Hernández (HPMI) – Gnoseologia (Ibn Arabi)

Miguel Cruz Hernández — História do pensamento no mundo islâmico
Excertos do Capítulo 39 — O Neoplatonismo místico de Ibn Arabi de Múrcia (1165-1240)

El modo del conocimiento
Pese a los medios indirectos por los cuales conoció Ibn Arabi el pensamiento neoplatónico, su formación filosófica es más que suficiente para poder sistematizar, dentro del cuadro doctrinal neoplatónico, sus experiencias místicas; sin la filosofía neoplatónica Ibn Arabi hubiera sido un saditi más, un simple iluminado; además, no hubiese podido estructurar el esoterismo del Futuhat y del Fusus, que recurren a la conceptualización típica del sincretismo neoplatónico alejandrino. Pero esta formulación encierra, en cambio, todo un método espiritual rigurosamente original. Así, el conocimiento se fundamenta en el axioma de que sólo hay dos categorías de ser: el Ser que es por sí mismo y el ser creado. «Estas nociones tan sencillas — agrega Ibn Arabi — encierran, no obstante, maravillosos y abstrusos secretos, íntimamente relacionados con el problema del conocimiento de Dios y su Unidad y con el conocimiento del mundo y del rango que ocupa en el orden del ser… Y es que Dios ha determinado que sus siervos habían de alcanzar la felicidad únicamente por medio de la fe y de la ciencia.» La primera consiste en el asentimiento de la razón a los hechos revelados por Dios por medio de los profetas; la segunda comprende los conocimientos que manifiestan evidentemente su necesidad de ser, que se dividen en conocimientos sensibles e inteligibles. El conocimiento sensible es un simple camino hacia el saber, sobre el que se levanta el racional y el asentimiento de la fe, como sobre estos dos se alza la ciencia definitiva o gnosis, que consiste en una iluminación que Dios concede al hombre y que le permite prescindir de los demás modos del conocer.

El conocimiento así concebido presenta dos categorías fundamentales: 1.a Los conocimientos que pueden ser percibidos por los sentidos de algún modo. 2.a El saber que ni ha sido percibido por los sentidos ni podrá serlo jamás. El primero constituye uno de los caminos que conducen a la ciencia propiamente dicha, y sobre él se apoya y se levanta el conocimiento racional y aun el asentimiento a la propia fe. Pero el auténtico y definitivo saber, la «ciencia definitiva», es la gnosis, que consiste fundamentalmente en una alta iluminación que Dios se digna conceder al hombre cuando éste se ha preparado por un largo camino ascendente. Alcanzado tan alto saber, el hombre puede prescindir ya de los restantes modos de conocimiento y aun percibir a través de una sola de sus facultades el conjunto total de la Sabiduría. De aquí que Ibn Arabi, conjugando el material doctrinal neoplatónico del que se nutre con la peculiar espiritualidad süfi, afirme que «las cosas cognoscibles son diversas en sí mismas a causa de serlo también los actos por los cuales son percibidas. Y aun cuando los hombres entregados a la especulación metafísica opinan en esta cuestión de un modo distinto que yo, pienso, no obstante, que dicha diversidad en las percepciones no nace de considerarlas en cuanto meras percepciones, sino de la especial naturaleza que a cada una caracteriza. Para cada ser cognoscible puso Dios una particular facultad cognoscitiva que sólo es capaz de alcanzar lo habitual de aquel ser, es decir, lo fenoménico, no su esencia, no el sustrato de aquello que aparece. Dios ha establecido, además, que para esas cosas perceptibles hubiese un solo sujeto perceptor, aunque se sirva de percepciones diversas, que son seis: oído, vista, olfato, tacto, gusto y entendimiento, todas ellas, menos este último, conocen las cosas de una manera necesaria… Y en esto se equivocan todos los sabios atribuyendo el error a los sentidos, cuando no es así, puesto que el error es solamente propio del que juzga».

En cuanto al conocimiento de aquello que no es ya propiamente sensible, el conocimiento intelectual puede operar de dos modos: 1.° De un modo necesario, cuando se trata de los primeros principios. 2.° De manera no necesaria, en cuyo caso se ha precisado el ejercicio previo de los cinco sentidos y de la memoria. También en este caso del conocimiento intelectual los errores de nuestro conocimiento no tienen su raíz en el acto primero gnosológico, por el cual conocemos, sino en el acto segundo reflejo, por el cual juzgamos la adecuación del acto primero. En este sentido puede decirse que los sentidos considerados en sí mismos son infalibles, tanto en la percepción de lo propiamente perceptible, como en la intelección de los primeros principios. Así, por ejemplo, si yo gusto un terrón de azúcar, debe saberme dulce; si al probarlo me sabe amargo y sigo afirmando que se trata de un terrón de azúcar, es porque se han operado dos actos gnosológicos: uno primero y radical por el que percibo el amargor; otro segundo y reflejo que me imforma que lo que he gustado no es «el amargor del azúcar», sino de la bilis u otra sustancia que en ese momento embotaba mi órgano del gusto. Los dos actos gnosológicos coinciden en la aceptación del puro fenómeno gnosológico: la percepción del amargor; y se diferencian al determinar la causa de la percepción del referido sabor amargo. Así, pues, la infalibilidad gnosológica de los sentidos -a los que pertenecen las cualidades sensibles, como el amargor del anterior ejemplo — no trasciende a éstos y el intelecto queda sometido a la posibilidad del error.

Miguel Cruz Hernández