René Guénon — O reino da quantidade e sinal dos tempos
Los desmanes del psicoanálisis
Si de la filosofía pasamos a la psicología, constatamos que en ella aparecen las mismas tendencias, en las escuelas más recientes, bajo un aspecto mucho más peligroso todavía, ya que en lugar de no traducirse más que por simples opiniones teóricas, encuentran en ellas una aplicación práctica de un carácter muy inquietante; los más «representativos» de estos métodos nuevos, desde el punto de vista en el que nos colocamos, son los que se conocen bajo la designación general de «psicoanálisis». Por lo demás, hay que destacar que, por una extraña incoherencia, ese manejo de elementos que pertenecen incontestablemente al orden sutil continua acompañándose no obstante, en muchos psicólogos, de una actitud materialista, debida sin duda a su educación anterior, y también a la ignorancia en la que están con respecto a la verdadera naturaleza de esos elementos que ponen en juego (El caso de Freud mismo, el fundador del «psicoanálisis», es completamente típico desde este punto de vista, ya que jamás ha cesado de proclamarse materialista. -Una precisión de pasada: ¿por qué los principales representantes de las tendencias nuevas, como Einstein en física, Bergson en filosofía, Freud en psicología, y muchos otros todavía de menor importancia, son casi todos de origen judío, si no es porque hay algo ahí que corresponde exactamente al lado «maléfico» y disolvente del nomadismo desviado, el cual predomina inevitablemente en los judíos desvinculados de la tradición?); ¿no es uno de los caracteres más singulares de la ciencia moderna no saber nunca exactamente con qué está tratando en realidad, incluso cuando se trata simplemente de las fuerzas del dominio corporal? Por lo demás, no hay que decir que una cierta «psicología de laboratorio», conclusión del proceso de limitación y de materialización en el que la psicología «filosófico-literaria» de la enseñanza universitaria no representaba más que una etapa menos avanzada, y que ya no es realmente más que una suerte de rama accesoria de la fisiología, coexiste todavía con las teorías y los métodos nuevos; y es a ésta a la que se aplica lo que hemos dicho precedentemente de las tentativas hechas para reducir la psicología misma a una ciencia cuantitativa.
Ciertamente, hay mucho más que una simple cuestión de vocabulario en el hecho, muy significativo en sí mismo, de que la psicología actual no considera nunca más que el «subconsciente», y no el «superconsciente» que debería ser lógicamente su correlativo; sin duda, eso es efectivamente la expresión de una extensión que se opera únicamente por abajo, es decir, por el lado que corresponde, aquí en el ser humano, como por otras parte en el medio cósmico, a las «fisuras» por las que penetran las influencias más «maléficas» del mundo sutil, y podríamos decir incluso las que tienen un carácter verdadera y literalmente «infernal» (NA: Hay que notar, a este propósito, que Freud ha colocado, como encabezamiento de su Traumdentung, este epígrafe bien significativo: «Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo» (Virgilio, Eneida, VII, 312).). Algunos adoptan también, como sinónimo o equivalente de «subconsciente», el término «inconsciente», que, tomado al pie de la letra, parecería referirse a un nivel todavía inferior, pero que, a decir verdad, corresponde menos exactamente a la realidad; si aquello de lo que se trata fuera verdaderamente inconsciente, no vemos siquiera cómo sería posible hablar de ello, y sobre todo en términos psicológicos; y por lo demás, ¿en virtud de qué, si no es de un simple prejuicio materialista o mecanicista, sería menester admitir que existe realmente algo inconsciente? Sea como sea, lo que es también digno de observación, es la extraña ilusión por la que los psicólogos llegan a considerar algunos estados como tanto más «profundos» cuando solo son simplemente más inferiores; ¿no hay ya en eso como un indicio de la tendencia a ir contra la espiritualidad, que es la única que puede llamarse verdaderamente profunda, puesto que es la única que toca al principio y al centro mismo del ser? Por otra parte, puesto que el dominio de la psicología no está extendido hacia arriba, el «superconsciente», naturalmente, permanece para ella más completamente extraño y cerrado que nunca; y, cuando ocurre que encuentra algo que se refiere a él, pretende anexárselo pura y simplemente asimilándolo al «subconsciente»; ese es, concretamente, el carácter casi constante de sus pretendidas explicaciones concernientes a cosas tales como la religión, el misticismo, y también a algunos aspectos de las doctrinas orientales como el yoga; y, en esta confusión de lo superior con lo inferior, hay ya algo que puede considerarse propiamente como constituyendo una verdadera subversión.
