Gautama no negó la existencia de dioses ni la de futuros estadios de vida en cielos o infiernos. El budismo es ateo sólo en la medida en que niega la existencia de una Primera Causa y destaca el concepto de la mortalidad de todos los seres divinos, por larga vida que se les atribuya. Aparte de esto, a Gautama se lo representa no sólo aceptando las creencias populares sino también hablando de su propia relación con los dioses y de sus visitas a los cielos; y lo que es aun más importante, todos aquellos ejercicios espirituales que no llevan directamente al Nibbana se recomiendan, en general para alcanzar los menores pero muy deseables frutos del renacimiento en los cielos inferiores o en los mundos de la Forma o de la No-forma de Brahma. En todo esto, además, no hay nada contrario a la lógica del espíritu del Dhamma, que insiste en la ley de la Transformación, pero no excluye necesariamente la posibilidad de otros modos de Transformación diferentes de aquellos que pertenecen al orden de nuestra experiencia. El espiritualismo, en otras palabras, aunque no esencial para el budismo primitivo, no contradice en manera alguna al Dhamma.
Los dioses principales de los que se habla en los Suttas son Sakka y Brahma1. Sakka es algo así como el Rey de los dioses del Olimpo, “el Júpiter de las multitudes”, y debe identificarse aproximadamente con el Indra del brahmanismo popular. Más grande que Sakka y concebido de un modo más espiritual, es Brahma, el supremo señor de la teología brahmánica ortodoxa en la época del Buddha. A ambas divinidades se las representa en los Suttas como convertidas al Dhamma del Buddha, quien es “maestro de dioses y hombres”. Todo un grupo de Suttas trata de la conversión y exhortación de estos dioses, y han sido concebidos evidentemente para hacer aparecer a estos dioses brahmanes como partidarios del Buddha; con este objeto se les hace hablar como iluminados y devotos budistas.
(table id=1 /)
Los dioses principales de los que se habla en los Suttas son Sakka y Brahma2 . Sakka es algo así como el Rey de los dioses del Olimpo, “el Júpiter de las multitudes”, y debe identificarse aproximadamente con el Indra del brahmanismo popular. Más grande que Sakka y concebido de un modo más espiritual, es Brahma, el supremo señor de la teología brahmánica ortodoxa en la época del Buddha. A ambas divinidades se las representa en los Suttas como convertidas al Dhamma del Buddha, quien es “maestro de dioses y hombres”. Todo un grupo de Suttas trata de la conversión y exhortación de estos dioses, y han sido concebidos evidentemente para hacer aparecer a estos dioses brahmanes como partidarios del Buddha; con este objeto se les hace hablar como iluminados y devotos budistas.
La cosmogonía budista, aunque relacionada con la brahmánica, tiene detalles peculiares y merece alguna atención. La parte más importante y cierta de esta cosmogonía, sin embargo (y la única de la que se habla en los pasajes más profundos de las escrituras budistas primitivas) es la triple división en los Planos del Deseo, los Planos de Brahma condicionados por la Forma y los Planos de Brahma no condicionados por la Forma. Hay una profunda verdad oculta aun en la idea mitológica de la posibilidad de visitar los mundos de Brahma mientras se vive en la tierra. No se eleva por encima del Plano del Deseo quien en la contemplación estética está “¿aus sich selbst entrückt?” (Goethe, Fausto, II, pág. 258). ¿No conoce también el geómetra los Planos de la Forma de Brahma? Hay fases de la experiencia que pueden llevarnos aun más lejos. M. Poincaré escribe sobre el matemático Hermite: “Jumáis il n’évoquait une image sensible, et pourtant vous vous aparceviez bientót que les entités les plus abstraites étaient pour lui comme des étres vivants. II ne les voyait pas, mais il sentait qu’elles ne sont pas un assemblage artificiel, et qu’elles ont je ne sais quel principe d’unité interne”3 . Además, ¿no se refiere Keats al plano de Brahma no condicionado por la Forma cuando escribe en una de sus cartas: “No habrá espacio, y en consecuencia el único comercio entre los espíritus se hará por medio del mutuo entendimiento; entonces se comprenderán por completo, mientras que nosotros, en este mundo, meramente lo haremos en diferentes grados”? Si es cierto que quien no alcanza el Nibbana aquí y ahora renace en algún otro mundo — y esto se da por seguro en ei budismo primitivo —, entonces, ¿qué más razonable que suponer que los que cultivan aquí en la tierra esos estados de ánimo que hemos indicado, es decir, los estados de autoconcentración en la contemplación de la belleza o de la forma ideal, o en el pensamiento más abstracto, renazcan en aquellos mundos que tan a menudo han visitado? Esta idea la sostiene el Tevijja Sutta de la siguiente manera:
Una vez descriptos los Cuatro Sublimes Estados de Ánimo, Gautama pregunta:
“Ahora bien, ¿crees tú, Vasettha, que el Bhikkhu que vive de esta manera se hallará en posesión de mujeres y riquezas, o no?
“¡No, Gautama!”
“¿Estará lleno de ira, o libre de ella?”
“¡Libre de ira, Gautama!”
“¿Estará su mente llena de malicia, o libre de ella?”
“¡Libre de malicia, Gautama!”
“¿Estará su mente manchada, o pura?”
“¡Pura, Gautama!”
“¿Tendrá dominio sobre sí mismo, o no lo tendrá?”
“¡Seguramente lo tendrá, Gautama!”
“Entonces dices, Vasettha, que el Bhikkhu está libre de las preocupaciones familiares y mundanas y que Brahma también lo está. ¿Hay entonces acuerdo y parecido entre el Bhikkhu y Brahma?”
“¡Lo hay, Gautama!”
“¡Muy bien, Vasettha. En verdad, entonces, el hecho de que el Bhikkhu, libre de las preocupaciones hogareñas, se una después de la muerte, cuando el cuerpo se haya disuelto, con Brahma, quien se halla en iguales circunstancias, es una condición de cosas totalmente posible!”4
Sin embargo, no debemos suponer que el cultivo por parte de un asceta de los Cuatro Sublimes Estados de Ánimo, y de acuerdo con la estricta fórmula budista, sea el único medio de alcanzar la unión con Brahma. Las escrituras budistas reconocen, aparte de estos ejercicios éticos, otras condiciones especiales del intelecto y de la emoción que se alcanzan en los “Cuatro Jhanas”, y estas prácticas, como aquellas de los Cuatro Sublimes Estados de Ánimo, pueden seguirlas los hombres de hogar tanto como los ascetas.
Si se probara o llegara a ser generalmente creído en el mundo moderno que la personalidad sobrevive a la muerte — ¿y es razonable suponer que el accidente de la muerte baste para vencer la Voluntad individual de Vida? — entonces bien podría usarse una clasificación de los cielos tal como la indicada en la escatología budista primitiva; como alternativa, podríamos hablar de los tres cielos del monismo — Belleza, Amor y Verdad —, Y bien podríamos creer, con los primeros budistas, que aquellos que alcanzarán esos cielos serán precisamente los que ya han experimentado estados de conciencia similares: los diversos grupos de artistas, amantes y filósofos. La devoción y olvido de sí mismos de todos ellos deben llevar hacia los mundos de Brahma con tanta seguridad como los trances budistas, según el principio de que a acciones similares corresponden resultados similares. Al igual que los trances budistas, la concentración del artista, amante o filósofo deben tender hacia la emancipación final.
NOTAS