Guénon Erro Espirita Epilogo

CONCLUSIÓN
Algunos estarán quizás tentados de reprocharnos haber discutido muy seriamente teorías que son poco serias en el fondo; a decir verdad, nos mismo, hace algunos años, éramos un poco de esa opinión, y, ciertamente, hubiésemos vacilado entonces emprender un trabajo de este género. Únicamente, la situación ha cambiado, se ha agravado considerablemente; se trata de un hecho que no se puede disimular, y que nos ha dado que reflexionar: si el espiritismo deviene cada día más invasor, si amenaza desembocar en un verdadero envenenamiento de la mentalidad pública, es menester resolverse a tomarle en consideración y a combatirle por otros medios que si no fuera más que una aberración de algunas individualidades aisladas y sin influencia. Ciertamente, es una necedad; pero lo que es terrible, es que esta necedad haya llegado a ejercer una acción tan extraordinariamente extensa, lo que prueba que responde a unas tendencias bastante generales, y es por eso por lo que decíamos hace un momento que no se puede desdeñar la cuestión de oportunidad: como no es posible atacar a todos los errores sin excepción, ya que son innumerables, vale más dejar a un lado los que son relativamente inofensivos y que no tienen ninguna posibilidad de éxito; pero el espiritismo, desafortunadamente, no es de esos. Es muy fácil, ciertamente, mofarse de los «giradores de mesas» y de los «exhibidores de espíritus», hacer reír a las gentes sensatas a sus expensas poniendo en candelero todas sus extravagancias (NA: y hemos señalado algunas en la ocasión), denunciar las supercherías de los falsos médiums, describir los personajes grotescos que se encuentran en los medios espiritistas; pero todo eso no es suficiente, se necesitan otras armas que el ridículo, y por lo demás se trata ahí de una cosa que es demasiado malévola para ser francamente cómica, aunque lo sea ciertamente por más de un lado.

Sin duda se dirá también que los argumentos que hemos expuesto son muy difíciles de entender, que tienen el defecto de no estar al alcance de todo el mundo; eso puede ser verdad en una cierta medida, y sin embargo nos hemos esforzado en ser siempre tan claro como es posible; pero no somos de aquellos que piensan que es bueno disimular algunas dificultades, o simplificar las cosas en detrimento de la verdad. Por lo demás, creemos que es menester no exagerar, que se cometería un error si uno se deja desalentar por la apariencia un poco árida de algunas demostraciones, y que cada uno puede comprender suficiente al respecto para convencerse de la falsedad del espiritismo; en el fondo, todo eso es más simple de lo que puede parecer a primera vista a quienes no tienen el hábito de estas cosas. Por lo demás, sobre no importa cuál cuestión, nadie puede exigir que todo sea igualmente comprehensible para todo el mundo sin excepción, puesto que hay necesariamente diferencias intelectuales entre los hombres; aquellos que no comprenden más que parcialmente están pues forzados a remitirse, para lo demás, a la competencia de los que comprenden más. No es una llamada a la «autoridad», puesto que se trata solamente de suplir una insuficiencia natural, y puesto que deseamos que cada quien se esfuerce en llegar por sí mismo tan lejos como le sea posible; no es más que la constatación de una desigualdad contra la cual nadie puede nada, y que no se manifiesta únicamente en lo que concierne al dominio metafísico.

En todo caso, al terminar, tenemos que repetir que es colocándose únicamente en el punto de vista puramente metafísico como se puede establecer absolutamente la falsedad del espiritismo; no hay ningún otro medio de demostrar que sus teorías son absurdas, es decir, que no representan más que imposibilidades. Todo lo demás no son más que aproximaciones, más que razones más o menos plausibles, pero que no son jamás rigurosas ni plenamente suficientes, y que siempre pueden prestarse a discusión; por el contrario, en el orden metafísico, la comprehensión entraña necesariamente, de una manera inmediata, el asentimiento y la certeza. Cuando hablamos de aproximaciones, pensamos en los pretendidos argumentos sentimentales, que no son nada en absoluto, y no podemos comprender que algunos adversarios del espiritismo se obstinen en desarrollar tales pobrezas; esos, al actuar así, corren el riesgo de probar sobre todo que les falta la intelectualidad verdadera casi tan completamente como a aquellos que quieren combatir. Queremos hablar de los argumentos científicos y filosóficos; si los hay que tienen algún valor, ese valor no es todavía sino muy relativo, y nada de todo eso puede ocupar el lugar de una refutación definitiva; es menester tomar las cosas desde más arriba. Así pues, podemos pretender, sin temer ningún desmentido, que no solo hemos hecho otra cosa, sino mucho más que todo lo que había sido hecho hasta aquí en el mismo sentido; y estamos tanto más cierto al decirlo cuanto que el mérito, en suma, no recae en nos personalmente, sino en la doctrina de la que nos inspiramos, doctrina a cuyo respecto las individualidades no cuentan; lo que debe atribuirse a nos, por el contrario, son las imperfecciones de nuestra exposición, ya que las hay ciertamente, a pesar de todo el cuidado que le hemos aportado.

