Ya sea que lo llamemos Persona, o Sacerdotium, o Magna Mater, o por cualesquiera otros nombres gramaticalmente masculinos, femeninos o neutros, «Eso» (tat, tad ekam), de lo que nuestros poderes son medidas (tanmatra) es una sizigia de principios conjuntos, sin composición ni dualidad. Estos principios o sí mismos conjuntos, que no se distinguen ab intra, pero que son respectivamente auto-suficiente e insuficiente ab extra, sólo devienen contrarios cuando consideramos el acto de auto-manifestación (svaprakasatvam) implícito cuando descendemos desde el nivel silente de la No-dualidad a hablar en los términos de sujeto y objeto, y a reconocer las múltiples existencias individuales y separadas que el Todo (sarvam s to pan) o Universo (visvam) presenta a nuestros órganos de percepción física. Y puesto que esta totalidad finita sólo puede separarse lógicamente, pero no realmente, de su fuente infinita, «Ese Uno» puede llamarse también una «Multiplicidad Integral» y una «Luz Omniforme». La creación es ejemplaria. Los principios conjuntos, por ejemplo, el Cielo y la Tierra, o el Sol y la Luna, o el hombre y la mujer, eran originalmente uno. Ontológicamente, su conyugación (mithunam, sambhava, eko bhava) es una operación vital, productiva de un tercero en la imagen del primero y la naturaleza del segundo. De la misma manera que la conyugación de la Mente (manas) con la Voz (vac) da nacimiento a un concepto (sankalpa), así la conyugación del Cielo y de la Tierra enciende al Niño, a saber, el Fuego, cuyo nacimiento separa a sus padres y llena de luz el Espacio intermediario (antariksa, Midgar); y de la misma manera, microcósmicamente, cuando se enciende en el espacio del corazón, es su luz. El Niño brilla en el seno de su Madre, en plena posesión de todos sus poderes. Apenas nacido, atraviesa los Siete Mundos, asciende para pasar a través de la puerta del Sol, como el humo desde un altar u hogar central, ya sea afuera o adentro de vosotros, asciende para pasar a través del ojo del domo. Este Agni es a la vez el mensajero de Dios, el huésped en todos los hogares de los hombres, ya sean construidos o corporales, el principio de la vida pneumático y luminoso, y el sacerdote misal que lleva el sabor de la Ofrenda quemada desde aquí al mundo más allá de la bóveda del Cielo, bóveda a cuyo través no hay ninguna otra vía excepto esta «Vía de los Dioses» (devayana). Como la palabra misma para «Vía» nos recuerda, esta Vía deben seguirla, por las huellas del Precursor, todos aquellos que quieren alcanzar la «otra orilla» del río de la vida, espacial y luminoso, que separa esta orilla terrestre de aquella orilla celeste; estas concepciones de la Vía están en el fondo de todos los simbolismos detallados del Viaje y de la Peregrinación, del Puente y de la Puerta Activa.
Consideradas aparte, las «mitades» de la Unidad originalmente indivisa pueden distinguirse de diferentes maneras, acordemente a nuestro punto de vista; por ejemplo, políticamente, como el Sacerdotium y el Regnum (Brahma-ksatrau), y, psicológicamente, como el Sí mismo y el No sí mismo, el Hombre Interior y la Individualidad Exterior, el Macho y la Hembra. Estos pares son dispares; e incluso cuando el subordinado se ha separado del superior con miras a la cooperación productiva, el subordinado permanece aún en el superior, más eminentemente. Por ejemplo, el Sacerdotium, es «a la vez el Sacerdotium y el Regnum» —una condición que se encuentra en la mixta persona del sacerdote-rey Mitravarunau, o Indragni— pero el Regnum, en tanto que una función separada, no es nada sino él mismo, relativamente femenino, y subordinado al Sacerdotium, que es su Director (netr hegemon). Mitra y Varuna corresponden al para y al apara Brahman, y de la misma manera que Varuna es femenino para Mitra, así la distinción funcional en los términos del sexo define la jerarquía. Dios mismo es macho para todo, pero de la misma manera que Mitra es macho para Varuna, y como Varuna, a su vez, es macho para la Tierra, así el Sacerdote es macho para el Rey, y el Rey es macho para su reino. De igual modo, el hombre está sujeto al gobierno conjunto de la Iglesia y del Estado; pero detenta la autoridad con respecto a su esposa, quien, a su vez, administra su estado. A todo lo largo de la serie, el principio noético es el que sanciona o prescribe lo que el principio estético hace o evita; y el desorden surge solamente cuando este último es apartado de su fidelidad racional por sus propias pasiones dominantes, e identifica esta esclavitud con la «libertad».