Evola Quetzalcoatl

Revolta contra o Mundo Moderno

Desde la región atlántica, las razas del segundo ciclo habrían irradiado por América (de ahí derivarían los recuerdos, ya mencionados, de los Nahua, los toltecas y los aztecas relativos a su patria de origen), así como en Europa y Africa. Es muy probable que en el alto paleolítico, estas razas alcanzaron Europa occidental. Corresponderían, entre otras, a los Tuatha de Danann, la raza divina llegada a Irlanda desde la isla occidental de Avalon, guiada por Ogma grian-ainech, el héroe de “rostro solar”, cuyo equivalente es el blanco y solar Quetzalcoatl, que habría llegado a América con sus compañeros de la “tierra situada más allá de las aguas”. Antropológicamente, este sería el hombre de Cro-Magnon, aparecido, hacia el fin del período glaciar, en la parte occidental de Europa, en particular en la zona de la civilización franco-cantábrica de la Madeleine, Gourdon y Altamira, hombre ciertamente superior, como nivel cultural y como tipo biológico, al tipo aborigen del hombre glaciar y musteriense hasta el punto que se ha podido llamar a los hombre de Cro-Magnon “los Helenos del paleolítico”. En lo que concierne a su origen, la afinidad de esta civilización con la civilización hiperbórea, que aparece en los vestigios de los pueblos del extremo-septentrión (civilización del reno) es muy significativa. Vestigios prehistóricos encontrados en las costas bálticas y friso-sajonas corresponderían al mismo ciclo y un centro de esta civilización se habría formado en una región en parte desaparecida, el Doggerland, la legendaria Vineta. Mas allá de España, otras olas alcanzaron Africa occidental; otras más, posteriormente, entre el paleolítico y el neolítico, probablemente al mismo tiempo que las razas de origen puramente nórdico, avanzaron, por vía continental, del nor-oeste al sud-este, hacia Asia, allí donde se sitúa la cuna de la raza indo-europea, y más allá, hasta China, mientras que otras corrientes recorrieron el litoral septentrional de Africa hasta Egipto donde alcanzaron, por mar, de las Baleares a Cerdeña, hasta los centros prehistóricos del mar Egeo. En lo que concierne, en particular, a Europa y al Próximo Oriente, aquí se encuentra el origen — que sigue siendo enigmático (como el de los hombres de Cro-Magnon) para la investigación positiva — de la civilización megalítica de los dólmenes, como la llamada del “pueblo del hacha de combate”. Estos procesos se produjeron en su totalidad, en grandes olas, con flujos y reflujos, crecimientos y encuentros con razas aborígenes, o razas ya mezcladas o diversamente derivadas del mismo linaje. Así, del norte al sur, de occidente a oriente, surgieron por irradiaciones, adaptaciones o dominaciones, civilizaciones que, en el origen tuvieron, en cierta medida, la misma impronta, y frecuentemente la misma sangre, espiritualizada en las élites dominadoras. Allí donde se encuentran razas inferiores ligadas al demonismo telúrico y mezcladas con la naturaleza animal, han permanecidos recuerdos de luchas, bajo la forma de mitos donde se subraya siempre la oposición entre un tipo oscuro no divino. En los organismos tradicionales constituidos por las razas conquistadoras, se estableció entonces una jerarquía, a la vez espiritual y étnica. En India, en Irán, en Egipto y Perú y en muchos otros lugares, se encuentran huellas muy claras en el régimen de castas. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 4

En cuando a Egipto, es significativo que su civilización no conoce prehistoria “bárbara”. Surge, por decirlo así, de un solo golpe, y se sitúa, desde el origen, en un nivel elevado. Según la tradición, las primeras dinastías egipcias habrían sido constituidas por una raza venida de Occidente, llamada de los “compañeros de Horus” — shemsu Heru-, situados bajo el signo del “primero de los habitantes de la tierra de Occidente”, es decir de Osiris, considerado como el rey eterno de los “Campos de Yalu”, de la “tierra del sagrado Amenti” más allá de las “aguas de la muerte” situada “en el lejano Occidente” y que, precisamente, alude en ocasiones a la idea de una gran tierra insular. El rito funerario egipcio recupera el símbolo y el recuerdo: implicaba, además la fórmula ritual “¡hacia Occidente!”, una travesía de las aguas, y se portaba en el cortejo “el arca sagrada del sol”, propia de los “salvados de las aguas”. Hemos ya mencionado a propósito de las tradiciones extremo-orientales y tibetanas, el “paraiso occidental” con árboles en los frutos de oro como el de las Hespérides. Muy sugestiva es igualmente, en lo que concierne al misterio de Occidente, la imagen frecuente de Mi-tu con una cuerda, acompañada por la leyenda: “aquel que trae (las almas) hacia Occidente “. Encontramos por otra parte, el mismo recuerdo transformado en mito paradisíaco, en las leyendas célticas y gaélicas ya citadas, relativas a la “Tierra de los Vivientes”, al Mag-Mell, al Avalon, lugares de inmortalidad concebidos como tierras occidentales. En Avalon habrían pasado a una existencia perpetua los supervivientes de la raza “de lo alto” de los Tuatha de Dannan, el rey Arturo mismo y los héroes legendarios como Condla, Oisin, Cuchulain, Loegairo, Ogiero el Danés y otros. Esta misteriosa Avalon es lo mismo que el “paraiso” atlántico del que hablan las leyendas americanas ya citadas: es la antigua Tlapalan o Tolan, es la misma “Tierra del Sol”, o “Tierra Roja” a la cual — como los Tuatha en Avalon — habrían regresado y desaparecerían tanto el dios blanco Quetzalcoatl, como los emperadores legendarios (por ejemplo Huemac, del Codex Chimalpopoca). REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 4

