LE CORPS PARSEMÉ D’YEUX
El estudio informativo del Profesor Raffaele Pettazzoni sobre algunas divinidades con muchos ojos o cubiertas de ojos muestra que este simbolismo es de una distribución casi universal, «y antiquísimo». Reconoce acertadamente que el simbolismo se relaciona con «la idea de la omnipresencia de Dios». Sin embargo, nuestra comprensión del simbolismo puede llevarse mucho más lejos y explicarse en conexión con la totalidad de la doctrina del Espíritu y de la Luz.
En primer lugar, observaremos que todas las formas divinas bajo estudio son solares. Esto es suficientemente evidente en los casos de Argos, Purusa, Indra, Mitra, Horus, y Cristo. Que Argos oficie como «vaquero» recuerda la designación de Indra y el Sol como gopati en el RG Veda y en el Mahabharata, y tanto más si recordamos que la Tierra en la tradición Védica es una «vaca». Los Tetramorfos o kerubimes de Ezequiel 1:5 sigs. y 10:12 sigs., con sus múltiples ojos, están conectados con el Espíritu y con la Luz, y son evidentemente cuatro aspectos, reflejos, o poderes de la «gloria del Dios de Israel sobre ellos» (Ezequiel 10:19). En el arte cristiano se representan en la forma de un hombre con muchas alas y tres cabezas accesorias —las de un toro, un león, y un águila, representados por protomas en una disposición estrechamente semejante a la del nimbo de la deidad solar en Dokhtar-i-Noshirwan, donde, sin embargo, el águila ocupa el centro y el número de los protomas animales es doble. En lo que concierne a Satán, es más que dudoso si es Satán como tal, y no más bien Lucifer, en el sentido propio de este nombre, el que se entiende por el «Ângel de la Muerte» en el Talmud babilónico; pues «Muerte» es uno de los nombres más altos de Dios, que a la vez vivifica y mata, separa y unifica; y en la tradición Védica siempre se le identifica con el Sol y el Espíritu (Satapatha Brahmana X.5.2.3, 13-15; XI.2.2.5; Katha Upanisad I.16, etc.). En lo que concierne a Cristo, puede observarse que los siete ojos del Cordero Apocalíptico, «que son los siete espíritus de Dios enviados a toda la tierra» (Apocalipsis 5:6), corresponden a los «siete dones del Espíritu» así como a los «siete rayos del Sol», que se mencionan tan a menudo en la tradición Védica. Los siete ojos del Cordero se representan en el arte cristiano en la cabeza y no en el cuerpo, por ejemplo en el domo de la iglesia de San Clemente de Tahull (España); aquí el Cordero se encuentra en el círculo que corresponde al «ojo» solar del domo, donde se ve más a menudo el Pantokrator (Figura 11).
La conexión de los ojos con el Espíritu y con la Luz nos proporciona la llave del significado de este simbolismo en otras partes. Una vez que hemos reconocido que los ojos son los del «Sol de los hombres» (süryo nrn, RG Veda Samhita I.146.4), la «Luz de las luces» (RG Veda Samhita I.113.1; Bhagavad Gita XIII.16, etc.), que el Sol es la esencia espiritual (atman) de todo lo que es (RG Veda Samhita I.115.1); una vez que hemos comprendido que la luz es progenitiva (Taittiriya Samhita VII.1.1.1; Satapatha Brahmana VIII.7.1.16), que los múltiples rayos del Sol son sus hijos (Jaiminiya Upanisad Brahmana II.9.10), que él llena estos mundos por una división de su esencia (atmanam vibhajya, Maitri Upanisad VI.26), aunque permanece indiviso, es decir, una presencia total, en las cosas divididas (Bhagavad Gita XIII.16 y XVIII.20), siendo así uno en sí mismo y múltiple en sus hijos (Satapatha Brahmana X.5.2.16), y que está conectado con cada uno de estos hijos por el rayo o hilo de luz pneumática (la doctrina del sütratman, passim) del que depende su vida (de sus hijos), no será difícil comprender cómo es que la Luz de las luces, que es el único ojo de todos los dioses, el ojo de Varuna, debe aparecer al mismo tiempo, a nuestra facultad iconográfica, como un junto de ojos.
Aunque la omnisciencia divina no se deriva de los objetos externos a sí misma, sino de las ideas de esos objetos, las cuales componen la «pintura del mundo pintada por el Espíritu en el lienzo del Espíritu» (Sankara, Svatmanirüpana 95), de modo que la visión de todo lo que es en el tiempo o el espacio, como si fuera en un espejo, constituye un único acto de ser, aparte del tiempo, nosotros no podemos representarlo así a nosotros mismos. Desde el punto de vista de la multiplicidad, el Sol es central a una esfera cósmica, a cuyos límites se extienden en todas direcciones sus innumerables rayos, a fin de que la obscuridad se llene de luz; y si de estos rayos se habla como de un «millar», ello se debe a que «un millar significa todo» (Satapatha Brahmana, passim), y es por medio de estos rayos como él conoce las formas expresadas hasta las cuales ellos se extienden. Si recordamos la teoría tradicional de la visión, comprenderemos que cada uno de estos rayos implica un «ojo» o «pupila» de donde procede y un ojo hasta donde se extiende y a través del cual pasa: pues en esta teoría, la visión es por medio de un rayo de luz proyectado desde el ojo, y es más bien Él el que ve en nosotros que «nosotros» quienes vemos. Por consiguiente, Dios, en los términos del concepto humano, ya sea verbal o visual, es un Argos de ojos, debido a que Él ve todas las cosas. Indra es preeminentemente el «de mil ojos», e «Indra eres Tú para el adorador mortal» (RG Veda Sarhhitã V.3.2), es decir, conceptualmente, pero en realidad «no lo que los hombres adoran aquí» (ne ‘dam yad idam upãsate, Jaiminiya Upanisad Brãhmana IV.18). Se nos recuerda esto por el hecho de que es un único ser el que tiene muchos ojos, y el número depende de nuestro punto de vista y no del ser mismo, que es el «Ojo» (RG Veda Samhitã X.8.5 bhuvas caksus, X.102.12 visvasya caksus; budista cakkhum loke, jaina cakkhu logassá).