Evangelho de Jesus
(…) e dormisse e se levantasse de noite e de dia, e a semente brotasse e crescesse, sem ele saber como. (Mc 4:27; Semente que germina)
e era viúva, de quase oitenta e quatro anos. Não se afastava do templo, servindo a Deus noite e dia em jejuns e orações. (Lc 2:37; Menino Jesus no Templo)
E não fará Deus justiça aos seus escolhidos, que dia e noite clamam a ele, já que é longânimo para com eles? (Lc 18:7)
Outras locuções com sentido paralelo: “enquanto é de dia”; “se se anda de dia”; “quando se fez de dia”; “todos os dias”.
Henry Corbin
Si se lamenta que el cristianismo haya situado en el centro una figura de bondad y de luz y haya despreciado todo el lado obscuro del alma, ésa es una apreciación que valdría igualmente para el zoroastrismo. Ahora bien, ¿cómo realizar la reintegración mediante la connivencia, mediante la «totalización», de Cristo y Satanás, de Ohrmazd y Ahrimán? Tal propuesta omitiría el hecho de que incluso bajo el reinado de una figura de luz, las fuerzas satánicas, las que, por ejemplo, intentan impedir a Hermes salir de las profundidades del pozo y subir hasta las almenas del Trono, siguen en acción. Y ante ellas justamente conviene afirmar que Cristo y Satanás, Ohrmazd y Ahrimán no están en relación de complementariedad, sino de contradicción. Se pueden integrar los complementarios, pero no los contrarios.
Parece que hay, en primer lugar, una confusión sobre la naturaleza del día, cuyas constricciones se deploran, y, por tanto, sobre los remedios a los que se puede recurrir. Desde este punto de vista, la distinción sobre la que nos instruyen ciertos maestros del sufismo iranio entre la noche luminosa, la luz negra, y el negro sin más, el negro sin luz (infra V y VI), contribuye de forma esencial a preservarnos de las divagaciones manteniéndonos orientados respecto del polo. El día cuyas constricciones se deploran, y cuya ambigüedad es evidente puesto que practica la ley demoníaca de la constricción, es el día de lo exotérico y sus evidencias prefabricadas que se impone como autoridad. Su redención está en la noche de los sentidos ocultos, de lo esotérico; es la noche de la supraconciencia, no la noche del inconsciente; pues es la noche de lo inefable, la noche de los símbolos, la que apacigua los furores dogmáticos del día, no la noche ahrimaniana. No se compensan recíprocamente los furores dogmáticos racionales y las demencias irracionales. La totalidad que simboliza el «sol de medianoche» es el Deus absconditus y el Ángel-Logos, o en términos de gnosis chiíta el polo, el Imam, que es el portador de la luz en la noche del esoterismo.
Haría falta una desorientación total que confundiera la noche del Deus absconditus con la noche ahrimaniana, para hacer del Ángel-Logos la revelación de Ahrimán o la revelación complementaria de Ahrimán. Por esta razón el antiguo zervanismo iranio, al que se ha mirado con tanta complacencia, con el pretexto de que implica una filosofía de la unidad superadora del dualismo, no podía aparecer más que como un absurdo y una monstruosidad a los ojos del zoroastrismo. La palabra esoterismo, de la que tanto se abusa, se refiere a la ineluctable necesidad de expresar los distintos aspectos de la reintegración del ser humano mediante símbolos: la noche luminosa y el sol de medianoche, los gemelos del paraíso de Yima, el hombre de luz y su guía, la androginia, la reunión de Adán con la Sophía celestial, la «prometida de su juventud». Pero siempre con una realidad presente: Fausto, renovatus in novam infantiam, renace «en el cielo», allí donde aparece Sophía aeterna; la redención de Fausto no es la totalización de Fausto y Mefistófeles. El Espíritu falsificador, el Antímimos, no es el guía de luz de Phos; aporta la contradicción, no la complementariedad.
Si se evoca aquí, demasiado alusivamente, en verdad, la diversidad de estas figuras, es porque se tiene la impresión de que la orientación impresa a la presente búsqueda por su tema mismo y por sus fuentes se encuentra a cada paso con las mismas dificultades surgidas de esa confusión o desorientación. Ésta no puede sino prolongar y agravar las leyes del día exotérico contra las que se alza el esfuerzo del Hermes sohravardiano, que rompe con las evidencias establecidas que se arrogan una autoridad preexistente. No se hace «historia» con las visiones de Hermes. No se puede socializar a Hermes ni al príncipe del Canto de la perla. En consecuencia, se intentará impedir que se orienten y que comprendan dónde están, se intentará hacerles olvidar los pozos a los que han sido arrojados.
El día que se les impone no es la luz de la Roca de esmeralda, y por eso este día no puede entrar en composición con la noche de los símbolos. La biunidad es Hermes y su Naturaleza Perfecta, no Hermes y la «ciudad de los opresores», ni tampoco Hermes y los pozos en que dichos «opresores» lo han arrojado. De estos pozos no se sale solo; todavía menos en masa o con la multitud; se sale de dos en dos, es decir, en compañía del guía de luz, cualquiera que sea, de entre todos sus nombres, aquel con el que se da a conocer.