Por otra parte, la refutación del espiritismo, fuera del interés que presenta por sí misma, nos ha permitido, como lo habíamos anunciado al comienzo, expresar algunas verdades importantes; las verdades metafísicas sobre todo, aunque se formulen a propósito de un error, o para responder a objeciones, por eso no tienen menos un alcance eminentemente positivo. Ciertamente, por nuestra parte, preferiríamos mucho más no tener que exponer más que la verdad pura y simplemente, sin preocuparnos del error, y sin enredarnos en todas las complicaciones accesorias que solo suscita la incomprehensión, pero, también a este respecto, es menester tener en cuenta la oportunidad. Por lo demás, en cuanto a los resultados, eso puede tener algunas ventajas; en efecto, el hecho mismo de que se presente la verdad en ocasión de tal o de cual cosa contingente puede llamar la atención de personas que no son incapaces de comprenderla, pero que, al no tener estudios especiales, se imaginaban quizás sin razón que no estaba a su alcance, y no habrían tenido la idea de ir a buscarla en tratados de un aspecto demasiado didáctico. Nunca insistiremos bastante sobre este punto, de que la metafísica verdadera no es cosa de «especialistas», que la comprehensión propiamente intelectual no tiene nada en común con un saber puramente «libresco», que difiere totalmente de la erudición, e incluso de la ciencia ordinaria. Lo que hemos llamado en otra parte la «élite intelectual» (NA: er la conclusión de nuestra Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes.) no nos parece que deba estar compuesta de sabios y de filósofos, y pensamos incluso que muy pocos de éstos tendrían las cualificaciones requeridas para formar parte de ella; para eso, es menester estar mucho más desprovisto de prejuicios de lo que lo están ordinariamente, y hay frecuentemente más recursos con un ignorante, que puede instruirse y desarrollarse, que con aquél en quien algunos hábitos mentales han impreso ya una deformación irremediable.

Además de las verdades de orden metafísico que han servido de principio a nuestra refutación, hemos indicado también algunas otras, concretamente a propósito de la explicación de los fenómenos; ésas solo son secundarias a nuestros ojos, pero tienen no obstante algún interés. Esperamos que nadie se detenga en la aparente extrañeza de algunas de estas consideraciones, que no deben chocar más que a aquellos que están animados del más deplorable espíritu de sistema, y no es a ésos a quienes nos dirigimos, ya que sería un esfuerzo perdido; por lo demás, temeríamos más bien que se dé a estas cosas una importancia exagerada, ya sea a causa de su carácter desacostumbrado, ya sea sobre todo porque se refieren al orden fenoménico; en todo caso, no tendremos que reprocharnos haber descuidado a este respecto las precauciones y las advertencias, y tenemos la convicción de no haber dicho más de lo que era menester estrictamente para disipar las confusiones y los malentendidos y cortar de raíz las falsas interpretaciones. Al margen de las reservas que se imponen sobre algunos puntos, no hemos tenido la pretensión de tratar completamente todos los temas que hemos sido llevado a abordar; hay cuestiones que podremos tener la ocasión de retomar más tarde; las hay también sobre las que nuestras indicaciones, como lo decíamos al comienzo, abrirán quizás a otros vías de investigaciones que no sospechaban. La única cosa que no podamos alentar, es la experimentación, cuyos resultados no valen jamás lo suficiente como para compensar algunos inconvenientes, incluso algunos peligros en muchos de los casos; no obstante, si hay gentes que quieren experimentar a toda costa, es preferible, ciertamente, que lo hagan sobre bases serias, antes bien que partiendo de datos absurdos o al menos erróneos; pero, todavía una vez más, estamos persuadido de que no hay nada, en lo que hemos expuesto, de lo que se pueda sacar partido para lanzarse en aventuras más o menos enojosas, y creemos al contrario que sería más bien de naturaleza de apartar de ellas a los imprudentes, al hacerles entrever todo lo que les falta para triunfar en tales empresas.

