Burckhardt Cosmologia

Titus Burckhardt — COSMOLOGIA

Sin duda, donde más claramente aparece la diferencia entre la cosmología fiel a la tradición, como la ciencia hermética, y la que se rige del todo por el entendimiento analítico, es en la apreciación y explicación del universo astronómico. El más antiguo esquema del Universo, en el que la Tierra aparece como un disco situado bajo la bóveda de un cielo estrellado, es el de significado más amplio y profundo, que permanece tan actual como fiel sigue siendo tal esquema a la percepción inmediata y natural del hombre: el Cielo, que, con su movimiento, mide el tiempo, origina las estaciones, el día y la noche, hace subir y bajar las luces y derrama las lluvias, representa el polo activo y masculino de la existencia. Por el contrario, la Tierra, que, por la acción del Cielo, es fecundada, hace nacer las plantas y alimenta a todos los seres vivos, representa el polo pasivo y femenino. Esta contraposición de Cielo y Tierra, de existencia activa y pasiva, es ejemplo y patrón de otras numerosas parejas de oponentes, como la constituida por forma (eidos) y materia (hyle) en lo conceptual, o como la dualidad entre el espíritu (nous) y el alma (psyche) interpretada en sentido platónico.

El movimiento giratorio del cielo revela la existencia de un eje fijo e invisible, el cual corresponde al espíritu que está siempre presente en todas las fases del mundo. Al mismo tiempo, la trayectoria del Sol marca una cruz simétrica que señala hacia los cuatro puntos cardinales —Norte y Sur, Levante y Poniente—, según la cual se dividen en frías y cálidas, secas y húmedas, todas las propiedades que determinan la vida. Más adelante veremos que esta ordenación se repite dentro del microcosmos del hombre.

La trayectoria solar, según aparece por el horizonte, describe, desde el solsticio de invierno hasta el de verano, arcos cada vez más amplios, que luego van estrechándose hasta que se completa el año. Visto en conjunto, este movimiento puede plasmarse en la figura de una espiral que, tras un número determinado de vueltas, invierte el sentido de giro, idea que se ha representado en multitud de signos, como el de la espiral doble o espiral de dos rizos, conocido como el yin-yiang chino y también, muy especialmente, en la imagen de la vara de Hermes, en la que se enroscan dos serpientes en torno a un eje, el eje del mundo (a este respecto, René Guénon, Le Symbolisme de la Croix y Julius Schwabe, Archetyp und Tierkreis, Basilea, 1951). El contraste que se manifiesta en las dos fases de la órbita solar, la ascendente y la descendente, corresponde, en cierto aspecto, al contraste entre Cielo y Tierra, con la diferencia de que, en el primero, ambas partes tienen movimiento, ya que en lugar de una contraposición de causas se da un cambio de energías. Cielo y Tierra están, uno, arriba, y otro, abajo; los solsticios se hallan, uno, al Norte, y otro, al Sur, significan respectivamente, dilatación y contracción. Esta contraposición, de múltiples significados, volverá a ofrecérsenos en la obra alquímica representada por el azufre y el mercurio.

El esquema tolemaico del Universo —en cuyo centro aparece la esfera terrestre y en torno a la cual giran los astros en distintas órbitas, rodeados por el cielo de las estrellas fijas y por el empíreo exterior sin estrellas— no anula el significado del esquema anterior ni altera la percepción natural, si bien presenta otro símbolo: el del envolvimiento en el espacio; el escalonado de las esferas celestes simboliza la ordenación ontológica del mundo, según la cual cada estado de la existencia procede de un estado superior, el cual lo lleva en sí del mismo modo que la causa implica el efecto. Por tanto, cuanto más amplia es la órbita en la que se mueve el astro, más puro, más libre y más próximo al origen divino es el estado de la existencia o el grado de conocimiento que le corresponden. Pero el empíreo sin estrellas —que envuelve a los astros, parece comunicar su movimiento al cielo de las estrellas fijas y es el que se mueve a mayor velocidad y con mayor exactitud— representa el primum mobile, el primer acto motor y, por consiguiente, el espíritu divino que todo lo envuelve.

Dante adoptó la interpretación tolemaica del universo, que ya había sido representada en escritos árabes. Existe también un manuscrito hermético anónimo del siglo XII, escrito en latín y probablemente de origen catalán1, que expone el significado espiritual de esta sucesiva, inclusión de las esferas celestes en forma muy similar a la representada en la Divina Comedia: la ascensión por las esferas se describe como la subida a través de estados espirituales durante la cual el alma, a medida que va coronando estos estados uno a uno, pasa de una percepción fragmentaría y supeditada a las formas, a una apreciación indiferenciada e inmediata, en la que sujeto y objeto, conocedor y conocido, son una misma cosa. Esta descripción ha sido ilustrada con dibujos que representan las esferas celestes en forma de órbitas concéntricas, por las que, como por una escala de Jacob, trepan los hombres hacia la esfera superior, el empíreo, sobre el que reina Cristo.

Completan las órbitas celestes, por su parte interior, del lado de la Tierra, las órbitas concéntricas de los elementos: la más próxima a la órbita de la Luna es la del fuego; viene después la del aire, que rodea a la del agua, y ésta, a su vez, a la de la Tierra. Es curioso que este manuscrito anónimo, cuyo carácter hermético es evidente, reconozca las tres confesiones monoteístas: judaísmo, cristianismo e islamismo, lo cual demuestra con claridad que la sabiduría hermética, gracias a su simbolismo puramente cosmológico y basado en la naturaleza, podría enlazar entre sí cualesquiera creencias auténticas, sin entrar en conflicto con sus diferentes dogmas.

Puesto que la revolución del cielo de las estrellas fijas da la medida básica del tiempo, el empíreo, el cielo sin estrellas, que comunica a aquél su movimiento, debe constituir la frontera entre tiempo y eternidad o entre las maneras más o menos condicionadas de la duración2 y la pura actualidad permanente. El alma que, en el símil, va trepando por las esferas, al llegar al empíreo abandonará el mundo de la pluralidad y de las formas y estados que se excluyen mutuamente, para reintegrarse al Ser indiviso y que todo lo abarca. Dante expone esta traslación, que determina una verdadera reversión de todas las perspectivas al contraponer a la ordenación cósmica de las esferas celestes, que se contienen sucesivamente unas a otras, desde la limitación terrena hasta el divino infinito, una ordenación inversa cuyo centro es el mismo Dios y en torno al cual giran, en órbitas cada vez más amplias, los coros de ángeles; giran a mayor velocidad cuanto más cerca se encuentran del origen divino, contrariamente a las esferas cósmicas, cuya aparente velocidad aumenta a medida que crece la distancia entre ellas y el centro Tierra. Con esto inversión de la ordenación cósmica en la divina, Dante venía ya a anticipar el esquema heliocéntrico del Universo.
-*ESQUEMA HELIOCÊNTRICO DO UNIVERSO
Notas
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  1. Publicado en M. T. d’Alverny, Les pélégrinations de l’Ame dans l’autre Monde d’après un anonyme de la fin du XIIè siècle, en «Archives d’Histoire doctrinale et littéraire du Moyen Age», 1940-1942. Según investigaciones posteriores de M.T. d’Alverny, el manuscrito que se conserva en la Bibliothèque Nationale de París fue escrito probablemente en Bolonia, inspirado en un antecedente español. 

  2. Según Averroes, el movimiento ininterrumpido del ciclo sin estrellas es la intersección entre tiempo y eternidad 

Titus Burckhardt