Egipto (RG)

En lo que concierne a las ciencias, podemos hacer una distinción entre las ciencias naturales y las ciencias matemáticas. Para las primeras, sabemos con certeza que algunas de entre ellas han sido transmitidas por la civilización islámica a Europa que se las «tomó» de una manera completa. La química, por ejemplo, ha guardado siempre su nombre árabe, nombre cuyo origen se remonta por lo demás al antiguo EGIPTO, y eso, aunque el sentido superior y profundo de esta ciencia haya devenido enteramente desconocido a los modernos y como perdido para ellos. 86 AEIT INFLUENCIA DE LA CIVILIZACIÓN ISLÁMICA EN OCCIDENTE

Las Noticias literarias (número del 27 de mayo) han publicado una entrevista en el curso de la cual M. Elian J. Finbert ha juzgado bueno librarse a nuestra cuenta a unos relatos tan fantásticos como disgustantes. Hemos ya dicho con frecuencia lo que pensamos de esas historias «personales»: eso no tiene el menor interés en sí, y, al respecto de la doctrina, las individualidades no cuentan y jamás deben aparecer; además de esta cuestión de principio, estimamos que quienquiera que no es un malhechor tiene el derecho más absoluto a que el secreto de su existencia privada sea respetado y a que nada de lo que se refiere a la misma sea expuesto ante el público sin su consentimiento. Es más, si M. Finbert se complace en este género de anécdotas, puede fácilmente encontrar entre los «hombres de letras», sus compadres, suficiente número de gentes cuya vanidad no pide otra cosa que satisfacerse de esas necedades, para dejar en paz a los que eso no podría convenir y que no entienden en punto ninguno servir de «divertimento» a quien quiera que sea. A despecho de la repugnancia que podamos sentir en hablar de estas cosas, nos es menester, para la edificación de aquellos de nuestros lectores que hubieran tenido conocimiento de la entrevista en cuestión, rectificar al menos algunas inexactitudes (para emplear un eufemismo) de las cuales rebosa este relato grotesco. Primero, debemos decir que M. Finbert, cuando le encontramos en el Cairo, no cometió en punto ninguno la grosera descortesía de la cual se jacta: no nos preguntó «lo que veníamos a hacer en EGIPTO», e hizo bien, ya que le hubiéramos prontamente puesto en su sitio! Después, como él nos «dirigía la palabra en francés», le respondimos del mismo modo, y no «en árabe» (¡y, por añadidura, todos aquellos que nos conocen aunque sea poco saben como somos capaz de hablar «con compostura»!); pero lo que es verdad, lo reconocemos de buena gana, es que nuestra respuesta debió ser «vacilante»… y ello simplemente porque, conociendo la reputación de que goza nuestro interlocutor (con razón o sin ella, eso no es nuestro asunto), estábamos más bien molesto ante el pensamiento de ser visto en su compañía; y es precisamente para evitar el riesgo de un nuevo encuentro en el exterior que aceptamos ir a verle a la pensión donde se hospedaba. Allí, nos sucedió quizás, en la conversación, pronunciar incidentalmente algunas palabras árabes, lo que nada tenía de muy extraordinario; pero de lo que estamos perfectamente cierto, es de que no hubo de ninguna manera cuestión de «confraternidades» («cerradas» o no, pero en todo caso de ningún modo «místicas»), ya que es ese un tema que, por múltiples razones, no teníamos por qué abordar con M. Finbert. Hablamos solo, en términos muy vagos, de personas que poseían ciertos conocimientos Tradicionales, sobre lo que él nos declaró que le hacíamos entrever ahí cosas de las cuales ignoraba totalmente la existencia (y nos lo escribió inclusive después de su retorno a Francia). Por lo demás, no nos pidió presentarle a quienquiera que fuere, y todavía menos «conducirle a las confraternidades», de suerte que no tuvimos que negárselo; tampoco nos dio «la seguridad de que estaba iniciado (sic) desde hace mucho tiempo en sus prácticas y que era considerado en las mismas con un musulmán» (!), ¡y es eso tanto mejor para nós, ya que no hubiéramos podido, a despecho de todas las conveniencias, impedirnos estallar de risa! A través de lo que sigue, donde es cuestión de «mística popular» (NA: M. Finbert parece tenerle afición muy especialmente a este calificativo), de «conciertos espirituales» y otras cosas expresadas de manera tan confusa como occidental, hemos desentrañado sin demasiado esfuerzo donde había podido penetrar: ¡Eso es de tal modo serio… que se conduce allí inclusive a los turistas! Agregaremos solo que, en su última novela titulado El Loco de Dios (que ha servido de pretexto a la entrevista), M. Finbert ha dado la justa medida del conocimiento que puede tener del espíritu del islam: no hay un solo musulmán en el mundo, por magzûb y por ignorante que quiera suponérsele, que pueda imaginarse reconocer al Mahdi (el cual de ningún modo debe ser «un nuevo Profeta») en la persona de un judío… Pero se piensa evidentemente (¡Y no sin alguna razón, todo hay que decirlo!) que el público será suficiente mughaffal para aceptar no importa qué, desde que eso es afirmado por «un hombre que vino de oriente»… pero que jamás ha conocido del mismo más que el «decorado» exterior. Si hubiéramos de dar un consejo a M. Finbert, sería el de consagrarse a escribir novelas exclusivamente judías, donde estaría ciertamente mucho más a gusto, y de no ocuparse más del islam ni de oriente… ni tampoco de nós mismo. Shuf shufhlek, yâ khawaga! 165 AEIT REVISTAS

Pasando ahora al otro lado de la cuestión, es decir, al que se refiere a las organizaciones iniciática mismas, diremos esto: es muy evidente que no se puede transmitir más que aquello que se posee; por consiguiente, es menester necesariamente que una organización sea efectivamente depositaria de una influencia espiritual para poder comunicarla a los individuos que se vinculan a ella; y esto excluye inmediatamente todas las formaciones pseudoiniciáticas, tan numerosas en nuestra época, y desprovistas de todo carácter auténticamente tradicional. En efecto, en estas condiciones una organización iniciática no podría ser el producto de una fantasía individual; no puede estar fundada, a la manera de una asociación profana, sobre la iniciativa de algunas personas que deciden reunirse adoptando unas formas cualesquiera; e, incluso si esas formas no son inventadas completamente, sino tomadas de ritos realmente tradicionales de los que sus fundadores hayan tenido algún conocimiento por «erudición», por eso no serán más válidas, ya que, a falta de filiación regular, la transmisión de la influencia espiritual es imposible e inexistente, de suerte que, en semejante caso, no se trataría más que de una vulgar contrahechura de la iniciación. Con mayor razón es así cuando no se trata más que de reconstituciones puramente hipotéticas, por no decir imaginarias, de formas tradicionales desaparecidas desde un tiempo más o menos remoto, como las del antiguo EGIPTO o las de Caldea por ejemplo; e, incluso si hubiera en el empleo de tales formas una voluntad seria de vincularse a la tradición a la que han pertenecido, por eso no serían más eficaces, ya que nadie puede vincularse en realidad más que a algo que tiene una existencia actual, y todavía es menester para eso, como lo decíamos en lo que concierne a los individuos, ser «aceptado» por los representantes autorizados de la tradición a la cual uno se refiera, de tal suerte que una organización aparentemente nueva no podrá ser legítima más que si es como un prolongamiento de una organización preexistente, de manera que mantenga sin ninguna interrupción la continuidad de la «cadena» iniciática. 265 RGAI DE LA REGULARIDAD INICIÁTICA

Puesto que acabamos de hablar de los «misterios», no creemos inútil señalar la singularidad de esta denominación con doble sentido: en todo rigor etimológico, se debería escribir «ministerios», ya que esta palabra se deriva del latín ministerium, que significa «oficio» o «función», lo que indica claramente hasta qué punto, en el origen, las representaciones teatrales de este tipo se consideraban como formando parte integrante de la celebración de las fiestas religiosas (NA: Es igualmente de ministerium, en el sentido de función, de donde se deriva por otra parte la palabra metier (oficio), así como ya lo hemos señalado en otra parte (NA: El Reino de la Cantidad y los Signos de los Tiempos, capítulo VIII). ). Pero lo que es extraño, es que este nombre se haya contraído y abreviado para devenir exactamente homónimo de «misterios», y de ser confundido finalmente con esta otra palabra, de origen griego y de derivación completamente diferente; ¿es sólo por alusión a los «misterios» de la religión, puestos en escena en las piezas así designadas, por lo que esta asimilación ha podido producirse? Esto puede ser sin duda una razón bastante plausible; pero por otra parte, si se piensa que representaciones simbólicas análogas habían tenido lugar en los «misterios» de la antigüedad, en Grecia y probablemente también en EGIPTO (NA: Por lo demás, a estas representaciones simbólicas se puede vincular directamente la «puesta en acción» ritual de las «leyendas» iniciáticas de las que hemos hablado más atrás.), se puede estar tentado de ver en eso algo que se remonta mucho más lejos, y como un indicio de la continuidad de una cierta tradición esotérica e iniciática, que se afirmaba al exterior, a intervalos más o menos espaciados, por manifestaciones similares, con la adaptación requerida por la diversidad de las circunstancias de los tiempos y los lugares (NA: La «exteriorización» en modo religioso, en la edad media, puede haber sido la consecuencia de una tal adaptación; por consiguiente, eso no constituye una objeción contra el carácter esotérico de esta tradición en sí misma.). Por lo demás, bastante frecuentemente, en otras ocasiones, ya hemos tenido que señalar la importancia, como procedimiento del lenguaje simbólico, de las asimilaciones fonéticas entre términos filológicamente distintos; se trata de algo que, en verdad, no tiene nada de arbitrario, piensen lo que piensen de ello la mayor parte de nuestros contemporáneos, y que se emparienta bastante directamente a los modos de interpretación que dependen del nirukta hindú: pero los secretos de la constitución íntima del lenguaje están tan completamente perdidos hoy día que apenas es posible hacer alusión a ellos sin que cada quien se imagine que se trata de «falsas etimologías», incluso de vulgares «juegos de palabras»; y Platón mismo, que a veces ha recurrido a este género de interpretación, como lo hemos observado incidentalmente a propósito de los «mitos», no encuentra gracia ante la «crítica» pseudocientífica de los espíritus limitados por los prejuicios modernos. 724 RGAI EL SIMBOLISMO DEL TEATRO

Es menester notar primeramente que esta palabra «hermetismo» indica que se trata de una tradición de origen egipcio, revestida después de una forma helenizada, sin duda en la época alejandrina, y transmitida bajo esta forma, en la edad media, a la vez al mundo islámico y al mundo cristiano, y, agregaremos, al segundo en gran parte por la intermediación del primero (NA: Esto hay que relacionarlo también con lo que hemos dicho de las relaciones que tuvo el Rosacrucianismo, en su origen mismo, con el esoterismo islámico.), como lo prueban los numerosos términos árabes o arabizados adoptados por los hermetistas europeos, comenzando por la palabra misma de «alquimia» (el-kimyâ) (NA: Esta palabra es árabe en su forma, pero no en su raíz; deriva verosímilmente del nombre de Kêmi o «Tierra negra» dado al antiguo EGIPTO, lo que indica todavía el origen de que se trata.). Así pues, sería completamente abusivo extender esta designación a otras formas tradicionales, como lo sería otro tanto por ejemplo, llamar «Kabbala» a otra cosa que al esoterismo hebraico (NA: La significación del término Qabbalah es exactamente la misma que la de la palabra «tradición»; pero, puesto que esta palabra es hebraica, no hay ninguna razón, cuando se emplea otra lengua diferente del hebreo, para aplicarla a otras formas tradicionales que aquella a la que pertenece en propiedad, y eso no podría más que dar lugar a confusiones. Del mismo modo, la palabra Taçawwuf, en árabe, puede tomarse para designar todo aquello que tiene un carácter esotérico e iniciático, en cualquier forma tradicional que sea; pero, cuando uno se sirve de una lengua diferente, conviene reservarle para la forma islámica a la que pertenece por su origen.); bien entendido, no es que no existan equivalentes suyos en otras partes, pues estos equivalentes existen ciertamente, de suerte que esta ciencia tradicional que es la alquimia (NA: Notamos desde ahora, que es menester no confundir o identificar pura y simplemente alquimia y hermetismo; hablando propiamente, el hermetismo es una doctrina, y la alquimia es solo una aplicación suya.) tiene su correspondencia exacta en doctrinas como las de la India, del Tíbet y de la China, aunque con modos de expresión y métodos de realización naturalmente bastante diferentes; pero, desde que se pronuncia el nombre de «hermetismo», con eso se especifica una forma claramente determinada, cuya proveniencia no puede ser otra que grecoegipcia. En efecto, la doctrina que se designa así se atribuye por eso mismo a Hermes, en tanto que éste era considerado por los griegos como idéntico al Thoth egipcio; por lo demás, esto presenta a esta doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza sacerdotal, ya que Thoth, en su papel de conservador y de transmisor de la tradición, no es otra cosa que la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio, o más bien, para hablar más exactamente, del principio de inspiración «suprahumano» del que éste tenía su autoridad y en nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático. Sería menester no ver en eso la menor contradicción con el hecho de que esta doctrina pertenece propiamente al dominio de la iniciación real, ya que debe entenderse bien que, en toda tradición regular y completa, es el sacerdocio el que, en virtud de su función esencial de enseñanza, confiere igualmente las dos iniciaciones, directa o indirectamente, y quien asegura así la legitimidad efectiva de la iniciación real misma, al vincularla a su principio superior, de la misma manera que el poder temporal no puede sacar su legitimidad más que de una consagración recibida de la autoridad espiritual (NA: Cf. Autoridad espiritual y Poder temporal, cap. II.). 928 RGAI ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL HERMETISMO

