Pensamos que se ha mostrado suficientemente que las escrituras del vedanta, desde el Rg Veda a la Bhagavad Gita, solo tienen conocimiento de un Único Transmigrante. Ciertamente, una tal doctrina resulta inevitablemente de la palabra Advaita. El argumento, «Brahma es sólo metafóricamente llamado una “vida” («jiva», ser vivo) debido a su conexión con las condiciones accidentales, y la existencia efectiva de una tal “vida” dura solo mientras Él continua estando limitado por algún grupo de accidentes» (Sankaracarya sobre Brahma Sutra Bhasya III.2.10), es solo una expansión de las implicaciones del logos, «Eso eres tú».
Hemos indicado también, más brevemente, la homologia de las tradiciones india y platónica, y hemos aludido a los paralelos islámicos: más bien para hacer la doctrina más comprensible que para implicar una derivación cualquiera. Desde el mismo punto de vista tenemos que referirnos todavía a las doctrinas judaica y cristiana. En el Antiguo Testamento encontramos que cuando nosotros morimos y entregamos el espíritu, «Entonces el polvo retorna al polvo como él era: y el espíritu (ruah) retorna a Dios que lo dio» (Eclesiastés 12:7). De esto, observa D. B. Macdonald, el Predicador «se regocija de todo corazón, pues ello significa un escape final para el hombre»1 . «Regocijarse» por esto puede pensarse solamente en el caso del que ha conocido quién es él y en cuál sí mismo él espera partir de aquí. Para los judíos, que no anticipaban una «inmortalidad personal», el alma (nefes) implica siempre «la naturaleza física más baja, los apetitos, la psique de San Pablo2 —todo lo que en términos budistas «no es mi Sí mismo»— y deben haber creído, por lo tanto, como Filón ciertamente creía, en un «alma del alma», el pneuma de San Pablo3 .
En el cristianismo hay una doctrina del karma (la operación de las causas mediatas) y de un fatum que está en las causas creadas mismas, pero ninguna doctrina de la reencarnación. En ninguna parte han de encontrarse abyecciones más enérgicas del «alma» que en los Evangelios cristianos. «Ningún hombre que no odia, a su propia alma (eautou psychen, San Lucas 14:26) puede ser discípulo mío»; esa alma que «el que la odia en este mundo la guardará para la vida eterna» (San Juan 12:25), pero que «quienquiera que busca salvarla, la perderá» (San Lucas 9:25). Comparados con el Dispositor (conditor = samdhatr), los demás seres «ni son bellos, ni buenos, ni son en absoluto» (nec sunt, San Agustín, Confesiones XI.4). La doctrina central trata del «descenso» (avatarana) de un Soter (Salvador) cuyo nacimiento eterno es «antes de Abraham» y «por quien todas las cosas fueron hechas». Este Uno mismo declara que «ningún hombre ha ascendido al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo» (San Juan 3:13); y dice, además, «Adonde yo voy, vosotros no podéis venir» (San Juan 8:21), y que «Si un hombre quiere seguirme, niéguese a sí mismo» (San Marcos 8:34)4 .
«La palabra de Dios es rauda y poderosa, y más aguda que una espada de doble filo, que penetra hasta la separación entre el alma (psyche) y el espíritu (pneuma, Hebreos 4:12)». Cuando San Pablo, que distingue el Hombre Interior y el Hombre Exterior (II Corintios 4:16; Efesios 3:16), dice de sí mismo, «Vivo, pero no yo, sino Cristo en mí» (Gálatas 2:20)5 se ha negado a sí mismo, ha perdido su alma para salvarla y sabe «en quien, cuando él parta de aquí, estará partiendo»; lo que sobrevive (atisisyate) no será «este hombre», Pablo, sino el Salvador mismo. En términos Sufis, «San Pablo» es «un hombre muerto andando»6 .
Cuando la presencia visible del Salvador se retira él está representado en nosotros por el Consejero (parakletos)7 , «El Espíritu de Verdad (to pneuma tes aletheias), que es el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, os ensenará todas las cosas,. Él os guiará en toda verdad» (San Juan 14:17, 26; 16:13). En él no podemos dejar de ver el daimon y hegemon inmanente de Platón8 , «quien de nada cuida sino de la verdad» y que Dios ha dado a cada uno de nosotros «para morar junto con él y en él» (Hippias mayor 288D, Timeo 90AB); el Ingenium de San Agustín, la Sindéresis escolástica, el Amor de Dante y nuestro Presenciador o Consciencia en su significación más plena (y no meramente ética).
