René Guénon — O REINO DA QUANTIDADE E O SINAL DOS TEMPOS
MENSURAÇÃO
Como dice sobre este tema Ananda K. Coomaraswamy, «para todo lo que puede ser concebido o percibido (en el mundo manifestado), el sánscrito tiene solo la expresión nama-rupa, cuyos dos términos corresponden a lo “inteligible” y a lo “sensible” (considerados como dos aspectos complementarios que se refieren respectivamente a la esencia y a la substancia de las cosas)1. Es verdad que la palabra mâtrâ, que significa literalmente «medida», es el equivalente etimológico de materia; pero lo que es así “medido”, no es la “materia” de los físicos, sino las posibilidades de manifestación que son inherentes al espíritu (atman)»2. Esta idea de «medida», puesta así en relación directa con la manifestación misma, es muy importante, y por lo demás está muy lejos de ser exclusivamente propia únicamente a la tradición hindú, que el Sr. Coomaraswamy ha tenido aquí más especialmente en vista; de hecho, se podría decir que se encuentra bajo una forma u otra, en todas las doctrinas tradicionales, y, aunque naturalmente no podamos tener la pretensión de indicar al presente todas las concordancias que se podrían destacar a este respecto, trataremos no obstante de decir suficientes como para justificar esta aserción, aclarando igualmente, tanto como nos sea posible hacerlo, este simbolismo de la «medida» que tiene concretamente un lugar enorme en algunas formas iniciáticas.
Entendida en su sentido literal, la medida se refiere principalmente al dominio de la cantidad continua, es decir, de la manera más directa, a las cosas que poseen un carácter espacial (ya que el tiempo mismo, aunque igualmente continuo, no puede ser medido más que indirectamente, relacionándole en cierto modo al espacio por la intermediación del movimiento que establece una relación entre el uno y el otro); eso equivale a decir que la medida se refiere en suma, ya sea a la extensión misma, o ya sea a lo que se ha convenido en llamar la «materia corporal», en razón del carácter extenso que ésta posee necesariamente, lo que, por lo demás, no quiere decir que su naturaleza, como lo ha pretendido Descartes, se reduzca pura y simplemente a la extensión. En el primer caso, la medida es más propiamente «geométrica»; en el segundo, se la podría llamar más bien «física», en el sentido ordinario de esta palabra, pero, en realidad, este segundo caso se reduce al primero, puesto que es en tanto que se sitúan en la extensión y en tanto que ocupan una cierta porción definida de ella como los cuerpos son inmediatamente mensurables, mientras que sus demás propiedades no son susceptibles de medida sino en tanto que pueden ser referidas de una cierta manera a la extensión. Como lo habíamos previsto, aquí estamos muy lejos de la materia prima, que en efecto, en su «indistinción» absoluta, no puede ser medida de ninguna manera ni servir para medir nada; pero debemos preguntarnos si esta noción de la medida no se liga más o menos estrechamente a lo que constituye la materia secunda de nuestro mundo, y, efectivamente, este lazo existe por el hecho de que ésta es signata quantitate. En efecto, si la medida concierne directamente a la extensión y a lo que está contenido en ella, es por el aspecto cuantitativo de esta extensión como la medida se hace posible; pero la cantidad continua no es, como lo hemos explicado, más que un modo derivado de la cantidad, es decir, que no es propiamente cantidad más que por su participación en la cantidad pura, que, ella sí es inherente a la materia secunda del mundo corporal; y, agregaremos, es porque lo continuo no es la cantidad pura por lo que la medida presenta siempre una cierta imperfección en su expresión numérica, ya que la discontinuidad del número hace imposible su aplicación adecuada a la determinación de las magnitudes continuas. En efecto, el número es verdaderamente la base de toda medida, pero, en tanto que no se considera más que el número, no se puede hablar de medida, puesto que ésta es la aplicación del número a alguna otra cosa, aplicación que es siempre posible, en ciertos límites, es decir, teniendo en cuenta la «inadecuación» que acabamos de indicar, para todo lo que está sometido a la condición cuantitativa, o, en otros términos, para todo lo que pertenece al dominio de la manifestación corporal. Solamente, y aquí volvemos a la idea expresada por A. Coomaraswamy, es menester tener cuidado de que, en realidad, y a pesar de algunos abusos del lenguaje ordinario, la cantidad no es lo que se mide, sino, antes al contrario, aquello por lo que las cosas son medidas; y, además, se puede decir que la medida es, en relación al número, en sentido inversamente analógico, lo que es la manifestación en relación a su principio esencial.
Ahora, entiéndase bien que, para extender la idea de la medida más allá del mundo corporal, es necesario transponerla analógicamente: puesto que el espacio es el lugar de la manifestación de las posibilidades de orden corporal, uno podrá servirse de él para representar todo el dominio de la manifestación universal, que de otro modo no sería «representable»; y así, la idea de medida, aplicada a éste, pertenece esencialmente a este simbolismo espacial del que tenemos que señalar ejemplos tan frecuentemente. En el fondo, la medida es entonces una «asignación» o una «determinación», implicada necesariamente por toda manifestación, en cualquier orden y bajo cualquier modo que sea; esta determinación es naturalmente conforme a las condiciones de cada estado de existencia, e incluso, en un cierto sentido, se identifica a esas condiciones mismas; ella no es verdaderamente cuantitativa más que en nuestro mundo, puesto que la cantidad no es en definitiva, así como el espacio y el tiempo, más que una de las condiciones especiales de la existencia corporal. Pero, en todos los mundos, hay una determinación que puede ser simbolizada para nosotros por esta determinación cuantitativa que es la medida, puesto que ella es lo que se le corresponde en ellos teniendo en cuenta la diferencia de las condiciones; y se puede decir que es por esta determinación como esos mundos, con todo lo que contienen, son realizados o «actualizados» como tales, puesto que ella no forma más que uno con el proceso mismo de la manifestación. El Sr. Coomaraswamy destaca que «el concepto platónico y neoplatónico de “medida” (metron) concuerda con el concepto indio: lo “no-medido” es lo que todavía no ha sido definido; lo “medido” es el contenido definido o finito del “cosmos”, es decir, del universo “ordenado”; lo “no mensurable” es el Infinito, que es a la vez la fuente de lo indefinido y de lo finito, y que permanece inafectado por la definición de lo que es definible», es decir, por la realización de las posibilidades de manifestación que lleva en él.
Éstos dos términos de «inteligible» y de «sensible», empleados así correlativamente, pertenecen propiamente al lenguaje platónico; se sabe que el «mundo inteligible» es, para Platón, el dominio de las «ideas» o de los «arquetipos», que, como ya lo hemos visto, son efectivamente las esencias en el sentido propio de esta palabra; y, en relación a este mundo inteligible, el mundo sensible, que es el dominio de los elementos corporales y de lo que procede de sus combinaciones, está del lado substancial de la manifestación. ↩