Guénon (IGEDH) – Divisio

Guénon — Introdução Geral ao Estudo das Doutrinas Hindus — As grandes divisões do Oriente

CAPÍTULO I — Las grandes divisiones de Oriente
Ya hemos dicho que, aunque se pueda oponer la mentalidad oriental en su conjunto a la mentalidad occidental, no obstante no se puede hablar de una civilización oriental como se habla de una civilización occidental. Hay varias civilizaciones orientales claramente distintas, y de las cuales cada una posee, como lo veremos después, un principio de unidad que le es propio, y que difiere esencialmente de una a otra de estas civilizaciones; pero, por diversas que sean, todas tienen no obstante algunos rasgos comunes, principalmente bajo el aspecto de los modos del pensamiento, y eso es lo que permite decir precisamente que existe, de una manera general, una mentalidad específicamente oriental.

Cuando se quiere emprender un estudio cualquiera, siempre es oportuno, para poner orden en él, comenzar por establecer una clasificación basada sobre las divisiones naturales del objeto que uno se propone estudiar. Por eso es por lo que, antes de toda consideración, es necesario situar unas en relación a otras las diferentes civilizaciones orientales, ateniéndonos, por lo demás, a las grandes líneas y a las divisiones más generales, suficientes al menos para una primera aproximación, puesto que nuestra intención no es entrar aquí en un examen detallado de cada una de estas civilizaciones tomadas aparte.

En estas condiciones, podemos dividir el Oriente en tres grandes regiones, que designaremos, según su situación geográfica en relación a Europa, como el Oriente próximo, el Oriente medio, y el Extremo Oriente. Para nós, el Oriente próximo comprende todo el conjunto del mundo musulmán; el Oriente medio está constituido esencialmente por la India; y en cuanto al Extremo Oriente, es lo que se designa habitualmente bajo este nombre, es decir, la China e Indochina. Es fácil ver, desde el primer vistazo, que estas tres divisiones generales corresponden bien a tres grandes civilizaciones completamente distintas e independientes, que son, si no las únicas que existen en todo el Oriente, al menos sí las más importantes y aquellas cuyo dominio es con mucho el más extenso. Por lo demás, en el interior de cada una de estas civilizaciones, se podrían marcar seguidamente subdivisiones, que ofrecen variaciones casi del mismo orden que aquellas que, en la civilización europea, existen entre países diferentes; únicamente, aquí, no se podrían asignar a estas subdivisiones unos límites que sean los de nacionalidades, cuya noción misma responde a una concepción que, en general, es extraña a Oriente.

El Oriente próximo, que comienza en los confines de Europa, se extiende no sólo sobre la parte de Asia que está más cerca de ésta, sino también, al mismo tiempo, sobre todo el Africa del Norte; así pues, a decir verdad, comprende países que, geográficamente, son tan occidentales como Europa misma. Pero la civilización musulmana, en todas las direcciones que ha tomado su expansión, por eso no ha guardado menos los caracteres esenciales que tiene de su punto de partida oriental; y ha impreso estos caracteres a pueblos extremadamente diversos, formándoles así una mentalidad común, pero no, sin embargo, hasta el punto de quitarles toda originalidad. Las poblaciones beréberes de Africa del Norte no se han confundido nunca con los árabes que viven sobre el mismo suelo, y es fácil distinguirlos, no sólo por las costumbres especiales que han conservado o por su tipo físico, sino también por una suerte de fisonomía mental que les es propia; es muy cierto, por ejemplo, que el kabilo está mucho más cerca del europeo, por algunos lados, de lo que lo está el árabe. Por eso no es menos verdad que, en tanto que tiene una unidad, la civilización de Africa del Norte es, no sólo musulmana, sino incluso árabe en su esencia; y, por lo demás, lo que se puede llamar el grupo árabe es, en el mundo islámico, aquel cuya importancia es verdaderamente primordial, puesto que es en él donde el islam ha tomado nacimiento, y puesto que su lengua propia es la lengua tradicional de todos los pueblos musulmanes, cualquiera que sean su origen y raza. Al lado de este grupo árabe, distinguiremos otros dos grupos principales, que podemos llamar el grupo turco y el grupo persa, aunque estas denominaciones no sean quizás de una exactitud rigurosa. El primero de estos grupos comprende sobre todo pueblos de raza mongol, como los turcos y los tártaros; sus rasgos mentales les diferencian enormemente de los árabes, así como también sus rasgos físicos, pero, al tener poca originalidad intelectual, dependen en el fondo de la intelectualidad árabe; y por lo demás, desde el punto de vista religioso mismo, estos dos grupos árabe y turco, a pesar de algunas diferencias rituales y legales, forman un conjunto único que se opone al grupo persa. Llegamos pues aquí a la separación más profunda que existe en el mundo musulmán, separación que se expresa ordinariamente diciendo que los árabes y los turcos son «sunnitas», mientras que los persas son «shiitas»; estas designaciones harían llamada a algunas reservas, pero aquí no vamos a entrar en estas consideraciones.

