Jean Klein — A ALEGRIA SEM OBJETO
CONFUSION DEL SUJETO CON EL OBJETO
Estamos condicionados, es fácil darse cuenta de ello, por nuestra herencia biológica, zoológica, nuestro psiquismo infantil, nuestro pasado político, económico, cultural… Pregunto: ¿es posible liberarnos de este condicionamiento y de su dominio? En caso afirmativo, ¿cuáles son los primeros pasos que usted propone para conseguirlo?
Para alcanzar este resultado, debemos conocernos a nosotros mismos, conocer nuestro cuerpo, nuestro psiquismo, el proceso habitual de nuestro pensamiento. Hay que proceder a una investigación en vivo, es decir sin ideas preconcebidas. Generalmente, cada uno se esfuerza en sustituir el comportamiento que juzga reprensible por su opuesto: colérico, tratamos de volvernos apacible, y así, lo único que conseguimos es complicar nuestro condicionamiento; o también, nos dejamos tentar por evasiones diversas. Con tales procedimientos, nos condenamos a dar vueltas en un circulo vicioso. Una actitud de observación desinteresada, objetiva como dicen los científicos, es la única que nos permitirá conocernos tales como somos verdaderamente, que nos permitirá captar espontáneamente las actividades de nuestro cuerpo, de nuestra mente, los procesos de nuestro pensamiento, nuestras motivaciones. En una primera fase, el observador experimenta algunas dificultades para ser impersonal, sin elección; da dinamismo al objeto, se hace su cómplice. Más adelante, instantes de clarividencia se presentan cada vez más a menudo, luego llega un momento en que se instala entre el investigador y los objetos una zona neutra y los dos polos pierden su carga. El observador es entonces silencio e inmovilidad, el objeto condicionado ya no recibe alimento.
¿Puede usted hablarnos de las motivaciones?
En algunos momentos, solos con nosotros mismos, experimentamos una inmensa carencia interior. Es la motivación-madre la que engendra a las demás. La necesidad de llenar esta carencia, de apagar esta sed nos empuja a pensar, a actuar. Sin interrogarla siquiera, huimos de esta insuficiencia, tratamos de llenarla a veces con un objeto, a veces con un proyecto, luego, decepcionados, corremos de una compensación a la siguiente, yendo de fracaso en fracaso, de sufrimiento en sufrimiento, de guerra en guerra. Esto es el destino del hombre común, de todos los que aceptan con resignación este orden de cosas que juzgan inherente a la condición humana.
Observemos más de cerca. Engañados por la satisfacción que nos proporcionan los objetos, llegamos a constatar que causan saciedad y hasta indiferencia; nos colman un momento, nos llevan a la no-carencia, nos devuelven a nosotros mismos y luego nos cansan; han perdido su magia evocadora. Por lo tanto, la plenitud que experimentamos no se encuentra en ellos, está en nosotros; durante un momento, el objeto tiene la facultad de suscitarla y sacamos la conclusión equivocada de que fue él el artesano de esta paz. El error consiste en considerar este objeto como una condición «sine qua non» de dicha plenitud.
Durante estos períodos de alegría, ésta existe en sí misma, no hay nada más. Luego, referiéndonos a esta felicidad, le superponemos un objeto que, según creemos, fue lo que la ocasionó. Por lo tanto, objetivamos la alegría. Si constatamos que esta perspectiva en la cual nos hemos situado sólo puede dar una felicidad efímera, incapaz de proporcionarnos aquella paz duradera que está dentro de nosotros mismos, comprendemos, por fin, que en el momento en que alcanzamos este equilibrio, ningún objeto lo ha causado; la última satisfacción, alegría inefable, inalterable, sin motivo, está siempre presente en nosotros; lo que ocurre es que estaba velada para nuestros ojos.
¿Puede usted hablarnos de la perspectiva objetiva y de sus relaciones con la alegría no dual?
Para situar convenientemente la experiencia, me parece indispensable analizar a fondo la naturaleza del objeto que es considerado, equivocadamente, como la causa, la fuente misma de la alegría. Si examinamos la esfera objetiva honestamente, no podemos menos de admitir que está constituida exclusivamente por datos sensibles a los cuales atribuimos una hipotética existencia independiente de nuestra percepción. De hecho, sólo conocemos nuestras percepciones o sensaciones bajo la forma de visión, audición, tacto, etc…. A esta sensación superponemos la idea de un objeto que, por medio de estos datos sensibles, se supone que nos proporciona la plenitud que, en último lugar, es el motivo profundo de nuestra búsqueda. En cuanto entendemos, como le decía antes, que dicho objeto no es nada más que una idea y no contiene lo que le pedimos, interviene una eliminación. La sensación que añadimos a la percepción desaparece por falta de base. No somos nosotros los que la eliminamos, se elimina por sí misma. No tenemos que despegarnos de los objetos, se despegan de nosotros como una fruta madura cae de la rama.
Se puede coger o rechazar a los objetos: ¿qué diferencia existe entre estos dos procesos?
Los procedimientos son idénticos: rechazar o coger, es lo mismo; estas dos formas de actuar conducen a un nuevo conflicto. Existe un estado sin deseo, cuando ya no se intenta compensar, hay «satisfacción» y es un estado sin deseo.
No se trata en este caso de rechazar el objeto, sino de constatar que no contiene lo que usted busca. Si cree haber colocado en un sitio determinado algo que necesita, lo busca y se da cuenta de que no está allí. Vuelve a buscar de nuevo, tal vez dos o tres veces. Llega un momento en que ha buscado por todas partes y no ha encontrado nada. ¿Qué ocurre? El sitio es el que le deja como conteniente de lo que quiere encontrar, usted no deja el sitio. Del mismo modo, el objeto le deja.
Es un proceso totalmente orgánico. Si esta eliminación se ha cumplido totalmente, después de quitarlo todo, cuando no se ha omitido nada, sin ningún residuo, hemos vuelto a nosotros mismos, a lo que somos esencialmente; es un estado de soledad, de silencio en el cual despertamos. Este silencio, esta atención pura es —si puedo expresarme así— una atención a la atención, está exenta de cualquier concepto de duración, de volumen, de tiempo y espacio y, de hecho, este centro de la conciencia, este núcleo, este eje de gravedad de nuestro ser, alrededor del cual la personalidad se ha ido amarrando, contiene nuestra verdadera naturaleza que está más allá de cualquier condicionamiento. Es la única vía por la cual se la puede alcanzar.
Sólo de esta manera tenemos una oportunidad de regularizar nuestra naturaleza corporal, psíquica, mental. Si emprendemos otras tentativas de descondicionamiento por un acercamiento psicológico, nos quedamos en lucha con el problema por resolver. Sólo se ha producido un desplazamiento de las energías que estaban localizadas y fijadas en un punto dado; las transportamos a otro sitio pero esto no nos libera. Sólo el último regulador, la conciencia, la no-personalidad es capaz de liberar nuestra naturaleza biológica, afectiva, mental.