Por lo demás, eso no quiere decir que sea menester negar la posibilidad de las transmutaciones metálicas, que representan la alquimia a los ojos del vulgo; pero es menester reducirlas a su justa importancia, que no es mayor en suma que la de experiencias «científicas» cualesquiera, y no confundir cosas que son de un orden totalmente diferente; a priori, no se ve por qué no podría ocurrir que tales transmutaciones sean realizadas por procedimientos que dependen simplemente de la química profana (y, en el fondo, la «hiperquímica» a la que hacíamos alusión hace un momento no es otra cosa que una tentativa de este género) (NA: A este propósito, recordamos que los resultados prácticos obtenidos por las ciencias profanas no justifican ni legitiman de ninguna manera el punto de vista mismo de estas ciencias, como tampoco prueban el valor de las teorías formuladas por éstas, con las que no tienen en realidad más que una relación puramente «ocasional».). No obstante, hay otro aspecto de la cuestión: el ser que ha llegado a la realización de algunos estados interiores, puede, en virtud de la relación analógica del «microcosmos» y del «macrocosmos», producir exteriormente efectos correspondientes; así pues, es perfectamente admisible que aquel que ha llegado a un cierto grado en la práctica de la alquimia «interior» sea capaz, por eso mismo, de efectuar transmutaciones metálicas u otras cosas del mismo orden, pero eso a título de consecuencia completamente accidental, y sin recurrir a ninguno de los procedimientos de la pseudoalquimia material, sino únicamente por una suerte de proyección al exterior de las energías que lleva en sí mismo. Por lo demás, aquí hay que hacer todavía una distinción esencial: en eso no puede tratarse más que de una acción de orden psíquico, es decir, de la puesta en obra de influencias sutiles pertenecientes al dominio de la individualidad humana, y entonces todavía se trata de alquimia material, si se quiere, pero operando por medios completamente diferentes a los de la pseudoalquimia, que se refieren exclusivamente al dominio corporal; o bien, para un ser que ha alcanzado un grado de realización más elevado, puede tratarse de una acción exterior de verdaderas influencias espirituales, como la que se produce en los «milagros» de las religiones, de los cuales ya hemos dicho algunas palabras precedentemente. Entre estos casos, hay una diferencia comparable a la que separa la «teúrgia» de la magia (aunque, lo repetimos todavía, no sea de magia de lo que se trata propiamente aquí, de suerte que no indicamos esto más que a título de similitud), puesto que, en suma, esta diferencia es la misma que hay entre el orden espiritual y el orden psíquico; si los efectos aparentes son a veces los mismos por una parte y por otra, las causas que los producen no son por eso menos total y profundamente diferentes. Por lo demás, agregaremos que aquellos que poseen realmente tales poderes (NA: Aquí se puede emplear sin abuso esta palabra de «poderes», porque se trata de consecuencias de un estado interior adquirido por el ser.) se abstienen cuidadosamente de hacer exhibición de ellos para impresionar al gentío, e incluso no hacen generalmente ningún uso de ellos, al menos fuera de ciertas circunstancias particulares donde su ejercicio se encuentra legitimado por otras consideraciones (NA: Se encuentran en la tradición islámica ejemplos muy claros de lo que indicamos aquí: así, Seyidnâ Alî tenía, se dice, un conocimiento perfecto de la alquimia bajo todos sus aspectos, comprendido el que se refiere a la producción de efectos exteriores tales como las transmutaciones metálicas, pero rehusó siempre a hacer el menor uso de ellos. Por otra parte, se cuenta que Seyidi Abul-Hassan Esh-Shâdili, durante su estancia en Alejandría, transmutó en oro, a petición del sultán de EGIPTO que tenía entonces una urgente necesidad de él, una gran cantidad de metales vulgares; pero lo hizo sin tener que recurrir a ninguna operación de alquimia material ni a ningún medio de orden psíquico, y únicamente por el efecto de su barakak o influencia espiritual.). 938 RGAI ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL HERMETISMO

Hay un hecho bastante extraño, que nadie parece haber observado nunca como merece serlo: es que el periodo propiamente «histórico», en el sentido que acabamos de indicar, se remonta exactamente al siglo VI antes de la era cristiana, como si hubiera ahí, en el tiempo, una barrera que no es posible traspasar con la ayuda de los medios de investigación de que disponen los investigadores ordinarios. A partir de esa época, en efecto, se posee por todas partes una cronología bastante precisa y bien establecida; para todo lo que es anterior, por el contrario, nadie obtiene en general más que una aproximación muy vaga, y las fechas propuestas para los mismos acontecimientos varían frecuentemente en varios siglos. Incluso para los países donde no se tienen más que simples vestigios dispersos, como EGIPTO por ejemplo, eso es muy llamativo; y lo que es quizás más sorprendente todavía, es que, en un caso excepcional y privilegiado como el de China, que posee, para épocas mucho más remotas, anales fechados por medio de observaciones astronómicas que no deberían dejar lugar a ninguna duda, los modernos por eso no califican menos de «legendarias» a aquellas épocas, como si hubiera ahí un dominio donde no se reconoce el derecho a ninguna certeza y donde se prohiben a sí mismos obtenerlas. Así pues, la antigüedad llamada «clásica» no es, a decir verdad, más que una antigüedad completamente relativa, e incluso mucho más próxima de los tiempos modernos que la verdadera antigüedad, puesto que no se remonta siquiera a la mitad del Kali-Yuga, cuya duración, según la doctrina hindú, no es ella misma más que la décima parte de la del Manvantara; ¡Y por esto se podrá juzgar suficientemente hasta qué punto los modernos tienen razón para estar tan orgullosos de la extensión de sus conocimientos históricos! Todo eso, responderían sin duda para justificarse, no son más que periodos «legendarios», y es por eso por lo que estiman no tener que tenerlos en cuenta; pero esta respuesta no es precisamente más que la confesión de su ignorancia, y de una incomprehensión que es lo único que puede explicar su desdén de la tradición; en efecto, el espíritu específicamente moderno, no es, como lo mostraremos más adelante, nada más que el espíritu antitradicional. 1075 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO I

En el siglo VI antes de la era cristiana, cualquiera que haya sido su causa, se produjeron cambios considerables en casi todos los pueblos; por lo demás, estos cambios presentaron caracteres diferentes según los países. En algunos casos, fue una readaptación de la tradición a otras condiciones que las que habían existido anteriormente, readaptación que se cumplió en un sentido rigurosamente ortodoxo; esto es lo que tuvo lugar concretamente en China, donde la doctrina, constituida primitivamente en un conjunto único, fue dividida entonces en dos partes claramente distintas: el Taoísmo, reservado a una élite, y que comprendía la metafísica pura y las ciencias tradicionales de orden propiamente especulativo, y el Confucionismo, común a todos sin distinción, y que tenía por dominio las aplicaciones prácticas y principalmente sociales. En los Persas, parece que haya habido igualmente una readaptación del Mazdeísmo, ya que esta época fue la del último Zoroastro (Es menester destacar que el nombre de Zoroastro no designa en realidad a un personaje particular, sino una función, a la vez profética y legisladora; hubo varios Zoroastros, que vivieron en épocas muy diferente; y es verosímil incluso que esta función debió tener un carácter colectivo, del mismo modo que la de Vyâsa en la India, y del mismo modo también que, en EGIPTO, lo que se atribuyó a Thoth o a Hermes representa la obra de toda la casta sacerdotal.). En la India, se vio nacer entonces el Budismo, que, cualquiera que haya sido por lo demás su carácter original (En realidad, la cuestión del Budismo está lejos de ser tan simple como podría dar a pensar esta breve apercepción; y es interesante notar que, si los Hindúes, bajo el punto de vista de su propia tradición, han condenado siempre a los Budistas, muchos de entre ellos por eso no profesan menos un gran respeto por el Buddha mismo, respeto que en algunos llega incluso hasta ver en él el noveno Avatâra, mientras que otros identifican a éste con Cristo. Por otra parte, en lo que concierne al Budismo tal como se conoce hoy, es menester tener buen cuidado de distinguir entre sus dos formas del Mahâyâna y del Hînayâna, o del «Vehículo Mayor» y del «Vehículo Menor»; de una manera general, se puede decir que el Budismo fuera de la India difiere notablemente de su forma original india, que comenzó a perder terreno rápidamente después de la muerte de Ashoka y desapareció completamente algunos siglos más tarde.), debía desembocar, al contrario, al menos en algunas de sus ramas, en una rebelión contra el espíritu tradicional, rebelión que llegó hasta la negación de toda autoridad, hasta una verdadera anarquía, en el sentido etimológico de «ausencia de principio», en el orden intelectual y en el orden social. Lo que es bastante curioso, es que, en la India, no se encuentra ningún monumento que remonte más allá de esta época, y los orientalistas, que quieren hacer comenzar todo con el Budismo cuya importancia exageran singularmente, han intentado sacar partido de esta constatación en favor de su tesis; no obstante, la explicación del hecho es bien simple: es que todas las construcciones anteriores eran en madera, de suerte que han desaparecido naturalmente sin dejar rastro (Este caso no es particular a la India y se encuentra también en Occidente; es exactamente por la misma razón por lo que no se encuentra ningún vestigio de las ciudades celtas, cuya existencia no obstante es incontestable, puesto que está atestiguada por testimonios contemporáneos; y, ahí igualmente, los historiadores modernos han aprovechado esta ausencia de monumentos para describir a los Celtas como salvajes que vivían en los bosques.); pero lo que es verdad, es que un tal cambio en el modo de construcción corresponde necesariamente a una modificación profunda de las condiciones generales de existencia del pueblo donde se ha producido. 1076 LA CRISIS DEL MUNDO MODERNO CAPÍTULO I

