Un primer punto sobre el que importa llamar la atención es el siguiente: la afirmación según la cual la lengua hebrea sería la lengua misma de la revelación primitiva bien parece no tener sino carácter exotérico y no pertenecer al fondo mismo de la doctrina cabalística, sino, en realidad, recubrir simplemente algo mucho más profundo. La prueba está en que lo mismo se encuentra igualmente dicho de otras lenguas, y que esta afirmación de “primordialidad”, si así puede llamarse, no podría ser tomada literalmente, ni justificarse en todos los casos, puesto que implicaría una contradicción evidente. Así es, en particular, para la lengua árabe, e inclusive es opinión muy comúnmente difundida en el país donde se la usa que habría sido la lengua original de la humanidad; pero lo notable, y lo que nos ha hecho pensar que debe ser el mismo el caso en lo que concierne al HEBREO, es que esa opinión vulgar está tan poco fundada y tan desprovista de autoridad, que se halla en formal contradicción con la verdadera enseñanza tradicional del Islam, según la cual la lengua “adámica” era la “lengua siríaca” (logah sûryâniyah), que, por otra parte, nada tiene que ver con el país actualmente designado con el nombre de Siria, así como tampoco con ninguna de las lenguas más o menos antiguas cuyo recuerdo se ha conservado entre los hombres hasta hoy. Esa logah sûryâniyah es propiamente, según la interpretación que se da de su nombre, la lengua de la “iluminación solar” (shems-ish-râqyah); en efecto, Sûryâ es el nombre sánscrito del Sol, y esto parecería indicar que su raíz sur, una de las que designan la luz, pertenecía sí a la lengua original. Se trata, pues, de esa Siria primitiva de la cual Homero habla como de una isla situada “más allá de Ogigia”, lo que la identifica con la Tula hiperbórea, “donde están las revoluciones del Sol”. Según Josefo, la capital de ese país se llamaba Heliápolis, “ciudad del Sol” (Cf. La Ciudadela solar de los Rosacruzes, La Ciudad del Sol, de Campanella, etc. A esta primera Heliópolis debiera ser referido en realidad el simbolismo cíclico del Fénix), nombre dado después a la ciudad de Egipto también llamada On, así como Tebas habría sido originariamente uno de los nombres de la capital de Ogigia. Las sucesivas transferencias de estos nombres, y de muchos otros, serían particularmente interesantes de estudiar en lo que concierne a la constitución de los centros espirituales secundarios de los diversos períodos, constitución que se halla en relación estrecha con la de las lenguas destinadas a servir de “vehículos” a las formas tradicionales correspondientes. Esas lenguas son aquellas a las que se puede dar propiamente el nombre de “lenguas sagradas”; y precisamente sobre la distinción que debe hacerse entre esas lenguas sagradas y las lenguas vulgares o profanas reposa esencialmente la justificación de los métodos cabalísticos, así como procedimientos similares que se encuentran en otras tradiciones. 87 SFCS LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)
Podemos decir esto: así como todo centro espiritual secundario es como una imagen del Centro supremo y primordial, según lo hemos explicado en nuestro estudio sobre Le Roi du Monde, toda lengua sagrada, o “hierática” si se, quiere, puede considerarse como una imagen o reflejo de la lengua original, que es la lengua sagrada por excelencia; ésta es la “Palabra perdida”, o más bien escondida a los hombres de la “edad oscura”, así como el Centro supremo se ha vuelto para ellos invisible e inaccesible. Pero no se trata de “residuos y deformaciones”; se trata, al contrario, de adaptaciones regulares exigidas por las circunstancias de tiempos y lugares, es decir, en suma, por el hecho de que, según lo que enseña Seyîdî Mohyddìn ibn Arabia al comienzo de la segunda parte de El-Futûhâtu-l-Mekkiyah (‘Las revelaciones de la Meca’), cada profeta o revelador debía forzosamente emplear un lenguaje capaz de ser comprendido por aquellos a quienes se dirigía, y por lo tanto más especialmente apropiado a la mentalidad de tal pueblo o de tal época. Tal es la razón de la diversidad misma de las formas tradicionales, y esta diversidad trae aparejada, cómo consecuencia inmediata, la de las lenguas que deben servirles como medios de expresión respectivos; así, pues, todas las lenguas sagradas deben considerarse como verdaderamente obra de “inspirados”, sin lo cual no serían aptas para la función a que están esencialmente destinadas. En lo que respecta a la lengua primitiva, su origen debía ser “no humano”, como el de la tradición primordial misma; y toda lengua sagrada participa aún de ese carácter en cuanto es, por su estructura (el-mabâni) y su significación (el-ma’âni), un reflejo de aquella lengua primitiva. Esto puede, por lo demás, traducirse en diferentes formas, que no todos los casos tienen la misma importancia, pues la cuestión de adaptación interviene también aquí: tal es, por ejemplo, la forma simbólica de los signos empleados por la escritura (Esta forma puede, por lo demás, haber sufrido modificaciones correspondientes a readaptaciones tradicionales ulteriores, como ocurrió con el HEBREO después de la cautividad de Babilonia; decimos que se trata de una readaptación, pues es inverosímil que la antigua escritura se haya perdido realmente en un corto periodo de setenta años, y es inclusive asombroso que esto pase generalmente inadvertido. Hechos del mismo género, en épocas más o menos alejadas, han debido producirse igualmente para otras escrituras, en particular para el alfabeto sánscrito y, en cierta medida, para los ideogramas chinos); tal es también, y más en particular para el HEBREO y el árabe, la correspondencia de los números con las letras, y por consiguiente con las palabras compuestas por ellas. 88 SFCS LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)
Ahora bien; hay algo más singular aún, lo cual, bien que se refiere a una forma tradicional diferente, no puede por cierto considerarse como simple “coincidencia”: los números 10 y 16, contenidos respectivamente en el triángulo y en el cuadrado, tienen por suma 26; y 26 es el valor numérico total de las letras que forman el tetragrama HEBREO: yod he vav he. Además, 10 es el valor de la primera letra, yod, y 16 es el del conjunto de las otras tres letras, he-vav-he; esta división del tetragrama es enteramente normal, y la correspondencia de sus dos partes es también muy significativa: la Tetraktys se identifica así con el yod en el triángulo, mientras que el resto del tetragrama se inscribe en el cuadrado situado debajo de aquél. 210 SFCS LA TETRAKTYS Y EL “CUADRADO DE CUATRO”
El sentido más general vinculado con la letra de que se trata, sea en HEBREO o en árabe, es el de “fuerza” o “potencia” (en árabe, qowah), la cual, por lo demás, según los casos, puede ser de orden material o de orden espiritual (La distinción entre estos dos sentidos se señala en árabe por una diferencia en la ortografía de la palabra: qowah para el primero, qowâ paya el segundo); y ciertamente a este orden corresponde, de modo más inmediato, el simbolismo de un arma como el hacha. En el caso que ahora nos ocupa, evidentemente ha de tratarse de una potencia espiritual; esto resulta de que el hacha está puesta en relación directa, no con el cubo, sino con la pirámide; y podrá recordarse aquí lo que hemos expuesto ya en otras ocasiones sobre la equivalencia del hacha con el vajra (Sobre el vajra, ver cap. XXVI y LII. (N. del T)), que es también, ante todo, el signo de la potencia espiritual. Hay más: el hacha está situada, no en un punto cualquiera, sino, como hemos dicho, en el vértice de. la pirámide, vértice que a menudo se considera como representación de la cúspide de una jerarquía espiritual o iniciática; esta posición parece indicar, pues, la más alta potencia espiritual en acción en el mundo, vale decir lo que todas las tradiciones designan como el “Polo”; también aquí, recordaremos el carácter “axial” de las armas simbólicas en general y en particular del hacha, que manifiestamente está en perfecto acuerdo con tal interpretación. 218 SFCS UN JEROGLIFICO DEL POLO
Pero lo más notable es que el nombre mismo de la letra qâf es también, en la tradición árabe, el de la Montaña sagrada o polar (Algunos quieren identificar la montaña de Qâf con el Cáucaso (Qâfqâsîyah); si esta asimilación debiera tomarse literalmente, en el sentido geográfico actual, sería ciertamente errónea, pues no se compadecería en modo alguno con lo que se dice de la Montaña sagrada, que no se la puede alcanzar “ni por tierra ni por mar” (lâ bi-l-barr wa-lâ bi-l-bahr); pero ha de hacerse notar que el nombre de “Cáucaso” se aplicó antiguamente a diversas montañas situadas en muy diferentes regiones, lo que da a pensar que bien puede haber sido originariamente una de las designaciones de la Montaña sagrada, de la cual los otros Cáucasos serían solamente entonces otras tantas “localizaciones” secundarias); la pirámide, que es esencialmente una imagen de ésta, lleva, pues, así, por la letra o por el hacha que la sustituye, su propia designación de tal, como para no dejar subsistir duda alguna sobre la significación que conviene reconocerle tradicionalmente. Además, si el símbolo de la montaña o de la pirámide está referido al “Eje del Mundo”, su vértice, donde se sitúa dicha letra, se identifica más especialmente con el Polo mismo; pero qâf equivale numéricamente a maqâm (Qâf=100+1+80=181; maqâm=40+100+1+40=181. En HEBREO, la misma equivalencia numérica existe entre qôph y maqôm; estas palabras, por lo demás, no difieren de sus correspondientes árabes sino por la sustitución de álif con vav, de lo cual existen muchos otros ejemplos (nâr y nûr, ‘àlam y ‘ôlam, etc); el total es entonces 186), lo que designa a ese punto como el “Lugar” por excelencia, es decir, el único punto que permanece fijo e invariable en todas las revoluciones del mundo. 219 SFCS UN JEROGLIFICO DEL POLO
