Eliade: um episódio de Percival

La leyenda de Parsifal contiene uno de los episodios más significativos: el Rey Pescador (li reis peschëors) está enfermo y nadie lo puede curar. Es una enfermedad muy extraña: desgano, envejecimiento, debilidad extrema. Se han urdido numerosas hipótesis a este respecto. Según ciertos textos medievales, sobre el Grial prevalecía o tenía, como sea, una relación directa con el sagrado cáliz llevado a Europa — dice la leyenda- por José de Arimatea. No es este el lugar adecuado para estudiar el sentido simbólico del “título” de Rey Pescador (li riche pescheür). Baste recordar que el pez simbolizaba la renovación, la resurrección, la inmortalidad. El cáliz del Santo Grial se confunde a veces con el pescador rico, como en el José de Arimatea de Robert de Boron. Por otra parte, elementos nórdicos, celtas, intervinieron también en la leyenda. La tradición céltica habla de un “pez de la sabiduría” (salmon of wisdom) que se puede asociar al Grial o al Rey Pescador (A. Nutt, Studies on the Legend of the Holy Grail, Londres, 1888).

La enfermedad del Rey Pescador implica la esterilidad en los alrededores del castillo donde muere el misterioso soberano. Los ríos no corren más en su lecho, los árboles ya no reverdecen, la tierra no da más frutos, los granos ya no germinan. Resulta terrible e incomprensible que las aves ya no se apareen, que las palomas languidezcan y se desplomen tocadas por el ala de la muerte. El castillo mismo amenaza con quedar en ruinas. Las murallas crujen lentamente carcomidas por una potencia invisible: los puentes levadizos se pudren, las piedras se desprenden de las murallas y caen hechas polvo, como si los siglos fueran instantes.

Desde los cuatro rincones del mundo llegan sin cesar los caballeros, atraídos por el renombre del Rey Pescador. Pero el estado de abandono del castillo y la misteriosa enfermedad del rey los sorprende tanto, que se olvidan de la cuestión que los había llevado allí: en lugar de indagar sobre el Grial, del lugar en dónde encontrarlo, se acercan confundidos al enfermo, lo cuestionan y lo reconfortan. Con cada visita de un caballero, el mal del rey empeora y el reino queda un poco más devastado. Cuando los caballeros pasan la noche en el castillo, se les encuentra muertos a la mañana siguiente.

Así, Parsifal va a ver en su torre al Rey Pescador sin saber que está enfermo. Entre paréntesis, añadamos que Chrétien de Troyes en su Parsifal se obstina en volver tonto a su héroe. Para tratar de exaltar la gracia divina que transfigura al paladín, se esfuerza en describir a Parsifal el sencillo o, dice Nutt, al Great Fool, un tipo bien conocido del folklore universal (cfr. Eugène Anitchkof, Joachim de Fiore et les miliueux courtois, Roma, 1931). La partida de Parsifal es risible: los demás caballeros se burlan al verlo montar su caballo y pasar atiborrado. ¿No hay nada más ridículo para un caballero que valerse de un fuete, de una rama, para hacer avanzar a su caballo? En el castillo, sus toscas maneras lo vuelven cómico y divierten a la corte. No solamente es rústico, sino francamente tonto. Cuando encuentra a una joven, se precipita para abrazarla y le dice que estaba obligado por la courtoisie.

¿No es el Parsifal visto por Chrétien de Troyes un admirable prototipo del Don Quijote? Tienen aventuras idénticas y sus psicologías se corresponden. Así, por ejemplo, el rocín de Parsifal y su grotesca partida (su madre intenta detenerlo, ¡para que el ridículo no lo cubra en la corte del rey!), o la escena donde abraza a la joven. Pero lo más revelador es la estupidez de los dos caballeros errantes. Detrás de tal estupidez y ridículo, vemos operar a la Gracia (con Parsifal) y al Sueño (con Don Quijote). ¡Qué lástima que Unamuno, que había leído todo, no hubiera conocido las deliciosas descripciones de Chrétien de Troyes! El caballero de la triste figura habría encontrado a un admirable compañero en este Parsifal el sencillo — quien no obedece a todas las reglas de la caballería, pero la Gracia que lo habita transfigurará a la caballería medieval en un nuevo tipo humano.

Regresemos mientras tanto al castillo del Rey Pescador, a cuya torre llega Parsifal. En su primera visita, se conduce como los otros, como un “enviado”. Vuelve a partir pero se le dice que debería haberle preguntado al Rey Pescador sobre el Grial. “Si tan sólo le hubieras preguntado lo que debía hacerse, lo que ayudaría al rey a salir de su enfermedad y a devolverle su juventud”. En efecto, en la segunda ocasión, cuando le hace al rey la pregunta correcta, la pregunta necesaria, éste sana y se rejuvenece milagrosamente. “El Rey Pescador mejora y su naturaleza vuelve a su plenitud”. Al mismo tiempo, las murallas del castillo se reconstruyen y el reino se regenera.

