no hay nada que sea conocedor ( puesto que todo conocimiento, incluso relativo, no es más que una participación del Conocimiento absoluto y supremo )” ( NA: Aquí todavía, podemos establecer una aproximación con esta frase del Tratado de la UNIDAD ( Risâlatul-Ahadiyah ) de Mohyiddin ibn Arabi: “No hay nada, absolutamente nada que exista excepto Él ( Allah ), pero Él comprende Su propia existencia sin que ( no obstante ) esta comprensión exista de una manera cualquiera”. ). 3308 HDV XV
Así, cuando se dice que el término del “viaje divino” es el Mundo de Brahma ( Brahma-Loka ), aquello de lo que se trata no es, inmediatamente al menos, el Supremo Brahma, sino solo su determinación como Brahmâ, el cual es Brahma “calificado” ( saguna ) y, como tal, considerado como “efecto de la Voluntad productora ( Shakti ) del Principio Supremo” ( Kârya-Brahma ) ( NA: La palabra Kârya, “efecto”, se deriva de la raíz verbal kri, “hacer”, y del sufijo ya, que marca un cumplimiento futuro: “lo que debe hacerse” ( o más exactamente “lo que va a hacerse”, ya que ya es una modificación de la raíz i, “ir” ); este término implica pues una cierta idea de “devenir”, lo que supone necesariamente que aquello a lo que se aplica no se considera más que en relación a la manifestación. — A propósito de la raíz kri, haremos destacar que es idéntica a la del latín creare, lo que muestra que esta última palabra, en su acepción primitiva, no tenía otro sentido que el de “hacer”; la idea de “creación” tal como se entiende hoy, idea que es de origen hebraico, no ha venido a vincularse a ella sino cuando la lengua latina ha sido empleada para expresar las concepciones judeocristianas. ). Cuando se trata aquí de Brahmâ, es menester considerarle, en primer lugar, como idéntico a Hiranyagarbha, principio de la manifestación sutil, y por consiguiente de todo el dominio de la existencia humana en su integralidad; y, en efecto, hemos dicho precedentemente que el ser que ha obtenido la “inmortalidad virtual” se encuentra por así decir “incorporado”, por asimilación, a Hiranyagarbha; y este estado, en el que puede permanecer hasta el fin del ciclo ( únicamente en relación al cual Brahmâ existe como Hiranyagarbha ), es lo que se considera más ordinariamente como el Brahma-Loka ( NA: Es eso lo que corresponde más exactamente a los “Cielos” o a los “Paraísos” de las religiones occidentales ( en las que, a este respecto, comprendemos el islamismo ); cuando se considera una pluralidad de “Cielos” ( que se representan frecuentemente por correspondencias planetarias ), se debe entender por ello todos los estados superiores a la Esfera de la Luna ( considerada a veces ella misma como el “primer Cielo” en cuanto a su aspecto de Jauna Coeli ), hasta el Brahma-Loka inclusive. ). No obstante, del mismo modo que el centro de todo estado de un ser tiene la posibilidad de identificarse con el centro del ser total, el centro cósmico donde reside Hiranyagarbha se identifica virtualmente con el centro de todos los mundos ( Aquí aplicamos todavía la noción de la analogía constitutiva del “microcosmo” y del “macrocosmo”. ); queremos decir que, para el ser que ha rebasado un cierto grado de conocimiento, Hiranyagarbha aparece como idéntico a un aspecto más elevado del “No Supremo” ( Esta identificación de un cierto aspecto a otro aspecto superior, y así seguidamente a diversos grados hasta el Principio Supremo, no es en suma más que el desvanecimiento de otras tantas ilusiones “separativas”, que algunas iniciaciones representan por una serie de velos que caen sucesivamente. ), que es Îshwara o el Ser Universal, principio primero de la manifestación. En este grado, el ser ya no está en el estado sutil, ni siquiera solo en principio, sino que está en lo no manifestado; pero conserva no obstante algunas relaciones con el orden de la manifestación universal, puesto que Îshwara es propiamente el principio de ésta, aunque ya no esté vinculado por los lazos especiales al estado humano y al ciclo particular del que éste forma parte. Este grado corresponde a la condición de Prâjna, y es del ser que no va más lejos, del que se dice que no está unido a Brahma, incluso en el pralaya, sino de la misma manera que en el sueño profundo; desde ahí, el retorno al otro ciclo de manifestación es todavía posible; pero, puesto que el ser está liberado de la individualidad ( contrariamente a lo que tiene lugar para el que ha seguido el pitri-yâna ), este ciclo no podrá ser mas que un estado informal y supraindividual ( NA: Simbólicamente, se dirá que un tal ser ha pasado de la condición de los hombres a la de los Dêvas ( lo que se podría llamar un estado “angélico” en lenguaje occidental ); por el contrario, al término del pitri-yâna, hay retorno al “mundo del hombre” ( mânava-Loka ), es decir, a una condición individual, designada así por analogía con la condición humana, aunque sea necesariamente diferente de ella, puesto que el ser no puede volver de nuevo a un estado por el que ya ha pasado. ). Finalmente, en el caso donde la “Liberación” debe ser obtenida a partir del estado humano, hay todavía más que lo que acabamos de decir, y entonces el término verdadero ya no es el Ser Universal, sino el Supremo Brahma mismo, es decir Brahma “no cualificado” ( nirguna ) en Su Total Infinitud, que comprende a la vez el Ser ( o las posibilidades de manifestación ) y el No Ser ( o la posibilidades de no manifestación ), y principio de uno y del otro, y por consiguiente más allá de ambos ( NA: No obstante, recordamos que se puede entender el No Ser metafísico, del mismo modo que lo no manifestado ( en tanto que éste no es solo el principio inmediato de lo manifestado, lo que no es más que el Ser ), en un sentido total donde se identifica al Principio Supremo. De todas maneras, por lo demás, entre el No Ser y el Ser, como entre lo no manifestado y lo manifestado ( y eso incluso si, en este último caso, uno no va más allá del Ser ), la correlación no puede ser más que una pura apariencia, puesto que la desproporción que existe metafísicamente entre los dos términos no permite verdaderamente ninguna comparación. ), al mismo tiempo que los contiene igualmente según la enseñanza que ya hemos expuesto sobre el estado incondicionado de Âtmâ, que es precisamente de lo que se trata ahora ( NA: A este propósito, citaremos una vez más, para marcar todavía las concordancias de las diferentes tradiciones, un pasaje tomado al Tratado de la UNIDAD ( Rusâlatul-Ahadiyah ), de Mohyiddin ibn Arabi: “Este inmenso pensamiento ( de la “Identidad Suprema” ) no puede convenir sino a aquel cuya alma es más vasta que los dos mundos ( manifestado y no manifestado ). En cuanto a aquel cuya alma es tan vasta solo como los dos mundos ( es decir, a aquel que alcanza el Ser Universal, pero no le rebasa ), no le conviene. Ya que, en verdad, este pensamiento es más grande que el mundo sensible ( o manifestado, puesto que aquí la palabra “sensible” debe transponerse analógicamente, y no restringirse a su sentido literal ) y el mundo suprasensible ( o no manifestado, según la misma transposición ), tomados los dos juntos”. ). Es en este sentido como la morada de Brahma ( o de Âtmâ en este estado incondicionado ) está incluso “más allá del Sol espiritual” ( que es Âtmâ en su tercera condición, idéntico a Îshwara ) ( Los orientalistas, que no han comprendido lo que significa verdaderamente el Sol, y que le entienden en el sentido físico, tienen sobre este punto interpretaciones bien extrañas; es así como M. Oltramare escribe puerilmente: “Por sus salidas y sus puestas, el sol consume la vida de los mortales; el hombre liberado existe más allá del mundo del sol”. ¿No se diría que se trata de escapar a la vejez y de llegar a una inmortalidad corporal como la que buscan algunas sectas occidentales contemporáneas? ), de la misma manera que está más allá de todas las esferas de los estados particulares de existencia, individuales o extraindividuales; pero esta morada no puede ser alcanzada directamente por aquellos que no han meditado sobre Brahma sino a través de un símbolo ( pratîka ), puesto que cada meditación ( upâsanâ ) solo tiene entonces un resultado definido y limitado ( Brahma-Sûtras, 4 Adhyâya, 3er Pâda, sûtras 7 a 16. ). 3426 HDV XXI
Así pues, la adquisición o, por decir mejor, la toma de posesión de estados superiores, cualesquiera que sean, no es más que un resultado parcial, secundario y contingente; y, aunque este resultado pueda parecer inmenso cuando se le considera en relación al estado individual humano ( y sobre todo en relación al estado corporal, el único del que los hombres ordinarios tienen una posesión efectiva durante su existencia terrestre ), por eso no es menos verdad que, en sí mismo, es rigurosamente nulo al respecto del estado supremo, ya que lo finito, aunque devenga indefinido por las extensiones de las que es susceptible, es decir, por el desarrollo de sus propias posibilidades, permanece siempre nulo frente al Infinito. Por consiguiente, en la realidad absoluta, un tal resultado no vale más que a título de preparación a la “Unión”, es decir, que no es todavía más que un medio y no un fin; tomarle por un fin, es permanecer en la ilusión, puesto que los estados de los que se trata, hasta el Ser inclusive, son todos ellos ilusorios en el sentido que hemos definido desde el comienzo. Además, en todo estado donde subsiste alguna distinción, es decir, en todos los grados de la Existencia, comprendidos aquellos que no pertenecen al orden individual, la universalización del ser no podría ser efectiva; e incluso la unión al Ser Universal, según el modo en el que se cumple en la condición de Prâjna ( o en el estado póstumo que corresponde a esa condición ), no es la “Unión” en el pleno sentido de esta palabra; si lo fuera, el retorno a un ciclo de manifestación, incluso en el orden informal, ya no sería posible. Es verdad que el Ser está más allá de toda distinción, puesto que la primera distinción es la de la “esencia” y de la “substancia”, o de Purusha y de Prakriti; y sin embargo Brahma, en tanto que Îshwara o el Ser Universal, se dice que es savishêsha, es decir, “que implica la distinción”, ya que es su principio determinante inmediato; solo el estado incondicionado de Âtmâ, que está más allá del Ser, es prapancha-upashama, “sin ningún rastro del desarrollo de la manifestación”. El Ser es uno, o más bien es la UNIDAD metafísica misma; pero la UNIDAD encierra en sí misma la multiplicidad, puesto que la produce solo por el despliegue de sus posibilidades; y por eso es por lo que, en el Ser mismo, se puede considerar una multiplicidad de aspectos, que son otros tantos atributos o cualificaciones suyas, aunque estos aspectos no se distingan de él efectivamente, si no es en tanto que nosotros los concebimos como tales; pero todavía es menester que estén en él de alguna manera para que nosotros podamos concebirlos. Se podría decir también que cada aspecto se distingue de los demás bajo una cierta relación, aunque ninguno de ellos se distingue verdaderamente del Ser, y aunque todos sean el Ser mismo ( Esto puede aplicarse, en la teología cristiana, a la concepción de la Trinidad: cada persona divina es Dios, pero no es las demás personas. — En la filosofía escolástica, se podría decir la misma cosa de los “transcendentales”, cada uno de los cuales es coextensivo al Ser. ); así pues, hay ahí una suerte de distinción principial, que no es una distinción en el sentido en el que esta palabra se aplica en el orden de la manifestación, sino que es su transposición analógica. En la manifestación, la distinción implica una separación; ésta, por lo demás, no es nada positivo en realidad, ya que no es más que un modo de limitación ( En los estados individuales, la separación está determinada por la presencia de la forma; en los estados no individuales, debe estar determinada por otra condición, puesto que estos estados son informales. ); el Ser puro, por el contrario, está más allá de la “separatividad”. Así, lo que está en el grado del Ser Puro es “no-distinguido”, si se toma la distinción ( vishêsha ) en el sentido en el que la conllevan los estados manifestados; y sin embargo, en otro sentido, todavía hay ahí algo “distinguido” ( vishishta ): en el Ser, todos los seres ( con esto no entendemos sus personalidades ) son “uno” sin estar confundidos, y distintos sin estar separados ( Es ahí donde reside la explicación de la principal diferencia que existe entre el punto de vista de Râmânuja, que mantiene la distinción principal, y el de Shankarâchârya, que la rebasa. ). Más allá del Ser, ya no se puede hablar de distinción, ni siquiera principial, aunque no se pueda decir tampoco que hay confusión; se está más allá de la multiplicidad, pero también más allá de la UNIDAD; en la absoluta transcendencia de ese estado supremo, ya no puede aplicarse ninguno de esos términos, ni siquiera por transposición analógica, y es por eso por lo que se debe recurrir entonces a un término de forma negativa, el de “no-dualidad” ( adwaita ), según lo que hemos explicado precedentemente; la palabra “Unión” misma es sin duda imperfecta, puesto que evoca la idea de unidad, pero no obstante estamos obligados a conservarla para traducir el término Yoga, porque no tenemos otra a nuestra disposición en las lenguas occidentales. 3440 HDV XXII