En La Grande Triade, con motivo del simbolismo polar y de la palabra china yi que designa a la unidad (la Estrella polar se llama T’ai-yi, o sea la ‘Gran Unidad’), habíamos llegado a dar algunas indicaciones sobre el simbolismo masónico de la letra G, cuya posición normal es igualmente “polar”, y a establecer una relación con la letra I, que representaba “el primer nombre de Dios” para los Fedeli d’Amore (La Grande Triade, cap. XXV). Esta relación se justificaba por el hecho de que la letra G, la cual de por sí no podría considerarse como un verdadero símbolo, en cuanto pertenece a las lenguas modernas, carentes de todo carácter sagrado ni tradicional, pero que stands for God, según los rituales masónicos ingleses y es, en efecto, la inicial de la palabra God, ha sido, por lo menos en ciertos casos, considerada como sustitutiva del yod HEBREO, símbolo del Principio o de la Unidad, en virtud de una asimilación fonética entre God y yod (El autor de una obra sobre el simbolismo masónico ha creído deber dirigirnos a este respecto una crítica, formulada incluso en términos muy poco corteses, como si nosotros fuésemos responsables de esta asimilación fonética, no lo somos, empero, como tampoco de que los masones ingleses hayan también identificado otrora las tres letras del mismo vocablo God con las iniciales de tres palabras hebreas: Gamal, ‘Óz, Dabar (Belleza, Fuerza, Sabiduría); como quiera se opine acerca de tales conexiones (y hay otras más aún), uno está obligado, en todo caso, a tenerlas en cuenta por lo menos históricamente). Esas indicaciones sumarias resultaron punto de partida de investigaciones que han dado lugar a nuevas comprobaciones muy interesantes (Marius Lepage, “La lettre G”, en Le Symbolisme, número de noviembre de 1948; artículo en el Speculative Mason, número de julio de 1949, escrito con motivo del precedente, y del cual se ha extraído la mayor parte de las informaciones de que nos hemos servido aquí); por eso creemos útil volver sobre el asunto para completar lo que ya habíamos dicho. 235 SFCS LA LETRA G Y EL SVÁSTIKA
En primer lugar, cabe señalar que, en un antiguo catecismo del grado de Compañero (Prichard, Masonry Dissected, 1730), a la pregunta: What does that G denote? se responde expresamente: Geometry or the Fifth Science (es decir, la ciencia que ocupa el quinto lugar en la enumeración tradicional de las “siete artes liberales”, cuya transposición esotérica en las iniciaciones medievales hemos señalado en otras ocasiones); esta interpretación no contradice en modo alguno la .afirmación de que la misma letra stands for God, ya que Dios se designa especialmente en ese grado como “el Gran Geómetra del Universo”; y, por otra parte, lo que le da toda su importancia es que, en los más antiguos manuscritos conocidos de la masonería operativa, la “Geometría” se identifica constantemente con la masonería misma; hay pues en ello algo que no puede considerarse desdeñable. Resulta además, como lo veremos en seguida, que la letra G, en tanto que inicial de Geometry, ha tomado el lugar de su equivalente griego ?, lo que está suficientemente justificado por el origen mismo de la palabra “geometría” (y, aquí por lo menos, ya no se trata de una lengua moderna); además, esa letra griega presenta en sí misma cierto interés, desde el punto de vista del simbolismo masónico, en razón de su forma misma, la de una escuadra (Recordemos que la escuadra de brazos desiguales, precisamente la forma de esta letra, representa los dos catetos del triángulo rectángulo 3-4-5, el cual, como lo hemos explicado en otra parte, tiene importancia particularísima en la masonería operativa (ver “Parole perdue et mots substitués”, en É. T., diciembre de 1948)), lo que evidentemente no es el caso de la letra latina G (Todas las consideraciones que algunos han querido derivar de la forma de la letra G (semejanza con la forma de un nudo, con la del símbolo alquímico de la sal, etc) tienen manifiestamente un carácter por entero artificial y hasta más bien fantasioso; carecen de la menor relación con las significaciones reconocidas de dicha letra, y no descansan, por lo demás, en ningún dato auténtico). Ahora, antes de ir más lejos, podría preguntarse si esto no se opone a la explicación por sustitución del yod HEBREO, o, por lo menos, puesto que ésta ha existido también, si no cabría pensar, en tales condiciones, que se la haya introducido secundariamente y en época más o menos tardía; en efecto, como parece ciertamente haber pertenecido propiamente al grado de maestro, así debe ser para aquellos que siguen la opinión más corriente sobre el origen de este grado. En cambio, para quienes, como nosotros, se niegan por más de una razón a considerar dicho grado como producto de una elaboración “especulativa” del siglo XVIII, sino que ven en él una especie de “condensación” del contenido de ciertos grados superiores de la masonería operativa, destinada a llenar en la medida de lo posible una laguna debida a la ignorancia en que con respecto a aquéllos estaban los fundadores de la Gran Logia de Inglaterra, la cosa aparece en un aspecto muy distinto: se trata entonces de una superposición de dos sentidos diferentes pero que no se excluyen en modo alguno, lo que ciertamente nada tiene de excepcional en el simbolismo; además, cosa que nadie parece haber observado hasta ahora, ambas interpretaciones, por el griego y el HEBREO respectivamente, concuerdan a la perfección con el carácter propio de los dos grados correspondientes, “pitagórico” el segundo y “salomónico” el tercero, y acaso sea esto sobre todo, en el fondo, lo que permita comprender de qué se trata en realidad. 236 SFCS LA LETRA G Y EL SVÁSTIKA
Dicho esto, podemos volver a la interpretación “geométrica”, del grado de Compañero, acerca del cual lo que hemos explicado no es aún la parte más interesante en lo que atañe al simbolismo de la masonería operativa. En el catecismo que citábamos poco ha, se encuentra también esta especie de enigma: By letters four and science five, this G aright doth stand in a due art and proportion (No debemos dejar de mencionar, incidentalmente, que, en respuesta a la pregunta: “Who doth that G denote?” (who y no ya what, como antes, cuando se trataba de la Geometría), ese catecismo contiene la frase siguiente: “The Great Architect and contriver of the Universe, or He that was taken up to the Pinnacle of the Holy Temple”; se advertirá que “el Gran Arquitecto del Universo” es aquí identificado con Cristo (por lo tanto con el Logos), puesto él mismo en relación con el simbolismo de la “piedra angular”, entendido según el sentido que hemos explicado (aquí, cap. XLIII); el “pináculo del Templo” (y se notará la curiosa semejanza de la palabra “pináculo” con el HEBREO pinnáh ‘ángulo’) es, naturalmente, la cúspide o punto más elevado y, como tal, equivale a lo que es la “clave de bóveda” (Keystone) en la Arch Masonry). Aquí, evidentemente, science five designa la “quinta ciencia” o sea la geometría; en cuanto a la significación de letters four, se podría, a primera vista, y por simetría, incurrir en la tentación de suponer un error y que haya de leerse letter, en singular, de suerte que se trataría de la “cuarta letra”, a saber, en el alfabeto griego, de la letra ?, interesante simbólicamente, en efecto, por su forma triangular; pero, como esta explicación tendría el gran defecto de no presentar ninguna relación inteligible con la letra G, es mucho más verosímil que se trate realmente de “cuatro letras”, y que la expresión, por lo demás anormal, de science five en lugar de fifth science haya sido puesta intencionalmente para hacer aún más enigmático el enunciado. Ahora, el punto que puede parecer más oscuro es éste: ¿por qué se habla de cuatro letras, o, si se trata siempre de la inicial de la palabra Geometry, por qué ha de ser cuadruplicada to stand aright in due art and proportion? La respuesta, que debe estar en relación con la posición “central” o “polar” de la letra G, no puede darse sino por medio del simbolismo operativo, y aquí, además, es donde aparece la necesidad de tomar dicha letra, según lo indicábamos poco antes, en su forma griega ?. En efecto, el conjunto de cuatro gammas colocados en ángulos rectos los unos con respecto a los otros forma el svástika, “símbolo, como lo es también la letra G, de la Estrella polar, que es a su vez el símbolo y, para el masón operativo, la sede efectiva del Sol central oculto del Universo, Iah” (En el articulo del Speculative Mason de donde se ha tomado esta cita, el svástika es inexactamente llamado gammádion, designación que, como lo hemos señalado varias veces, se aplicaba en realidad antiguamente a muy otras figuras (ver especialmente (aquí, cap. XLV) “El-Arkân”, donde hemos dado la reproducción), pero no por eso es menos verdad que el svástika, aun no habiendo recibido nunca dicho nombre, puede considerarse también como formado por la reunión de cuatro gammas, de modo que esta rectificación de terminologías en nada afecta a lo que aquí se dice), lo cual evidentemente está muy próximo al T’ai-yi de la tradición extremo-oriental (Agregaremos que el nombre divino Iah, que acaba de mencionarse, se pone más especialmente en relación con el primero de los tres Grandes Maestros en el séptimo grado de la masonería operativa). En el pasaje de La Grande Triade que recordábamos al comienzo, habíamos señalado la existencia, en el ritual operativo, de una muy estrecha relación entre la letra G y el svástika; empero por entonces no habíamos tenido conocimiento aún de las informaciones que, al hacer intervenir el gamma griego, tornan esa relación aún más directa y completan su explicación (Podría quizás objetarse que la documentación inédita dada por el Speculative Mason acerca del svástika proviene de Clement Stretton, y que éste fue, según se dice, el principal autor de una “restauración” de los rituales operativos en la cual ciertos elementos, perdidos a raíz de circunstancias que nunca han sido enteramente aclaradas, habrían sido reemplazados por otros tomados de los rituales especulativos, de cuya conformidad con lo que existía antiguamente no hay garantía; pero esta objeción no es válida en el presente caso, pues se trata precisamente de algo de lo cual no hay rastros en la masonería especulativa). Es bien señalar además que la parte quebrada de las ramas del svástika se considera aquí como representación de la Osa Mayor, vista en cuatro diferentes posiciones en el curso de su revolución en torno de la Estrella polar, a la que corresponde naturalmente el centro donde los gammas se reúnen, y que estas cuatro posiciones quedan relacionadas con los cuatro puntos cardinales y las cuatro estaciones; sabida es la importancia de la Osa Mayor en todas las tradiciones en que interviene el simbolismo polar (Ver igualmente La Grande Triade, cap. XXV, acerca de la “Ciudad de los Sauces” y de su representación simbólica por un moyo lleno de arroz). Si se piensa en que todo ello pertenece a un simbolismo que puede llamarse verdaderamente “ecuménico” y que por eso mismo indica un vínculo bastante directo con la tradición primordial, puede comprenderse sin esfuerzo por qué “la teoría polar ha sido siempre uno de los mayores secretos de los verdaderos maestros masones” (Puede ser de interés señalar que en la Cábala el yod se considera formado por la reunión de tres puntos, que representan las tres middôt (‘dimensiones’) supremas, dispuestas en escuadra; ésta, por otra parte, está vuelta en un sentido contrario al de la letra griega gamma, lo que podría corresponder a los dos opuestos sentidos de rotación del svástika). 237 SFCS LA LETRA G Y EL SVÁSTIKA
