Excertos da apresentação de Francesc Gutiérrez, a sua tradução de “El Simbolismo de los Colores” [FPSC]
En 1771, Anquetil-Duperron había comenzado a traducir el Upanishads, diciendo de ellas que «presentan las mismas verdades que las obras de los platónicos, que tal vez las habían recibido de los orientales». Poco a poco, van surgiendo orientalistas que se cuidan de traducir las escrituras de Oriente. Así, se ponían al alcance del europeo las tradiciones orientales auténticas, y ello permitía descubrir la verdad doctrinal esencial de las religiones de la humanidad. El grupo de Heildelberg, Brentano, Creuzer y los demás, considera que su publicación es una revelación providencial y, según Schelling, es un «cristianismo anterior a la historia». Precisamente en la cresta de esa ola orientalista aparece Des Coleurs Symboliques de Frédéric alq; dos años después, Quinet, en su libro Le Génie des Religions (1841), habla de «Renacimiento oriental».
Pero en todo ese entusiasmo se mezclan gemas y escorias, y el lector — y un autor como Portal es también y ante todo «lector» — carece de referencias suficientes para contrastar toda la información que le llega. Portal ha leído a Fabre D’Olivet, autor de una obra en la que abundan apreciaciones y vislumbres de verdadero interés y dignos de respeto. Desdichadamente, Fabre defiende la peregrina teoría de que Pitágoras y Moisés eran la misma persona. En otro momento, utiliza la versión inglesa del Ramayana y, dejándose llevar por sus prejuicios de antiguo revolucionario, invierte el orden de las edades del mundo para que la de oro quede al final de los tiempos en vez de la de hierro. Cuando Portal escribe, estos errores han salido ya a la luz, pero nuestro autor ignora que algunos de los «sabios» que cita cometen barbaridades semejantes con la agravante de que ignoran o incluso desprecian la espiritualidad; otros, simplemente, llevados de su celo por ver confirmadas sus teorías, intuyen cosas harto maravillosas; el que a la entrada de todos los templos del antiguo Egipto estuviese representado Jesús, milenios antes de su nacimiento, no es desde luego un descubrimiento que pueda hacerse todos los días.
Portal, que dirige su obra a los científicos de su tiempo, acepta muchas veces los supuestos descubrimientos de éstos. Los «descubrimientos» en los que se basa, todos ellos anteriores a 1839, no pasan de ser especulaciones, como esa teoría, entonces en boga, sobre la cuna de la humanidad, que hará que Portal cite a menudo al pueblo tártaro y la Tartaria siempre que hable de los orígenes de los símbolos y de las religiones, identificando a los tártaros con la humanidad primordial. Por ello el lector debe prepararse a leer algún que otro despropósito, sobre todo en lo que se refiere a la interpretación de las doctrinas orientales. Hay que decir, en descargo de Portal, que, además del poco conocimiento que entonces se tenía sobre el tema, tuvo la desdicha de fiarse de «sabios» como Remusat, orientalista que no destacaba por una comprensión profunda. Algunas apreciaciones, con todo, no dejan de ser válidas, como se verá. Desdichadamente, Portal considera «inapreciables documentos» la deformación que de las doctrinas del budismo realizó el orientalista.
[…]Pero lo que importa aquí, cuando hablamos de las fuentes menos fiables de Portal, es que no afectaban a las verdades que transmitía, pues solo las empleaba como ilustración, y el error, o la falta de adecuación, no desvirtuaban la Verdad, que es inmutable. El gran mérito de Frédéric Portal fue transmitir parte de esa verdad. Todo ello — que por supuesto no es característica exclusiva de Portal, sino del pensamiento analógico — queda ilustrado, por ejemplo, cuando cita la etimología de la palabra orange. Portal alude a la etimología entonces aceptada, que hacía derivar la palabra latina aurantia, naranja, de «aurum», oro. «Aurantia», en realidad, es una latinización moderna del francés «orange», que procede, como «naranja», del árabe «naranja». Pero lo que importa saber aquí es que esta etimología, falsa desde el punto de vista científico, puede permitir comprender relaciones simbólicas, un poco como el nirukta hindú, cuyo interés no se centra en las relaciones materiales e históricas en sentido temporal, sino en las realidades subyacentes y simbólicamente manifestadas o aludidas por algo que manifiesta aquello que solo es mera casualidad para quien no es capaz de ver las riquísimas relaciones sutiles de que puede ser soporte la «coincidencia», relaciones que, desde el punto de vista espiritual, son mucho más importantes y reales, aunque menos tangibles, que los pesos, las medidas y los calendarios1.
Resulta curiosísimo, leyendo a Portal, comprobar las enormes semejanzas que su estilo guarda con el de Guénon, hasta el punto de hacer pensar que éste, que, aparte un comentario con motivo de la reedición de este libro, no lo cita ni una sola vez en toda su extensísima obra, lo había leído a fondo. ↩