René Guénon — SÍMBOLOS DA CIÊNCIA SAGRADA
O SIMBOLISMO DO ZODÍACO ENTRE OS PITAGÓRICOS
Al tratar la cuestión de las puertas solsticiales, nos hemos referido directamente sobre todo a la tradición hindú, porque en ésta se encuentran presentados del modo más neto los datos de esa cuestión; pero se trata de algo que, en realidad, es común a todas las tradiciones, y que puede establecerse también en la Antigüedad occidental. En el pitagorismo especialmente, ese simbolismo zodiacal parece haber tenido importancia no menos considerable; las expresiones de “puerta de los hombres” y “puerta de los dioses”, que hemos empleado, pertenecen, por lo demás, a la tradición griega; solo que las informaciones llegadas hasta nosotros son tan fragmentarias e incompletas que su interpretación puede dar lugar a multitud de confusiones, que no han dejado de cometer, según veremos, quienes las han considerado aisladamente y sin esclarecerlas por comparación con otras tradiciones.
Ante todo, para evitar ciertos equívocos sobre la situación respectiva de esas dos puertas, ha de recordarse lo que hemos dicho sobre la aplicación del “sentido inverso” según se las encare con respecto al orden terrestre o al orden celeste: la puerta solsticial de invierno, o el signo de Capricornio, corresponde al norte en el año, pero al sur en cuanto al curso del sol en el cielo; análogamente, la puerta solsticial de verano, o el signo de Cáncer, corresponde al sur en el año, y al norte en cuanto al curso del sol. Por eso, mientras que el movimiento “ascendente” del sol va del sur al norte y su movimiento “descendente” del norte al sur, el período “ascendente” del año debe considerarse, al contrario, como dirigido del norte al sur, y su período “descendente” como dirigido del sur al norte, según ya lo hemos dicho con anterioridad. Precisamente con relación a este último punto de vista, en el simbolismo védico la puerta del deva–loka está situada hacia el norte y la del pitra-loka hacia el sur, sin que haya en ello, pese a las apariencias, contradicción ninguna con lo que encontraremos en lo siguiente respecto de otros lugares.
Citaremos, acompañándolo de las explicaciones y rectificaciones necesarias, el resumen que da Jérôme Carcopino de las concepciones pitagóricas1: “Los pitagóricos — dice — habían construido con toda una teoría sobre las relaciones del Zodíaco con la migración de las almas. ¿A qué época se remonta? Imposible saberlo. En todo caso, durante el siglo II de nuestra era esa teoría se desarrollaba en los escritos del pitagórico Numenio, que nos son accesibles por un resumen seco y tardío de Proclo en su comentario a la República de Platón y por un análisis, a la vez más amplio y más antiguo, de Porfirio, en los capítulos XXI y XXII del De Antro Nyinpharum”. Hay en esto, señalémoslo al punto, un excelente ejemplo de “historicismo”: la verdad es que no se trata en modo alguno de una teoría “construida” más o menos artificialmente en tal o cual fecha, por los pitagóricos o por otros, al modo de una simple concepción filosófica o individual; se trata de un conocimiento tradicional referente a una realidad de orden iniciático, el cual, en razón de su carácter tradicional mismo, no tiene ni pudo tener origen ninguno cronológicamente asignable. Por supuesto, son éstas consideraciones que pueden escapar a un erudito”; pero, al menos, inclusive un “erudito” puede comprender esto: si la teoría de que se trata hubiera sido “construida por los pitagóricos”, ¿cómo explicar que se la encuentre por doquiera, fuera de todo influjo griego, y especialmente en los textos védicos, que sin duda alguna son muy anteriores al pitagorismo? Inclusive esto, desgraciadamente, puede ser ignorado por el señor Carcopino en cuanto “especialista” de la Antigüedad grecolatina; pero, según lo que él mismo refiere luego, esa concepción se encuentra ya en Homero; por lo tanto, incluso entre los griegos, era ya conocida, no digamos solo antes de Numenio, cosa demasiado evidente, sino inclusive antes de Pitágoras; es una enseñanza tradicional que se ha transmitido de modo continuo a través de los siglos, y poco importa la fecha quizá “tardía” en que ciertos autores, los cuales nada han inventado ni han tenido pretensión de inventar, la hayan formulado por escrito de manera más o menos precisa.
Dicho esto, volvamos a Proclo y a Porfirio: “Ambos autores concuerdan en atribuir a Numenio la determinación de los puntos extremos del cielo: el trópico de invierno, bajo el signo de Capricornio, y el trópico de verano, bajo el de Cáncer, y en definir, evidentemente siguiendo a Numenio y según los ‘teólogos’ que éste cita y que le han servido de guías, Cáncer y Capricornio como las dos puertas del cielo. Sea para descender a la generación, sea para remontarse a Dios, las almas debían, pues, necesariamente franquear una de ellas”. Por “puntos extremos del cielo”, expresión algo demasiado elíptica para ser perfectamente clara de por sí, debe entenderse aquí, naturalmente, los puntos extremos alcanzados por el sol en su curso anual, en los que en cierto modo se detiene, de donde el nombre de “solsticios”; y a estos puntos solsticiales corresponden las dos “puertas del cielo”, lo que representa exactamente la doctrina tradicional que ya conocíamos. Según lo hemos indicado en otro lugar2, esos dos puntos estaban simbolizados a veces, por ejemplo bajo el trípode délfico y a los pies de los caballos del carro solar, por el pulpo y el delfín, que representan respectivamente a Cáncer y Capricornio. Va de suyo, por lo demás, que los autores de que se trata no han podido atribuir a Numenio la determinación misma de los puntos solsticiales, que fueron conocidos de todo tiempo; simplemente se han referido a él como a uno de los que habían hablado antes de ellos sobre esos puntos, así como Numenio mismo se había referido a su vez a otros “teólogos”.