No hay pues y no puede haber evidentemente ningún grado espiritual que sea superior al del Yogî; éste, considerado en su concentración en sí mismo, se designa también como el Muni, es decir, el “Solitario” ( NA: La raíz de esta palabra Muni se aproxima al griego monos , “solo”, tanto más cuanto que su derivado mauna significa “silencio” o el “estado de Muni”. Algunos comentadores la vinculan al término manana, el pensamiento reflexivo y concentrado, derivado de manas, y entonces la palabra Muni designa más particularmente “al que se esfuerza hacia la Liberación por medio de la meditación”. ), no en el sentido vulgar y literal de la palabra, sino en el sentido del que realiza en la plenitud de su ser la Soledad perfecta, que no deja subsistir en la UNIDAD Suprema ( en todo rigor, deberíamos decir más bien la “No-dualidad” ) ninguna distinción de lo exterior y de lo interior, ni ninguna diversidad extraprincipal cualquiera. Para él, la ilusión de la “separatividad” ha cesado definitivamente, y con ella toda confusión engendrada por la ignorancia ( avidyâ ) que produce y mantiene esta ilusión ( NA: A este orden pertenece concretamente la “falsa imputación” ( adhyâsa ), que consiste en atribuir a una cosa atributos que no le pertenecen verdaderamente. ), ya que “al imaginarse primero que él es el “alma viva” individual ( jîvâtmâ ), el hombre deviene asustado ( por la creencia en algún ser otro que él mismo ), como una persona que toma por error ( A un tal error se le llama vivarta: es propiamente una modificación que no alcanza de ninguna manera a la esencia del ser al que se atribuye, y por tanto que afecta solo al que se la atribuye por el efecto de una ilusión. ) un trozo de cuerda por una serpiente; pero su temor es alejado por la certeza de que él no es en realidad esta “alma viva”, sino Âtmâ mismo ( en Su universalidad incondicionada )” ( Âtmâ-Bodha de Sankarâchârya. ). 3462 HDV XXIII
La consecuencia inmediata de lo que precede, es que, cuando se habla del objeto de la metafísica, nadie debe tener en vista algo más o menos análogo a lo que puede ser el objeto especial de tal o cual ciencia. También, que este objeto debe siempre ser absolutamente el mismo, que no puede ser a ningún grado algo cambiante y sometido a las influencias de los tiempos y de los lugares; lo contingente, lo accidental, lo variable, pertenece en propiedad al dominio de lo individual, son incluso caracteres que condicionan necesariamente las cosas individuales como tales, o, para hablar de una manera aún más rigurosa, el aspecto individual de las cosas con sus modalidades múltiples. Por consiguiente, cuando se trata de metafísica, lo que puede cambiar con los tiempos y los lugares, son únicamente los modos de exposición, es decir, las formas más o menos exteriores de las que puede estar revestida la metafísica, y que son susceptibles de adaptaciones diversas, y también, evidentemente, el estado de conocimiento o de ignorancia de los hombres, o al menos de la generalidad de entre ellos, con respecto a la metafísica verdadera; pero ésta permanece siempre, en el fondo, perfectamente idéntica a sí misma, ya que su objeto es esencialmente uno, o más exactamente «sin dualidad», como lo expresan los hindúes, y este objeto, siempre por eso mismo de que está «más allá de la naturaleza», está también más allá del cambio: es lo que los árabes expresan diciendo que «la doctrina de la UNIDAD es única». Yendo aún más lejos en el orden de las consecuencias, podemos agregar que no hay en absoluto descubrimientos posibles en metafísica, ya que, desde que se trata de un modo de conocimiento que no recurre al empleo de ningún medio especial y exterior de investigación, todo lo que es susceptible de ser conocido puede haberlo sido igualmente por algunos hombres en todas las épocas; y eso es, efectivamente, lo que se desprende de un examen profundo de las doctrinas metafísicas tradicionales. Por lo demás, aunque se admitiera que las ideas de evolución y de progreso pueden tener un cierto valor relativo en biología y en sociología, lo que está muy lejos de estar probado, por eso no sería menos cierto que no tienen ninguna aplicación posible en relación con la metafísica; así pues, esas ideas son completamente extrañas a los orientales, como lo fueron por lo demás, hasta finales del siglo XVIII, a los occidentales mismos, que las creen hoy día elementos esenciales al espíritu humano. Esto implica, destaquémoslo bien, la condena formal de toda tentativa de aplicación del «método histórico» a lo que es de orden metafísico: en efecto, el punto de vista metafísico mismo se opone radicalmente al punto de vista histórico, o supuesto tal, y es menester ver en esta oposición, no sólo una cuestión de método, sino también y sobre todo, lo que es mucho más grave, una verdadera cuestión de principio, porque el punto de vista metafísico, en su inmutabilidad esencial, es la negación misma de las ideas de evolución y de progreso; por consiguiente, se podría decir pues que la metafísica no puede estudiarse más que metafísicamente. Aquí no hay que tener en cuenta contingencias tales como las influencias individuales que, rigurosamente, no existen a este respecto y no pueden ejercerse sobre la doctrina, puesto que ésta, al ser de orden universal, y por tanto esencialmente supraindividual, escapa necesariamente a su acción; ni siquiera las circunstancias de tiempo y de lugar pueden, insistimos aún en ello, influir más que sobre la expresión exterior, y en modo alguno sobre la esencia misma de la doctrina; y finalmente, en metafísica no se trata, como en el orden de lo relativo y de lo contingente, de «creencias» o de «opiniones» más o menos variables y cambiantes, porque son más o menos dudosas, sino exclusivamente de certeza permanente e inmutable. 3657 IGEDH Caracteres esenciales de la metafísica
Así, lo Perfecto es el Principio supremo, la Causa primera; él contiene todas las cosas en potencia y las ha producido todas; pero entonces, puesto que no hay más que un Principio único, ¿qué hay de todas las oposiciones que normalmente se consideran en el Universo: el Ser y el No-Ser, el Espíritu y la Materia, el Bien y el Mal? Nos encontramos aquí en presencia de la cuestión planteada desde el comienzo, y ahora podemos formularla de una manera más general: ¿cómo la UNIDAD ha podido producir la Dualidad? 4247 MISCELÁNEA EL DEMIURGO
Algunos han creído que debían admitir dos principios distintos, opuestos el uno al otro, pero esta hipótesis está descartada por lo dicho anteriormente. En efecto, estos dos principios no pueden ser ambos infinitos, pues entonces se excluirían o se confundirían; si sólo uno fuera infinito, éste sería el principio del otro; y, si ambos fueran finitos, no serían verdaderos principios, ya que decir que aquello que es finito puede existir por sí mismo, es admitir que algo puede venir de nada, puesto que todo lo finito tiene un comienzo, lógico si no cronológico. En este último caso, consecuentemente, siendo finitos uno y otro, deben proceder de un principio común, que es infinito, lo que nos remite así a la consideración de un Principio único. Además, muchas doctrinas consideradas habitualmente como dualistas, no lo son más que en apariencia; en el Maniqueísmo, como en la religión de Zoroastro, el dualismo no era sino una doctrina puramente exotérica, recubriendo la verdadera doctrina esotérica de la UNIDAD: Ormuz y Ahrimán son ambos engendrados por Zervané-Akérêné, y deben confundirse en él al final de los tiempos. 4251 MISCELÁNEA EL DEMIURGO
La Dualidad es entonces necesariamente producida por la UNIDAD, puesto que no puede existir por sí misma; pero ¿cómo puede ser producida? Para comprenderlo debemos considerar primeramente a la Dualidad en su aspecto menos particularizado, que es la oposición del Ser y del No-Ser; por otra parte, puesto que uno y otro están forzosamente contenidos en la Perfección total, es evidente desde el principio que esta oposición no puede ser más que aparente. Entonces valdría más hablar únicamente de distinción; pero ¿en qué consiste esa distinción? ¿Existe, en realidad, independientemente de nosotros, o no es simplemente más que el resultado de nuestra forma de ver las cosas? 4253 MISCELÁNEA EL DEMIURGO
Si es así para la Dualidad en cuanto a la distinción entre Ser y No-Ser, con mayor razón debe ser lo mismo para todos los otros aspectos de la Dualidad. Con esto vemos cuán ilusoria es la distinción entre Espíritu y Materia, sobre la que se han construido, sobre todo en los tiempos modernos, tan gran cantidad de sistemas filosóficos, como si se tratara de una base inquebrantable; si esta distinción desaparece, nada queda de todos esos sistemas. Además, podemos señalar de pasada que la Dualidad no puede existir sin el Ternario, ya que si el Principio, diferenciándose, da nacimiento a dos elementos — que por lo demás sólo son distintos en tanto que nosotros los consideremos como tales , éstos dos elementos y su Principio común forman un Ternario, de suerte que en realidad es el Ternario y no el Binario quien es inmediatamente producido por la primera diferenciación de la UNIDAD primordial. 4257 MISCELÁNEA EL DEMIURGO
Si llamamos Bien a lo Perfecto, lo relativo no es algo realmente distinto, ya que en aquel está contenido en principio; luego, desde el punto de vista universal, el Mal no existe. Existirá únicamente si consideramos todas las cosas bajo un aspecto fragmentario y analítico, separándolas de su Principio común, en lugar de considerarlas sintéticamente como contenidas en este Principio, que es la Perfección. Así es creado lo imperfecto; el Mal y el Bien son creados al distinguirlos el uno del otro, y, si no hay Mal, no hay motivo tampoco para hablar del Bien en el sentido ordinario de esta palabra, sino únicamente de Perfección. Es por tanto la fatal ilusión del Dualismo la que realiza el Bien y el Mal, y la que, considerando las cosas bajo un punto de vista particularizado, sustituye a la UNIDAD por la Multiplicidad, y encierra así a los seres sobre los cuales ejerce su poder en el dominio de la confusión y de la división. Este dominio es el Imperio del Demiurgo. 4261 MISCELÁNEA EL DEMIURGO
“Al principio, antes del origen de todas las cosas, era la UNIDAD”, dicen las teogonías más elevadas de Occidente, aquellas que se esfuerzan en llegar al Ser más allá de su manifestación ternaria, y que no se detienen nunca en la apariencia universal del Binario. Sin embargo, las teogonías de Oriente y de Extremo Oriente dicen: “Antes del principio, incluso antes de la UNIDAD primordial, era el Cero”, ya que saben que más allá del Ser está el No Ser, que más allá de lo manifestado está lo no-manifestado que es el principio, y que el No-Ser no es en modo alguno la Nada, sino que es, al contrario, la Posibilidad infinita, idéntica al Todo universal, al mismo tiempo que la Perfección absoluta y la Verdad integral. 4602 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Según la Kábala, el Absoluto, para manifestarse, se concentró en un punto infinitamente luminoso, dejando las tinieblas a su alrededor; esta luz en las tinieblas, este punto en la extensión metafísica sin límites, esta nada que lo es todo en un todo que no es nada, si se puede expresar así, es el Ser en el seno del No-Ser, la Perfección activa en la Perfección pasiva. El punto luminoso, es la UNIDAD, afirmación del Cero metafísico que se representa mediante la extensión ilimitada, imagen de la Posibilidad universal infinita. La UNIDAD, desde que se afirma, para convertirse en el centro de donde emanarán como múltiples rayos las manifestaciones indefinidas del Ser, está unida al Cero que la contenía en principio, en estado de no-manifestación; aquí aparece ya el Denario en potencia, que será el número perfecto, el desarrollo completo de la UNIDAD primordial. 4606 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