Destacamos también que, por la llamada al «subconsciente», la psicología, lo mismo que la «filosofía nueva», tiende a juntarse cada vez más a la «metapsíquica» (Por lo demás, es el «psiquista» Myers quien inventó la expresión de subliminal consciousness, la cual, para mayor brevedad, fue reemplazada un poco más tarde, en el vocabulario psicológico, por la palabra «subconsciente».); y, en la misma medida, se acerca inevitablemente, aunque sin quererlo quizás (al menos en cuanto a aquellos de sus representantes que entienden permanecer materialistas a pesar de todo), al espiritismo y a otras cosas más o menos similares, cosas que se apoyan todas en definitiva, sobre los mismos elementos obscuros del psiquismo inferior. Si esas cosas, cuyo origen y carácter son más que sospechosos, hacen así figura de movimientos «precursores» y aliados de la psicología reciente, y si ésta llega, aunque sea por un camino desviado, pero por eso mismo más cómodo que el de la «metapsíquica» que todavía se discute en algunos medios, a introducir los elementos en cuestión en el dominio corriente de lo que se admite como ciencia «oficial», es muy difícil pensar que el papel verdadero de esta psicología, en el estado presente del mundo, pueda ser otro que el de concurrir activamente a la segunda fase de la acción antitradicional. A este respecto, la pretensión de la psicología ordinaria, que señalábamos hace un momento, de anexarse, haciéndolas entrar por la fuerza en el «subconsciente», algunas cosas que se le escapan enteramente por su naturaleza misma, no se relaciona todavía, a pesar de su carácter claramente subversivo, más que con lo que podríamos llamar el lado infantil de ese papel, ya que las explicaciones de este género, al igual que las explicaciones «sociológicas» de las mismas cosas, son, en el fondo, de una ingenuidad «simplista» que llega a veces hasta la necedad; en todo caso, eso es incomparablemente menos grave, en cuanto a sus consecuencias efectivas, que el lado verdaderamente «satánico» que vamos a tener que considerar ahora de una manera más precisa en lo que concierne a la psicología nueva.
Este carácter «satánico» aparece con una claridad muy particular en las interpretaciones psicoanalíticas del simbolismo, o de lo que se da como tal con razón o sin ella; hacemos esta restricción porque, sobre este punto como sobre tantos otros, si se quisiera entrar en el detalle, habría que hacer muchas distinciones y habría que disipar muchas confusiones: así, para tomar solo un ejemplo típico, un «sueño» en el que se expresa alguna inspiración «suprahumana» es verdaderamente simbólico, mientras que un sueño ordinario no lo es en modo alguno, cualquiera que puedan ser las apariencias exteriores. No hay que decir que los psicólogos de las escuelas anteriores ya habían intentado muy frecuentemente, ellos también, explicar el simbolismo a su manera y reducirle a la medida de sus propias concepciones; en parecido caso, si es verdaderamente de simbolismo de lo que se trata, esas explicaciones por elementos puramente humanos, ahí como por todas partes donde se tocan cosas de orden tradicional, desconocen todo lo que constituye su fondo esencial; si al contrario no se trata realmente más que de cosas humanas, ya no es más que un falso simbolismo, pero el hecho mismo de designarle por este nombre implica todavía el mismo error sobre la naturaleza del verdadero simbolismo. Esto se aplica igualmente a las consideraciones a las que se libran los psicoanalistas, pero con la diferencia de que entonces ya no es de «humano» de lo que es menester hablar solo, sino también, en una medida muy amplia, de «infrahumano»; así pues, esta vez se está en presencia, ya no de una simple reducción, sino de una subversión total; y toda subversión, incluso si no es debida, inmediatamente al menos, más que a la incomprehensión y a la ignorancia (que, por lo demás, son lo que mejor se presta a ser explotado para un tal uso), es siempre, en sí misma, propiamente «satánica». Por lo demás, el carácter generalmente innoble y repugnante de las interpretaciones psicoanalíticas constituye, a este respecto, una «marca» que no podría engañar; y lo que es todavía particularmente significativo desde nuestro punto de vista, es que, como lo hemos mostrado en otra parte (Ver El Error Espiritista, 2a parte, cap. X.), esta misma «marca» se encuentra precisamente también en algunas manifestaciones espiritistas; ciertamente, sería menester mucha buena voluntad, por no decir una completa ceguera, para no ver en eso nada más que una simple «coincidencia». Naturalmente, en la mayoría de los casos, los psicoanalistas pueden ser tan completamente inconscientes como los espiritistas de lo que hay realmente debajo de todo eso; pero los unos y los otros aparecen como igualmente «conducidos» por una voluntad subversiva que utiliza en los dos casos elementos del mismo orden, cuando no exactamente idénticos, voluntad que, sean cuales sean los seres en los que está encarnada, es ciertamente muy consciente en éstos al menos, y responde a unas intenciones sin duda muy diferentes de todo lo que pueden imaginar aquellos que no son más que los instrumentos inconscientes por los cuales se ejerce su acción.