Desde el punto de vista según el cual el simbolismo de Jano se refiere al tiempo, cabe realizar una observación muy importante: entre el pasado que ya no es y el porvenir que no es aún, el verdadero rostro de Jano, el que mira al presente, no es, se dice, ninguno de los dos visibles. Ese tercer rostro, en efecto, es invisible, porque el presente, en la manifestación temporal, no es sino un instante inasequible (También por esta razón ciertas lenguas, como el HEBREO y el árabe, no tienen forma verbal que corresponda al presente); pero, cuando se alcanza la elevación por encima de las condiciones de esta manifestación transitoria y contingente, el presente, al contrario, contiene toda realidad. El tercer rostro de Jano corresponde, en otro simbolismo —el de la tradición hindú—, al ojo frontal de Çiva, invisible también, puesto que no representado por ningún órgano corporal, que figura el “sentido de la eternidad”. Se dice que, una mirada de este tercer ojo reduce todo a cenizas, es decir que destruye toda manifestación; pero, cuando la sucesión se transmuta en simultaneidad, todas las cosas moran en el “eterno presente”, de modo que la destrucción aparente no es en verdad sino una “transformación” en el sentido más rigurosamente etimológico de la palabra. 246 SFCS ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE JANO
Es bien evidente, en efecto, que el “Señor de los tiempos” no puede estar por su parte sometido al tiempo, el cual tiene en él su principio, así como, según la enseñanza de Aristóteles, el primer motor de todas las cosas, o principio del movimiento universal, es necesariamente inmóvil. Es ciertamente el Verbo eterno aquel a quien los textos bíblicos designan a menudo como el “Antiguo de los Días”, el Padre de las edades o de los ciclos de existencia (éste es el sentido propio y primitivo de la palabra latina saeculum, así como del griego aión y del HEBREO ‘olam, a los cuales traduce); e importa notar que la tradición hindú le da también el título de Purâna-Púrusha, cuyo significado es estrictamente equivalente. 248 SFCS ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DE JANO
Dejemos establecido, ante todo, que namar en HEBREO, como nimr en árabe, es propiamente el “animal moteado”, nombre común al tigre, la pantera y el leopardo; y puede decirse, aun ateniéndose al sentido más exterior, que estos animales representan adecuadamente, en efecto, al “cazador” que fue Nimrod según la Biblia. Pero además el tigre, encarado en un sentido no forzosamente desfavorable, es, como el oso en la tradición nórdica, un símbolo del kshátriya; y la fundación de Nínive y del imperio asirio por Nimrod parece ser, efectivamente, producto de una rebelión de los kshátriya contra la autoridad de la casta sacerdotal caldea. De ahí la relación legendaria establecida entre Nimrod y los Nefilîm u otros “gigantes” antediluvianos, que figuran también a los kshátriya en períodos anteriores; y de ahí, igualmente, que Nimrod haya quedado proverbialmente como imagen del poder temporal que se afirma independiente de la autoridad. espiritual. 272 SFCS SHET
De hecho, el vocablo Shet tiene en HEBREO mismo los dos sentidos contrarios: el de “fundamento” y el de “tumulto” y “ruina” (La palabra es idéntica en los dos casos, pero, cosa harto curiosa, es masculina en el primero y femenina en el segundo); y la expresión benì Shet (“hijo de Shet”) se encuentra también con esa doble significación. Verdad es que los lingüistas quieren ver en ese doble significado dos palabras distintas, provenientes de dos distintas raíces verbales: shyt para el primero y shat para el segundo; pero la distinción de las dos raíces aparece como enteramente secundaria, y en todo caso sus elementos constitutivos esenciales son ciertamente idénticos. En realidad, no ha de verse en ello sino una aplicación de ese doble sentido de los símbolos al cual hemos tenido frecuente ocasión de aludir; y tal aplicación tiene más particularmente lugar en el caso del simbolismo de la serpiente. 274 SFCS SHET
En efecto, si el tigre o el leopardo es un símbolo del Set egipcio, la serpiente es el otro (Es muy notable que, el nombre griego Typhôn esté anagramáticamente formado por los mismos elementos que Pythôn); y ello se comprende sin dificultad, si se la encara según su aspecto maléfico, el que más comúnmente se le atribuye; pero se olvida casi siempre que la serpiente tiene además un aspecto benéfico, el cual se encuentra también en el simbolismo del antiguo Egipto, especialmente en la forma de la serpiente real, el uraeus o basilisco (Recordemos también a la serpiente que figura a Knef y produce el “Huevo del Mundo” por su boca (símbolo del Verbo); sabido es que éste, para los druidas, era igualmente el “huevo de serpiente” (representado por el erizo de mar fósil)) Aun en la iconografía cristiana, la serpiente es a veces símbolo de Cristo (En Le Roi du Mondè, cap. III, hemos señalado a este respecto la figuración de la anfisbena (amphisbaina), serpiente de dos cabezas, una de las cuales representa a Cristo y la otra a Satán); y el Shet bíblico, cuyo papel en la leyenda del Graal hemos señalado en otra ocasión (Le Roi du Monde, cap. V), se considera a menudo como una “prefiguración” de Cristo (Es verosímil que los gnósticos llamados “setianos” no difirieran en realidad de los “ofitas”, para los cuales la serpiente (óphis) era símbolo del Verbo y la Sabiduría, (Sophía)). Puede decirse que los dos Shet no son en el fondo sino las dos serpientes del caduceo hermético (Es muy curioso que el nombre de Shet, reducido a sus elementos esenciales S T en el alfabeto latino (que no es sino una forma del alfabeto fenicio), dé la figura de la “serpiente de bronce”. A propósito de esta última, señalemos que en realidad la misma palabra significa en HEBREO “serpiente” (nahash) y “bronce” (nehash); se encuentra en árabe otra relación no menos extraña: nahas (‘calamidad’) y nahàs (‘cobre’)): son, si se quiere, la vida y la muerte, producidas ambas por un poder único en su esencia pero doble en su manifestación (Se podrá, sobre este punto, remitir al estudio que hemos dedicado a las “piedras del rayo” (cap. XXV de esta compilación)). 275 SFCS SHET
Si nos detenemos en esta interpretación en términos de vida y muerte, aunque no sea en suma sino una aplicación particular de la consideración de dos términos contrarios o antagónicos, ello se debe a que el simbolismo de la serpiente está ligado ante todo a la idea misma de vida (Este sentido es particularmente manifiesto para la serpiente que se enrolla en torno del bastón de Esculapio); en árabe, la serpiente se llama el-hayyah, y la vida el-hayàh (HEBREO hayàh, a la vez ‘vida’ y ‘animal’, de la raíz hay, común a ambas lenguas) (El-Hay es uno de los principales nombres divinos; debe traducírselo, no por “el Viviente”, como a menudo se hace, sino por “el Vivificante”, el que da la vida o es el principio de ella). Esto, que se vincula con el simbolismo del “Árbol de Vida” (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXV), permite a la vez entrever una singular relación entre la serpiente y Eva (Hawà, la ‘viviente’); y pueden recordarse aquí las figuraciones medievales de la “tentación”, donde el cuerpo de la serpiente, enroscado al árbol, tiene encima un busto de mujer (Se encuentra un ejemplo en el portal izquierdo de Notre-Dame de París). Cosa no menos extraña, en el simbolismo chino Fu-hsi y su hermana Nü-kua, que, se dice, reinaron juntos formando una pareja fraterna, como se la encuentra igualmente en el antiguo Egipto (inclusive hasta en la época de los Tolomeos), se representan a veces con cuerpo de serpiente y cabeza humana; y hasta ocurre que las dos serpientes se entrelacen como las del caduceo, por alusión sin duda al complementarismo del yang y el yin (Se dice que Nü-kua fundió piedras de los cinco colores (blanco, negro, rojo, amarillo, azul) para reparar un desgarramiento en la bóveda celeste, y también que cortó las cuatro patas de la tortuga para asentar en ellas las cuatro extremidades del mundo). Sin insistir más, lo cual arriesgaría llevarnos demasiado lejos, podemos ver en todo ello la indicación de que la serpiente, desde épocas sin duda muy remotas, ha tenido una importancia insospechada hoy; y, si se estudiaran detenidamente todos los aspectos de su simbolismo, especialmente en Egipto y en la India, podría llegarse sin duda a muy inesperadas comprobaciones. 276 SFCS SHET