La Posibilidad total es al mismo tiempo la Pasividad universal, ya que contiene todas las posibilidades particulares, algunas de las cuales se manifestarán, pasarán de la potencia al acto, bajo la acción del Ser-UNIDAD. Cada manifestación es un rayo de la circunferencia que representa la manifestación total; y esta circunferencia, cuyos puntos son indefinidos en número, es todavía el Cero en relación a su centro que es la UNIDAD. Pero la circunferencia no estaba en absoluto trazada en el Abismo del No-Ser, y marca solamente el límite de la manifestación, del ámbito del Ser en el seno del No-Ser; es pues el Cero realizado, y, por el conjunto de su manifestación según esta circunferencia indefinida, la UNIDAD alcanza su desarrollo en el Denario. 4608 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Por otra parte, desde la afirmación de la UNIDAD, incluso antes incluso de toda manifestación, si esta UNIDAD se opusiera al Cero que en principio la contiene, se vería aparecer el Binario en el seno del Absoluto mismo, en la primera diferenciación que conduce a la distinción del No-Ser y del Ser; pero hemos visto en nuestro estudio sobre el Demiurgo lo que es esta distinción. Hemos indicado entonces que el Ser, o la perfección activa, Khien, no es nada realmente distinto del No-Ser, o de la Perfección pasiva, Khouen, y que esta distinción, punto de partida de toda manifestación, sólo existe en la medida en que nosotros mismos la creamos, porque no podemos concebir el No-Ser más que a través del Ser, lo no-manifestado más que a través de lo manifestado; luego la diferenciación del Absoluto en Ser y No-Ser no expresa sino el modo en que nosotros nos representamos las cosas, y nada más. 4610 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Además, si se consideran las cosas bajo este aspecto, se puede decir que el Absoluto es el principio común del Ser y del No-Ser, de lo manifestado y de lo no-manifestado, aunque en realidad se confunde con el No-Ser, ya que éste es el principio del Ser, siendo a su vez él mismo el principio primero de toda manifestación. Luego, si se quisiera considerar aquí el Binario, se llegaría inmediatamente a la presencia del Ternario; pero, para que hubiera verdaderamente un Ternario, es decir, ya una manifestación, haría falta que el Absoluto fuese la UNIDAD primordial, y hemos visto que la UNIDAD representa únicamente al Ser, afirmación del Absoluto. Es este Ser-UNIDAD el que se manifestará en la multiplicidad indefinida de los números, el que los contiene a todos en sí, como potencia de ser, y que los emanará como otros tantos submúltiplos de sí mismo; y todos los números están comprendidos en el Denario, que se realiza mediante el recorrido del ciclo de la manifestación total del Ser, y cuya producción consideraremos a partir de la UNIDAD primordial. 4614 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
En un estudio precedente, hemos visto que todos los números pueden considerarse como emanados por parejas de la UNIDAD; estas parejas de números inversos o complementarios, que se pueden enfocar como simbolizando la unión de los Eones en el seno del Pleroma, existen en la UNIDAD en estado indiferenciado o no manifestado: 1 = 1/2 x 2 = 1/3 x 3 = 1/4 x 4 = 1/5 x 5 = . . . = 0 x infinito 4618 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Cada uno de estos grupos, 1/n x n, no es en modo alguno distinto de la UNIDAD, ni distinto de los otros en la UNIDAD, y no lo será más que en tanto que se consideren separadamente los dos elementos que lo constituyen; es entonces cuando nace la Dualidad, distinguiendo uno de otro ambos principios, en absoluto opuestos como se dice de ordinario equivocadamente, sino complementarios; activo y pasivo, positivo y negativo, masculino y femenino. Pero estos dos principios coexisten en la UNIDAD, y su indivisible dualidad es ella misma una unidad secundaria, reflejo de la UNIDAD primordial; así, con la UNIDAD que los contiene, los dos elementos complementarios constituyen el Ternario, que es la primera manifestación de la UNIDAD, ya que el dos, nacido del uno, no puede existir sin que el tres sea de inmediato, por esto mismo: 1 + 2 = 3. 4622 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Y, así como no podemos concebir al No-Ser más que a través del Ser, no podremos concebir al Ser-UNIDAD más que a través de su manifestación ternaria, consecuencia necesaria e inmediata de la diferenciación o de la polarización que nuestro intelecto crea en la UNIDAD. Esta manifestación ternaria, bajo cualquier aspecto en que se considere, es siempre una Trinidad indisoluble, es decir, una Tri-UNIDAD, ya que sus tres términos no son distintos en absoluto, sino que son la misma UNIDAD concebida como conteniendo en sí misma los dos polos mediante los que se producirá toda manifestación. 4626 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Este segundo ternario no tiene ninguna existencia real por sí mismo; es al primero lo que el Demiurgo es al Logos emanador, una imagen tenebrosa e invertida, y veremos en efecto a continuación que el Senario es el número de la creación. Contentémonos, por el momento, con observar que este número lo realizamos nosotros, en tanto que distinguimos los tres términos de la Tri-UNIDAD entre sí, en lugar de considerar sintéticamente la UNIDAD principial, independientemente de toda distinción, es decir, de toda manifestación. 4632 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Si se considera el Ternario como manifestación de la UNIDAD, es necesario considerar al mismo tiempo la UNIDAD en tanto que no manifestada, y entonces esta UNIDAD, junto al Ternario, produce el Cuaternario, que se puede figurar aquí por el centro y los tres vértices de un triángulo. Puede decirse también que el Ternario, simbolizado por un triángulo cuyos tres vértices corresponden a los tres primeros números, supone necesariamente el Cuaternario, cuyo primer término, no expresado, es entonces el Cero, que en efecto no puede ser representado. De este modo se puede, en el Cuaternario, considerar al primer término, sea como el Cero, sea como la UNIDAD primordial; en el primer caso, el segundo término será la UNIDAD en tanto que ésta se manifiesta, y los otros dos constituirán su doble manifestación; por el contrario, en el segundo caso, estos dos últimos, los dos elementos complementarios de los que hemos hablado anteriormente, deberán preceder lógicamente al cuarto término, que no es otro que su unión, realizando entre ellos el equilibrio en el cual se refleja la UNIDAD principial. Por último, si se considera el Ternario, en su aspecto más inferior, formado por los dos elementos complementarios y el término que los equilibra, siendo éste la unión de los dos anteriores, participa del uno y del otro, de manera que se le puede considerar como doble, y, aquí aún, el Ternario implica inmediatamente un Cuaternario que es su desarrollo. 4634 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Por ello todas las tradiciones dicen: el uno ha producido el dos, el dos ha producido el tres, el tres ha producido todos los números; la expansión de la UNIDAD en el Cuaternario realiza inmediatamente su manifestación total, que es el Denario. 4640 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Si el Ternario es el número que representa la primera manifestación de la UNIDAD principial, el Cuaternario figura su expansión total, simbolizada por la cruz cuyos cuatro brazos están formados por dos rectas indefinidas rectangulares; éstas se extienden así definitivamente, orientadas hacia los cuatro puntos cardinales de la indefinida circunferencia pleromática del Ser, puntos que la Kábala representa por las cuatro letras del Tetragrama. El Cuaternario es el número del Verbo manifestado, del Adam Kadmon, y se puede decir que él es esencialmente el número de la Emanación, ya que la Emanación es la manifestación del Verbo; de él derivan los otros grados de la manifestación del Ser, en sucesión lógica, mediante el desarrollo de los números que contiene en sí mismo, y cuyo conjunto constituye el Denario. 4648 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Si se considera la expansión cuaternaria de la UNIDAD como distinta de esta UNIDAD misma, ésta produce, por su propia suma, el número cinco; esto es aún lo que simboliza la cruz con su centro y sus cuatro brazos. Por otro lado, ocurrirá lo mismo para cada nuevo número, cuando se le enfoque como distinto de la UNIDAD, aunque realmente no lo sea en absoluto, ya que no es sino una de sus manifestaciones; este número, añadiéndose a la UNIDAD primordial, dará origen al número siguiente; habiendo señalado de una vez por todas este modo de producción sucesiva de los números, no tendremos en adelante que insistir más sobre ello. 4650 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Si el centro de la cruz se considera como el punto de partida de los cuatro brazos, representa la UNIDAD primordial; si por el contrario se lo considera únicamente como su punto de intersección, no representa más que el equilibrio, reflejo de esta UNIDAD. Desde este segundo punto de vista, está representado cabalísticamente por la letra Shin, que, situándose en el centro del Tetragrama cuyas cuatro letras figuran sobre los cuatro brazos de la cruz, forma el nombre pentagramático, sobre cuya significación no insistiremos aquí, queriendo solamente señalar este hecho de pasada. Las cinco letras del Pentagrama se emplazan en las cinco puntas de la Estrella Flamígera, figura del Quinario, que simboliza más particularmente el Microcosmos o el hombre individual. La razón es la siguiente: si se considera el cuaternario como la Emanación o la manifestación total del Verbo, cada ser emanado, submúltiplo de esta Emanación, se caracterizará igualmente por el número cuatro; se convertirá en un ser individual en la medida en que se distinga de la UNIDAD o del centro emanador, y acabamos de ver que esta distinción del cuaternario con la UNIDAD es precisamente la génesis del Quinario. 4652 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Hemos dicho, en nuestro estudio sobre el Demiurgo, que la distinción de la que nace la existencia individual es el punto de partida de la Creación; en efecto, ésta existe en la medida en que el conjunto de los seres individuales, caracterizados por el número cinco, se considera como distinto de la UNIDAD, lo que da nacimiento al número seis. Este número puede, como ya hemos visto anteriormente, considerarse como formado por dos ternarios de los que uno es el reflejo invertido del otro; esto es lo que representan los dos triángulos del Sello de Salomón, símbolo del Macrocosmos o del Mundo creado. 4654 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