«El verdadero Mundo es el mundo de aquel9 cuyo Sí mismo, el Omni-Hacedor, el Omni-Actuador que mora en este compuesto corporal abismal, ha sido encontrado y está despertado (yasyanuvittah pratibuddha atma)10 . el Senor de lo que ha sido y será. Deseando-Le sólo por su Mundo, los Viajeros (pravrajin) abandonan este mundo» (Brhadaranyaka Upanishad IV.4.13, 15, 22) —«no sea que venga el Juicio Final y me encuentre inaniquilado, y yo sea atrapado y apresado y entregado en las manos de mi propia egoismidad» (William Blake).
Ciertamente, solo si nosotros reconocemos que Cristo y no «yo» es nuestro Sí mismo real, y el único experiente en todo ser vivo, podemos comprender las palabras, «Yo estaba hambriento. yo estaba sediento. Cuanto hayáis hecho a uno de los menores de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho» (San Mateo 25:35 sig.). Desde este punto de vista el Maestro Eckhart habla del hombre que se conoce a sí mismo como «viendo tu Sí mismo en todos, y a todos en ti» (ed. Evans, II,132), y la Bhagavad Gita habla del hombre unificado como «viendo por todas partes al mismo Senor universalmente hipostasiado, el Sí mismo establecido en todos los seres y a todos los seres en el Sí mismo» (VI.29 con XIII.28). Si no fuera porque todo lo que hacemos a «otros» se hace así realmente a nuestro Sí mismo, que es también su Sí mismo, no habría ninguna base metafísica para hacer a «otros» lo que querríamos que se nos hiciera a nosotros; el principio está implícito en la regla y solo más explícito en otras partes. El mandato de «odiar» a nuestros parientes (San Lucas 14:26) debe comprenderse desde el mismo punto de vista: los «otros» no son objetos de amor más válidos que lo soy «yo»; no es en tanto que «nuestros» parientes o prójimos como ellos han de ser amados, sino en tanto que nuestro Sí mismo (atmanas tu kamaya, Brhadaranyaka Upanishad II.4.5)11 ; de la misma manera que es solo a sí mismo a quien Dios ama en nosotros, así es a Dios sólo a quien nosotros debemos amar unos en otros.
De este Espíritu de Verdad inmanente, el Eros Divino, depende nuestra vida misma, hasta que nosotros «entregamos el espíritu» —el Espíritu Santo. «El Espíritu es quien vivifica, la carne no vale nada» (San Juan 6:63). «El poder del alma, que está en el semen por el Espíritu encerrado en ella, da forma al cuerpo» (Summa Theologica III.32.11)12 . Este es el «Sembrador (o speiron) que salió a sembrar… Algunas (simientes) cayeron en sitios pedregosos. Pero otras cayeron en buen terreno. El campo es el mundo» (San Mateo 13:3-9, 37; Parabola do Semeador) —sadasad yonim apadyate (Maitri Upanishad III.2)13 . ¿Y es este Eros Divino, el «Conocedor del Campo» (Bhagavad Gita VIII), otro que el Hijo Pródigo «que estaba muerto, y está vivo de nuevo; que estaba perdido, y está encontrado» —muerto mientras había olvidado quién era, y vivo de nuevo «cuando volvió a sí mismo»14 (San Lucas 15:11 sig.)?
Se ha dicho, «Vosotros le crucificáis todos los días» (cf. Hebreos 6:6), y así hace, ciertamente, todo hombre que está convencido de que «yo soy» o «yo hago», dividiendo con ello a este Uno conceptualmente en muchos seres posibles e independientes15 . De todas las conclusiones que han de sacarse de la doctrina del Único y Solo Transmigrante, la más conmovedora es esta, a saber, que mientras Él es el pájaro cogido en la red, el Carnero atrapado en la espesura, la Víctima sacrificial y nuestro Salvador, él no puede salvar-nos excepto, y a no ser de que, nosotros, por el sacrificio y la negación de nuestro sí mismo, le salvemos también a Él16 .
NOTAS
Para un examen de las implicaciones de las palabras de San Pablo ver É. Mersch, The Whole Christ, tr. John R. Kelly (Londres, 1949), II.274 sig. (1936). Así, para Cajetan significan que Cristo es el único pensador, veedor, actor etc., en «Pablo». Barthélemy de Medina mantenía que toda obra buena que «nosotros» hacemos es realmente hecha por Cristo en nosotros como único agente.
La Doctrina del Cuerpo Místico de Cristo está representada en el budismo por la doctrina del Buddha, el Dhamma y el Samgha. Es en el Samgha (de la raíz samharí) donde la distribuida naturaleza-de-Buddha se reintegra; en esta comunión se reúnen esos miembros separados, que Prajapati «no podía juntar de nuevo» (na sasaka samhatum, Satapatha Brahmana I.6.3.36) de otro modo que por medio del Sacrificio, en el cual, el sacrificador (identificado con la oblación) y el Sacrificio se regeneran juntos.