Desde Benarés el Buddha prosigue a Uruvela, cerca de la moderna Bodhgaya, y, en el camino, encuentra a una partida de treinta hombres jóvenes de excursión, con sus esposas. Uno de ellos no tenía esposa, y había llevado con él a una mujer, que acababa de robarle sus pertenencias y huía corriendo. Todos los jóvenes preguntan al Buddha si ha visto a aquella mujer. El Buddha responde, «¿Qué pensáis vosotros, jóvenes? ¿Qué es mejor para vosotros, seguir el rastro de la mujer, o seguir el rastro del Sí mismo?» (atmanam gavis). Ellos responden que es mejor buscar el Sí mismo, y se convierten. Aquí nos encontramos por primera vez con la doctrina del Buddha de un Sí mismo real. En Uruvela, llega a la ermita de una comunidad de Brahmanes adoradores del Fuego, y quiere pasar la noche en su templo del fuego. Ellos le advierten que el templo es la guarida de un Dragón feroz que puede hacerle daño. El Buddha no lo piensa, y se retira por la noche, sentándose con las piernas cruzadas y vigilante. El Dragón se enfurece. El Buddha no lo destruirá, pero lo vencerá; asumiendo su propia forma ígnea, y deviniendo un «Dragón humano», lucha fuego con fuego, y por la mañana aparece con el Dragón domado en su cuenco de limosnas. Otro día los adoradores del fuego son incapaces de partir su leña, o de encender o extinguir sus fuegos hasta que el Buddha se lo permite. Finalmente, los brahmanes abandonan sus ofrendas quemadas (agnihotra) y devienen discípulos del Buddha. En relación con esto debemos citar el ejemplo de otro brahman adorador del fuego, a quien, en el curso de su diálogo, el Buddha dice,
Yo no apilo leña para fuegos ni altares;
yo enciendo una llama dentro de mí,…
mi corazón es el hogar, la llama es el sí mismo domado.
Aquí percibimos que el Buddha simplemente está continuando la enseñanza del Aranyaka Brahmánico en el que, como observaba Keith, «el Agnihotra interno se describe minuciosamente como un substituto del sacrificio formal».
El tiempo no nos permitirá contar en detalle los eventos posteriores de la vida del Buddha. Gradualmente congrega a un amplio séquito de errantes monásticos como él mismo; un poco contra su voluntad, también se permitió que las mujeres fueran ordenadas como monjas; y hacia el final de su vida había desarrollado un cuerpo organizado de monjes y de monjas, muchos de los cuales vivían en monasterios o conventos, que habían sido donados a la comunidad por laicos piadosos. La vida del Buddha se pasó al cuidado de la comunidad monástica, y en la predicación a las asambleas de los monjes, o a las audiencias de los brahmanes, de cuyas controversias siempre salía invariablemente victorioso; también lleva a cabo muchos milagros. Finalmente anuncia su muerte inminente. Cuando Ananda protesta, le recuerda que, aunque habrá aquellos que son todavía adictos a las maneras de pensamiento mundano, y que llorarán y rodarán presa de angustia, clamando «Demasiado pronto expira el Ojo en el Mundo», habrá otros, calmos y auto-poseídos, que reflexionarán que todas las cosas compuestas son impermanentes, y que todo lo que ha nacido contiene dentro de sí mismo la necesidad inherente de la disolución: «Honrarán mi memoria verdaderamente, aquellos que vivan de acuerdo con la Vía que he enseñado». Cuando un creyente viene a visitarle, antes de morir, el Buddha dice: «¿Qué bien te hará ver este cuerpo impuro?. El que ve la Ley, ME ve; el que ME ve, ve la Ley (dharma)». Al anunciar su deceso inminente, el Buddha deja este mensaje, «Sed tales que tengáis el Sí mismo (atman) como vuestra lámpara, el Sí mismo como único refugio, la Ley como vuestra lámpara y único refugio».
El Buddha explica que lo que esto significa, en la práctica, es una vida de incesante recordación (smrti). Difícilmente puede exagerarse el acento budista sobre la presencia consciente; no ha de hacerse nada en ausencia de la presencia consciente; o con respecto a lo cual uno pueda decir «yo no tenía intención de hacerlo»; un pecado inadvertente es peor que un pecado deliberado. Eso significa, que uno no debe «comportarse» simplemente por instinto; o como lo expresa Platón, «No hagas nada que no esté de acuerdo con la guía del Principio inmanente, nada contra la Ley común que gobierna todo el cuerpo, no cediendo nunca a los impulsos de las afecciones, ya sea para bien o para mal; y esto es lo que significa el “Auto-dominio”». Al mismo tiempo, no debe perderse de vista que detrás de esta aplicación ética de la presencia consciente a la conducta, hay una doctrina metafísica; pues el budismo, como las Upanishads, considera toda recognición, no como una adquisición de hechos nuevos, sino como la recuperación de una omnisciencia latente y finalmente ilimitada; como en la doctrina platónica, donde toda enseñanza y toda experiencia han de considerarse simplemente como recordadores de lo que ya era conocido, pero que había sido olvidado.
Platón, nuevamente, nos recuerda continuamente que hay dos en nosotros, y que, de estas dos almas o sí mismos, únicamente el inmortal es nuestro «Sí mismo real». Esta distinción entre un espíritu inmortal y el alma mortal, que hemos reconocido ya en el brahmanismo, es, de hecho, la doctrina fundamental de la Philosophia Perennis, dondequiera que la encontramos. El espíritu retorna a Dios, que lo dio, cuando el polvo retorna al polvo. Gnothi seauton (= conócete a ti mismo); Si ignoras te, egredere (= si te ignoras a ti mismo, vete). «Donde yo voy, vosotros no podéis seguirme ahora… Si un hombre quiere seguirme, niéguese a sí mismo». No debemos engañarnos a nosotros mismos suponiendo que las palabras denegat seipsum (niéguese a sí mismo) han de tomarse sólo éticamente (lo cual, sería sustituir el fin por los medios); lo que significan, San Bernardo lo comprende bien cuando dice que uno debe deficere a se tota, a semetipsa liquescere, y también el Maestro Eckhart cuando dice que «El Reino de Dios no es para nadie sino para el completamente muerto». «La palabra de Dios se extiende hasta la separación entre el alma y el espíritu»; y el Despierto mismo podría haber dicho que «Ningún hombre puede ser mi discípulo, excepto si odia a su propia alma» (kai ou misei…ten heautou psuchen). «El alma debe entregarse a la muerte» —«No sea que venga el Juicio Final y ME encuentre sin aniquilar, y yo sea agarrado y puesto en las manos de mi propia egoismidad». (AKCHB)