En estas condiciones, es muy evidente que el uso principal del psicoanálisis, que es su aplicación terapéutica, no puede ser sino extremadamente peligroso para los que se someten a él, e incluso para aquellos que lo ejercen, ya que esas cosas son de las que nadie maneja nunca impunemente; no sería exagerado ver en eso uno de los medios especialmente puestos en obra para acrecentar lo más posible el desequilibrio del mundo moderno y conducir a éste hacia la disolución final (Otro ejemplo de esos medios nos lo proporciona el uso similar de la «radiestesia», ya que, ahí todavía, en muchos casos, son elementos psíquicos de la misma cualidad los que entran en juego, aunque se debe reconocer que ahí no se muestran bajo el aspecto «horrible» que es tan manifiesto en el psicoanálisis.). Aquellos que practican estos métodos están bien persuadidos, al contrario, no lo dudamos, de la beneficencia de sus resultados; pero es justamente gracias a esta ilusión por lo que su difusión se hace posible, y es en eso donde puede verse toda la diferencia que existe entre las intenciones de esos «practicantes» y la voluntad que preside la obra de la que no son más que colaboradores ciegos. En realidad, el psicoanálisis no puede tener como efecto más que hacer salir a la superficie, haciéndolo claramente consciente, todo el contenido de esos «bajos fondos» del ser que forman lo que se llama propiamente el «subconsciente»; por lo demás, ese ser es ya psíquicamente débil por hipótesis, puesto que si fuera de otro modo, no sentiría de ningún modo la necesidad de recurrir a un tratamiento de este tipo; así pues, es tanto menos capaz de resistir a esta «subversión», y se arriesga mucho a hundirse irremediablemente en ese caos de fuerzas tenebrosas imprudentemente desencadenadas; si, a pesar de todo, llega no obstante a escapar de ellas, guardará al menos, durante toda su vida, una huella que será en él como una «mancha» imborrable.
Sabemos bien lo que algunos podrían objetar aquí invocando una similitud con el «descenso a los Infiernos», tal como se encuentra en las fases preliminares del proceso iniciático; pero una tal asimilación es completamente falsa, ya que el propósito no tiene nada de común, como tampoco lo tienen, por lo demás, las condiciones del «sujeto» en los dos casos; solo se podría hablar de una suerte de parodia profana, y eso mismo bastaría para dar a eso de lo que se trata un carácter de «contrahechura» más bien inquietante. La verdad es que este pretendido «descenso a los Infiernos», que no es seguido por ningún «reascenso», es simplemente una «caída en la ciénaga», según el simbolismo usado en algunos Misterios antiguos; se sabe que esta «ciénaga» tenía concretamente su figuración sobre la ruta que llevaba a Eleusis, y que aquellos que caían en ella eran profanos que pretendían a la iniciación sin estar cualificados para recibirla, y que, por consiguiente, solo eran víctimas de su propia imprudencia. Agregaremos solo que existen efectivamente tales «ciénaga» tanto en el orden macrocósmico como en el orden microcósmico; esto se vincula directamente a la cuestión de las «tinieblas exteriores» (Uno podrá remitirse aquí a lo que hemos indicado más atrás a propósito del simbolismo de la «Gran Muralla» y de la montaña Lokâloka.), y se podrían recordar, a este respecto, algunos textos evangélicos cuyo sentido concuerda exactamente con lo que acabamos de indicar. En el «descenso a los Infiernos», el ser agota definitivamente algunas posibilidades inferiores para elevarse después a los estados superiores; en la «caída en la ciénaga», las posibilidades inferiores se apoderan al contrario de él, le dominan y acaban por sumergirle enteramente.