El simbolismo del que tratamos se vuelve a encontrar claramente en los antiguos egipcios; en efecto, según Plutarco, «Los egipcios dan a su región el nombre de Chemia, (NA: Kémi en lengua egipcia significa «tierra negra», designación cuyo equivalente se encuentra también en otros pueblos; de esta palabra deriva la de alquimia (NA: siendo al el artículo árabe), que designaba originariamente la ciencia hermética, es decir la ciencia sacerdotal de EGIPTO.) y la comparan a un corazón». (NA: Isis y Osiris, 33; traducción Mario Meunier, París, p. 116.) La razón que da este autor es bastante extraña: «Esta región es cálida, húmeda, contenida en las partes meridionales de la tierra habitada, extendida al Sur, como en el cuerpo del hombre el corazón se extiende a la izquierda, pues los egipcios consideran el Oriente como el rostro del mundo, el Norte como la derecha y el Sur como la izquierda». (NA: Ibid. 32, p. 112. En la India es al contrario, el Sur es el que es designado como el «lado de la derecha» (NA: dakshina); pero, a pesar de las apariencias, esto quiere decir lo mismo, pues es necesario entender el lado que se tiene a la derecha cuando se mira hacia Oriente, y es fácil representarse el lado izquierdo del mundo extendiéndose hacia la derecha del que lo contempla e inversamente, como ocurre a dos personas colocadas una frente a otra.) Esto no son más que similitudes bastante superficiales, y la verdadera razón debe ser otra, puesto que la misma comparación con el corazón ha sido aplicada igualmente a toda tierra a la cual era atribuido un carácter sagrado y «central» en el sentido espiritual, sea cual fuese su situación geográfica. Por lo demás, refiere el mismo Plutarco, el corazón que representaba a EGIPTO, representaba al mismo tiempo al Cielo: «Los egipcios, dice, representan el Cielo, que no podría envejecer puesto que es eterno, por un corazón puesto sobre un brasero cuya llama conserva el ardor». (NA: Ibid., 10, p. 49. Es de resaltar que este símbolo, con el significado que le es dado aquí, parece poder ser relacionado con el del fénix.) Así, mientras que el corazón es representado por un vaso, que no es otro que el que las leyendas de la Edad Media occidental designarían como el «Santo Grial», es a su vez y simultáneamente, la hierografía de EGIPTO y éste del Cielo. 1296 ESOTERISMO CRISTIANO LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

Tales coincidencias, hasta en detalles extremadamente precisos, no pueden ser accidentales, y tenemos muchas razones para admitir que Dante se haya inspirado efectivamente, en una medida bastante importante, de los escritos de Mohyiddin; ¿pero cómo es que los ha conocido? Se considera como posible intermediario a Brunetto Latini, que había pasado una estancia en España; pero esta hipótesis nos parece poco satisfactoria. Mohyiddin había nacido en Murcia, de donde su sobrenombre de El-Andalûsi, pero no pasó toda su vida en España, y murió en Damasco; por otro lado, sus discípulos estaban extendidos en todo el mundo islámico; pero sobre todo en Siria y en EGIPTO, y finalmente es poco probable que sus obras hayan sido del dominio público, o incluso algunas de entre ellas no lo han sido jamás. En efecto, Mohyiddin fue algo muy diferente que el «poeta místico» que imagina M. Asín Palacios; lo que conviene decir aquí es que, en el esoterismo islámico, se le llama Esh-Sehikh el-akbar, es decir, el más grande de los Maestros espirituales, el Maestro por excelencia, que su doctrina es de esencia puramente metafísica, y que varias de las principales Órdenes iniciáticas del Islam, entre las que están las más elevadas y las más cerradas al mismo tiempo, proceden de él directamente. Ya hemos indicado que tales organizaciones estuvieron, en el siglo XIII, es decir, en la época misma de Mohyiddin, en relaciones con las Órdenes de caballería, y, para nos, es por eso por lo que se explica la transmisión constatada; si ello fuera de otro modo, y si Dante hubiera conocido a Mohyiddin por vías «profanas», ¿por qué no le habría nombrado nunca, de la misma manera que nombra a los filósofos exotéricos del Islam, Avicena y Averroes? (Inferno, IV, 143-l44.). Además, está reconocido que hubo influencias islámicas en los orígenes del Rosacrucianismo, y es a eso a lo que hacen alusión los supuestos viajes de Christian Rosenkreuz a Oriente; pero el origen real del Rosacrucianismo, ya lo hemos dicho, son precisamente las Órdenes de Caballería, y son ellas las que formaron, en la edad media, el verdadero lazo intelectual entre Oriente y Occidente. 1566 RGED CAPÍTULO V

Según M. Benini, habría para Dante tres parejas de números que tienen un valor simbólico por excelencia: son 3 y 9, 7 y 22, 515 y 666. Para los dos primeros números, no hay ninguna dificultad: todo el mundo sabe que la división general del poema es ternaria, y acabamos de explicar sus razones; por otra parte, ya hemos recordado que 9 es el número de Beatriz, como se ve en la Vita Nuova. Por lo demás, este número 9 está directamente vinculado al precedente, puesto que es su cuadrado, y se le podría llamar un triple ternario; es el número de las jerarquías angélicas, y por consiguiente el de los Cielos, y es también el de los círculos infernales, ya que hay una cierta relación de simetría inversa entre los Cielos y los Infiernos. En cuanto al número siete, que encontramos particularmente en las divisiones del Purgatorio, todas las tradiciones están de acuerdo en considerarle igualmente como un número sagrado, y no creemos útil enumerar aquí todas las aplicaciones a las que da lugar; recordaremos solamente, como una de las principales, la consideración de los siete planetas, que sirve de base a una multitud de correspondencias analógicas (ya hemos visto un ejemplo de ello a propósito de las siete artes liberales). El número 22 está ligado al 7 por la relación 22/7, que es la expresión aproximada de la relación de la circunferencia con el diámetro, de suerte que el conjunto de estos dos números representa el círculo, que es la figura más perfecta para Dante como para los Pitagóricos (y todas las divisiones de cada uno de los tres mundos tienen esta forma circular); además, 22 reúne los símbolos de dos de los «movimientos elementales» de la física aristotélica: el movimiento local, representado por 2, y el de la alteración, representado por 20, como Dante mismo lo explica en el Convito (El tercer «movimiento elemental», el del acrecentamiento, es representado por el número 1000; y la suma de los tres números simbólicos es 1022, que los «sabios de EGIPTO», al decir de Dante, consideraban como el número de las estrellas fijas.). Tales son, para este último número, las interpretaciones dadas por M. Benini; al reconocer que son perfectamente justas, debemos decir no obstante que este número no nos parece tan fundamental como él piensa, y que se nos aparece incluso sobre todo como un derivado de otro que el autor no menciona más que a título secundario, mientras que, en realidad, tiene una importancia más grande: es el número 11, del que 22 no es más que un múltiplo. 1606 RGED CAPÍTULO VII

Por otra parte, en lo que a los Celtas se refiere, hemos cuidado de recordar qué precauciones se imponen cuando quiere hablarse de ellos, en ausencia de toda documentación escrita; pero, ¿porqué querría suponerse, a despecho de los indicios contrarios que a pesar de todo poseemos, que hayan sido menos favorecidos que los demás pueblos de la Antigüedad? En efecto, en todas partes vemos, y no sólo en EGIPTO, la asimilación simbólica establecida entre el corazón y la copa o el vaso; en todas partes, el corazón está considerado como el centro del ser, centro a la vez divino y humano en las aplicaciones múltiples que permite; en todas partes, también, la copa sacrificial representa el Centro o el Corazón del Mundo, la “morada de inmortalidad”; ¿qué más se necesita? Sabemos bien que la copa y la lanza, o sus equivalentes, han tenido además otras significaciones que las que hemos indicado, pero, sin detenernos en ello, podemos decir que todas esas significaciones, por extrañas que algunas puedan parecer a los ojos de los modernos, son perfectamente concordes entre sí, y expresan en realidad las aplicaciones de un mismo principio a órdenes diversos, según una ley de correspondencia en la cual se funda la armoniosa multiplicidad de sentidos que se incluyen en todo simbolismo. 1993 EMS III: ACERCA DE ALGUNOS SÍMBOLOS HERMÉTICO-RELIGIOSOS

Para los antiguos, en efecto, el corazón era elcentro vital”, lo que es efectivamente primero en el orden fisiológico, y al mismo tiempo, por transposición o, si se quiere, por correspondencia analógica, representaba el centro del ser desde todos los puntos de vista, pero en primer lugar en el aspecto de la inteligencia; simbolizaba el punto de contacto del individuo con lo Universal, el lugar de comunicación con la Inteligencia divina misma; tal concepción se encuentra incluso entre los Griegos, en Aristóteles por ejemplo; y, por otra parte, es común a todas las doctrinas tradicionales de Oriente, donde desempeña un papel de los más importantes. Pensamos tener la ocasión de mostrar, en otros estudios, que es así particularmente entre los Hindúes; nos contentamos por el momento con señalar este hecho sin detenernos más. Se ha reconocido que “para los antiguos Egipcios, el corazón era tanto la sede de la inteligencia como del afecto”, es lo que Charbonneau-Lassay recordaba últimamente aquí mismo (febrero de 1926, p. 210): “El sabio de EGIPTO no miraba solamente al corazón como el órgano afectivo del hombre, sino aún como la verdadera fuente de su inteligencia; para él, el pensamiento nacía de un movimiento del corazón y se exteriorizaba por la palabra, el cerebro sólo era considerado como una parada donde la palabra podía detenerse, pero que ella franquea frecuentemente con un impulso espontáneo. Entre los Árabes también, el corazón es considerado como la sede de la inteligencia, no de esta facultad totalmente individual que es la razón, sino de la Inteligencia universal (El-Aqlu) en sus relaciones con el ser humano, que ella penetra por el interior, puesto que reside así en su centro mismo y al que ella ilumina con su irradiación. 2043 EMS VII: EL CORAZÓN IRRADIANTE Y EL CORAZÓN EN LLAMAS

El simbolismo de que se trata se encuentra especialmente entre los antiguos Egipcios; en efecto, según Plutarco, “los Egipcios dan a su país el nombre de Chémia, y la comparan a un corazón”. La razón que da este autor para ello es bastante extraña: “Este país es en efecto cálido, húmedo, contenido en las partes meridionales de la tierra habitada, extendida al Mediodía, como en el cuerpo del hombre el corazón se extiende a la izquierda”, pues “los Egipcios consideran al Oriente como el rostro del mundo, al Norte como estando a la derecha, y al Mediodía, la izquierda”. Esas no son más que similitudes bastante superficiales, y la verdadera razón debe ser muy distinta, puesto que la misma comparación con el corazón ha sido aplicada igualmente a toda tierra a la cual era atribuida un carácter sagrado y “central”, en el sentido espiritual, cualquiera que sea su situación geográfica. Por otro lado, lo que justifica aún la interpretación que consideramos, es que, en la información de Plutarco mismo, el corazón, que representaba a EGIPTO, representaba al mismo tiempo al Cielo, que no podría envejecer puesto que es eterno, por un corazón puesto sobre un brasero cuya llama mantiene su ardor” . Así, mientras que el corazón es él mismo figurado jeroglíficamente por el vaso, él es a su vez, y simultáneamente, el jeroglífico de EGIPTO y el del Cielo. 2127 EMS XII: LA TIERRA SANTA Y EL CORAZÓN DEL MUNDO

Todavía hemos de señalar, en esta ocasión, una curiosa observación sobre el simbolismo del ibis, que era uno de los emblemas de Toth (llamado Hermès por los Griegos), es decir, de la Sabiduría. Elien, indicando las diversas razones que contribuían a dar a este pájaro un carácter sagrado, dice que, “cuando el ibis repliega su cabeza y su cola bajo las alas, toma la figura de un corazón, y por un corazón representaban los Egipcios jeroglíficamente a EGIPTO” En fin, puesto que hemos vuelto sobre esta cuestión del corazón en el antiguo EGIPTO, recordemos todavía un último texto de Plutarco, ya citado aquí por Charbonneau-Lassay : “De todas las plantas que crecen en EGIPTO, la persea, se dice, es la particularmente consagrada a Isis, porque su fruto semeja un corazón, y su hoja una lengua”; y comparémoslo con lo que Charbonneau-Lassay indicaba también anteriormente a propósito de la inscripción funeraria de un sacerdote de Memfis, de la cual “se desprende que los teólogos de la escuela de Memfis distinguían en la obra del Dios Creador la función del pensamiento creador, que ellos llaman la parte del Corazón, y la del instrumento de la creación, que ellos denominan la parte de la Lengua”. Este Corazón y esta Lengua, son exactamente lo que los textos kabalísticos que reproducimos en nuestro último artículo llaman el Pensamiento y la voz, es decir, los dos aspectos interior y exterior del Verbo; hay ahí, entre la tradición hebrea y la tradición egipcia, una similitud tan perfecta como es posible. Esta concordancia de las tradiciones, que se podría sin duda establecer igualmente sobre muchos otros puntos, ¿no explica que Hebreos y Egipcios hayan podido tener, cada uno aplicándola a su propio país, la misma idea de la “Tierra Santa” como “Corazón del Mundo” e imagen del Cielo? 2128 EMS XII: LA TIERRA SANTA Y EL CORAZÓN DEL MUNDO

