Más arriba hemos dicho que Cristo, en su calidad de Encarnación divina y conforme a la esencia universal de su enseñanza, hablaba siempre de modo absoluto, es decir, identificando simbólicamente ciertos hechos a los principios que ellos traducen, y sin situarse nunca en el punto de vista de aquél para quien los hechos presentan un interés en sí mismos (NA: En el lenguaje de Cristo, la destrucción de Jerusalén se identifica simbólicamente con el Juicio Final, lo que es muy característico de la forma de ver sintética y, podríamos decir, «esencial» o «absoluta» del Hombre-Dios. La misma observación vale para sus profecías sobre la venida del Espíritu Santo: ellas engloban simultáneamente – pero no ininteligiblemente – todos los modos de la manifestación paraclética, y especialmente la del profeta Mahoma, que fue la personificación misma del Paráclito o su manifestación cíclica; por otra parte, el Corán es considerado un «descendimiento» (NA: tanzîl), como la aparición del Espíritu Santo en Pentecostés. Podríamos aún hacer notar que si la segunda venida de Cristo al final de nuestro ciclo tendrá para los hombres un alcance universal, en el sentido de que no concernirá ya a «una humanidad», en la acepción tradicional ordinaria de esta palabra, sino al género humano entero, el Paráclito, en su gran aparición, debe manifestar esta universalidad por anticipación, al menos por lo que se refiere al mundo cristiano, y es por esto por lo que la manifestación cíclica del Paráclito, o su «personificación» mahometana, debe aparecer fuera de la Cristiandad y quebrar así una cierta limitación particularista.); actitud que se puede ilustrar con el siguiente ejemplo: cuando se habla del sol, ¿quién pensaría que el artículo determinado colocado delante de la palabra «sol» implica la negación de otros soles en el espacio? Lo que permite hablar del sol, sin especificar que se trata de un sol entre otros muchos, es precisamente el hecho de que, para nuestro mundo, nuestro sol es efectivamente «el sol», y es a este título, y no en tanto en cuanto es un sol entre otros, como refleja la Unicidad divina. Ahora bien, la razón suficiente de una Encarnación divina es el carácter de unicidad que la Encarnación tiene de Lo que ella encarna, y no el carácter de hecho que ella tiene necesariamente de la manifestación (NA: Esto es lo que Cristo expresó al decir que «sólo Dios es bueno»; el término «bueno», al implicar aquí todo sentido positivo posible, o sea, toda Cualidad divina, se debe igualmente comprender como que sólo Dios es único», lo que equivale a la afirmación doctrinal del Islam: «No hay divinidad (NA: o realidad) si no es la (NA: única) Divinidad (NA: o Realidad).» A quien quisiera contestar la legitimidad de una tal interpretación de las Escrituras, responderemos con el maestro Eckhart que «el Espíritu Santo enseña toda verdad; es cierto que hay un sentido literal que el autor tenía a la vista, pero como Dios es el autor de la Sagrada Escritura, todo sentido verdadero es, al mismo tiempo, sentido literal; porque todo lo que es verdadero proviene de la Verdad misma, está contenido en ella, deriva de ella y es querido por ella». Citemos igualmente este pasaje de Dante referente al mismo tema: «Las Escrituras pueden ser comprendidas y deben ser expuestas según cuatro sentidos. El uno es llamado literal… El cuarto es llamado anagógico, es decir, que sobrepasa el sentido (NA: sovrasenso); esto es lo que tiene lugar cuando se expone espiritualmente una Escritura que, siendo verdad en sentido literal, significa además las cosas superiores de la Gloria eterna, como se puede ver en el Salmo del Profeta en el que dice que cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, la Judea se hizo santa y libre. Aunque sea manifiestamente verdad que ocurrió así según la letra, lo que se entiende espiritualmente no es menos cierto, a saber: que cuando el alma sale del PECADO, se vuelve santa y libre en su poder.» (NA: Convivio II,1.)). 139 UTR: II
Un ejemplo análogo es el de David, a quien el Corán reconoce, asimismo, la cualidad de Profeta, y a quien los Cristianos reconocen como uno de los más grandes santos de la Antigua Alianza; nos parece evidente que un santo no pueda cometer PECADOs – no decimos llevar a cabo las acciones – que se le reprochan a David. Lo que hay que comprender es que la transgresión que la Biblia, conforme a su punto de vista legal, atribuye al santo rey, no aparece como tal más que en razón de la perspectiva esencialmente moral, luego exotérica, que predomina en este Libro sagrado – lo que explica, por otra parte, la actitud paulina, o más bien la del Cristianismo en general, hacia el Judaísmo, siendo como es el punto de vista del Cristianismo eminentemente «interior»- , mientras que la impecancia de los Profetas, afirmada, entre otros lugares, en el Corán, es, por el contrario, una realidad más profunda que la que el punto de vista moral permite alcanzar. Esotéricamente, la voluntad de David de desposar a Betsabé no podía constituir una transgresión, porque la calidad de Profeta no se manifiesta más que en hombres libres de pasiones, cualesquiera que puedan ser las apariencias en ciertos casos; lo que es preciso discernir ante todo en la relación entre David y Betsabé es una afinidad o un complementarismo cósmico y providencial, cuyo fruto y justificación fue Salomón, el que «Yahvé amó» (NA: 2 Sam., 12,24). El advenimiento de este segundo Rey-Profeta fue como una confirmación divina y una bendición de la unión de David con Betsabé; y es evidente que Dios no puede sancionar ni recompensar un PECADO. Según Mohidín ibn Arabí, Salomón significó para David algo más que una recompensa: «Salomón fue el don de Alá a David, conforme a las palabras divinas: E hicimos a David el don de Salomón (NA: Corán, azora cad, 30). Ahora bien, se recibe un don como regalo, no como recompensa de un mérito; por esto Salomón es la gracia superabundante, y la prueba patente, y el golpe que abate» (NA: Fuçûç el-hikam, Kalimah sulaymâniyah). Pero consideremos ahora el relato en lo concerniente a Urías el jeteo: tampoco aquí debe ser juzgada la forma de actuar de David desde el punto de vista moral, porque, sin hablar siquiera de que la muerte heroica frente al enemigo no es precisamente perjudicial para los fines últimos de un guerrero ni de que, cuando se trata de una guerra santa como la de los israelitas, semejante muerte tiene inclusive un carácter sacrificial inmediato, el móvil de esta manera de actuar no podía ser más que una intuición profética; sin embargo, la elección de Betsabé y el envío de Urías a la muerte, aunque cosmológica y providencialmente justificadas, no chocan menos con la ley exotérica, y David, aún beneficiándose, por el nacimiento de Salomón, de lo que su actuación tenía de intrínsecamente legítimo, hubo de soportar las consecuencias de ese choque; pero precisamente este choque encuentra su eco en los Salmos, Libro sagrado como palabra divina que es – y la existencia de este libro prueba por lo demás que David era profeta -, y que aún muestra que las acciones de David, si bien comportan un aspecto negativo en una dimensión exterior, no constituyen, sin embargo, PECADOs en sí mismas; se podría inclusive decir que Dios las inspiró en vista de la Revelación de los Salmos que habían de cantar, con un canto divino e inmortal, no sólo los sufrimientos y la alegría en busca de Dios, sino también los sufrimientos y la gloria del Mesías. La forma de actuar de David, con toda evidencia, no ha sido en todos los aspectos contraria al Querer divino, porque Dios no «perdonó» solamente a David – por emplear el término un tanto antropomórfico de la Biblia – sino que ni siquiera le quitó previamente a Betsabé, que fue, sin embargo, la causa y el objeto del PECADO; y más aún: Dios no sólo no despojó a David de esta mujer, sino que inclusive confirmó su unión haciéndole el don de Salomón; y si es verdad que, en David tanto como en Salomón, la irregularidad exterior, es decir, simplemente extrínseca, de ciertas acciones provoca un retroceso, hay que reconocer que éste se limita estrictamente al ámbito de los hechos terrestres. Estos dos aspectos, exterior o negativo el uno e interior o positivo el otro, de la historia de la mujer de Urías se manifiestan todavía respectivamente por dos hechos, a saber, en primer lugar, la muerte del primogénito de esta mujer y después la vida, grandeza y gloria de su segundo hijo, al que «Yahvé amó». 183 UTR: III
Podría, sin embargo, preguntarse qué consecuencias entraña para el iniciado una tal concepción «no moral» – no decimos «inmoral»- del «mal»; a esto responderemos que el PECADO se encuentra reemplazado, en la conciencia del iniciado y, por consiguiente, en su vida, por la disipación, es decir, por todo lo que es contrario a la concentración espiritual o, digamos, a la unidad. Huelga decir que aquí se trata ante todo de una diferencia de principio y también de método, y que esta diferencia no interviene de la misma manera en todos los individuos; por otra parte, lo que moralmente es PECADO es casi siempre disipación desde el punto de vista iniciático. Esta concentración – o tendencia a la unidad (NA: tawhîd)- se convierte en el Islam exotérico en la fe en la Unidad de Dios; la más grande transgresión consiste en asociar otras divinidades a Alá, lo que, en el iniciado (NA: el faqîr), tendrá un alcance universal en el sentido de que toda afirmación puramente individual será tachada de este aspecto de falsa divinidad; y si el más grande mérito, desde el punto de vista religioso, es la profesión sincera de la Unidad divina, el faqîr la realizará según un modo espiritual, es decir, conforme a un sentido que abarca todos los órdenes del universo, y esto será precisamente por la concentración de todo su ser sobre la sola Realidad divina. A fin de hacer más clara esta analogía entre el PECADO y la disipación, diremos que, por ejemplo, la lectura de un buen libro no será jamás considerada por el exoterismo como un acto reprensible, pero podrá serlo incidentalmente por el esoterismo, y esto en el caso de que constituya una distracción o en la medida en que este aspecto de distracción prevalecerá sobre el aspecto de utilidad; inversamente, una cosa que será casi siempre considerada como una tentación por la moral religiosa, o sea, como una vía hacia el PECADO y, por consiguiente, como el punto de partida de éste, podrá algunas veces representar en el esoterismo un papel completamente opuesto, en la medida en que esta cosa sea, no una disipación, «PECADOra» o no, sino por el contrario un factor de concentración en virtud de la inteligibilidad inmediata de su simbolismo. Hay inclusive casos, por ejemplo, en el tantrismo o en ciertos cultos de la antigüedad, en que hechos que en sí mismos serían PECADO, no solamente según una determinada moral religiosa, sino también según la legislación de la civilización en el seno de la cual ellos se producen, sirven de soporte de intelección, lo que presupone un fuerte predominio del elemento contemplativo sobre el elemento pasional; ahora bien, una moral religiosa no está hecha a la atención solamente de los contemplativos, sino a la de todos los hombres. 191 UTR: III
Hay un hadîth que muestra la compatibilidad entre el punto de vista espiritual afirmado por Cristo y el punto de vista social que es el de la Ley mosaica: se lleva al primer ladrón de la comunidad musulmana delante del Profeta para que le fuese cortada la mano según la Ley coránica; pero el Profeta palidece. Le preguntan: «¿Tienes algo que objetar?» El respondió: «¡Cómo no iba a tener nada que objetar! ¿Debo ayudar a Satán en la enemistad contra mis hermanos? Si vosotros queréis que Dios os perdone vuestro PECADO y lo disculpe, también vosotros debéis disculpar el PECADO de las gentes. Porque una vez que el PECADOr ha sido llevado ante el monarca, el castigo debe ser cumplido.»), y no tiene sentido más que a título de actitud espiritual; sólo el hombre espiritual se sitúa resueltamente más allá del encadenamiento lógico de las relaciones individuales, porque para ello la participación en la corriente de estas reacciones equivale a una decadencia, al menos cuando esta participación compromete la parte central o alma del individuo, y no cuando ella sigue siendo el acto exterior e impersonal de justicia que la Ley mosaica tenía a la vista; pero precisamente al no ser ya comprendido este carácter impersonal de la ley del talión, y ser reemplazado por las pasiones, Cristo debía expresar una verdad espiritual que, no queriendo condenar más que la pretensión, parecía condenar la Ley misma. Lo que acabamos de decir aparece bien visiblemente en la respuesta de Cristo a los que querían lapidar a la mujer adúltera, quienes, en lugar de actuar impersonalmente en nombre de la Ley, querían actuar personalmente en nombre de su hipocresía; Cristo no se situaba, pues, en el punto de vista de la Ley, sino en el de las realidades interiores, suprasociales, espirituales; y éste fue también su punto de vista respecto al divorcio. Lo que, en la enseñanza de Cristo, pone quizá más claramente en evidencia el carácter puramente espiritual, luego suprasocial y extramoral, de la doctrina crística, son las siguientes palabras: «Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y aun su propia vida, no puede ser mi discípulo» (NA: Lc. 14, 26); es de toda evidencia imposible oponer tal enseñanza a la Ley mosaica. 437 UTR: VIII
Es lógico que quienes reivindican exclusivamente la Revelación y no la Intelección tengan tendencia a desacreditar la inteligencia, de ahí la noción de «orgullo intelectual». Llevan razón si se trata de «nuestra» inteligencia «por sí sola», pero no si se trata de la inteligencia en sí e inspirada por el Intelecto, a fin de cuentas divino. Porque el PECADO de los filósofos consiste, no en fiarse de la inteligencia como tal, sino en fiarse de la inteligencia de ellos, y en no fiarse, por consiguiente, más que de la inteligencia desgajada de sus raíces sobrenaturales. 509 UTR: IX
y el PECADO: el error de que el Absoluto no es, o de que es relativo, o de que hay dos Absolutos, o de que lo relativo es absoluto; el PECADO sitúa estos errores en el plano de la voluntad o de la acción. (1) 554 FSCI 1
La transparencia metafísica de las cosas y la contemplatividad que responde a ella hacen que la sexualidad, en su marco de legitimidad tradicional -es decir, de equilibrio psicológico y social-, pueda revestir un carácter meritorio, lo que, por lo demás, la existencia de dicho marco muestra de antemano; en otros términos, no sólo cuenta el goce -aparte la preocupación por la conservación de la especie-, existe también su contenido cualitativo, su simbolismo a la vez objetivo y vivido. La base de la moral musulmana es siempre la realidad biológica y no un idealismo contrario a las posibilidades colectivas y a los derechos innegables de las leyes naturales. Pero esta realidad, aun constituyendo el fundamento de nuestra vida animal y colectiva, no tiene nada de absoluta, pues somos criaturas semicelestiales; siempre puede ser neutralizada en el plano de nuestra libertad personal, pero no abolida en el de nuestra existencia social. (22) Lo que hemos dicho de la sexualidad se aplica analógicamente -sólo desde el punto de vista del mérito- al alimento: como en todas las religiones, en el Islam comer demasiado es un PECADO, pero comer con mesura y con gratitud hacia Allah, no sólo no es un PECADO, sino que incluso es un acto positivamente meritorio. Sin embargo, la analogía no es total, pues el Profeta «amaba las mujeres», no «la comida». El amor a la mujer está aquí en relación con la nobleza y la generosidad, sin hablar de su simbolismo puramente contemplativo, que va mucho más lejos. 608 FSCI 1
