René Guénon — Jacob BOEHME
Todo esto permite entrever algunas posibilidades de acción de los centros espirituales, fuera incluso de los medios que pueden considerarse como normales, y eso sobre todo cuando las circunstancias son, ellas también, anormales, queremos decir, en condiciones tales que no permiten ya el empleo de vías más directas y de una regularidad más visible. Es así como, sin hablar siquiera de una intervención inmediata del centro supremo, que es posible siempre y por todas partes, un centro espiritual, cualquiera que sea, puede actuar fuera de su zona de influencia normal, ya sea en favor de individuos particularmente «cualificados», pero que se encuentran aislados en un medio donde el oscurecimiento ha llegado a tal punto que ya no subsiste casi nada tradicional en él y donde la iniciación ya no puede ser obtenida, o ya sea en vista de una meta más general, y también más excepcional, como la que consistiría en renovar una «cadena» iniciática rota accidentalmente. Al producirse una tal acción más particularmente en un período o en una civilización donde la espiritualidad está casi completamente perdida, y donde, por consiguiente, las cosas de orden iniciático están más ocultas que en ningún otro caso, nadie debería sorprenderse de que sus modalidades sean extremadamente difíciles de definir, tanto más cuanto que las condiciones ordinarias de lugar e incluso a veces de tiempo devienen en eso por así decir inexistentes. Así pues, no insistiremos más en ello; pero lo que es esencial retener, es que, incluso si ocurre que un individuo aparentemente aislado llega a una iniciación real, esa iniciación jamás podrá ser espontánea más que en apariencia, y que, de hecho, implicará siempre el vinculamiento, por un medio cualquiera, a un centro que existe efectivamente (NA: Algunos incidentes misteriosos en la vida de Jacob BOEHME, por ejemplo, no pueden explicarse realmente más que de esta manera.); fuera de un tal vinculamiento, en ningún caso podría tratarse de iniciación. 357 RGAI: DE LOS CENTROS INICIÁTICOS
En verdad, parece que el Sr. Waite también esté más o menos influenciado por un cierto «evolucionismo»; esta tendencia se traiciona claramente en cuanto que declara que lo que importa es mucho menos el origen de la leyenda que el último estado al cual ha llegado; y parece creer que ha debido existir, entre uno y otro, un perfeccionamiento progresivo. En realidad, si se trata de algo que tiene un carácter verdaderamente tradicional, todo debe encontrarse desde el principio, y los desarrollos ulteriores no hacen más que explicarlo, sin añadir elementos nuevos del exterior. El Sr. Waite parece admitir una especie de «espiritualización», por la cual un sentido superior habría podido venir a incorporarse sobre algo que no lo comportaba desde el principio, de hecho, es más bien a la inversa lo que se produce generalmente y recuerda un poco las maneras profanas de los «historiadores de las religiones». Encontramos, a propósito de la alquimia, un ejemplo muy sorprendente de esta especie de inversión: el Sr. Waite piensa que la alquimia material ha precedido a la alquimia espiritual, y que ésta no hizo su aparición más que con Khunrath y Jacob BOEHME; si conociese algunos tratados árabes bastante anteriores a aquéllos, estaría obligado, incluso ateniéndose a documentos escritos, a modificar esta opinión; de otro modo, puesto que reconoce que el lenguaje empleado es el mismo en ambos casos, podríamos preguntarle cómo puede estar seguro de que, en tal o cual texto, no se trata más que de operaciones materiales. La verdad es que nunca se ha tenido la necesidad de declarar expresamente que se tratase de otra cosa, que debía, bien al contrario, ser velada precisamente por el simbolismo utilizado; y, si se ha llegado después a que algunos lo hayan declarado, fue sobre todo en presencia de degeneraciones debidas a que había gente que, ignorantes del valor de los símbolos, tomaban todo al pie de la letra y en un sentido exclusivamente material: eran los «sopladores», precursores