Pero volvamos a los animales simbólicos del Set egipcio, entre los cuales está también el cocodrilo, lo que se explica de por sí, y el hipopótamo, en el cual algunos han querido ver el Behemôt del Libro de Job, y acaso no sin cierta razón, aunque esa palabra (plural de behemáh, en árabe bahîrnah) sea propiamente una designación colectiva de todos los grandes cuadrúpedos (La raíz baham o abham significa ‘ser mudo’ y también ‘estar oculto’; si el sentido general de Behemôt se vincula a la primera de estas dos ideas, la segunda puede evocar más especialmente al animal “que se oculta entre los juncos”; y aquí es también bastante curiosa la relación con el sentido de la otra raíz, satar, a que acabamos de referirnos). Pero otro animal que, aunque pueda parecer muy extraño, tiene aquí por lo menos tanta importancia como el hipopótamo es el asno, y más en especial el asno de pelo rojo (Todavía otra extraña semejanza lingüística: en árabe, “asno” se dice hímar (en HEBREO: hemôr), y “rojo”, áhmar; el “asno rojo” sería, pues, como la “serpiente de bronce”, una especie de “pleonasmo” en simbolismo fónico), que estaba representado como una de las entidades más temibles entre todas las que el difunto debía encontrar en el curso de su viaje de ultratumba, o, lo que esotéricamente es lo mismo, el iniciado en el curso de sus pruebas; ¿no sería ésa, más bien que el hipopótamo, la “bestia escarlata” del Apocalipsis? (En la India, el asno es la montura simbólica de Mudêvî, el aspecto infernal de la Çakti). En todo caso, uno de los aspectos más tenebrosos de los misterios “tifónicos” era el culto del “dios de cabeza de asno”, al cual, según es sabido, se acusó a los primeros cristianos de adherirse (El papel del asno en la tradición evangélica, cuando el nacimiento de Cristo, y cuando su entrada en Jerusalén, puede parecer en contradicción con el carácter maléfico que se le atribuye en casi todas las demás tradiciones; y la “fiesta del asno” que se celebraba en el Medioevo no parece haber sido explicada jamás de manera satisfactoria; nos guardaremos muy bien de arriesgar la menor interpretación sobre este tema tan oscuro. (Los dos puntos tocados en esta nota fueron tratados mucho más tarde por el autor, en un artículo “Sobre la significación de las fiestas ‘carnavalescas’”, en É. T., diciembre de 1945, que constituye aquí el capítulo siguiente. Parecerá curioso, sin embargo, que, aun mencionando los puntos en cuestión, R. Guénon lo haya hecho la primera vez de manera tan cuidadosamente limitada. La explicación podría buscarse, en las razones circunstanciales, y muy especiales, que tuvo el autor de encarar el tema mismo de este artículo, en una época en que, por otra parte, respondía a ciertos ataques dirigidos contra él y su obra por varios colaboradores de la Revue internationale des Sociétés secrétes. Es un asunto muy complejo, y bien instructivo, por lo demás, acerca de las fuerzas que intervienen en este orden de cosas, pero del cual no podemos aquí sino hacer simple mención, sin insistir en ello. Podrá solamente advertirse que la frase siguiente del texto se refiere a la conservación en nuestros días de esos tenebrosos misterios “tifónicos”)); tenemos ciertas razones para creer que, en una u otra forma, ese culto se ha continuado hasta nuestros días, y algunos afirman, inclusive, que ha de durar hasta el fin del ciclo actual. 278 SFCS SHET
Hay aún, en el Matsya-avatâra, otro aspecto que debe retener particularmente nuestra atención: después del cataclismo, o sea al comienzo mismo del presente Manvántara, él aporta a los hombres el Veda, que ha de entenderse, según la significación etimológica de la palabra (derivada de la raíz vid-, ‘saber’), como la Ciencia por excelencia o el Conocimiento sagrado en su integridad: es ésta una de las más netas alusiones a la Revelación primordial, o al origen “no humano” de la Tradición. Se dice que el Veda subsiste perpetuamente, siendo en sí mismo anterior a todos los mundos; pero está en cierto modo escondido o encerrado durante los cataclismos cósmicos que separan los diferentes ciclos, y debe luego ser manifestado nuevamente. La afirmación de la perpetuidad del Veda está, por otra parte, en relación directa con la teoría cosmológica de la primordialidad del sonido entre las cualidades sensibles (como cualidad propia del Éter, Ákâça, que es el primero de los elementos) (Cf. nuestro estudio sobre “La Théorie hindoue des cinq éléments”, en É. T., agosto-septiembre de 1935); y esta teoría no es en el fondo otra cosa sino la que otras tradiciones expresan al hablar de la creación por el Verbo: el sonido primordial es esa Palabra divina por la cual, según el primer capítulo del Génesis HEBREO, han sido hechas todas las cosas (Cf. igualmente el comienzo del Evangelio de San Juan). Por eso se dice que los Rshi o Sabios de las primeras edades han “oído” el Veda: la Revelación, siendo obra del Verbo, como la creación misma, es propiamente una “audición” para aquel que la recibe; y el término que la designa es Çruti, que significa literalmente “lo oído” (Sobre la distinción entre la Çruti y la Smrti y sus relaciones, véase L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. I. Debe quedar en claro que si empleamos aquí la palabra “revelación” en lugar de “inspiración”, es para señalar mejor la concordancia de los diferentes simbolismos tradicionales, y que por otra parte, como todos los términos teológicos, ése es susceptible de una transposición que sobrepasa el sentido específicamente religioso que se le da de modo exclusivo en Occidente). 295 SFCS ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DEL PEZ
Como Vishnu en la India, e igualmente en forma de pez, el Oannes caldeo, que algunos han considerado expresamente como una figura de Cristo (Es interesante notar a este respecto que la cabeza de pez, tocado de los sacerdotes de Oannes, es también la mitra de los obispos cristianos), enseña también a los hombres la doctrina primordial: notable ejemplo de la unidad que existe entre las tradiciones en apariencia más diversas, y que permanecería inexplicable si no se admitiera su pertenencia a una fuente común. Parece, por lo demás, que el simbolismo de Oannes o de Dagon no es solo el del pez en general, sino que debe relacionarse más especialmente con el del delfín: éste, entre los griegos, estaba vinculado con el culto de Apolo (Esto explica la vinculación del simbolismo del delfín con la idea de la luz (cf. L. Charbonneau-Lassay, “Le Dauphin et le crustacé”, en Reg., número de enero de 1922, y Le Bestiaire du Christ, cap. XCVIII, V). Conviene señalar también el papel de salvador de náufragos atribuido por los antiguos al delfín, del cual la leyenda de Arión ofrece uno de los ejemplos más conocidos), y había dado nombre a Delfos; y es muy significativo que se reconociera formalmente la proveniencia hiperbórea de ese culto. Lo que da a pensar que cabe establecer tal vinculación (la cual no se encuentra netamente indicada, en cambio, en el caso de la manifestación de Vishnu) es sobre todo la conexión estrecha que existe entre el símbolo del delfín y el de la “Mujer del mar” (la Afrodita Anadiomene de los griegos) (No hay que confundir esta “Mujer del mar” con la sirena, aunque esté algunas veces representada en forma similar); precisamente, ésta se presenta, bajo nombres diversos (particularmente los de Ishtar, Atargatis y Derceto) como el páredro femenino de Oannes o de sus equivalentes, es decir, como figuración de un aspecto complementario del mismo principio (lo que la tradición hindú denominaría su çakti) (La Dea Syra es propiamente la “Diosa solar”, así como la Siria primitiva es la “Tierra del Sol”, según hemos explicado ya, pues su nombre es idéntico a Sûrya, designación sánscrita del Sol). Es la “Dama del Loto” (Ishtar, igual que Ester en HEBREO, significa “loto” y también a veces “lirio”, dos flores que, en el simbolismo, a menudo se reemplazan mutuamente) (En HEBREO, los nombres ‘Ester y Súshanáh (cuya inicial es la letra sîn) tienen la misma significación, y además son numéricamente equivalentes: su número común es 661 y, colocando delante de cada uno de ellos la letra he, signo del artículo, cuyo valor es 5, se obtiene 666, de lo cual algunos no han dejado de sacar conclusiones más o menos fantasiosas; por nuestra parte, no entendemos dar esta indicación sino a título de simple curiosidad), como la Kwan-yin extremo-oriental, que es igualmente, en una de sus formas, la “Diosa del fondo de los mares”. 297 SFCS ALGUNOS ASPECTOS DEL SIMBOLISMO DEL PEZ
La letra nûn, en el alfabeto árabe como en el HEBREO, tiene por número de orden 14 y por valor numérico 50; pero además, en el árabe, ocupa un lugar más particularmente notable, el central del alfabeto, pues el número total de letras del alfabeto árabe es de 28, en lugar de 22 como en el HEBREO. En cuanto a sus correspondencias simbólicas, esta letra es considerada sobre todo, en la tradición islámica, como representación de el-Hût, la ballena, lo que está además de acuerdo con el sentido original de la palabra nûn que la designa, y que significa también ‘pez’; y en razón de este significado, Seyyîdnâ Yûnus (el profeta Jonás) es denominado Dhû-n-Nûn (‘Señor del Pez’). Esto está, naturalmente, en relación con el simbolismo general del pez, y más en particular con ciertos aspectos que hemos considerado en el estudio precedente; especialmente, como veremos, con el del “pez-salvador”, ya sea éste el Matsya-avatâra de la tradición hindú o el Ikhthys de los primeros cristianos. La ballena, a este respecto, desempeña también el mismo papel que en otras partes desempeña el delfín, y, como éste, corresponde al signo zodiacal de Capricornio en cuanto puerta solsticial que da acceso a la “vía ascendente”; pero quizá con el Matsya-avatâra es más notable la similitud, como lo muestran las consideraciones derivadas de la forma de la letra nûn, sobre todo si se las relaciona con la historia bíblica del profeta Jonás. 302 SFCS LOS MISTERIOS DE LA LETRA NÛN
Conviene señalar que el simbolismo de la ballena no tiene solamente un aspecto “benéfico”, sino uno “maléfico” también, lo cual, aparte de las consideraciones de orden general sobre el doble sentido de los símbolos, se justifica más particularmente por su conexión con las dos formas: muerte y resurrección, bajo las cuales aparece todo cambio de estado según que se lo encare de un lado o del otro, es decir, con relación al estado antecedente o al estado consecuente. La caverna es a la vez un lugar de sepultura y un lugar de “resurrección”, y, en la historia de Jonás, la ballena desempeña precisamente este doble papel; por otra parte, ¿no podría decirse que el Matsya-avatâra mismo se presenta primero con la apariencia nefasta de anunciador de un cataclismo, antes de convertirse en el “salvador” de él? Por otra parte, el aspecto “maléfico” de la ballena se halla manifiestamente emparentado con el Leviatan HEBREO (El Mákara hindú, que es también un monstruo marino, aunque tiene ante todo la significación “benéfica” vinculada al signo de Capricornio, cuyo lugar ocupa en el Zodiaco, no deja de tener en muchas de sus figuraciones rasgos que recuerdan el simbolismo “tifónico” del cocodrilo); pero está representado sobre todo, en la tradición árabe, por los “hijos de la ballena” (benât el-Hût), que, desde el punto de vista astrológico, equivalen a Râhu y Ketu (Nombre de dos Ásura (“demonios”) relacionados con los eclipses. (N. del T)) en la tradición hindú, especialmente en lo referente a los eclipses, y de quienes se dice “que se beberán el mar” el último día del ciclo, ese día en que “los astros se levantarán por Occidente y se pondrán por Oriente”. No podemos insistir más sobre este punto sin salirnos enteramente de nuestro tema; pero debemos al menos llamar la atención sobre el hecho de que aquí se encuentra otra relación inmediata más con el fin del ciclo y el cambio de estado consiguiente, pues ello es muy significativo y aporta una nueva confirmación de las precedentes consideraciones. 305 SFCS LOS MISTERIOS DE LA LETRA NÛN
