Titus Burckhardt — Introdução às doutrinas esotéricas do Islã
La «renovación de la Creación en cada instante»
Hay un aspecto de la teoría sufí de la Creación que se designa como la «renovación de la Creación en cada instante» o «en cada aliento» (Taydîd al-jalq-bilanfâs) y que tiene conexión de modo muy directo con la realización espiritual. Las «esencias inmutables» (al-a’yân at-tâbita), las posibilidades puras en las que Al-lâh se manifiesta a Sí mismo, nunca aparecen como tales en la existencia, sino que sólo sus modalidades relativas —o todas las relaciones (nisab) posibles que implican— se ponen de manifiesto en el Universo. Así pues, estas últimas, en realidad, tampoco «salen» de sus arquetipos y a causa de ello su variación nunca se agota de modo sucesivo, al igual que las aguas de un río no cesan de cambiar de forma aunque obedezcan la ley que les impone la configuración de su lecho. En esta imagen —imperfecta dado su carácter concreto—, el agua del río representa la «efusión» o «el flujo» (fayd) incesante del Ser y el lecho del río la «determinación inmutable», mientras que sus aguas corresponden a las formas sensibles o sutiles que resultan de esta polaridad ontológica. «La esencia inmutable» —o el arquetipo— también se puede comparar con un prisma incoloro que escinde la luz del Ser en rayos irisados; la coloración de los rayos dependerá, a la vez, de la naturaleza esencial de la luz y la naturaleza del prisma.
En el mundo informal o espiritual (‘âlam al-arwâh o al-Yabarût), la variedad de reflejos de un solo arquetipo se manifiesta cómo una «riqueza» de aspectos, contenidos los unos en los otros, como lo están los múltiples aspectos lógicos de una única verdad, o las beatitudes incluidas en una misma belleza. Su variedad, en este grado de existencia, está tan alejada como es posible de la repetición, ya que expresa directamente la Unicidad divina1. En cambio, en el mundo de la individuación, los reflejos de un arquetipo se manifiestan de modo sucesivo, porque interviene la condición cósmica de la forma, en el sentido de una delimitación o exclusión recíproca de los aspectos. Este mundo, que por lo demás engloba tanto las formas psíquicas como las corporales, es al que se llama «mundo de las analogías» o «mundo de los semejantes» (‘âlam al-mithâl)2, ya que las formas que se manifiestan en él de modo sucesivo o simultáneamente son análogas entre sí, del mismo modo que son análogas a su arquetipo común. En los grados inferiores de la existencia, en particular en el mundo corporal (‘âlam al-aysâm), la variedad de las formas se acerca a la repetición, expresada por el modo cuantitativo, sin que, a pesar de ello, nunca se llegue a alcanzar, pues en la pura repetición se disolverían todas las cualidades diferentes que constituyen el mundo3.
Si la variación de reflejos de un mismo arquetipo se considera desde el punto de vista de su sucesión temporal, que se puede tomar como expresión simbólica de cualquier sucesión posible, se dirá que la «proyección» del arquetipo en la existencia se renueva a cada instante, de modo que nunca subsiste el mismo estado de existencia «reflejada», al estar el ser relativo sujeto a un aniquilamiento y renovación continuos. «El hombre —escribe Muhyî-l-Dîn ibn ‘Arabî en La Sabiduría de los Profetas— no se da cuenta espontáneamente de lo que no es y lo, que es de nuevo (lam yakun thumma kâna) a cada «aliento». Y al decir «de nuevo», no doy por supuesto ningún intervalo temporal, sino una sucesión puramente lógica. En la «Renovación de la Creación a cada aliento», el instante de aniquilamiento coincide con el instante de la manifestación de lo semejante (mathal)» (Capítulo sobre Salomón). ‘Abd al-Razzâq al-Qashânî4 escribe, en su comentario de La Sabiduría de los Profetas, en el mismo sentido: «No hay intervalo temporal entre la aniquilación y la nueva manifestación, de modo que no se percibe una interrupción entre dos creaciones análogas y sucesivas, y la existencia, desde ese momento, parece homogénea … » Según Muhyî-l-Dîn ibn ‘Arabî, esta ilusión de continuidad «está expresada en el versículo coránico: «ellos están ilusionados por una creación nueva»5, lo que significa: «no transcurre un instante sin que perciban lo que perciben… » (La Sabiduría de los Profetas, ibid.).
