Guénon Metalurgia

René Guénon — O reino da quantidade e sinal dos tempos

Significación de la metalurgia
Hemos dicho que las artes o los oficios que implican una actividad que se ejerce sobre el reino mineral pertenecen propiamente a los pueblos sedentarios, y que, como tales, estaban prohibidos por la ley tradicional de los pueblos nómadas, de la cual la ley hebraica representa el ejemplo más generalmente conocido; es evidente, en efecto, que esas artes tienden directamente a la «solidificación», que, en el mundo corporal tal y como el mismo se presenta a nosotros, alcanza efectivamente su grado más acentuado en el mineral mismo. Por lo demás, este mineral, bajo su forma más común que es la de la piedra, sirve ante todo para la construcción de edificios estables (Es verdad que, en muchos pueblos, las construcciones de las épocas más antiguas eran de madera, pero evidentemente, tales edificios no eran ni tan duraderos, ni por consiguiente tan fijos, como los edificios en piedra; así pues, en todo caso, el empleo del mineral en la construcción implica un mayor grado de «solidez» en todos los sentidos de esta palabra.); una ciudad sobre todo, por el conjunto de los edificios que la componen, aparece en cierto modo como una aglomeración artificial de minerales; y, como lo hemos visto ya, la vida en las ciudades corresponde a un sedentarismo todavía más completo que la vida agrícola, del mismo modo que el mineral es más fijo y más «sólido» que el vegetal. Pero hay todavía otra cosa; las artes que tienen como objeto el mineral comprenden también la metalurgia bajo todas sus formas; ahora bien, si se observa que, en nuestra época, el metal tiende cada vez más a sustituir a la piedra misma en la construcción, como la piedra había sustituido antaño a la madera, se estará tentado de pensar que debe haber en eso un síntoma característico de una fase más «avanzada» en la marcha descendente del ciclo; y eso es confirmado por el hecho de que, de una manera general, el metal juega un papel siempre creciente en la civilización moderna «industrializada» y «mecanizada», y eso tanto desde el punto de vista destructivo, si se puede decir, como desde el punto de vista constructivo, ya que la consumición de metal que entrañan las guerras contemporáneas es verdaderamente prodigiosa.

Por lo demás, esta precisión concuerda con una particularidad que se encuentra en la tradición hebraica: desde el comienzo, cuando el empleo de las piedras estaba permitido en algunos casos tales como la construcción de un altar, no obstante estaba especificado que esas piedras debían estar «enteras» y «no tocadas por el hierro» (Deuteronomio, XXVII, 5-6.); según los términos mismos de este pasaje, la insistencia recae menos sobre el hecho de no trabajar la piedra que sobre el de no emplear en ello el metal; así pues, la prohibición concerniente al metal era más rigurosa, sobre todo para todo lo que estaba destinado a un uso más especialmente ritual (De ahí también el empleo persistente de los cuchillos de piedra para el rito de la circuncisión.). Rastros de esta prohibición subsistieron incluso cuando Israel hubo dejado de ser nómada y construyo o hizo construir edificios estables: cuando se edificó el Templo de Jerusalem, «las piedras fueron traídas todas tales como debían ser, de suerte que, al edificar la casa, no se oyó ni martillo, ni hacha, ni ningún útil de hierro» (I Reyes, VI, 7. -El Templo de Jerusalem contenía no obstante una gran cantidad de objetos metálicos, pero el uso de éstos se refiere a otro aspecto del simbolismo de los metales, que es en efecto doble como veremos dentro de un momento; por lo demás, parece que la prohibición haya acabado por ser en cierto modo «localizada» principalmente sobre el empleo del hierro, que es precisamente, de todos los metales, aquel cuyo papel es el más importante en la época moderna.). Este hecho no tiene en realidad nada de excepcional, y se podría encontrar, en este sentido, una multitud de indicios concordantes: así, en muchos países, ha existido y existe todavía una especie de exclusión parcial de la comunidad, o al menos una «puesta aparte», contra los obreros que trabajan los metales, sobre todo los herreros, cuyo oficio se asocia frecuentemente con la práctica de una magia inferior y peligrosa, degenerada finalmente, en la mayoría de los casos, en brujería pura y simple. Sin embargo, por otro lado, la metalurgia, en algunas formas tradicionales, ha sido, al contrario, particularmente exaltada e incluso ha servido de base a organizaciones iniciáticas muy importantes; nos contentaremos con citar a este respecto el ejemplo de los Misterios kabíricos, sin poder insistir aquí sobre este tema muy complejo y que nos llevaría demasiado lejos; lo que es menester retener por el momento, es que la metalurgia tiene a la vez un aspecto «sagrado» y un aspecto «execrado», y, en el fondo, estos dos aspectos proceden de un doble simbolismo inherente a los metales en sí mismos.

