IBN ARABI — A SABEDORIA DOS PROFETAS
Encontrado sem referência ao tradutor do francês (Titus Burckhardt) ao espanhol
Em português, por parágrafo com anotações: §2; §3; §4; §5; §6; §7; §8
Para los conocedores de las Verdades divinas (ahl al-haqaiq), afirmar (unilateralmente) que Dios es incompatible con las cosas es precisamente limitar y convertir en condicionada la concepción de la Realidad divina (pues se excluyen así las cualidades de las cosas) ; quien niega toda similitud con respecto a Dios, sin abandonar este punto de vista exclusivo, manifiesta, bien una ignorancia, bien una falta de “tacto” (adab). El exoterista que insiste únicamente en la transcendencia divina (al-tanzih) (con exclusión de la inmanencia (al-tashbih calumnia a Dios y a Sus enviados -sobre ellos la Bendición divina- sin darse cuenta de ello; imaginando haber dado en el blanco, yerra por completo; pues es de aquellos que no aceptan más que una parte de la revelación divina, rechazando la otra.
Se sabe que las Escrituras reveladas como ley común (shariah) se expresan, hablando de Dios, de manera que la mayoría de los hombres asimile el sentido más elemental, mientras que la elite comprenda todos los sentidos, a saber, todo significado incluido en cada palabra, conforme a las reglas de la lengua empleada1.
Pues Dios se manifiesta en cada criatura de una manera particular. Es Él quien Se revela en cada significado, y es Él quien permanece oculto a toda comprensión, salvo para aquel que reconoce en el mundo la “forma”2 y la aseidad (huwiya) de Dios y (ve el mundo como) al Nombre divino El Aparente (al-zahir). De este modo, se concibe a Dios idealmente como el espíritu inherente a toda manifestación, de manera que Él es el Interior (al-batin) bajo este aspecto, y Él es para toda forma manifestada en este mundo lo que el espíritu que gobierna es respecto a la forma corporal que de él depende. La definición lógica del hombre, por ejemplo, comprende tanto su interior como su exterior; y lo mismo ocurre para toda cosa susceptible de definición. En cuanto a Dios, Él Se “define” por la suma de todas las “definiciones” posibles3; ahora bien, las “formas” del mundo son indefinidas, no podrían ser todas comprendidas ni tampoco podría ser conocida la definición lógica de cada una, salvo en la medida en que entren en la definición de tal mundo (o microcosmo) determinado. Debido a ello, se ignora la “forma” lógica de Dios, ya que no se conocería más que conociendo la definición de todas las “formas”, lo que es una imposibilidad; “definir” a Dios no es, entonces, posible.
Igualmente, quien compara a Dios sin afirmar al mismo tiempo su incomparabilidad Le atribuye límites y no Le reconoce. Pero aquel que une en su conocimiento de Dios el punto de vista de la transcendencia con el de la inmanencia, y atribuye a Dios ambos “aspectos” globalmente -pues no es posible concebirlos al detalle, por la misma razón de que no se podrían abarcar todas las “formas” del universo- Le conoce verdaderamente, es decir, Le conoce globalmente, y no de forma distintiva, al igual que el hombre se conoce a sí mismo globalmente y no distintivamente; y es por ello, por lo demás, que el Profeta incorpora el conocimiento de Dios al de sí mismo, diciendo: “Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor”. Por otra parte, Dios dice en el Corán: “Les mostraremos nuestras aleyas en el universo” -a saber, en el mundo exterior- “y en sus propias personas” -en su esencia– “hasta que se les haga patente que (todo) es Dios (la Verdad, al-haqq)” (XLI, 53), en el sentido de que tu eres (en tu totalidad) para Él lo que es la forma corporal para ti, y de que Él es para ti lo que es el espíritu que rige respecto a la forma de tu cuerpo.
