René Guénon — APRECIAÇÕES SOBRE A INICIAÇÃO
DEL SECRETO INICIÁTICO
Aunque acabamos de indicar ya cuál es la naturaleza esencial del secreto iniciático1, debemos aportar todavía más precisiones a este respecto, a fin de distinguirle, sin ningún equívoco posible, de todos los demás géneros de secretos más o menos exteriores que se encuentran en las múltiples organizaciones que, por esta razón, son calificadas de «secretas» en el sentido más general. En efecto, hemos dicho que, para nós, esta designación significa únicamente que tales organizaciones poseen un secreto, de cualquier naturaleza que sea, y también que, según la meta que se proponen, ese secreto puede recaer naturalmente sobre las cosas más diversas y tomar las formas más variadas; pero, en todos los casos, un secreto cualquiera que no sea el secreto propiamente iniciático tiene siempre un carácter convencional; con eso queremos decir que no es tal más que en virtud de una convención más o menos expresa, y no por la naturaleza misma de las cosas. Por el contrario, el secreto iniciático es tal porque no puede no serlo, puesto que consiste exclusivamente en lo «inexpresable», lo cual, por consiguiente, es también necesariamente lo «incomunicable»; y así, si las organizaciones iniciáticas son secretas, este carácter no tiene aquí nada artificial y no resulta de ninguna decisión más o menos arbitraria por parte de nadie. Así pues, este punto es particularmente importante para distinguir bien, por una parte, las organizaciones iniciáticas de todas las demás organizaciones secretas, y por otra, para distinguir, en las organizaciones iniciáticas mismas, lo que constituye lo esencial de todo aquello que puede venir a agregarse a ello accidentalmente; ahora debemos dedicarnos a desarrollar un poco las consecuencias de esto.
La primera de estas consecuencias, que, por lo demás, ya hemos indicado precedentemente, es que, mientras que todo secreto de orden exterior puede ser siempre traicionado, el secreto iniciático no puede serlo nunca de ninguna manera, puesto que, en sí mismo y en cierto modo por definición, es inaccesible e inaprehensible a los profanos y no podría ser penetrado por ellos, ya que su conocimiento no puede ser más que la consecuencia de la iniciación misma. En efecto, este secreto es de naturaleza tal que las palabras no pueden expresarle; es por eso por lo que, como tendremos que explicarlo más completamente a continuación, la enseñanza iniciática no puede hacer uso más que de ritos y de símbolos, que sugieren más bien que expresan, en el sentido ordinario de esta palabra. Hablando propiamente, lo que se transmite por la iniciación no es el secreto mismo, puesto que es incomunicable, sino la influencia espiritual que tiene a los ritos como vehículo, y que hace posible el trabajo interior por cuyo medio, tomando los símbolos como base y como soporte, cada uno alcanzará ese secreto y le penetrará más o menos completamente, más o menos profundamente, según la medida de sus propias posibilidades de comprehensión y de realización.
Por consiguiente, se piense lo que se piense de las demás organizaciones secretas, en todo caso, no se puede hacer un reproche a las organizaciones iniciáticas por tener este carácter, puesto que su secreto no es algo que ellas ocultan voluntariamente por razones cualesquiera, legítimas o no, y siempre más o menos sujetas a discusión y a apreciación como todo lo que procede del punto de vista profano, sino algo que no está en el poder de nadie, aunque lo quiera, desvelar y comunicar a otro. En cuanto al hecho de que estas organizaciones son «cerradas», es decir, que no admiten a todo el mundo indistintamente, se explica simplemente por la primera de las condiciones de la iniciación tales como las hemos expuesto más atrás, es decir, por la necesidad de poseer algunas «cualificaciones» particulares, a falta de las cuales no puede sacarse ningún beneficio real del vinculamiento a una tal organización. Además, cuando ésta deviene demasiado «abierta» e insuficientemente estricta a este respecto, corre el riesgo de degenerar a consecuencia de la incomprehensión de aquellos que admite así sin reflexión, y que, sobre todo cuando devienen mayoría, no dejan de introducir en ella toda suerte de puntos de vista profanos y de desviar su actividad hacia metas que no tienen nada en común con el dominio iniciático, como se ve muy frecuentemente en lo que, en nuestros días, subsiste todavía de las organizaciones de este género en el mundo occidental.
Así, y eso es una segunda consecuencia de lo que hemos enunciado al comienzo, el secreto iniciático en sí mismo y el carácter «cerrado» de las organizaciones que le detentan (o, para hablar más exactamente, que detentan los medios por los cuales les es posible a aquellos que están «cualificados» tener acceso a él) son dos cosas completamente distintas y que no deben de ser confundidas de ninguna manera. En lo que concierne al primero, invocar razones de «prudencia» como se hace a veces, es desconocer totalmente su esencia y su alcance; para el segundo, por el contrario, que depende de la naturaleza de los hombres en general y no de la naturaleza de la organización iniciática, se puede hablar hasta un cierto punto de «prudencia», en el sentido de que, con esto, esa organización se defiende, no contra «indiscreciones» imposibles en cuanto a su naturaleza esencial, sino contra ese peligro de degeneración del que acabamos de hablar; tampoco es ésta la primera razón de ello, puesto que ésta no es otra que la perfecta inutilidad de admitir a individualidades para los que la iniciación nunca sería más que «letra muerta», es decir, un formalidad vacía y sin ningún efecto real, porque son en cierto modo impermeables a la influencia espiritual. En cuanto a la «prudencia» frente al mundo exterior, así como se entiende más frecuentemente, no puede ser más que una consideración completamente accesoria, aunque sea ciertamente legítima en presencia de un medio más o menos conscientemente hostil, puesto que la incomprehensión profana raramente se detiene en una suerte de indiferencia y se cambia con mucha facilidad en un odio cuyas manifestaciones constituyen un peligro que, ciertamente, no tiene nada de ilusorio; pero, no obstante, esto no podría alcanzar a la organización iniciática misma, que, como tal, es, así como lo hemos dicho, verdaderamente «inaprehensible». Así, las precauciones a este respecto, se impondrán tanto más cuanto más «exteriorizada» esté ya esa organización, y, por consiguiente, cuanto menos puramente iniciática sea; por lo demás, es evidente que solo en este caso puede llegar a encontrarse en contacto directo con el mundo profano, que, de otra manera no podría sino ignorarla pura y simplemente. Aquí no hablaremos de un peligro de otro orden, que puede resultar de la existencia de lo que hemos llamado la «contrainiciación», peligro al que, por lo demás, no podrían obviar simples medidas exteriores de «prudencia»; éstas no valen más que contra el mundo profano, cuyas reacciones, lo repetimos, no son de temer sino en tanto que la organización ha tomado una forma exterior tal como una «sociedad» o ha sido arrastrada más o menos completamente a una acción que se ejerce fuera del dominio iniciático, cosas que no podrían ser consideradas sino como teniendo un carácter simplemente accidental y contingente2.
Ver EL REINO DE LA CANTIDAD Y LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS, cap. XII. ↩
Lo que acabamos de decir aquí se aplica al mundo profano reducido a sí mismo, si se puede expresar así; pero conviene agregar que, en algunos casos, también puede servir de instrumento inconsciente a una acción ejercida por los representantes de la «contrainiciación». ↩