Referências de Guénon a Orígenes
Esta observación, en el pensamiento de su autor, se dirigía sobre todo a algunos escritores que han creído que la reencarnación, en algunos casos particulares, era conciliable con la doctrina católica: el conde de Larmandie, concretamente, ha pretendido que podía ser admitida para los niños muertos sin bautismo (NA: Magie et Religion.). Es cierto que algunos textos, como los del cuarto concilio de Constantinopla, que se ha creído a veces poder invocar contra la reencarnación, no se aplican a ella en realidad; pero los ocultistas no han podido triunfar en esto, y, si es así, es simplemente porque, en aquella época, la reencarnación todavía no había sido imaginada. Se trataba de una opinión de Orígenes, según la cual la vida corporal sería un castigo para almas que, «preexistiendo en tanto que potencias celestes, habrían llegado a saciarse de la contemplación divina»; como se ve, en esto no se trata de otra vida corporal anterior, sino de una existencia en el mundo inteligible en el sentido platónico, lo que no tiene ninguna relación con la reencarnación. Cuesta trabajo concebir cómo Papus ha podido escribir que «la opinión del concilio indica que la reencarnación formaba parte de la enseñanza, y que si había quienes volvían voluntariamente a reencarnarse, no por disgusto del Cielo, sino por amor de su prójimo, el anatema no podía tocarles» (NA: se ha imaginado que ese anatema se dirigía contra «el que proclamara haber vuelto sobre la tierra por disgusto del Cielo»); y se apoya en esto para afirmar que «la idea de la reencarnación forma parte de las enseñanzas secretas de la Iglesia» (NA: La Réincarnation, p. 171.). A propósito de la doctrina católica, debemos mencionar también una aserción de los espiritistas que es verdaderamente extraordinaria: Allan Kardec afirma que el «dogma de la resurrección de la carne es la consagración del dogma de la reencarnación enseñado por los espíritus», y que «así la Iglesia, por el dogma de la resurrección de la carne, enseña también la doctrina de la reencarnación»; ¡o si no presenta estas proposiciones bajo forma interrogativa, y es el «espíritu» de San Luis quien le responde que «eso es evidente», agregando que «antes de poco se reconocerá que el espiritismo resulta a cada paso del texto mismo de las Escrituras sagradas»! (NA: Le Livre des Esprits, pp. 440-442). Lo que es más sorprendente todavía, es que se haya encontrado un sacerdote católico, más o menos sospechoso de heterodoxia, para aceptar y sostener una parecida opinión; es el abad J. A. Petit, de la diócesis de Beauvais, familiar lejano de la duquesa de Pomar, quien ha escrito estas líneas: «La reencarnación ha sido admitida en la mayoría de los pueblos antiguos… Cristo también la admitía. Si no se encuentra enseñada más expresamente por los Apóstoles, es porque los fieles debían reunir en ellos las cualidades morales que les dieran paso a ella… Más tarde, cuando los jefes mayores y sus discípulos hubieron desaparecido, y cuando la enseñanza cristiana, bajo la presión de intereses humanos, fue fijada en un árido símbolo, no quedó, como vestigio del pasado, más que la resurrección de la carne, o en la carne, que, tomada en el sentido estrecho de la palabra, hizo creer en el error gigantesco de la resurrección de los cuerpos muertos» (NA: L’Alliance Spiritualiste, julio de 1911.). No queremos hacer sobre esto ningún comentario, ya que tales interpretaciones son de las que ningún espíritu no prevenido puede tomar en serio; pero la transformación de la «resurrección de la carne» en «resurrección en la carne» es una de las pequeñas habilidades que hacen poner en duda la buena fe de su autor. Erro Espírita