René Guénon — ESTADOS MÚLTIPLOS DO SER
EL INFINITO Y LA POSIBILIDAD
La idea del Infinito, tal como acabamos de precisarla aquí1, desde el punto de vista puramente metafísico, no es en modo alguno discutible ni contestable, ya que no puede encerrar en sí ninguna contradicción, por eso mismo de que no hay en ella nada de negativo; ella es además necesaria, en el sentido lógico de este término2, ya que es la negación la que sería contradictoria3. En efecto, si se considera el «Todo», en el sentido universal absoluto, es evidente que no puede ser limitado de ninguna manera, ya que no podría serlo más que por algo que fuera exterior, y, si hubiera algo que fuera exterior a él, ya no sería el «Todo». Importa destacar, por lo demás, que el «Todo», en este sentido, no debe ser asimilado en modo alguno a un todo particular y determinado, es decir, a un conjunto compuesto de partes que estarían con él en una relación definida; hablando propiamente, el «Todo» es «sin partes», puesto que, estas partes, debiendo ser necesariamente relativas y finitas, no podrían tener con él ninguna medida común, ni, por consiguiente, ninguna relación, lo que equivale a decir que ellas no existen para él4; y esto basta para mostrar que no se debe buscar formarse de él ninguna concepción particular5.
Lo que acabamos de decir del Todo universal, en su indeterminación más absoluta, se aplica también a él cuando se considera desde el punto de vista de la Posibilidad; y, a decir verdad, en eso no hay ninguna determinación, o al menos es el mínimo de determinación que se requiere para hacérnosle actualmente concebible, y sobre todo expresable en algún grado. Como hemos tenido la ocasión de indicarlo en otra parte6, una limitación de la Posibilidad total es, en el sentido propio de la palabra, una imposibilidad, puesto que, debiendo comprender la Posibilidad para limitarla, no podría estar comprendida en ella, y lo que está fuera de lo posible no podría ser nada más que imposible; pero una imposibilidad, no siendo nada más que una negación pura y simple, una verdadera nada, no puede limitar evidentemente a ninguna otra cosa, de donde resulta inmediatamente que la Posibilidad universal es necesariamente ilimitada. Es menester entender bien, por lo demás, que esto no es naturalmente aplicable más que a la Posibilidad universal y total, que no es así más que lo que podemos llamar un aspecto del Infinito, del cual no es distinta de ninguna manera ni en medida alguna; no puede haber nada que esté fuera del Infinito, puesto que eso sería una limitación, y puesto que entonces ya no sería el Infinito. La concepción de una «pluralidad de infinitos» es una absurdidad, puesto que se limitarían recíprocamente, de suerte que, en realidad, ninguno de ellos sería infinito7; por consiguiente, cuando decimos que la Posibilidad universal es infinita o ilimitada, es menester entender que ella no es otra cosa que el Infinito mismo, considerado bajo un cierto aspecto, en la medida en la que es permisible decir que hay aspectos del Infinito. Puesto que el Infinito es verdaderamente «sin partes», en todo rigor, no podría ser cuestión tampoco de una multiplicidad de aspectos existentes real y «distintamente» en él; a decir verdad, somos nosotros quienes concebimos el Infinito bajo tal o cual aspecto, porque no nos es posible hacerlo de otro modo, e, incluso si nuestra concepción no fuera esencialmente limitada, como lo es mientras estamos en un estado individual, debería limitarse forzosamente para devenir expresable, puesto que para eso le es menester revestirse de una forma determinada. Solamente, lo que importa, es que comprendamos bien de dónde viene la limitación y dónde se encuentra, a fin de no atribuirla más que a nuestra propia imperfección, o más bien a la de los instrumentos interiores y exteriores de que disponemos actualmente en tanto que seres individuales, que no poseen efectivamente como tales más que una existencia definida y condicionada, y a fin de no transportar esta imperfección, puramente contingente y transitoria como las condiciones a las cuales se refiere y de las cuales resulta, al dominio ilimitado de la Posibilidad universal misma.