Lo que hemos dicho de las sanciones divinas y de su raíz en la naturaleza humana o en el estado de desequilibrio de ésta, se aplica igualmente, desde el punto de vista de las causas profundas, a las calamidades de este mundo y a la muerte: tanto ésta como aquéllas se explican por la necesidad de un efecto de rechazo después de una ruptura de equilibrio. (78) La causa de la muerte es el desequilibrio que ha provocado nuestra caída y la pérdida del Paraíso, y las pruebas de la vida provienen, por vía de consecuencia, del desequilibrio de nuestra naturaleza personal; en el caso de las más graves sanciones de ultratumba, el desequilibrio está en nuestra esencia misma y llega hasta una inversión de nuestra deiformidad. El hombre «arde» porque no quiere ser lo que es -porque es libre de no querer serlo-; ahora bien, «toda casa dividida contra sí misma perecerá». De ello resulta que toda sanción divina es la inversión de una inversión; y como el PECADO es inversión con relación al equilibiro primordial, se puede hablar de «ofensas» hechas a Dios, aunque no haya en ello, con toda evidencia, ningún sentido psicológico posible, a pesar del inevitable antropomorfismo de las concepciones exotéricas. El Corán describe, con la elocuencia ardiente que caracteriza a las últimas suras, la disolución final del mundo. Pues bien, todo esto se deja transponer al microcosmo, en el que la muerte aparece como el fin del mundo y un juicio, es decir, como una absorción del exterior por el interior en dirección al Centro. Cuando la cosmología hindú enseña que las almas de los difuntos van en primer lugar a la Luna, sugiere indirectamente, y al margen de otras analogías mucho más importantes, la experiencia de inconmensurable soledad -las «ansias de la muerte»- por la que pasa el alma al salir «a contrapelo» de la matriz protectora que era para ella el mundo terrestre; la luna material es como el símbolo del absoluto extrañamiento, de la soledad nocturna y sepulcral, del frío de eternidad; (79) y este terrible aislamiento post mortem es el que marca el choque de rechazo en relación, no con determinados PECADOs, sino con la existencia formal. (80) Nuestra existencia pura y simple es como una prefiguración todavía inocente -pero sin embargo generadora de miserias- de toda transgresión; al menos lo es en cuanto «salida» demiúrgico fuera del Principio, y no en cuanto «manifestación» positiva de éste. Si la Philosophia Perennis puede combinar la verdad del dualismo mazdeo-gnóstico con la del monismo semítico, los exoteristas, por su parte, están obligados a elegir entre una concepción metafísicamente adecuada, pero moralmente contradictoria, y una concepción moralmente satisfactoria, pero metafísicamente fragnientaria. (81) 998 FSCI 2
58. «Y dijeron: El fuego no nos tocará más que un número determinado de días. Diles: ¿Quizá habéis hecho un pacto con Dios -y entonces Dios no lo romperá- o bien decís de Dios lo que no sabéis? ¡No! Quienes hayan hecho el mal y estén rodeados por su PECADO serán huéspedes del fuego, y permanecerán en él» (khâlidûn) (Corán, 11, 80-81). Todo el énfasis se pone aquí en la proposición: « … y estén rodeados por su PECADO» (wa-ahâtat bihi khati’atuhu), la cual indica el carácter esencial, y por tanto «mortal», de la transgresión. Este pasaje responde a hombres que creían, no que el infierno como tal es metafísicamente limitado, sino que la duración del castigo era igual a la del PECADO. 1062 FSCI 2
En virtud del ihsân, el imân se convierte en gnosis o “participación” en la Inteligencia divina, y el islâm en «extinción» en el Ser divino; como la participación en lo Divino es un misterio, nadie tiene derecho a proclamarse mu’min (“creyente”, que posee el imân), pero uno puede perfectamente llamarse muslim («sometido», que se conforma al islâm); el imân es un secreto entre el servidor y el Señor, como el ihsân que determina su grado (maqâm) o su “secreto” (sirr), su inefable realidad. En la fe unitaria -de consecuencias totales- como en el amor total a Allâh, se trata de escapar de la multiplicidad dispersante y mortal de todo lo que, siendo “otro que Él”, no es; hay que escapar del PECADO porque éste implica un amor prácticamente “total” por la criatura o lo creado, y por consiguiente, desviado de Allâh y dilapidado por lo que está por debajo de nuestra personalidad inmortal. Hay en esto un criterio que muestra claramente el sentido de las religiones y de las sabidurías: es la “concentración” en función de la verdad y con miras al redescubrimiento, más allá de la muerte y de este mundo de muerte, de todo lo que hemos amado en este mundo; pero todo esto está escondido para nosotros en un punto geométrico que se nos aparece al principio como un total empobrecimiento, y que lo es en cierto sentido relativo y en relación con nuestro mundo de riqueza engañosa, de segmentación estéril en mil facetas o mil reflejos. El mundo es un movimiento que lleva ya en sí mismo el principio de su agotamiento, un despliegue que manifiesta por todas partes los estigmas de su estrechez, y en el que la Vida y el Espíritu se han extraviado, no por un azar absurdo, sino porque este encuentro entre la Existencia inerte y la Conciencia viva es una posibilidad, luego algo que no puede dejar de ser, y que es establecido por la infinitud misma del Absoluto. 1370 FSCI 4
(9) El individualismo y el sentimentalismo de cierta mística pasional son hechos innegables, sean cuales sean las virtualidades espirituales del marco general; en este género de mística la inteligencia no tiene ninguna función operativa, a pesar de las posibilidades de su naturaleza profunda; la ausencia de discernimiento metafísico trae aparejada la ausencia de concentración ME-tódica, siendo ésta el complemento normal de aquélla. Para la gnosis, la inte-ligencia no es una parte, es un centro y es el punto de partida de una conscien-cia que engloba a todo nuestro ser. Muy característico de la atmósfera mental del Occidente tradicional, pero en absoluto comprometedora para la verda-dera intelectualidad, es la asociación de ideas que se hace entre la inteli-gencia y el orgullo, y también entre la belleza y el PECADO, lo cual explica muchas reacciones mortíferas, empezando por el Renacimiento. 1395 FSCI 4
Nos queda por considerar ahora el caso del hombre «sin casta»; sigue siendo el tipo natural, la tendencia fundamental, lo que tenemos presente aquí, y no exclusivamente las categorías de hecho del sistema hindú. Hemos visto que el shûdra caracterizado se opone por su falta de interés real por aquello que rebasa su vida corporal y por la falta de aptitudes constructivas que de ello resulta, al grupo de las tres castas superiores; de una manera análoga, el hombre «fuera de casta», por su carácter caótico, se opone a los hombres de carácter homogéneo. El «intocable» tiene tendencia a realizar las posibilidades psicológicas excluidas por los demás hombres, de dónde su tendencia a la transgresión; encuentra su satisfacción en aquello que rechazan los demás. Según la concepción hindú, el más bajo de los «intocables» – el chandâla – nace de un shûdra y una brâhmani; la idea fundamental aquí es que el máximo de «impureza» – es decir, de disonancia psicológica debida a incompatibilidades congénitas – se obtiene por un máximo de distancia entre las castas de los padres; el hijo de padres shûdras es «puro» gracias a la homogeneidad mental de éstos, pero el hijo de la mezcla de un shûdra y una mujer noble es «impuro» en la medida misma en que la casta de la mujer es superior a la del marido. Por lo demás, tanto en los países cristianos como en todas partes o casi, el hijo ilegítimo, «fruto de PECADO», es prácticamente considerado como «impuro»; desde el punto de vista hindú, centrado en una especie de pureza orgánica, ese PECADO inicial es hereditario como lo es entre nosotros la nobleza adquirida por hechos de armas (NT: «Noblesse d’epée» en francés.), o como el «PECADO original» (NA: «La mezcla ilícita de las castas, los matrimonios contrarios a las reglas, y la omisión de los ritos prescritos, son el origen de las clases impuras.) (NA: Mânava-Dharma-Shâstra, X, 24). Según Shrî Ramakrishna, «las reglas de casta se borran por sí solas para el hombre que ha llegado a la perfección y ha realizado la unidad de todo, pero en tanto que esta experiencia sublime no ha sido obtenida, nadie puede evitar un sentimiento de superioridad para con los unos y de inferioridad para con los otros; y todos han de observar las distinciones de castas. Si, en este estado de ignorancia, un hombre finge la perfección pisoteando las distinciones de casta y viviendo sin freno, se asemeja ciertamente al fruto verde que han hecho madurar artificialmente… Los que invocan el Nombre de Dios se vuelven santos. Krishna Kishor era un santo hombre de Aniadaha. Un día se fue a Vrindâvan en peregrinación. Durante el viaje tuvo sed, y viendo a un hombre cerca de un pozo, le pidió que sacara un poco de agua. El hombre se disculpó, diciendo que era de muy baja casta, zapatero, e indigno de ofrecer agua a un brahmán. Krishna Kishor le dijo entonces: “¡Purificaos pronunciando el Nombre de Dios! Decid: ¡Shiva!” El hombre obedeció; a continuación le dio a beber agua y ese brahmán ortodoxo la bebió. ¡Cuán grande era su fe!… Chaitanya y Nityânanda transmitían el Nombre de Hari (NA: la iniciación para la invocación ritual, yâpa yoga) a todos, incluso el paria, y a todos abrazaban. Un brahmán sin ese amor ya no es un brahmán; un paria con ese amor ya no es un paria. Por la bhakti un intocable se vuelve puro y elevado.» (NA: L’Enseignement de Râmakrishna, versión francesa publicada por Jean Herbert). Hay en ello un ejemplo de la virtud particular de la bhakti, de que hemos hablado en nuestro libro De la Unidad transcendente de las Religiones. Si se tiene en cuenta la inadecuación inevitable entre el principio de casta y su cristalización social, se comprenderá sin trabajo que un individuo brahmán pueda ser intrínsecamente hereje – como Dayânada Saraswatî o Râm Mohun Roy – y que un paria pueda ser santo por el Conocimiento, como Tiruvalluvar, que es venerado por los brahmanes como un avatâra de Shiva; la inferioridad puede darse en el marco de la superioridad, e inversamente.). De todas formas, el paria, sean cuales fueren su origen étnico y su ambiente cultural, constituye un tipo definido que vive normalmente al margen de la sociedad y agota las posibilidades con las que ningún otro quiere tomar contacto; fácilmente tiene algo de ambiguo, de descentrado, a veces simiesco y proteico cuando tiene dotes, que le hace capaz «de todo y nada», si puede decirse; se lo suele ver deshollinador, saltimbanqui, comediante, verdugo, sin hablar de ocupaciones ilícitas; en una palabra, tiene tendencia, sea a ejercer actividades fuera de lo normal o siniestras, sea simplemente a desdeñar reglas establecidas, en lo cual se asemeja a ciertos santos, pero por analogía inversa, por supuesto. Por lo que se refiere a los oficios «impuros» o «despreciables», se podría encontrar hipócrita el dejar a ciertos hombres actividades que no se quieren para uno mismo y de las que sin embargo se tiene necesidad, pero no hay que olvidar que la sociedad tiene el derecho de protegerse contra tendencias que podrían perjudicarla, y de neutralizarlas utilizándolas a través de hombres que en cierto modo las encarnan; la sociedad – en cuanto «totalidad» – tiene derechos «divinos» que el individuo – como tal y en cuanto «parte» – no tiene, e inversamente, según los casos. El individuo puede no condenar; la sociedad está obligada a hacerlo. 1746 FSCR: EL SENTIDO DE LAS CASTAS
Hemos dicho que el sistema de las castas reside en la naturaleza de las cosas, es decir, en ciertas propiedades naturales del género humano y es una aplicación tradicional de éstas (NA: Gandhi hizo notar que «el sistema de las castas es… inherente a la naturaleza humana, y el hinduismo simplemente ha hecho de él una ciencia». (NA: Young India, 1921.)); ahora bien, como sucede siempre en semejante caso, el sistema tradicional «crea» – o contribuye a crear – aquello de lo que él es aplicación: el sistema hindú resulta de las diferencias intelectuales o espirituales, y al mismo tiempo crea tipos tanto más definidos; sea eso ventaja o desventaja, o ambas cosas a la vez, el hecho existe, y es inevitable. Y lo mismo ocurre con la ausencia tradicional real de las castas: esta perspectiva, no sólo deriva de la indiferenciación real de los hombres, sino que la realiza también, esto es, elimina en cierto modo lo que, en la perspectiva opuesta, origina el sistema de castas. En el Islam, en el que no hay casta sacerdotal – ni hereditaria ni vocacional -, todo hombre tiene algo de sacerdote y ninguno es completamente «laico», o siquiera «villano»; para citar otro ejemplo, diremos que si todo musulmán es «un poco sacerdote», todo piel roja es «un poco profeta», al menos en ciertas condiciones determinadas y en razón de la estructura particular de esa tradición, que reparte el profetismo entre toda la colectividad, sin abolir por ello la función profética propiamente dicha. Si se quisiera reprochar al hinduismo el «crear» el paria, exactamente igual se podría reprochar al Occidente el «crear» el PECADO, puesto que el concepto, aquí como en otra parte, contribuye a realizar la cosa, en virtud de una concomitancia inevitable de toda cristalización formal. 1756 FSCR: EL SENTIDO DE LAS CASTAS
La igualdad – o más bien la indiferenciación – realizada por el budismo, el Islam y otras tradiciones, se refiere al polo «existencia» más bien que al polo «inteligencia»; la existencia, el ser de las cosas, neutraliza y une, mientras que la inteligencia discierne y separa. En cambio, la existencia, por su naturaleza (NA: ex-sistere, ex-stare) ha «salido» fuera de la Unidad, es, pues, el plano de la separación, mientras que la inteligencia, siendo Unidad por su naturaleza intrínseca, es el rayo que conduce al Principio; tanto la existencia como la inteligencia unen y dividen, pero cada una en un aspecto distinto, de modo que la inteligencia divide allí donde la existencia une, e inversamente. Podríamos expresarnos también de la manera siguiente: para el budismo – que no «niega» expresamente las castas, sino que más bien las «desconoce» -, todos los hombres son «uno», primero en el sufrimiento, y, luego, en la vía que libera; para el cristianismo, todos son «uno», primero por el PECADO original, y, luego, por el bautismo, prenda y promesa de la Redención; para el Islam, todos son «uno», primero porque han sido creados de polvo, y, luego, por la fe unitaria; mas para el hinduismo, que parte del Conocimiento y no del hombre, es ante todo el Conocimiento lo que es «uno», y los hombres son diversos por sus grados de participación en el Conocimiento, y también, pues, por sus grados de ignorancia; se podría decir que son «uno» en el Conocimiento, pero éste no es accesible, en su pureza íntegra, más que a una minoría selecta, de donde el exclusivismo de los brahmanes. 1790 FSCR: EL SENTIDO DE LAS CASTAS