Según lo que acabamos de decir, se puede ver que las divisiones geográficas no siempre coinciden estrictamente con el campo de expansión de las civilizaciones correspondientes, sino sólo con el punto de partida y el centro principal de estas civilizaciones. En la India, se encuentran elementos musulmanes un poco por todas partes, y los hay incluso en China; pero no vamos a preocuparnos de ellos cuando hablamos de las civilizaciones de estas dos regiones, porque la civilización islámica no es autóctona de ellas. Por otra parte, Persia debería vincularse, étnica e incluso geográficamente, a lo que hemos llamado el Oriente medio; si no la hacemos entrar ahí, es porque su población actual es enteramente musulmana. Sería menester considerar en realidad, en ese Oriente medio, dos civilizaciones distintas, aunque tengan manifiestamente una cepa común: una es la de la India, y la otra la de los antiguos persas; pero esta última ya no tiene hoy, como representantes, más que a los parsis, que forman agrupaciones poco numerosas y dispersas, unas en la India, en Bombay principalmente, y las otras en el Cáucaso; bástenos aquí señalar su existencia. Así pues, ya no nos queda que considerar, en la segunda de nuestras grandes divisiones, más que la civilización propiamente india, o más precisamente hindú, que abarca en su unidad pueblos de razas muy diversas: entre las múltiples regiones de la India, y sobre todo entre el norte y el sur, hay diferencias étnicas al menos tan grandes como las que se pueden encontrar en toda la extensión de Europa; pero todos estos pueblos tienen no obstante una civilización común, y también una lengua tradicional común, que es el sánscrito. La civilización de la India, en algunas épocas, se ha extendido más hacia el este, y ha dejado huellas evidentes en algunas regiones de Indochina, como Birmania, Siam y Camboya, e incluso en algunas islas de Oceanía, en Java concretamente. Por otra parte, de esta misma civilización hindú ha salido la civilización búdica, que se ha extendido, bajo formas diversas, sobre una gran parte del Asia central y oriental; pero la cuestión del budismo hace llamada a algunas explicaciones que daremos después.

En lo que concierne a la civilización del Extremo Oriente, que es la única cuyos representantes pertenecen todos verdaderamente a una sola raza, es propiamente la civilización china; se extiende, como lo hemos dicho, a Indochina, y más especialmente a Toukin y Annam; pero los habitantes de estas regiones son de raza china, ya sea pura, o ya sea mezclada con algunos elementos de origen malasio, aunque están lejos de ser preponderantes. Hay lugar a insistir sobre el hecho de que la lengua tradicional inherente a esta civilización es esencialmente la lengua china escrita, que no participa de las variaciones de la lengua hablada, ya se trate, por lo demás, de variaciones en el tiempo o en el espacio; un chino del norte, un chino del sur y un anamita pueden no comprenderse al hablar, pero el uso de los mismos caracteres ideográficos, con todo lo que implica en realidad, estable entre ellos un lazo cuya fuerza es totalmente insospechada por los europeos.

En cuanto al Japón, que hemos dejado a un lado en nuestra división general, se vincula al Extremo Oriente en la medida en que ha sufrido la influencia china, aunque, por otra parte, posee también, con el Shinto, una tradición propia de un carácter muy diferente. Habría lugar a preguntarse hasta qué punto estos diversos elementos han podido mantenerse a pesar de la modernización, es decir, en suma de la occidentalización, que ha sido impuesta a este pueblo por sus dirigentes; pero es esa una cuestión demasiado particular para que podamos detenernos en ella aquí.

Por otro lado, es intencionadamente que hemos omitido, en lo que precede, hablar de la civilización tibetana, que, sin embargo, está muy lejos de ser desdeñable, sobre todo desde el punto de vista que nos ocupa más particularmente. Esta civilización, en algunos aspectos, participa a la vez de la de la India y de la de la China, aunque presenta caracteres que le son absolutamente especiales; pero, como es aún más completamente ignorada por los europeos que cualquier otra civilización oriental, no se podía hablar de ella útilmente sin entrar en desarrollos que estarían aquí enteramente fuera de propósito.

Así pues, teniendo en cuenta las restricciones que hemos indicado, no vamos a considerar más que tres grandes civilizaciones orientales, que corresponden respectivamente a las tres divisiones geográficas que hemos señalado primeramente, y que son las civilizaciones musulmana, hindú y china. Para hacer comprender los caracteres que diferencian más esencialmente a estas civilizaciones unas en relación a otras, sin entrar no obstante en demasiados detalles a este respecto, lo mejor que podemos hacer es exponer tan claramente como sea posible los principios sobre que reposa la unidad fundamental de cada una de ellas.



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