Reynold Alleyne Nicholson — Gnosis
Excertos de Poetas e Místicos do Islã (trad. Fernando Valera)
LA GNOSIS
Los Sufíes distinguen tres órganos de comunicación espiritual: El corazón (kalb) que conoce a Dios; el espíritu (rú) que le ama; y la parte más soterrada del alma (sirr), que Le contempla.
Nos adentraríamos por demasiado profundas aguas si pretendiéramos esclarecer el sentido de estos términos y la relación que entre sí guardan. Juzgamos que será suficiente decir algo acerca del primero de ellos, kalb, que, aunque vinculado de manera misteriosa en el corazón físico, no es en realidad un órgano de carne y sangre. Al revés de lo que ocurre cuando interpretamos figuradamente la palabra corazón en nuestra lengua, el kalb es más bien un órgano intelectual que sentimental. La inteligencia no puede alcanzar un verdadero conocimiento de Dios; es sólo el kalb el que conoce las esencias de todas las cosas y el que, cuando la fe lo ilumina y el conocimiento lo alumbra, refleja el contenido total del pensamiento divino; por donde el Profeta dice: «Mi tierra y Mi cielo no Me comprenden, y en cambio estoy encerrado en el corazón de Mi fiel servidor».
Mas esta revelación constituye una experiencia en cierto modo rara. Lo normal es que el corazón esté «velado» u oscurecido por la negrura del pecado, empañado por las imágenes e impresiones sensuales, zarandeado entre la razón y la pasión: Es como un campo de batalla en donde pelean por la victoria los ejércitos de Dios y los del Diablo. El corazón recibe por una puerta el conocimiento inmediato de Dios; por la otra, se precipita en las ilusiones del sentido. «Un mundo a cada lado, y yo me siento en el linde», como decía Jalaluddin Rumi. Por eso es el hombre en potencia inferior al bruto y más excelente que el ángel:
El ángel y el bruto integran la maravillosa levadura del hombre; inclínase hacia el bruto, y se hace inferior a él; quiere asemejarse al ángel, y le supera.
Es inferior al bruto porque éste carece del conocimiento que le permitiría elevarse; es más que el ángel, porque éste no está sujeto a la pasión ni a la caída.
¿Cómo conocerá el hombre a Dios?; no a través de los sentidos, pues que El es inmaterial; ni por el entendimiento, porque es impensable. La lógica nunca trasciende lo finito; la filosofía sólo contempla lo dual; la ciencia de los libros estimula y fomenta la ilusión del yo y oscurece la idea de la Verdad entre nubes de vanas palabras. Dirigiéndose a los teólogos escolásticos, se pregunta Jalaluddin Rumi en tono despectivo:
¿Conocéis un nombre al cual no responda alguna cosa? ¿Habéis arrancado alguna vez una rosa de R.O.S.A.? Si pronunciáis Su nombre, id en busca de la realidad a que se refiere la palabra.
Buscad la luna en el cielo, no en el mar. Si queréis elevaros por encima de los meros nombres y letras, liberaos de vosotros mismos, y de un solo tajo. Purificaos de todos los atributos del yo, para que podáis contemplar vuestra propia esencia de luz.
Oh, sí, mirad en vuestro corazón y ved allí el conocimiento del Profeta, sin libro, sin preceptor, sin guía.
Este conocimiento le viene al hombre por iluminación, revelación e inspiración. «Mirad en vuestro corazón», dice el Sufí, «porque el reino de Dios está dentro de vosotros».
El que verdaderamente se conoce, conoce a Dios, porque el corazón es un espejo en que se refleja la cualidad divina. Pero así como el acero bruñido pierde su poder de reflexión cuando se viste de herrumbre, así el íntimo sentido espiritual, lo que los Sufíes llaman el ojo del corazón, está oscurecido para la luz de la gloria celestial hasta que no se esclarece totalmente la oscura nube del yo aparencial, con todas las contaminaciones de los sentidos. Para que este esclarecimiento pueda realizarse de manera efectiva hay que contar con la operación de Dios, siquiera sea menester una cierta interiorización por parte del hombre, colaborando a la obra divina. «A quien quiera que haya combatido por causa de Nos, lo guiaremos para que penetre por nuestros senderos» (Corán, 29, 69). Falsa y vana es la acción, cuando se piensa que procede de uno mismo; empero, el místico iluminado considera que Dios es el verdadero agente de toda acción, y por eso no da importancia a sus buenas obras ni desea ser recompensado por ellas.
La palabra ilm se emplea para referirse al conocimiento en el sentido corriente, pero cuando se trata del conocimiento místico, los Sufíes emplean el termino marifat o ‘irfan. Ya hemos indicado en párrafos precedentes que marifat es fundamentalmente distinto de ‘ilm, por lo que debe emplearse otra palabra para traducirlo. No es menester que cavilemos demasiado para buscar el adecuado equivalente, porque el marifat de los Sufíes es la gnosis de la teosofía griega, es decir, el conocimiento directo de Dios basado en la revelación y en la visión apocalíptica. No se produce como fruto de ningún proceso mental, sino que depende por completo de la voluntad y favor de Dios, que lo concede como gracia Suya a los seres a quienes creó con la capacidad de recibirla. Es un resplandor de la gracia divina que relampaguea en el corazón y que anula toda otra facultad humana, con el brillo ofuscante de su rayo. «El que conoce a Dios es mudo».
*NIFFARI