de la química moderna. Pensar que un sentido nuevo puede ser dado a un símbolo que no lo poseyera ya en sí mismo es casi negar el simbolismo, pues es hacer de él algo artificial sino completamente arbitrario, y en todo caso puramente humano; y en este orden de ideas, el Sr. Waite llega a decir que cada uno encuentra en un símbolo lo que él mismo pone, si bien que su significado cambiaría con la mentalidad de cada época; reconocemos ahí las teorías «psicológicas» tan queridas por un buen número de nuestros contemporáneos; ¿no teníamos razón para hablar de «evolucionismo»? Lo habíamos dicho a menudo, y no podríamos más que repetirlo: todo verdadero símbolo lleva sus múltiples sentidos en sí mismo, y esto desde el principio, pues no está constituido como tal en virtud de una convención humana, sino en virtud de la «ley de correspondencia» que religa todos los mundos entre sí; que, mientras que algunos ven esos sentidos, otros no los ven o no ven más que una parte, pero no por eso dejan de estar realmente contenidos, y el «horizonte intelectual» de cada uno marca toda la diferencia; el simbolismo es una ciencia exacta y no una ilusión en la que las fantasías individuales pueden tener libre curso. 1385 Esoterismo Cristiano: EL SANTO GRIAL
Otro punto muy importante es éste: incluso en parecido caso, se trata siempre del vinculamiento a una «cadena» iniciática y de la transmisión de una influencia espiritual, sean cuales fueren por lo demás los medios y las modalidades para ello, que pueden diferir sin duda enormemente de lo que son en los casos normales, e implicar, por ejemplo, una acción que se ejerza fuera de las condiciones ordinarias de tiempo y de lugar; pero, de todas maneras, hay necesariamente un contacto real ahí, lo que, ciertamente, no tiene nada de común con «visiones» o ensoñaciones que no dependen apenas más que de la imaginación (NA: Recordaremos todavía que, desde que se trata de cuestiones de orden iniciático, no se podría desconfiar demasiado de la imaginación; todo lo que no es más que ilusiones «psicológicas» o «subjetivas» carece de valor absolutamente a este respecto y no debe intervenir aquí de ninguna manera ni a ningún grado.). En algunos ejemplos conocidos, como el de Jacob BOEHME al cual ya hemos hecho alusión en otra parte (NA: Apercepciones sobre la Iniciación, pág. 70 de la edic. francesa.), este contacto fue establecido por el encuentro con un personaje misterioso que ya no reapareció más después; quienquiera que éste haya podido ser (NA: Puede tratarse, aunque la cosa no sea ciertamente siempre así forzosamente, de la apariencia tomada por un «adepto» que actúa, como lo hemos dicho hace un momento, fuera de las condiciones ordinarias de tiempo y de lugar, como podrán ayudar a comprenderlo así las pocas consideraciones que hemos expuesto sobre algunas posibilidades de este orden, en las Apercepciones sobre la Iniciación, cap. XLII.), se trata pues de un hecho perfectamente «positivo», y no de un «signo» más o menos vago y equívoco, que cada uno puede interpretar al gusto de sus deseos. Únicamente, entiéndase bien que el individuo que ha sido iniciado por un tal medio puede no tener claramente consciencia de la verdadera naturaleza de lo que ha recibido y de aquello a lo cual ha sido así vinculado, y con mayor razón puede ser enteramente incapaz de explicarse sobre este punto, a falta de una «instrucción» que le permita tener sobre todo eso unas nociones, por poco precisas que fueran; puede ocurrir incluso que jamás haya oído hablar de iniciación, al ser la cosa y el término mismo enteramente desconocidos en el medio en el que vive; pero eso importa poco en el fondo y no afecta en nada evidentemente a la realidad misma de esta iniciación, aunque, no obstante, uno puede darse cuenta por ello que esta iniciación no deja de presentar algunas desventajas inevitables en relación a la iniciación normal (NA: Entre otras consecuencias, esas desventajas tienen la de dar frecuentemente al iniciado, y sobre todo en lo que concierne a la manera en que se expresa, una cierta semejanza exterior con los místicos, semejanza que puede incluso hacerle tomar por tal por aquellos que no van al fondo de las cosas, así como eso ha ocurrido precisamente con Jacob BOEHME.). 4295 IRS: A PROPÓSITO DEL VINCULAMIENTO INICIÁTICO