La Formación desemboca en lo que puede denominarse la realización material, que marca para nosotros el límite de la manifestación del Ser, y que estará entonces caracterizada por el número ocho. Este corresponde al Mundo terrestre, comprendido en el interior de las siete esferas planetarias, y que debe ser considerado aquí como simbolizando el conjunto del Mundo material en su totalidad; quede bien entendido además que cada Mundo no es en absoluto un lugar, sino un estado o una modalidad del ser. El número ocho corresponde también a una idea de equilibrio, porque la realización material es, como acabamos de decir, una limitación, de algún modo un punto de parada en la distinción que nosotros creamos en las cosas, distinción cuyo grado mide lo que se designa simbólicamente como la profundidad de la caída; ya hemos dicho que la caída no es sino un modo de expresar esta distinción misma, que crea la existencia individual separándonos de la UNIDAD principial. 4664 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Si el número ocho se añade a la UNIDAD, forma el número nueve, que, limitando así para nosotros la manifestación del Ser, ya que corresponde a la realización material diferenciada de la UNIDAD, estará representado por la circunferencia, y designará la Multiplicidad. Hemos dicho, por otra parte, que esta circunferencia, cuyos puntos en número indefinido son todas las manifestaciones formales del Ser (no decimos aquí todas las manifestaciones, sino solamente las manifestaciones formales), puede ser vista como el Cero realizado. En efecto, el número nueve, añadiéndose a la UNIDAD, forma el número diez, que resulta también de la unión del Cero con la UNIDAD, y que se representa por la circunferencia y su centro. 4668 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Por último, el Denario, correspondiente a la circunferencia y su centro, es la manifestación total del Ser, el desarrollo completo de la UNIDAD; se lo puede ver entonces como no siendo otra cosa que esta UNIDAD realizada en la Multiplicidad. A partir de aquí, la serie de números empieza de nuevo para formar un nuevo ciclo: 11 = 10 + 1; 12 = 10 + 2; … 20 = 10 + 10; 4672 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
En las observaciones precedentes, hemos querido simplemente indicar cómo la producción de los números a partir de la UNIDAD simboliza las diferentes fases de la manifestación del Ser en su sucesión lógica a partir del principio, es decir, del Ser mismo, que es idéntico a la UNIDAD; e incluso, si se hace intervenir el Cero precediendo a la UNIDAD primordial, se puede remontar así más allá del Ser, hasta el No-Ser, es decir, hasta el Absoluto. 4684 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA PRODUCCION DE LOS NUMEROS
Al hacer alusión aquí al No-Ser, abordamos otra significación del cero, diferente de la que acabamos de considerar, y que es incluso la más importante desde el punto de vista de su simbolismo metafísico; pero, a este respecto, importa precisar bien, para evitar toda confusión entre el símbolo y lo que representa, que el Cero metafísico, que es el No-Ser, no es en absoluto el cero de la cantidad, ni la UNIDAD metafísica, que es el Ser, es la unidad aritmética; lo así designado por estos términos no puede serlo más que por transposición analógica, ya que, desde que uno se sitúa en lo Universal, se está evidentemente más allá de todo dominio espacial como el de la cantidad. Además, el cero puede tomarse como símbolo del No-Ser, no en tanto que representa lo indefinidamente pequeño, sino en cuanto que, según otra de sus acepciones matemáticas, representa la ausencia de cantidad, que en efecto simboliza en su orden la posibilidad de no-manifestación, del mismo modo que la unidad simboliza la posibilidad de manifestación, siendo el punto de partida de la multiplicidad indefinida de los números así como el Ser es el principio de toda manifestación. 4769 MISCELÁNEA OBSERVACIONES SOBRE LA NOTACION MATEMÁTICA
Decimos que el punto es el símbolo del Ser en su UNIDAD; en efecto, esto puede concebirse de la manera siguiente: si la extensión posee una dimensión, la línea, es medida cuantitativamente por un número a; la medida cuantitativa de la extensión de dos dimensiones, la superficie, será de forma a2, y la de la extensión de tres dimensiones, el volumen, será a3. 4874 MISCELÁNEA LAS CONDICIONES DE LA EXISTENCIA CORPORAL
Por otra parte, ya que el movimiento actual supone al tiempo y su coexistencia con el espacio, nos vemos obligados a formular la indicación siguiente: un cuerpo puede moverse siguiendo una u otra de las tres dimensiones del espacio físico, o siguiendo una dirección que combine estas tres dimensiones, pues, sea cual sea en efecto la dirección (fija o variable) de su movimiento, siempre puede reducirse a un conjunto más o menos complejo de componentes dirigidos según los tres ejes de coordenadas a los cuales se refiere el espacio considerado; pero, además, en todos los casos, este cuerpo se mueve siempre necesariamente en el tiempo. Por consiguiente, éste se entenderá como otra dimensión del espacio si se cambia la sucesión en simultaneidad; en otras palabras, suprimir la condición temporal equivale a añadir una dimensión suplementaria al espacio físico, del cual el nuevo espacio así obtenido constituye una prolongación o una extensión. Esta cuarta dimensión corresponde entonces a la “omnipresencia” en el dominio considerado, y por medio de esta transposición en el “no-tiempo” puede concebirse la “permanente actualidad” del Universo manifestado; también mediante ello se explican (subrayando por otra parte que no toda modificación es asimilable al movimiento, que no es más que una modificación exterior de un orden especial) todos los fenómenos a los que se considera vulgarmente como milagrosos o sobrenaturales (Hay hechos que parecen inexplicables simplemente porque no se sale de las condiciones ordinarias del tiempo físico para buscar su explicación; así, la reconstitución súbita de los tejidos orgánicos lesionados, que se comprueba en ciertos casos considerados “milagrosos”, no puede ser natural, se dice, porque es contraria a las leyes fisiológicas de la regeneración de estos tejidos, la cual se opera por generaciones (o biparticiones) múltiples y sucesivas de las células, lo que necesariamente exige la colaboración del tiempo. En principio, no está demostrado que una reconstitución de este género, por súbita que sea, sea realmente instantánea, es decir, que no precise efectivamente de ningún tiempo para producirse, y es posible que, en ciertas circunstancias, la multiplicación de las células sea simplemente mucho más rápida de lo que lo es en los casos normales, hasta el punto de no exigir más que una duración menor a toda medida apreciable a nuestra percepción sensible. Después, admitiendo incluso que verdaderamente se trate de un fenómeno instantáneo, es posible que, bajo ciertas condiciones particulares, distintas a las ordinarias, pero no obstante no por ello menos naturales, este fenómeno se produzca en efecto fuera del tiempo (lo que implica la “instantaneidad” en cuestión, que, en los casos considerados, equivale a la simultaneidad de las biparticiones celulares múltiples, o al menos así se traduce en su correspondencia corporal o fisiológica), o, si se prefiere, en el “no-tiempo”, mientras que, en condiciones ordinarias, se cumple en el tiempo. No habría ya ningún milagro para quien pudiera comprenderlo en su verdadero sentido y resolver esta cuestión, mucho más paradójica en apariencia que en realidad: “¿Cómo, viviendo en el presente, puede hacerse que un acontecimiento cualquiera que se ha producido en el pasado no haya tenido lugar?” Es esencial señalar que esto (que no es más imposible a priori que impedir en el presente la realización de un hecho en el futuro, puesto que la relación de sucesión no es una relación causal) no supone en absoluto un retorno al pasado en tanto que tal (retorno que sería una imposibilidad manifiesta, como igualmente lo sería un transporte al futuro en tanto que tal), puesto que evidentemente no existe ni pasado ni futuro con respecto al “eterno presente”.), muy erróneamente, puesto que pertenecen todavía al dominio de nuestra individualidad actual (en una u otra de sus modalidades múltiples, ya que la individualidad corporal no constituye más que una muy pequeña parte), dominio cuya concepción del “tiempo inmóvil” nos permite englobar integralmente toda la indefinidad (A tal propósito, podemos añadir aquí una observación sobre la representación numérica de esta indefinidad (considerada aún como símbolo espacial): la línea es medida, es decir, representada cuantitativamente por un número a la primera potencia; como su medida se efectúa por otra parte según la división decimal tomada como base, puede plantearse que a= 10 n. Se tendrá entonces para la superficie: a2 = 100 n2, y para el volumen: a3 = 1.000 n3; para la extensión de cuatro dimensiones, será necesario añadir un nuevo factor a, de lo que resultará a4 = 10.000 n4. Por otra parte, se puede decir que todas las potencias de 10 están contenidas virtualmente en su cuarta potencia, al igual que el Denario, manifestación completa de la UNIDAD, está contenido en el Cuaternario.). 4884 MISCELÁNEA LAS CONDICIONES DE LA EXISTENCIA CORPORAL
A este propósito, conviene observar un hecho bastante singular: para Leibnitz, esta multitud, que no constituye un número, es no obstante un «resultado de las unidades» (Système nouveau de la nature et de la communication des substances. ); ¿qué es menester entender por eso, y de qué unidades puede tratarse? Esta palabra unidad puede tomarse en dos sentidos completamente diferentes: por una parte, hay la unidad aritmética o cuantitativa, que es el elemento primero y el punto de partida del número, y, por otra, lo que se designa analógicamente como la UNIDAD metafísica, que se identifica al Ser puro mismo; no vemos que haya ninguna otra acepción posible fuera de éstas; pero, por lo demás, cuando se habla de las «unidades», empleando esta palabra en plural, eso no puede ser evidentemente más que en el sentido cuantitativo. Únicamente, si ello es así, la suma de las unidades no puede ser otra cosa que un número, y no puede rebasar de ninguna manera el número; es cierto que Leibnitz dice «resultado» y no «suma», pero esta distinción, inclusive si es querida expresamente, por eso no deja subsistir menos una enojosa obscuridad. Por lo demás, declara en otra parte que la multitud, sin ser un número, se concibe no obstante por analogía con el número: «Cuando hay más cosas, dice, de las que pueden ser comprendidas por ningún número, no obstante nosotros les atribuimos analógicamente un número, que llamamos “infinito”, aunque no se trate más que una “manera de hablar”, un modus loquendi (Obsevatio quod rationes sive proportiones non habeant locum circa quantitates nihilo minores, et de vero sensu Methodi infinitesimalis, en las Acta Eruditorum de Leipzig, 1712. ), e incluso, bajo esta forma, una manera de hablar muy incorrecta, puesto que, en realidad, eso no es de ninguna manera un número; pero, cualesquiera que sean las imperfecciones de la expresión y las confusiones a las que puede dar lugar, debemos admitir, en todo caso, que una identificación de la multitud con el número no estaba ciertamente en el fondo de su pensamiento. 5576 LOS PRINCIPIOS DEL CÁLCULO INFINITESIMAL LA MULTITUD INNUMERABLE
Al hacer alusión aquí al No Ser, tocamos otra significación del cero, completamente diferente de las que acabamos de considerar, y que, por lo demás, es la más importante desde el punto de vista de su simbolismo metafísico; pero, a este respecto, para evitar toda confusión entre el símbolo y lo que representa, es necesario precisar bien que el Cero metafísico, que es el No Ser, no es ya más el cero de cantidad como la UNIDAD metafísica, que es el Ser, no es la unidad aritmética; lo que se designa así con estos términos no puede serlo más que por transposición analógica, puesto que, desde que uno se coloca en lo Universal, se está evidentemente más allá de todo dominio especial como el de la cantidad. Por lo demás, no es en tanto que representa lo indefinidamente pequeño como el cero, por una tal transposición, puede ser tomado como símbolo del No Ser, sino en tanto que, según su acepción matemática más rigurosa, representa la ausencia de cantidad, que, en efecto, simboliza en su orden la posibilidad de no manifestación, del mismo modo que la unidad simboliza la posibilidad de manifestación, puesto que es el punto de partida de la multiplicidad indefinida de los números como el Ser es el principio de toda manifestación (Sobre este tema, ver Los Estados múltiples del ser, cap. III. ). 5692 LOS PRINCIPIOS DEL CÁLCULO INFINITESIMAL CERO NO ES UN NÚMERO