En un artículo del número especial de Le Voile d’Isis dedicado al Tarot, el señor Auriger, a propósito del arcano XVI, ha escrito lo siguiente: “Parece existir una relación entre las piedras de granizo que rodean a la Torre fulminada y la palabra Beyt-e1, ‘morada divina’, de la cual se hizo ‘betilo’, palabra con que los semitas designaban a los aerolitos o ‘piedras del rayo’”. Esta relación ha sido sugerida por el nombre de “Morada de Dios” dada a ese arcano, nombre que es, en efecto, la traducción literal del Beyt-el HEBREO; pero nos parece que hay en esa consideración una confusión entre diversas cosas bastante diferentes, y que podría ofrecer cierto interés puntualizar este asunto. 326 SFCS LAS “PIEDRAS DEL RAYO”
El “betilo” es propiamente la representación del Ômphalos, es decir, un símbolo del “Centro del Mundo”, que se identifica, muy naturalmente, con el “habitáculo divino” (Esta designación de “habitáculo divino”, en HEBREO rnishkán, fue dada también, posteriormente, al Tabernáculo: como lo indica la palabra misma, es la sede de la Shejináh (‘Presencia divina’)). Esa piedra podía tener formas diversas, y particularmente la de un pilar; así, dice Jacob: “Y esta piedra que he alzado como pilar será la casa de Dios”; y entre los pueblos célticos ciertos menhires, si no todos, tenían el mismo significado. El Ômphalos podía representarse también con una piedra cónica, como la “piedra negra” de Cibeles, o bien ovoide; el cono recordaba la Montaña sagrada, símbolo del “Polo” o del “Eje del Mundo”; en cuanto a la forma ovoide, se refiere directamente a otro símbolo muy importante, el del “Huevo del Mundo”. En todos los casos, el “betilo” era una “piedra profética”, una “piedra que habla”, es decir una piedra que daba oráculos o junto a la cual se daban oráculos, gracias a los “influjos espirituales” de que era soporte; y el ejemplo del Ômphalos de Delfos es muy característico a este respecto. 328 SFCS LAS “PIEDRAS DEL RAYO”
Al mismo tiempo, Karneîos es también, por el significado mismo del nombre, el “dios poderoso” (Este nombre corresponde en HEBREO, por su sentido, al nombre divino Shadday, que debe de ser más particularmente el nombre de Dios de Abraham; ahora bien: entre Abraham y Cronos hay relaciones muy notables.(El autor agregaba: “que quizá explicaremos un día”. Sin atribuirnos la posibilidad de suplir a Guénon, nos permitimos señalar a este propósito que, en el Islam, Seyyidnâ Ibrâhim (Abrahám) es precisamente el nombre del Polo del séptimo cielo, el de Saturno (=Cronos))); y, si la montaña es en uno de sus aspectos símbolo de potencia y de elevación, a causa de la idea de estabilidad que se le vincula, hay otro símbolo aún. más característico desde este punto de vista, y es el de los cuernos. Ahora bien; existía en Delos, además de la piedra cúbica que acabamos de mencionar, otro altar llamado el Kératon, enteramente formado por cuernos de bueyes y cabras sólidamente juntados; es evidente que esto se refiere directamente a Karneîos, cuya relación simbólica con los animales de cuernos hasta ha dejado huellas en nuestros días (En Bretaña, Saint Corneille o Cornély, que sustituye a Apóllôn Karneîos, se considera como el protector de los animales con cuernos; las consideraciones que aquí formulamos permitirán comprender que hay en ello, en realidad, mucho más que un simple “juego de palabras”, como muchos estarían quizá tentados de creerlo). 364 SFCS EL SIMBOLISMO DE LOS CUERNOS
Antes de dejar el tema, formularemos una observación lingüística a la cual quizá no haya de atribuirse demasiada importancia, pero que es por lo menos curiosa: la palabra egipcia hor, nombre de Horus, parece significar propiamente ‘corazón’; Horus sería, en tal caso, el “Corazón del Mundo”, según una designación que se encuentra en la mayoría de las tradiciones y que, por lo demás, conviene perfectamente al simbolismo de ese dios, en la medida en que es posible aprehenderlo. Podría uno sentirse tentado, a primera vista, de relacionar esa palabra hor con el latín cor, que tiene el mismo sentido, y ello tanto más cuanto que, en las diferentes lenguas, las raíces similares que designan al corazón se encuentran tanto con gutural como con aspirada por letra inicial (Respetamos la terminología del autor; sería más exacto: “se encuentran tanto con velar como con aspirada por consonante inicial”; también, hacia el final del articulo, se tendrá en cuenta que el hêt HEBREO, más bien que una “aspirada”, es una “constrictiva” faríngea. (N. del T)): así, por una parte, hr o hrdaya en sánscrito, heart en inglés, herz en alemán, y por otra, kêr o kárdion en griego, y cor (genitivo cordis) en latín; pero la raíz común de todas estas palabras, incluida la última de ellas, es en realidad HRD o KRD, y no parece que pueda ser así en el caso de egipcio hor, de modo que se trataría aquí, no de una real identidad de raíz, sino solo de una suerte de convergencia fónica, que no es menos singular. Pero he aquí algo quizá aún más notable y, en todo caso, directamente vinculado con nuestro tema: en HEBREO, la palabra hôr o hûr, escrita con hêt, significa ‘caverna’; no queremos decir que haya un vínculo etimológico entre las dos palabras, hebrea y egipcia, aunque en rigor pueden tener un origen común más o menos remoto; pero en el fondo poco importa, pues, cuando se sabe que en ninguna parte puede haber nada puramente fortuito, la relación no resulta menos digna de interés. Esto no es todo: en HEBREO igualmente, hôr o har, esta vez escritos con hê, significa ‘montaña’; si se observa que el hêt es, en el orden de las aspiradas, un refuerzo o endurecimiento del hê, lo que señala en cierto modo una especie de “compresión”, y que además aquella letra expresa por sí misma, ideográficamente, un límite o encerramiento, se ve que, por la relación misma entre las dos palabras, la caverna está indicada como el lugar cerrado en el interior de la montaña, lo que es exacto tanto literal como simbólicamente; y nos vemos así reconducidos una vez más a las relaciones entre la montaña y la caverna, que hemos de examinar más en particular en lo que sigue. 390 SFCS EL CORAZON Y LA CAVERNA
Jano, en el aspecto de que ahora se trata, es propiamente el ianitor (‘portero’) que abre y cierra las puertas (ianuae) del ciclo anual, con las llaves que son uno de sus principales atributos; y recordaremos a este respecto que la llave es un símbolo “axial”. Esto se refiere, naturalmente, al aspecto “temporal’ del simbolismo de Jano: sus dos rostros, según la interpretación más habitual, se consideran como representación respectiva del pasado y el porvenir; ahora bien: tal consideración del pasado y el porvenir se encuentra también, como es evidente, para un ciclo cualquiera, por ejemplo el ciclo anual, cuando se lo encara desde una u otra de sus extremidades. Desde este punto de vista, por lo demás, importa agregar, para completar la noción del “triple tiempo”, que entre el pasado que ya no es y el porvenir que no es aún, el verdadero rostro de Jano, aquel que mira el presente, no es, se dice, ninguno de los dos visibles. Ese tercer rostro, en efecto, es invisible porque el presente, en la manifestación temporal, no constituye sino un inaprehensible instante (Por esta misma razón ciertas lenguas, como el HEBREO y el árabe, no tienen forma verbal correspondiente al presente); pero, cuando el ser se eleva por sobre las condiciones de esta manifestación transitoria y contingente, el presente contiene, al contrario, toda realidad. El tercer rostro de Jano corresponde, en otro simbolismo, el de la tradición hindú, al ojo frontal de Çiva, invisible también, puesto que no representado por órgano corporal alguno, ojo que figura el “sentido de la eternidad”; una mirada de ese tercer ojo lo reduce todo a cenizas, es decir, destruye toda manifestación; pero, cuando la sucesión se transmuta en simultaneidad, lo temporal en intemporal, todas las cosas vuelven a encontrarse y moran en el “eterno presente”, de modo que la destrucción aparente no es en verdad sino una “transformación”. 441 SFCS EL SIMBOLISMO SOLSTICIAL DE JANO
Sabido es, por lo demás, que en el cristianismo las fiestas de los dos San Juan están en relación directa con los dos solsticios (Esas fiestas se sitúan en realidad un poco después de la fecha exacta de los solsticios, lo que manifiesta de modo aún más neto su carácter, ya que el descenso y el ascenso han comenzado ya efectivamente; a esto corresponde, en el simbolismo védico, el hecho de que las puertas del Pitr-loka y del Deva-loka se consideran situadas respectivamente, no exactamente al sur y al norte, sino hacia el sudoeste y el nordeste), y, cosa muy notable, aunque nunca la hayamos visto indicada en ninguna parte, lo que acabamos de recordar está expresado en cierta manera por el doble sentido del nombre mismo de “Juan” (Queremos referirnos aquí al significado etimológico de ese nombre en HEBREO; en cuanto a la vinculación entre Juan y Jano, aunque debe entenderse que es una asimilación fónica sin ninguna relación, evidentemente, con la etimología, no por eso es menos importante desde el punto de vista simbólico, ya que, en efecto, las fiestas de los dos San Juan han sustituido realmente a las de Jano, en los respectivos solsticios de verano e invierno). En efecto, la palabra hebrea hanán tiene a la vez el sentido de ‘benevolencia’ y ‘misericordia’ y el de ‘alabanza’ (es por lo menos curioso comprobar que, en nuestra misma lengua, palabras como “gracia(s)” tienen exactamente esa doble significación); por consiguiente, el nombre Yahanán (o, más bien, Yehohanán) puede significar ‘misericordia de Dios’ y también ‘alabanza a Dios’. Y es fácil advertir que el primero de estos dos sentidos parece convenir muy particularmente a San JuanJuan Bautista, y el segundo a San Juan Evangelista; por lo demás, puede decirse que la misericordia es evidentemente “descendente” y la alabanza, “ascendente”, lo que nos reconduce a su respectiva relación con las dos mitades del ciclo anual (Recordaremos también, vinculándola más especialmente a las ideas de “tristeza” y “alegría” que indicábamos en el texto, la figura “folklórica” francesa, tan conocida, pero sin duda generalmente no comprendida muy bien, de “Juan que llora y Juan que ríe”, que es en el fondo una representación equivalente a la de los dos rostros de Jano; “Juan que llora” es el que implora la misericordia de Dios, es decir, San JuanJuan Bautista; y “Juan que ríe” es el que le dirige alabanzas, es decir, San Juan Evangelista). 449 SFCS ACERCA DE LOS DOS SAN JUAN