Y esto nos permite poner de manifiesto un doble error fundamental sin el que las pretensiones de los supuestos artistas serían inconcebibles, a saber: que una originalidad contraria a las normas colectivas hereditarias sea psicológicamente posible fuera de los casos de alienación mental, y que un hombre pueda producir una verdadera obra de arte que no sea comprendida en grado alguno por numerosos hombres inteligentes y cultivados que pertenecen a la misma civilización, la misma raza y la misma época que el supuesto artista (NA: Es la «singularidad» llevada al máximo, hasta la caricatura. Sabido es que la «singularidad» es un defecto que estigmatiza toda disciplina monástica; su gravedad está en su conexión con el PECADO original.). En realidad, las premisas de tal originalidad o singularidad no existen en el alma humana normal, ni, con mayor razón, en la inteligencia pura; las singularidades modernas, lejos de derivar de algún «misterio» de creación artística, no son más que error filosófico y deformación mental. Cada cual se cree obligado a ser un gran hombre; la novedad es tomada por originalidad, la .introspección mórbida por profundidad, el cinismo por sinceridad, la pretensión por genio, de tal modo que se termina tomando por pintura un esquema de anatomía o una piel de cebra; se hace de la «sinceridad» un criterio absoluto, como si una obra no pudiese ser psicológicamente «sincera» pero espiritualmente falsa o artísticamente nula. El gran error de esos artistas es el ignorar deliberadamente el valor objetivo y cualitativo de las formas y colores y creerse a cubierto en un subjetivismo que estiman interesante e impenetrable, cuando no es más que trivial y ridículo; su error mismo les obliga a recurrir, en el mundo de las formas, a las posibilidades más inferiores, como Satán, que queriendo ser tan «original» como Dios, no tenía más opción que el horror (NA: El arte moderno construye iglesias informes y las traspasa de ventanas asimétricas que parecen provenir de ráfagas de ametralladora, como para descubrir con ello sus verdaderos sentimientos. Por más que se alabe la «audacia» de determinada concepción arquitectural, por ejemplo, no se evitan los significados intrínsecos de las formas, y no se puede impedir que cierta obra entronque, por su lenguaje formal, con el mundo de las larvas y las pesadillas; es espiritismo en hormigón.). De un modo general, el cinismo parece desempeñar un papel importante en cierto moralismo ateo: la virtud no es dominarse y callar, sino dejarse llevar y divulgarlo a los cuatro vientos, cualquier PECADO es bueno con tal que se lo proclame con brutalidad; la lucha silenciosa es «hipocresía», puesto que se oculta algo. En el mismo orden de ideas, se cree «sincero» y «realista» el descubrir cínicamente lo que la naturaleza disimula, como si ésta actuase sin razón suficiente. 1984 FSCR: PRINCIPIOS Y CRITERIOS DEL ARTE UNIVERSAL
Además del reproche de «facilidad», está el de «inmoralidad»: la espiritualidad que valoriza el elemento sexual parece como comprometida de antemano por su aparente búsqueda del «placer», como si el placer pudiese despojar a un símbolo de su valor, y como si la experiencia sensible no se encontrarse supercompensada por la experiencia contemplativa concomitante e interiorizadora; y, por último, como si el desagrado fuese un criterio de valor espiritual. Se reprocha también al quietismo el ser inmoral por el hecho de que admite un estado en que el hombre está más allá del PECADO, idea que se refiere a una santidad – evidentemente incomprendida – en que los actos del hombre son como oro porque su substancia es el oro y todo cuanto toca se convierte en oro; lo que excluye con toda evidencia los actos intrínsecamente malos, sea respecto a Dios, sea respecto al prójimo. De hecho, el quietismo ha sido a menudo ascético, pero por su naturaleza admite sin reticencias la integración espiritual de la sexualidad, por cuanto se encuentra por decirlo así existencialmente en relación con la belleza, luego con el amor, o, más precisamente, con el aspecto contemplativo y apaciguante del amor. Pero este amor es también una muerte (NA: amor = mors) sin lo cual no sería espiritual; «soy negra pero bella» (NA: «El que no ama el vino, la mujer y el canto, será un loco toda su vida» (NA: Wer nicht liebt Wein, Weib und Gesang, der bleibt ein Narr sein Lebelang): esta vieja sentencia alemana podría muy bien tener un origen esotérico que la aproximaría a expresiones análogas de Omar Khayyam y otros. El «vino» es, en efecto, el «Amor», según las tradiciones más diversas: sea la doctrina esotérica en cuanto ella es la embriaguez contemplativa pasajera (NA: hâl) o permanente (NA: maqâm); la «mujer» es la Belleza o la visión atractiva y liberadora de Dios en las formas que lo manifiestan, o que manifiestan su radiante Bondad; el «eterno femenino» representa también esta misma Bondad, en cuanto ella perdona, acoge y unifica, liberándonos de los endurecimientos formales y otros; por último, el «canto» es la oración quintaesencial del corazón, la «alabanza» que hace «fundirse» el corazón y lo reintegra en la Esencia. Es muy poco verosímil – dicho sea de paso – no que Lutero haya pronunciado esta sentencia, como se afirma, sino que sea su autor, porque ella existe también en una forma italiana sin que se pueda indicar su origen, según parece (NA: Chi non ama il vino, la donna e il canto, un pazzo egli sará e mai un santo); en esta forma, la intención esotérica se encuentra incluso reforzada por la alusión a la «santidad»: no será jamás un santo – según el esoterismo – aquel que no ha conocido estas tres cosas (NA: vino, donna y canto). También Omar Ibn El-Fârid en su Khamriyah: «No ha vivido aquí abajo quien haya vivido sin embriaguez»; el hombre «sin inteligencia» es precisamente el «loco» (NA: Narr o pazzo), es decir, el profano o el mundano.). 2250 EPV: I COMPRENDER EL ESOTERISMO
Lo accidental es el sujeto y el objeto contingentes; es la contingencia, pues sólo la Substancia es el Ser necesario. Lo accidental es el mundo que nos rodea y la vida que nos arrastra; es el aspecto, o la fase, del objeto y el punto de vista – o el presente – del sujeto; es nuestra herencia, nuestro carácter, nuestras tendencias, nuestras capacidades, nuestro destino; el hecho de haber nacido con tal forma, en tal lugar, en tal momento y de sufrir tales sensaciones, tales influencias y tales experiencias. Todo esto es lo accidental, y todo esto no es nada, porque lo accidental no es el Ser necesario; los accidentes son limitados por una parte y pasajeros por otra. Y el contenido de todo esto es, en el fondo, la Felicidad; es ella la que nos atrae con mil reverberaciones y bajo mil disfraces; es ella lo que queremos en todas nuestras veleidades sin saberlo. En lo accidental opresivo y dispersante no somos verdaderamente nosotros mismos; no lo somos más que en la prolongación sacramental y liberadora de la Substancia, siendo el verdadero ser de toda criatura, en última instancia, el Sí mismo (NA: Exotéricamente, se dirá que somos infieles a nosotros mismos en el PECADO, lo que es verdad, pero insuficiente; somos infieles también en esos antros de sueño que nos seducen y nos aprisionan, y que para la mayoría de los hombres constituyen la «vida real»; son esos antros los que alimentan el mercado de veneno que es la «cultura» mundana. El sueño terreno es un PECADO indirecto: sin duda, él no excluye la práctica religiosa, pero compromete el amor a Dios; salvo cuando es de tal naturaleza que pueda insertarse en él a título transitorio, gracias a una apertura hacia lo alto que comunique un perfume ya celestial e invite a la superación.). 2258 EPV: I COMPRENDER EL ESOTERISMO
El árbol del centro es simbólicamente idéntico al velo que separa la creación del creador (NA: Según ciertas mitologías y también en antiguas miniaturas cristianas, los dos árboles, el de la vida y el de la muerte, no forman más que uno solo, siendo reconocible su oposición por la diferencia de las ramas o de los frutos. Este simbolismo evoca precisamente el de los dos lados del velo, uno que incluye y otro que excluye.). El PECADO de la primera pareja humana fue haber levantado el velo, y la consecuencia fue su exilio detrás de un nuevo velo más exterior y que les separaba de la intimidad con Dios. De caída en caída, el hombre se va creando nuevos velos separativos; y es así como todo PECADO es para el individuo un velo que le separa de una gracia precedente. Inversamente, todo retorno a Dios opera la caída de un velo y la recuperación de un Paraíso perdido. 2350 EPV: I EL MISTERIO DEL VELO
A fin de cuentas, cuando San Agustín exclama «feliz culpa» al referirse al PECADO de Adán y Eva, indica en suma el carácter necesario de la caída: muchas doctrinas cosmogónicas presentan en efecto la pérdida de la beatitud original como un hecho neutro y como una etapa inevitable en la plena realización del hombre, acentuando por consiguiente sus efectos compensatorios como lo hace el Cristianismo a posteriori. Esto es lo que muestra la unión sexual, imagen clásica de la caída, al menos según la sensibilidad cristiana; el Islam y otras religiones insisten por el contrario en la virtud liberadora y perfeccionadora de la sexualidad, pero sin negar jamás los méritos posibles de la castidad ni su necesidad en ciertos casos. En cualquier caso, todo en el orden natural es más o menos relativo, y le es posible al hombre realizar la alquimia sexual de una manera puramente interior, como también es posible lo inverso; esto es evidente y ya lo hemos dicho explícita o implícitamente. Del mismo modo, no enunciamos nada nuevo recordando que el hombre lleva en sí mismo el Paraíso perdido, que en realidad permanece siempre accesible, no fácilmente, sino bajo condiciones tradicionales y personales rigurosas; intrate per angustam portam. El ángel de la espada flamígera, o el dragón guardián del santuario (NA: La serpiente del Génesis no deja de tener relación con el dragón, pero éste es positivo, como lo muestra el paralelo con el ángel o los querubines. Al ser la perspectiva de la Biblia a priori moral y no iniciática – como lo prueba por otra parte la presentación del caso de Salomón – las palabras de la serpiente tienen un carácter maléfico, mientras que según la perspectiva sapiencial el dragón invita, no al PECADO, sino a la prueba iniciática y a la victoria, advirtiendo al hombre del peligro que corre. Ciertamente, el hombre ha caído en el sufrimiento y en la muerte, pero éste es el precio de una posibilidad superior de perfección, sin lo cual no habría lugar a hablar de una «feliz culpa». Los budistas dirían que no se puede vencer el samsâra más que conociéndolo.), no dará libre paso más que a aquél que, habiendo vencido la caída, no ha sido rozado por el PECADO; a aquél, cuya «bajada a los infiernos» fue de entrada una «feliz culpa», o a aquél que, conociendo así el «santo y seña», posee la llave del Jardín celestial y de la Liberación. 2352 EPV: I EL MISTERIO DEL VELO
El Génesis nos informa que en el centro del Paraíso terrenal estaba el árbol de la Vida, y que otro árbol era el de la ciencia del Bien y del Mal; los frutos de este segundo árbol estaban prohibidos al hombre. El árbol central es el del conocimiento sintético o unitivo: es ver los accidentes, o las contingencias, en la Substancia o en función de ella. El árbol prohibido es el del conocimiento separativo: es ver los accidentes fuera de la Substancia u olvidándola, como si los accidentes fuesen substancias autónomas, lo que conduce prácticamente a la negación de la Substancia una; éste fue el PECADO de la primera pareja humana. Ahora bien, para una perspectiva voluntarista y penitencial, que ve el mal ante todo en la pasión de la carne, es grande la tentación de ver la caída en el acto sexual; en realidad, la causa de la caída no podría estar en una ley positiva de la naturaleza; está únicamente en el hecho de desvincular los bienes naturales de su Fuente divina, de vivirlos fuera de Dios y de atribuirse su gloria y su goce. El PECADO de Adán y Eva fue en el fondo menos una acción exterior determinada que el hecho de situarse fuera del Centro divino: de aislar – en el acto de conocimiento o de voluntad – el sujeto y el objeto, por tanto, de separarlos prácticamente, aunque ilusoriamente, de Dios, que, a fin de cuentas, es el único Sujeto y el único Objeto; al hacer esto, la primera pareja humana cometió necesariamente un acto principal de desobediencia (NA: Según la Theologia Germanica, «el PECADO no es otra cosa que esto: que la criatura se aparta del Bien inmutable y se vuelve hacia el bien cambiante»; Adán cayó «porque reivindicó algo para sí mismo… Si hubiese comido siete manzanas, sin reivindicar nada para sí mismo, no habría caído». La manzana estaba prohibida precisamente porque ella coincidía para Adán con el deseo de un bien «para mí»; es decir, que el «PECADO» cósmico es el principium individuationis.). 2526 EPV: I EL ÁRBOL PRIMORDIAL
Las interpretaciones teológicas del árbol prohibido no siempre son concluyentes: así, reconocer que el primer hombre tenía necesariamente el discernimiento moral y luego pretender que el PECADO original fue la usurpación – reservada a Dios – de la facultad de decidir lo que está bien y lo que está mal, es, por lo menos, contradictorio. Porque si Adán poseía el discernimiento moral, tenía por lo mismo la facultad de aplicarlo, y la expresión «decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal» no tiene ningún sentido, a menos que signifique el deseo de ir contra el discernimiento; pero en este caso hay violación de una facultad humana y no usurpación de un privilegio divino. Además, decir que al decidir lo que está bien y lo que está mal el hombre se pone en el lugar de Dios, equivale a insinuar que el bien y el mal resultan de una decisión divina, es decir, de un veredicto cuyas causas podemos ignorar, y no de cualidades o circunstancias objetivas; ésta es una opinión que nos conduce a ciertas exageraciones de la teología asharita. Con toda evidencia, la evaluación moral, ya sea su alcance extrínseco o intrínseco, circunstancial o esencial (NA: Conviene especialmente distinguir entre las reglas de conducta y las virtudes.), no tiene nada de arbitraria: está mal, bien lo que por su naturaleza o sobre el plano de su manifestación se opone a Dios (NA: Nada puede oponerse absolutamente a Dios puesto que nada que exista se sale de la Posibilidad divina; la oposición aparente no es, por consiguiente, más que simbólica y transitoria, pero no es menos real en el plano de su relatividad, lo que constituye un ejemplo más de lo que a menudo hemos llamado – paradójica pero inevitablemente – lo «relativamente absoluto».), bien lo que de facto es nocivo para el hombre, prevaleciendo siempre el interés superior sobre el interés inferior. A este propósito, recordemos, aunque la cosa sea evidente, que un bien objetivo puede ser subjetivamente un mal para determinado individuo o para determinado género de hombre, y también a la inversa; por razones de oportunidad, la moral codificada y simplificadora admitirá más fácilmente este segundo punto de vista que el primero, en el sentido de que considerará como un «mal» todo bien moral o socialmente inoportuno. 2528 EPV: I EL ÁRBOL PRIMORDIAL