Hemos dicho precedentemente que la sucesión de los números enteros se forma a partir de la unidad, y no a partir de cero; en efecto, dada la unidad, toda la sucesión de los números se deduce de ella de tal suerte que se puede decir que toda la sucesión está ya implicada y contenida en principio en esta unidad inicial (Del mismo modo, por transposición analógica, toda multiplicidad indefinida de las posibilidades de manifestación está contenida en principio y «eminentemente» en el Ser puro o la UNIDAD metafísica. ), mientras que de cero evidentemente no se puede sacar ningún número. El paso de cero a la unidad no puede hacerse de la misma manera que el paso de la unidad a los demás números, o de un número cualquiera al número siguiente, y, en el fondo, suponer posible este paso del cero a la unidad, es haber establecido ya implícitamente la unidad (Eso aparece de una manera completamente evidente si, conformemente a ley general de formación de la sucesión de los números, se representa este paso por la fórmula 0+1=1. ). En fin, poner cero al comienzo de la sucesión de los números, como si fuera el primero de esta sucesión, no puede tener más que dos significaciones: o bien es admitir realmente que cero es un número, contrariamente a lo que hemos establecido, y, por consiguiente, que puede tener con los demás números relaciones del mismo orden que las relaciones de estos números entre sí, lo que no puede ser, puesto que cero multiplicado o dividido por un número cualquiera da siempre cero; o bien es un simple artificio de notación, que no puede sino entrañar confusiones más o menos inextricables. De hecho, el empleo de este artificio no se justifica apenas si no es para permitir la introducción de la notación de los números negativos, y, si el uso de esta notación ofrece sin duda algunas ventajas para la comodidad de los cálculos, consideración completamente «pragmática» que no está en litigio aquí y que carece incluso de importancia verdadera bajo nuestro punto de vista, es fácil darse cuenta de que no deja de presentar, por otra parte, graves inconvenientes lógicos. La primera de todas las dificultades a las que da lugar a este respecto, es precisamente la concepción de las cantidades negativas como «menores que cero», que Leibnitz colocaba entre las afirmaciones que no son más que «toleranter verae», pero que, en realidad, como lo decíamos hace un momento, está desprovista de toda significación. «Adelantar que una cantidad negativa aislada es menor que cero, ha dicho Carnot, es cubrir la ciencia de las matemáticas, que debe ser la de la evidencia, de una nube impenetrable, y comprometerse en un laberinto de paradojas a cual más extravagante» («Nota sobre las cantidades negativas» colocada al final de las Réflexions sur la Métaphysique du Calcul infinitésimal, p. 173. ). Sobre este punto, podemos atenernos a este juicio, que no es sospechoso y que ciertamente no tiene nada de exagerado; por lo demás, en el uso que se hace de esta notación de los números negativos, no se debería olvidar nunca que en eso no se trata de nada más que de una simple convención. 5700 LOS PRINCIPIOS DEL CÁLCULO INFINITESIMAL LA NOTACIÓN DE LOS NÚMEROS NEGATIVOS
Sobre este punto, M. Vulliaud cita el comentario de Moisés de León: “Después de haber recordado que el Santo, bendito sea, incognoscible, no puede ser aprehendido sino según sus atributos ( middoth ) por los que Él ha creado los mundos ( NA: Se encuentra aquí el equivalente de la distinción que hace la doctrina hindú entre Brahma “no cualificado” ( nirguna ) y Brahma “cualificado” ( saguna ), es decir, entre el “Supremo” y el “No Supremo”, no siendo este último otro que Ishwara ( ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, I y X ). — Middah significa literalmente “medida” ( cf. el sánscrito mâtrâ ). ), comenzamos por la exégesis de la primera palabra de la Thorah: Bereshit ( Se sabe que ésta es la palabra por la que comienza el Génesis: “in Principio”. ). Antiguos autores nos han enseñado relativamente a este misterio, que él está oculto en el grado supremo, el éter puro e impalpable. Este grado es la suma total de todos los espejos posteriores ( es decir, exteriores en relación a este grado mismo ) ( NA: Se ve que este grado es la misma cosa que el “grado universal” del esoterismo islámico, en el que se totalizan sintéticamente todos los demás grados, es decir, todos los estados de la Existencia. La misma doctrina hace uso también de la comparación del espejo y de otros similares: es así como, según una expresión que hemos ya citado en otra parte ( El Hombre y su devenir según el Vêdânta, X ), la UNIDAD, considerada en tanto que contiene en sí misma todos los aspectos de la Divinidad ( Asrâr rabbâniyah o “misterios dominicales” ), es decir, todos los atributos divinos, expresados por los nombres çifâtiyah ( ver El Rey del Mundo, cap. III ), “es del Absoluto ( el “Santo” inaprehensible fuera de Sus atributos ) la superficie reverberante de innumerables facetas que magnifica a toda criatura que se mira en ella directamente”; y apenas hay necesidad de destacar que aquí se trata precisamente de estos Asrâr rabbâniyah. ). Proceden de él por el misterio del punto que es él mismo un grado oculto y que emana del misterio del éter puro y misterioso ( NA: El grado representado por el punto, que corresponde a la UNIDAD, es el del Ser Puro ( Ishwara en la doctrina hindú ). ). El primer grado, absolutamente oculto ( es decir, no-manifestado ), no puede ser aprehendido ( NA: A propósito de esto, uno podrá remitirse a lo que enseña la doctrina hindú sobre el tema de lo que está más allá del Ser, es decir, del estado incondicionado de Âtmâ ( ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, XV, donde hemos indicado las enseñanzas concordantes de las demás tradiciones ). ). Del mismo modo, el misterio del punto supremo, aunque esté profundamente oculto ( El Ser es todavía no manifestado, pero es el Principio de toda manifestación. ), puede ser aprehendido en el misterio del Palacio interior. El misterio de la Corona Suprema ( kether, el primero de los diez Sephiroth ) corresponde al del puro e inaprehensible éter ( Avir ). Él es la causa de todas las causas y el origen de todos los orígenes. Es en este misterio, origen invisible de todas las cosas, donde el “punto” oculto de quien todo procede toma nacimiento. Por eso es por lo que se dice en el Sepher Ietsirah: “Antes del Uno, ¿qué puedes tú contar?”. Es decir: antes de ese punto, ¿qué puedes tu contar o comprender? ( La unidad es, en efecto, el primero de todos los números; antes de ella, no hay pues nada que pueda ser contado; y la numeración se toma aquí como símbolo del conocimiento en modo distintivo. ) Antes de ese punto, no hay nada, excepto Ain, es decir, el misterio del éter puro e inaprehensible, llamado así ( por una simple negación ) a causa de su incomprehensibilidad ( NA: Es el Cero metafísico, o el “No Ser” de la tradición extremo oriental, simbolizado por el “vacío” ( cf. Tao-Te-king, XI ); ya hemos explicado en otra parte por qué las expresiones de forma negativa son las únicas que pueden aplicarse todavía al más allá del Ser ( El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XV ). ). El comienzo comprehensible de la existencia se encuentra en el misterio del “punto” supremo ( Es decir, en el Ser, que es el principio de la Existencia, la cual es la misma cosa que la manifestación universal, del mismo modo en que la unidad es el principio y el comienzo de todos los números. ). Y porque este “punto” es el “comienzo” de todas las cosas, es llamado “Pensamiento” ( Mahasheba ) ( Porque todas las cosas deben ser concebidas por el pensamiento antes de ser realizadas exteriormente: esto debe entenderse analógicamente por una transferencia del orden humano al orden cósmico. ). El misterio del Pensamiento creador corresponde al “punto” oculto. Es en el Palacio interior donde el misterio unido al “punto” oculto puede ser comprendido, ya que el puro e inaprehensible éter permanece siempre misterioso. El “punto” es el éter hecho palpable ( por la “concentración” que es el punto de partida de toda diferenciación ) en el misterio del Palacio interior o Santo de los Santos ( NA: El “Santo de los Santos” estaba representado por la parte más interior del Templo de Jerusalem, que era el Tabernáculo ( mishkan ) donde se manifestaba la Shekinah, es decir, la “presencia divina”. ). Todo, sin excepción, ha sido concebido primero en el Pensamiento ( Es el Verbo en tanto que Intelecto divino, que es, según una expresión empleada por la teología cristiana, el “lugar de los posibles”. ). Y si alguno dijera: “¡Mira!, hay novedad en el mundo”, impónle silencio, ya que eso fue anteriormente concebido en el Pensamiento ( Es la “permanente actualidad” de todas las cosas en el “eterno presente”. ). Del “punto” oculto emana el Santo Palacio interior ( por las líneas salidas de ese punto según las seis direcciones del espacio ). Es el Santo de los Santos, el quincuagésimo año ( alusión al Jubileo que representa el retorno al estado primordial ) ( Ver El Rey del Mundo, cap. III; se destacará que 50 = 7 al cuadrado + 1. La palabra kol, “todo”, en hebreo y en árabe, tiene por valor numérico 50. Cf. también las “cincuenta puertas de la Inteligencia”. ), que se llama igualmente la Voz que emana del Pensamiento ( NA: Es también el Verbo, pero en tanto que Palabra divina; primero es Pensamiento en el interior ( es decir, en Sí mismo ), y después Palabra en el exterior ( es decir, en relación a la Existencia universal ), puesto que la Palabra es la manifestación del Pensamiento; y la primera Palabra proferida es el Iehi Aor ( Fiat Lux ) del Génesis. ). Todos los seres y todas las cosas emanan entonces por la fuerza del “punto” de arriba. He aquí lo que es relativo a los misterios de los tres Sephiroth supremos” ( Citado en La Kabbala judía, tomo I, PP. 405-406. ). Hemos querido dar este pasaje entero, a pesar de su longitud, porque, además de su interés propio, tiene, con el tema del presente estudio, una relación mucho más directa de lo que se podría suponer a primera vista. 6076 SC IV
En el capítulo precedente, hemos hablado de complementarios, no de contrarios; importa no confundir estas dos nociones, como se hace a veces equivocadamente, y no tomar el complementarismo por una oposición. Lo que puede dar lugar a algunas confusiones a este respecto, es que ocurre a veces que las mismas cosas aparecen como contrarias o como complementarias según el punto de vista desde el que se las considere; en este caso, se puede decir siempre que la oposición corresponde al punto de vista más inferior o más superficial, mientras que el complementarismo, en el que esa oposición se encuentra en cierto modo conciliada y ya resuelta, corresponde por eso mismo a un punto de vista más elevado o más profundo, así como lo hemos explicado en otra parte ( Ver La Crisis del mundo moderno, PP. 43-44, ed. francesa. ). La unidad principial exige en efecto que no haya oposiciones irreductibles ( Por consiguiente, todo “dualismo”, ya sea de orden teológico como el que se atribuye a los maniqueos, o de orden filosófico como el de Descartes, es una concepción radicalmente falsa. ); así pues, si es verdadero que la oposición entre dos términos existe en las apariencias y que posee una realidad relativa en un cierto nivel de existencia, esta oposición debe desaparecer como tal y resolverse armónicamente, por síntesis o integración, al pasar a un nivel superior. Pretender que ello no es así, sería querer introducir el desequilibrio hasta en el orden principial mismo, mientras que, como lo decíamos más atrás, todos los desequilibrios que constituyen los elementos de la manifestación considerados “distintivamente” concurren necesariamente al equilibrio total, que nada puede afectar ni destruir. El complementarismo mismo, que todavía es dualidad, a un cierto grado, debe desvanecerse ante la UNIDAD, puesto que sus dos términos se equilibran y se neutralizan en cierto modo y se unen hasta fusionarse indisolublemente en la indiferenciación primordial. 6126 SC VII
