René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO
EL DON DE LENGUAS
Una cuestión que se vincula bastante directamente a la de la enseñanza iniciática y sus adaptaciones es la de lo que se llama el «don de lenguas», que se menciona frecuentemente entre los privilegios de los verdaderos Rosa-Cruz, o, para hablar más exactamente (ya que la palabra «privilegios» podría dar lugar muy fácilmente a falsas interpretaciones), entre sus signos característicos, pero que, por lo demás, es susceptible de una aplicación mucho más extensa que la que se hace así de él en una forma tradicional particular. A decir verdad, no parece que se haya explicado nunca muy claramente lo que es menester entender por eso desde el punto de vista propiamente iniciático, ya que muchos de aquellos que han empleado esta expresión parecen haberla entendido casi únicamente en su sentido más literal, lo que es insuficiente, aunque, sin duda, este sentido literal mismo pueda estar justificado de una cierta manera. En efecto, la posesión de algunas claves del lenguaje puede proporcionar, para comprender y hablar las lenguas más diversas, medios muy diferentes de aquellos de los que se dispone de ordinario; y es muy cierto que existe, en el orden de las ciencias tradicionales, lo que se podría llamar una filología sagrada, enteramente diferente de la filología profana que ha visto la luz en el occidente moderno. No obstante, aunque se acepte esta primera interpretación y se la sitúe en su dominio propio, que es el de las aplicaciones contingentes del esoterismo, es permisible considerar sobre todo un sentido simbólico, de orden más elevado, que se superpone a ese sin contradecirle de ningún modo, y que, por lo demás, concuerda con los datos iniciáticos comunes a todas las tradiciones, ya sean de oriente o de occidente.
Desde este punto de vista, se puede decir que aquel que posee verdaderamente el «don de lenguas», es el que habla a cada uno su propio lenguaje, en el sentido de que se expresa siempre bajo una forma apropiada a las maneras de pensar de los hombres a los que se dirige. Es también a eso a lo que se hace alusión, de una manera más exterior, cuando se dice que los Rosa-Cruz debían adoptar la indumentaria y los hábitos de los países donde se encontraban; y algunos agregan incluso que debían tomar un nuevo nombre cada vez que cambiaban de país, como si revistieran entonces una individualidad nueva. Así, el Rosa-Cruz, en virtud del grado espiritual que había alcanzado, ya no estaba ligado exclusivamente a ninguna forma definida, como tampoco a las condiciones especiales de ningún lugar determinado1, y es por eso por lo que era un «Cosmopolita» en el verdadero sentido de esta palabra2. La misma enseñanza se encuentra en el esoterismo islámico: Mohyddin ibn Arabi dice que «el verdadero sabio no se liga a ninguna creencia», porque está más allá de todas las creencias particulares, puesto que ha obtenido el conocimiento de lo que es su principio común; pero es precisamente por eso por lo que, según las circunstancias, puede hablar la lengua propia de cada creencia. Por lo demás, piensen lo que piensen los profanos, en eso no hay ni «oportunismo» ni disimulación de ningún tipo; al contrario, eso es la consecuencia necesaria de un conocimiento que es superior a todas las formas, pero que no puede comunicarse (en la medida en que es comunicable) más que a través de las formas, cada una de las cuales, por eso mismo de que es una adaptación especial, no podría convenir indistintamente a todos los hombres. Para comprender de qué se trata, esto se puede comparar a la traducción de un mismo pensamiento a lenguas diversas: en efecto, siempre es el mismo pensamiento, que, en sí mismo, es independiente de toda expresión; pero, cada vez que se expresa en una lengua diferente, deviene accesible a hombres que, sin eso, no habrían podido conocerle; y, por lo demás, esta comparación es rigurosamente conforme al simbolismo mismo del «don de lenguas».
Ni de ninguna época particular, podríamos agregar; pero esto, que se refiere directamente al carácter de «longevidad», requeriría, para ser bien comprendido, explicaciones más amplias que no pueden encontrar lugar aquí; por lo demás, daremos más adelante algunas indicaciones sobre esta cuestión de la «longevidad». ↩
Se sabe que este nombre de «Cosmopolita» ha servido de firma «cubierta» a diversos personajes que, si no eran ellos mismos verdaderos Rosa-Cruz, parecen haber servido al menos de portavoz a éstos para la transmisión exterior de algunas enseñanzas, y que, por consiguiente, podían identificarse a ellos en una cierta medida, en tanto que desempeñaban esta función particular. ↩