Para terminar estas observaciones, destinadas a completar nuestro anterior estudio, citaremos este pasaje de Jacob BOEHME, quien, con la terminología que le es particular y con una forma quizá algo oscura, como a menudo ocurre en él, nos parece que expresa correctamente las relaciones entre los ángeles y los aspectos divinos: “La creación de los ángeles tiene un comienzo, pero las fuerzas con las cuales han sido creados jamás ha conocido principio, sino que asistieron al nacimiento del eterno comienzo… Han surgido del Verbo revelado, de la naturaleza eterna, tenebrosa, ígnea y luminosa, del deseo de la divina revelación, y han sido transformadas en imágenes “creaturadas” (es decir, fragmentadas en criaturas aisladas) (Mysterium Magnum, VIII, 1.). Y, en otro lugar, BOEHME dice todavía: Cada príncipe angélico es una propiedad surgida de la voz de Dios, y lleva el gran Nombre de Dios (De Signatura Rerum, XVI, 5. Con respecto a la primera creación, “surgida de la voz de Dios”, cf. Aperçus sur l’Initiation, págs. 304-305.). A. K. Coomaraswamy, citando esta última frase y comparándola con diversos textos que se refieren a los “Dioses” tanto en la tradición griega como en la hindú, añade estas palabras que se adecuan completamente a lo que acabamos de exponer: “Apenas tenemos necesidad de decir que tal multiplicidad de Dioses no es un politeísmo, pues todos son los sujetos angélicos de la Suprema Deidad, de la cual extraen su origen y en la cual, como tan a menudo se nos recuerda, vuelven a ser uno (What is Civilitation? en Albert Schweitzer Festschrift. Coomaraswamy menciona también, a propósito de esto, la identificación que Filon establece entre los ángeles y las “Ideas” entendidas en sentido platónico, es decir, en suma, las “Razones Eternas” que están contenidas en el entendimiento divino, o, según el lenguaje de la teología cristiana, en el Verbo considerado en tanto que “lugar de los posibles”.)”. 4748 MISCELÁNEA: MONOTEÍSMO Y ANGELOLOGÍA)
El señor Waite parece admitir una suerte de “espiritualización” por la cual un sentido superior hubiese podido venir a injertarse en algo que no lo contenía originariamente; de hecho, lo que ocurre por lo general es más bien lo inverso; y aquello recuerda un poco demasiado las concepciones profanas de los “historiadores de las religiones”. Encontramos, acerca de la alquimia, un ejemplo muy llamativo de esta especie de trastrueque: el señor Waite piensa que la alquimia material ha precedido a la espiritual, y que ésta no ha aparecido sino con Kuhnrath y Jacob BOEHME; si conociera ciertos tratados árabes muy anteriores a éstos, se vería obligado, aun ateniéndose a los documentos escritos, a modificar tal opinión; y además, puesto que reconoce que el lenguaje empleado es el mismo en ambos casos, podríamos preguntarle cómo puede estar seguro de que en tal o cual texto no se trata sino de operaciones materiales. La verdad es que no siempre los autores han experimentado la necesidad de declarar expresamente que se trataba de otra cosa, la cual, al contrario, debía inclusive ser velada por el simbolismo utilizado; y, si ha ocurrido posteriormente que algunos lo hayan declarado, fue sobre todo frente a degeneraciones debidas a que había ya gentes quienes, ignorantes del valor de los símbolos, tomaban todo a la letra y en un sentido exclusivamente material: eran los “sopladores”, precursores de la química moderna. Pensar que puede darse un sentido nuevo a un símbolo que ya no lo poseyera de por sí es casi negar el simbolismo, pues equivale a hacer de él algo artificial, si no enteramente arbitrario, y, en todo caso, puramente humano; y, en este orden de ideas, el señor Waite llega a decir que cada uno encuentra en un símbolo lo que él mismo pone, de modo que su significación cambiaría con la mentalidad de cada época; reconocemos aquí las teorías “psicológicas” caras a buen número de nuestros contemporáneos; ¿y no teníamos razón al hablar de “evolucionismo”? 6998 SFCS: EL SANTO GRAAL