El simbolismo de la “piedra angular”, en la tradición cristiana, se basa en este texto: “Piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra de ángulo”, o, más exactamente, “en cabeza de ángulo” (caput anguli) (Salmo CVIII, 22; San Mateo, XXI, 42; San Marcos, XII, 10; San Lucas, XX, 17). Lo extraño es que este simbolismo casi siempre se comprende mal, a consecuencia de una confusión que se hace comúnmente entre esa “piedra angular” y la “piedra fundamental”, a la cual se refiere este otro texto, más conocido aún: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (San Mateo, XVI, 18). Tal confusión es extraña, decimos, pues desde el punto de vista específicamente cristiano equivale de hecho a confundir a San Pedro con Cristo mismo, ya que éste es el expresamente designado como la “piedra angular”, según lo muestra este pasaje de San Pablo, el cual, además, la distingue netamente de los “fundamentos” del edificio: “(sois) edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra angular (summo angulare lapide) el mismo Cristo Jesús, en la cual todo el edificio, armónicamente trabado, se alza hasta ser templo santo en el Señor, en el cual también vosotros sois juntamente edificados (coaedificamini) para ser morada de Dios en el Espíritu” (Efesios, 11, 20-22). Si la confusión a que nos referimos fuese específicamente moderna no cabría sin duda extrañarse en demasía, pero parece encontrársela ya en tiempos en que no es posible atribuirla pura y simplemente a ignorancia del símbolismo; nos vemos, pues, llevados a preguntarnos si en realidad no se trataría más bien, en el origen, de una “sustitución” intencional, explicable por el papel de San Pedro como “sustituto” o “vicario” de Cristo (vicarius, correspondiente en este sentido al árabe jalîfah); de ser así, esa manera de “velar” el simbolismo de la “piedra angular” parecería indicar que se lo consideraba contener algo de particularmente misterioso, y se verá en seguida que tal suposición está lejos de ser injustificada (La “sustitución” pudo haber sido favorecida también, por la similitud fónica existente entre el nombre HEBREO (arameo) Kêfáh, ‘piedra’, y la palabra griega kephalê, ‘cabeza’; pero no hay entre ambos vocablos otra relación, y el fundamento de un edificio no puede identificarse, evidentemente, con su “cabeza”, es decir, con su sumidad, lo que equivaldría a invertir el edificio íntegro; por otra parte, cabría preguntarse también si esa “inversión” no tiene alguna correspondencia simbólica con la crucifixión de san Pedro, cabeza abajo). Como quiera que fuere, hay en esa identificación de las dos piedras, inclusive desde el punto de vista de la simple lógica, una imposibilidad que aparece claramente desde que se examinan con un poco de atención los textos que hemos citado: la “piedra fundamental” es aquella que se pone primero, al comienzo mismo de la construcción de un edificio (y por eso se la llama también “primera piedra”) (Esta piedra debe situarse en el ángulo nordeste del edificio; notaremos a este propósito que cabe distinguir, en el simbolismo de san Pedro, varios aspectos o funciones a las cuales corresponden “situaciones” diferentes, pues, por otra parte, en cuanto ianitor (‘portero’), su lugar está en occidente, donde se encuentra la entrada de toda iglesia normalmente orientada; además, San Pedro y San Pablo están también representados como las dos “columnas” de la Iglesia, y entonces se los figura habitualmente al uno con las llaves y al otro con la espada, en la actitud de dos dvârapâla (vaksha o ‘genios’ que guardan el umbral de ciertas puertas sagradas, en el hinduismo)); ¿cómo, pues, podría ser rechazada durante la misma construcción? Para que sea así, es preciso, al contrario, que la “piedra angular” sea tal que no pueda encontrar aún su ubicación; en efecto, según veremos, no puede encontrarla sino en el momento de acabarse el edificio íntegro, y así se convierte realmente en “cabeza de ángulo”. 490 SFCS LA “PIEDRA ANGULAR”
Empero, antes de llegar a ello, nos falta elucidar una cuestión accesoria: acabamos de decir que la “piedra cimera” puede no ser una “clave de bóveda” en todos los casos, y, en efecto, no lo es sino en una construcción cuya parte superior es en forma de cúpula; en cualquier otro caso, por ejemplo el de un edificio coronado por un techo en punta o en forma de tienda, no deja de haber una “última piedra” que, colocada en la sumidad, desempeña a este respecto el mismo papel que la “clave de bóveda” y, por consiguiente, corresponde también a ésta desde el punto de vista simbólico, sin que empero sea posible designarla con ese nombre; lo mismo ha de decirse del caso especial del pyramídion, al cual hemos aludido ya en otra ocasión. Debe quedar bien claro que, en el simbolismo de los constructores medievales, que se apoya en la tradición judeocristiana y se vincula con la construcción del Templo de Salomón como su prototipo (Las “leyendas” del Compagnonnage (‘compañerazgo’, organización artesanal de origen medieval, emparentada con la masonería), en todas sus ramas, dan fe de ello, así como las “superviviencias” propias de la antigua masonería operativa, que hemos considerado aquí), consta, en lo que concierne a la “piedra angular”, que es una “clave de bóveda”; y, si la forma exacta del Templo de Salomón ha podido dar lugar a discusiones desde el punto de vista histórico, es seguro, en todo caso, que esa forma no era la de una pirámide; son éstos hechos que hay que tener necesariamente en cuenta en la interpretación de los textos bíblicos referentes a la “piedra angular” (Así, pues, no podría tratarse de ningún modo, como algunos pretenden, de una alusión a un incidente ocurrido durante la construcción de la “Gran Pirámide” y con motivo del cuál ésta habría quedado inconclusa, lo que, por otra parte, es una hipótesis harto dudosa en sí y una cuestión histórica probablemente insoluble; además esa “inconclusión” misma estaría en contradicción directa con el simbolismo según el cual la piedra que había dido rechazada toma finalmente su lugar eminente como “cabeza del ángulo”). El pyramídion, es decir, la piedra que forma la punta superior de la pirámide, no es en modo alguno una “clave de bóveda”; no por eso deja de ser el “coronamiento” del edificio, y cabe señalar que reproduce su forma íntegra en modo reducido, como si todo el conjunto de la estructura estuviera así sintetizado en esa piedra única; la expresión “cabeza de ángulo”, en sentido literal, le conviene perfectamente, así como el sentido figurado del nombre HEBREO del “ángulo” para designar el “jefe” o “cabeza”, tanto más cuanto que la pirámide, partiendo de la multiplicidad de la base para culminar gradualmente en la unidad de la cúspide, se toma a menudo como el símbolo de una jerarquía. Por otra parte, según lo que hemos explicado anteriormente acerca del vértice y los cuatro ángulos de la base en conexión con el significado de la palabra árabe rukn, podría decirse que la forma de la pirámide está contenida implícitamente en toda estructura arquitectónica; el simbolismo “solar” de esta forma, que hemos indicado en esa oportunidad, se encuentra aún más particularmente expresado en el pyramídion, como lo muestran diversas descripciones arqueológicas citadas por Coomaraswamy: el punto central o el vértice corresponde al sol mismo, y las cuatro caras (cada una comprendida entre dos “rayos” extremos que delimitan el dominio representado por ella) corresponden a otros tantos aspectos secundarios del mismo sol, en relación con los cuatro puntos cardinales, hacia los cuales las cuatro caras se orientan respectivamente. Pese a todo ello, no es menos verdad que el pyramídion constituye solamente un caso particular de “piedra angular” y no la representa sino en una forma tradicional especial, la de los antiguos egipcios; para responder al simbolismo judeocristiano de dicha piedra, que pertenece a otra forma tradicional sin duda alguna muy distinta de aquélla, le falta un carácter esencial, que es el de ser una “clave de bóveda”. 498 SFCS LA “PIEDRA ANGULAR”
Para volver al lapsit exillis, señalaremos que algunos lo han relacionado con la Lia Fail o ‘piedra del destino’; en efecto, era ésta también una “piedra parlante” y, además, podía ser en cierto modo una “piedra venida de los cielos”, ya que, según la leyenda irlandesa, los Tuatha de Danann la habría traído consigo de su primera morada, a la cual se atribuye un carácter “celeste” o al menos “paradisíaco”. Sabido es que esa Lia Fail era la piedra de consagración de los antiguos reyes de Irlanda, y que lo fue después la de los de Inglaterra, habiendo sido llevada por Eduardo I, según la opinión más comúnmente aceptada, a la abadía de Westminster; pero lo que puede parecer cuando menos singular es que, por otra parte, esa misma piedra haya sido identificada con la que Jacob consagró en Beyt-el (Cf. Le Roi du Monde, cap. IX). Esto no es todo: esa piedra de Jacob, según la tradición hebrea, parecería haber sido también la que siguió a los israelitas por el desierto y de donde manaba el agua de que ellos bebían (Éxodo, XVII, 5. La bebida dada por esta piedra debe relacionarse con el alimento provisto por el Graal considerado como “vaso de abundancia”), piedra que, según la interpretación de San Pablo, no era sino el mismo Cristo (I Corintios, X, 4. Se advertirá la relación existente entre la unción de la piedra por Jacob, la de los reyes en el momento de su consagración, y el carácter de Cristo o el Mesías, que es, propiamente, el “Ungido” por excelencia. (Khristós es la traducción griega del HEBREO Mashiah, ‘ungido’)); habría sido después la piedra setiyáh o ‘fundamental’ colocada en el Templo de Jerusalén debajo del lugar del Arca de la Alianza (En el simbolismo de las Sefirót, esta “piedra fundamental” corresponde a Yesód (‘fundamento’); la “piedra angular”, sobre la cual volveremos en seguida, corresponde a Kéter (‘corona’)), marcando así simbólicamente el “centro del mundo”, como lo marcaba igualmente, en otra forma tradicional, el Ómphalos délfico (Cf. Le Roi du Monde, cap. IX. El Ómphalos es, por otra parte, un “betilo”, designación idéntica a Beyt-el o ‘casa de Dios’); y, puesto que estas identificaciones son evidentemente simbólicas, puede decirse con seguridad que en todo ello se trata, en efecto, de una misma y única piedra. 506 SFCS “LAPSIT EXILLIS”
