Hernández (HPMI) – Vida Espiritual (Ibn Arabi)

Miguel Cruz Hernández — História do pensamento no mundo islâmico (MCHHPMI)
Excertos do Capítulo 39 — O Neoplatonismo místico de Ibn Arabi de Múrcia (1165-1240)

La vida espiritual

La profunda transformación que sobre los viejos moldes conceptuales neoplatónicos ha operado Ibn Arabi y en los que ha sabido trasvasar los frutos de una espiritualidad, que — sin dejar de ser por su origen, desarrollo y contenido, rigurosamente musulmana — ha recibido también un legado espiritual de raíz y sentido cristianos, va a manifestarse de un modo excepcional en su doctrina espiritual y en especial en la de la iluminación. Su punto de partida reside en el paralelismo entre los fenómenos ascéticos y místicos. Cada uno de los estados místicos se encuentra situado entre dos fenómenos ascéticos, uno antecedente y otro consecuente, salvo en el extremo final de la serie, ya que la intuición esencial de Dios es el más alto grado de la vida espiritual: la unión permanente con la Divinidad. Además, no se trata de un puro ascenso intelectual, sino que esta unión mística se consigue a través de la gracia, que para Ibn Arabi es, según Asín Palacios, «una luz y una ayuda de Dios al hombre, para que éste conforme sus actos con la ley divina. Su concepto implica, por ende, un doble auxilio, iluminativo y operativo, como en la teología cristiana, de la cual es eco bien claro. No sólo para la salvación del alma es necesaria, sino, en general, para todo acto bueno, aunque sólo sea con bondad natural, y para lograr toda morada mística, aun la más alta. Es más: coincidiendo con San Agustín, Ibn Arabi declara paradójicamente que es indispensable la gracia, hasta para desearla y pedírsela a Dios. Aparte de su cardinal división en iluminante y operativa, cabe todavía subdividir ambas clases en otras dos: gracia natural y sobrenatural o religiosa, según que su efecto se limite simplemente a ayudar al hombre para conformar sus actos con lo que pudiéramos llamar ley natural, es decir, para obrar rectamente, o que trascienda del orden natural, ilustrando y moviendo la voluntad para el acto de fe en Dios y en su revelación, para practicar las virtudes teológicas y para ir ascendiendo por los grados de perfección espiritual, desde el propio conocimiento, umbral de la penitencia, hasta el íntimo trato con Dios y la iluminación mística. Clasifícase finalmente en directa y mediata, según sea Dios mismo quien sin instrumentos criados ilumine y mueva, o se sirva para ello de la doctrina, exhortación y ejemplo de otros hombres».

Alcanzado este estado, el iniciado puede recibir hasta cinco grados, cada vez más excelsos, de revelación divina: 1.° Revelación especulativa, propia del intelecto, que hace conocer las ideas, 2.° Revelación contemplativa, típica del corazón, que enseña las luces de la contemplación. 3.° Revelación inspirada, exclusiva de lo más íntimo del alma, que nos revela los misterios de la Providencia. 4.° Revelación espiritual, característica del espíritu, que describe los secretos de la Vida Eterna y los hechos futuros, pasados y ocultos. 5.° Revelación secreta, propia del Misterio, que nos descubre los arcanos de los atributos Divinos, tanto de los pertenecientes a la Hermosura Divina, como los que se refieren a Su Majestad. La contemplación de los primeros engendra en el alma el deseo irreprimible de quedarse para siempre en tan sublime contemplación, con ayuda de la iluminación divina, que no es otra cosa que la Presencia Luminosa de Dios, como Luz y fuente de toda luz, que se extiende sobre el universo de los seres creados para hacerlos existir. Cada uno de estos seres, según la categoría de su modo de ser, pueden conservar más o menos el reflejo de la Luz Divina; quienes conservan más luz son las almas, pese a que su unión con el cuerpo y el pecado las va oscureciendo; pero siempre, hasta en el alma más empecatada, queda un rescoldo luminoso, que se puede encender de nuevo con el resplandor de la Luz Divina. La iluminación divina, así concebida, es capaz de transformar al alma de un modo tan radical que hace posible que ésta pueda convertirse en lugar adecuado de las más inefables «moradas». Y aunque no podamos alcanzar un conocimiento exacto de ellas — en tanto que el saber humano se apoya en la analogía, que nos hace conocer lo desconocido por lo semejante conocido y Dios no es semejante a nada —, sí podemos explicarnos estos estados inefables por medio de imágenes que sugieran la Luz Divina, la Presencia radiante de Dios y la Unión extática, que culminan en el acto supremo del amor, meta definitiva del espíritu humano y fruto de la vida ética y espiritual, que se alcanza a través de las «moradas» siguientes: 1.° Imitación de las virtudes del profeta Mahoma. 2.° Ejercitación de la Penitencia. 3.° Ascesis de todo apetito, aun de los lícitos, para alcanzar la Limpieza de Corazón. 4.° Práctica de la Caridad fraterna con todos y todo lo que nos rodea. 5.° Ejercitación de la Paciencia ante las adversidades. 6.° Continua acción de gracias por los múltiples beneficios recibidos. 7.° Acceso a la presencia de Dios. 8.° Combate espiritual para mantenerse con Dios y en Dios. 9.° Desarrollo del amor a las criaturas como espejos que reflejan la hermosura y el ser de Dios.

Miguel Cruz Hernández