René Guénon — INICIAÇÃO E REALIZAÇÃO ESPIRITUAL
ESTÁ O ESPÍRITO NO CORPO OU O CORPO NO ESPÍRITO?
La concepción ordinaria según la cual el espíritu se considera como alojado en cierto modo en el cuerpo no puede dejar de parecer harto extraña a quienquiera que posea solo los datos metafísicos más elementales, y eso, sobre todo, no solo porque el espíritu no podría ser verdaderamente «localizado», sino porque, incluso si no hay en eso más que una «manera de hablar» más o menos simbólica, la misma aparece a primera vista como implicando un ilogismo manifiesto y una inversión de las relaciones normales. En efecto, el espíritu no es otro que Atma, y él es el principio de todos los estados del ser, en todos los grados de su manifestación; ahora bien, todas las cosas están necesariamente contenidas en su principio, y no podrían salir de él de ningún modo en realidad, ni con mayor razón encerrarle en sus propios límites; así pues, son todos esos estados del ser, y por consiguiente también el cuerpo que no es más que una simple modalidad de uno de ellos, los que deben en definitiva estar contenidos en el espíritu, y no a la inversa. Lo «menos» no puede contener a lo «más», como tampoco puede producirlo; por lo demás, esto es aplicable a diferentes niveles, así como lo veremos a continuación; pero, por el momento, consideremos el caso más extremo, el que concierne a la relación entre el principio mismo del ser y la modalidad más restringida de su manifestación individual humana. Se podría estar tentado a concluir inmediatamente que la concepción corriente no se debe más que a la ignorancia de la gran mayoría de los hombres y que no corresponde más que a un simple error de lenguaje, que todos repiten por la fuerza del hábito y sin reflexionar en ello; sin embargo, la cuestión no es tan simple en el fondo, y este error, si es un error, tiene razones mucho más profundas de lo que se creería a primera vista.
Ante todo, debe entenderse bien que, en estas consideraciones, la imagen espacial del «continente» y del «contenido» no deberá tomarse nunca literalmente, puesto que solo uno de los dos términos considerados, el cuerpo, posee efectivamente el carácter espacial, ya que el espacio mismo no es ni más ni menos que una de las condiciones propias a la existencia corporal. El uso de un tal simbolismo espacial, tanto como el de un simbolismo temporal, por eso no es menos, como lo hemos explicado en muchas ocasiones, no solo legítimo, sino incluso inevitable, desde que debemos servirnos forzosamente de un lenguaje que, al ser el del hombre corporal, está sometido él mismo a las condiciones que determinan la existencia de éste como tal; basta con no olvidar nunca que todo lo que no pertenece al mundo corporal, por eso mismo, no podría estar en realidad ni en el espacio ni en el tiempo.
Por otra parte, nos importa poco que algunos filósofos hayan creído deber plantear y discutir una cuestión como la de una «sede del alma», que parecen entenderla en un sentido completamente literal, donde, por lo demás, lo que ellos llaman «alma» puede ser el espíritu, en la medida al menos en que ellos le conciben, según la confusión habitual del lenguaje occidental moderno a este respecto. En efecto, no hay que decir que, para nos, los filósofos profanos no se distinguen en nada del vulgo y que sus teorías no tienen más valor que la simple opinión corriente; así pues, no son ciertamente sus pretendidos «problemas» los que podrían darnos que pensar que una suerte de «localización» del espíritu en el cuerpo representa otra cosa que un error puro y simple; sino que son las doctrinas tradicionales mismas las que nos muestran que sería insuficiente quedarse ahí y que este punto requiere un examen más profundo.