Miguel Cruz Hernández — História do pensamento no mundo islâmico
Excertos do Capítulo 10 — IBN SlNA (AVICENA), 980-1037
Modo y carácter de la creación
La creación, tal como la entiende Ibn Sina, es fruto de la ciencia. La actividad intelectual divina consiste en un único acto eterno, por el cual Dios conoce todas las cosas de un solo golpe y sin que este conocimiento eterno opere cambio alguno en la Esencia divina. De esta ciencia divina, que conoce desde siempre la esencia de todos los seres, proceden todas las cosas, pero no como una emanación de su propia naturaleza, en tanto que la creación no es un efecto físico de Dios. Dios sabe que del conocimiento que tiene su ciencia divina desborda el ser y son creadas las cosas; al conocer Dios desde siempre las esencias y lo que de ellas se deriva, ama el orden del bien que procede de la Sabiduría eterna. Este amor es indirecto, pues Dios es voluntad Pura, está libre de toda imperfección y no puede tener deseo alguno; así, pues, aunque la creación es un bien, Dios no puede quererlo directamente, pues si así lo quisiera estaría determinado por la creación, y Dios sólo puede determinarse por su propia Esencia. Por tanto, lo único que Dios conoce es su Esencia, pero este conocimiento incluye el orden del bien y del ser, que en tanto que conocido por Dios se desarrolla y existe.
El conocimiento divino, sin embargo, es muy diferente del modo de conocer humano; lo que Dios sabe es que El es el Principio del Ser y lo que procede de dicho principio; es decir, Dios conoce las cosas en cuanto principio del que proceden. Por tanto, ¿cómo conoce Dios las cosas individuales? Si conoce los seres concretos por sus esencias, no los conoce en cuanto sujetos a cambio; pero si Dios conoce los entes individuales en cuanto sujetos a cambio, conoce algo que es mutable, accidental y material. Sin embargo, nada escapa del conocimiento divino, dice el Alcorán; ¿cómo, pues, conoce Dios lo individual? El conocimiento divino universal es el tipo más perfecto del saber, pero este conocimiento incluye el de todas las causas y sus efectos. Este saber, aunque alcanza todos los cambios y mutaciones, no produce ningún cambio en Dios. Para que se produzca el cambio se precisa de un tiempo en que tenga lugar; como Dios está por encima del tiempo, todo lo conoce como siempre presente, eterno y universal. Sin embargo, para que este conocimiento no agregue nada a la Esencia divina, la Creación estará de algún modo dentro de dicha Esencia; pero no se produce de un modo rigurosamente involuntario, ya que «la ciencia que le pertenece — dice Ibn Sina —, es la Voluntad que El tiene».
La creación así concebida se produce ab aeterno, pues si fuese temporal Dios carecería, antes de crearla, de la perfección inherente al efecto que se desprende de su causa. Por la misma razón esta creación tiene que ser permanentemente conservada, pues el mejor creador es el que hace durar más a su obra y Dios es el más perfecto de los creadores. Por esto, afirma el Alcorán: «Ciertamente Dios mantiene los cielos y la tierra a fin de que permanezcan.» El mundo de la creación pertenece al ser posible por sí y necesario por otro, que permanece en tanto que dura la causa necesaria; como ésta es eterna, lo creado es mantenido eternamente por Dios. Esta acción de Dios es, al mismo tiempo, una luz intelectual (isráq), pues el Ser Inteligible por excelencia es la Luz, y como tal se extiende sobre todos los seres; los inferiores sólo reciben el impulso creador, pero los dotados de inteligencia reciben también la Claridad de la Luz Divina, en proporción inversa a su vinculación con la materia. Así, el primer ser que recibe la Luz Divina, como el sol se refleja en un espejo, es el Intelecto Universal, y después las almas angélicas. El alma humana recibe el brillo de la Luz Divina por medio del Intelecto Agente.