Debemos pues resumir el singular relato que Mme. Besant, presidente de la Sociedad Teosófica, ha hecho en su obra titulada Esoteric Christianity, según las informaciones que se dicen obtenidas por “clarividencia”, pues los jefes del teosofismo tienen la pretensión de poseer una facultad que les permite hacer investigaciones directas en lo que ellos llaman “los archivos ocultos de la tierra”. He aquí lo esencial de ese relato: el niño judío cuyo nombre fue traducido por el de Jesús nació en Palestina el año 105 antes de nuestra era; sus padres le instruyeron en las letras hebreas; a los doce años, visitó Jerusalén, después fue confiado a una comunidad esenia de la Judea meridional. A los diecinueve años, Jesús entró en el monasterio del monte Serbal, donde se encontraba una biblioteca ocultista considerable, de la que la mayoría de libros “provenían de la India transhimaláyica”; recorrió a continuación EGIPTO, donde se convirtió en “un iniciado de la Logia esotérica de la cual todas las grandes religiones reciben su fundador”. Llegado a la edad de veintinueve años, devino apto para servir de tabernáculo y de órgano para un poderoso Hijo de Dios, Señor de compasión y de sabiduría”; éste, que los Orientales denominan el Bodhisatwa Maitreya y que los Occidentales llaman el Cristo, descendió pues en Jesús, y, durante los tres años de su vida pública, ” fue él quien vivía y se movía en la forma del hombre Jesús, predicando, curando las enfermedades, y agrupando a su alrededor algunas almas más avanzadas: Pasados tres años, “el cuerpo humano de Jesús se resintió de haber abrigado la presencia gloriosa de un Maestro más que humano”; pero los discípulos que había formado permanecieron bajo su influencia, y, durante más de cincuenta años, continuó visitándolos por medio de su “cuerpo espiritual” e iniciándolos en los misterios esotéricos. Seguidamente, alrededor de los relatos de la vida histórica de Jesús, se cristalizaron los “mitos” que caracterizan a un “dios solar”, y que, tras dejarse de comprender su significado simbólico, dieron nacimiento a los dogmas del Cristianismo. 2192 EMS XVIII: UNA FALSIFICACIÓN DEL CATOLICISMO

Para el Pitagorismo, la cuestión es quizás más compleja; y los viajes de Pitágoras, ya sea que se entiendan por lo demás literal o simbólicamente, no implican necesariamente «tomas en préstamo» hechas a las doctrinas de tal o de cual pueblo (al menos en cuanto a lo esencial, y sea como fuere la cosa en algunos puntos de detalle), sino antes el establecimiento o el reforzamiento de algunos lazos con iniciaciones más o menos equivalentes. Parece, en efecto, que el Pitagorismo fue sobre todo la continuación de algo que preexistía en Grecia misma, y que no haya lugar a buscar en otra parte su fuente principal: Queremos hablar de los Misterios, y más particularmente del Orfismo, del que quizás no fue más que una «readaptación», en aquella época del siglo VI antes de la era cristiana que, por un extraño sincronismo, vio operarse a la vez cambios de forma en las Tradiciones de casi todos los pueblos. Se dice frecuentemente que los Misterios griegos eran ellos mismos de origen egipcio, pero una afirmación tan general es demasiado «simplista», y, si eso es quizás verdad en algunos casos, como el de los Misterios de Eleusis (en los cuales se parece pensar sobre todo en la ocurrencia), otros hay en lo que eso no sería de ningún modo sostenible (Apenas hay necesidad de decir que algunos relatos, en los que se ve a Moisés y Orfeo recibiendo alm ismo tiempo la iniciación en los templos de EGIPTO, no son más que fantasías que no reposan sobre nada serio; ¿y qué es lo que no se ha contado sobre la iniciación egipcia desde el Séthos del abate Terrasson?). Ahora bien, ya sea que se trate del Pitagorismo mismo o del Orfismo anterior, no es en punto ninguno en Eleusis donde es menester buscar el «punto de incidencia» de los mismos, sino en Delfos; y el Apolo délfico no es de ningún modo egipcio, sino hiperbóreo, origen que, de cualquier manera, es imposible considerar para la Tradición hebraica (Se trata aquí de la derivación directa; aún cuando que la Tradición Primordial es hiperbórea, y aún cuando que por consecuencia todas las formas Tradicionales sin excepción se vinculan finalmente a ese origen, casos hay; como el de la Tradición hebraica, en los que esto no es quizás sino muy indirectamente y a través de una más o menos larga serie de intermediarios, que sería por otra parte bien difícil de pretender reconstituir exactamente. ); esto nos conduce por lo demás directamente al punto más importante en lo que concierne a la ciencia de los números y a las formas diferentes de que se ha revestido. Esta ciencia de los números en el Pitagorismo, aparece como estrechamente ligada a la de las formas geométricas; y, por lo demás, es la misma cosa en Platón, que, a este respecto, es puramente pitagórico. Podríase ver ahí la expresión de un rasgo característico de la mentalidad helénica, vinculada sobre todo a la consideración de las formas visuales; y se sabe que en efecto, entre las ciencias matemáticas, es la geometría la que los griegos desarrollaron más particularmente (El álgebra, por el contrario, es de origen hindú y no fue introducida en Occidente sino mucho más tarde, por la mediación de los árabes, que le dieron el nombre que siempre ha guardado (el-jalor). ). Empero, hay algo más, al menos en lo que concierne a la «geometría sagrada», que es aquello de lo que se trata aquí: El Dios «geómetra» de Pitágoras y de Platón, entendido en su significación más precisa y, podríase decir, «técnica», no es otro que Apolo. No podemos entrar a este sujeto en desarrollos que nos llevarían muy lejos, y quizás que volvamos sobre esta cuestión en otra ocasión; nos basta al presente con hacer destacar que este hecho se opone decididamente a la hipótesis de un origen común del Pitagorismo y de la Kabbala, y eso sobre el punto mismo en que se ha buscado sobre todo aproximarles, y que es, a decir verdad, el única que haya podido dar la idea de una tal aproximación, es decir, la similitud aparente de las dos doctrinas en cuanto a la función que juega en las mismas la ciencia de los números. 2529 FTCC KABBALA Y CIENCIA DE LOS NÚMEROS

Aprovecharemos de esta ocasión para precisar todavía algunas nociones importantes, y en primer lugar la significación que conviene atribuir al término «hermetismo» en sí mismo, que algunos de nuestros contemporáneos parecen emplear un poco a diestro y siniestro. Este término indica que se trata esencialmente de una Tradición de origen egipcio, revestida después de una forma helenizada, sin duda en la época alejandrina, y transmitida bajo esta forma, en la Edad Media, a la vez al mundo islámico y al mundo cristiano, y, agregaremos que al segundo en gran parte por la intermediación del primero, como lo prueban los numerosos términos árabes o arabizados adoptados por los hermetistas europeos, comenzando por el término mismo de «alquimia» (el-Kimia) (Este término es árabe en su forma, pero no en su raíz; deriva verosímilmente del nombre de Kémi o «Tierra negra» dado al antiguo EGIPTO. ). Sería pues del todo ilegítimo extender esta designación a otras formas Tradicionales, como lo sería otro tanto por ejemplo, llamar «Kabbala» a otra cosa que el esoterismo hebraico; no es, bien entendido, que no existan equivalencia de ello en otras partes, y existen incluso, de suerte que esta ciencia Tradicional que es la alquimia tiene su exacta correspondencia en doctrinas como las de la India, del Tíbet y de la China, aunque con modos de expresión y métodos de realización naturalmente bastante diferentes; pero desde que se pronuncia el nombre de «hermetismo», se especifica por ahí mismo una forma claramente determinada cuya proveniencia no puede ser más que greco-egipcia. En efecto, la doctrina así designada es por ello mismo atribuida a Hermes, en tanto que éste era considerado por los griegos como idéntico al Thoth egipcio; y haremos destacar de inmediato que esto va contra la tesis de M. Evola, al presentar esta doctrina como esencialmente derivada de una enseñanza sacerdotal, ya que Thoth, en su función de conservador y de transmisor de la Tradición, no es otra cosa que la representación misma del antiguo sacerdocio egipcio, o antes, para hablar más exactamente, del principio de inspiración de quien éste tenía su autoridad y en el nombre del cual formulaba y comunicaba el conocimiento iniciático. 2572 FTCC LA TRADICIÓN HERMÉTICA

Lo que hemos dicho sobre algunas empresas «pseudo-iniciáticas» puede hacer comprender fácilmente las razones por las cuales estamos poco tentado a abordar cuestiones tocantes, más o menos directamente, a la antigua Tradición egipcia. Podemos todavía, a este propósito, agregar esto: El hecho mismo de que los egipcios actuales no se preocupen de ningún modo de las búsquedas concernientes a aquella civilización desaparecida bastaría para mostrar que no puede haber en eso, bajo el punto de vista que nos interesa, ningún beneficio efectivo; si la cosa fuera de otro modo, en efecto, es bien evidente que no habrían abandonado el monopolio de las mismas a unos extranjeros, que por lo demás jamás hacen de las búsquedas en cuestión nada más que un asunto de erudición. La verdad es que entre el EGIPTO antiguo y el EGIPTO actual, no hay más que una coincidencia geográfica, sin la menor continuidad histórica; es así que la Tradición de que se trata es todavía más completamente extraña en los países donde existió antiguamente, de lo que lo es el druidismo para los pueblos que habitan hoy los antiguos países célticos; y el hecho de que subsistan de aquella monumentos mucho más numerosos no cambia nada en este estado de cosas. Tenemos a bien precisar este punto de una vez por todas, a fin de cortar a secas todas las ilusiones que se hacen demasiado fácilmente a este respecto los que jamás han tenido la ocasión de examinar las cosas de cerca; y, al mismo tiempo, esta precisión destruirá todavía más completamente las pretensiones de los «pseudo-iniciados» que, escudándose en el antiguo EGIPTO, querrían dar a entender que se vinculan a algo que subsistirá en EGIPTO mismo; sabemos por lo demás que esto en punto ninguno es una suposición puramente imaginaria, y que algunos, contando con la ignorancia general, en lo que desafortunadamente no carecen del todo de razón, llevan efectivamente sus pretensiones hasta ahí. 2588 FTCC LA TUMBA DE HERMES

Las reservas que hemos formulado el año pasado, en cuanto al carácter puramente hipotético de todo ensayo de reconstitución y de interpretación de la antigua Tradición egipcia, a propósito de otra obra del mismo autor, se aplicarían igualmente a ésta, en cuya primera parte reencontramos, más brevemente expuestas algunas de las mismas ideas. El libro comienza por un estudio de la escritura jeroglífica, que reposa sobre principios perfectamente justos y por lo demás bastante generalmente conocidos, en lo que concierne a la pluralidad de los sentidos de esta escritura; pero, cuando se quiere hacer aplicación de los mismos y entrar en el detalle, ¿cómo estar bien seguro de no mezclar ahí más o menos fantasía? Destacamos también que el término «ideográfico» no se aplica, como se dice aquí, a la simple representación de objetos sensibles, y que, cuando se trata de la escritura, es en suma sinónimo de «simbólico»; y hay muchas otras impropiedades de lenguaje que no son menos deplorables: Así, es bien cierto que la doctrina egipcia debía ser «monoteísta» en el fondo, puesto que toda doctrina Tradicional sin excepción lo es esencialmente, en ese sentido de que no puede no afirmar la unidad principal; pero, si esta palabra de «monoteísmo» presenta así una significación aceptable, incluso fuera de las formas específicamente religiosas, ¿habría derecho, por otra parte, a llamar «panteísmo» a lo que todo el mundo ha convenido en nombrar «politeísmo»? Otra equivocación más grave es la que concierne a la magia, que el autor confunde visiblemente en muchos casos con la teúrgia (confusión que es la misma en suma que la de lo psíquico con lo espiritual) pues la ve por todas partes donde se trata del «poder del verbo», lo que le lleva a creer que la magia ha debido jugar un papel capital en el origen mismo, cuando es que al contrario su predominio, así como lo hemos explicado frecuentemente, no ha podido ser, en EGIPTO tanto como por cualquier otra parte, más que el hecho de una degeneración más o menos tardía. Anotamos todavía, antes de ir más lejos, una concesión bastante infeliz a las teorías «evolucionistas» modernas: Si los hombres de aquellas épocas antiguas hubieran tenido la mentalidad grosera o rudimentaria que se les presta, ¿dónde habrían en efecto podido reclutarse esos «iniciados» entre quienes, en las mismas épocas, se constata justamente todo lo contrario? Entre el «evolucionismo» antitradicional y la aceptación de los datos Tradicionales, es menester necesariamente escoger, y todo compromiso no puede conducir más que a insolubles contradicciones. 2603 FTCC RESEÑAS: ENEL: A Message from the Sphinx (Rider and Co, London).