Pero, ¿qué significa en el Génesis la idea de que el conocimiento del Bien y del Mal es un privilegio de Dios? Esto significa que sólo Dios puede querer todo lo que Él quiere, porque sólo Dios es el Soberano Bien y, por este hecho, Él no puede querer más que el bien (NA: Ashari lo comprendió bien, pero lo expresó mal – y lo llevó al absurdo -, al sostener que una injusticia por parte de Dios, si fuese posible, sería justicia.); sólo el absoluto Bien tiene derecho a la absoluta Libertad, sólo Él la posee, lo que equivale a decir que la posee por definición. ¿En qué sentido el PECADO de la primera pareja humana fue una usurpación de un privilegio divino? En el sentido de que esta pareja, al comer el fruto prohibido, actuó como si este fruto fuera el Soberano Bien, a quien toda posibilidad le es ontológicamente permitida; es decir, que Adán y Eva atribuyeron a lo relativo los derechos de lo Absoluto. Positivamente, el árbol de la ciencia del Bien y del Mal es la Omniposibilidad en cuanto Libertad divina; negativa o restrictivamente, es esta Posibilidad en cuanto, desplegándose en la Existencia, es decir, hacia lo bajo, si se quiere, se aleja necesariamente de la Fuente divina. 2534 EPV: I EL ÁRBOL PRIMORDIAL
La pérdida de la Revelación interior, u ojo del Corazón, indica que el Edén fue perdido como consecuencia de un PECADO de exterioridad o de exteriorización, como hemos observado más arriba; porque la pérdida de la Interioridad y de su Paz prueba un movimiento ilegítimo hacia la exterioridad y una caída en la pasión. Eva y Adán cedieron a la tentación de la «curiosidad cósmica», es decir, quisieron saber y gustar fuera de Dios, e independientemente de la Luz interior, las cosas del mundo exterior; en lugar de contentarse con la visión simple, sintética y simbolista de las cosas, se hundieron en una percepción a la vez exploradora y concupiscente, comprometiéndose así en una vía sin fin y sin salida, la cual es por lo demás como el reflejo invertido de la Infinitud interior. Es la vía del exilio, del sufrimiento y de la muerte; todos los errores y todos los PECADOs traen de nuevo las huellas de la primera transgresión y conducen a esta vía renovada sin cesar. El PECADO del espíritu o de la voluntad refleja siempre la primera falta, mientras que la Religión o la Sabiduría refleja y renueva por el contrario el Paraíso perdido, en el seno mismo del mundo de disonancias que surge del fruto prohibido. 2596 EPV: I EL ÁRBOL PRIMORDIAL
Pero el paso de la inocencia primordial al «conocimiento del bien y del mal» y a la experiencia de las posibilidades centrífugas no es presentado siempre como un primer PECADO y una caída: según diversas mitologías, en efecto, el hombre fue destinado a priori a este pleno desarrollo de su personalidad que es la entrada en el mundo de la contingencia oposicional y en movimiento; era preciso que fuese testigo, en nombre de Dios, de las vicisitudes de la exterioridad cósmica (NA: Lo que en la Biblia se presenta como una caída, aparece en otras partes como un simple cambio de estado: para los indios Omaha, «los hombres se encontraban originariamente en el agua; abrieron los ojos pero no veían nada… Al salir del agua, vieron la luz… Estaban desnudos sin sentir vergüenza, pero, después de muchos días, decidieron cubrirse…» (NA: Fletcher y La Flesche: The Omaha Tribe, Lincoln, 1972). El agua indica aquí un estado más sutil, al mismo tiempo que un estado de bienaventurada ignorancia en cuanto al despliegue exterior y centrífugo de las posibilidades de Mâyâ.). 2598 EPV: I EL ÁRBOL PRIMORDIAL
El conocimiento, función de la inteligencia, no puede ser falso; él es o no es; pero la volición, función de la voluntad, puede ser falsa por su objeto, pero, por supuesto, no por su poder. De una manera análoga, la felicidad puede ser falsa por su objeto o por su plano; en este último caso, el objeto puede ser bueno, pero la felicidad comete el error de excluirlo de su contexto divino, lo que constituye un PECADO de idolatría. También la inteligencia puede equivocarse por la falsedad de su contenido, pero en tal caso se equivoca como pensamiento, no como conocimiento; hablar de un falso conocimiento sería tan absurdo como hablar de una visión ciega o de una luz oscura. El error es una ignorancia, luego una privación de conocimiento, aunque siempre haya en el error un elemento subyacente de conocimiento o de verdad, sin el cual no existiría; pero la voluntad hacia el mal sigue siendo una volición, luego una utilización de nuestra libertad, de la misma manera que una felicidad ilusoria sigue siendo una experiencia de bienestar, por consiguiente, una participación ontológica y lejana, eventualmente perversa, en la única Felicidad que es. O también: querer o amar el mal es un mal, pero conocer el mal no es un mal, es incluso un bien, puesto que ello permite localizar el mal y vencerlo. 2728 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA
Esta virtud de sinceridad plantea el problema de la línea de demarcación entre lo que es obligatorio y lo que no lo es. Es aquí donde interviene la distinción, por una parte, entre la verdad absoluta y las verdades relativas y, por otra, entre el bien absoluto y los bienes relativos; ahora bien, se trata de no confundir la verdad relativa con el error ni el bien relativo con el mal; con mayor razón, no podría tratarse de tomar el error o el PECADO por bienes relativos. Lo que hay que comprender es que el hombre sincero o el hombre veraz tiene el derecho de ser humano: tiene derecho por definición a las relatividades intelectuales y morales de las que tiene necesidad para vivir, siempre que estén de acuerdo con lo que él puede y debe aprehender intelectual y moralmente del Absoluto. Por una parte, nada se asemeja al Principio trascendente, y si no existiera más que este aspecto de la verdad total, el hombre tendría que renunciar a todo; pero su misma existencia prueba que la verdad implica otro aspecto, el de la participación, lo que nos permite añadir: por otra parte, todo manifiesta el Principio – que es inmanente sin dejar de ser trascendente -, sin lo cual nada existiría. Por consiguiente, si por una parte está la opacidad de las cosas, que nos obliga a buscar a Dios más allá de ellas, por otra está su transparencia, que nos permite aceptarlas a la vez que buscamos a Dios; aceptarlas precisamente en la medida en que son objetiva o subjetivamente transparentes y no de otra manera. Es decir, que el hombre que ama a Dios con sinceridad tiene sin embargo el derecho de amar a una criatura «en Dios», no contra Él; ser humano y vivir en la relatividad no es traicionar la sinceridad que debemos al Absoluto (NA: La doctrina islámica distingue entre la «abstracción» (NA: tanzîh) y la «analogía» (NA: tashbîh): esto es lo que permite, por vía de consecuencia, realizar el equilibrio humano que el Islam preconiza. Tal Avatâra o tal religión manifiesta la renuncia y, por la fuerza de las cosas, el equilibrio en la renuncia; tal otro Avatâra o tal otra religión manifiesta el equilibrio y, con la misma necesidad, la renuncia en el equilibrio.). 2840 EPV: II LAS VIRTUDES EN LA VÍA
Tanto el Corán como la Biblia admiten que hay una Cólera divina (NA: Si, según el Islam, la Clemencia de Dios precede a su Cólera, esto significa que la primera está en la esencia, mientras que la segunda se afirma en función del accidente.); por consiguiente, también una «santa cólera» humana y una «guerra santa»; el hombre puede «odiar en Dios», según una expresión islámica. En efecto, la privación objetiva permite o exige una reacción privativa por parte del sujeto y todo está en saber si en tal caso particular nuestra conmiseración por tal sustancia humana debe aventajar a nuestro horror por el accidente que hace al individuo detestable. Pues es verdad que desde un cierto punto de vista hay que detestar el PECADO y no al PECADOr, pero este punto de vista es relativo y no impide que a veces se esté obligado, por el juego de las proporciones, a despreciar al PECADOr en la medida en que se identifica con su PECADO. Hemos oído decir una vez que quien es incapaz de desprecio es igualmente incapaz de veneración; esto es perfectamente cierto, a condición de que la evaluación sea justa y que el desprecio no supere los límites de su razón suficiente, tanto subjetiva como objetiva (NA: Según Mencio, enfadarse por un insulto mezquino es indigno de un hombre superior, pero la indignación por una causa grande es justa cólera.). El justo desprecio es a la vez un arma y un medio de protección; hay también la indiferencia, ciertamente, pero ésta es una actitud de eremita que no es forzosamente practicable ni buena en la sociedad humana, pues corre el riesgo de ser mal interpretada. Por lo demás, y esto es importante, el justo desprecio se combina necesariamente con una cierta indiferencia, sin lo cual se carecería de desapego y también de ese fondo de generosidad sin el cual una cólera no podría ser santa. La visión de un mal no debe hacernos olvidar su contingencia; un fragmento puede o debe molestar, pero es preciso no perder de vista que es un fragmento y no la totalidad; ahora bien, la consciencia de la totalidad, que es inocente y divina, aventaja en principio a todo lo demás. Decimos «en principio», pues las contingencias conservan todos sus derechos; es decir, que una cólera serena es una posibilidad, e incluso una necesidad, porque, al detestar un mal, no dejamos de amar a Dios. 2878 EPV: II NATURALEZA Y PAPEL DEL SENTIMIENTO
La vida espiritual no podría por sí misma excluir un campo humanamente tan fundamental como el de la sexualidad; el sexo es un aspecto del hombre. Tradicionalmente, Occidente está marcado por la teología de inspiración agustiniana, que explica el matrimonio en un sesgo más o menos utilitarista, omitiendo su realidad intrínseca: según esta perspectiva – haciendo abstracción de todo eufemismo apologético -, la unión sexual es en sí misma PECADO; por consiguiente, el niño nace en el PECADO, pero la Iglesia compensa, o más bien sobrecompensa, este mal con un bien más grande: el bautismo, la fe, la vida sacramental. En cambio, según la perspectiva primordial, que se funda sobre la naturaleza intrínseca de los datos en presencia, el acto sexual es un sacramento «naturalmente sobrenatural»: el éxtasis sexual coincide, en el hombre primordial, con el éxtasis espiritual; comunica al hombre una experiencia de unión mística, un «recuerdo» del amor divino del que el amor humano es un lejano reflejo; reflejo ambiguo, ciertamente, puesto que a la vez es imagen adecuada e imagen invertida. Es en esta ambigüedad donde reside todo el problema: la perspectiva primitiva, «pagana», greco-hindú – y de facto esotérica en el marco cristiano – se funda sobre la adecuación de la imagen, porque un árbol reflejado en el agua sigue siendo un árbol y no otra cosa; la perspectiva cristiana, penitencial, ascética y de hecho exotérica se funda por el contrario sobre la inversión de la imagen: puesto que un árbol tiene la copa arriba y no abajo, el reflejo no es pues ya el árbol. Pero he aquí la gran desigualdad entre los dos puntos de vista: el esoterismo admite la razón relativa y condicional de la perspectiva penitencial, pero ésta no puede admitir la legitimidad de la perspectiva «natural», primordial y participativa; y es exactamente por ello por lo que ésta no puede ser más que «esotérica» en un contexto de estilo agustiniano, mientras que en sí misma puede, sin embargo, integrarse en un exoterismo, como lo prueba el Islam, por ejemplo (NA: Siendo el Islam, a este respecto, todavía más explícito que el Judaísmo.). 2976 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
Si el acto sexual es por su naturaleza un PECADO – como en el fondo pretende la perspectiva cristiana y penitencial (NA: Sin duda, esta perspectiva no es exclusivamente cristiana, pero debemos tomarla aquí en su forma más conocida.)- esta naturaleza es transmitida al hijo concebido en dicha unión; si, por el contrario, el acto sexual representa, por su naturaleza profunda y espiritualmente íntegra, un acto meritorio por ser en principio santificante (NA: Lo que se concilia con el hecho de que, en diversos mundos tradicionales, se considera que el acto sexual del príncipe fertiliza, a través de la mujer, el suelo del país o aumenta la prosperidad del pueblo.) – o un sacramento primordial que evoca y actualiza en las condiciones adecuadas una unión con Dios -, el hijo que es concebido según esta naturaleza será hereditariamente inducido a la unión, ni más ni menos que es inducido al PECADO en el caso contrario; el hecho de que el acto sea por sí mismo, de jure, si no de facto, una especie de sacramento implica por otra parte que el hijo sea un don, y no el fin exclusivo del acto (NA: Si el acto sexual es una espada de doble filo que puede engendrar consecuencias escatológicas totalmente opuestas, según las condiciones objetivas y subjetivas que lo acompañen, ello puede hacer pensar, mutatis mutandis, en los sacramentos que, en ausencia de las condiciones requeridas, tienen por efecto, no la gracia, sino la condenación.). 2980 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
La Iglesia bendice el matrimonio con miras a la procreación de hombres a los que se convertirá en creyentes; lo bendice asumiendo el inconveniente inevitable pero provisional del «PECADO carnal». Estaríamos tentados a decir que, en este caso, la Iglesia está más cerca de San Pablo que de Cristo; es decir, que San Pablo, sin inventar nada – cosa que está fuera de cuestión – ha acentuado sin embargo las cosas con miras a una aplicación particular y no necesaria en sí. Indiscutiblemente, Cristo señaló la vía de la abstinencia; ahora bien, la abstinencia no significa forzosamente que el acto sexual sea de naturaleza pecaminosa, puede significar, por el contrario, que los PECADOres lo profanan; porque los PECADOres, en la unión sexual, quitan a Dios el goce que le pertenece. El PECADO de Adán, visto desde este ángulo, consistió en acaparar el goce: en atribuirse a sí mismo el goce como tal, de modo que la falta estuvo a la vez en el robo y en la manera de considerar el objeto del robo, a saber, un placer sustancialmente divino. Era pues, usurpar el lugar de Dios, apartándose de la subjetividad divina en la que el hombre participaba originalmente; era no participar ya de ella y hacerse a sí mismo sujeto absoluto. El sujeto humano, haciéndose prácticamente Dios, limita y degrada al mismo tiempo el objeto de su felicidad e incluso todo el ambiente cósmico. 2982 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