Por esta razón, la posibilidad de alcanzar el norte cósmico, la Roca de esmeralda, está esencialmente ligada a la estructura biunitaria de la individualidad humana que implica virtualmente una dimensión transcendente de luz (Hermes y su Naturaleza Perfecta, el adepto maniqueo y su forma de luz, etc.). Las potencias de la duda y el olvido, bajo los diferentes nombres que reciben en el curso de los siglos, potencias del día exotérico y de la noche sin luz, se esforzarán en sofocar y aniquilar esa virtualidad. Por eso ya no se presentirá qué es la noche luminosa, la luz negra de la que hablan ciertos sufíes, y que no es de ningún modo una mezcla de luz divina y sombra demoníaca. Decir que lo de abajo es a imitación de lo de arriba no equivale a decir que abajo es arriba. La noche de las profundidades demoníacas rechazadas, o, al contrario, el horror del día inspirado por la fascinación de las profundidades, son quizá las dos impotencias a las que sucumbe el hombre de Occidente. No es combinándolas como se encuentra la noche luminosa de lo «oriental», es decir, del «hombre del norte», ni la noche de las alturas intra divinas (cf. también infra V y VI). (Corbin Homem Luz)
Roberto Pla
A oposição manifesta Dia — Noite, é correlativa da oposição oculta Luz — Trevas, segundo se confirma pela afirmação completa feita pelo primeiro redator do Gênesis: “Chamou Deus a Luz diz e às trevas chamou noite” (Gen 1,5).
Em consequência há muitas perícopes evangélicas nas quais se expressa de maneira direta ou indireta a oposição Dia — Noite, que autorizadamente podem ser interpretadas em sentido oculto de Luz — Trevas. Tal é o caso da semente que, segundo a parábola (Semente que germina), cresce por si só, “de noite (trevas, inércia interior, ignorância), ou de dia (luz, trabalho da alma, conhecimento).
Segundo conta o terceiro evangelista, a profetisa Ana não se afastava do templo servindo a Deus “de noite (em jejuns) e de dia (em orações) (Menino Jesus no Templo). Esta mesa alternativa é possível interpretá-la como trevas-luz no relato parabólico do juiz iníquo (v. Juiz Iniquo), onde se diz que “os eleitos clamam (a Deus) dia e noite”.
Muito explicitamente, o quarto evangelho dá o sentido oculto da oposição Dia (Luz), em cujas horas é possível a Jesus “trabalhar nas obras do que o enviou”, e Noite (trevas), “quando ninguém pode trabalhar. É evidente que Jesus chama Dia à luz (conhecimento — Vida eterna). No último versículo dessa perícope, o confirma: “Enquanto estou no mundo sou luz do mundo” (Jo 9,4-5).
Isso mesmo assegura Jesus pouco mais adiante quando decide ir ressuscitar a Lázaro. A oposição Dia — Luz (conhecimento) : Noite — Trevas (ignorância), é aqui indiscutível: “Se se anda de dia, não tropeça. porque vê a luz deste mundo; mas se se anda de noite, tropeça, porque o falta a luz” (Jo 11, 9-10).
Também com motivo na delicada eleição dos Doze aparece a oposição noite — Dia, no sentido oculto gnoseológico de trevas — luz. Conta Lucas que Jesus foi ao monte orar e “passou a noite” na oração de Deus. Quando se fez de dia (luz interior para a decisão a adotar) “chamou a seus discípulos e elegeu Doze dentre eles” (Lc 6,12-13).
Essa mesma oposição Dia (luz) — trevas, se descobre no relato de Lucas da prisão de Jesus, o qual diz aos que haviam ido “de noite” contra ele: “Estando eu todos os dias no templo entre vós não ME pusestes as mãos em cima; mas esta é a vossa hora e o poder das trevas” (Lc 22,53). (Evangelho de Tomé – Logion 113)
René Guénon
(…) pode-se dizer que se a “culminação” do Sol visível ocorre ao meio-dia, a do “Sol espiritual” deve ser considerada simbolicamente como ocorrendo à meia-noite. E por isso que se diz que os iniciados aos “grandes mistérios” da Antiguidade “contemplavam o Sol à meia-noite”. Desse ponto de vista, a noite representa não mais a ausência ou a privação da luz, mas seu estado primordial de não-manifestação, o que corresponde, aliás, estritamente à significação superior das trevas ou da cor negra como símbolo do não-manifestado. E é nesse sentido também que devem ser entendidos certos ensinamentos do esoterismo islâmico, de acordo com os quais “a noite é preferível ao dia”. Pode-se notar, além disso, que se o simbolismo “solar” possui uma relação evidente com o dia, o simbolismo “polar” possui, por seu lado, uma certa relação com a noite. É ainda muito significativo, a esse respeito, que o “sol da meia-noite” tenha literalmente, na ordem dos fenômenos sensíveis, sua representação nas regiões hiperbóreas, isto é, exatamente onde se situa a origem da tradição primordial. (Guenon Portas Solsticiais)