René Guénon — SÍMBOLOS DA CIÊNCIA SAGRADA
SAYFU-L-ISLÂM
Es costumbre, en el mundo occidental, considerar al islamismo, como una tradición esencialmente guerrera y, por consiguiente, cuando se trata en particular del sable o la espada (es-sayf), tomar esta palabra únicamente en su sentido literal, sin siquiera pensar en preguntarse si no hay en ella, en realidad, alguna otra cosa. Es incontestable, por otra parte, que existe en el islamismo un aspecto guerrero, y también que, lejos de constituir un carácter particular del Islam, se lo encuentra también en la mayoría de las demás tradiciones, incluido el cristianismo. Aun sin traer a colación lo que Cristo mismo ha dicho: “No vengo a traer paz, sino espada” (San Mateo, X, 34), lo que en suma puede entenderse figurativamente, la historia de la Cristiandad en el Medioevo, es decir, en la época en que tuvo su realización efectiva en las instituciones sociales, da pruebas ampliamente suficientes; y, por otra parte, la misma tradición hindú, que por cierto no podría considerarse especialmente guerrera, ya que más bien tiende a reprochársele en general conceder poco, lugar a la acción, contiene empero también ese aspecto, como puede advertirse leyendo la Bhagavad Gita. A menos de estar cegado por ciertos prejuicios, es fácil comprender que sea así, pues, en el dominio social, la guerra, en cuanto dirigida contra aquellos que perturban el orden y destinada a reducirlos a él, constituye una función legítima, que en el fondo no es sino uno de los aspectos de la función de “justicia” entendida en su acepción más general. Empero, no es éste sino el lado más exterior de las cosas, y por ende el menos esencial: desde el punto de vista tradicional, lo que da a la guerra así comprendida todo su valor es que simboliza la lucha que el hombre debe llevar contra los enemigos que porta en sí mismo, es decir, contra todos los elementos que en él son contrarios al orden y a la unidad. En ambos casos, por lo demás, ya se trate del orden exterior y social o del orden interior y espiritual, la guerra debe tender siempre igualmente a establecer el equilibrio y la armonía (por eso pertenece propiamente a la “justicia”) y a unificar así en cierto modo la multiplicidad de los elementos en mutua oposición. Esto equivale a decir que su conclusión normal — y, en definitiva, su única razón de ser — es la paz (es-salâm), la cual no puede obtenerse sino por sumisión a la voluntad divina (el-islâm), poniendo en su lugar cada uno de los elementos para hacerlos concurrir todos a la realización consciente de un mismo plan; y apenas será necesario destacar cuán estrechamente emparentados están en lengua árabe esos dos términos: es-salâm y es-islâm1.
En la tradición islámica, esos dos sentidos de la guerra así como la relación que existe realmente entre ellos, están expresados del modo más neto por un hadith2 del Profeta: “Hemos vuelto de la pequeña guerra santa a la gran guerra santa” (Radjâna min el-djihâdi-l-ásgar ila-l-djihâdi-l-ákbar). Si la guerra exterior, pues, no es sino la “pequeña guerra santa”3, mientras que la guerra interior es la “gran guerra santa”, ocurre por consiguiente que la primera no tiene sino importancia secundaria con respecto a la segunda, de la cual es solo una imagen sensible; va de suyo que, en tales condiciones, todo lo que sirve para la guerra exterior puede tomarse como símbolo de lo que concierne a la guerra interior4, como es en particular el caso de la espada.
Quienes desconocen esta significación, aun si ignoran el hadîth que acabamos de citar, podrían al menos notar a ese respecto que, durante la predicación, el jatîb5, cuya función manifiestamente no tiene nada de guerrero, sostiene en la mano una espada, y que ésta, en ese caso, no puede ser otra cosa que un símbolo, aparte de que, de hecho, esa espada es habitualmente de madera, lo que evidentemente la hace impropia para todo uso en combates exteriores y por consiguiente acentúa aún más ese carácter simbólico.
Hemos desarrollado más ampliamente estas consideraciones en Le Symbolisme de la Croix cap. VIII. ↩
Dicho o sentencia atribuido al Profeta, por tradición, basada en un testimonio directo verificado según ciertas normas, y dotado de la misma autoridad que el Corán para aclarar o suplir puntos no especificados en este Libro. (N. del T). ↩
Por otra parte, debe entenderse que no lo es cuando no está determinada por motivos de orden tradicional; toda otra guerra es harb y no djihâd. ↩
Naturalmente, esto ya no sería verdadero para el instrumental de las guerras modernas, aunque más no fuera por su carácter “mecánico”, incompatible con todo verdadero simbolismo; por una razón similar, el ejercicio de los oficios mecánicos no puede servir de base para un desarrollo de orden espiritual. ↩
Imâm que pronuncia el sermón o predicación, (jutbah). (N. del T). ↩