Con toda evidencia no podía haber en la intención de Cristo el solo propósito de no ver profanado un sacramento natural y primordial; había también, e incluso ante todo, el ofrecimiento de un medio espiritual congénito a una perspectiva ascética, porque la castidad es forzosamente el fermento de una vía, dada precisamente la ambigüedad de las cosas sexuales. En Caná, Cristo consagró o bendijo el matrimonio, sin que se pueda afirmar que lo hiciese según el esquema paulino o agustiniano: transformó el agua en vino, lo cual resulta de un simbolismo elocuente, y se refiere con mucha mayor verosimilitud a la posibilidad de la unión a la vez carnal y espiritual que al oportunismo moral y social de los teólogos; sí se hubiese tratado de una unión exclusivamente carnal, no sería ya humana, precisamente (NA: Cuando la Iglesia enseña que María fue «concebida sin PECADO», esto se refiere al hecho de que su alma fue creada sin la mancha del PECADO original; pero muchos fieles no instruidos creen que este atributo se refiere a la manera extraordinaria de su concepción, realizada sin unión carnal de sus padres – según una tradición – o al menos sin deseo ni goce en su unión, luego sin «concupiscencia». Si esta interpretación no es teológica, su existencia no es menos significativa, porque un tal sentimiento es típico de la perspectiva cristiana.). 2984 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
La teología cristiana, al ocuparse del PECADO y viendo en Eva en particular y en la mujer en general a la seductora, se ha visto llevada a evaluar el sexo femenino con un máximo de pesimismo: según algunos, es el hombre únicamente, no la mujer, el que está hecho a imagen de Dios, siendo así que la Biblia afirma, no solamente que Dios creó al hombre a su imagen, sino también que «los creó macho y hembra», lo que ha sido malinterpretado con mucha ingeniosidad. En principio, podría uno asombrarse de esta falta de inteligencia casi visual por parte de los teólogos; de hecho, una tal limitación no tiene nada de asombrosa, dado el carácter voluntarista y sentimental, y por tanto inclinado a los prejuicios y a las oblicuidades, de la perspectiva exoterista en general (NA: Se objetará que los doctores estaban inspirados por el Espíritu Santo; sin duda, pero esta inspiración está condicionada de antemano, si se nos permite expresarnos así, pues el agua toma el color de su recipiente. El Espíritu Santo excluye el error intrínseco y nocivo para el alma, pero no necesariamente el error extrínseco y oportuno, luego prácticamente neutro respecto a la verdad esencial y a la salvación.). Una primera prueba – si hiciera falta – de que la mujer es tan imagen divina como el hombre, es que de hecho ella es un ser humano como él; no es vir o andros, pero es, como éste, homo o antro pos; su forma es humana y, por consiguiente, divina. Otra prueba – aunque una ojeada debería bastar – está en el hecho de que la mujer toma, frente al hombre y en el plano erótico, una función casi divina – semejante a la que asume el hombre frente a la mujer -, lo que no sería posible si ella no encarnase, no la cualidad de absoluto sin duda, sino la cualidad complementaria de infinitud, siendo el Infinito de alguna manera la shakti del Absoluto. 3014 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
Si para el Cristianismo, como para el Budismo global, el acto sexual se identifica con el PECADO – aparte todo tipo de sutileza eufemística – esto se explica fácilmente por el hecho de que, al estar el «espíritu» arriba y la «carne» abajo, el placer más intenso de la carne será el placer más bajo con relación al espíritu. Esta perspectiva es plausible en la medida en que da cuenta de un aspecto real de las cosas, el de la discontinuidad existencial entre el fenómeno y el arquetipo, pero es falsa en la medida en que excluye el aspecto de continuidad esencial, la cual compensa precisamente, y anula en su plano, el de la discontinuidad. Porque si por una parte la carne como tal se encuentra separada del espíritu, por otra se une a él en cuanto lo manifiesta y lo prolonga, es decir, en cuanto se reconoce que se sitúa sobre la vertical unitiva o sobre el radio, y no sobre la horizontal separativa o sobre el círculo; en el primer caso, el centro se prolonga y, en el segundo, se oculta. 3048 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
En este contexto, decíamos, la mujer aparece como el elemento exteriorizador y que encadena: la psicología femenina se caracteriza en efecto, en el plano puramente natural y a menos de una elevación espiritual, por una tendencia hacia el mundo, lo concreto, lo existencial si se quiere, y en todo caso hacia la subjetividad y el sentimiento; después por una astucia más o menos inconsciente al servicio de esta tendencia innata (NA: Estamos aquí en el terreno de los imponderables, pero lo que es decisivo es que las diferencias psicológicas entre los sexos existen realmente, tanto en sentido vertical o cualitativo como en sentido horizontal o neutro. Finalmente, resulta útil recordar en este contexto que la vida moderna contribuye a desvirilizar a los hombres y a desfeminizar a las mujeres, lo que no constituye una ventaja para nadie, puesto que el proceso es contra la naturaleza y transfiere, o incluso acentúa, los defectos en lugar de corregirlos.). Es con relación a esta tendencia como los cristianos, al igual que los musulmanes, han podido decir que una mujer santa no es ya una mujer, que es un hombre; formulación absurda en sí misma, pero defendible a la luz del axioma de que se trata. Pero este axioma de la tendencia innata de la mujer, precisamente, es relativo, y no absoluto, puesto que la mujer es un ser humano como el hombre y que la psicología sexual es forzosamente cosa relativa. Se podrá hacer valer tanto como se quiera que el PECADO de Eva fue llamar a Adán a la aventura de la exterioridad; no se puede olvidar que la función de María fue inversa y que esta función entra también en las posibilidades del espíritu femenino. Sin embargo, la misión espiritual de la mujer no se combinará jamás con una rebelión contra el hombre, ya que la virtud femenina implica de una manera casi existencial la sumisión; para la mujer, la sumisión al hombre – no a cualquier hombre – es una forma secundaria de la sumisión humana a Dios. Y esto es así porque los sexos, como tales, manifiestan una relación ontológica, luego una lógica existencial que el espíritu puede superar en el interior, pero no abolir en el exterior. 3072 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
Sita, esposa de Rama, parece combinar a Eva con María: su drama, a primera vista decepcionante, describe de una cierta manera el carácter ambiguo de la feminidad. En medio de las vicisitudes de la condición humana, la divinidad de Sita se encuentra significativamente mantenida: el demonio Râvana, que había conseguido raptar a Sita – como consecuencia de una falta de ésta -, cree gozar de ella, pero no goza más que de una apariencia mágica sin poder tocar a la verdadera Sita. La falta de Sita fue una sospecha injusta, y su castigo fue igualmente una tal sospecha; ésta es la forma que toma aquí el PECADO de Eva; pero, al final de su carrera terrenal, la Eva râmâyánica recobra la cualidad marial: Sita, encarnación de Lakshmî (NA: Lakshmi es una personificación divina, pero ya cósmica, de Prakriti, el polo femenino del Ser, cuyo aspecto de bondad, de belleza y de felicidad manifiesta.), desaparece en la tierra, que se abre para ella, lo que significa su retorno a la divina Substancia, que la tierra manifiesta visiblemente (NA: El simbolismo negativo de la tierra – por el hecho de que está «abajo» y sugiere el movimiento descendente, la pesadez y las tinieblas -, este aspecto, pues, se encuentra neutralizado aquí por el simbolismo positivo de la tierra, el de la estabilidad, la fertilidad, la substancialidad y, por consiguiente, de la pureza, que parece manifestar por los manantiales que brotan de su seno. La substancialidad implica igualmente los aspectos de profundidad y de potencia: al «descender», Sita recupera la profundidad de su substancia divina, coincidiendo ésta con la potencia de Lakshmi.). El nombre de Sita significa en efecto «surco»: Sita, en lugar de nacer de una mujer, sale de la Tierra-Madre, es decir, de Prakriti, la Substancia metacósmica a la vez pura y creadora. 3078 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
Los hindúes excusan a Sita diciendo que su falta (NA: A saber, una sospecha infamante vertida sobre el virtuoso Lakshmana, que rehusó ir en busca de Rama puesto que tenía por misión proteger a Sita; obedeció por fin, lo que permitió a Ravana raptar a la heroína.) era debida a un exceso de amor por su esposo Rama; universalizando esta interpretación, se concluirá que el origen del mal es, no la curiosidad o la ambición, como en el caso de Eva, sino un amor desordenado, por consiguiente el exceso de un bien (NA: Al contar el incidente, el Râmâyana precisa que el espíritu de la mujer está «cubierto de nubes» cuando el interés del bienamado está en cuestión; su confianza es «inconsciente» y su lengua «venenosa», siendo la cualidad compensatoria el amor de su alter ego y, por consiguiente, el perfecto don de sí mismo. En otro lugar, el Râmâyana hace constar la dulce prudencia de la esposa en oposición a la irreflexiva cólera del guerrero.), lo que parece acercarse a la perspectiva bíblica en el sentido de que el PECADO de la primera pareja fue el de desviar el amor: el de amar a la criatura más que al Creador, el de amar fuera de Él y no en Él. Pero, en este caso, el «amor» es más bien la apetencia del alma que un culto; un deseo de novedad o de amplitud más que una adoración; por consiguiente, una falta de amor más que un amor desviado. 3080 EPV: II EL PROBLEMA DE LA SEXUALIDAD
En el Evangelio, la ley del amor a Dios va inmediatamente seguida por la ley del amor al prójimo, lo cual se encuentra enunciado en la Thora de esta forma: «No odiarás a tu hermano en tu corazón; pero reprenderás a tu prójimo, a fin de no cargarte con un PECADO por causa de él. No te vengarás, y no guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy Yaveh» (NA: Levítico, XIX, 17 y 18) (NA: O también: «Tratad al extranjero que habita entre vosotros como al indígena de entre vosotros; ámale como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo Soy Yaveh, vuestro Dios» (NA: Ibid, 34). Empleamos esta forma, «Yaveh», a título convencional, e independientemente de toda consideración lingüística o litúrgica.). De los pasajes bíblicos que citamos resulta una triple Ley: en primer lugar, reconocimiento por la inteligencia de la unidad de Dios; en segundo lugar, unión a la vez volitiva y contemplativa con el Dios Uno (NA: Porque – en términos vedánticos – «el mundo es falso, Brahma es verdadero».); y, en tercer lugar, superación de la distinción engañosa y deformadora entre «yo» y el «otro» (NA: Porque «toda cosa es Atmâ». Por consiguiente: «cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí ME lo hicisteis» (NA: Mt., XXV, 40). «A Yaveh presta quien da al pobre, Él le dará su recompensa» (NA: Proverbios, XIX, 17).). 3152 EPV: II EL MANDAMIENTO SUPREMO
Según la convicción unánime de la antigua cristiandad y de todas las demás humanidades tradicionales, la causa del sufrimiento en el mundo es la decadencia del hombre y no una simple falta de consciencia y organización. Ningún progreso ni ninguna tiranía acabará jamás con el sufrimiento; sólo la santidad de todos lo conseguiría en una cierta medida, si de hecho fuera posible realizarla, transformando de esta manera el mundo en una comunidad de contemplativos y en un nuevo Paraíso terrenal. Sin duda, no es cosa de decir que el hombre no deba, conforme a su naturaleza y al simple buen sentido, intentar vencer los males que se presentan en su vida; para esto, no tiene necesidad de ninguna prescripción divina ni humana. Pero intentar establecer en un país un relativo bienestar con las miras puestas en Dios es una cosa, e intentar realizar la felicidad perfecta en la tierra, y sin tener en cuenta a Dios, es otra muy distinta; este segundo intento está abocado al fracaso desde un principio, precisamente porque la eliminación duradera de nuestras miserias depende de nuestra conformidad con la naturaleza divina o de nuestra fijación en el «reino de Dios que está dentro de vosotros». Mientras los hombres no realicen la «interioridad» santificadora, la abolición de las pruebas terrenas no sólo es imposible, sino que ni siquiera es deseable; porque el PECADOr – el hombre «exteriorizado»- tiene necesidad de sufrimiento para expiar sus faltas y para sustraerse al PECADO, o para escapar a la «exterioridad» de la que el PECADO deriva (NA: Es de esta idea de la que dimana la obligación, en la mayoría de las poblaciones arcaicas, de ser guerrero, es decir, de arriesgar continuamente la vida en los campos de batalla; la misma perspectiva se encuentra en las castas guerreras de todos los grandes pueblos. Sin las virtudes heroicas, se piensa, el hombre decae y la sociedad entera degenera. El único hombre que escapa a esta coacción es eventualmente el santo, lo que equivale a decir que si todos los hombres fuesen contemplativos, la dura ley del heroísmo colectivo no sería necesaria.). Desde el punto de vista espiritual, que es el único que tiene en cuenta la verdadera causa de nuestras calamidades, el mal es, por definición, no lo que hace sufrir, sino lo que, incluso con un máximo de comodidad o de atractivo, o de «justicia» si se quiere, frustra los fines últimos de un máximum de almas. 3196 EPV: II EL VERDADERO REMEDIO
A la cuestión «qué es el PECADO», se puede responder en principio que este término se refiere a dos dimensiones o a dos planos: el primero de estos planos exige «obedecer los mandamientos», y el segundo, según las palabras de Cristo al joven rico, exige «seguirme», es decir, establecerse en la «dimensión interior» y realizar así la dimensión contemplativa; el ejemplo de María prevalece sobre el de Marta. El sufrimiento en el mundo es debido, no solamente al PECADO en el sentido elemental de la palabra, sino también y sobre todo al PECADO de «exterioridad», el cual engendra por otra parte, fatalmente, todos los otros; un mundo perfecto sería, no solamente el de unos hombres que se abstendrían de cometer PECADOs de acción y de omisión, como hacía el joven rico, sino ante todo el de unos hombres que viviesen «hacia el Interior» y firmemente establecidos en el conocimiento – y por consiguiente en el amor – de ese invisible que lo trasciende todo y que lo engloba todo. Hay tres grados que observar: el primero es la abstención del PECADO-acto, como el asesinato, el robo, la mentira, la omisión del deber sagrado; el segundo es la abstención del PECADO-vicio, como el orgullo, la pasión, la avaricia; el tercero es la abstención del PECADO-estado, es decir, de esa «exterioridad» que es a la vez dispersión y endurecimiento y que engendra todos los vicios y todas las transgresiones. La ausencia de este PECADO-estado no es otra cosa que el «amor a Dios» o la «interioridad», cualquiera que sea su modo espiritual; sólo esta interioridad sería capaz de regenerar el mundo, y es por esto por lo que se dice que el mundo se hubiese derrumbado desde hace largo tiempo sin la presencia de los santos, sea ésta visible u oculta. 3208 EPV: II EL VERDADERO REMEDIO
