El principio de individuación
En vista de lo que nos proponemos, pensamos haber dicho bastante sobre la naturaleza del espacio y del tiempo, pero nos es menester volver todavía a la «materia» para examinar otra cuestión de la que no hemos dicho nada hasta aquí, y que es susceptible de arrojar alguna nueva luz sobre algunos aspectos del mundo moderno. Los escolásticos consideran la materia como constituyendo el principium individuationis; ¿cuál es la razón de esta manera de considerar las cosas, y hasta qué punto está justificada? Para comprender bien aquello de lo que se trata, basta en suma, sin salir de ninguna manera de los límites de nuestro mundo (ya que aquí no se hace llamada a ningún principio de orden transcendente en relación a éste), con considerar la relación que hay entre los individuos y la especie: en esta relación, la especie está del lado de la «forma» o de la esencia, y los individuos, o más precisamente lo que les distingue en el interior de la especie, está del lado de la «materia» o de la substancia (Conviene señalar que a este propósito se presenta una dificultad al menos aparente: en la jerarquía de los géneros, si se considera la relación de un cierto género con otro género menos general que es una especie del mismo, el primero juega el papel de «materia» y el segundo el de «forma»; así pues, a primera vista, la relación parece aplicarse aquí en sentido contrario, pero, en realidad, no es comparable a la de la especie y de los individuos; por lo demás, aquí se considera solo desde un punto de vista puramente lógico, como la de un sujeto y de un atributo, donde el primero es la designación del género y el segundo la de la «diferencia específica».). No hay lugar a sorprenderse de ello, dado lo que hemos dicho más atrás sobre el sentido del término eidos, que es a la vez la «forma» y la «especie», y sobre el carácter puramente cualitativo de esta última; pero hay lugar a precisar aún más, y también, en primer lugar, a disipar algunos equívocos que podrían ser causados por la terminología.
Ya hemos dicho por qué la palabra «materia» corre riesgo de dar lugar a equivocaciones; la palabra «forma» puede prestarse a ellas aún más fácilmente, ya que su sentido habitual es totalmente diferente del que tiene en el lenguaje escolástico; en este sentido, que es, por ejemplo, en el que hemos hablado precedentemente de la consideración de la forma en la geometría, sería menester, si uno se sirviera de la terminología escolástica, decir «figura» y no «forma»; pero eso sería demasiado contrario al uso establecido, uso que uno está forzado a tener en cuenta si quiere hacerse comprender, y es por eso por lo que cada vez que empleamos la palabra «forma» sin referencia especial a la escolástica, es en su sentido ordinario como lo entendemos. Ello es así, concretamente, cuando decimos que, entre las condiciones de un estado de existencia, es la forma la que caracteriza propiamente a ese estado como individual; por lo demás, no hay que decir que esta forma, de una manera general, no debe ser concebida de ninguna manera como revestida de un carácter espacial; lo está solo en nuestro mundo, porque en él se combina con otra condición, el espacio, que no pertenece propiamente más que al dominio de la manifestación corporal solo. Pero entonces la cuestión que se plantea es ésta: entre las condiciones de este mundo, ¿no es la forma entendida así, y no la «materia», o, si se prefiere, la cantidad, la que representa el verdadero «principio de individuación», puesto que los individuos son tales en tanto que están condicionados por ella? Esto sería no comprender lo que los escolásticos quieren decir de hecho cuando hablan de «principio de individuación»; con eso ellos no entienden de ninguna manera lo que define a un estado de existencia como individual, e incluso esto se relaciona con un orden de consideraciones que parecen no haber abordado nunca; por lo demás, desde este punto de vista, la especie misma debe ser considerada como siendo de orden individual, ya que no es transcendente en relación al estado así definido, y podemos agregar incluso que, según la representación geométrica de los estados de existencia que hemos expuesto en otra parte, toda la jerarquía de los géneros debe ser considerada como extendiéndose horizontalmente y no verticalmente.