Para el que está en el centro, todo esta unificado, ya que ve todo en la unidad del Principio; todos los puntos de vista particulares ( o, si se quiere “particularistas” ) y analíticos, que no se fundan más que sobre distinciones contingentes, y de los cuales nacen todas las divergencias de las opiniones individuales, han desaparecido para él, reabsorbidos en la síntesis total del conocimiento transcendente, adecuado a la verdad una e inmutable. “Su punto de vista, es un punto desde donde esto y eso, sí y no, aparecen todavía no distinguidos. Este punto es el pivote de la norma; es el centro inmóvil de una circunferencia sobre cuyo contorno ruedan todas las contingencias, las distinciones y las individualidades; desde donde no se ve más que un infinito, que no es ni esto ni eso, ni sí ni no. Ver todo en la unidad primordial todavía no diferenciada, o desde una distancia tal que todo se funde en uno, he ahí la verdadera inteligencia” ( Tchoang-tseu, cap. II. ). El “pivote de la norma”, es lo que casi todas las tradiciones denominan el “Polo” ( NA: Hemos estudiado particularmente este simbolismo en El Rey del Mundo. — En la tradición extremo oriental, la “Gran UNIDAD” ( Tai-i ) se representa como residiendo en la estrella polar, a la que se llama Tien-ki, es decir, literalmente “techo del cielo”. ), es decir, como ya lo hemos explicado, el punto fijo alrededor del cual se cumplen todas las revoluciones del mundo, según la norma o la ley que rige toda manifestación, y que no es ella misma más que la emanación directa del centro, es decir, la expresión de la “Voluntad del Cielo” en el orden cósmico ( NA: La “Rectitud” ( Te ), cuyo nombre evoca la idea de la línea recta y más particularmente la del “Eje del Mundo”, es, en la doctrina de Lao-Tseu, lo que se podría llamar una “especificación” de la “Vía” ( Tao ) en relación a un ser o a un estado de existencia determinado: es la dirección que este ser debe seguir para que su existencia sea según la “Vía”, o, en otros términos, en conformidad con el Principio ( dirección tomada en el sentido ascendente, mientras que, en el sentido descendente, esta misma dirección es aquella según la cual se ejerce la “Actividad del Cielo” ). — Esto puede aproximarse a lo que hemos indicado en otra parte ( El Rey del Mundo, cap. VIII ) sobre el tema de la orientación ritual, tema que trataremos todavía más adelante. ). 6142 SC VII
De esta manera se ve bien que cada modalidad es finita, limitada, puesto que está figurada por una circunferencia, que es una curva cerrada, o al menos un línea cuyas extremidades nos son conocidas y como dadas ( Esta restricción es necesaria para que esto no esté en contradicción, ni siquiera simplemente aparente, con lo que va a seguir. ); pero, por otra parte, esta circunferencia comprende una multitud indefinida de puntos ( Importa destacar que no decimos un número indefinido, sino una multitud indefinida, porque es posible que la indefinidad de que se trata rebase todo número, aunque la serie de los números sea ella misma indefinida, pero en modo discontinuo, mientras que la de los puntos de una línea lo es en modo continuo. El término de “multitud” es más extenso y más comprehensivo que el de “multiplicidad numérica”, y puede aplicarse incluso fuera del dominio de la cantidad, de la que el número no es más que un modo especial; es lo que habían comprendido bien los filósofos escolásticos, que transponían esta noción de “multitud” en el orden de los “transcendentales”, es decir, de los modos universales del Ser, donde ella está con respecto a la de la multiplicidad numérica en la misma relación analógica que la concepción de la UNIDAD metafísica está con respecto a la de la unidad aritmética o cuantitativa. Debe entenderse bien que es de esta multiplicidad “transcendental” que se trata cuando hablamos de los estados múltiples del ser, puesto que la cantidad no es más que una condición particular aplicable solamente a algunos de esos estados. ), que representan la indefinidad de las modificaciones secundarias que conlleva la modalidad considerada, cualquiera que sea ( NA: Puesto que la longitud de una circunferencia es tanto más grande cuanto más se aleja del centro esa circunferencia, a primera vista parece que debe contener más puntos; pero, por otra parte, si se observa que cada punto de una circunferencia es la extremidad de uno de sus radios, y que dos circunferencias concéntricas tienen los mismos radios, se debe concluir que no hay más puntos en la más grande que en la más pequeña. La solución de esta aparente dificultad se encuentra en lo que hemos indicado en la nota precedente: es que, en realidad, no hay un número de los puntos en una línea, que esos puntos no pueden “numerarse” propiamente, puesto que su multitud está más allá del número. Además, si hay siempre los mismos puntos ( si es posible emplear esta manera de hablar en estas condiciones ) en una circunferencia que disminuye al acercarse a su centro, como esta circunferencia, en el límite, se reduce al centro mismo, éste, aunque no es más que un solo punto, debe contener entonces todos los puntos de la circunferencia, lo que equivale a decir que todas las cosas están contenidas en la unidad. ). Además, las circunferencias concéntricas no deben dejar entre ellas ningún intervalo, si no es la distancia infinitesimal de dos puntos inmediatamente vecinos ( volveremos de nuevo un poco más adelante sobre esta cuestión ), de suerte que su conjunto comprenda todos los puntos del plano, lo que supone que hay continuidad entre todas estas circunferencias. Ahora bien, para que haya verdaderamente continuidad, es menester que el fin de cada circunferencia coincida con el comienzo de la circunferencia siguiente ( y no con el de la misma circunferencia ); y, para que esto sea posible sin que las dos circunferencias sucesivas se confundan, es menester que estas circunferencias, o más bien las curvas que hemos considerado como tales, sean en realidad curvas no cerradas. 6308 SC XV
El eje vertical representa entonces el lugar metafísico de la manifestación de la “Voluntad del Cielo”, y atraviesa a cada plano horizontal en su centro, es decir, en el punto donde se realiza el equilibrio en el que reside precisamente esta manifestación, o, en otros términos, la armonización completa de todos los elementos constitutivos del estado del ser correspondiente. Como lo hemos visto más atrás, es eso lo que es menester entender por el “Invariable Medio” ( Tchoung-young ), donde se refleja, en cada estado de ser ( por el equilibrio que es como una imagen de la UNIDAD principial en lo manifestado ), la “Actividad del Cielo”, que, en sí misma, es no actuante y no manifestada, aunque debe ser concebida como capaz de acción y de manifestación, sin que, por lo demás, eso pueda afectarla o modificarla de ninguna manera, e incluso, a decir verdad, como capaz de toda acción y de toda manifestación, precisamente porque está más allá de todas las acciones y manifestaciones particulares. Por consiguiente, podemos decir que, en la representación de un ser, el eje vertical es el símbolo de la “Vía Personal” ( Recordamos todavía que la “personalidad” es para nos el principio transcendente y permanente del ser, mientras que la “individualidad” no es más que una manifestación transitoria y contingente del mismo. ), que conduce a la Perfección, y que es una especificación de la “Vía Universal”, representada precedentemente mediante una figura esferoidal indefinida y no cerrada; con el mismo simbolismo geométrico, esta especificación se obtiene, según lo que hemos dicho, por la determinación de una dirección particular en la extensión, dirección que es la de este eje vertical ( NA: Esto acaba de precisar lo que hemos indicado ya sobre el tema de las relaciones de la “Vía” ( Tao ) y de la “Rectitud” ( Te ). ). 6454 SC XXIII
Por la operación del “Espíritu Universal” ( Âtma ), que proyecta el “Rayo Celeste” que se refleja sobre el espejo de las “Aguas”, se encierra en el seno de éstas una chispa divina, germen espiritual increado, que, en el Universo potencial ( Brahmânda o “Huevo del Mundo” ), es esta determinación del “No-Supremo” Brahma ( Apara-Brahma ) que la tradición hindú designa como Hiranhagarbha ( es decir, el “Embrión de Oro” ) ( Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XIII. ). En cada ser considerado en particular, esta chispa de la Luz Inteligible constituye, si se puede hablar así, una unidad fragmentaria ( expresión por lo demás inexacta si se tomara al pie de la letra, puesto que la unidad es en realidad indivisible y sin partes ) que, al desarrollarse para identificarse en acto a la UNIDAD total, a la que es en efecto idéntica en potencia ( ya que contiene en sí misma la esencia indivisible de la luz, como la naturaleza del fuego está contenida entera en cada chispa ) ( Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. V. ), se irradiará en todos los sentidos a partir del centro, y realizará en su expansión el perfecto florecimiento de todas las posibilidades del ser. Este principio de esencia divina involucionado en los seres ( en apariencia solo, ya que no podría ser afectado realmente por las contingencias, y ya que ese estado de “envolvimiento” no existe más que desde el punto de vista de la manifestación ), es también, en el simbolismo Vêdico, Agni ( NA: Agni es figurado como un principio ígneo ( del mismo modo, por lo demás, que el Rayo luminoso que le hace nacer ), puesto que al fuego se le considera como el elemento activo en relación al agua, el elemento pasivo. — Agni en el centro del swastika, es también el cordero en la fuente de los cuatro ríos en el simbolismo cristiano ( ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. III; El esoterismo de Dante, cap. IV; El Rey del Mundo, cap. IX ). ), manifestándose en el centro del swastika, que es, como lo hemos visto, la cruz trazada en el plano horizontal, y que, por su rotación alrededor de este centro, genera el ciclo evolutivo que constituye cada uno de los elementos del ciclo universal. El centro, que es el único punto que permanece inmóvil en este movimiento de rotación, es, en razón misma de su inmovilidad ( imagen de la inmutabilidad principial ), el motor de la “rueda de la existencia”; encierra en sí mismo la “ley” ( en el sentido del término sánscrito Dharma ) ( NA: Ver Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes, 3a Parte, V, y El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. IV. — Hemos indicado también en otra parte la relación que existe entre el término Dharma y el nombre sánscrito del Polo, Dhruva, derivados respectivamente de las raíces dhri y dhru, que tienen el mismo sentido y expresan esencialmente la idea de estabilidad ( El Rey del Mundo, cap. I ). ), es decir, la expresión o la manifestación de la “Voluntad del Cielo”, para el ciclo que corresponde al plano horizontal en el que se efectúa esta rotación, y, según lo que hemos dicho, su influencia se mide, o al menos se mediría si tuviéramos la facultad para ello, por el paso de la hélice evolutiva en el eje vertical ( NA: “Cuando se dice ahora ( en el curso de la manifestación ) “el Principio”, este término ya no designa el Ser solitario, tal como fue primordialmente; designa el Ser que existe en todos los seres, norma universal que preside la evolución cósmica. La naturaleza del Principio, la naturaleza del Ser, son incomprehensibles e inefables. Solo lo limitado puede comprenderse ( en modo individual humano ) y expresarse. Del Principio que actúa como el polo, como el eje de la universalidad de los seres, de él solo decimos que es el polo, que es el eje de la evolución universal, sin intentar explicarle” ( Tchoang-tseu, cap. XXV ). Por eso es por lo que el Tao “con un nombre”, que es “La Madre de los diez mil seres” ( Tao-te-king, cap. I ), es la “Gran UNIDAD” ( Tai-i ), situada simbólicamente, como lo hemos visto más atrás, en la estrella polar: “Si es menester dar un nombre al Tao ( aunque no pueda ser nombrado ), se le llamará ( como equivalente aproximativo ) la “Gran UNIDAD”? Los diez mil seres son producidos por Tai-i, modificados por yin y yang”. — En occidente, en la antigua “Masonería operativa”, una plomada, imagen del eje vertical, se suspendía de un punto que simbolizaba el polo celeste. Es también el punto de suspensión de la “balanza” de la que hablan diversas tradiciones ( ver El Rey del Mundo, cap. X ); y esto muestra que la “nada” ( Ain ) de la Qabbala hebraica corresponde al “no-actuar” ( wou-wei ) de la tradición extremo oriental. ). 6480 SC XXIV