Esta civilización presenta un carácter esencialmente demetríaco — sacerdotal. Junto a una fuerte componente telúrica, se constata a menudo la supervivencia de los símbolos solares, alterados y debilitados, de forma que sería imposible encontrar elementos que aludieran al principio de la virilidad espiritual y de la superioridad olímpica. Esto es igualmente cierto para la civilización de los mayas, en primer plano de la cual se encuentran figuras de sacerdotes y divinidades que revisten las insígneas de la soberanía suprema y de la realeza. La figura maya bien conocida del Codex Dresdensis es, a este respecto, característica: se ve a la divinidad, Kukulkalkan, revestida con las insígneas de la realeza, y, frente a ella, un sacerdote arrodillado que realiza sobre él mismo un sacrificio sangriento de mortificación. El principio demetríaco conduce así a una forma de tipo “religioso”, donde los ayunos y las maceraciones marcan la caida del hombre en relación a su dignidad primordial. Si, como parece, los mayas constituyeron un imperio llamado “el reino de la Gran Serpiente” (Nachan, símbolo maya tan frecuente como significativo), este imperio tuvo un carácter pacífico, en absoluto guerrero, ni heroico. Las ciencias sacerdotales se desarrollaron ampliamente, pero una vez alcanzado un alto grado de opulencia, degeneró progresivamente en una civilización de tipo hedonista y afrodítico. Parece que es de los mayas de quienes extrae su originen el tipo del dios Quelzalcoatl, dios solar de la Atlántida, desvirilizado precisamente en un culto pacífico, de contemplación y mortificación. La tradición quiere que en un momento dado, Quetzalcoatl haya abandonado sus pueblos y se haya retirado a la región Atlántica, de donde había venido. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 8

Esto corresponde verosímilmente al descenso de las razas del tronco Nahua, los toltecas y, en fin, los aztecas, quienes tomaron la delantera sobre los mayas y su civilización crepuscular y crearon nuevos Estados. Estas razas son las que conservaron más netamente el recuerdo de Tula y Aztlan, es decir, de la región nórdico-atlántica, entrando verosímilmente en un ciclo de tipo “heroico”. Su última creación fue el antiguo imperio mejicano, cuya capital, según la leyenda, fue construida en el lugar donde apareció un Aguila estrangulando a una Serpiente. Se puede decir lo mismo de estos linajes Incas, enviados como dominadores por el “Sol”, que crearon el imperio peruano imponiéndose a razas de civilización muy inferior y a cultos animistas y ctónicos que subsistían aun en los estratos populares. Muy interesante es, a este respecto, una leyenda relativa a la raza de lo gigantes de Tihuanaco — cuyo cielo no conocía más que la Luna ciclo lunar con su contrapartida titánica — raza que mata al profeta del Sol y que es así mismo exterminada y petrificada durante la siguiente aparición del astro rey, que se puede hacer corresponder con la venida de los Incas. De forma general, son numerosos las leyendas relativas a razas blancas americanas, de dominadores de “lo alto”, creadores de civilizaciones. Igualmente característico, en Méjico, la dualidad de un calendario solar opuesto a un calendario lunar parece pertenecer al estrato más antiguo de la civilización aborigen y estar relacionado sobre todo con la casta sacerdotal, así como la dualidad de un régimen aristocrático-hereditario de propiedad al cual se opone un régimen plebeyo-comunista; y finalmente, el contraste entre el culto de divinidades netamente guerreras, Uitzilpochtli y Tezcatlipoca, y las supervivencias del culto de Quetzalcoatl, puede interpretarse de la misma manera. En los mitos más antiguos de estas civilizaciones se encuentra — al igual que en los Eddas — el tema de la lucha contra los gigantes y el de una última generación, golpeada por la catástrofe de las aguas, generación en el origen de la cual se encuentra, como se ha recordado, una mujer-serpiente generadora de “parejas”. Tal como se presenta durante la invasión española, la civilización guerrera de estas razas atestigua sin embargo una degeneración característica en el sentido de un dionisismo especial, siniestro, que se podría llamar el frenesí de la sangre. El tema de la guerra sagrada y de la muerte heroica como sacrificio inmortalizante (temas que entre los Aztecas no tuvieron menos importancia que entre las razas nórdicas europeas o entre los árabes) se mezcla aquí con una especie de frenesí de sacrificios humanos, en una sombría y feroz exaltación destructora de la vida para conservar el contacto con lo divino, incluso bajo la forma de masacres colectivas de tal amplitud que no se encuentra nada similar en ninguna otra civilización conocida. Aquí, como en el Imperio de los Incas, otros factores de degeneración, al mismo tiempo que conflictos políticos interiores facilitaron el hundimiento de estas civilizaciones — que tuvieron indudablemente un pasado glorioso y solar — ante algunas bandas de aventureros europeos. Las posibilidades vitales internas de estos ciclos debían estar agotadas desde hacía tiempo, de ahí que no se haya podido constatar ninguna supervivencia ni resurgimiento del espíritu antiguo durante los tiempos que siguieron a la conquista. REVUELTA CONTRA EL MUNDO MODERNO II: 8



Geosofia, Julius Evola