Balyani
I know the Lord through the Lord
without doubt or uncertainty.
My essence is really His essence
without lack or imperfection.
There is no otherness between Us
and my self is the place where
the invisible appears.
Since I know myself
without mixture or blemish,
I have reached union with my beloved
without distance or closeness.
I have received a gift overflowing
without any giving or intermingling.
My self did not vanish in Him
nor does the one who vanished remain.
If someone asks: You affirm God and you deny the existence of everything else, so what are these things that you see; the answer is this: These words are for those who see nothing other than God. We have no discussion with those who do see something other than God, for they only see what they see. Whoever knows their self sees nothing except God, but whoever does not know their self, does not see God. Each receptacle only exudes what is in it. [Whoever Knows their Self, Knows their Lord. An Explanation of the Oneness of Being. Awhad al-din Balyani – Sufi – Persia – 13th century]
Toshihiko Izutsu
Quem se conhece a si mesmo conhece a seu Senhor
Hasta aquí llega la segunda fase, en que «el hombre conoce a su Señor mediante el conocimiento de sí mismo». Veamos la tercera y última de las tres fases.
Empezaremos por citar una corta descripción de ésta por Ibn Arabi.
Tras esos dos estadios se llega a la «revelación» final. Nuestras formas se verán en ello (o sea en lo Absoluto) de tal manera que todos nosotros nos revelaremos unos a otros en lo Absoluto. Nos reconoceremos mutuamente y, al mismo tiempo, nos distinguiremos unos de otros.
El significado de esta declaración algo enigmática se puede explicar de la siguiente manera: ante los ojos de un hombre que ha alcanzado este estado espiritual, surge una escena de extraordinaria belleza. Ve todas las cosas existentes aparecer en el espejo de lo Absoluto y aparecer una en otra. Todas esas cosas fluyen unas en otras y se impregnan mutuamente de tal modo que se vuelven transparentes para las demás conservando, al mismo tiempo, su propia individualidad. Tal es la experiencia de la «revelación» (kashf).
Obsérvese a este respecto que al-Qâshânî divide la «revelación» en dos fases:
La primera «revelación» se produce en el estado de «aniquilación» de sí mismo) (fanâ’) en lo Absoluto. En dicho estado, el hombre que ve y el objeto visto no son sino lo Absoluto. Es lo que se denomina «unificación» (yam’). La segunda «revelación» es «subsistencia» (baqâ’) tras la «aniquilación» de sí mismo. En ese estado espiritual, las formas del mundo creado hacen su aparición; se manifiestan unas a otras en lo Absoluto. De este modo, la Realidad actúa como espejo de las criaturas. Y el Ser único se diversifica en multitud a través de las innumerables formas de las cosas. La realidad (del espejo) es lo Absoluto, y las formas (que en él aparecen) son las criaturas. Las criaturas, en esta experiencia, se conocen unas a otras y, al mismo tiempo, cada una se distingue de las demás.
Al-Qâshânî prosigue diciendo que algunos de quienes han abierto los ojos mediante la segunda «revelación» alcanzan el estado de «perfección» (kamâl). Son hombres «que no están velados respecto a lo Absoluto por la visión de las criaturas y que reconocen los Muchos en el seno mismo de la Unidad real de lo Absoluto». Tales son las «gentes de la perfección» (ahl al-kamâI), cuyos ojos no están velados por la divina Majestad (o sea el aspecto de los Muchos fenoménicos) respecto a la divina Belleza (el aspecto del Uno metafísico), ni por la divina Belleza respecto a la divina Majestad. El último punto es mencionado con especial énfasis ya que, según la interpretación de al-Qâshânî, la primera «revelación» consiste exclusivamente en una experiencia de la Belleza (yamâl), mientras que la segunda es principalmente una experiencia de la Majestad (yalâl), de modo que, en cada caso, existe cierto peligro de que los místicos den relieve exclusivamente a una u otra.
La primera «revelación» sólo pone de manifiesto la Belleza. El sujeto que la experimenta sólo presencia Belleza… De este modo, se encuentra naturalmente velado por la Belleza y no puede ver la Majestad.
Pero entre quienes experimentan la segunda «revelación», algunos se encuentran velados por la Majestad y no ven la Belleza. Tienden a imaginar y representar el (estado de cosas) en este plano a través de las criaturas distintas de lo Absoluto, y por ello la visión de las criaturas les impide ver lo Absoluto.
Ibn Arabi describe la misma situación de manera diferente y concisa:
Algunos de nosotros (las «gentes de perfección») somos conscientes de que ese (supremo) conocimiento acerca nosotros1 (o sea los Muchos fenoménicos) se produce únicamente en lo Absoluto. Pero otros (los místicos no tan perfectos) son inconscientes de la (verdadera naturaleza de esa) Presencia (a saber, el plano ontológico que se revela en la experiencia de baqâ’) en que dicho conocimiento acerca de nosotros (los Muchos fenoménicos) se produce2. ¡Dios me libre de ser de los ignorantes!
A modo de conclusión, resumamos en este punto la interpretación que da Ibn Arabi de la Tradición: «Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor».
Empieza por subrayar que el autoconocimiento del hombre es la premisa absolutamente necesaria para su conocimiento del Señor, y que el conocimiento del Señor por el hombre sólo puede resultar del conocimiento de sí mismo.
Lo que importa aquí es que la palabra «Dios» (Rabb), en la terminología de Ibn Arabi, significa lo Absoluto manifestándose a través de un Nombre determinado. No se refiere a la Esencia, que sobrepasa cualquier determinación y transciende cualquier relación. Así, «Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor» no sugiere en modo alguno que el autoconocimiento de un hombre permita a éste conocer lo Absoluto en su Esencia pura. No importa lo que haga, lo profunda que sea su experiencia de «revelación», tendrá que detenerse en el nivel del «Señor». En él se encuentra el límite de la cognición humana.
En sentido contrario, en cambio, la misma cognición humana es capaz de abarcar un campo asombrosamente amplio en su esfuerzo por conocer lo Absoluto. Al fin y al cabo, lo Absoluto en su aspecto autorrevelador es, en la última y definitiva fase de su actividad, el mundo en que vivimos. Y «cada parte del mundo» es indicadora de su propia base ontológica, que es «su Señor». Por otra parte, el hombre es la parte más perfecta del mundo. Si ésta llega a conocerse a sí misma mediante el autoconocimiento o la autoconsciencia, será naturalmente capaz de conocer, dentro de los límites de lo posible, lo Absoluto, en la medida en que se manifiesta en el mundo.
Parece que queda una cuestión crucial: ¿es el hombre realmente capaz de conocerse a sí mismo con tanta profundidad? Sin embargo, éste es un problema relativo. Si se toma la expresión «conocerse a sí mismo» en el sentido más riguroso, la respuesta será negativa. Pero si se toma en sentido general, la respuesta será positiva. Como dice Ibn Arabi, «Acertarás diciendo “Sí” y acertarás diciendo “No”». [Toshihiko Izutsu — Sufismo e Taoismo]
El «conocimiento supremo acerca de nosotros» remite una vez más a lo mencionado anteriormente; a saber, la extraordinaria escena en que todas las cosas existentes se impregnan mutuamente, conservando al mismo tiempo su individualidad. ↩
Significa que los Muchos fenoménicos, siendo como son divina Majestad, son un aspecto de lo Absoluto al igual que el Uno metafísico que aparece como divina Belleza. El conocimiento de los Muchos fenoménicos a través del baqâ’ es conocimiento de lo Absoluto al mismo título que el del Uno metafísico a través del fanâ’. ↩