Dicho esto para prevenir toda objeción posible a este respecto, es evidente que no puede haber ninguna común medida, por una parte, entre el “Sí mismo”, considerado como la totalización del ser que se integra según las tres dimensiones de la cruz, para reintegrarse finalmente en su UNIDAD primera, realizada en esta plenitud misma de la expansión que simboliza el espacio todo entero, y, por otra, una modificación individual cualquiera, representada por un elemento infinitesimal del mismo espacio, o incluso la integralidad de un estado, cuya figuración plana ( o al menos considerada como plana con las restricciones que hemos hecho, es decir, en tanto que se considera este estado aisladamente ) implica todavía un elemento infinitesimal en relación al espacio de tres dimensiones, puesto que, al situar esta figuración en el espacio ( es decir, en el conjunto de todos los estados del ser ), su plano horizontal debe considerarse como desplazándose efectivamente en una cantidad infinitesimal según la dirección del eje vertical ( Recordamos que la cuestión de la distinción fundamental del “Sí mismo” y del “yo”, es decir, en suma del ser total y de la individualidad, que hemos resumido al comienzo del presente estudio, ha sido tratada más completamente en El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. II. ). Puesto que se trata de elementos infinitesimales, incluso en un simbolismo geométrico forzosamente restringido y limitado, se ve que, en realidad y a fortiori, hay en efecto, para lo que es simbolizado respectivamente por los dos términos que acabamos de comparar entre ellos, una inconmensurabilidad absoluta, que no depende de ninguna convención más o menos arbitraria, como lo es siempre la elección de algunas unidades relativas en las medidas cuantitativas ordinarias. Por otra parte, cuando se trata del ser total, aquí se toma un indefinido como símbolo del Infinito, en la medida en que es permisible decir que el Infinito puede ser simbolizado; pero, entiéndase bien que esto no equivale de ningún modo a confundirlos como lo hacen bastante habitualmente los matemáticos y los filósofos occidentales. “Si podemos tomar lo indefinido como imagen del Infinito, no podemos aplicar al Infinito los razonamientos de lo indefinido; el simbolismo desciende y no remonta” ( Matgioi, La Vía Metafísica, pág. 99. ). 6518 SC XXVI
Por consiguiente, para resumir esto en algunas palabras, podemos decir que, no solo en el espacio, sino en todo lo que es manifestado, es lo exterior o la circunferencia lo que está por todas partes, mientras que el centro no está en ninguna, puesto que es no manifestado; pero ( y es aquí donde la expresión del “sentido inverso” toma toda su fuerza significativa ) lo manifestado no sería absolutamente nada sin este punto esencial, que él mismo no es nada de manifestado, y que, precisamente en razón de su no manifestación, contiene en principio todas las manifestaciones posibles, puesto que es verdaderamente el “motor inmóvil” de todas las cosas, el origen inmutable de toda diferenciación y de toda modificación. Este punto produce todo el espacio ( así como las demás manifestaciones ) saliendo de sí mismo en cierto modo, por el despliegue de sus virtualidades en una multitud indefinida de modalidades, de las cuales llena este espacio entero; pero, cuando decimos que sale de sí mismo para efectuar este desarrollo, sería menester no tomar al pie de la letra esta expresión muy imperfecta, pues eso sería un grosero error. En realidad, el punto principial del que hablamos, al no estar jamás sometido al espacio, puesto que es él quien le efectúa y puesto que la relación de dependencia ( o la relación causal ) no es evidentemente reversible, permanece “no afectado” por las condiciones de sus modalidades cualesquiera que sean, de donde resulta que no deja de ser idéntico a sí mismo. Cuando ha realizado su posibilidad total, es para volver ( pero sin que la idea de “retorno” o de “recomienzo” sea no obstante aplicable aquí de ninguna manera ) al “fin que es idéntico al comienzo”, es decir, a esa UNIDAD primera que contenía todo en principio, UNIDAD que, puesto que es él mismo ( considerado como el “Sí mismo” ), no puede devenir de ninguna manera otra que él mismo ( lo que implicaría una dualidad ), y de la que, por consiguiente, considerado en él mismo, jamás había salido. Por lo demás, en tanto que se trate del ser en sí mismo, simbolizado por el punto, e incluso del Ser universal, no podemos hablar más que de la UNIDAD, como acabamos de hacerlo; pero, si rebasando los límites del Ser mismo, quisiéramos considerar la Perfección absoluta, deberíamos pasar al mismo tiempo, más allá de esta UNIDAD, al Cero metafísico, que ningún simbolismo podría representar, como tampoco ningún nombre podría nombrarle ( Ver El Hombre y su devenir según el Vêdânta, cap. XV. ). 6578 SC XXIX
Si el Verbo es Pensamiento en lo interior y Palabra en lo exterior, y si el mundo es el efecto de la Palabra divina proferida en el origen de los tiempos, la naturaleza entera puede tomarse como un símbolo de la realidad sobrenatural. Todo lo que es, cualquiera sea su modo de ser, al tener su principio en el Intelecto divino, traduce o representa ese principio a su manera y según su orden de existencia; y así, de un orden en otro, todas las cosas se encadenan y corresponden para concurrir a la armonía universal y total, que es como un reflejo de la UNIDAD divina misma. Esta correspondencia es el verdadero fundamento del simbolismo, y por eso las leyes de un dominio inferior pueden siempre tomarse para simbolizar la realidad de orden superior, donde tienen su razón profunda, que es a la vez su principio y su fin. Señalemos, con ocasión de esto, el error de las modernas interpretaciones “naturalistas” de las antiguas doctrinas tradicionales, interpretaciones que trastruecan pura y simplemente la jerarquía de relaciones entre los diferentes órdenes de realidades: por ejemplo los símbolos o los mitos nunca han tenido por función representar el movimiento de los astros, sino que la verdad es que se encuentran a menudo en ellos figuras inspiradas en ese movimiento y destinadas a expresar analógicamente muy otra cosa, porque las leyes de aquél traducen físicamente los principios metafísicos de que dependen. Lo inferior puede simbolizar lo superior, pero la inversa es imposible; por otra parte, si el símbolo no estuviese más próximo al orden sensible que lo representado por él, ¿cómo podría cumplir la función a la que está destinado? ( (Este pasaje ha sido retomado casi textualmente en Autorité spirituelle et pouvoir temporel, cap. I; pasaje paralelo en el prefacio de Le symbolisme de la Croix (1931)). En la naturaleza, lo sensible puede simbolizar lo suprasensible; el orden natural íntegro puede, a su vez, ser un símbolo del orden divino; y, por lo demás, si se considera más particularmente al hombre, ¿no es legítimo decir que él también es un símbolo, por el hecho mismo de que ha sido “creado a imagen de Dios” (Génesis, I, 26-27) ? Agreguemos aún que la naturaleza solo adquiere su plena significación si se la considera en cuanto proveedora de un medio para elevarnos al conocimiento de las verdades divinas, lo que es, precisamente, también el papel esencial que hemos reconocido al simbolismo (Quizá no sea inútil hacer notar que este punto de vista, según el cual la naturaleza se considera como un símbolo de lo sobrenatural, no es nuevo en modo alguno, sino que, al contrario, ha sido encarado corrientemente en la Edad Media; ha sido, especialmente, el de la escuela franciscana, y en particular de San Buenaventura. Notemos también que la analogía, en el sentido tomista de la palabra, que permite remontarse del conocimiento de las criaturas al de Dios, no es otra cosa que un modo de expresión simbólica basado en la correspondencia del orden natural con el sobrenatural). 6624 SFCS EL VERBO Y EL SIMBOLO
El Centro es, ante todo, el origen, el punto de partida de todas las cosas; es el punto principal, sin forma ni dimensiones, por lo tanto indivisible, y, por consiguiente, la única imagen que pueda darse de la UNIDAD primordial. De él, por su irradiación, son producidas todas las cosas, así como la UNIDAD produce todos los números, sin que por ello su esencia quede modificada o afectada en manera alguna. Hay aquí un paralelismo completo entre dos modos de expresión: el simbolismo geométrico y el simbolismo numérico, de tal modo que se los puede emplear indiferentemente y que inclusive se pasa de uno al otro de la manera más natural. No hay que olvidar, por lo demás, que en uno como en otro caso se trata siempre de simbolismo: la unidad aritmética no es la UNIDAD metafísica; no es sino una figura de ella, pero una figura en la cual no hay nada de arbitrario, pues existe entre una y otra una relación analógica real, y esta relación es lo que permite transponer la idea de la UNIDAD más allá del dominio cuantitativo, al orden trascendental. Lo mismo ocurre con la idea del Centro; éste es capaz de una transposición semejante, por la cual se despoja de su carácter espacial, el cual ya no se evoca sino a título de símbolo: el punto central, es el Principio, el Ser puro; y el espacio que colma con su irradiación, y que no es sino esa irradiación misma (el Fiat Lux del Génesis), sin la cual tal espacio no sería sino “privación” y nada, es el Mundo en el sentido más amplio del término, el conjunto de todos los seres y todos los estados de Existencia que constituyen la manifestación universal. 6710 SFCS LA IDEA DEL CENTRO EN LAS TRADICIONES ANTIGUAS
Al comienzo de las Rasà’i-l-Ijwàn es-safà (“Epístolas de los Hermanos Sinceros”: los Hermanos Sinceros (o “Hermanos de la Pureza”) eran una organización esotérica del siglo X, a la cual se asocian en parte los orígenes de la filosofía islámica. (N. del T)), los cuatro términos del cuaternario fundamental se enumeran así: 1) el Principio designado como el-Bâri, “el Creador” (lo cual indica que no se trata del Principio supremo, sino solo del Ser, en tanto que principio primero de la manifestación, que, por lo demás, es, en efecto, la UNIDAD metafísica); 2) el Espíritu universal; 3) el Alma universal; 4) la Hylé (‘materia’) primordial. No desarrollaremos por ahora los diversos puntos de vista según los cuales podrían considerarse esos términos; especialmente, podría hacérselos corresponder respectivamente a los cuatro “mundos” de la Cábala hebrea, que tienen también su exacto equivalente en el esoterismo islámico. Lo que interesa por el momento es que el cuaternario así constituido se ve como presupuesto por la manifestación, en el sentido de que la presencia de todos sus términos es necesaria para el desarrollo completo de las posibilidades que ella comporta; y por eso — se agrega — en el orden de las cosas manifestadas se encuentra siempre particularmente la señal (podría decirse, en cierto modo, la “signatura”) del cuaternario: de ahí, por ejemplo, los cuatro elementos (descontando aquí el Éter, pues no se trata sino de los elementos “diferenciados”), los cuatro puntos cardinales (o las cuatro regiones del espacio que les corresponden, con los cuatro “pilares” del mundo), las cuatro fases en que todo ciclo se divide naturalmente (las edades de la vida humana, las estaciones en el ciclo anual, las fases lunares en el ciclo mensual, etc), y así sucesivamente; se podría establecer de esta suerte una multitud indefinida de aplicaciones del cuaternario, todas vinculadas entre sí por correspondencias analógicas rigurosas, pues no son, en el fondo, sino otros tantos aspectos más o menos especiales de un mismo “esquema” general de la manifestación. 6796 SFCS LA TETRAKTYS Y EL “CUADRADO DE CUATRO”
En La Grande Triade, con motivo del simbolismo polar y de la palabra china yi que designa a la unidad (la Estrella polar se llama T’ai-yi, o sea la ‘Gran UNIDAD’), habíamos llegado a dar algunas indicaciones sobre el simbolismo masónico de la letra G, cuya posición normal es igualmente “polar”, y a establecer una relación con la letra I, que representaba “el primer nombre de Dios” para los Fedeli d’Amore (La Grande Triade, cap. XXV). Esta relación se justificaba por el hecho de que la letra G, la cual de por sí no podría considerarse como un verdadero símbolo, en cuanto pertenece a las lenguas modernas, carentes de todo carácter sagrado ni tradicional, pero que stands for God, según los rituales masónicos ingleses y es, en efecto, la inicial de la palabra God, ha sido, por lo menos en ciertos casos, considerada como sustitutiva del yod hebreo, símbolo del Principio o de la UNIDAD, en virtud de una asimilación fonética entre God y yod (El autor de una obra sobre el simbolismo masónico ha creído deber dirigirnos a este respecto una crítica, formulada incluso en términos muy poco corteses, como si nosotros fuésemos responsables de esta asimilación fonética, no lo somos, empero, como tampoco de que los masones ingleses hayan también identificado otrora las tres letras del mismo vocablo God con las iniciales de tres palabras hebreas: Gamal, ‘Óz, Dabar (Belleza, Fuerza, Sabiduría); como quiera se opine acerca de tales conexiones (y hay otras más aún), uno está obligado, en todo caso, a tenerlas en cuenta por lo menos históricamente). Esas indicaciones sumarias resultaron punto de partida de investigaciones que han dado lugar a nuevas comprobaciones muy interesantes (Marius Lepage, “La lettre G”, en Le Symbolisme, número de noviembre de 1948; artículo en el Speculative Mason, número de julio de 1949, escrito con motivo del precedente, y del cual se ha extraído la mayor parte de las informaciones de que nos hemos servido aquí); por eso creemos útil volver sobre el asunto para completar lo que ya habíamos dicho. 6826 SFCS LA LETRA G Y EL SVÁSTIKA