La cuestión del «principio de individuación» es de un alcance mucho más restringido, y se reduce en suma a esto: los individuos de una misma especie participan todos de una misma naturaleza, que es propiamente la especie misma, y que está igualmente en cada uno de ellos; ¿qué es pues lo que hace que, a pesar de esta comunidad de naturaleza, estos individuos sean seres distintos e incluso, para decirlo mejor, estén separados los unos de los otros? Entiéndase bien que aquí no se trata de los individuos sino en tanto que pertenecen a la especie, independientemente de todo lo que puede haber en ellos bajo otros aspectos, de suerte que la cuestión se podría formular también así: ¿de qué orden es la determinación que se agrega a la naturaleza específica para hacer de los individuos, en la especie misma, seres separados? Es ésta determinación lo que los escolásticos refieren a la «materia», es decir, en el fondo, a la cantidad, según su definición de la materia secunda de nuestro mundo; y así «materia» o cantidad aparece propiamente como un principio de «separatividad». Por lo demás, se puede decir en efecto que la cantidad es una determinación que se agrega a la especie, puesto que ésta es exclusivamente cualitativa, y por consiguiente, independiente de la cantidad, lo que no es el caso de los individuos, por el hecho mismo de que éstos están «incorporados»; y, a este propósito, es menester poner el mayor cuidado en destacar que, contrariamente a una opinión errónea que está en extremo extendida en los modernos, la especie no debe ser concebida de ninguna manera como una «colectividad», puesto que ésta es otra cosa que una suma aritmética de individuos, es decir, al contrario de la especie, algo completamente cuantitativo; la confusión de lo general y de lo colectivo es también una consecuencia de la tendencia que lleva a los modernos a no ver en todas las cosas más que la cantidad, tendencia que encontramos así constantemente en el fondo de todas las concepciones características de su mentalidad particular.
Llegamos ahora a esta conclusión: en los individuos, la cantidad predominará tanto más sobre la cualidad cuanto más cerca estén de ser reducidos a no ser, si se puede decir, más que simples individuos, y cuanto, por eso mismo, más separados estén los unos de los otros, lo que, bien entendido, no quiere decir más diferenciados, ya que hay también una diferenciación cualitativa, que es propiamente a la inversa de esta diferenciación completamente cuantitativa que es la separación de que se trata. Esta separación hace solo de los individuos otras tantas «unidades» en el sentido inferior de la palabra, y de su conjunto una pura multiplicidad cuantitativa; en el límite, estos individuos ya no serían más que algo comparable a los pretendidos «átomos» de los físicos, desprovistos de toda determinación cualitativa; y, aunque este límite no pueda alcanzarse nunca de hecho, tal es efectivamente el sentido en el que se dirige el mundo actual. No hay más que echar una mirada alrededor de sí mismo para constatar cómo se esfuerzan por todas partes cada vez más en reducirlo todo a la uniformidad, ya se trate de los hombres mismos o de las cosas en medio de las cuales viven, y es evidente que un tal resultado no puede ser obtenido más que suprimiendo tanto como sea posible toda distinción cualitativa; pero lo que es todavía muy digno de destacar, es que, por una extraña ilusión, algunos toman de buena gana esta «uniformización» por una «unificación», mientras que, en realidad, representa exactamente su inverso, lo que, por lo demás, puede parecer evidente desde que implica una acentuación cada vez más marcada de la «separatividad». La cantidad, insistimos en ello, no puede más que separar y no unir; todo lo que procede de la «materia» no produce, bajo formas diversas, más que antagonismo entre las «unidades» fragmentarias que están en el extremo opuesto de la verdadera unidad, o que al menos tienden a eso con todo el peso de una cantidad que ya no está equilibrada por la cualidad; pero esta «uniformización» constituye un aspecto del mundo moderno demasiado importante, y al mismo tiempo demasiado susceptible de ser falsamente interpretado, como para que no le consagremos todavía algunos otros desarrollos.