En una leyenda paralela, cuando sir Gawain se lanza a la búsqueda de la lanza sangrante, la que traspasó el costado del Redentor en la cruz (y en consecuencia, un sustituto o complemento del Grial), “los ríos vuelven a correr en su lecho y los bosques reverdecen”.

Falta sólo una pregunta para que los milagros se cumplan, pero ésta no es hecha. Nadie la hace; ningún caballero del Grial sería tan tonto como para ignorar la decencia (¿quién quiere interrogar a un enfermo en tal estado?) para sumergirse en el misterio del Santo Cáliz; la enfermedad del rey empeoraría y el ritmo de la vida cósmica se alteraría. Esta no sería una pregunta banal como todas las que hacen los caballeros ante Parsifal, sino la pregunta correcta, la única que se espera, la única que puede dar frutos. Las preguntas previas habían nacido de la sorpresa o de la cortesía, no de la necesidad inmediata de conocer la verdad y la salvación — y es esto lo que simbolizaba el Santo Grial en el mundo medieval: la verdad y la salvación. Parsifal, instalado en el castillo para emprender la búsqueda del Grial, hace una sola pregunta: la correcta, aquella que tiene por único efecto precisar. Ahora bien, antes de que se le responda, que se le diga dónde se encuentra el cáliz, el simple enunciado de la pregunta correcta entraña ya una regeneración cósmica en todos los niveles de la realidad: los ríos corren, los bosques reverdecen, la tierra recupera su fertilidad y el rey su virilidad y su juventud.

Este episodio de la leyenda de Parsifal es significativo de la condición humana. Nuestro destino se obstina en que no hagamos la pregunta correcta, la que es necesaria y urgente, la única que cuenta y que puede rendir frutos. En lugar de preguntarnos — en términos cristianos- dónde se encuentra la verdad, el camino y la vida, preferimos perdernos en un laberinto de preguntas y reflexiones que efectivamente poseen algún encanto e incluso ciertas cualidades, pero que no enriquecen realmente nuestra vida espiritual.

Este episodio explica admirablemente lo siguiente: incluso antes de que se haya obtenido una respuesta satisfactoria, una pregunta correctamente hecha regenera y fertiliza, y no solamente al ser humano sino al Cosmos entero. Nada ilustra mejor la quiebra del hombre al rehusar interrogarse sobre el sentido de su existencia que esta imagen de la naturaleza sufriendo en espera de una pregunta adecuada. Tenemos la creencia de que naufragamos solos, uno a uno, porque no queremos preguntarnos dónde está la verdad, el camino y la vida. Creemos que nuestra salvación o nuestro naufragio dependen personalmente de cada uno. Pensamos que nuestra problemática, buena o mala, no compete a nadie más que a nosotros; pero esto es falso. La solidaridad de los hombres existe en niveles muy ínfimos, en sus instintos o en sus intereses económicos, pero también existe en su destino espiritual. Para una persona que vive entre los hombres le resultará difícil buscar la salvación sola si quienes lo rodean no piensan lo mismo. Un pensador tan profundo y original como Orígenes, no dudaba en afirmar que los hombres se redimirían juntos (apokathastasis) y no aisladamente cada uno. Sobre este punto es difícil decir si tenía razón o no; como sea, el ecumenismo permanece como el ideal de cualquier forma de vida cristiana.

Interpretando este episodio de Parsifal, podríamos decir que toda la naturaleza padece la indiferencia del hombre debido a esta pregunta central. La solidaridad sobrepasaría todo el conjunto de la comunidad humana de la que formamos parte, para extenderse a la vida cósmica que nos circunda, sea animada o aparentemente inanimada. La paideurna sufre y se altera a causa de nuestra insignificante quiebra. Cuando perdemos el tiempo debido a futilidades y a cuestiones ociosas, no nos matamos nosotros solamente, a semejanza de los caballeros frívolos en el castillo del Rey Pescador; también matamos un poco una parcela del Cosmos. Cuando el hombre olvida preguntarse dónde se encuentra la fuente de su salvación, las cosechas desaparecen y — calladas- las aves se afligen. ¡Qué supremo símbolo de la solidaridad del hombre con el Cosmos!

A la luz de este episodio de Parsifal, los hombres que no dudan en interrogarse y preguntarse por la verdad y la vida adquieren súbitamente una importancia fundamental. Las cuestiones que turban los sueños y los dramas que atormentan sus almas sostienen y nutren a una nación entera. Gracias al sufrimiento de estos extraños elegidos, la cultura de cada nación se vuelve fecunda y victoriosa, y la historia se abre camino a través del tiempo. Los hombres viven con buena salud gracias a las preguntas que se hacen aquellos que, como Parsifal, padecen por nuestra pereza espiritual. Además, sin ellos, la naturaleza se empobrecería, desecada por nuestra falta de inteligencia, de generosidad y de audacia. Quiero creer -como me lo ha hecho entender Parsifal- que nos encontraríamos infecundos y enfermos el día de mañana, a imagen de la vida en el reino del Rey Pescador, si no existieran en cada país, en cada momento histórico, algunos hombres intrépidos, espíritus iluminados que se hacen la pregunta correcta.

Graal