El problema lo sugiere directamente la doctrina del nacimiento doble, temporal y eterno, del Hijo de Dios. Recordemos que es imposible considerar éstos como si hubieran sido dos acontecimientos diferentes en la vida divina, la cual es intrínsecamente inaconteciente. Ciertamente, como dice Santo Tomás mismo, «Por parte del hijo no hay sino una única filiación en realidad, aunque haya dos en aspecto» (Summa Theologica III.35.5 ad 3). Todo esto sugiere que debe haber habido tanto una Madonna eterna como una Madonna temporal. Y eso es claramente lo que implica el Maestro Eckhart: «Su nacimiento en la María espiritual fue para Dios más gozoso que su natividad de ella en la carne» (ed. Evans, I, 418). Si Santo Tomás dice que «la filiación eterna no depende de una Madre temporal» (Summa Theologica III.35.5 ad 2), ¿no estamos nosotros autorizados a agregar, «sino de una Madre eterna»? ¿Quién es entonces la «María espiritual» del Maestro Eckhart sino «esa Naturaleza divina por la cual el Padre engendra» (Summa Theologica I.45.5.6), Natura naturans, Creatrix?
En caso de que pareciera que nosotros estamos forzando el sentido de Santo Tomás, consideremos la doctrina tomista de la procesión divina. «La procesión de la Palabra in divinis se llama una generación… Generación significa el origen de una cosa viva desde un principio conjunto vivo (a principio vivente conjuncto); y a esto se le llama acertadamente “natividad”… Así, pues, la procesión de la Palabra in divinis es de la naturaleza de una generación. Pues procede a la manera de un acto inteligible, que es una operación vital (operatio vitae)… Por lo tanto, Él es llamado acertadamente engendrado, e Hijo. De aquí, también, que todas estas cosas que pertenecen a la generación de las cosas vivas se usen en la Escritura para denotar la procesión de la Sabiduría divina; es decir, por vía de concepción y nacimiento (conceptione et partu); pues, como se ha dicho de la persona de la Sabiduría Divina, “Cuando no había valles, yo fui concebida (concepta). Antes de que las colinas fueran, yo fui parida (parturiebar)”» (Summa Theologica I.27.2C y ad 2, citando Proverbios 8:24, 25).
Todo el texto de Proverbios 8 recuerda Rig Veda Samhita X.125. Compárese, por ejemplo, «A vosotros, oh hombres, yo os llamo… Escuchad; pues quiero hablar de cosas excelentes; y la apertura de mis labios será para cosas rectas… yo soy comprensión; yo tengo fuerza. Por mí reinan los reyes… yo amo a quienes me aman… El Senor me poseyó en el comienzo de su vía, antes de sus obras de antiguo. Yo fui establecida desde siempre, desde el comienzo, antes de que la tierra fuera… Cuando Él preparó los cielos yo estaba allí… yo estaba junto a Él, como crecida junto con Él: y yo era diariamente su delicia, regocijándome siempre ante Él, regocijándome en las partes habitables de su tierra; y mis delicias eran con los hijos de los hombres… Todos los que me odian aman la muerte», con «yo iba con los Rudras, Vasus, Adítyas y la multitud de los Ángeles; yo soy el soporte de Mitravarunau, Indragni y los Asvins emparejados… yo soy la Reina, en quien todos los bienes tienen su custodia, sapientísima… A través de mí todos comen el pan de la vida, quienquiera que ve, o respira, u oye; aunque insapientes, todos éstos moran en mí. Escuchad mi dicho fidedigno. Yo, nadie sino yo, pronuncia lo que es más deleitable, tanto a los hombres como a los ángeles: aquel a quien yo amo, hago de él un Poder terrible, un Brahman, o Profeta, o Comprehensor… Yo que soy la matriz en las Aguas y el Mar, doy a luz al Padre (es decir, como el Hijo), cuando origino, y soy su cabeza… Mi soplo es, ciertamente, el que insufla al Viento, mientras tomo en la mano los múltiples mundos para formarlos: tan lejos alcanza mi dominio, que yo prevalezco más allá de estos cielos y de esta ancha tierra». En la primera de estas citas es Sophia quien habla, en la segunda Vac.
Está suficientemente claro, por el texto de Santo Tomás citado arriba, que su «principio conjunto» in divinis corresponde a las nociones de Esencia y Naturaleza («esa Naturaleza por la que el Padre engendra», Summa Theologica I.41.5C); y que él identifica esta Naturaleza con la «Sabiduría» de los Proverbios, la Sophia de Dante, a quien (Dante) llama «la esposa del Emperador del Cielo, y no sólo esposa, sino hermana e hija amadísima», y de quien dice que «Ella existe en él de manera verdadera y perfecta como si estuviera eternamente casada con Él» (Convito III.12).
Puede citarse una autoridad mayor en Génesis 1:26, 27, «Y Dios dijo, Hagamos al hombre en nuestra propia imagen, según nuestra semejanza… Así pues, creó Dios al hombre en su propia imagen, en la imagen de Dios le creó; macho y hembra los creó». La semejanza es ejemplar. La forma de la humanidad creada no es la de este hombre en tanto que se distingue de la de esta mujer, sino la de su humanidad común: «Él llamó a su nombre (de ellos) Adán», Génesis 5:2. Este hombre (Adán) es, de hecho, una sicigia, hasta que la Deidad saca a la mujer de él, a fin de que él no esté solo: «Ella será llamada Mujer debido a que fue sacada del Hombre», Génesis 2:23. Así pues, nunca podría haberse dicho «En esta semejanza» si no hubiera habido ya un arquetipo de esta polaridad en Dios — es decir, por supuesto, in principio, pues nosotros no estamos hablando de una composición in divinis . Además, la doctrina cristiana, como la india, considera una reunión última de los principios divididos, allí donde «no hay macho ni hembra: pues vosotros sois todos uno (sánscrito eki-bhuta) en Cristo Jesús» (Gálatas 3:28). Es decir, donde ya no se trata de este hombre o esta mujer, sino sólo de ese Hombre Universal de quien dice Boehme que «este campeón o león no es hombre o mujer, sino ambos» (Signatura Rerum XI.43).
Si se objeta, finalmente, que toda esta fraseología sexual es una suerte de retórica y que no ha de tomarse literalmente, diremos que no se trata de retórica en ningún sentido «literario», sino de analogía y de simbolismo: como es explícito en ambos pasajes de la Brhadaranyaka Upanishad, citados arriba, no se trata de un hombre y de una mujer de hecho, ni de ninguna existencia, sino de la forma del ser que es «por así decir (yatha) la de un hombre y mujer estrechamente abrazados». Toda nuestra intención ha sido indicar que un adecuado simbolismo de este tipo se ha empleado universalmente en la tradición ortodoxa y unánime y, más específicamente, dentro de los límites del presente artículo, mostrar de qué manera se ha empleado en las formas hindú y cristiana de la revelación transmitida.