El PECADO-vicio y, con mayor razón, el – PECADO-estado constituyen el PECADO intrínseco; estos dos grados se encuentran en el orgullo, noción-símbolo que resume todo cuanto aprisiona al alma en la exterioridad y la mantiene lejos de la Vida divina. Por lo que respecta al primer grado – la transgresión -, no hay PECADO caracterizado más que en función de la intención, luego de la oposición real a una Ley revelada; de hecho, puede ocurrir que un acto prohibido se convierta en permitido en ciertas circunstancias, porque siempre está permitido mentir a un ladrón o matar en legítima defensa; pero fuera de tales circunstancias el acto ilegal va unido siempre al PECADO intrínseco, se integra en el PECADO-vicio y por lo mismo en el PECADO-estado, que no es otro que el «endurecimiento del corazón» o el estado de «paganismo», según el lenguaje bíblico. 3210 EPV: II EL VERDADERO REMEDIO
No hay alianza posible entre el principio del bien y el PECADO organizado; es decir, que las potencias del mundo, que son forzosamente potencias PECADOras, organizan el PECADO con el fin de abolir los efectos del PECADO. Al parecer, la nueva «pastoral» busca precisamente hablar el «lenguaje» del «mundo», el cual se ha convertido en una entidad honorable sin que se pueda discernir la menor razón para esta promoción inesperada; ahora bien, querer hablar el «lenguaje» del «mundo», o el de «nuestro tiempo» – todavía un argumento que no es más que ruido y que se abstiene cuidadosamente de probar nada – es hacer hablar a la verdad el lenguaje del error y a la virtud el lenguaje del vicio (NA: «En cualquier ciudad donde entréis y no os recibieren, salid a las plazas y decid: Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos pegó a los pies nos lo sacudimos, pero sabed que el reino de Dios está cerca. Yo os digo que aquel día Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad» (NA: Lc., X, 10-12). Este pasaje, lo mismo que aquel que prohibe «echar perlas a los puercos», muestra bien que hay límites para todo, incluso para la «pastoral».). 3212 EPV: II EL VERDADERO REMEDIO
Para el cristianismo, el Amor viene de Cristo y sería inaccesible e irrealizable sin la Redención, por estar el corazón del hombre totalmente caído; para el Islam, el Amor es inmanente al corazón, del que sólo la superficie se vuelve ciega e impotente a causa del PECADO; el hombre dejaría de ser hombre si su decadencia fuese total. Pero una vez alcanzado el Amor, la vía de acceso confesional ya no juega ningún papel; el Amor, como la «Sabiduría» de que habla la Biblia, fue antes que el mundo y antes que el hombre. Esto equivale a decir que la «religión del Corazón» es independiente de la religión de la Ley, en principio, si no de hecho. 3780 EPV: IV LA RELIGIÓN DEL CORAZÓN
Temer a Dios es, primeramente, ver, en el plano de la acción, las consecuencias en las causas, la sanción en el PECADO, el sufrimiento en el error; amar a Dios es, en primer lugar, escoger a Dios, es decir: preferir lo que acerca a Él a lo que aleja de Él. 4151 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD
Dios no nos echa en cara un PECADO del que tenemos plenamente consciencia y que tenemos la intención sincera de no volver a cometer, si al mismo tiempo practicamos lo que Él exige y lo que nos acerca a Él. 4501 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD
Por lo demás, Dios no nos pide abstractamente que seamos perfectos, sino que nos pide concretamente que no tengamos un determinado defecto y que no cometamos un determinado PECADO o una determinada necedad. 4502 PP LAS PERLAS DEL PEREGRINO LA VÍA DE LA UNIDAD
Si el incrédulo se rebela contra la idea de que todos sus actos serán pesados, que será juzgado y eventualmente condenado por un Dios que no llega a comprender, que deberá expiar sus faltas e incluso simplemente su PECADO de indiferencia, es porque no tiene el sentido del equilibrio inmanente ni el de la majestad de la Existencia y en particular del estado humano. Existir no es poca cosa; la prueba es que nadie podría sacar de la nada un solo grano de polvo; y tampoco la conciencia; no podríamos dar ni una parcela a un objeto inanimado. El hiato entre la nada y el menor objeto es absoluto y, en el fondo, ahí está la «absolutidad» de Dios (Recordemos que Dios como Sobre-Ser, o Sí mismo suprapersonal, es absoluto en un sentido intrínseco, mientras que el Ser o la Persona divina es extrínsecamente absoluto, es decir, que lo es en relación con su manifestación o con las criaturas, pero no en sí mismo, ni para el Intelecto que «penetra las profundidades de Dios».). 4691 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
En cierto sentido, el PECADO de Adán fue un PECADO de curiosidad. A priori, Adán veía las contingencias con el criterio de su vinculación a Dios y no en sí mismas. Lo que se considera con este criterio está más allá del mal; por ello desear ver la contingencia en sí misma es desear ver el mal y también el bien como contraste del mal. Por el hecho de este PECADO de curiosidad -Adán quería ver el «reverso» de la contingencia-, el propio Adán y el mundo entero cayeron en la contingencia como tal; la ligadura con la Fuente divina estaba rota, se hacía invisible; el mundo era de repente exterior a Adán, las cosas se habían hecho opacas y pesadas, eran como fragmentos ininteligibles y hostiles. Y este drama se repite siempre de nuevo, tanto en la historia colectiva como en la vida de los individuos. 4717 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
O desde un punto de vista un poco diferente: el PECADO de Adán es, a fin de cuentas, haber querido sobreponer algo a la Existencia, que era beatitud; Adán perdió por ello esta beatitud y se precipitó en el torbellino inquieto y decepcionante de las cosas sobreañadidas («Estáis dominados por el deseo de poseer siempre más…» (Corán, 102, 1.)). En lugar de descansar en la pureza inmutable de la Existencia, el hombre caldo es arrastrado en la zarabanda de las cosas existentes que, al ser accidentes, son engañosas y perecederas. En el cosmos cristiano, la Santa Virgen es la encarnación de esta pureza nívea; es inviolable y misericordiosa como la Existencia o la Substancia; Dios, al encarnarse, ha traído consigo la Existencia, que es como su trono; se ha hecho preceder por ella y ha venido al mundo con ella. Dios no puede entrar en el mundo más que a través de la Existencia virgen. 4721 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
Muchas gentes se imaginan que el purgatorio o el infierno es para los que han matado, robado, mentido, fornicado y así sucesivamente, y que basta con haberse abstenido de estas acciones para merecer el Cielo; en realidad, el alma va al fuego por no haber amado a Dios o por no haberlo amado suficientemente; esto se comprenderá si uno se acuerda de la Ley suprema de la Biblia: amar a Dios con todas nuestras facultades y con todo nuestro ser. La ausencia de este amor (No se trata exclusivamente de una bhakti, de una vía afectiva y sacrificial, sino simplemente del hecho de preferir Dios al mundo, sea cual sea el modo de esta preferencia; el «amor» de las Escrituras engloba en consecuencia también las vías sapienciales.) no es forzosamente el asesinato o la mentira o cualquier otra transgresión, pero es forzosamente la indiferencia (Fenelón ha visto con razón en la indiferencia la más grave de las enfermedades del alma.); y esta tara es la más generalmente extendida, siendo la señal misma de la caída. Es posible que los indiferentes (Los gajililn del Corán.) no sean criminales, pero es imposible que sean santos; son ellos lo que entran por la «puerta ancha» y caminan sobre la «vía espaciosa», y es de ellos de quienes dice el Apocalipsis: «Por esto, porque eres tibio y no tienes ni frío ni calor, te vomito de mi boca» (III, 16.). La indiferencia hacia la verdad y hacia Dios es vecina del orgullo y va acompañada de la hipocresía; su aparente dulzura está llena de suficiencia y arrogancia; en este estado del alma el individuo está contento de sí mismo, incluso si se acusa de defectos menores y se muestra modesto, lo que no le compromete a nada y, por el contrario, refuerza su ilusión de ser virtuoso. Es el criterio de indiferencia el que permite sorprender al «hombre común» como en flagrante delito, agarrar por el cuello, como si dijéramos, el vicio más solapado y más insidioso y probar a cada uno su pobreza y desamparo; esta indiferencia es en suma «el PECADO original», o lo que lo manifiesta más generalmente. 4745 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
El hombre caído es el hombre arrastrado por la acción y encerrado en ella, y por esto también es el hombre del PECADO; la alternativa moral viene menos de la acción que del exclusivismo de ésta, es decir, del individualismo y su ilusoria «extraterritorialidad» frente a Dios; la acción se hace en cierta manera autónoma y totalitaria, cuando debería insertarse en un contexto divino, en un estado de inocencia que no podría separar el acto de la contemplación. 4755 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
Dicho esto, volvamos al problema de la acción. El proceso y el mismo resultado de la caída se repiten a escala reducida en cada acto exterior o interior que es contrario a la armonía universal, o a un reflejo de esta armonía como una Ley sagrada. El hombre que ha PECADO primero se ha dejado seducir y ya no es el mismo que anteriormente; está como marcado por el PECADO y lo está forzosamente, puesto que cada acto produce sus frutos; cada PECADO es una caída y por esa misma causa la «caída». Al hablar de «PECADO» entendemos distinguir un «PECADO relativo» o extrínseco, un «PECADO absoluto» (Es obvio que este adjetivo, que aquí es sinónimo de «mortal», no tiene más que una función completamente provisional e indicativa cuando interviene en el mismo marco de la contingencia.) o intrínseco y un PECADO de intención: es relativo el PECADO que no se opone más que a una moral específica -la poligamia para los cristianos o el vino para los musulmanes-, pero que, por el mismo hecho de esta oposición, para los interesados prácticamente equivale al «PECADO absoluto», como lo prueban las sanciones de ultratumba enunciadas por las respectivas Revelaciones; sin embargo, algunos «PECADOs relativos» pueden hacerse legítimos -en el mismo marco de la Ley que lo reprueba- gracias a circunstancias particulares; es el caso del homicidio en la guerra, por ejemplo. Es «absoluto» o intrínseco el PECADO que es contrario a todas las morales y excluido en todas las circunstancias, como la blasfemia o el desprecio de la verdad; en cuanto al PECADO de intención es exteriormente conforme a una moral, o a todas las morales, pero interiormente opuesto a la Naturaleza divina, como la hipocresía. Llamamos «PECADO» a un acto que primeramente se opone a la Naturaleza divina en una u otra de sus formas o modos -pensamos aquí en las cualidades divinas y en las virtudes intrínsecas que las reflejan-, y en segundo lugar, el acto que engendra en principio sufrimientos póstumos; decimos «en principio», pues de hecho la penitencia y los actos positivos de una parte y la Misericordia divina de otra borran los PECADOs, o pueden borrarlos. Llamamos «moral» a una Legislación sagrada en tanto ordena ciertos actos y prohibe otros, con independencia de la profundidad y la sutilidad que las definiciones puedan tener según las doctrinas; esta reserva significa que la India y el Extremo Oriente tienen de la «transgresión» y la «Ley» concepciones más matizadas que el Occidente semita y europeo, en el sentido de que en Oriente se tiene ampliamente en cuenta la virtud compensatoria del conocimiento, «agua lustral sin parecido a nada», como dicen los hindúes, y que la intención desempeña un papel más importante que la mayoría de los occidentales imaginan, de tal modo que puede ocurrir, por ejemplo, que un guru ordene, provisionalmente, y con vistas a una determinada operación de alquimia espiritual (El Islam no ignora este punto de vista como lo atestigua la historia coránica del sabio misterioso que escandaliza a su discípulo con actos de intención secreta pero exteriormente ilegales.), actos que, sin perjudicar a nadie, son contrarios a la Ley (O más precisamente a las «prescripciones» tal y como existen en el hinduismo, y en occidente en el judaísmo sobre todo; no podrían tratarse de infracciones graves contra el orden público.); pero una Legislación implica una moral y el hombre como tal está hecho de forma que distinga con razón o sin ella entre un «bien» y un «mal», es decir, que su perspectiva es forzosamente fragmentaria y analítica. Por lo demás, cuando decimos que unos actos son opuestos a la «Naturaleza divina», lo hacemos con la reserva de que metafísicamente nada puede oponerse a esta naturaleza, lo que el Islam expresa al afirmar que nada podría salir de la Voluntad divina, ni siquiera el PECADO (El cristianismo lo admite igualmente, por la fuerza de las cosas, pero poniendo menos insistencia.); estas ideas se acercan a las perspectivas no semitas que siempre insisten con fuerza en la relatividad de los fenómenos y la variabilidad de las definiciones según los aspectos. 4763 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
Esta concepción esencial y casi informal del PECADO es la que explica la ausencia, en una tradición que ha permanecido «arcaica» como el Shinto, y por tanto «inarticulada» en gran medida, de una doctrina elaborada del PECADO; las reglas de pureza son los soportes de una virtud primordial sintética, superior a las acciones y obligada a conferirles una cualidad espiritual. Mientras que las morales semitas parten de la acción -por lo menos al margen del esoterismo- y parecen captar o incluso definir la virtud a partir de la acción, la moral sintoísta y las morales análogas (Uno se podría preguntar si se trata todavía de «moral» en sentido propio, pero esto es una cuestión de terminología que poco nos importa desde el momento en que hemos precisado los modos.) parten de la virtud interior y global y no ven en los actos cristalizaciones incondicionales; no es sino a posteriori y en razón de la influencia «exteriorizan-te» del tiempo que la necesidad de una moral más analítica ha podido hacerse sentir. 4765 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
El PECADO, decíamos, describe la caída. Pero no sólo éste la describe en el orden de las actitudes y actividades humanas; hay también factores mucho más sutiles, al mismo tiempo que menos graves, que intervienen en la vida bien regulada, y que conectan con lo que los árabes denominan la baraka; estos factores toman quizá importancia en la medida en que el objetivo espiritual es más elevado. Se trata, en los planos más diversos, de la elección de cosas o situaciones, de la intuición de la cualidad espiritual de las formas, de los gestos, de los actos moralmente indiferentes; éste es un ámbito que se encuentra en relación con el simbolismo, con la estética, con el sentido de las materias, de las proporciones, de los movimientos, en resumen, con todo lo que en un arte sagrado, una liturgia, un protocolo, tiene significado e importancia. Desde cierto punto de vista esto parece desdeñable, pero ya no lo es cuando se piensa en «el manejo de las influencias espirituales» -si se permite esta expresión- y uno se da cuenta de que hay formas que atraen las presencias angélicas, mientras que hay otras que las rechazan; en el mismo orden de ideas diremos que hay, junto a las obligaciones, una especie de cortesía respecto al Cielo. Las cosas tienen sus aspectos cósmicos y sus perfumes y es preciso que cada cosa guarde como un recuerdo del Paraíso; hay que vivir según las formas y los ritmos de la inocencia primordial y no según los de la caída. Actuar de acuerdo con la baraka es actuar conforme a una especie de estética divina: es una aplicación exterior del «discernimiento de los espíritus» o de la «ciencia de los humores» (ilm e1-jawatir, en árabe) y también de una geometría y de una música sagradas y universales a la vez. Todo tiene un sentido y todo indica algo; sentirlo y conformarse a ello evita muchos errores que el mero razonamiento no podría prevenir. Sin esta ciencia de la baraka, el arte sagrado, que enmarca y penetra toda la existencia humana en las civilizaciones tradicionales y que llega a constituir todo lo que se entiende en nuestros días por «cultura» -por lo menos al hablar de tradiciones-, sin esta ciencia de las «bendiciones», decimos, el arte sagrado y todas las formas de la cortesía quedarían ininteligibles y no tendrían ningún sentido ni valor. 4767 FSRMA: CAIDA Y DECADENCIA LA VÍA DE LA UNIDAD
