René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO
DE LOS PRETENDIDOS «PODERES» PSÍQUICOS
Para acabar con la magia y las demás cosas del mismo orden, debemos tratar todavía otra cuestión, la de los pretendidos «poderes» psíquicos, que, por lo demás, nos lleva de nuevo más directamente a lo que concierne a la iniciación, o más bien a los errores cometidos a su respecto, puesto que hay algunos, como lo hemos dicho al comienzo, que le asignan expresamente como meta «el desarrollo de los poderes psíquicos latentes en el hombre». Lo que llaman así no es otra cosa en el fondo que la facultad de producir «fenómenos» más o menos extraordinarios, y, de hecho, la mayor parte de las escuelas pseudoesotéricas o pseudoiniciáticas del occidente moderno no se proponen nada más; se trata de una verdadera obsesión en la gran mayoría de sus adherentes, que se ilusionan sobre el valor de esos «poderes» hasta el punto de tomarlos como el signo de un desarrollo espiritual, e incluso como su finalidad, mientras que, incluso cuando no son un simple espejismo de la imaginación, dependen únicamente del dominio psíquico, que, en realidad, no tiene nada que ver con lo espiritual, y, lo más frecuentemente, no son más que un obstáculo para la adquisición de toda verdadera espiritualidad.
Esta ilusión sobre la naturaleza y el alcance de los «poderes» en cuestión está asociada lo más frecuentemente a ese interés excesivo por la «magia» que tiene también por causa, así como ya lo hemos hecho observar, la misma pasión por los «fenómenos» que es tan característica de la mentalidad occidental moderna; pero aquí se introduce otra equivocación que es bueno señalar: la verdad es que no hay «poderes mágicos», aunque uno se encuentra a cada instante esta expresión, no solo en aquellos a quienes hacemos alusión, sino también, por un curioso acuerdo en el error, en aquellos que se esfuerzan en combatir sus tendencias, aunque no son menos ignorantes que ellos del fondo de las cosas. La magia debería ser tratada como la ciencia natural y experimental que es en realidad; por raros o excepcionales que puedan ser los fenómenos de los que se ocupa, por eso no son más «transcendentes» que otros, y el mago, cuando provoca tales fenómenos, lo hace simplemente aplicando el conocimiento que tiene de algunas leyes naturales, las del dominio sutil al que pertenecen las fuerzas que pone en juego. Así pues, en eso no hay ningún «poder» extraordinario, como tampoco lo hay en aquel que, habiendo estudiado una ciencia cualquiera, pone en práctica los resultados de ello; ¿se dirá, por ejemplo, que un médico posee «poderes» porque, sabiendo qué remedio conviene a tal o cual enfermedad, cura ésta mediante el remedio en cuestión? Entre el mago y el poseedor de «poderes» psíquicos, hay una diferencia bastante comparable a la que existe, en el orden corporal, entre el que cumple un cierto trabajo con la ayuda de una máquina y el que lo realiza solo con el medio de la fuerza o de la habilidad de su organismo; el uno y el otro operan efectivamente en el mismo dominio, pero no de la misma manera. Por otra parte, ya se trate de magia o de «poderes», en todo caso no se trata, lo repetimos, absolutamente de nada espiritual ni de iniciático; así pues, si marcamos la diferencia entre las dos cosas, no es porque una valga más que la otra bajo nuestro punto de vista; sino porque es siempre necesario saber exactamente de qué se habla y disipar las confusiones que tienen curso sobre este tema.
En algunos individuos, los «poderes» psíquicos son algo completamente espontáneo, el efecto de una simple disposición natural que se desarrolla por sí sola; es muy evidente que, en ese caso, no hay ningún motivo para sacar vanidad de ello, como tampoco lo hay para sacarla de ninguna otra aptitud cualquiera, puesto que no dan testimonio de ninguna «realización» expresa, y puesto que incluso aquel que los posee puede no sospechar la existencia de una tal cosa: si no ha oído hablar nunca de «iniciación», no le vendrá ciertamente la idea de creerse «iniciado», porque ve cosas que todo el mundo no ve, o porque tiene a veces sueños «premonitorios», o porque le ocurre curar a un enfermo por simple contacto, y sin que él mismo sepa cómo acontece eso. Pero hay también el caso donde semejantes «poderes» son adquiridos o desarrollados artificialmente, como el resultado de algunos «entrenamientos» especiales; eso es más peligroso, ya que se produce raramente sin provocar un cierto desequilibrio; y, al mismo tiempo, es en este caso donde la ilusión se produce más fácilmente: hay gentes que están persuadidos de que han obtenido algunos «poderes», perfectamente imaginarios de hecho, ya sea simplemente bajo la influencia de su deseo y de una suerte de «idea fija», ya sea por el efecto de una sugestión que ejerce sobre ellos, alguien de esos medios donde se practican de ordinario los «entrenamientos» de este género. Es ahí sobre todo donde se habla de «iniciación» a tontas y a locas, identificándola más o menos a la adquisición de esos famosísimos «poderes»; así pues, no es de extrañar que algunos espíritus débiles o ignorantes se dejen fascinar en cierto modo por semejantes pretensiones, que, no obstante, basta para reducir a nada la constatación de la existencia del primer caso del que hemos hablado, puesto que, en ese caso, se encuentran «poderes» completamente semejantes, cuando no incluso más desarrollados y más auténticos, sin que haya en eso el menor rastro de «iniciación» real o supuesta. Lo que quizás es más singular y más difícilmente comprehensible, es que a los poseedores de estos «poderes» espontáneos, si les ocurre entrar en contacto con esos mismos medios pseudoiniciáticos, son a veces llevados a creer, ellos también, que son «iniciados»; ciertamente, deberían saber mejor a qué atenerse sobre el carácter real de esas facultades, que, por lo demás, a un grado o a otro, se encuentran en muchos niños muy ordinarios, aunque frecuentemente, desaparecen después más o menos rápidamente. La única excusa para todas esas ilusiones, es que ninguno de aquellos que las provocan y que las mantienen en sí mismos o en los demás tiene la menor noción de lo que es la verdadera iniciación; pero, bien entendido, eso no atenúa en modo alguno su peligro, ya sea en cuanto a las perturbaciones psíquicas e incluso fisiológicas que son el acompañamiento habitual de esta suerte de cosas, o ya sea en cuanto a las consecuencias más remotas, aunque más graves, de un desarrollo desordenado de posibilidades inferiores que, como ya lo hemos dicho en otra parte, va directamente al revés de la espiritualidad1.
Ver EL REINO DE LA CANTIDAD Y LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS, cap. XXXV. ↩