Este carácter de la creación obliga a hacer depender a lo creado de Dios de un modo absoluto y eterno. Hay agentes, dice Ibn Sina, que sólo actúan al hacer su obra y después se desligan de ella; pero el Agente que realiza la creación absoluta (ibda’) no se limita a transformar temporalmente (ihdat), ni a generar (takwin); por esto el estado de dependencia de lo creado respecto del Creador es el más perfecto que existe. Pero este problema se complica al emplear el término creación ex-nibilo (‘an al-‘adam), ya que en su pensamiento cabe hablar de una creación ex nibilo sui, pero es más dudoso que pueda hablarse también de una rigurosa creación ex nihilo subjecti. El ser creado procede de su nada, pero en cierto modo parece arrancar, en cambio, de la Esencia del Creador. El pensamiento de Ibn Sina se debate en este problema entre las consecuencias del neoplatonismo de la Pseudo-Teologia (o sea, de Plotino) y de al-Farabi, y las exigencias de la fe coránica, que en este caso es tan tajante como el Génesis. La creación de que habla el Alcorán se produce ex nihilo sui et subjecti; y al comentar Ibn Sina la azora 113 ha intentado concordar la fe coránica con el pensamiento neoplatónico. La süra empieza diciendo: «Digo: yo me refugio cerca del Maestro de la Aurora.» Ibn Sina comenta: «Alabanza a Dios que hiende la oscuridad de la nada por medio de la luz del ser y extiende sobre las esencias futuras y las moles (inertes) de los seres posibles las operaciones del bien, por pura generosidad y liberalidad pura. El ha dicho — Aquel cuyo secreto pensamiento es Santo —, ha dicho magníficamente: Digo: Yo me refugio cerca del Señor de la Aurora. Este, el que hiende las tinieblas de la nada por la luz del Ser, es el Primer Principio, el Ser Necesario por sí mismo… La Aurora del Ser es uno de los concomitantes de su Bondad Absoluta, que desborda su mismidad y está dirigida por el Destino Primero. El primer ser que de El emana es su Decreto Inmutable, en el cual no hay mal alguno, salvo lo que se oculta bajo la irradiación de la Luz Primera, que es el polvo inherente a esta esencia creada de su Esencia… Ciertamente El — ¡ensalzado sea! — colocó en primer lugar la expansión, el desbordamiento de la luz del Ser sobre las esencias posibles, a pesar del mal inherente (a estas esencias posibles)… Y si se pregunta ¿por qué ha dicho cerca del Señor de la Aurora y no cerca del Dios de la Aurora, o algo de este género?, entonces es preciso responder… que es debido a que el Señor es dueño de todo lo que está sometido, y el que está sometido es el que no puede en modo alguno prescindir de su Señor. Mirad al niño que su padre educa: ¿puede, mientras está sometido, prescindir de quien le enseña? Así, ciertamente, las esencias posibles no pueden prescindir en ningún momento de su existencia, ni en ningún estado en que se encuentren, del desbordamiento del Primer Principio.»
Ibn Sina piensa que la irradiación de la Esencia divina es al mismo tiempo creadora, respecto de la materia e iluminadora para los seres intelectuales. Esta irradiación, en cuanto creadora, se integra en su Naturaleza , y en cuanto creada, ya no puede integrarse en Ella. El paso de flujo creador a flujo creado se produce en tanto que en la Esencia divina no hay obstáculo ni repugnancia alguna a la creación. Dios conoce como bueno y perfecto lo que puede proceder de El y en tanto que bueno lo quiere. La creación, pues, es un concomitante necesario que acompaña siempre a la Esencia divina, pero que no forma parte constitutiva de su Esencia. La diferencia entre Dios y las criaturas se resuelve en la única diferencia fundamental que Ibn Sina admite: la Esencia divina es Ser Necesario por sí mismo, mientras el ser de las criaturas es necesario por otro; a esta diferencia le da categoría de naturaleza y no de grado.