Para comprender esto, es menester ante todo acordarse de que los metales, en razón de sus correspondencias astrales, son en cierto modo los «planetas del mundo inferior»; así pues, como los planetas mismos de los que reciben y condensan por así decir las influencias en el medio terrestre, deben tener naturalmente un aspecto «benéfico» y un aspecto «maléfico» (En la tradición zoroastriana, parece que los planetas sean considerados casi exclusivamente como «maléficos»; esto puede resultar de un punto de vista particular a esta tradición, pero, por otra parte, lo que subsiste actualmente de ésta no representa más que fragmentos muy mutilados como para que sea posible pronunciarse exactamente sobre cuestiones de este género.). Además, puesto que se trata en suma de un reflejo inferior, lo que representa claramente la situación misma de las minas metálicas en el interior de la tierra, el lado «maléfico» debe devenir fácilmente predominante; es menester no olvidar que, desde el punto de vista tradicional, los metales y la metalurgia están en relación directa con el «fuego subterráneo», cuya idea se asocia bajo muchos aspectos a la del «mundo infernal» (En lo que concierne a este relación con el «fuego subterráneo», la semejanza manifiesta del nombre de Vulcano con el de Tubalcaín bíblico es particularmente significativa; ambos son representados como herreros; y, precisamente sobre el tema de los herreros, agregaremos que esta asociación con el «mundo infernal» explica suficientemente lo que hemos dicho más atrás sobre el lado «siniestro» de su oficio. -Los Kabiros, por otra parte, aunque también eran herreros, tenían un doble aspecto terrestre y celeste, que les ponía en relación a la vez con los metales y con los planetas correspondientes.). Bien entendido, las influencias metálicas, si se las toma por el lado «benéfico» utilizándolas de una manera verdaderamente «ritual» en el sentido más completo de esta palabra, son susceptibles de ser «transmutadas» y «sublimadas», e incluso, entonces, pueden devenir tanto mejor un «soporte» espiritual cuanto que lo que está en el nivel más bajo corresponde, por analogía inversa, a lo que está en el nivel más elevado; todo el simbolismo mineral de la alquimia está fundado en definitiva sobre esto, así como también el de las antiguas iniciaciones kabíricas (Conviene decir que la alquimia propiamente dicha se detenía en el «mundo intermediario» y se quedaba en el punto de vista que se puede llamar «cosmológico»; pero su simbolismo no era por ello menos susceptible de una transposición que le daba un valor verdaderamente espiritual e iniciático.). Por el contrario, cuando ya no se trata más que de un uso profano de los metales, y puesto que el punto de vista profano mismo tiene como efecto necesariamente cortar toda comunicación con los principios superiores, entonces ya no queda apenas otro que el lado «maléfico» de las influencias correspondientes que pueda actuar efectivamente, y que se desarrollará tanto más cuanto que se encontrará así aislado de todo lo que podría restringirle y equilibrarle; y este caso de un uso exclusivamente profano es evidentemente el que, en el mundo moderno, se realiza en toda su amplitud (El caso de la moneda, tal como es actualmente, puede servir también de ejemplo característico aquí: despojada de todo lo que podía, en civilizaciones tradicionales, hacer de ella como un vehículo de «influencias espirituales», no solo está reducida a no ser ya, en sí misma, más que un simple signo «material» y cuantitativo, sino que ya no puede desempeñar tampoco más que un papel verdaderamente nefasto y «satánico», como es muy fácil constatarlo efectivamente en nuestra época.).

