En un famoso pasaje de las Cuestiones de Milinda, Nagasena usa el antiguo símbolo del carro para quebrar la creencia del Rey en la realidad de su propia «personalidad». Apenas necesitamos decir que en toda la literatura brahmánica y budista (así como también en Platón y en Filón) el «carro» representa el vehículo psico-físico, vehículo como el cual o en el cual —según nuestro conocimiento de «quien somos»— vivimos y nos movemos. Los caballos son los sentidos, las riendas sus controles, la mente el cochero, y el Espíritu o el Sí mismo real (atman) el auriga (rathi), es decir, el pasajero y propietario, que es el único que conoce el destino del vehículo; si se permite que los caballos se desboquen con la mente, el vehículo se extraviará; pero si se les doma y se les guía con la mente, de acuerdo con su conocimiento del Sí mismo, el Sí mismo volverá a casa. En nuestro texto budista se recalca con fuerza que todo lo que compone el carro y el equipamiento, a saber, el cuerpo-y-alma, está desprovisto de toda substancia esencial; «carro» y «sí mismo» son sólo los nombres convencionales de agregados compuestos, y no implican existencias independientes ni distinguibles de los factores que los componen; y de la misma manera que a una confección se le llama «carro» por conveniencia, así, a la personalidad humana debe llamársele un «sí mismo» sólo por conveniencia. Y de la misma manera que la expresión repetida «Eso no es mi Sí mismo», se ha malentendido tan a menudo en el sentido de que «No hay ningún Sí mismo», así, el análisis destructivo de la personalidad vehicular, se ha tomado en el sentido de que no hay ninguna Persona. Se protesta de que «se ha omitido al auriga».
La realidad es que no se dice nada a favor o en contra de la presencia imperceptible, en el vehículo compuesto, de una substancia eterna distinta de él, y una y la misma en todos los vehículos. Ciertamente, Nagasena, que se niega a considerarse como un «alguien», y que mantiene que «Nagasena» no es nada sino un nombre para el agregado inconstante del fenómeno psico-físico, podría haber dicho de sí mismo: «Vivo, pero no “yo”, sino la Ley en mí». Y si tomamos en consideración otros textos pali, encontraremos, ciertamente, que se da por establecido un auriga, y quien y lo que él es, a saber, uno que «jamás ha devenido alguien». De hecho, el auriga es La Ley Eterna (dharma); y mientras que «los carros del rey envejecen, y de la misma manera los cuerpos también envejecen, la Ley Eterna de las existencias no envejece». El Buddha se identifica a sí mismo —ese Sí mismo que llama su refugio— con esta Ley y se llama a sí mismo el «mejor de los aurigas», un auriga que doma hombres, como si fueran caballos. Y, finalmente, encontramos un análisis detallado del «carro», que concluye con la afirmación de que el conductor es el Sí mismo (atman), casi en las mismas palabras de las Upanishads. La afirmación de un comentador budista, de que el Buddha es el Sí mismo Espiritual (atman) es ciertamente correcta. Esa «Gran Persona» (mahapurusa) es el auriga en todos los seres. [AKCHB]