La segunda parte está consagrada a la Kabbala hebraica, lo que podría sorprender si uno no conociera las ideas del autor sobre este punto: Para él, en efecto, la Tradición hebraica ha salido directamente de la Tradición egipcia, las mismas son como «dos eslabones consecutivos de una misma cadena». Hemos dicho ya lo que pensamos de ello, pero precisaremos todavía: El autor tiene seguramente razón en admitir que la Tradición egipcia fue derivada de la Atlántida (que por otra parte, podemos declararlo más claramente de lo que él lo hace, no fue ella misma por eso la sede de la Tradición Primordial), pero ella no fue la única, y la misma cosa parece verdad concretamente de la Tradición Caldea; la enseñanza árabe sobre los «tres Hermes», de la cual hemos hablado en otra ocasión, indica con bastante claridad este parentesco; pero, si la fuente principal es así la misma, la diferencia de estas formas fue probablemente determinada sobre todo por el encuentro con otras corrientes, viniendo una del Sur para EGIPTO, y la otra del Norte para Caldea. Ahora bien, la Tradición hebraica es esencialmente «abrahámica», y por tanto, de origen Caldeo; la «readaptación» operada por Moisés ha podido sin duda, a consecuencia de las circunstancias de lugar, ayudarse accesoriamente de elementos egipcios, sobre todo en lo que concierne a algunas ciencias Tradicionales más o menos secundarias; pero la misma no podría de ninguna manera haber tenido por efecto hacer salir a esta Tradición de su línea propia, para trasladarla a otra línea, extranjera al pueblo al cual estaba expresamente destinada y en la lengua del cual debía ser formulada. Por lo demás, desde que se reconoce la comunidad de origen y de fondo de todas las doctrinas Tradicionales, la constatación de ciertas similitudes no entraña de ningún modo la existencia de una filiación directa: La cosa es así, por ejemplo, en relaciones como las que el autor quiere establecer entre los Sephiroth y la «Eneada» egipcia, ello, admitiendo que las mismas estén justificadas; y, en rigor, incluso si se estima que se trata de semejanzas incidentes sobre puntos muy particulares como para remontarse hasta la Tradición Primordial, el parentesco de las Tradiciones egipcia y caldea bastaría en todo caso ampliamente para rendir cuenta de ello. En cuanto a pretender que la escritura hebraica primitiva fue sacada de los jeroglíficos, es esa una hipótesis del todo gratuita, dado que, de hecho, nadie sabe con justeza lo que era esta escritura; todos los indicios que pueden encontrarse a este respecto tienden inclusive antes bien a hacer pensar lo contrario; y, además, uno no ve del todo como la asociación de los números a las letras, que es esencial en lo que concierne al hebreo, habría en efecto podido ser tomada al sistema jeroglífico. Además, las similitudes estrechas que existen entre el hebreo y el árabe, y a las cuales no se hace aquí la menor alusión, van todavía manifiestamente a la contra de esta hipótesis, pues sería sin embargo bien difícil de sostener seriamente que la Tradición árabe también ha debido salir de EGIPTO! Pasaremos rápidamente sobre la tercera parte, donde se encuentran primero pareceres sobre el arte que, si contienen a despecho de todo cosas justas, por ello no parten menos de una afirmación más que contestable; no es posible decir, al menos sin precisar más, que «no hay más que un arte», ya que es demasiado evidente que la unidad de fondo, es decir, de las ideas expresadas simbólicamente, no excluye de ningún modo la multiplicidad de las formas. En los capítulos siguientes, el autor da una apercepción, no de las ciencias Tradicionales auténticas como uno habría podido desearlo, sino de algunos residuos más o menos deformados que de las mismas han subsistido hasta nuestra época, sobre todo bajo el aspecto «adivinatorio»; la influencia que ejercen sobre él las concepciones «ocultistas» se muestra aquí de una manera particularmente enojosa. Agregamos también que es del inexacto decir que algunas de las ciencias que eran enseñadas en los templos antiguos equivalían pura y simplemente a las ciencias modernas y «universitarias»; en realidad, incluso ahí donde puede haber una aparente similitud de objeto, el punto de vista no era por ello menos totalmente diferente, y hay siempre un verdadero abismo entre las ciencias Tradicionales y las ciencias profanas. En fin, no podemos dispensarnos de revelar algunos errores de detalle, pues los hay que son verdaderamente sorprendentes; ¡Así, la imagen bien conocida del «batimiento del mar» es dada por la de un «dios Samudra Mutu» (sic)! Pero eso es quizás todavía más excusable que las faltas concernientes a cosas que deberían ser más familiares al autor que la Tradición hindú, y especialmente la lengua hebraica. No hablamos de lo que no es más que un asunto de transcripción, aún cuando que ésta esté terriblemente «descuidada»; pero, ¿cómo se puede llamar constantemente Ain Bekar lo que es en realidad Aiq Bekar (sistema criptográfico conocido en árabe tanto como en hebreo, y donde podría verse el prototipo de los alfabetos masónicos), confundir además, en cuanto a sus valores numéricos, la forma final del kaph con la del noun, y mencionar todavía por añadidura un «samek final» que jamás ha existido y que no es otra cosa que un mem? ¿Cómo puede uno asegurar que los traductores del Génesis han traducido thehôm por las «aguas», en un lugar donde el término que se encuentra en el texto hebreo es maim y no en punto ninguna thehôm, o que «Ain Soph significa literalmente el Antiguo de los Años», cuando es que la traducción estrictamente literal de este nombre es «sin límite»? Ietsirah es «Formación» y no «Creación» (que se dice Beriah); Zohar no significa «Carro celeste» (confusión evidente con Merkabah), sino «Esplendor»; el autor parece ignorar completamente lo que es el Talmud, dado que le considera como formado del Notarikon, de la Temourah y de la Gematria, que por lo demás no son «libros» como dice, sino métodos de interpretación kabbalística! Nos detendremos ahí; pero se convendrá en que semejantes errores no invitan apenas a aceptar ciegamente las aserciones del autor sobre puntos menos fácilmente verificable y a acordar una confianza sin reserva a sus teorías egiptológicas… 2604 FTCC RESEÑAS: ENEL: A Message from the Sphinx (Rider and Co, London).

No tenemos cualidad para apreciar un poema como tal, pero, bajo el punto de vista simbólico, éste nos parece menos claro de lo que hubiera sido deseable, e incluso el carácter esencialmente «cíclico» y «solar» del mito del Fénix no se desprende del mismo muy distintamente; en cuanto al símbolo del huevo, confesamos no haber logrado comprender de que modo es considerado ahí; la inspiración del conjunto, a despecho del título, da la impresión de ser más «filosófico» que simbólico. Por otra parte, el autor parece creer seriamente en la existencia de una cierta organización denominado «Hermanos de Heliopolis» y en sus relaciones con una Tradición egipcia; uno se hace frecuentemente, en Europa, muchas ideas curiosas sobre el EGIPTO… Por lo demás, ¿está bien seguro de que sea a la Heliopolis de EGIPTO a la que el Fénix estuvo primitivamente asociado? Hubo también Heliopolis de Siria, y, si de destaca que Siria no fue siempre únicamente el país que lleva este nombre todavía hoy, esto puede aproximarnos más a los orígenes; la verdad, en efecto, es que estas diversas «Ciudades del Sol» de una época relativamente reciente no fueron jamás más que imágenes secundarias de la «Tierra solar» hiperborea, y que así, por encima de todas las formas derivadas que se conocen «históricamente», el simbolismo del Fénix se encuentra directamente vinculado a la Tradición Primordial misma. 2613 FTCC RESEÑAS: NOËL DE LA HOUSSAYE: Los Bronces italiotas arcáicos y su simbología. (Ediciones del Trident, París).

Por lo demás, es menester no sorprenderse de esta situación «central» atribuida al Imperio chino en relación al mundo entero; de hecho, fue siempre la misma cosa para toda región donde estaba establecido el centro espiritual de una tradición. En efecto, este centro era una emanación o un reflejo del centro espiritual supremo, es decir, del centro de la Tradición primordial de la que todas las formas tradicionales regulares se derivan por adaptación a circunstancias particulares de tiempo y de lugar, y, por consiguiente, estaba constituido a la imagen de este centro supremo al que se identificaba en cierto modo virtualmente (NA: Ver El Rey del Mundo, y también Apercepciones sobre la Iniciación, cap. X.). Por eso es por lo que la región misma que poseía un tal centro espiritual, cualquiera que fuera, era una «Tierra Santa», y, como tal, era designada simbólicamente por denominaciones tales como las de «Centro del Mundo» o «Corazón del Mundo», lo que era en efecto para aquellos que pertenecían a la tradición de la que ella era la sede, y a quienes la comunicación con el centro espiritual supremo era posible a través del centro secundario correspondiente a esa tradición (NA: Hemos dado hace un momento un ejemplo de una tal identificación con el «Centro del Mundo» en lo que concierne a la Tierra de Israel; se puede citar también, entre otros, el ejemplo del antiguo EGIPTO: según Plutarco, «los Egipcios dan a su región el nombre de Chêmia (NA: Kêmi o «tierra negra», de donde ha venido el nombre de la alquimia), y la comparan a un corazón» (NA: Isis y Osiris, 33; traducción de Mario Meunier, p. 116); esta comparación, cualesquiera que sean las razones geográficas u otras que se le hayan podido dar exotéricamente, no se justifica en realidad más que por una asimilación al verdadero «Corazón del Mundo».). El lugar donde este centro estaba establecido estaba destinado a ser, según el lenguaje de la Kabbala hebraica, el lugar de manifestación de la Shekinah o «presencia divina» (NA: Ver El Rey del Mundo, cap. III, y El Simbolismo de la Cruz, cap. VII. — Es esto lo que era el Templo de Jeusalem para la tradición hebraica, y es por eso por lo que el Tabernáculo o el Santo de los Santos era llamado mishkan o «habitáculo divino»; solo el Sumo Sacerdote podía penetrar en él para desempeñar, como el Emperador en China, la función de «mediador».), es decir, en términos extremo orientales, el punto donde se refleja la «Actividad del Cielo», y que es propiamente, como ya lo hemos visto, el «Invariable Medio», determinado por el encuentro del «Eje del Mundo» con el dominio de las posibilidades humanas (NA: La determinación de un lugar susceptible de corresponder efectivamente a este «Invariable Medio» dependía esencialmente de la ciencia tradicional que ya hemos designado en otras ocasiones bajo el nombre de «geografía sagrada».); y lo que es particularmente importante de notar a este respecto, es que la Shekinah era representada siempre como «Luz», del mismo modo que el «Eje del Mundo», así como ya lo hemos indicado, era asimilado simbólicamente a un «rayo luminoso». 2825 RGGT EL «MING-TANG»

Si se quisiera figurar esquemáticamente la divergencia de la que hablamos, no habría que trazar dos líneas que irían alejándose por una parte y otra de un eje; sino que Oriente debería ser representado por el eje mismo, y Occidente por una línea que parte de ese eje y que se aleja de él a la manera de una rama que se separa del tronco, así como lo decíamos precedentemente. Este símbolo sería tanto más justo cuanto que, en el fondo, desde los tiempos llamados históricos al menos, Occidente no ha vivido nunca intelectualmente, en la medida en la que no ha tenido una intelectualidad más que de préstamos hechos por Oriente, directa o indirectamente. La civilización griega misma está bien lejos de haber tenido esa originalidad que se complacen en proclamar aquellos que son incapaces de ver nada más allá, y que llegarían hasta pretender gustosamente que los griegos se han calumniado cuando se les ocurrió reconocer lo que debían a EGIPTO, a Fenicia, a Caldea, a Persia, e incluso a la India. Por más que todas estas civilizaciones sean incomparablemente más antiguas que la de los griegos, algunos, cegados por lo que podemos llamar el «prejuicio clásico», están completamente dispuestos a sostener, contra toda evidencia, que son ellas las que han tomado préstamos de esta última y las que han sufrido su influencia, y es muy difícil discutir con ellos, precisamente porque su opinión no se apoya más que en prejuicios; pero volveremos más ampliamente sobre esta cuestión. No obstante, es cierto que los griegos han tenido una cierta originalidad, pero que no es lo que se cree ordinariamente, y no consiste apenas más que en la forma bajo la que han presentado y expuesto lo que tomaban, modificándolo de manera más o menos afortunada para adaptarlo a su propia mentalidad, completamente diferente de la de los orientales, e incluso opuesta ya a ésta por más de un lado. 3555 IGEDH La divergencia

