Sufismo – Oways al-Qarani
El caso de Ibn Arabi, como discípulo de Khezr, entra de lleno en la categoría de aquellos sufíes que se autodenominaron owaysis. Deben su nombre a un piadoso asceta del Yemen, Oways al-Qaraní, contemporáneo del Profeta, al que conoció sin haberle visto jamás en su vida; recíprocamente, el Profeta le conocía a él sin haberle visto nunca con sus ojos y a él era a quien aludía en estas palabras conservadas en un hadith: «Siento el aliento del Misericordioso viniendo de la dirección del Yemen». Oways no tuvo un guía humano visible; no fue a Hedjás sino tras la muerte del Profeta, y allí moriría como uno de los primeros mártires del shiísmo en la batalla de Siffin (31/657), por la causa del I Imam. Todos los sufíes que no tienen morshid (guía) visible, es decir, un hombre contemporáneo y terrestre como ellos, reivindican la cualidad y la denominación de owaysis. Uno de los casos más célebres es el del sufí iranio Abü’l-Hasan Kharraqání († 425/1034), del que nos han llegado estas palabras: «Me asombro de esos discípulos que dicen necesitar tal o cual maestro. Bien sabéis que jamás he recibido enseñanza de ningún hombre. Dios fue mi guía, aunque siento el mayor respeto por todos los maestros». De forma más precisa, según una tradición referida por Jámí, fue el «Ángel» (ruhániya) de otro gran sufí iranio, Abü Yazíd Bastámí († 261/875), quien guió a Abü’l Hasan por la vía espiritual. Tal fue también el caso, en Irán, del gran poeta místico Farídoddín ‘Attár de Níshápür († 617/1220), quien, también según Jamí, tuvo por guía y por maestro al «ser-de-luz» de Manzür Halláj († 309/992).1
Por poco que profundicemos en nuestro análisis, comprobaremos de nuevo cómo el problema de los intelectos y su relación con la Inteligencia agente que los ilumina, oculta, bajo las diferentes soluciones técnicas, otras tantas opciones existenciales decisivas. La solución adoptada — la decisión, más bien — prefigura y condiciona todo un desarrollo espiritual de importantes consecuencias. En efecto, se deducirá de ahí que, o bien cada ser humano está orientado a la búsqueda de su invisible guía personal, o bien se remite a la autoridad colectiva y magisterial como mediadora de la Revelación. La autonomía espiritual de un Ibn Arabi concuerda con los rasgos característicos de los Fedeli d’amore a los que antes aludíamos. No es sorprendente, pues, que sus respectivas doctrinas del amor estén también de acuerdo. En otras palabras, la figura del Ángel–Inteligencia como Espíritu Santo, Ángel del Conocimiento y la Revelación, determina todas las orientaciones, todos los movimientos de acercamiento y retirada que se operan en el campo de la topografía espiritual aquí esbozada, según se asuma o se evite la relación personal que nos propone: la corresponsabilidad del destino personal asumido por «el único con el Único». (HCIbnArabi)