Esto recuerda la parábola de los budistas en la que la existencia se compara con la llama de una lámpara de aceite que, aunque parece idéntica, no cesa de renovarse a cada instante, de forma que esta llama, en realidad, no es ni la misma ni otra distinta. Para completar la interpretación budista6 de esta imagen desde el punto de vista del Sufismo, es preciso añadir que la luz como tal corresponde al Ser (al-Wuyûd), mientras que la forma de la llama refleja el arquetipo al que debe su relativa continuidad. Si es verdad que la llama no tiene existencia autónoma, es verdad, igualmente, que existe. Hay, pues, en el cosmos una discontinuidad casi absoluta, que es la expresión de su carácter ilusorio y que se reduce a la discontinuidad fundamental entre el mundo y Al-lâh. Por otra parte, hay en el cosmos una continuidad casi absoluta, en cuanto es en su totalidad un reflejo de su causa divina. ‘Abd al-Razzâq al-Qashânî escribe más adelante en relación con este tema: «En cuanto el hombre es una posibilidad de manifestación, pero que no ve lo que le manifiesta, es pura ausencia (‘udum); en cambio, en cuanto recibe su ser de la irradiación (tayallî) perpetua de la Esencia, él es. La revelación incesante de las Actividades divinas que fluyen de los Nombres divinos le renueva después de cada aniquilación, en la instantaneidad, sin sucesión temporal perceptible, pero según una sucesión puramente lógica, pues no hay más que una no-existencia permanente, que es la de la pura posibilidad, y un Ser permanente, la revelación. de la Esencia una, y, luego, las actividades e individuaciones que se suceden con los «alientos» que derivan de los Nombres divinos … » (comentario sobre La Sabiduría de los Proletas, ibid.).
En cuanto a los «alientos» o «espiraciones»7) de que se trata en este texto, son modalidades de la «Espiración del Clemente» (Nafas al-Rahmân o al-Nafas al-rahmânî) y este concepto debe entenderse en el sentido del principio divino que «dilata» (naffasa)8 o pone de manifiesto las posibilidades relativas a partir de los arquetipos. Esta «dilatación» no se presenta como tal más que desde un punto de vista relativo, según el cual el estado de «interioridad» (butûn) de las posibilidades antes de su manifestación aparece como una «contracción» (karb). La «Espiración» divina se vincula con la Misericordia total (ar-Rahmâ) porque gracias a ella la superabundancia del Ser «desborda» (afâda) las esencias limitadas.
Por, otra parte, la idea de «espiración» o «aliento» se refiere al simbolismo de la Palabra divina: del mismo modo que los diferentes sonidos o «letras» (hurûf)9, que constituyen las palabras del Libro revelado son análogas a los arquetipos que se reflejan en el cosmos, el soplo que sirve de soporte o vehículo a los sonidos articulados es análogo al principio divino que muestra y sostiene las posibilidades de manifestación10). La «Espiración» divina es el complemento «dinámico» y «femenino» de la Orden divina (al-Amr) el acto puro, que se expresa con la palabra «sé» (kun)11 y que, en cierto modo, corresponde, en el simbolismo mencionado, con la emisión del simple sonido. En sus Futûhât al-Makkîyya, Muhyî-l-Dîn ibn ‘Arabî identifica la «Espiración» divina con la Naturaleza universal (al-Tabî’a), a la que atribuye una función cosmogónica análoga a la que los hindúes designan como shakti, «la Energía productiva» de la Divinidad. En función de este simbolismo hay que comprender la expresión: «la renovación de la creación en cada aliento —o: por los alientos».
Respecto a la relación estrecha que existe entre la teoría que acabamos de exponer y la realización espiritual, basta subrayar que el alma humana forma parte del «mundo de los semejantes», que comprende tanto este mundo como los paraísos formales y los infiernos, y, por consiguiente, está constituida por reflejos que se suceden indefinidamente sin descanso alguno, de modo que no tiene continuidad propia; la identidad del «yo» no es más que una «reminiscencia» del «Sí» (al-huwiyya)12, la posibilidad eternamente subsistente del ser en la Esencia infinita.