Se ha querido derivar Kybélê de kybos, y esto, por lo menos, no tiene contrasentido, como el que acabamos de señalar; pero, por otra parte, esta etimología tiene en común con la precedente el defecto de tomar en consideración solo las dos primeras de las tres letras que constituyen la raíz de Kybélê, lo que la hace igualmente imposible desde el punto de vista propiamente lingüístico (Incidentalrnente, señalaremos a este respecto que es inclusive muy dudoso, pese a una sinonimia exacta y a una similitud fónica parcial, que pueda haber verdadero parentesco lingüistico entre el griego Kybos (‘cubo’) y el árabe Ka’b (ídem), en razón de la presencia en esta última de la letra ‘ayn; como esta letra no tiene equivalente en las lenguas europeas y en realidad no puede transcribirse (con un valor asimilable al de ninguna letra latina), los occidentales la olvidan o la omiten muy a menudo, lo que trae por consecuencia numerosas asimilaciones erróneas entre palabras cuyas raíces respectivas se diferencian netamente). Si se quiere ver entre ambos términos solo cierta similitud fónica que puede tener, como a menudo ocurre, algún valor desde el punto de vista simbólico, ya es cosa muy distinta; pero, antes de estudiar más detenidamente este punto, diremos que, en realidad, el nombre de Cibeles no es de origen griego, y que su verdadera etimología no tiene, por lo demás, nada de enigmático ni dudoso. Ese nombre, en efécto, se vincula directamente con el HEBREO gebal, árabe djábal, ‘montaña’; la diferencia de la primera consonante no puede dar lugar a objeción alguna a este respecto, pues el cambio de g en k o inversamente no es sino una modificación secundaria de la que pueden encontrarse muchos otros ejemplos (Así, la palabra hebrea y árabe kabîr tiene un parentesco evidente con el HEBREO gibbor y el árabe djabbâr; es verdad que la primera tiene sobre todo el sentido de ‘grande’ y las otras dos el de ‘fuerte’, pero no es sino un simple matiz; los Gibborîm del Génesis son a la vez los ‘gigantes’ y los ‘fuertes’). Así, Cibeles es propiamente la “diosa de la montaña” (Notemos, de paso, que Gebal era también el nombre de la ciudad fenicia de Biblos; sus habitantes eran llamados giblîm, nombre que quedó como “palabra de orden” en la masonería. A este propósito, hay una vinculación en que parece no haberse reparado nunca; cualquiera sea el origen histórico de la denominación de los “gibelinos” (ghibellini) en la Edad Media, presenta con el nombre giblîm una similitud de lo más notable y, si no se trata más que de una “coincidencia”, no deja de ser bastante curiosa); y, cosa muy digna de nota, su nombre, por esa significación, es el exacto equivalente del de Pàrvatî en la tradición hindú. 538 SFCS PIEDRA NEGRA Y PIEDRA CÚBICA
El verdadero septenario, pues, está formado aquí por la luz blanca y los seis colores en los cuales se diferencia; y va de suyo que el séptimo término es en realidad el primero, puesto que es el principio de todos los demás, los cuales no podrían tener sin él existencia alguna; pero es también el último, en el sentido de que todos retornan finalmente a él: la reunión de todos los colores reconstituye la luz blanca que les ha dado nacimiento. Podría decirse que, en un septenario así constituido, uno está en el centro y seis en la circunferencia; en otros términos, tal septenario está formado por la unidad y el senario, correspondiendo la unidad al principio no-manifestado y el senario al conjunto de la manifestación. Podemos establecer una vinculación entre esto y el simbolismo de la “semana” en el Génesis HEBREO, pues también aquí el séptimo término es esencialmente diferente de los otros seis: la Creacioón, en efecto, es la “obra de los seis días” y no de los siete; y el séptimo día es el del “reposo”. Este séptimo término, que podría distinguirse como “término sabático”, es verdaderamente también el primero, pues tal “reposo” no es sino el retorno del Principio creador al estado inicial de no-manifestación, estado del cual, por lo demás, no ha salido sino en apariencia, con respecto a la creación y para producirla según el ciclo senario, pero sin salir nunca de él en realidad, considerado en sí mismo. Así como el punto no es afectado por el despliegue del espacio, aunque parezca salir de sí mismo para describir en él las seis direcciones, ni la luz blanca lo es por la irradiación del arco iris, aunque parezca dividirse en él para formar los seis colores, del mismo modo el Principio no-manifestado, sin el cual la manifestación no podría ser en modo alguno, aunque parezca actuar y expresarse en la “obra de los seis días” no es empero afectado en absoluto por esa manifestación; y el “séptimo rayo” es la “Vía” por la cual el ser, habiendo recorrido el cielo de la manifestación, retorna a lo no-manifestado y se une efectivamente al Principio, del cual, empero, en la manifestación misma, jamás ha estado separado sino en modo ilusorio. 612 SFCS LOS SIETE RAYOS Y EL ARCO IRIS
Según la tradición cabalística, entre aquellos que penetraron en el Pardés (El Pardés, figurado simbólicamente como un “jardín”, debe considerarse aquí como representación del dominio del conocimiento superior y reservado: las cuatro letras P R D S, puestas en relación con los cuatro ríos del Edén, designan entonces respectivamente los diferentes sentidos contenidos en las Escrituras sagradas, a los cuales corresponden otros tantos grados de conocimiento; va de suyo que quienes “devastaron el jardín” no habían llegado efectivamente sino a un grado en que aún es posible el extraviarse) hubo algunos que “devastaron el jardín”, y se dice que esta devastación consistió más precisamente en “cortar las raíces de las plantas”. Para comprender lo que esto significa, es menester referirse ante todo al simbolismo del árbol invertido, del cual ya hemos hablado en otras ocasiones (Véase especialmente “L’Arbre du Monde” (aquí, cap. II: “El Árbol del Mundo”)): las raíces están en alto, es decir, en el Principio mismo; cortar estas raíces es, pues, considerar las “plantas” o los seres simbolizados por ellas como dotadas en cierto modo de una existencia y realidad independientes del Principio. En el caso de que se trata, esos seres son principalmente los ángeles, pues esto se refiere naturalmente a grados de existencia de orden suprahumano; y es fácil comprender cuáles pueden ser las consecuencias, en particular para lo que se ha convenido en llamar la “Cábala práctica”. En efecto, la invocación de los ángeles así encarados, no como los “intermediarios celestes” que son desde el punto de vista de la ortodoxia tradicional, sino como verdaderas potencias independientes, constituye propiamente la “asociación” (árabe: shirk) en el sentido que da a este término la tradición islámica, pues entonces tales potencias aparecen inevitablemente como “asociadas” (a título de igualdad) a la Potencia divina misma, en lugar de simplemente derivadas de ella. Estas consecuencias se encuentran también, y con mayor razón, en las aplicaciones inferiores pertenecientes al dominio de la magia, dominio donde, por lo demás, se encuentran necesariamente encerrados tarde o temprano quienes cometen tal error, pues, por eso mismo, en su caso toda posibilidad real de “teúrgia” está excluida, ya que se hace imposible toda comunicación efectiva con el Principio una vez que “las raíces están cortadas”. Agregaremos que las mismas consecuencias se extienden hasta a las formas más degeneradas de la magia, como la “magia ceremonial”; solo que en este último caso, si el error es siempre esencialmente el mismo, los peligros efectivos están por lo menos atenuados a causa de la insignificancia misma de los resultados alcanzables (Sobre la cuestión de la “magia ceremonial”, cf. Aperçus sur l’Initiation. cap. XX. El empleo de los nombres divinos y angélicos en sus formas hebreas es sin duda una de las principales razones que ha llevado a A. E. Waite a pensar que toda magia ceremonial tenía su origen en los judíos (The Secret Tradition in Freemasonry, PP. 397-99); esta opinión no nos parece enteramente fundada, pues la verdad es más bien que en la magia ceremonial hay elementos tomados a formas de magia más antiguas y auténticas, y que éstas, en el mundo occidental, no podían realmente disponer para sus fórmulas de otra lengua sagrada que el HEBREO). Por último, conviene señalar que esto da inmediatamente la explicación de por lo menos uno de los sentidos en que el origen de tales desviaciones se atribuye a veces a los “ángeles caídos”; los ángeles, en efecto, son real y verdaderamente “caídos” cuando se los considera de ese modo, pues de su participación en el Principio tienen en realidad todo lo que constituye su ser, de modo que, cuando esa participación se desconoce, no resta sino un aspecto puramente negativo, como una especie de sombra invertida con respecto a ese ser mismo (Podría decirse, y poco importa que sea literal o simbólicamente, que en tales condiciones quien cree llamar a un ángel corre gran riesgo de ver aparecer, al contrario, un demonio). 656 SFCS LAS “RAICES DE LAS PLANTAS”
Al referirnos, con motivo de “la luz y la lluvia” ( (Ver cap. LX)), a las representaciones del sol con rayos alternativamente rectilíneos y ondulados, señalábamos que estas dos clases de rayos se encuentran también, de modo por completo semejante, en ciertas figuraciones simbólicas del corazón; uno de los ejemplos más interesantes que pueden darse es el del corazón figurado en un pequeño bajo relieve de mármol negro, que data al parecer del siglo XVI, proviene de la Cartuja de Saint-Denis d’Orques, y ha sido estudiado por L. Charbonneau-Lassay ( “Le Marbre astronomique de Saint-Denis d’Orques”, en Reg., febrero de 1924 (retomado en Le Bestiaire du Christ, cap. X)). Este corazón irradiante se sitúa en el centro de dos círculos en los que se encuentran, respectivamente, los planetas y los signos del Zodíaco, lo que lo caracteriza expresamente como “Centro del Mundo”, según la doble relación del simbolismo espacial y del temporal (Hay también, en la misma figuración, otros detalles de gran interés desde el punto de vista simbólico; así, en particular, el corazón lleva una herida o por lo menos lo que presenta la apariencia externa de tal, con la forma de un yod HEBREO, lo que se refiere a la vez al “Ojo del corazón” y al “germen” avatárico que reside en el “centro”, ya se entienda a éste en sentido macroscómico (como es manifiestamente el caso aquí), ya en sentido microcósmico (ver Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVIII)); dicha figuración es evidentemente “solar”, pero, por otra parte, el hecho de que el sol, entendido en el sentido “físico”, se encuentre situado en el círculo planetario, como debe estarlo normalmente en el simbolismo astrológico, muestra a las claras que se trata propiamente en ese caso del “Sol espiritual”. 704 SFCS EL CORAZON IRRADIANTE Y EL CORAZÓN EN LLAMAS