Sin buscar profundizar aquí la naturaleza de esas doctrinas, podemos decir que tienen como rasgos comunes y fundamentales ser concepciones más o menos estrictamente esotéricas, de inspiración religiosa o incluso mística, aunque de un misticismo un poco especial sin duda, y que se proclaman de una tradición completamente occidental, cuya base es siempre, bajo una forma u otra, el cristianismo. Tales son, por ejemplo, doctrinas como las de Jacob BOEHME, de Gichtel, de William Law, de Jane Lead, de Swedenborg, de Louis-Claude de Saint-Martin, de Eckartshausen; no pretendemos ofrecer aquí una lista completa, limitándonos a citar algunos nombres entre los más conocidos. 7720 El Teosofismo: PRÓLOGO — TEOSOFÍA Y TEOSOFISMO
Ahora bien, la organización que se intitula actualmente «Sociedad Teosófica», de la que entendemos ocuparnos aquí exclusivamente, no depende de ninguna escuela que se vincule, ni siquiera indirectamente, a alguna doctrina de este género; su fundadora, Mme Blavatsky, pudo tener un conocimiento más o menos completo de los escritos de algunos teósofos, especialmente de Jacob BOEHME, y pudo sacar de ellos ideas que incorporó a sus propias obras, junto con una multitud de otros elementos de las procedencias más diversas, pero eso es todo lo que es posible admitir a este respecto. De una manera general, las teorías más o menos coherentes que han sido emitidas o sostenidas por los jefes de la Sociedad Teosófica, no tienen ninguno de los caracteres que acabamos de indicar, excepto la pretensión al esoterismo; se presentan, falsamente, por lo demás, como teniendo un origen oriental, y si se ha juzgado bueno agregarles desde hace un cierto tiempo un seudocristianismo de una naturaleza muy peculiar, por eso no es menos cierto que su tendencia primitiva era, al contrario, francamente anticristiana. «Nuestra meta, decía entonces Mme Blavatsky, no es restaurar el hinduismo, sino barrer al cristianismo de la faz de la tierra» 7721 El Teosofismo: PRÓLOGO — TEOSOFÍA Y TEOSOFISMO
Ahora que hemos hecho conocer suficientemente la vida y el carácter de Mme Blavatsky, debemos hablar un poco acerca de sus obras: si no se deben a las revelaciones de ningún «Mahâtmâ» auténtico, ¿de dónde provienen los conocimientos bastante variados que tienen? Esos conocimientos, los había adquirido de una manera natural en el curso de sus numerosos viajes, y también por lecturas diversas, aunque hechas sin método y bastante mal asimiladas. Ella poseía «una cultura vasta, aunque un poco salvaje», ha dicho Sinnett mismo. Se cuenta que durante sus primeras peregrinaciones por el Levante en compañía de Metamon, había penetrado en algunos monasterios del monte Athos, y que es en sus bibliotecas donde descubrió, entre otras cosas, la teoría alejandrina del Logos. Durante su estancia en Nueva York, leyó las obras de Jacob BOEHME, que fueron sin duda casi todo lo que conoció referente a la teosofía auténtica, y también las de Eliphas Lévi, a las que cita tan frecuentemente; probablemente leyó también la Qabbalah Denudata de Knorr de Rosenroth, y varios otros tratados sobre Kábala y Hermetismo. En las cartas que Olcott dirigía en aquella época a Stainton Moses, se hace mención de algunas obras de carácter bastante variado; leemos por ejemplo esto: «Le remito a usted, para una interesante compilación de hechos mágicos, a los trabajos de (Gougenot) de Mousseaux, que, aunque es un católico ciego y creyente implícito en el diabolismo, ha recogido una multitud de hechos preciosos, que el espíritu ilustrado y emancipado de usted estimará en su valor. También encontrará beneficioso leer los trabajos sobre las sectas orientales y las órdenes sacerdotales; y hay algunas particularidades interesantes en los Modern Egyptians de Lane». En otra carta posterior, además de mencionarse L’Etoile Flamboyante y la Magia Adamica, de las