Evidentemente hay que distinguir entre una ingenuidad que es intrínseca y otra extrínseca; esta última no existe más que accidentalmente y en relación con un mundo que procede de ciertas experiencias, pero lleno de hipocresía, de habilidad vana y de disimulo; ¿cómo un hombre que ignora la existencia de la mentira, o que no la conoce más que a título de PECADO capital y excepcional, no sería ingenuo al contacto de una sociedad ruin y cobarde? Para una persona patológicamente sin principios cualquier hombre normal es ingenuo; para los estafadores, las gentes honestas son los ingenuos. Incluso un cierto sentido crítico, lejos de ser una superioridad en sí mismo, no es sino una excrecencia producida por un ambiente donde todo está falsificado: es de este modo como la naturaleza produce reflejos de autodefensa y adaptaciones que no se explican más que por un ambiente determinado o por unas circunstancias crónicas; se admitirá sin trabajo que las cualidades físicas particulares del esquimal o del bosquimano no constituyen en sí mismas superioridades. 4973 FSRMA: REFLEXIONES SOBRE LA INGENUIDAD LA VÍA DE LA UNIDAD
Por lo demás, la aceptación de la dimensión anímica forma parte de la religión: no se puede negar la magia sin errar en la fe; respecto a los milagros si sobrepasan el plano anímico en cuanto a su causa, sin embargo lo atraviesan en cuanto a su efecto. En el lenguaje de los teólogos el término de «superstición» se presta a confusión porque expresa dos ideas completamente diferentes, por una parte, una falsa aplicación del sentimiento religioso, y por otra, la creencia en cosas irreales o ineficaces: de este modo se llama «superstición» al espiritismo, que no lo es más que desde el punto de vista de la interpretación y el culto, pero no de los fenómenos, y a ciencias como la astrología, que son totalmente reales y eficaces y que no implican ninguna desviación de tipo pseudo-religioso. En realidad, es preciso entender por superstición, no las ciencias o los hechos que se ignoran y que se ridiculizan sin comprender una sola palabra, sino las prácticas, vanas en sí mismas o totalmente incomprendidas, llamadas a suplir la ausencia de actitudes espirituales o ritos eficaces; igualmente una interpretación errónea o abusiva de un simbolismo o de cualquier coincidencia, con frecuencia en conexión con temores o escrúpulos quiméricos, es supersticiosa y así sucesivamente. En nuestros días la palabra «superstición» ya no significa nada; cuando los teólogos la emplean -insistamos en ello todavía-, nunca se sabe si censuran una diablura concreta o una simple ilusión; para ellos, un acto mágico y un simulacro de magia parecen ser lo mismo y no sienten la contradicción que hay en declarar a la vez que la brujería es un gran PECADO y que no es más que una superstición. 4983 FSRMA: REFLEXIONES SOBRE LA INGENUIDAD LA VÍA DE LA UNIDAD
Los complejos de inferioridad y los reflejos de mimetismo son malos consejeros; cuántas veces debemos comprobar que se hacen reproches absurdos no sólo a la religión de la Edad Media, sino a la del siglo XIX, que tampoco era «atómico», como si todos los hombres que han vivido antes de nosotros hubiesen estado afectados por una inexplicable ceguera y como si hubiese sido necesario esperar a la llegada de tal filósofo ateo para descubrir una luz decisiva y misteriosamente ignorada por todos los santos. Con demasiada facilidad se olvida que si la naturaleza humana tiene hoy derecho a sus debilidades, lo que nadie discute, igualmente tenía derecho en otros tiempos; el «progreso», la mayoría de las veces no es más que una transferencia, el intercambio de un mal por otro, pues si no nuestra época sería perfecta y santa. En el mundo humano como tal casi no se puede escoger un bien; siempre se está reducido a escoger un mal menor, y para determinar qué mal es menor es forzoso referirnos a una jerarquía de valores que sean signo de las realidades eternas, lo que precisamente «nuestro tiempo» nunca hace. La Edad Media partía de la idea de que el hombre es malo puesto que es PECADOr, mientras que para nuestro siglo el hombre es bueno, ya que el PECADO no existe, de suerte que el mal es ante todo lo que nos hace creer en el PECADO; el humanitarismo moderno, persuadido de que el hombre es bueno, entiende proteger al hombre, pero ¿contra quién? Evidentemente contra el hombre, pero ¿contra qué hombre? Y si el mal no viene del hombre, ¿de quién viene, teniendo en cuenta la convicción de que nada inteligente existe fuera del ser humano ni sobre todo por encima de él? 5121 FSRMA: UNIVERSALIDAD Y ACTUALIDAD DEL MONAQUISMO LA VÍA DE LA UNIDAD
Que la religión pueda y deba en ocasiones adaptarse a circunstancias nuevas es evidente e inevitable; pero hay que tener cuidado en no dar razón a priori a las circunstancias y ver en ellas normas nada más que porque existen y complacen a la mayoría. Al proceder a una adaptación es importante sujetarse estrictamente a la perspectiva religiosa y a la jerarquía de valores que implica; es necesario inspirarse en una criterología metafísica y espiritual y no ceder a presiones, o incluso dejarse contaminar, por una falsa evaluación de las cosas. ¿No se habla de una «religión orientada hacia lo social», lo cual es o un pleonasmo o un absurdo, e incluso de una «espiritualidad del desarrollo económico», lo cual, aparte de una monstruosidad, es una contradicción en los términos? De acuerdo con estas tendencias, el error o el PECADO ya no deben someterse a los imperativos de la verdad y de la espiritualidad, sino que, por el contrario, es la verdad, la espiritualidad, la que debe adaptarse al error y al PECADO; y el sentimiento del adversario es el criterio de lo verdadero y lo falso, del bien y del mal. 5127 FSRMA: UNIVERSALIDAD Y ACTUALIDAD DEL MONAQUISMO LA VÍA DE LA UNIDAD
Otros pasajes, sobre todo en el Génesis, pero también en textos como el Cantar de los Cantares, se quedan en enigmas en ausencia de los comentarios tradicionales. En la aproximación a las Escrituras sería siempre importante tener muy en cuenta los comentarios rabínicos y cabalistas y -del lado cristiano- también los comentarios patrísticos y místicos; se vería entonces que la interpretación al pie de la letra casi nunca basta por sí misma y que sus aparentes ingenuidades, inconsecuencias y contradicciones se resuelven en una dimensión de profundidad de la que hay que poseer la clave. El sentido literal es a menudo un lenguaje cifrado que cubre más que descubre y del que no se espera que proporcione más que puntos de referencia para verdades de orden cosmológico, metafísico y místico; las tradiciones orientales son unánimes en esta interpretación compleja y pluridimensional de los textos sagrados. Según el maestro Eckhart, «el Espíritu Santo enseña toda verdad; es cierto que hay un sentido literal que el autor tenía en cuenta, pero como Dios es el autor de la santa Escritura, todo sentido verdadero es al mismo tiempo, sentido literal; pues todo lo verdadero proviene de la Verdad misma, está contenido en ella, deriva de ella y es querido por ella». Y del mismo modo Dante en su Convivio: «Las Escrituras pueden comprenderse y deben ser expuestas principalmente según cuatro sentidos. Uno se llama literal… Otro, alegórico… El tercero, moral… El cuarto sentido se denomina anagógico, es decir, que sobrepasa los sentidos (sovrasenso); es lo que sucede cuando se expone una Escritura que, aunque es verdadera en el sentido literal, significa además las cosas superiores de la Gloria eterna, como puede verse en el Salmo del Profeta, donde se dice que cuando el pueblo de Israel salió de Egipto, Judea se hizo santa y libre. Aunque sea manifiestamente verdadero que fue así según la letra, lo que se entiende espiritualmente también es verdadero; esto es, que cuando el alma sale del PECADO, se vuelve santa y libre en su poder. (Trattato Secondo, I.) 5165 FSRMA: CLAVES DE LA BIBLIA LA VÍA DE LA UNIDAD
Si la sabiduría de Cristo es «locura a los ojos del mundo» es porque el «mundo» está en oposición con el «reino de Dios, que está dentro de vosotros», y por ninguna otra razón; no es, ciertamente, porque reivindique un misterioso derecho al contrasentido, quod absit (NA: Mencionemos, a título de ejemplo, la contradicción siguiente: según la Biblia, Dios elevó a Enoc junto a Sí, y Elías subió al cielo en un carro de fuego; pero, según el credo católico, Cristo «descendió a los infiernos» a fin de llevar al cielo a todos los hombres que habían vivido antes que él, incluidos Enoc y Elías, quienes también se encuentran «abajo» cuando Dios los había situado «arriba». Todo esto para decir que nadie se salva si no es por el divino Logos; pero este Logos es en realidad intemporal, actúa, pues, independientemente de la Historia, lo que no impide, evidentemente, que pueda manifestarse en forma humana, luego en la Historia. Observemos a este respecto que algunos Padres de la Iglesia, al hablar del «seno de Abraham», han añadido prudentemente: «sea lo que sea lo que pueda entenderse por esta palabra».). La sabiduría de Cristo es «locura» porque no favorece la perversión exteriorizante, y a la vez dispersante y endurecedora, que caracteriza al hombre de la concupiscencia, del PECADO, del error; y es esta perversión la que precisamente constituye el «mundo», esta perversión, con su insaciable curiosidad científica y filosófica, la cual perpetúa el PECADO de Eva y Adán y lo reedita en formas indefinidamente diversas (NA: Es muy extraño que la Iglesia no discierna esta perversión más que en los planos dogmático y moral; esta ceguera tiene algo de providencial en el sentido de que «es necesario que haya escándalo».). 5278 STRP: PREMISAS EPISTEMOLÓGICAS LA VÍA DE LA UNIDAD
El que el Sobre-Ser pueda tener «en su plano» – si cabe expresarse así a título provisional – una voluntad distinta de la que tiene el Ser puro en su plano, no es más contradictorio que el hecho de que tal aspecto del Ser o tal «Nombre divino» pueda tener una voluntad diferente de tal otro aspecto del Ser. El «Generoso», por ejemplo, puede o debe querer otra cosa que el «Vengador»; ahora bien, la diversidad «vertical» en el Orden divino no es más contraria a la Unidad que la diversidad «horizontal». El que Dios en cuanto Legislador no quiera el PECADO mientras que Dios en cuanto Omniposibilidad lo quiera – pero desde un punto de vista completamente distinto, por supuesto -, esto es tan plausible como ei hecho de que la Justicia divina tenga otros objetivos que la Misericordia (NA: Es lo que comprenden muy bien los «politeístas».). 5320 STRP: DIMENSIONES, MODOS Y GRADOS DEL ORDEN DIVINO LA VÍA DE LA UNIDAD
Una primera cuestión que quisiéramos considerar aquí es la siguiente: muchos teólogos del Islam, y no de los menores, estiman que Dios quiere el mal porque, dicen, si no lo quisiera, el mal no se produciría; pues bien, si Dios no quisiera el mal mientras que el mal se produce a pesar de ello, Dios sería débil o impotente; ahora bien, Dios es todopoderoso. Lo que estos pensadores ignoran manifiestamente es, por una parte, la distinción entre el «mal como tal» y «determinado mal», y, por otra parte, entre la subjetividad de la divina Esencia y la de la divina Persona: pues la divina Persona es todopoderosa con respecto al mundo, pero no con respecto a su propia Esencia; no puede impedir lo que Ésta exige, a saber, la irradiación cosmogónica y las consecuencias que trae aparejadas, es decir, el alejamiento, la diferenciación, el contraste y, a fin de cuentas, el fenómeno del mal; lo que equivale a decir – lo repetimos – que Dios tiene poder sobre determinado mal, pero no sobre el mal como tal. Si se nos objeta, con Asharî, que en ese caso Dios sería «débil» o «impotente», responderemos que esto no es en absoluto una objeción, y por dos razones: en primer lugar, porque una limitación metafísica – con las imposibilidades que trae consigo – no es «debilidad» ni «impotencia» en el sentido humano de estos términos (NA: En cierto casos, se puede reprochar al débil el que no sea fuerte, pero no se puede, sin caer en lo absurdo, reprochar a lo relativo el que no sea absoluto; un modo ontológico no es una tara moral.), y, en segundo lugar, porque, precisamente, en el caso de que se trata hay imposibilidad metafísica por parte del Dios-Persona, siendo así que – nunca se subrayará bastante.- la Omnipotencia de la Persona divina se refiere a la Manifestación universal y en modo alguno a las raíces in divinis de esta Manifestación ni, por consiguiente, a las consecuencias principales de estas raíces, por ejemplo, el mal. Según un error particularmente malsonante, y en el fondo, blasfemo. Dios no «quiere» que pequemos puesto que prohibe el PECADO, pero al mismo tiempo «quiere» que ciertos hombres pequen, pues si no lo quisiera no pecarían (NA: Las expresiones tales como la frase cristiana de que «Dios permite el mal», y que lo hace «con vistas a un mayor bien», aunque sus vías puedan no ser comprensibles para nosotros, son moralmente satisfactorias sin no obstante ser intelectualmente suficientes. Obsérvese que en el Islam se precisa a veces que Dios «induce en error» no de una manera activa, sino «abandonando» al hombre, o «dándole la espalda».); error que se refiere a la subjetividad de Dios, así como a su voluntad. Por lo demás, el mal surge de la Omniposibilidad a título de «posibilidad de lo imposible», o de «posibilidad de la nada»: la privación de ser está revestida, muy paradójicamente, de un cierto ser, y esto en función de la ilimitación de lo Posible divino; pero «Dios» no puede «querer» el mal como tal. 5342 STRP: ESPECULACIÓN CONFESIONAL: INTENCIONES Y DIFICULTADES LA VÍA DE LA UNIDAD