Acabamos de hablar también aquí de «contrahechura»; esta impresión es enormemente reforzada por otras constataciones, como la de la desnaturalización del simbolismo que hemos señalado, desnaturalización que, por lo demás, tiende a extenderse a todo lo que conlleva esencialmente elementos «suprahumanos», así como lo muestra la actitud tomada al respecto de la religión (Freud ha consagrado a la interpretación psicoanalítica de la religión un libro especial, en el que sus propias concepciones están combinadas con el «totemismo» de la «escuela sociológica».), e incluso de las doctrinas de orden metafísico e iniciático tales como el yoga, que tampoco escapan ya a este nuevo género de interpretación, hasta tal punto que algunos llegan hasta a asimilar sus métodos de «realización» espiritual a los procedimientos terapéuticos del psicoanálisis. Hay algo ahí peor todavía que las deformaciones más groseras que tienen curso igualmente en Occidente, como la que quiere ver en esos mismos métodos del yoga una suerte de «cultura física» o de terapéutica de orden simplemente fisiológico, ya que éstas son, por su grosería misma, menos peligrosas que las que se presentan bajo aspectos más sutiles. La razón de ello no es solo el que estas últimas impliquen el riesgo de seducir algunos espíritus sobre los cuales las demás no habrían podido tener ninguna presa; esta razón existe ciertamente, pero hay otra, de un alcance mucho más general, que es la misma por la que las concepciones materialistas, como lo hemos explicado, son menos peligrosas que las que hacen llamada al psiquismo inferior. Bien entendido, la meta puramente espiritual, que es la única que constituye el yoga como tal, y sin la cual el empleo mismo de esta palabra no es más que una verdadera irrisión, no es menos totalmente desconocida en un caso que en el otro; de hecho, el yoga no es una terapéutica psíquica como tampoco es una terapéutica corporal, y sus procedimientos no son de ninguna manera ni a ningún grado un tratamiento para enfermos o desequilibrados cualesquiera; muy lejos de eso, se dirigen al contrario exclusivamente a seres que, para poder realizar el desarrollo espiritual que es su única razón de ser, deben estar ya, únicamente por el hecho de sus disposiciones naturales, tan perfectamente equilibrados como es posible; en eso hay condiciones que, como es fácil comprenderlo, entran estrictamente en la cuestión de las cualificaciones iniciáticas (Sobre una tentativa de aplicación de las teorías psicoanalíticas a la doctrina taoísta, lo que es también del mismo orden, ver el estudio de André Préau, La Fleur d’or et le Taoïsme sans Tao, que es una excelente refutación de las mismas.).
No es eso todavía todo, y hay aún otra cosa que, bajo el aspecto de la «contrahechura», es quizás todavía más digna de observación que todo lo que hemos mencionado hasta aquí: es la necesidad impuesta, a quienquiera que quiere practicar profesionalmente el psicoanálisis, de ser previamente «psicoanalizado» él mismo. Eso implica ante todo el reconocimiento del hecho de que el ser que ha sufrido esta operación ya no es nunca tal cual era antes, o que, como lo decíamos hace un momento, le deja una huella imborrable, como la iniciación, pero en cierto modo en sentido inverso, puesto que, en lugar de un desarrollo espiritual, es de un desarrollo del psiquismo inferior de lo que se trata aquí. Por otra parte, en eso hay una imitación manifiesta de la transmisión iniciática; pero, dada la diferencia de naturaleza de las influencias que intervienen, y como no obstante hay un resultado efectivo que no permite considerar el asunto como reduciéndose a un simple simulacro sin ningún alcance, esta transmisión sería más bien comparable, en realidad, a la que se practica en un dominio como el de la magia, e incluso más precisamente de la brujería. Por lo demás, hay un punto muy obscuro, en lo que concierne al origen mismo de esta transmisión: como es evidentemente imposible dar a otros lo que uno mismo no posee, y como la invención del psicoanálisis es por lo demás algo reciente, ¿de dónde tienen los primeros psicoanalistas los «poderes» que comunican a sus discípulos, y por quién han podido ser ellos mismos «psicoanalizados» primero? Esta pregunta, que no obstante es lógico hacerse, al menos para quienquiera que es capaz de un poco de reflexión, es probablemente muy indiscreta, y es más que dudoso que se le dé nunca una respuesta satisfactoria; pero, a decir verdad, no hay necesidad de ella para reconocer, en una tal transmisión psíquica, otra «marca» verdaderamente siniestra por las aproximaciones a las que da lugar: ¡el psicoanálisis presenta, por ese lado, una semejanza más bien aterradora con algunos «sacramentos del diablo»!