que ya hemos hablado, se trata acerca de un escrito hermético anónimo, titulado The Key to the conceiled Things since the beginning of the World. En otra carta, Olcott recomienda a su corresponsal la lectura del Spiritisme dans le Monde de Jacolliot, y otros libros del mismo autor sobre la India, libros que, por lo demás, no contienen absolutamente nada serio; y todas estas lecturas eran sin duda las que Olcott mismo leía entonces con Mme Blavatsky, de la que decía en esta misma carta, escrita en 1876: «Espere a que nosotros tengamos tiempo de acabar su libro, y entonces encontrará al ocultismo tratado en buen inglés; muchos misterios de Fludd y de Filaletes, de Paracelso y de Agripa, están interpretados de manera que cualquiera que lo desee puede leerlos». 7827 El Teosofismo: IX — LAS FUENTES DE LAS OBRAS DE Mme BLAVATSKY
A pesar de la afirmación de Anna Kingsford, no creemos que la intuición, y diríamos más bien la imaginación, haya sido su única «fuente de información», aunque, ciertamente, se deban al ejercicio de esta facultad las aserciones fantasiosas de las que hemos dado algunos ejemplos. Hay al menos, en el punto de partida, elementos tomados a diferentes doctrinas, sobre todo a la kabbala y al hermetismo, y las reseñas que se indican acá y allá dan testimonio a este respecto de conocimientos que, aunque sean superficiales, no obstante existen. Además, Anna Kingsford había estudiado ciertamente a los teósofos en el sentido propio de la palabra, concretamente a BOEHME y a Swedenborg; es eso sobre todo lo que tenía en común con la duquesa de Pomar, y había más teosofía en ellas, aunque estuviera bastante entremezclada, que en Mme Blavatsky y sus sucesores. En lo que se refiere a la duquesa de Pomar, como quiera que fue principalmente en Francia donde desarrolló su «Cristianismo esotérico», y como su personalidad así lo merece, le dedicaremos un capítulo especial. 7921 El Teosofismo: XVIII — EL CRISTIANISMO ESOTÉRICO
Era una figura singular ésta de Lady Caithness, duquesa de Pomar, que se decía católica y que parecía serlo sinceramente, pero en quien el catolicismo se aliaba a una «teosofía cristiana» inspirada principalmente, como lo hemos dicho, en BOEHME y en Swedenborg, y también en algunas concepciones particulares, más extrañas todavía. Para exponer sus ideas, escribió numerosas obras; dirigía también, en París, una revista titulada L’Aurore du Jour Nouveau, «órgano del Cristianismo esotérico». Esta revista estaba consagrada a la «La Logosofía», que se definía así: «La Logosofía es la ciencia del Logos o Cristo, tal como nos ha sido trasmitida en las doctrinas esotéricas de los sabios de la India y de los filósofos griegos y alejandrinos… El Cristo, o Logos, que forma la base de nuestras enseñanzas, no es precisamente Jesús en su calidad de personaje histórico (el hijo del hombre), sino más bien Jesús bajo su aspecto divino de Hijo de Dios, o Cristo. Esta divinidad en la que creemos debe ser la meta de nuestras aspiraciones. Tenemos el derecho de pretender a ella, puesto que todos somos hijos del mismo Dios, y por consiguiente de esencia divina; ¿y no nos ha sido ordenado que devengamos perfectos como nuestro Padre que está en los Cielos es perfecto? Así pues, la Logosofía es la ciencia de la divinidad en el hombre. Nos enseña el modo de avivar en nosotros el destello divino que todo hombre trae consigo al venir a este mundo. Es por su desarrollo como podremos ejercer, ya en esta Tierra, poderes psíquicos que parecen sobrehumanos, y como, después de nuestra muerte física, nuestro espíritu se reunirá con el de su divino Creador y poseerá la inmortalidad en los Cielos». Aquí también, es la concepción del cristianismo «interno» la que predomina, aunque sea afirmada de una manera menos exclusiva que en Anna Kingsford; en cuanto al «desarrollo de los poderes psíquicos» al que se hace alusión, no es otra cosa que el tercero de los objetivos de la Sociedad Teosófica, cuya realización está reservada a la «sección esotérica». 7929 El Teosofismo: XIX — LA DUQUESA DE POMAR