Tu definición implica a la vez tu exterior y tu realidad interior, pues la forma (corporal) que queda, cuando el espíritu que la gobernaba la ha dejado, no es ya un hombre; se habla de ella como de una forma de apariencia humana, pero no se distingue (esencialmente) de una forma hecha de madera o de piedra, y no lleva el nombre de hombre sino por extensión del término y no en sentido propio. Ahora bien, jamás Dios puede abstraerse de las formas del mundo (pues dejarían entonces de existir), de forma que están necesariamente comprendidas en la “definición” de la Divinidad (ulûhiyah), mientras que la forma exterior del hombre no le define más que accidentalmente, en tanto que permanezca en esta vida. Al igual que la forma exterior del hombre “alaba con su lengua” al espíritu y al alma que la gobierna, las formas del mundo “glorifican” a Dios, aunque no comprendamos su alabanza (según el Corán: “No hay nada que no Le glorifique, pero vosotros no comprendéis su loor”) (XVII, 44), y ello porque no abarcamos a todas las formas de este mundo. Cada una de ellas es una lengua que canta alabanzas a Dios; y por ello dice (el Corán): “La alabanza a Dios, Señor de los mundos” (I, 2), lo que significa que toda alabanza se refiere finalmente a Él. De tal modo que es Él a la vez Quien alaba y Quien es alabado.
Si tú afirmas la transcendencia divina, condicionas (tu concepción de Dios), y si afirmas Su inmanencia, la limitas; pero si afirmas simultáneamente uno y otro punto de vista, estarás exento de error y serás un modelo de conocimiento.
Aquel que afirma la dualidad (de Dios y del mundo) cae en el error de asociar algo a Dios; y aquel que afirma la singularidad de Dios (excluyendo de Su realidad todo lo que se manifiesta como múltiple) comete la falta de encerrarle en una unidad (racional). Guárdate de la comparación cuando consideres la dualidad, y guárdate de abstraer algo a la Divinidad cuando consideres la Unidad.
Tú no eres Él, y sin embargo eres Él; Le verás en las esencias de las cosas, soberano y a la vez condicionado…
No hemos traducido aquí sino la primera parte del capítulo sobre Noé, pues la continuación, una exégesis de los pasajes coránicos que tratan de la historia del patriarca, se apoya en un simbolismo verbal que no podría ser trasladado a otra lengua. Resumiremos no obstante algunos aspectos de este capítulo. Según el Corán, Noé reveló la unidad y la trascendencia divinas a un pueblo idólatra. La idolatría resulta de una afirmación unilateral del punto de vista de la “comparación” o de la inmanencia, en detrimento de la trascendencia divina. Según Ibn Arabi, los ídolos adorados por el pueblo que desapareció tras el diluvio no eran sino personificaciones de los Nombres divinos -“aspectos” del Ser supremo- de los que este pueblo había olvidado finalmente su realidad trascendente y, por ello, su unidad esencial. El error de los idólatras suscitó la prédica de Noé, en el sentido de que debió afirmar la trascendencia y le fue impedido afirmar explícitamente la inmanencia de Dios, pues la función cósmica de la profecía implica la compensación de los desequilibrios y se halla en cierto modo atada a esta ley. Por su parte, los idólatras siguieron aferrados al error que deformaba la verdad, de forma que la prédica de Noé les inhibía tanto como su actitud. Toda revelación profética produce así, por lo que niega y lo que afirma, oposiciones sobre el plano terrestre, y finalmente precisa, en la economía de las formas tradicionales, de las afirmaciones y las negaciones complementarias.
Las lenguas arcaicas, tales como el árabe, implican una pluralidad de sentidos en una sola expresión. ↩
Es decir, el conjunto de las Cualidades divinas. ↩
Es forma de expresarse es intencionalmente paradójica; en efecto, las Cualidades divinas no podrían ser “definidas”, en el sentido propio de la palabra, al igual que tampoco podrían ser delimitadas. Del mismo modo, la expresión “forma”, en los pasajes siguientes, deben ser objeto de una transposición. ↩