René Guénon — OS SÍMBOLOS DA CIÊNCIA SAGRADA
O GRÃO DE MOSTARDA (cont.)
CAMPO — SEMENTE — ÁRVORE
En la parábola del grano de mostaza, hay aún un punto que requiere explicación en relación con lo que precede1: se dice que el grano, al desarrollarse, se convierte en árbol; y sabido es que el árbol constituye en todas las tradiciones uno de los principales símbolos del “Eje del Mundo”2. Esta significación conviene perfectamente al caso: el grano es el centro; el árbol que de él brota es el eje, directamente salido de ese centro, y extiende a través de todos los mundos sus ramas, en las cuales vienen a posarse las “aves del cielo”, que, como en ciertos textos hindúes, representan los estados superiores del ser. Ese eje invariable, en efecto, es el “soporte divino” de toda existencia; es, como lo enseñan las doctrinas extremo-orientales, la dirección según la cual se ejerce la “Actividad del Cielo”, el lugar de manifestación de la “Voluntad del Cielo”3. ¿No es ésta una de las razones por las cuales, en el Padrenuestro, inmediatamente después de este ruego: “Venga a nos el tu reino” ( y ciertamente se trata aquí del “Reino de Dios” ), sigue este otro: “Hágase tu voluntad en la Tierra como en el Cielo”, expresión de la unión “axial” de todos los mundos entre sí y con el Principio divino, de la plena realización de esa armonía total a la cual aludíamos, que no puede cumplirse a menos que todos los seres concierten sus aspiraciones según una dirección única, la del eje mismo?4 “Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti, que también ellos en nosotros sean uno… Para que sean uno como nosotros somos uno; yo en ellos y tú en mí, para que sean consumados en la unidad” ( San Juan, XVII, 21-23 ). Esta unión perfecta es el verdadero advenimiento del “Reino de Dios”, que viene de dentro y se expande hacia afuera, en la plenitud del orden universal, consumación de la manifestación entera y restauración de la integridad del “estado primordial”. Es la venida de la “Jerusalén Celeste al fin de los tiempos”5): “He aquí el Tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos6. Y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más…”7 “No habrá ya maldición alguna, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella ( en la Ciudad ), y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y llevarán Su nombre sobre la frente8. No habrá ya noche9 ni tendrán necesidad de luz de antorcha, ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará, y reinarán por los siglos de los siglos”10).
Señalemos también que el “campo” ( kshetra ) es, en la terminología hindú, la designación simbólica del dominio en el cual se desarrollan las posibilidades de un ser. ↩
Cf. Le Symbolisrne de la Croix, cap. XXIII. Emplearíamos aquí más bien la expresión “lugar metafísico” por analogía con la de “lugar geométrico” que da un símbolo lo más exacto posible de aquello de que se trata. ↩
Es de notar que la palabra “concordia” significa literalmente ‘unión de los corazones’ ( cum-cordia ); en este caso, el corazón se toma como representación de la voluntad, principalmente. ↩
Para vincular más íntimamente esto con lo que acabarnos de decir sobre el simbolismo del árbol, recordaremos también que el “Árbol de Vida” está situado en el centro de la “Jerusalén celeste” ( cf. Le Roi du Monde, cap. XI, y Le Symbolisme de la Croix, cap. IX ↩
Naturalmente, cabe referirse aquí a lo que decíamos anteriormente sobre la Shekinah y sobre ‘Immanû’el. ↩
Apocalipsis, XXI, 3-4. La “Jerusalén celeste”, en cuanto “Centro del Mundo”, se identifica efectivamente con la “morada de inmortalidad” ( cf. Le Roi du Monde, cap. VII ). ↩
Puede verse en esto una alusión al “tercer ojo”, el cual tiene la forma de un yod, según lo hemos explicado en nuestro estudio sobre “L’Oeil qui voit tout” ( aquí, cap, LXXII: “El Ojo que todo lo ve” ): cuando sean restablecidos en el “estado prirnordial”, poseerán efectivamente, y por eso mismo, el “sentido de la eternidad”. ↩
La noche se torna aquí, naturalmente, en su sentido inferior, en que se asimila al caos, y es evidente que la perfección del “cosmos” está en oposicion con éste ( podría decirse, en el otro extremo de la manifestación ), de modo que dicha perfección puede considerarse como un “día” perpetuo. ↩
Apocalipsis, XXII, 3-5. Cf. también ibid., XXI, 23 “Y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna para que alumbren en ella, porque la gloria de Dios la ilumina y su antorcha es el Cordero”. La “gloria de Dios” es también una designación de la Shejináh, cuya manifestación, en efecto, se representa siempre como “Luz” ( cf. Le Roi du Monde, cap. III ↩