Guénon Pedras

René Guénon — SÍMBOLOS DA CIÊNCIA SAGRADA

AS «PEDRAS DE RAIO»
En un artículo del número especial de Le Voile d’Isis dedicado al Tarot, el señor Auriger, a propósito del arcano XVI, ha escrito lo siguiente: “Parece existir una relación entre las piedras de granizo que rodean a la Torre fulminada y la palabra Beyt-el, ‘morada divina’, de la cual se hizo ‘betilo’, palabra con que los semitas designaban a los aerolitos o ‘piedras del rayo’”. Esta relación ha sido sugerida por el nombre de “Morada de Dios” dada a ese arcano, nombre que es, en efecto, la traducción literal del Beyt-el hebreo; pero nos parece que hay en esa consideración una confusión entre diversas cosas bastante diferentes, y que podría ofrecer cierto interés puntualizar este asunto.

En primer lugar, es verdad que el papel simbólico de los aerolitos o piedras caídas del cielo tiene gran importancia, pues ésas son las “piedras negras” de que se habla en tantas tradiciones diversas, desde la que era figura de Cibeles o de la “Gran Diosa” hasta la que se halla encastrada en la Ka’ba de la Meca y se pone en relación con la historia de Abraham. En Roma también estaba el lapis niger, para no mencionar los escudos sagrados de los sacerdotes salios, de los que se decía habían sido tallados de un aerolito en tiempos de [?Numa]1.)). Tales “piedras negras” pueden ciertamente colocarse en la categoría de los “betilos”, es decir, de las piedras consideradas como “moradas divinas”, o, en otros términos, como soportes de ciertos “influjos espirituales”; pero, ¿tenían todos los “betilos” este origen? No lo creemos, y en especial no vemos indicio alguno que permita suponer que tal haya sido el caso para la piedra a la cual Jacob, según el relato del Génesis, dio el nombre de Bety-el, aplicado por extensión al lugar mismo donde había tenido su visión mientras su cabeza reposaba en esa piedra.
[…] En efecto, ya se trate de los “betilos” en general o de las “piedras negras” en particular, ni unos ni otras tienen en realidad nada en común con las “piedras del rayo”; y en este punto sobre todo la frase que citábamos al comienzo contiene una grave confusión, por lo demás muy naturalmente explicable. Uno está tentado de suponer, seguramente, que las “piedras del rayo” o “piedras del trueno” deben ser piedras caídas del cielo, aerolitos; y sin embargo no es así; jamás podría adivinarse lo que son sin haberlo aprendido de los campesinos que, por tradición oral, han conservado la memoria de ello. Los campesinos, por otra parte, cometen a su vez un error de interpretación, que muestra que el verdadero sentido de la tradición se les escapa, cuando creen que esas piedras han caído con el rayo o que son el rayo mismo. Dicen, en efecto, que el trueno cae de dos maneras: “en fuego” o “en piedra”; en el primer caso incendia, mientras que en el segundo solo rompe; pero ellos conocen muy bien las “piedras del trueno” y se equivocan solo al atribuirles, a causa de su denominación, un origen celeste que no tienen y que nunca han tenido.

La verdad es que las “piedras del rayo” son piedras que simbolizan el rayo; no son sino las hachas de sílex prehistóricas, así como el “huevo de serpiente”, símbolo druídico del “Huevo del Mundo”, no es otra cosa, en cuanto a su figuración material, que el erizo de mar fósil. El hacha de piedra es la piedra que rompe y hiende, y por eso representa al rayo; este simbolismo se remonta, por lo demás, a una época en extremo remota, y explica la existencia de ciertas hachas, llamadas por los arqueólogos “hachas votivas”, objetos rituales que nunca han podido tener utilización práctica alguna como armas o como instrumentos de ninguna clase.




  1. F. Ossendowski ha referido la historia de una “piedra negra” enviada otrora por el “Rey del Mundo” al Dalai-Lama, después transportada a Urga, en Mongolia, y desaparecida hace un centenar de años; no sabiendo de qué se trataba, trató de explicar ciertos fenómenos, como la aparición de caracteres en la superficie de la piedra, suponiendo que ésta fuera una especie de pizarra. (La obra a que se refiere, el autor existe en traducción castellana anónima: F. Ossendowski, Bestias, hombres, dioses, Buenos Aires,. Cenit, 1956. (N. del T 

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