Lo que ilumina y conoce la huída incesante de los semejantes13 y que los relaciona con su arquetipo, evidentemente no es la conciencia individual, sino la Inteligencia pura y trascendente.
Asimismo, en el orden informal, los diferentes arquetipos se incluyen mutuamente. ↩
También se le llama el «mundo de la imaginación» (‘âlam al-Jiyâl). ↩
No consideramos aquí más que el ternario constituido por el mundo de los espíritus, el de las almas, y el dé los cuerpos, al ser el primero informal y los dos restantes condicionados por la forma. Es obvio que los dos mundos superiores implican a su vez una multiplicidad de grados. ↩
Maestro, sufí del siglo XII que comentó la Sabiduría de los Profetas, de Ibn ‘Arabî. ↩
«¿Estamos (Al-lâh) agotado por la primera creación? Con certeza, están ilusionados por una nueva creación» (L, 14). ↩
En conformidad con su propio perspectiva, el Budismo sólo subraya la inconsistencia del cosmos al identificar la Realidad inmutable con el vacío» (shunya), que no es expresable de forma positiva. En un sentido análogo, lbn ‘Arabî habla de la «no-existencia» (‘udum) de los arquetipos. ↩
Traducimos: «expir» por espiración dado que esta palabra, en su sentido teológico de inspiración derivada del Espíritu Santo, es equivalente al sentido con que se utiliza en el texto. (N. del T. ↩
El mismo verbo implica también el sentido de «consolar», en contraste con la «constricción» (Karb) (causada) por el desamparo. La «consolación», evidentemente, se relaciona con la Misericordia (Rahma) divina. ↩
Recordamos que la escritura árabe es rigurosamente fonética, de modo que la «letras» designan también los sonidos. ↩
Hay en esto un fundamento de la ciencia encantatoria. («Es esencial subrayar que lo que denominamos de este modo no tiene nada en común con las prácticas mágicos a las que, en ocasiones, se da el mismo nombre… La encantación… nunca es una petición e incluso no supone la existencia de ninguna cosa exterior (lo que forzosamente supone cualquier petición), ya que la exterioridad no puede comprenderse sino en relación con el individuo, que precisamente en este caso se trata de superar; (la encantación) es una aspiración del ser hacia lo Universal, con el fin de obtener lo que podríamos llamar… una gracia espiritual, es decir, en el fondo, una iluminación interior… El ser en lugar de buscar que (la acción de la influencia espiritual) descienda sobre él como lo hace en el caso de la oración, tiende, por el contrario, a elevarse hacia ella. Esta encantación, que se define de esta forma como una operación en principio completamente interior, puede, sin embargo, en gran número de casos, expresarse y «buscar, soporte» en el exterior con palabras o gestos, que constituyen los ritos iniciáticos, tales como el Mantra en la tradición Hindú o el Dikr en la tradición islámica… » Cita de Aperçus sur l’initiation, René Guénon, páginas 169 y ss., cap. XXIV. Editions Traditionnelles, París, 1977.) (N. del T. ↩
Según la doctrina de los Padres griegos, el mundo fue creado «por el Hijo en el Espíritu Santo». La Orden divina corresponde al Verbo y por tanto al Hijo. Recordemos que al Espíritu Santo se le llama «consolador», lo que es análogo al verbo árabe naffasa (ver nota 8 de este mismo capítulo). La analogía entre la «Espiración del Clemente» y el Espíritu Santo no es válida más que por el papel «económico» de Este, pero no por se persona hipostática. ↩
Literalmente la «Ipseidad» derivada del pronombre Huwa, «Él», en cuanto se sitúa entre el «yo» y el «tú». ↩
La expresión es coránica: «… no somos Nosotros quien seremos adelantados, si Nosotros queremos reemplazaros por vuestros semejantes (am tailakum) y reproduciros en una forma que no conocéis» (LVI, 59-60). ↩