Agregaremos todavía una última precisión: si se habla correlativamente del Infinito y de la Posibilidad, no es para establecer entre estos dos términos una distinción que no podría existir realmente; es porque el Infinito se considera entonces más especialmente bajo su aspecto activo, mientras que la Posibilidad es su aspecto pasivo8; pero, ya sea considerado por nosotros como activo o como pasivo, es siempre el Infinito, que no podría ser afectado por estos puntos de vista contingentes, y las determinaciones, cualquiera que sea el principio por el cual se efectúen, no existen aquí sino en relación a nuestra concepción. Así pues, en suma, es la misma cosa que lo que hemos llamado en otra parte, según la terminología de la doctrina extremo-oriental, la «perfección activa» ( Khien ), y la «perfección pasiva» ( Khouen ), siendo la Perfección, en el sentido absoluto, idéntica al Infinito entendido en toda su indeterminación; y, como lo hemos dicho entonces, también es el análogo, pero a un grado diferente y bajo un punto de vista mucho más universal, de lo que son, en el Ser, la «esencia» y la «substancia»9. Debe comprenderse bien, desde ahora, que el Ser no encierra toda la Posibilidad, y que, por consiguiente, no puede ser idéntico al Infinito en modo alguno; es por lo que decimos que el punto de vista en el que nos colocamos aquí es mucho más universal que aquel donde no tenemos que considerar más que al Ser; esto se indica solamente para evitar toda confusión, ya que, en lo que sigue, tendremos la ocasión de explicarnos más ampliamente sobre ello.
No decimos definirla, ya que sería evidentemente contradictorio pretender dar una definición del Infinito; y hemos mostrado en otra parte que el punto de vista metafísico mismo, en razón de su carácter universal e ilimitado, tampoco es susceptible de ser definido (INTRODUÇÃO GERAL AO ESTUDOS DAS DOUTRINAS HINDUS, 2a parte, cap. V ). ↩
Es menester distinguir esta necesidad lógica, que es la imposibilidad de que una cosa no sea lo que es o que sea otra cosa diferente de lo que es, y eso independientemente de toda condición particular, es decir, de la necesidad dicha «física», o necesidad de hecho, que es simplemente la imposibilidad para las cosas o los seres de no conformarse a las leyes del mundo al que pertenecen, y que, por consiguiente, está subordinada a las condiciones por las cuales ese mundo está definido y no vale más que en el interior de ese dominio especial. ↩
Algunos filósofos, que han argumentado muy justamente contra el pretendido «infinito matemático», y que han mostrado todas las contradicciones que implica esta idea ( contradicciones que desaparecen por lo demás desde que uno se da cuenta de que no se trata más que de lo indefinido ), creen haber probado por eso mismo, y al mismo tiempo, la imposibilidad del Infinito metafísico; todo lo que prueban en realidad, con esta confusión, es que ignoran completamente aquello de lo que se trata en este último caso. ↩
En otros términos, lo finito, incluso si es susceptible de una extensión indefinida, es siempre rigurosamente nulo con respecto al Infinito; por consecuencia, ninguna cosa o ningún ser puede ser considerado como una «parte del Infinito», lo que es una de las concepciones erróneas pertenecientes en propiedad al «panteísmo», ya que el empleo mismo de la palabra «parte» supone la existencia de una relación definida con el «todo». ↩
Lo que es menester evitar sobre todo, es concebir el Todo universal a la manera de una suma aritmética, obtenida por la adicción de sus partes tomadas una a una y sucesivamente. Por lo demás, incluso cuando se trata de un todo particular, hay que distinguir dos casos: un todo verdadero es lógicamente anterior a sus partes y es independiente de ellas; un todo concebido como lógicamente posterior a sus partes, de las cuales no es más que la suma, no constituye en realidad más que lo que los filósofos escolásticos llamaban un ens rationis, cuya existencia, en tanto que «todo», está subordinada a la condición de ser efectivamente pensado como tal; el primero tiene en sí mismo un principio de unidad real, superior a la multiplicidad de sus partes, mientras que el segundo no tiene otra unidad que la que nosotros le atribuimos por el pensamiento. ↩
Es Brahma y su shakti en la doctrina hindú ( ver O HOMEM E SEU DEVIR SEGUNDO O VEDANTA, cap. V y X ). ↩