La salida final de la caverna iniciática, considerada como representación de la “salida del cosmos”, parece deber efectuarse normalmente, según lo que antes hemos dicho, por una abertura situada en la bóveda, y en el cenit de ella; recordamos que esta puerta superior, designada a veces tradicionalmente como el “cubo de la rueda solar” y también como “el ojo cósmico”, corresponde en el ser humano al Brahma-randhra y a la coronilla. Empero, pese a las referencias al simbolismo solar que se encuentran en tal caso, podría decirse que esta posición “axial” y “cenital” se refiere más directamente, y sin duda más primitivamente también, a un simbolismo polar: este punto es aquel en el cual, según ciertos rituales “operativos”, está suspendida la “plomada del Gran Arquitecto”, que señala la dirección del “Eje del Mundo” y se identifica entonces con la misma estrella polar (Recordaremos a este respecto que, según la tradición extremo-oriental, la estrella polar representa la sede de la “Gran UNIDAD” (T’ai-yi); al mismo tiempo, si normalmente debe considerarse al eje en posición vertical, según acabamos de decirlo, ésta corresponde también a la “Gran Cima” (T’ai-ki), es decir, a la sumidad de la cúspide celeste o del “techo del mundo”. (Sobre la figuración del “Eje del Mundo” por la “plomada del Gran Arquitecto del Universo”, véase La Grande Triade, cap. XXV)). Cabe señalar también que, para que la salida pueda efectuarse así, es menester que de ese lugar mismo se retire una piedra de la bóveda; y esta piedra, por el hecho mismo de ocupar la sumidad, tiene en la estructura arquitectónica un carácter especial y hasta único, pues es naturalmente la “clave de bóveda”; esta observación no carece de importancia, aunque no sea éste el lugar de insistir en ella (Esto se refiere más en especial al simbolismo de la masonería del Royal Arch; remitiremos también, para este tema, a la nota al final de nuestro artículo sobre “Le Tombeau d’Hermés”, en É. T., diciembre de 1936, pág. 473. (Texto que será incluido en la compilación póstuma Tradition primordiale et formes particuliéres)). 7003 SFCS LA SALIDA DE LA CAVERNA
A esta significación general se agrega otra mas precisa aún: el conjunto del edificio, considerado de arriba abajo, representa el paso de la UNIDAD. principial (a la cual corresponde el punto central o la sumidad de la cúpula, de la cual toda la bóveda no es en cierto modo sino una expansión) al cuaternario de la manifestación elemental (La planta crucial de una iglesia es igualmente una forma cuaternaria; el simbolismo numérico permanece, pues, el mismo en este caso que en el de la base cuadrada); inversamente, si se la encara de abajo arriba, es el retorno de esa manifestación a la UNIDAD. A este respecto, Coomaraswamy recuerda, como dotado de la misma significacion, el simbolismo védico de los tres Rbhu, quienes, de la copa (pâtra) única de Tvashtr hicieron cuatro copas (y va de suyo, que la forma de la copa es hemisférica, como la del domo); el número ternario, que interviene aquí como intermediario entre el cuaternario y la UNIDAD, significa particularmente, en este caso, que solo por medio de las tres dimensiones del espacio el “uno” originario puede convertirse en “cuatro”, lo que está figuraído exactamente por el símbolo de la cruz de tres dimensiones. El proceso inverso está representado igualmente por la leyenda del Buddha, quien, habiendo recibido cuatro escudillas de limosna de los Mahârâja de los cuatro puntos cardinales, hizo de ellas una sola, lo cual indica que, para el ser “unificado”, el “Graal” (para emplear el término tradicional occidental, que designa evidentemente el equivalente de ese pâtra) es de nuevo único, como lo era en un principio, es decir, en el punto de partida de la manifestación cósmica (Con respecto a Tvashtri y los tres Rbhu (respectivamente el Constructor divino védico, literalmente ‘Carpintero’, y los tres Artesanos divinos, literalmente ‘los Hábiles’), considerados como una tríada de “artistas”, notemes que, en las reglas establecidas por la tradición hindú para la construcción de un edificio, se encuentran en cierto modo los correspondientes de esos personajes en el arquitecto (sthápati) y sus tres compañeros o asistentes, el agrimensor (sûtragrâhi), el constructor (várdhakî) y el carpintero de obra (tákshaka); podrían también encontrarse los equivalentes de este ternario en la masonería, donde, ademas, en un aspecto “inverso”, se convierte en el de los “malos compañeros” que matan a Hiram). 7044 SFCS EL SIMBOLISMO DE LA CÚPULA
Otro ejemplo notable, desde el punto de vista del simbolismo de los “encuadres”, está dado por ciertos caracteres chinos que se referían primitivamente a ritos de fijación o estabilización (Estos ritos corresponden evidentemente a un caso particular de lo que en el lenguaje hermético se designa como “coagulación” (ver La Grande Triade, cap. VI)) consistentes en trazar círculos concéntricos o una espiral en torno de los objetos; el carácter heng, que designa tal rito, estaba formado en la escritura antigua por una espiral o dos círculos concéntricos entre dos rectas. En todo el mundo antiguo, las nuevas fundaciones, ya se tratara de campamentos, de ciudades o de aldeas, eran “estabilizadas” trazando espirales o círculos en torno de ellas (A. Waley, “The Book of Changes” en Bulletin of the Museum of Far Eastern Antiquities, n 5, Estocolmo, 1934), y agregaremos que en ello puede verse también la identidad real de los “encuadres” con los laberintos. Con respecto al carácter chie (Escrito chieh4 en el sistema Wade; en otros sistemas, kie, o, raramente, kiái; jiè en la romanización actualmente en uso en China continental. El ideograma se compone de dos trazos verticales coronados por un ángulo en forma de alero. (N. del T)), que los comentaristas recientes traducen simplemente por ‘grande’, el citado autor dice que denota la magia que asegura la integridad de los espacios “encuadrándolos” de signos protectores; tal es la finalidad de los dibujos de bordados en las antiguas obras de arte. Un chie-fu es una bendición que ha sido directa o simbólicamente “encuadrada” o “enmarcada” de ese modo; también una plaga puede ser “encuadrada” para impedir que se difunda. Tampoco aquí se trata explícitamente sino de “magia”, o de lo que se supone tal; pero la idea de “fijación” o “estabilización” muestra con harta claridad lo que hay en el fondo: se trata de la función, que tiene esencialmente el “marco” o “encuadre”, según lo hemos dicho antes, de reunir y mantener en su sitio los diversos elementos rodeados por él. Por otra parte, en Lao-tsë hay pasajes donde figuran esos caracteres y que son muy significativos a este respecto: “Cuando se hace de modo de encuadrar (o circunscribir, ying, carácter que evoca una idea similar a la de heng) los siete espíritus animales y de abarcar la UNIDAD, se puede ser cerrado, concluso e incorruptible” (Tao-te Kíng, cap. X, traducción inédita de Jacques Lionnet. (Texto levemente diferente en la edición publicada en 1962). (Para éste como para el pasaje siguiente de Lao-tsë, se tendrá en cuenta que, por razones en parte filológicas, las traducciones existentes del Tao-te King divergen, de un modo a menudo muy extremo. (N. del T))); y en otro lugar: “Gracias a un conocimiento convenientemente encuadrado (chie), marchamos a pie llano por la gran Vía” (Ibid., cap, LIII, misma traducción (y misma nota acerca de la edición de 1962)). En el primero de estos dos pasajes, se trata evidentemente de establecer o mantener el orden normal de los diversos elementos constitutivos del ser para unificarlo; en el segundo, un “conocimiento bien encuadrado” es propiamente un conocimiento en que cada cosa está puesta exactamente en el lugar que le conviene. Por lo demás, la significación cósmica del “marco” o “encuadre” no ha desaparecido en modo alguno en tal caso: en efecto, el ser humano, según todas las concepciones tradicionales, ¿no es el “microcosmo”, y el conocimiento no debe también comprender en cierto modo el cosmos en su totalidad? 7271 SFCS ENCUADRES Y LABERINTOS
Con motivo del simbolismo de la letra hebrea yod figurada en el interior del corazón (Cf. “L’Oeil qui voit tout” (aquí, cap. LXXII: “El Ojo que lo ve todo”)), hemos señalado que, en el corazón irradiante del mármol astronómico de Saint-Denis d’Orques ( (Ver comienzo del cap. LXIX)), la herida tiene la forma de un yod, y esta semejanza es demasiado notable y significativa para no ser intencional; por otra parte, en una estampa diseñada y grabada por Callot para una tesis defendida en 1625, se ve que el corazón de Cristo contiene tres yod. Esta letra, la primera del nombre tetragramático y aquella a partir de la cual se forman todas las demás letras del alfabeto hebreo, ya esté sola para representar la UNIDAD divina (Cf. La Grande Triade, PP. 169-l71), ya esté repetida tres veces con significación “trinitaria” (Esta significación existe ciertamente por lo menos cuando la figuración de los tres yod se debe a autores cristianos, como en el caso de la estampa que acabamos de mencionar; de modo más general (pues no ha de olvidarse que los tres yod se encuentran también como forma abreviada del tetragrama en la tradición judía misma), esa figuración está vinculada con el simbolismo universal del triángulo, cuya relación con el corazón, por otra parte, hemos señalado también) es siempre esencialmente la imagen del Principio. El yod en el corazón es, pues, el Principio residente en el centro, ya sea, desde el punto de vista “macrocósmico”, en el “Centro del Mundo” que es el “Santo Palacio” de la Cábala (Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. IV), ya sea, desde el punto de vista “microcósmico” y virtualmente por lo menos, en el centro de todo ser, centro simbolizado siempre por el corazón en las diferentes doctrinas tradicionales (Cf. L’homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. III) y que constituye el punto más interior, el punto de contacto con lo Divino. Según la Cábala, la Shejináh o “Presencia divina”, que se identifica con la “Luz del Mesías” (Cf. Le Roi du Monde, cap. III), habita (shaján) a la vez en el tabernáculo, llamado por eso mishkán, y en el corazón de los fieles (Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. VII. La residencia de es-Sakinah en el corazón de los fieles es afirmada igualmente por la tradición islámica); y existe estrechísima relación entre esta doctrina y el significado del nombre Emmanuel, aplicado al Mesías e interpretado como “Dios en nosotros”. Pero hay también a este respecto muchas otras consideraciones que desarrollar, partiendo sobre todo de que el yod, a la vez que el sentido de “principio”, tiene también el de “germen”: el yod en el corazón es, pues, en cierto modo, el germen envuelto en el fruto; hay en esto la indicación de una identidad, por lo menos en cierto respecto, entre el simbolismo del corazón y el del “Huevo del Mundo”, y puede comprenderse así que el nombre de “germen” se aplique al Mesías en diversos pasajes de la Biblia (Isaías, IV, 2; Jeremías, XXIII, 5; Zacarías, III, 8, y VI, 12. Cf. Aperçus sur l’Initiation, caps. XLVII y XLVIII, y también nuestro estudio, ya citado, sobre “L’Oeil qui voit tout” (aquí, cap, LXXII: “El Ojo que lo ve todo”)). Sobre todo debe retener aquí nuestra atención la idea del germen en el corazón; y lo merece tanto más cuanto que está directamente relacionada con la significación profunda de una de las más célebres parábolas evangélicas, la del grano de mostaza. 7349 SFCS EL GRANO DE MOSTAZA