Hasta aquí, nos hemos colocado sobre todo en el punto de vista de la «solidificación» del mundo, que es el que desemboca propiamente en el «reino de la cantidad», de la que el uso actual de los metales no es todavía más que un aspecto; de hecho, este punto de vista es el que se ha manifestado en todas las cosas de la manera más visible hasta el punto en que el mundo ha llegado al presente. Pero las cosas pueden ir todavía más lejos, y los metales, debido al hecho de las influencias sutiles que están vinculadas a ellos, pueden jugar también un papel en una fase ulterior que tiende más inmediatamente hacia la disolución final; ciertamente, estas influencias sutiles, en todo el curso del periodo que se puede calificar de materialista, han pasado en cierto modo al estado latente, como todo lo que está fuera del orden corporal puro y simple; pero eso no quiere decir que hayan dejado de existir, y ni siquiera que hayan dejado de actuar enteramente, aunque de una manera disimulada, cuyo lado «satánico», que existe en el «maquinismo» mismo, (aunque no únicamente ahí) en sus aplicaciones destructivas, no es en suma más que una de sus manifestaciones anticipadas, aunque los materialistas sean naturalmente incapaces de sospechar nada de esto. Así pues, estas mismas influencias pueden no esperar más que una ocasión favorable para afirmar su acción más abiertamente, y, naturalmente, siempre en el mismo sentido «maléfico», puesto que, en lo que concierne a las influencias de orden «benéfico», este mundo ha sido por así decir cerrado por la actitud profana de la humanidad moderna; ahora bien, esta ocasión puede incluso no estar ya muy alejada, ya que la inestabilidad que va actualmente en aumento en todos los dominios muestra bien que el punto que corresponde a la mayor predominancia efectiva de la «solidez» y de la «materialidad» ya ha sido rebasado.

Se comprenderá quizás mejor lo que acabamos de decir si se destaca que los metales, según el simbolismo tradicional, están en relación no solo con el «fuego subterráneo» como lo hemos indicado, sino también con los «tesoros ocultos», puesto que todo eso está bastante estrechamente conexo, por razones que no podemos desarrollar más en este momento, pero que pueden ayudar concretamente a la explicación de la manera en que las intervenciones humanas son susceptibles de provocar o más exactamente de «desencadenar» algunos cataclismos naturales. Sea como sea, todas las «leyendas» (para hablar el lenguaje actual) que se refieren a esos «tesoros» muestran claramente que sus «guardianes», es decir, precisamente las influencias sutiles que están vinculadas a ellos, son «entidades» psíquicas a las que es muy peligroso acercarse sin poseer las «cualificaciones» requeridas y sin tomar las precauciones debidas; pero, de hecho, ¿qué precauciones podrían tomar los modernos, que son completamente ignorantes de estas cosas, a este respecto? Están evidentísimamente desprovistos de toda «cualificación», así como de todo medio de acción en ese dominio, que se les escapa a consecuencia de la actitud misma que han tomado frente a todas las cosas; es verdad que se jactan constantemente de «someter a las fuerzas de la naturaleza», pero están ciertamente muy lejos de sospechar que, detrás de esas fuerzas mismas, que consideran en un sentido exclusivamente corporal, hay algo de otro orden, de lo cual ellas no son realmente más que el vehículo y como la apariencia exterior; y es eso lo que algún día podría rebelarse y volverse finalmente contra aquellos que lo han desconocido.