Para volver de nuevo a nuestro punto de partida, nadie está autorizado por el hecho de que los filósofos griegos más antiguos han precedido en varios siglos a la época alejandrina, a concluir que no han conocido nada de las doctrinas hindúes. Para citar un ejemplo, el atomismo, mucho tiempo antes de aparecer en Grecia, había sido sostenido en la India por la escuela de Kanâda, y después por los jainas y los budistas; puede ser que haya sido importado a Occidente por los fenicios, como algunas tradiciones lo dan a entender, pero, por otra parte, diversos autores afirman que Demócrito, que fue uno de los primeros entre los griegos en adoptar esta doctrina, o al menos en formularla claramente, había viajado a EGIPTO, a Persia y a la India. Los primeros filósofos griegos pueden haber conocido incluso, no sólo las doctrinas hindúes, sino también las doctrinas budistas, ya que no son, ciertamente, anteriores al budismo, y, además, éste se extendió muy pronto fuera de la India, en regiones de Asia más cercanas a Grecia, y, por consiguiente, relativamente más accesibles. Esta circunstancia fortificaría la tesis, muy sostenible, de traspasos, no por cierto exclusivamente, pero sí principalmente, provenientes de la civilización búdica. Lo que es curioso, en todo caso, es que las aproximaciones que se pueden hacer con las doctrinas de la india son mucho más numerosas y más llamativas en el periodo presocrático que en los periodos posteriores; ¿qué ocurre entonces con el papel de las conquistas de Alejandro en las relaciones intelectuales de los dos pueblos? En suma, no parecen haber introducido, en cuanto a hechos de influencia hindú, más que lo que se puede encontrar en la lógica de Aristóteles, y a lo cual hacíamos alusión precedentemente en lo que concierne al silogismo, así como en la parte metafísica de la obra del mismo filósofo, para la que se podrían señalar también semejanzas demasiado precisas como para ser puramente accidentales. 3579 IGEDH Las relaciones de los pueblos antiguos

Una tendencia muy general entre estos mismos orientalistas es la que les lleva a reducir lo más posible, e incluso frecuentemente más allá de toda medida razonable, la antigüedad de las civilizaciones que tratan, como si estuvieran molestos por el hecho que estas civilizaciones hayan podido existir y estar ya en pleno desarrollo en épocas tan lejanas, tan anteriores a los orígenes más remotos que se puedan asignar a la civilización occidental actual, o más bien a aquellas de las que procede directamente; su partidismo a este respecto no parece tener otra excusa que esa, que es verdaderamente muy insuficiente. Por lo demás, este mismo partidismo se ha ejercido también sobre cosas mucho más vecinas de Occidente, bajo todos los aspectos, de lo que lo son las civilizaciones de la China y de la India, e incluso de las de EGIPTO, de Persia y de Caldea; es así como se esfuerzan, por ejemplo, en «rejuvenecer» la Qabbalah hebraica de manera que pueda suponérsele una influencia alejandrina y neoplatónica, mientras que es muy ciertamente la inversa lo que se ha producido en realidad; y eso siempre por la misma razón, es decir, únicamente porque se ha convenido a priori que todo debe venir de los griegos, que éstos han tenido el monopolio de los conocimientos en la antigüedad, como los europeos se imaginan que le tienen ahora, y que han sido, siempre como estos mismos europeos pretenden serlo actualmente, los educadores y los inspiradores del género humano. Y sin embargo Platón, cuyo testimonio no debería ser sospechoso en la circunstancia, no ha temido contar en el Timeo que los egipcios trataban a los griegos de «niños»; los orientales tendrían, también hoy, muchas razones para decir otro tanto de los occidentales, si los escrúpulos de una cortesía quizás excesiva no les impidieran frecuentemente llegar hasta ahí. No obstante, recordamos que esta misma apreciación fue formulada justamente por un hindú que, al oír por primera vez exponer las concepciones de algunos filósofos europeos, estuvo tan lejos de mostrarse maravillado por ellas que declaró que eran ideas buenas todo lo más para un niño de ocho años. 3587 IGEDH Cuestiones de cronología

Antes de su establecimiento en la India, esta misma tradición era la de una civilización que no llamaremos «arianismo», puesto que ya hemos explicado por qué esta palabra esta desprovista de sentido, pero para la que podemos aceptar, a falta de otra, la denominación de «indoiraní», aunque su lugar de desarrollo no haya sido verdaderamente más el Irán que la India, y simplemente para marcar que debía dar nacimiento después a las dos civilizaciones, hindú y persa, distintas e incluso opuestas en algunos aspectos. Así pues, en una cierta época, debió producirse una escisión bastante análoga a lo que fue más tarde, en la India, la del budismo; y la rama separada, desviada en relación a la tradición primordial, fue entonces lo que se llama «iranismo», es decir, lo que debía devenir la tradición persa, llamada todavía «mazdeísmo». Ya hemos señalado esta tendencia, general en Oriente, de las doctrinas que fueron primero antitradicionales a establecerse a su vez en tradiciones independientes; ésta de que se trata había tomado sin duda este carácter mucho tiempo antes de ser codificada en el Avesta bajo el nombre de Zarathustra o Zoroastro, en el que, por lo demás, es menester no ver la designación de un hombre, sino más bien la de una colectividad, así como ocurre frecuentemente en parecido caso: los ejemplos de Fo-hi para la China, de Vyâsa para la India, de Thoth o Hermes para EGIPTO, lo muestran suficientemente. Por otro lado, un rastro muy claro de la desviación ha permanecido en la lengua misma de los persas, donde algunas palabras tuvieron un sentido directamente opuesto al que tenían primitivamente y que conservaron en sánscrito; el caso de la palabra dêva es aquí el más conocido, pero se podrían citar otros, el del nombre de Indra por ejemplo, y eso no puede ser accidental. El carácter dualista que se atribuye ordinariamente a la tradición persa, si fuera real, sería también una prueba manifiesta de alteración de la doctrina; pero es menester decir, no obstante, que ese carácter parece no ser más que el hecho de una interpretación falsa o incompleta, mientras que hay otra prueba más seria, constituida por la presencia de algunos elementos sentimentales; por lo demás, no vamos a insistir aquí sobre esta cuestión. 3726 IGEDH Significación precisa de la palabra «hindú»

Sin extendernos sobre estas consideraciones que no se refieren más que indirectamente a nuestro tema, diremos también que un centro del género de aquellos de los que acabamos de hablar existía en Creta en la época prehelénica (El nombre de Minos es por sí mismo una indicación suficiente a este respecto, como el de Ménès en lo que concierne a EGIPTO; remitimos también, en cuanto a Roma, a lo que hemos dicho de Numa, y recordaremos la significación del de Shlomoh para Jerusalem. — A propósito de Creta, señalamos de pasada el uso del Laberinto, como símbolo característico, por los constructores de la edad media; lo más curioso es que el recorrido del Laberinto trazado sobre el enlosado de algunas iglesias era considerado como reemplazando al peregrinaje a Tierra Santa para aquellos que no podían cumplirlo.), y que parece que EGIPTO haya contado con varios de ellos, probablemente fundados en épocas sucesivas, como Menfis y Thebas (Se ha visto también que Delfos había desempeñado este papel para Grecia; su nombre evoca el del delfín, cuyo simbolismo es muy importante. — Otro nombre destacable es Babilonia: Bab-Ilu significa «puerta del Cielo», lo que es una de las cualificaciones aplicadas por Jacob a Luz; por lo demás, puede tener también el sentido de «casa de Dios», como Beith-El; pero deviene sinónimo de «confusión» (Babel) cuando se pierde la tradición: es entonces la inversión del símbolo, la Janua Inferni que toma el lugar de la Janua Coeli.). El nombre de esta última ciudad, que fue también el de una ciudad griega, debe retener más particularmente nuestra atención, como designación de centros espirituales, en razón de su identidad manifiesta con el de la Thebah hebraica, es decir, con el del Arca del diluvio. Éste es también una representación del centro supremo, considerado especialmente en tanto que asegura la conservación de la tradición, en el estado de repliegue en cierto modo (Este estado es asimilable al que representa para el comienzo de un ciclo el «Huevo del Mundo», que contiene en germen todas las posibilidades que se desarrollarán en el curso del ciclo; el Arca contiene del mismo modo todos los elementos que servirán a la restauración del mundo, y que son así los gérmenes de su estado futuro.), en el periodo transitorio que es como el intervalo de dos ciclos y que está marcado por un cataclismo cósmico que destruye el estado anterior del mundo para hacer lugar a un estado nuevo (Es también una de las funciones del «Pontificado» asegurar el paso o la transmisión tradicional de un ciclo a otro; la construcción del Arca tiene aquí el mismo sentido que la de un puente simbólico, ya que ambos están destinados igualmente a permitir el «paso de las aguas», que tiene por lo demás significaciones múltiples.). El papel del Noah bíblico (Se observará también que Noé es designado como habiendo sido el primero que plantó la viña (Génesis, IX, 20), hecho que hay que aproximar a lo que hemos dicho más atrás sobre la significación simbólica del vino y su papel en los ritos iniciáticos, a propósito del sacrificio de Melquisedek.) es semejante al que desempeña en la tradición hindú Satyavrata, que deviene después, bajo el nombre de Vaivaswasta, el Manu actual; pero hay que destacar que, mientras que esta última tradición se refiera así al comienzo del presente Manvantara, el diluvio bíblico marca solo el comienzo de otro ciclo más restringido, comprendido en el interior de este mismo Manvantara (Una de las significaciones históricas del diluvio bíblico puede ser aproximada al cataclismo en el que desapareció la Atlántida.); no se trata del mismo acontecimiento, sino solo de dos acontecimientos análogos entre ellos (La misma observación se aplica naturalmente a todas las tradiciones diluvianas que se encuentran en un gran número de pueblos; las hay que conciernen a ciclos todavía más particulares, y es concretamente el caso, en los griegos, de los diluvios de Deucalion y de Ogygès.). 5952 RGRM CAPÍTULO XI

Por otra parte, en lo que a los celtas se refiere, hemos cuidado recordar qué precauciones se imponen cuando quiere hablarse de ellos, en ausencia de toda documentación escrita; pero, ¿por qué querría suponerse, a despecho de los indicios contrarios que a pesar de todo poseemos, que hayan sido menos favorecidos que los demás pueblos de la Antigüedad? En efecto, en todas partes vemos, y no sólo en EGIPTO, la asimilación simbólica establecida entre el corazón y la copa o el vaso; en todas partes, el corazón está considerado como el centro del ser, centro a la vez divino y humano en las aplicaciones múltiples que permite; en todas partes, también, la copa sacrificial representa el Centro o el Corazón del Mundo, la “morada de inmortalidad” (Habríamos podido recordar también el athanor hermético, el vaso en que se cumple la “Gran Obra”, cuyo nombre, según algunos, derivaría del griego athánatos, “inmortal”; el fuego invisible que se mantiene perpetuamente en él corresponde al calor vital que reside en el corazón. Hubiéramos podido, igualmente, establecer vinculaciones con otro símbolo muy difundido, el del huevo, que significa resurrección e inmortalidad, y sobre el cual tendremos quizá oportunidad de volver. Señalemos por otra parte, al menos a titulo de curiosidad, que la copa del Tarot (cuyo origen es, por lo demás, harto misterioso) ha sido reemplazada por el corazón en los naipes franceses, lo que es otro índice de la equivalencia de ambos símbolos); ¿qué más se ha menester? Sabemos bien que la copa y la lanza, o sus equivalentes, han tenido además otras significaciones que las que hemos indicado, pero, sin detenernos en ello, podemos decir que todas esas significaciones, por extrañas que algunas puedan parecer a los ojos de los modernos, son perfectamente concordes entre sí, y expresan en realidad las aplicaciones de un mismo principio a órdenes diversos, según una ley de correspondencia en la cual se funda la armoniosa multiplicidad de sentidos que se incluyen en todo simbolismo. 6653 SFCS EL SAGRADO CORAZON Y LA LEYENDA DEL SANTO GRAAL