El orden de la creación
Del flujo creador proceden todos los seres creados, según un riguroso orden. Directa e inmediatamente de Dios sólo puede proceder un solo ser, para evitar que la multiplicidad se produzca en su Esencia; este ser es inmaterial y consiste en al-‘aql al-awwal que es uno numéricamente, pero múltiple en cuanto a su esencia, y su multiplicidad esencial consiste en ser posible por sí y necesario por el acto creador de Dios. De esta Primera inteligencia arrancan todos los demás seres creados, en tanto que de aquello que conoce la Primera inteligencia de la Esencia del Ser Primero nace la segunda inteligencia; de lo que sabe acerca de su esencia en tanto ha sido hecha necesaria por Dios, se produce el alma o forma de la primera Esfera; y de lo que aprehende de su esencia como posible por sí procede la esfera celeste propia. Así tiene lugar la producción de las diez esferas con sus diez almas motoras y sus diez inteligencias: 1) La esfera extrema. 2) La esfera de las estrellas fijas. 3) La esfera de Saturno. 4) La esfera de Júpiter. 5) La esfera de Marte. 6) La esfera del Sol. 7) La esfera de Venus. 8) La esfera de Mercurio. 9) La esfera de la Luna. 10) El mundo sublunar. La décima inteligencia constituye el Intelecto Agente, cuya misión no es dar origen a ningún cuerpo celeste, sino gobernar el mundo sublunar, o sea, el que habitamos los hombres, que se diferencia del mundo celeste en que la materia celeste o éter sólo puede recibir una forma y, en cambio, la materia del mundo terráqueo puede recibir múltiples formas. El mundo celeste carece de figura, está dotado de movimiento circular, absorbe la forma en la materia y crea la sustancia a partir del contraste; el mundo terrestre posee múltiples figuras, está sujeto al cambio y su materia puede recibir formas diferentes y aun opuestas. La materia que compone el mundo terrestre se produce a partir del movimiento circular, y las diferentes formas que recibe esta materia proceden de las esferas celestes que preparan la materia para recibir las formas mediante el Intelecto Agente. Además, el mundo celeste influye sobre el terrestre, tanto por la acción de los cuerpos astrales sobre los cuerpos terrestres, como por el influjo de las almas celestes sobre las de nuestro mundo. Incluso la misma materia terrestre se estructura por la acción astral en los famosos cuatro elementos; y el calor central — ya que el fuego central no es admitido por Ibn Sina — tiende a agrupar los elementos mientras que el frío los separa.
El mundo de la creación así producido puede agruparse en cuatro núcleos: inteligencias celestes, almas celestes, fuerzas físicas y mundo corporal. Los dos grupos primeros están compuestos por seres inmateriales y su estudio pertenece a la «ciencia divina», para que no rocen con la materia ni aún en la consideración mental. Son, por tanto, los seres más cercanos al Creador. Ibn Síná los identifica con los querubines, potestades y tronos, constituyendo inteligencias puras y sustancias simples que sólo se distinguen entre sí por su proximidad relativa respecto del Creador y por su gobierno sobre una determinada esfera. Por tanto, al no tener diferencia individual, cada uno de ellos constituye una especie compuesta de un solo individuo; no existiendo en ellos otra composición que el ser posibles por sí y necesarios por el acto creador divino. Estas Inteligencias celestes constituyen la primera clase de los ángeles; la segunda está formada por las almas angélicas que animan las esferas celestes, y la tercera la forman los cuerpos astrales. La misión de los primeros ángeles es celeste y cuasi divina; la de los ángeles activos o almas celestes, es el gobierno del mundo físico y la mediación entre el mundo celeste y el terrestre, siendo necesarios para que las inteligencias separadas — ángeles del primer grupo — puedan actuar mediatamente sobre los cuerpos materiales, para discernir lo conveniente en el mundo de los opuestos y preparar en los elementos simples las disposiciones que permiten la generación. Sólo sobre esta materia, así preparada, puede el Intelecto Agente imprimir las formas; en este sentido el Intelecto Agente constituye el «donador de formas» (Wahib al-suwar, el dator formarum de la escolástica latina), para el mundo terrestre.