A este propósito, agregaremos incidentalmente otra precisión que quizás no parecerá más que singular o curiosa, pero que tendremos la ocasión de volverla a encontrar después: en las «leyendas», los «guardianes de los tesoros ocultos», que son al mismo tiempo los herreros que trabajan en el «fuego subterráneo», son representados a la vez, y según los casos, como gigantes y como enanos. Algo semejante existía también para los Kabiros, lo que indica que todo simbolismo es susceptible también de recibir una aplicación que se refiere a un orden superior; pero, si uno se atiene al punto de vista en el que, debido al hecho de las condiciones mismas de nuestra época, debemos colocarnos al presente, no puede verse en ello más que la cara en cierto modo «infernal», es decir, que no hay en eso, en estas condiciones, más que una expresión de influencias que pertenecen al lado inferior y «tenebroso» de lo que se puede llamar el «psiquismo cósmico»; y, como lo veremos mejor al proseguir nuestro estudio, son efectivamente las influencias de este tipo las que, bajo sus formas múltiples, amenazan hoy la «solidez» del mundo.

Para completar esta apercepción, precisaremos también, como refiriéndose evidentemente al lado «maléfico» de la influencia de los metales, la prohibición frecuente de llevar sobre sí objetos metálicos durante el cumplimiento de algunos ritos, ya sea en el caso de ritos exotéricos (Esta prohibición existe concretamente, al menos en principio, para los ritos islámicos del peregrinaje, aunque, de hecho, ya no sea observada rigurosamente hoy día; además, el que ha cumplido enteramente estos ritos, comprendido lo que constituye su lado más «interior», debe abstenerse en adelante de todo trabajo en el que el fuego se ponga en obra, lo que excluye en particular a los herreros y demás metalurgistas.), ya sea en el de ritos propiamente iniciáticos (NA: En las iniciaciones occidentales, esto se traduce, en la preparación ritual del recipiendario, por lo que es designado como el «despojamiento de los metales». Se podría decir que, en un caso como ese, los metales, además de que pueden dañar efectivamente a la transmisión de las «influencias espirituales», son tomados como representando en cierto modo lo que la Qabbalah hebraica llama las «cortezas» o las «coquillas» (qlippoth), es decir, lo más inferior que hay en el dominio sutil, que constituye, si es permisible expresarse así, los «bajos fondos» infracorporales de nuestro mundo.). Sin duda, todas las prescripciones de este género tienen ante todo un carácter simbólico, y eso es incluso lo que constituye todo su valor profundo; pero aquello de lo que es menester darse cuenta bien, es que el verdadero simbolismo tradicional (que uno debe guardarse bien de confundir con las contrahechuras y las falsas interpretaciones a las que los modernos aplican a veces abusivamente el mismo nombre) (Así, los «historiadores de las religiones», en la primera mitad del siglo XIX, habían inventado algo a lo cual habían dado el nombre de «simbólica», y que era un sistema de interpretación que no tiene con el verdadero simbolismo sino relaciones extremadamente lejanas; en cuanto a los abusos simplemente «literarios» de la palabra «simbolismo», es evidente que no vale la pena hablar de ello.) tiene siempre un alcance efectivo, y que sus aplicaciones rituales, en particular, tienen efectos perfectamente reales, aunque las facultades estrechamente limitadas del hombre moderno no puedan percibirlos generalmente. En eso no se trata de cosas vagamente «ideales», sino, bien al contrario, de cosas cuya realidad se manifiesta a veces de una manera en cierto modo «tangible»; y si ello fuera de otro modo, ¿cómo podría explicarse, por ejemplo, el hecho de que hay hombres que, en ciertos estados espirituales, no pueden sufrir el contacto ni siquiera indirecto de los metales, y eso incluso si ese contacto ha sido operado sin su conocimiento y en condiciones tales que les sea imposible apercibirse de ello por medio de sus sentidos corporales, lo que excluye forzosamente la explicación psicológica y «simplista» de la «autosugestión»? (Podemos citar aquí, como ejemplo conocido, el caso de Srî Râmakrishna.). Si agregamos que este contacto puede llegar, en parecido caso, hasta producir exteriormente los efectos fisiológicos de una verdadera quemadura, se convendrá que tales hechos deberían dar motivos de reflexión si los modernos fueran todavía capaces de ello; pero la actitud profana y materialista y la toma de partido que resulta de ella les han sumergido en una incurable ceguera.


René Guénon