Un primer punto sobre el que importa llamar la atención es el siguiente: la afirmación según la cual la lengua hebrea sería la lengua misma de la revelación primitiva bien parece no tener sino carácter exotérico y no pertenecer al fondo mismo de la doctrina cabalística, sino, en realidad, recubrir simplemente algo mucho más profundo. La prueba está en que lo mismo se encuentra igualmente dicho de otras lenguas, y que esta afirmación de “primordialidad”, si así puede llamarse, no podría ser tomada literalmente, ni justificarse en todos los casos, puesto que implicaría una contradicción evidente. Así es, en particular, para la lengua árabe, e inclusive es opinión muy comúnmente difundida en el país donde se la usa que habría sido la lengua original de la humanidad; pero lo notable, y lo que nos ha hecho pensar que debe ser el mismo el caso en lo que concierne al hebreo, es que esa opinión vulgar está tan poco fundada y tan desprovista de autoridad, que se halla en formal contradicción con la verdadera enseñanza tradicional del Islam, según la cual la lengua “adámica” era la “lengua siríaca” (logah sûryâniyah), que, por otra parte, nada tiene que ver con el país actualmente designado con el nombre de Siria, así como tampoco con ninguna de las lenguas más o menos antiguas cuyo recuerdo se ha conservado entre los hombres hasta hoy. Esa logah sûryâniyah es propiamente, según la interpretación que se da de su nombre, la lengua de la “iluminación solar” (shems-ish-râqyah); en efecto, Sûryâ es el nombre sánscrito del Sol, y esto parecería indicar que su raíz sur, una de las que designan la luz, pertenecía sí a la lengua original. Se trata, pues, de esa Siria primitiva de la cual Homero habla como de una isla situada “más allá de Ogigia”, lo que la identifica con la Tula hiperbórea, “donde están las revoluciones del Sol”. Según Josefo, la capital de ese país se llamaba Heliápolis, “ciudad del Sol” (Cf. La Ciudadela solar de los Rosacruzes, La Ciudad del Sol, de Campanella, etc. A esta primera Heliópolis debiera ser referido en realidad el simbolismo cíclico del Fénix), nombre dado después a la ciudad de EGIPTO también llamada On, así como Tebas habría sido originariamente uno de los nombres de la capital de Ogigia. Las sucesivas transferencias de estos nombres, y de muchos otros, serían particularmente interesantes de estudiar en lo que concierne a la constitución de los centros espirituales secundarios de los diversos períodos, constitución que se halla en relación estrecha con la de las lenguas destinadas a servir de “vehículos” a las formas tradicionales correspondientes. Esas lenguas son aquellas a las que se puede dar propiamente el nombre de “lenguas sagradas”; y precisamente sobre la distinción que debe hacerse entre esas lenguas sagradas y las lenguas vulgares o profanas reposa esencialmente la justificación de los métodos cabalísticos, así como procedimientos similares que se encuentran en otras tradiciones. 6688 SFCS LA CIENCIA DE LAS LETRAS (‘ILMU-L-HURÛF)

El simbolismo de que se trata se encuentra particularmente entre los antiguos egipcios; en efecto, según Plutarco, “los egipcios dan a su país el nombre de Khemia (Kêmi, en lengua egipcia, significa ‘tierra negra’, designación cuyo equivalente se encuentra también en otros pueblos; de esta palabra proviene la de alquimia (donde al- no es sino el artículo árabe), que designaba originariamente la ciencia hermética, es decir, la ciencia sacerdotal de EGIPTO), y lo comparan a un corazón” (Isis y Osiris, 33; trad. francesa de Mario Meunier, pág. 116). La razón que da este autor es bastante extraña: “Ese país es en efecto cálido, húmedo, está contenido en las partes meridionales de la tierra habitada, extendido a mediodía como en el cuerpo del hombre el corazón se extiende a la izquierda”, pues “los egipcios consideran el Oriente como el rostro del mundo, el Norte como la derecha y el Mediodía como la izquierda” (Ibid., 32, pág. 112. En la India, al contrario, el “lado de la derecha”(dákshina) es el mediodía, pero, a pesar de las apariencias, viene a ser lo mismo en ambos casos, pues debe entenderse por ello el lado que uno tiene a la derecha cuando mira hacia oriente, y es fácil representarse el lado izquierdo del mundo como extendido hacia la derecha del que lo contempla, e inversamente, como ocurre para dos personas situadas frente a frente). Éstas no son sino similitudes harto superficiales, y la verdadera razón ha de ser muy otra, puesto que la misma comparación con el corazón se aplica generalmente a toda tierra a la cual se atribuya carácter sagrado y “central” en sentido espiritual, cualquiera fuere su situación geográfica. Por lo demás, según el mismo Plutarco, el corazón, que representaba a EGIPTO, representaba a la vez el Cielo: “Los egipcios — dice — figuran el Cielo, que no puede envejecer porque es eterno, por un corazón colocado sobre un brasero cuya llama alimenta su ardor (Isis y Osiris, 10, pág. 49. Se advertirá que este símbolo, con la significación que aquí se le da, parece poder vincularse con el del Fénix). Así, mientras que el corazón se figura por un vaso que no es sino el que las leyendas del Medioevo occidental designarían como el “Santo Graal”, es a su vez y simultáneamente el jeroglífico de EGIPTO y del Cielo. 6758 SFCS LOS GUARDIANES DE TIERRA SANTA

Estas consideraciones nos llevan a otras verificaciones quizá más extrañas todavía: una idea aparentemente inexplicable a primera vista es la de referir a los fenicios el origen del Zodíaco de Glastonbury; verdad es que se acostumbra a atribuir a ese pueblo muchas cosas más o menos hipotéticas, pero la afirmación misma de su existencia en una época tan remota nos parece aún más cuestionable. Solo que debe notarse que los fenicios habitaban la Siria “histórica”; ¿habría sido el nombre del pueblo objeto de la misma transferencia que el del país mismo? Lo que daría lugar a suponerlo por lo menos es su conexión con el simbolismo del Fénix; en efecto, según Josefo, la capital de la Siria primitiva era Heliópolis, la “Ciudad del Sol”, nombre que fue dado más tarde a la ciudad egipcia de On; y a la primera Heliópolis, y no a la de EGIPTO, debería adjudicarse en realidad el simbolismo cíclico del Fénix y sus renacimientos. Ahora bien, según Diodoro Sículo uno de los hijos de Helios, o del Sol, llamado Actis, fundó la ciudad de Heliópolis; y ocurre que el término Actis existe como nombre de lugar en las cercanías de Glastonbury, y en condiciones que lo ponen precisamente en relación con el Fénix, en el cual se habría transformado, según otras referencias, ese “príncipe de Heliápolis” mismo. Naturalmente, el autor, engañado por las aplicaciones múltiples y sucesivas de los mismos nombres, cree que se trata aquí de la Heliópolis egipcia, como también cree poder hablar literalmente de los fenicios “históricos”, lo cual es en suma tanto más excusable cuanto que los antiguos, en la época “clásica”, incurrían ya harto a menudo en semejantes confusiones; el conocimiento del verdadero origen hiperbóreo de las tradiciones, que dicho autor no parece sospechar, es lo único que puede permitir el restablecimiento del sentido real de todas esas designaciones. 6778 SFCS LA TIERRA DEL SOL

Para comprender de qué se trata, ha de recordarse que los pueblos de que acabamos de hablar son de aquellos que se consideran a sí mismos como ocupantes de una situación “central”; es muy conocida, en particular, la designación de la China como el “Reino del Centro” (Chung-kuo), así como el hecho de que EGIPTO era asimilado por sus habitantes al “Corazón del Mundo”. Esta situación “central” está, por lo demás, enteramente justificada desde el punto de vista simbólico, pues cada una de las comarcas a las cuales se atribuía era efectivamente sede del centro espiritual de una tradición, emanación e imagen del centro espiritual supremo y representante de él para aquellos que pertenecían a esa tradición particular, de suerte que era para ellos verdadera y efectivamente elCentro del Mundo” (Ver La Grande Triade, cap. XVI). Pero el centro es, en razón de su carácter principial, lo que podría llamarse el “lugar” de la no-manifestación; como tal, el color negro, entendido en su sentido superior, le conviene realmente. Es preciso, por lo demás, notar que, al contrario, el color blanco conviene también al centro según otro respecto; queremos decir, en cuanto que es el punto de partida de una “irradiación” asimilada a la de la luz (Ver “Les septs rayons et l’arc-en-ciel” (aquí, cap. LVII: “Los siete rayos y el arco iris”)); podría decirse, pues, que el centro es “blanco” exteriormente y con respecto a la manifestación que de él procede, mientras que es “negro” interiormente y en sí mismo; y este último punto de vista es, naturalmente, el de los seres que, por una razón como la que acabamos de mencionar, se sitúan simbólicamente en el centro mismo. 6822 SFCS LOS “CABEZAS NEGRAS”

En efecto, si el tigre o el leopardo es un símbolo del Set egipcio, la serpiente es el otro (Es muy notable que, el nombre griego Typhôn esté anagramáticamente formado por los mismos elementos que Pythôn); y ello se comprende sin dificultad, si se la encara según su aspecto maléfico, el que más comúnmente se le atribuye; pero se olvida casi siempre que la serpiente tiene además un aspecto benéfico, el cual se encuentra también en el simbolismo del antiguo EGIPTO, especialmente en la forma de la serpiente real, el uraeus o basilisco (Recordemos también a la serpiente que figura a Knef y produce el “Huevo del Mundo” por su boca (símbolo del Verbo); sabido es que éste, para los druidas, era igualmente el “huevo de serpiente” (representado por el erizo de mar fósil)) Aun en la iconografía cristiana, la serpiente es a veces símbolo de Cristo (En Le Roi du Mondè, cap. III, hemos señalado a este respecto la figuración de la anfisbena (amphisbaina), serpiente de dos cabezas, una de las cuales representa a Cristo y la otra a Satán); y el Shet bíblico, cuyo papel en la leyenda del Graal hemos señalado en otra ocasión (Le Roi du Monde, cap. V), se considera a menudo como una “prefiguración” de Cristo (Es verosímil que los gnósticos llamados “setianos” no difirieran en realidad de los “ofitas”, para los cuales la serpiente (óphis) era símbolo del Verbo y la Sabiduría, (Sophía)). Puede decirse que los dos Shet no son en el fondo sino las dos serpientes del caduceo hermético (Es muy curioso que el nombre de Shet, reducido a sus elementos esenciales S T en el alfabeto latino (que no es sino una forma del alfabeto fenicio), dé la figura de la “serpiente de bronce”. A propósito de esta última, señalemos que en realidad la misma palabra significa en hebreo “serpiente” (nahash) y “bronce” (nehash); se encuentra en árabe otra relación no menos extraña: nahas (‘calamidad’) y nahàs (‘cobre’)): son, si se quiere, la vida y la muerte, producidas ambas por un poder único en su esencia pero doble en su manifestación (Se podrá, sobre este punto, remitir al estudio que hemos dedicado a las “piedras del rayo” (cap. XXV de esta compilación)). 6864 SFCS SHET