Uno de los símbolos comunes al cristianismo y a la masonería es el triángulo en el cual está inscripto el Tetragrama HEBREO (En la masonería, este triángulo se designa a menudo con el nombre de delta, porque la letra griega así llamada tiene, efectivamente, forma triangular; pero no creemos que haya de verse en ello una indicación acerca de los orígenes del símbolo de que se trata; por otra parte, es evidente que la significación de éste es esencialmente ternaria, mientras que el delta griego, no obstante su forma, corresponde a 4 por su lugar alfabético y su valor numérico), o a veces solamente un yod, primera letra del Tetragrama, que puede considerarse en este caso como una abreviatura de él (En HEBREO, a veces el tetragrama se representa también abreviadamente por tres yod, que tienen manifiesta relación con el triángulo mismo; cuando se los dispone triangularmente, corresponden de modo neto a los tres puntos del Compagnonnage y la Masonería), que por lo demás, en virtud de su significación principial (El yod es considerado como el elemento primero a partir del cual se forman todas las letras del alfabeto HEBREO), constituye de por sí un nombre divino, e incluso el primero de todos según ciertas tradiciones (Ver a este respecto La Grande Triade, cap. XXV). A veces, también el yod mismo está reemplazado por un ojo, generalmente designado como “el Ojo que lo ve todo” (The All-Seeing Eye); la semejanza de forma entre el yod y el ojo puede, en efecto, prestarse a una asimilación, que por otra parte tiene numerosos significados, sobre los cuales, sin pretender desarrollarlos enteramente aquí, puede resultar interesante dar por lo menos algunas indicaciones. 758 SFCS “EL OJO QUE LO VE TODO”
Con motivo del simbolismo de la letra hebrea yod figurada en el interior del corazón (Cf. “L’Oeil qui voit tout” (aquí, cap. LXXII: “El Ojo que lo ve todo”)), hemos señalado que, en el corazón irradiante del mármol astronómico de Saint-Denis d’Orques ( (Ver comienzo del cap. LXIX)), la herida tiene la forma de un yod, y esta semejanza es demasiado notable y significativa para no ser intencional; por otra parte, en una estampa diseñada y grabada por Callot para una tesis defendida en 1625, se ve que el corazón de Cristo contiene tres yod. Esta letra, la primera del nombre tetragramático y aquella a partir de la cual se forman todas las demás letras del alfabeto HEBREO, ya esté sola para representar la Unidad divina (Cf. La Grande Triade, PP. 169-171), ya esté repetida tres veces con significación “trinitaria” (Esta significación existe ciertamente por lo menos cuando la figuración de los tres yod se debe a autores cristianos, como en el caso de la estampa que acabamos de mencionar; de modo más general (pues no ha de olvidarse que los tres yod se encuentran también como forma abreviada del tetragrama en la tradición judía misma), esa figuración está vinculada con el simbolismo universal del triángulo, cuya relación con el corazón, por otra parte, hemos señalado también) es siempre esencialmente la imagen del Principio. El yod en el corazón es, pues, el Principio residente en el centro, ya sea, desde el punto de vista “macrocósmico”, en el “Centro del Mundo” que es el “Santo Palacio” de la Cábala (Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. IV), ya sea, desde el punto de vista “microcósmico” y virtualmente por lo menos, en el centro de todo ser, centro simbolizado siempre por el corazón en las diferentes doctrinas tradicionales (Cf. L’homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. III) y que constituye el punto más interior, el punto de contacto con lo Divino. Según la Cábala, la Shejináh o “Presencia divina”, que se identifica con la “Luz del Mesías” (Cf. Le Roi du Monde, cap. III), habita (shaján) a la vez en el tabernáculo, llamado por eso mishkán, y en el corazón de los fieles (Cf. Le Symbolisme de la Croix, cap. VII. La residencia de es-Sakinah en el corazón de los fieles es afirmada igualmente por la tradición islámica); y existe estrechísima relación entre esta doctrina y el significado del nombre Emmanuel, aplicado al Mesías e interpretado como “Dios en nosotros”. Pero hay también a este respecto muchas otras consideraciones que desarrollar, partiendo sobre todo de que el yod, a la vez que el sentido de “principio”, tiene también el de “germen”: el yod en el corazón es, pues, en cierto modo, el germen envuelto en el fruto; hay en esto la indicación de una identidad, por lo menos en cierto respecto, entre el simbolismo del corazón y el del “Huevo del Mundo”, y puede comprenderse así que el nombre de “germen” se aplique al Mesías en diversos pasajes de la Biblia (Isaías, IV, 2; Jeremías, XXIII, 5; Zacarías, III, 8, y VI, 12. Cf. Aperçus sur l’Initiation, caps. XLVII y XLVIII, y también nuestro estudio, ya citado, sobre “L’Oeil qui voit tout” (aquí, cap, LXXII: “El Ojo que lo ve todo”)). Sobre todo debe retener aquí nuestra atención la idea del germen en el corazón; y lo merece tanto más cuanto que está directamente relacionada con la significación profunda de una de las más célebres parábolas evangélicas, la del grano de mostaza. 766 SFCS EL GRANO DE MOSTAZA
Para comprender bien tal relación, hay que referirse ante todo a la doctrina hindú que da al corazón, en cuanto centro del ser, el nombre de “Ciudad divina” (Brahma-pura) y que —cosa muy notable— aplica a esta “Ciudad divina” expresiones idénticas a algunas de las que se emplean en el Apocalipsis para describir la “Jerusalén celeste” (Cf. L’Homme et son devenir selon le Vêdânta, cap. III). El Principio divino, en cuanto reside en el centro del ser, es a menudo designado simbólicamente como el “Éter en el corazón”, tomándose, naturalmente, para representar el Principio, el elemento primordial del cual todos los demás proceden; y este “Éter” (Âkâça) es la misma cosa que el ‘Avîr HEBREO, de cuyo misterio brota la luz (`ôr) que realiza la extensión por su irradiación externa (Cf. Le Règne de la quantité et les signes des temps, cap. III), “haciendo del vacío (tohû) un algo y de lo que no era lo que es” (Es el Fiat Lux (Yehi ‘or) del Génesis, primera afirmación del Verbo divino en la obra de la Creación; vibración inicial que abre la vía al desarrollo de las posibilidades contenidas potencialmente, en estado “informe y vacío” (tohû va- bohû), en el caos originario (cf. Aperçus sur l’Initiation, cap. XLVI)), mientras que, por una concentración correlativa con respecto a esta expansión luminosa, permanece en el interior del corazón como el yod, es decir, “el punto escondido hecho manifiesto”, uno en tres y tres en uno (Cf. Le Symbolisme de La Croix, cap. IV). Pero dejaremos ahora este punto de vista cosmogónico para referirnos de preferencia al punto de vista concerniente a un ser particular, como el ser humano, aunque cuidando señalar que entre los dos puntos de vista, “macrocósmico” y,”microcósmico” hay una correspondencia analógica en virtud de la cual siempre es posible una transposición del uno al otro. 767 SFCS EL GRANO DE MOSTAZA
Para limitarnos al caso que aquí nos interesa en especial y para hacer la cosa más fácilmente comprensible, podemos tomar términos de comparación en el orden matemático, sirviéndonos de los dos simbolismos, el geométrico y el aritmético, entre los cuales hay a este respecto perfecta concordancia. Así, el punto geométrico es cuantitativamente nulo (Esta nulidad corresponde a lo que el taoísmo llama la “nada de forma”) y no ocupa ningún espacio, aunque es el principio por el cual se produce el espacio íntegro, que no es sino el desarrollo de las virtualidades propias de aquél, ya que la “efectuación” del espacio resulta de la irradiación del punto según las “seis direcciones” (Sobre las relaciones entre el punto y la extensión, cf. Le Symbolismo de la Croix. cap. XVI). Del mismo modo, la unidad aritmética es el menor de los números si se la encara como situada en la multiplicidad, pero es el mayor en principio, pues los contiene virtualmente a todos y produce su serie íntegra por la sola repetición indefinida de sí misma. Y del mismo modo también, para volver al simbolismo de que tratábamos al comienzo, el yod es la menor de las letras del alfabeto HEBREO, y sin embargo de ella derivan las formas de todas las demás (De ahí estas palabras: “Antes pasarán el cielo y la tierra que pase una sola jota (iota, es decir, un solo yod) o una tilde (parte de letra, forma elemental asimilada al yod) de la Ley, sin que todo se verifique” (San Mateo, V, 18)). A esta doble relación se refiere también el doble sentido jeroglífico del yod, como “principio” y como “germen”: en el mundo superior, es el principio, que contiene todas las cosas; en el mundo inferior, es el germen, que está contenido en todas las cosas; son el punto de vista de la trascendencia y el de la inmanencia, conciliados en la única síntesis de la armonía total (La identidad esencial de ambos aspectos está representada también por la equivalencia numérica de los nombres ‘el-‘Elyón, ‘el Dios altísimo’, y ‘Immanû’el, ‘Dios en nosotros’ (cf. Le Roi du Monde, cap. VI). (La suma de las letras consonánticas de cada nombre es 197, debiendo contarse, en virtud de las reglas de escritura hebrea, la doble m como simple. (N. del T))). El punto es a la vez principio y germen de las extensiones; la unidad es a la vez principio y germen de los números; igualmente, el Verbo divino, según se lo considere como eternamente subsistente en sí o como haciéndose “Centro del Mundo” (En la tradición hindú, el primero de estos dos aspectos del Verbo es Svayambhû (‘El que subsiste por sí mismo’), y el segundo es Hiranyagarbha (el ‘Embrión de oro’)), es a la vez principio y germen de todos los seres (Desde otro punto de vista, esta consideración del sentido inverso podría aplicarse también a las dos fases complementarias de la manifestación universal: despliegue y repliegue (développement et enveloppement), espiración y aspiración, expansion y concentración, “solución” y “coagulación” (cf. La Grande Triade, cap. VI)). 772 SFCS EL GRANO DE MOSTAZA