ação (Guénon)

Segundo René Guénon, a AÇÃO não pode ter consequências senão no domínio da AÇÃO, sua eficácia se detém precisamente onde cessa sua influência.

A AÇÃO não pode portanto ter por efeito liberar da AÇÃO e obter a «LiberAÇÃO».

Uma AÇÃO qualquer que seja, não pode, além do mais, conduzir senão a realizações parciais.

Seguindo nisso Shankara, que afirmava que não há outros meios de obter a LiberAÇÃO completa e final senão pelo Conhecimento Guénon pensava que a AÇÃO era insuficiente para combater a ignorância (avidya).

Só o conhecimento é de natureza a verdadeiramente dissipar as trevas da ignorância e da ilusão (maya).

Mesmo se uma considerAÇÃO sobre a complementaridade da AÇÃO e da contemplAÇÃO, apareça por vezes nos escritos de Guénon, não deixa que a especificidade da superioridade da contemplAÇÃO sobre a AÇÃO seja sempre, e invariavelmente, sublinhada nele.

Eis a princípio porque, afirmava, o Oriente, que conserva uma dimensão contemplativa importante (e muito particularmente a Índia), possui uma superioridade incontestável a respeito de nossa civilizAÇÃO de agir permanentemente.

Mesmo se não subsiste hoje em dia senão centros contemplativos bastantes fracos numericamente no Oriente, o poder espiritual não sendo de modo algum baseado no número, a prática da contemplAÇÃO sua confere um poder inegável bem superior àquele da AÇÃO.

Logo retemos que a AÇÃO, que pertencem no mundo da mudança, não pode ter seu princípio nela mesma, toda sua realidade é recebida de um Princípio que está além de seu domínio, domínio que se refere a princípio unicamente do único conhecimento. (DRG)


A este propósito, es menester decir, que hay en las lenguas occidentales algo que es bastante molesto, y que puede contribuir en parte a algunas confusiones: es el empleo de las palabras «acción» y «actividad», que tienen evidentemente un origen común, pero que, sin embargo, no tienen ni el mismo sentido ni la misma extensión. La acción se entiende siempre como una actividad de orden exterior, que no depende propiamente más que del |dominio corporal, y es precisamente en eso en lo que se distingue de la contemplación y en lo que parece inclusive oponerse a ella de una cierta manera, aunque, aquí como por todas partes, el punto de vista de la oposición tenga forzosamente un carácter ilusorio, así como lo hemos explicado en otra parte, y aunque sea más bien de un complementarismo de lo que se trata en realidad. Por el contrario, la actividad tiene un sentido más general y se aplica igualmente en todos los dominios y a todos los niveles de la existencia: así, para tomar el ejemplo más simple, se habla en efecto de actividad mental, pero, incluso con toda la imprecisión del lenguaje corriente, apenas se podría hablar de acción mental; y, en un orden más elevado, se puede hablar también de actividad espiritual, lo que es efectivamente la contemplación (distinguida, bien entendido, de la simple meditación que no es más que un medio puesto en obra para llegar a ella, y que pertenece todavía al dominio de la mentalidad individual). Hay incluso algo más: si se considera el complementarismo de lo «activo» y de lo «pasivo», en correspondencia con el «acto» y la «potencia» tomados en el sentido aristotélico, se ve sin esfuerzo que lo que es más activo es también, y por eso mismo, lo que está más próximo del orden puramente espiritual, mientras que el orden corporal es aquel donde predomina la pasividad; de ahí deriva esta consecuencia, que no es paradójica más que en apariencia, de que la actividad es tanto mayor y más real cuanto más alejado del dominio de la acción está el dominio donde se ejerce. ¡Desafortunadamente, la mayor parte de los modernos no parecen comprender apenas este punto de vista, y de ello resultan singulares equivocaciones, como la de algunos orientalistas que no vacilan en calificar de pasivo al Purusha, si se trata de la tradición hindú, o al Tien, si se trata de la tradición extremo-oriental, es decir, en todos los casos, lo que es precisamente, al contrario, el principio activo de la manifestación universal! (RG-IRE)

René Guénon