No agregaremos más que una última reflexión: a nuestros ojos, la historia del espiritismo no constituye más que un episodio de la formidable desviación mental que caracteriza al occidente moderno; convendría pues, para comprenderla enteramente, colocarla en este conjunto del que forma parte; pero es evidente que para eso sería menester remontar mucho más lejos, a fin de aprehender los orígenes y las causas de esta desviación, y después seguir su curso con sus peripecias múltiples. Se trata de un trabajo inmenso, que jamás ha sido hecho en ninguna de sus partes; la historia, tal como se enseña oficialmente, se queda en los acontecimientos exteriores, que no son sino efectos de algo más profundo, y que se expone por lo demás de una manera tendenciosa, donde se encuentra claramente la influencia de todos los prejuicios modernos. Hay incluso más que eso: hay una verdadera apropiación de los estudios históricos en provecho de algunos intereses de partido, a la vez políticos y religiosos; querríamos que alguien particularmente competente tuviera el coraje de denunciar concretamente, con pruebas en su apoyo, las maniobras por las que los historiadores protestantes han logrado asegurarse un monopolio de hecho, y han llegado a imponer, como una suerte de sugestión, su manera de ver y sus conclusiones hasta en los medios católicos mismos; sería una tarea muy instructiva, y que prestaría servicios considerables. Esta contrahechura de la historia parece haberse llevado a cabo según un plan determinado; pero, si la cosa es así, como tiene por cometido esencialmente hacer pasar por un «progreso», ante la opinión pública, la desviación de la que hemos hablado, todo parece indicar que ésta debe ser, ella misma, como la obra de una voluntad directriz. Por el momento al menos, no queremos ser más afirmativo sobre eso; no podría tratarse, en todo caso, sino de una voluntad colectiva, ya que en eso hay algo que rebasa manifiestamente el campo de acción de los individuos considerados cada uno aparte; y todavía esta manera de hablar de una voluntad colectiva no es quizás más que una representación más o menos defectuosa. Sea como sea, si uno no cree en el azar, se está bien forzado a admitir la existencia de algo que sea el equivalente de un plan establecido de una manera cualquiera, pero que, evidentemente, no tiene necesidad de haber sido formulado jamás en ningún documento; ¿no sería el temor de algunos descubrimientos de este orden una de las razones que han hecho de la superstición del documento escrito la base exclusiva del «método histórico»? Partiendo de ahí, todo lo esencial escapa necesariamente a las investigaciones, y, a aquellos que quieren ir más lejos, se les objeta rápidamente que eso no es ya «científico», lo que dispensa de toda otra discusión; no hay nada como el abuso de la erudición para limitar estrechamente el «horizonte intelectual» de un hombre e impedirle ver claro algunas cosas; ¿no permite eso comprender por qué los métodos que hacen de la erudición un fin en sí misma son rigurosamente impuestos por las autoridades universitarias? Pero volvamos de nuevo a la cuestión que considerábamos: admitido un plan, bajo no importa qué forma, sería menester ver cómo cada elemento puede concurrir a su realización, y cómo tales o cuales individualidades han podido, a este efecto, servir de instrumentos conscientes o inconscientes; recuérdese aquí que hemos declarado, a propósito de los orígenes del espiritismo, que nos es imposible creer en la producción espontánea de movimientos de alguna importancia. En realidad, las cosas son todavía más complejas de lo que acabamos de indicar: en lugar de una voluntad única, sería menester considerar varias voluntades diversas, así como sus resultantes; en eso habría incluso toda una «dinámica» especial cuyas leyes serían bien curiosas de establecer. Lo que decimos a este respecto no es más que para mostrar cuan lejos está la verdad de ser generalmente conocida o incluso simplemente sospechada, en este dominio como en muchos otros; en suma, habría que rehacer casi toda la historia sobre bases enteramente diferentes, pero, desafortunadamente, hay demasiados intereses en juego como para que aquellos que quieran intentarlo no tengan que vencer temibles resistencias. Eso no podría ser nuestra tarea, ya que ese dominio no es propiamente el nuestro; a este respecto, en lo que nos concierne, solo podemos dar algunas indicaciones y apercepciones, y por lo demás una tal obra solo podría ser colectiva. En todo caso, hay en eso todo un orden de investigaciones que, en nuestra opinión, es mucho más interesante y provechoso que la experimentación psíquica; eso requiere evidentemente aptitudes que no todo el mundo tiene, pero no obstante queremos creer que hay al menos algunos que las poseen, y que podrían girar ventajosamente su actividad hacia ese lado. El día en que se obtenga un resultado apreciable en este sentido, muchas de las sugestiones se tornarán en adelante imposibles; quizás es ese uno de los medios que podrán contribuir, en un tiempo más o menos lejano, a reconducir la mentalidad occidental a las vías normales de las que se ha apartado tan enormemente desde hace varios siglos.


Guénon – Mistérios