René Guénon — Apreciações sobre a Iniciação
EL NACIMIENTO DEL AVATÂRA
La aproximación que hemos indicado entre el simbolismo del corazón y el del «Huevo del Mundo» nos conduce a señalar todavía, en lo que concierne al «segundo nacimiento», otro aspecto diferente de aquel bajo el que lo hemos considerado precedentemente: es el que le presenta como el nacimiento de un principio espiritual en el centro de la individualidad humana, que, como se sabe, es figurado precisamente por el corazón. A decir verdad, este principio reside siempre en el centro de todo ser1, pero, en un caso tal como el del hombre ordinario, en suma, no está en él más que de una manera latente, y, cuando se habla de «nacimiento», con eso se entiende propiamente el punto de partida de un desarrollo efectivo; y, en efecto, es este punto de partida el que es determinado o al menos hecho posible por la iniciación. Así pues, en un sentido, la influencia espiritual que es transmitida por ésta se identificará al principio mismo de que se trata; en otro sentido, y si se tiene en cuenta la preexistencia de este principio en el ser, se podrá decir que tiene como efecto «vivificarle» (no en sí mismo, bien entendido, sino en relación al ser en el que reside), es decir, en suma, hacer «actual» su presencia que no era primeramente más que potencial; y, de todas las maneras, es evidente que el simbolismo del «nacimiento» puede aplicarse igualmente en uno y otro caso.
Ahora, lo que es menester comprender bien, es que, en virtud de la analogía constitutiva del «macrocosmo» y del «microcosmo», lo que está contenido en el «Huevo del Mundo» (y apenas hay necesidad de subrayar la relación evidente del huevo con el nacimiento o el comienzo del desarrollo de un ser) es realmente idéntico a lo que está contenido también simbólicamente en el corazón2: se trata de ese «germen» espiritual que, en el orden macrocósmico, así como ya lo hemos dicho, es designado por la tradición hindú como Hiranyagarbha; y este «germen», en relación al mundo en cuyo centro se sitúa, es propiamente el Avatâra primordial3. Ahora bien, el lugar del nacimiento del Avatara , así como de lo que se le corresponde desde el punto de vista «microcósmico», se representa precisamente por el corazón, identificado también a este respecto a la «caverna», cuyo simbolismo iniciático se prestaría a desarrollos que no podemos pensar emprender aquí; es lo que indican muy claramente textos tales como éste: «Sabe que este Agni, que es el fundamento del mundo eterno (principial), y por el cual éste puede ser alcanzado, está oculto en la caverna (del corazón)»4. Se podría objetar quizás que, aquí como en muchos otros casos, el Avatâra es expresamente designado como Agni, mientras que, por otra parte, se dice que es Brahma quien se envuelve en el «Huevo del Mundo», llamado por esta razón Brahmanda, para nacer en él como Hiranyagarbha; pero, además de que los diferentes nombres no designan en realidad más que diversos aspectos o atributos divinos, que están siempre forzosamente en conexión los unos con los otros, y no «entidades» separadas, hay lugar a recordar más especialmente que Hiranyagarbha se caracteriza como un principio de naturaleza luminosa, y por consiguiente ígnea5, lo que le identifica verdaderamente a Agni mismo6.
Para pasar de ahí a la aplicación «microcósmica», basta recordar la analogía que existe entre el pinda, embrión sutil del ser individual, y el Brahmanda, o el «Huevo del Mundo»7; y este pinda, en tanto que «germen» permanente e indestructible del ser, se identifica en otras partes al «núcleo de inmortalidad» que es llamado lûz en la tradición hebraica8. Es verdad que, en general, el lûz no está expresamente indicado como situado en el corazón, o que al menos éste no es más que una de las diferentes «localizaciones» de las que es susceptible, en su correspondencia con el organismo corporal, y que no es la que se refiere al caso más habitual; pero esta localización no se encuentra menos exactamente, entre las demás, ahí donde el lûz está en relación inmediata con el «segundo nacimiento». En efecto, estas «localizaciones», que están también en relación con la doctrina hindú de los chakras o centros sutiles del ser humano, se refieren a otras tantas condiciones de éste, o a fases de su desarrollo espiritual, que son las fases mismas de la iniciación efectiva: en la base de la columna vertebral, es en el estado de «sueño» donde se encuentra el luz en el hombre ordinario; en el corazón, es la fase inicial de su «germinación», que es propiamente el «segundo nacimiento»; en el ojo frontal, es la perfección del estado humano, es decir, la reintegración al «estado primordial»; en fin, en la coronilla de la cabeza, es el paso a los estados supraindividuales, que debe conducir finalmente hasta la «Identidad Suprema».
No podríamos insistir más sobre esto sin entrar en consideraciones que, dado que se refieren al examen detallado de algunos símbolos particulares, encontrarían mejor lugar en otros estudios, ya que, aquí, hemos querido atenernos a un punto de vista más general, y no hemos considerado tales símbolos, en la medida en que esto era necesario, más que a título de ejemplos o de «ilustraciones». Nos bastará pues haber indicado brevemente, para terminar, que la iniciación, en tanto que «segundo nacimiento», no es otra cosa en el fondo que la «actualización», en el ser humano, del principio mismo que, en la manifestación universal, aparece como el «Avatâra eterno».
Ver EL HOMBRE Y SU DEVENIR SEGÚN EL VÊDÂNTA, cap. III. ↩
Otro símbolo que, a este respecto, tiene con el corazón una relación similar a la del huevo, es el fruto, en cuyo centro se encuentra igualmente el germen que representa esto de lo que se trata aquí; cabalísticamente, este germen es figurado por la letra iod, que es, en el alfabeto hebraico, el principio de todas las demás letras. ↩
Aquí no se trata de los Avatâras particulares que se manifestarán en el curso de los diferentes periodos cíclicos, sino de lo que en realidad, y desde el comienzo, es el principio mismo de todos los Avatâras, del mismo modo que, desde el punto de vista de la tradición islámica, Er-Rûh el-muhammadiyah es el principio de todas las manifestaciones proféticas, y que este principio está en el origen mismo de la creación. — Recordaremos que la palabra Avatâra expresa propiamente el «descenso» de un principio al dominio de la manifestación, y también, por otra parte, que el nombre de «germen» se aplica al Mesías en numerosos textos bíblicos. ↩
Katha Upanishad, 1 Vallî, shruti 14. ↩
El fuego (Têjas) contiene en sí mismo los dos aspectos complementarios de luz y de calor. ↩
Por lo demás, esta razón se agrega también a la posición «central» de Hiranyagarbha para hacerle asimilar simbólicamente al sol. ↩
Yathâ pinda tathâ Brahmanda (Ver EL HOMBRE Y SU DEVENIR SEGÚN EL VÊDÂNTA, pp. 143 y 191, ed. francesa). ↩
Ver El Rey del Mundo, pp. 87-91, ed. francesa. — Se puede notar también que la asimilación del «segundo nacimiento» a una «germinación» del luz recuerda claramente la descripción taoísta del proceso iniciático como «endogenia del inmortal». ↩