(Este ensayo se publicó por primera vez en O Instituto, C (1942), Coimbra, Portugal.—ED.)
En una tesis reciente1 , el Dr. William C. Kirk ha cumplido su propósito inmediato, que era descubrir, hasta donde fuera posible, lo que Heráclito dijo efectivamente sobre el Fuego. No nos proponemos resenar este folleto, que está plenamente documentado y bien construido. Lo que queremos criticar es más bien el propósito restringido de la erudición histórica misma. Ciertamente, debemos saber lo que se dijo: ¿pero de qué utilidad será para nosotros tal conocimiento, si no consideramos el significado de lo que se dijo y podemos aplicar este significado a nuestra propia experiencia? Aquí el Dr. Kirk tiene que decir poco más que lo que contienen estas significativas palabras, «Heráclito es uno de los filósofos griegos que buscaban explicar todo el universo en los términos de alguna entidad básica. Después de su tiempo, ciertamente, el fuego decreció en importancia y los hombres dejaron de buscar un único principio2 que explicara todos los fenómenos». Esto es una confesión de que los hombres han caído al nivel de ese empirismo hacia el que Platón se mostraba tan despectivo, y al de aquellos griegos a quienes Plutarco ridiculizaba porque ya no podían distinguir entre Apolo y Helios, entre la realidad (to on) y el fenómeno, «hasta tal punto su percepción sensorial (aisthesis) ha pervertido su poder de discriminación (dianoia)»3 . Sin embargo, es solo parcialmente verdadero que «la importancia del fuego ha decrecido», y solo algunos hombres han abandonado la búsqueda de «un único principio».
El Dr. Kirk ve que Heráclito debe haber tenido precursores, pero apenas se da cuenta de que no puede haber sido un filósofo en el sentido moderno, sino más bien un filósofo en el sentido antiguo más elevado, según el cual el verdadero maestro es el que comprende y transmite una doctrina de antiguedad inmemorial y de origen divino y anónimo4 . Dice que Heráclito habla como el que propone una verdad evidente y generalmente aceptada, no como el que argumenta con una opinión personal. Lo que queda de Heráclito es, en efecto, incuestionablemente «ortodoxo», es decir, de acuerdo con la Philosophia Perennis (et Universalis), cuyas ensenanzas son siempre y por todas partes las mismas.
La concepción de un Fuego transcendente y universal, del que nuestros fuegos son solo pálidos reflejos, sobrevive en las palabras «empíreo» y «éter»; esta última palabra deriva de aitho, «encender» (sánscrito indh) e, incidentalmente, no carece de interés que «el tigre incandescente» de Blake recuerda el aithones theres de los griegos, que se referían así al caballo, al león y al águila; el Rg Veda (II.34.5) habla de «vacas flamígeras (indhanvan = aithon)». Para Esquilo, Zeus estin aither (Fr. 65A; cf. Virgilio, Geórgicas II.325); en el Antiguo Testamento (Deuteronomio 4:24) y para San Pablo (Hebreos 12:29), Noster Deus ignis (pyr) consumens est; y la epifanía del Espíritu es como «lenguas de fuego» (Hechos 2:3, 4)5 . Agni (ignis, Fuego) es uno de los principales y quizás el primero de los nombres de Dios en el Rg Veda. Indra es «metafísicamente Indha» (aithon), un «Encendedor», pues «enciende» (inddha) los Soplos o Spiraciones (Prana, Satapatha Brahmana VI.1.1.2)6 . El Cisne solar (hamsa), «viendo al cual uno ve el Todo», es un «Fuego deslumbrante» (tejas-endham, Maitri Upanishad VI.35), y de él se habla como «flamígero» (lelayati, Brhadaranyaka Upanishad IV.3.7), igual que las lenguas de Agni (lalayamanah en Mundaka Upanishad I.2.4). El Buddha, que puede considerarse como un tipo humanizado de Agni o Indragni7 , es «un maestro consumado del elemento de fuego» (tejo-dhatum-kusalo,Vinaya-Pitaka 1.25) que puede asumir a voluntad, y es representado iconográficamente no solo como un Árbol sino también como un Pilar de Fuego8 . El Maestro Eckhart puede hablar también del «cielo inmutable, llamado fuego o el empíreo» y decir que el néctar (die zuezekeit = ambrosía, amrta, «miel», «agua de la vida») está negado a todos aquellos que no alcanzan «esa ígnea inteligencia celestial»9 .
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