«Sólo Dios es el Agente», puesto que es Él quien «crea» las acciones de los hombres. Muy bien; pero si uno se equivoca al creer que somos nosotros quienes actuamos – como lo quieren ciertos sufíes -, se equivoca igualmente al creer que somos nosotros los que existimos; si la acción humana es en realidad la Acción divina, entonces el yo humano es en realidad el Yo divino. Si el hombre «adquiere» el acto que en realidad pertenece a Dios, como lo enseña Asharî, «adquiere» asimismo el ego que en realidad pertenece a Dios; y nos gustaría saber dónde está aquí el error o el PECADO: en la injusticia de la acción, como lo quiere el sentido común, o en la idea de que «soy yo quien actúa», o aun en la « adquisición» de un acto «creado» por el único Señor, como lo quiere algún sufí o algún teólogo. Si hay ilusión, ésta no está en nuestra convicción de que somos nosotros quienes actuamos, sino en nuestra existencia misma (NA: «No hay PECADO mayor que la existencia», según una fórmula tan audaz como elíptica atribuida a Râbi’ah Adawiyah; y según otra fórmula de este género, sólo Dios tiene derecho a decir «yo», y el PECADO de Iblîs fue precisamente el de haberse atribuido este derecho.), de la que no somos evidentemente responsables moralmente; si somos nosotros los que existimos, somos también nosotros los que actuamos. Existentes, somos libres; nuestros actos son los de Dios tan sólo en la medida en que, metafísicamente, no existimos, porque sólo Él es. 5349 STRP: ESPECULACIÓN CONFESIONAL: INTENCIONES Y DIFICULTADES LA VÍA DE LA UNIDAD
Sea lo que fuere, según la doctrina paulina el mal es necesario para la manifestación de la «Gloria» de Dios: los «vasos de Cólera», a saber, las criaturas destinadas al castigo, están ahí para permitir la aparición de esta Cualidad divina que es, precisamente, la Cólera o la Justicia. Es decir, el PECADO que hay que castigar, o el desequilibrio que hay que rectificar, es el aspecto complementario negativo, o el soporte providencial, de la Cualidad divina de que se trata; pues ésta no podría irradiar sin la ayuda de causas ocasionales que son posibilidades negativas incluidas en la Infinitud del Principio. Pero también hay que considerar lo siguiente: el hombre de bien no piensa en preguntar a Dios: ¿Por qué ME has hecho piadoso y honrado?, como tampoco el PECADOr endurecido preguntará: ¿Por qué ME has hecho PECADOr?, pues el hombre de bien no tiene ninguna razón para quejarse, y en cuanto al PECADOr, si encontrara un motivo para su pregunta – si sufriera por el hecho de ser PECADOr -, no pecaría más, pues nada obliga al hombre a pecar. La pregunta: ¿Por qué ME has hecho así? no tiene sentido más que para una situación irremediable; ahora bien, no es el estado de PECADOr lo que es irremediable, es la voluntad deliberada, luego orgullosa, de pecar; y nadie puede negar que el hombre hace lo que quiere. Sin duda, esto no impide al hombre malo hacer lógicamente la pregunta de que se trata; pero aquello le prohibe hacerla moralmente, puesto que él desea ser lo que es. 5357 STRP: ESPECULACIÓN CONFESIONAL: INTENCIONES Y DIFICULTADES LA VÍA DE LA UNIDAD
El problema de la predestinación se resuelve metafísicamente por la doctrina de la Posibilidad: toda cosa posible es con toda evidencia «idéntica a sí misma», es decir, «quiere» ser lo que es, ontológica e inicialmente (NA: Esto es lo que expresa el Corán con otros términos: «Pero si ellos (NA: los condenados) fueran devueltos (NA: a la tierra), volverían a lo que les estaba prohibido…» (NA: Sura Los Rebaños, 28).); no es el Dios personal, creador y legislador, el que «quiere» el mal, Él transfiere simplemente en la Existencia la Omniposibilidad diferenciada y diferenciadora que reside en la divina Esencia, de la que Él, el Dios personal, no es sino la primera Hipóstasis. En cuanto al hombre, podríamos decir que la «condenación» es en cierto modo el lado pasivo del individuo substancialmente perverso, es decir, cuya substancia misma es PECADOra, siendo el lado activo el PECADO, precisamente; queriendo el mal – queriéndolo en su misma substancia -, este individuo se «condena» a sí mismo, mientras que el PECADO «por accidente», luego exterior a la substancia individual, sólo conduce al «purgatorio» (NA: En el Cristianismo, la teología es indecisa en lo que concierne a la predestinación, no en sí, sino en cuanto a la intención de Dios, que según unos es independiente de los méritos humanos y según otros depende, más o menos, de estos últimos, o lo hace en algunos casos; pero la primera de estas opiniones, sostenida por lo demás por San Agustín y Santo Tomás, es la que ha prevalecido finalmente, o al menos es la que predomina sobre las demás. Los católicos reprochan a los protestantes el que estén seguros de su salvación; aparte que la mayoría de los católicos, que ignoran la teología, no tienen otra actitud, esta certidumbre es, de hecho, un elemento más metódico que dogmático – al menos en las personas piadosas – y se acerca curiosamente a la certidumbre análoga de los amidistas.). Obsérvese que el «PECADO mortal» no está en la sola acción – un hecho temporal no puede acarrear para el agente una consecuencia intemporal -, sino que está ante todo en el carácter, luego en la substancia; es decir, un mismo acto puede tener un alcance ya accidental, ya substancial, según resulte de la corteza o del núcleo de la persona. Cuando el hombre mejora su carácter, Deo juvante, Dios ya no tiene en cuenta los PECADOs pasados cuyas raíces han desaparecido del alma: un PECADO que ya no se cometería es un PECADO borrado, mientras que el hombre debe pagar por una antigua transgresión que todavía podría cometer. Huelga decir que en todo esto se trata, no de lo que aparece como PECADO por su forma, sino de lo que es PECADO por una tara intrínseca, pues la acción vale por la intención. 5358 STRP: ESPECULACIÓN CONFESIONAL: INTENCIONES Y DIFICULTADES LA VÍA DE LA UNIDAD
Una consecuencia de la antropología por así decirlo esclavista de algunos es la exageración, no del infierno, sino del riesgo de caer en él, riesgo atribuido incluso a los hombres más piadosos; y esto a pesar de una acentuación correlativa igualmente intensa del motivo de esperanza, de perdón, de divina Clemencia. Sin duda, la perspectiva de Misericordia restablece el equilibrio en la doctrina escatológica global, pero no por ello suprime los excesos de la perspectiva opuesta, ni la incompatibilidad entre las dos tesis; pues si es cierto que Dios ha creado a los PECADOres para poder perdonarlos, como lo afirma Ghazâli, y que desesperar de la Misericordia es un PECADO más grande que todos los demás PECADOs acumulados, como lo quiere el califa Alî, no puede ser cierto igualmente que hombres santos como Abu Bakr y Omar hayan tenido razón – suponiendo que la información sea exacta – en lamentar su nacimiento humano a causa del rigor del Juicio. Una misma doctrina no puede citarnos como ejemplo un santo que se hubiera sentido feliz de no pasar más que mil años en el infierno, y al mismo tiempo asegurarnos que Dios perdona al creyente arrepentido aun si la masa de los PECADOs se extiende hasta el cielo; y una misma moral no puede en buena lógica abrumarnos con amenazas escatológicas objetivamente desesperantes a la vez que nos prescribe gozar de determinados placeres «lícitos» de la vida, y no de los menores. 5374 STRP: ESPECULACIÓN CONFESIONAL: INTENCIONES Y DIFICULTADES LA VÍA DE LA UNIDAD
Pero volvamos al hadîth de Alî: en suma, el ensañamiento del cuarto califa contra el vino se explica cuando se admite que el vino es prácticamente el orgullo. La hinchazón narcisista que la embriaguez produce no es, en efecto, sino el «PECADO original» considerado en su aspecto luciferino. Asimismo, se comprende el ensañamiento del hadîth sobre los comerciantes – que hemos citado en primer lugar – si se tienen en cuenta las ecuaciones «avidez igual a concupiscencia» y «concupiscencia igual a caída»; lo que se considera es también el PECADO original, pero esta vez en su aspecto de egoísmo ávido y avaro. La victoria sobre el «dinero» y el «vino» se convierte en la victoria sobre el «viejo Adán»: la victoria a secas, la que personifican los santos y los Profetas; y la naturaleza de éstos no es otra que la Fitrah, la «Naturaleza primordial»; la de los elegidos en el Paraíso. 5442 STRP: ESCOLLOS DEL LENGUAJE DE LA FE LA VÍA DE LA UNIDAD
Sin duda, el abuso luciferino de la inteligencia que se vuelve contra la verdad, y finalmente contra el hombre, es peor que el simple debilitamiento moral; pero la sorprendente facilidad con que el Oriente decadente se ha solidarizado con el modernismo occidental, en cuanto ha podido, prueba no obstante que hay entre ambos excesos como una complementariedad providencial, y que el debilitamiento moral, a partir de cierto grado, es mucho menos inocente, desde el punto de vista espiritual, y por lo tanto, desde el punto de vista de la verdad, de lo que se hubiera creído a primera vista, o se quisiera creer por amor a la tradición (NA: En vano se acusa a Occidente de extender sus errores al mundo entero: además hace falta que alguien los acepte. La Teología nunca ha disculpado a Adán porque fuera Eva la que empezó.). Por lo demás, adherirse realmente a la tradición es adherirse a ella con discernimiento y no por simple rutina; carecer de discernimiento hasta el punto de traicionar a la tradición en cuanto las condiciones políticas lo permiten o invitan a ello – o de sufrir esta traición sin protestar (NA: En ciertos casos, hay que tener en cuenta el hecho de que son forzosamente los hombres antitradicionales los que disponen de los medios técnicos y, ante todo, del armamento, de modo que los hombres tradicionales están sin defensa; pero en la mayoría de los casos esta situación general no impediría que los partidarios de la tradición manifestasen su resistencia. Se nos ha dicho más de una vez, en Oriente, que todo lo que sucede es «querido por Dios»; ahora bien, se habría podido, en situaciones análogas, hacer este razonamiento desde la Edad Medía e incluso desde la Antigüedad, y no se ha pensado en hacerlo antes de esta segunda mitad del siglo XX.) – no es realmente tener espíritu tradicional, y no manifiesta una mentalidad digna de ser citada como ejemplo o de ser admirada sin reservas. De modo general, uno de los descubrimientos más decepcionantes de nuestro siglo es el hecho de que la media de los creyentes, bajo todos los cielos, ya no son en absoluto creyentes; ya no tienen verdaderamente la sensibilidad conforme a su religión y se les puede contar cualquier cosa. La humanidad se halla inmersa en el kaliyuga, la «edad de hierro», y la mayoría de los hombres están por debajo de su religión – si es que todavía tienen alguna – hasta el punto de no poder representarla consciente y sólidamente; sería, pues, ingenuo creer que encarnan un determinado mundo tradicional, es decir, que son lo que éste es. A la cuestión de saber si el Oriente rutinario es la tradición se debe responder sí y no; no se puede, con conocimiento de causa, responder simplemente sí, pero sería, sin duda, más inadecuado todavía responder simplemente no, dada la complejidad del problema. Todo esto no tiene relación con la tipología religiosa, de la que hemos hablado al principio de este capítulo, pero como el mal procede tanto por exceso como por privación – y la falsificación del bien participa de esas dos taras (NA: La falsificación resulta del PECADO de orgullo: falsificar un bien es acapararlo para sí, subordinarlo a un fin que le es contrario, luego viciarlo con una intención inferior. El orgullo, como la hipocresía que lo acompaña, sólo puede producir la falsificación.) – las características formales de una religión influyen forzosamente, aunque muy indirectamente y por subversión, en la génesis de tal o cual degeneración particular; lo cual se comprueba tanto en la decadencia oriental como en la desviación occidental. 5474 STRP: NOTAS SOBRE TIPOLOGÍA RELIGIOSA LA VÍA DE LA UNIDAD
Después del «loto» debemos considerar el «purgatorio» propiamente dicho: el alma fiel a su vocación humana, es decir, sincera y perseverante en sus deberes morales y espirituales, no puede caer en el infierno, pero puede pasar, antes de acceder al Paraíso, por ese estado intermedio y doloroso que la doctrina católica llama el «purgatorio»: debe pasar por él si tiene defectos de carácter, o si tiene tendencias mundanas, o si se ha cargado con un PECADO que- no ha podido compensar con su actitud moral y espiritual ni por la gracia de un medio sacramental. Según la doctrina islámica, el «purgatorio» es una estancia pasajera en el infierno: Dios salva del fuego «a quien Él quiere», es decir, Él es el único juez de los imponderables de nuestra naturaleza; o, dicho de otro modo, Él es el único en saber cuál es nuestra posibilidad fundamental o nuestra substancia. Si hay confesiones cristianas que niegan el Purgatorio, es en el fondo por la misma razón: porque las almas de los que no se han condenado, y que ipso facto están destinadas a la salvación, se hallan en manos de Dios y no le conciernen más que a Él. 5550 STRP: ESCATOLOGÍA UNIVERSAL LA VÍA DE LA UNIDAD
Hemos de dar cuenta ahora, por una parte, de la posibilidad infernal que mantiene al alma en el estado humano y, por otra parte, de las posibilidades de «transmigración», que, por el contrario, la hacen salir de él. Hablando en rigor, también el infierno es, a fin de cuentas, una fase de la transmigración, pero antes de liberar al alma hacia otras fases u otros estados la encarcela «perpetuamente», pero no «eternamente»; la eternidad sólo pertenece a Dios, y en cierto modo al Paraíso, en virtud de un misterio de participación en la Inmutabilidad divina. El infierno cristaliza una caída vertical; es «invencible» porque dura hasta el agotamiento de un cierto ciclo cuya extensión sólo Dios conoce. Entran en el infierno, no los que han PECADO accidentalmente, con su «corteza» por así decirlo, sino los que han PECADO substancialmente o con su «núcleo», y ésta es una distinción que puede no ser perceptible desde fuera; son, en todo caso, los orgullosos, los malvados, los hipócritas, o sea todos los que son lo contrario de los santos y los santificados. 5556 STRP: ESCATOLOGÍA UNIVERSAL LA VÍA DE LA UNIDAD
Exotéricamente hablando, el hombre se condena porque no acepta una determinada Revelación, una determinada Verdad, y no obedece a una determinada Ley; esotéricamente, se condena él mismo porque no acepta su propia Naturaleza fundamental y primordial, la cual le dicta un determinado conocimiento y un determinado comportamiento (NA: «Dios no hace daño a los hombres, sino que los hombres se hacen daño a sí mismo» (NA: Corán, Sura Yûnus, 44).). La Revelación no es sino la manifestación objetiva y simbólica de la Luz que el hombre lleva en sí mismo, en el fondo de su ser; no hace sino recordarle lo que él es, y lo que debería ser puesto que ha olvidado lo que es. Si todas las almas humanas, antes de su creación, deben testimoniar que Dios es su Señor – según el Corán (NA: «Y cuando tu Señor sacó una descendencia de los riñones de los hijos de Adán, y les hizo testimoniar contra ellos mismos: ¿No soy Yo vuestro Señor?, ellos dijeron: Sí, lo atestiguamos. (NA: Y esto) a fin de que no digáis, en el Día de la Resurrección: Hemos sido inconscientes de esto. O para que no digáis: Nuestros antepasados dieron en otro tiempo asociados (NA: a Dios); (NA: ahora bien) nosotros somos sus descendientes…» (NA: Sura, Las Elevaciones, 172 y 173). Estas criaturas preexistenciales son las posibilidades individuales contenidas necesariamente en la Omniposibiidad, y llamadas a la Existencia – no producidas por una Voluntad moral – por la Irradiación existenciante.) – es porque saben «preexistencialmente» lo que es la Norma; existir es, para la criatura humana, saber «visceralmente» lo que es el Ser, la Verdad y la Ley; el PECADO esencial es un suicidio del alma. 5557 STRP: ESCATOLOGÍA UNIVERSAL LA VÍA DE LA UNIDAD