Si nos detenemos en esta interpretación en términos de vida y muerte, aunque no sea en suma sino una aplicación particular de la consideración de dos términos contrarios o antagónicos, ello se debe a que el simbolismo de la serpiente está ligado ante todo a la idea misma de vida (Este sentido es particularmente manifiesto para la serpiente que se enrolla en torno del bastón de Esculapio); en árabe, la serpiente se llama el-hayyah, y la vida el-hayàh (hebreo hayàh, a la vez ‘vida’ y ‘animal’, de la raíz hay, común a ambas lenguas) (El-Hay es uno de los principales nombres divinos; debe traducírselo, no por “el Viviente”, como a menudo se hace, sino por “el Vivificante”, el que da la vida o es el principio de ella). Esto, que se vincula con el simbolismo del “Árbol de Vida” (Ver Le Symbolisme de la Croix, cap. XXV), permite a la vez entrever una singular relación entre la serpiente y Eva (Hawà, la ‘viviente’); y pueden recordarse aquí las figuraciones medievales de la “tentación”, donde el cuerpo de la serpiente, enroscado al árbol, tiene encima un busto de mujer (Se encuentra un ejemplo en el portal izquierdo de Notre-Dame de París). Cosa no menos extraña, en el simbolismo chino Fu-hsi y su hermana Nü-kua, que, se dice, reinaron juntos formando una pareja fraterna, como se la encuentra igualmente en el antiguo EGIPTO (inclusive hasta en la época de los Tolomeos), se representan a veces con cuerpo de serpiente y cabeza humana; y hasta ocurre que las dos serpientes se entrelacen como las del caduceo, por alusión sin duda al complementarismo del yang y el yin (Se dice que Nü-kua fundió piedras de los cinco colores (blanco, negro, rojo, amarillo, azul) para reparar un desgarramiento en la bóveda celeste, y también que cortó las cuatro patas de la tortuga para asentar en ellas las cuatro extremidades del mundo). Sin insistir más, lo cual arriesgaría llevarnos demasiado lejos, podemos ver en todo ello la indicación de que la serpiente, desde épocas sin duda muy remotas, ha tenido una importancia insospechada hoy; y, si se estudiaran detenidamente todos los aspectos de su simbolismo, especialmente en EGIPTO y en la India, podría llegarse sin duda a muy inesperadas comprobaciones. 6865 SFCS SHET

De este último punto, queremos sacar por lo menos una conclusión: al declinar una civilización, lo que persiste más tiempo es el lado más inferior de su tradición propia, el lado “mágico” particularmente, lo que contribuye, por otra parte, debido a las desviaciones a que da origen, a completar su ruina; es lo que, se dice, habría ocurrido con la Atlántida ( (Cfr. Le Régne de la quantité et les signes des temps, cap. XXXVIII: “De l’anti-tradition à la contre-tradition”, pág. 258 y n. 1)). Eso es también lo único cuyos residuos han subsistido en el caso de civilizaciones que han desaparecido enteramente; la comprobación es fácil para EGIPTO, Caldea, e incluso para el druidismo; y sin duda el “fetichismo” de los pueblos negros tiene origen análogo. Podría decirse que la hechicería está formada por vestigios de las civilizaciones muertas; ¿será por eso que la serpiente, en las épocas más recientes, no ha conservado casi sino su significación maléfica, y que el dragón, antiguo símbolo oriental del Verbo, no suscita ya sino ideas “diabólicas” en el espíritu de los modernos occidentales? ( (Cfr. ibid., cap. XXX: “Le renversement des symboles”, pág. 200)). 6868 SFCS SHET

Fácilmente podrían darse múltiples ejemplos, de proveniencia muy diversa, de cuernos empleados como símbolos de potencia; particularmente, se los encuentra así en la Biblia, y más en especial aún en el Apocalipsis (Ha de notarse que aquí la idea no es ya solamente la de una potencia legítima, sino que se extiende a cualquier potencia que fuere, sea maléfica o benéfica: están los cuernos del Cordero, pero también los de la Bestia); citaremos otro ejemplo, tomado de la tradición árabe, que designa a Alejandro con el nombre de el-Iskándar dhú-l-qarnéyn, o sea ‘Alejandro el (señor) de los dos cuernos’ (La palabra árabe qarn es la misma que “cuerno”, pues la raíz KRN cambia fácilmente en QRN y también en HRN, como en inglés horn. La palabra qarn tiene además otro sentido, el de “edad” y de “ciclo”, y, más ordinariamente, de “siglo”; esta doble significación trae a veces curiosas confusiones, como cuando algunos creen que el epíteto dhú-l-qarnéyn aplicado a Alejandro significa que éste habría vivido dos siglos), lo que habitualmente se interpreta en el sentido de una doble potencia extendida a Oriente y Occidente (A este respecto, los dos cuernos son un equivalente de las dos cabezas del águila heráldica). Esta interpretación es perfectamente exacta, pero sin excluir otro hecho que más bien la completa: Alejandro, declarado hijo de Ammón por el oráculo de este dios, tomó como emblema los dos cuernos de carnero que eran el principal atributo de éste (Ammón mismo era denominado “Señor del doble cuerno” (Libro de los Muertos, cap. CLXV)); y tal origen divino no hacía, por otra parte, sino legitimarlo como sucesor de los antiguos soberanos de EGIPTO, al cual ese emblema se adjudicaba igualmente. Se dice, inclusive, que se hizo representar así en sus monedas, lo cual, por lo demás, a los ojos de los griegos, lo identificaba más bien con Dioniso, cuyo recuerdo él evocaba también por sus conquistas, y en especial por la de la India; y Dioniso era hijo de Zeus, a quien los griegos asimilaban a Ammón; es posible que esta idea no haya sido ajena al mismo Alejandro; pero Dioniso estaba representado ordinariamente con cuernos de toro y no de carnero, lo que, desde el punto de vista del simbolismo, constituye una diferencia de considerable importancia (Es posible también que Alejandro haya llevado un casco ornado de dos cuernos; sabido es que los cascos con cuernos se usaban entre muchos pueblos antiguos. Entre los asirio-babilonios, la tiara con cuernos era un atributo característico de las divinidades). 6952 SFCS EL SIMBOLISMO DE LOS CUERNOS

Según hemos señalado anteriormente, el esquema de la montaña, al igual que el de la pirámide o el del montículo, sus equivalentes, es un triángulo con el vértice hacia arriba; el de la caverna, al contrario, es un triángulo con el vértice hacia abajo, y por ende invertido con respecto a aquél. Este triángulo invertido es igualmente el esquema del corazón (Puede ser referido a esta figuración el hecho de que el nombre árabe del corazón (qalb) significa propiamente que está en posición “invertida” (maqlûb) (cf. T. Burckhardt, “Du Barzakh”, en É. T., diciembre de 1937)), y el de la copa, que está generalmente asimilada a aquél en el simbolismo, según lo hemos mostrado particularmente en lo que concierne al Santo Graal (En el antiguo EGIPTO, el vaso era el jeroglífico del corazón. La “copa” del Tarot corresponde también al “corazón” de los naipes ordinarios (franceses; en la baraja española se ha mantenido la figura de la copa (N. del T))). Agreguemos que estos últimos símbolos y sus similares, desde un punto de vista más general, se refieren al principio pasivo o femenino de la manifestación universal, o a alguno de los aspectos de él (El triángulo invertido es en la India uno de los principales símbolos de la Çakti; es también el de las Aguas primordiales), mientras que los símbolos esquematizados por el triángulo con el vértice hacia arriba se refieren al principio activo o masculino; se trata, pues, de una verdadera complementariedad. Por otra parte, si se disponen ambos triángulos uno debajo del otro, lo que corresponde a la situación de la caverna bajo la montaña, se ve que el segundo puede considerarse como el reflejo del primero (fig. 12); y esta idea de reflejo conviene muy bien a la relación de un símbolo derivado con respecto al símbolo principal, según lo que acabamos de decir acerca de la relación entre la montaña y la caverna en cuanto representaciones sucesivas del centro espiritual en las diferentes fases del desarrollo cíclico. 6981 SFCS LA MONTAÑA Y LA CAVERNA

En efecto, desde el punto de vista del simbolismo cristiano, ambas formas de gammádion se consideran igualmente como representaciones de Cristo, figurado por la cruz, en medio de los cuatro Evangelistas, figurados por las escuadras; el conjunto equivale, pues, a la conocida figuración de Cristo en medio de los cuatro animales de la visión de Ezequiel y del Apocalipsis (Estos cuatro animales simbólicos corresponden también, por otra parte, a los cuatro Mahârâja (‘grandes reyes’) que, en las tradiciones hindú y tibetana, son los regentes de los puntos cardinales y de los “cuadrantes” del espacio), que son los símbolos más corrientes de los Evangelistas (La antigua tradición egipcia, según una disposición enteramente análoga, figuraba a Horus en medio de cuatro hijos; por lo demás, en los primeros tiempos del cristianismo, Horus fue a menudo tomado en EGIPTO como un símbolo de Cristo) La asimilación de éstos a las piedras de base de los cuatro ángulos no está, por lo demás, en contradicción con el hecho de que, por otra parte, san Pedro sea expresamente designado como la “piedra de fundación” de la Iglesia; basta solo ver en ello la expresión de dos puntos de vista diferentes, uno referido a la doctrina y otro a la constitución de la Iglesia; y por cierto es incontestable que, en lo que concierne a la doctrina cristiana, los Evangelistas constituyen real y verdaderamente los fundamentos. 7102 SFCS El-ARKAN

En cuanto a Agni, hay todavía algo más: él mismo es identificado con el “Árbol del Mundo”, de donde su nombre de Vanáspati o ‘Señor de los árboles’; y esa identificación, que confiere al “Árbol” axial una naturaleza ígnea, lo pone visiblemente en parentesco con la “Zarza ardiente” que, por otra parte, en cuanto lugar y soporte de manifestación de la Divinidad, debe concebirse también como situada en posición “central”. Hemos hablado anteriormente de la “columna de fuego” o de la “columna de humo” como sustitutos, en ciertos casos, del árbol o del pilar en cuanto representación “axial”; la observación recién formulada completa la explicación de esa equivalencia y le da su pleno significado (Cabe observar que esta “columna de fuego” y la “columna de humo” se encuentran exactamente en Éxodo, XIV, donde aparecen guiando alternativamente a los hebreos a su salida de EGIPTO, y eran, por otra parte, una manifestación de la Shejináh o “Presencia divina”). A. K. Coomaraswamy cita a este respecto un pasaje del Zóhar donde el “Árbol de Vida”, descripto, por lo demás, como “extendido de arriba abajo”, o sea invertido, se representa como un “Árbol de Luz”, lo que está enteramente de acuerdo con esa identificación; y podemos agregar otra concordancia, tomada de la tradición islámica y no menos notable. En la sura En-Nûr (‘La Luz’) (Corán, XXIV, 35), se habla de un “árbol bendito”, es decir, cargado de influjos espirituales (En la Cábala hebrea’ esos mismos influjos espirituales se simbolizan por el “rocío de luz” que emana del “Árbol de Vida”), que no es “ni oriental ni occidental”, lo que define netamente su posicioón “central” o “axial” (Del mismo modo y en el sentido más literalmente “geográfico”, el Polo no está situado ni a oriente y a occidente); y este árbol es un olivo cuyo aceite alimenta la luz de una lámpara; esa luz simboliza la luz de Allàh, que en realidad es Allàh mismo, pues, como se dice al comienzo del mismo versículo, “Allàh es la Luz del cielo y de la tierra”. Es evidente que, si el árbol está representado aquí como un olivo, ello se debe al poder iluminador del aceite que de él se extrae, y por lo tanto a la naturaleza ígnea y luminosa que está en él; se trata, pues, también en este caso, del “Árbol de Luz” al que acabamos de referirnos. Por otra parte, en uno por lo menos de los textos hindúes que describen el árbol invertido (Maitri-Upánishad, VI, 4), éste está expresamente identificado con Brahma; si en otros lugares lo está con Agni, no hay en ello contradicción alguna, pues Agni, en la tradición védica, no es sino uno de los nombres y aspectos del Brahma; en el texto coránico, Allàh, bajo el aspecto de Luz, ilumina todos los mundos (Esta Luz es, inclusive, según la continuación del texto, “luz sobre luz”, o sea una doble luz superpuesta, lo cual evoca la superposición de los dos árboles a que nos hemos referido antes; también aquí se encuentra “una esencia”‘ la de la única Luz, y “dos naturalezas”, la de lo alto y la de lo bajo, o lo no-manifestado y lo manifestado, a los cuales corresponden respectivamente la luz oculta en la naturaleza del árbol y la luz visible en la llama de la lámpara, siendo la primera el “soporte” esencial de la segunda); sin duda sería difícil llevar más lejos la similitud, y tenemos aquí también un ejemplo de los más notables del acuerdo unánime entre todas las tradiciones. 7152 SFCS EL “ÁRBOL DEL MUNDO”